—Pues ¿no te parece que debemos festejarle? La orquestano ha de ser menos que la que le llevasteis al catedrático deFísica.
—¡Es verdad!
—¿Qué te parece si ponemos la contribucioná dos pesos? Anda, Placiding, empieza tu por dar, así tequedas en la cabeza de la lista.
Y como viese que Plácido daba sin vacilar los dos pesospedidos, añadió.
—Oye, pon cuatro, que ya despues te devolveré los dos;es para que sirvan de gallo.
—Pues si me los has de devolver, ¿para quédártelos? basta con que pongas cuatro.
—¡Ah! es verdad ¡qué bruto soy!¿sabes que me voy volviendo bruto? Pero dámelos de todosmodos, para enseñarlos.
Plácido, para no desmentir al cura que le bautizó,dió lo que le pedían.
Llegaron á la Universidad.
A la entrada y á lo largo de las aceras que á uno yotro lado de la misma se estendían, estacionaban los estudiantesesperando que bajen los profesores. Alumnos del año preparatoriode Derecho, del quinto de Segunda Enseñanza, del preparatorio deMedicina formaban animados grupos: estos últimos eranfáciles de distinguir por su traje y por cierto aire que no seobserva en los otros: vienen en su mayoría del Ateneo Municipal yentre ellos vemos al poeta Isagani esplicando á uncompañero la teoría de la refraccion de la luz. En ungrupo se discutía, se disputaba, se citabanfrases del profesor, testos del libro, principios escolásticos;en otro gesticulaban con los libros agitándolos en el aire, sedemostraba con el baston trazando figuras sobre el suelo; másallá, entretenidos en observar á las devotas que vaná la vecina iglesia, los estudiantes hacen alegres comentarios.Una vieja, apoyada en una joven, cojea devotamente; la joven camina conlos ojos bajos, tímida y avergonzada de pasar delante de tantosobservadores; la vieja levanta la falda color de café, de lasHermanas de Sta. Rita, para enseñar unospiés gorditos y unas medias blancas, riñe á sucompañera y lanza miradas furiosas á los curiosos.
—¡Saragates! gruñe, no les mires, ¡baja losojos!
Todo llama la atencion, todo ocasiona bromas y comentarios. [87]
Ora es una magnífica victoria que se para junto á lapuerta para depositar á una familia devota; van á visitará la Virgen del Rosario en su día favorito; los ojos delos curiosos se afilan para espiar la forma y el tamaño de lospiés de las señoritas al saltar del coche; ora es unestudiante que sale de la puerta con la devocion aun en el rostro: hapasado por el templo para rogar á la Virgen le hiciesecomprensible la leccion, para ver si está la novia, cambiaralgunas miradas con ella é irse á clase con el recuerdode sus amantes ojos.
Mas en los grupos se nota cierto movimiento, cierta espectacion,é Isagani se interrumpe y palidece. Un coche se ha detenidojunto á la puerta: la pareja de caballos blancos es bienconocida. Es el coche de la Paulita Gomez y ella ha saltado ya entierra, ligera como un ave, sin dar tiempo á que lospícaros le vieran el pié. Con un gracioso movimiento delcuerpo y un pase de la mano se arregla los pliegues de la saya, y conuna mirada rápida y como descuidada ha visto á Isagani,ha saludado y ha sonreido. Doña Victorina baja á su vez,mira al través de sus quevedos, vé á JuanitoPelaez, sonrie y le saluda afablemente.
Isagani, rojo de emocion, contesta con un tímido saludo;Juanito se dobla profundamente, se quita el sombrero y hace el mismogesto que el célebre cómico y caricato Panza cuandorecibe un aplauso.
—¡Mecáchis! ¡qué chica! exclama unodisponiéndose á partir; decid al catedrático queestoy gravemente enfermo.
Y Tadeo, que así se llamaba el enfermo, entró en laiglesia para seguir á la joven.
Tadeo va todos los días á la Universidad parapreguntar si hay clase y cada vez se extraña más ymás de que la haya: tiene cierta idea de una cuacha latente y eterna y la espera venir de un día á otro. Ytodas las mañanas, despues de proponer en vano que hagannovillos, se marcha pretestando grandes ocupaciones, compromisos,enfermedades, precisamente en el momento mismo en que suscompañeros entran en la clase. Pero, por no se sabe quéarte de birlibirloque, Tadeo aprueba cursos, es querido de losprofesores y tiene delante un hermoso porvenir.
Entretanto un movimiento se inicia y los grupos empiezan ámoverse; el catedratico de Física y Quimica ha bajado áclase. [88]Los alumnos, como burlados en sus esperanzas, sedirigieron al interior del edificio dejando escaparexclamaciones de descontento. Plácido Penitente sigue ála multitud.
—¡Penitente, Penitente! ¡le llamó uno concierto misterio firma esto!
—Y ¿qué es eso?
—No importa, ¡fírmalo!
A Plácido le pareció que le tiraban de las orejas;tenía presente en la memoria la historia de un cabeza debarangay de su pueblo, que por haber firmado un documento que noconocía, estuvo preso meses y meses y por poco fuédeportado. Un tío suyo, para grabarle la leccion en la memoria,le había dado un fuerte tiron de orejas. Y siempre queoía hablar de firmas se reproducía en los cartilagos de susorejas la sensacion recibida.
—Chico, dispensa, pero no firmo nada sin enterarme antes.
—¡Que tonto eres! si lo firman dos carabineroscelestiales, ¿qué tienes que temer?
El nombre de carabineros celestiales infundíaconfianza. Era una sagrada compañía, creada para ayudará Dios en la guerra con el espíritu del mal, y paraimpedir la introduccion del contrabando herético en el mercadode la Nueva Sion.
Plácido iba ya á firmar para acabar porquetenía prisa: sus compañeros rezaban ya el O
Thoma,pero le pareció que su tío le cogía de la oreja, ydijo:
—¡Despues de clase! quiero leerlo antes.
—Es muy largo, ¿entiendes? se trata de dirigir unacontrapeticion, mejor dicho, una protesta.
¿Entiendes? Makaraigy algunos han solicitado que se abra una academia de castellano, locual es una verdadera tontería...
—¡Bien, bien! chico, luego será, que ya estanempezando, dijo Plácido tratando de escaparse.
—¡Pero si vuestro profesor no lee la lista!
—Sí, sí, que la lee á veces.¡Despues, despues! Ademas... yo no quiero ir en contra deMakaraig.
—Pero si no es ir en contra, es solamente...
Plácido ya no oía, ya estaba lejos y andaba de prisadirigiéndose á su clase. Oyó diferentes ¡adsum! ¡adsum! ¡carambas, se leía lalista!...apretó los pasos y llegó precisamente á la puertacuando estaban en la letra Q. [89]
— ¡Tinamáan ng...! murmurómordiéndose los labios.
Vaciló sobre si entrar ó no: la raya ya estaba puestay no se la iban á borrar. A la clase no se va para aprender sinopara no tener la raya; la clase se reducía á hacerdecir la leccion de memoria, leer el libro y, cuando más,á una que otra preguntita abstracta, profunda, capciosa,enigmática; es verdad que no falta el sermoncito—¡elde siempre!—sobre la humildad, la sumision, el respetoá los religiosos y él, Plácido, era humilde,sumiso y respetuoso. Iba á marcharse ya pero se acordó deque los exámenes se acercaban y su profesor no le habíapreguntado todavía ni parecía haberse fijado enél: ¡buena ocasion era aquella para llamar la atencion yser conocido! Ser conocido es tener el año ganado, pues, si nocuesta nada suspender á uno que no se conoce, se necesita tenerduro el corazon para no impresionarse ante la vista de un joven que consu presencia reprocha diariamente la pérdida de un año desu vida.
Plácido entró pues y no sobre la punta de lospiés como solía hacer, sino metiendo ruido con sustacones. Y ¡demasiado consiguió su intento! Elcatedrático le miró, frunció las cejas yagitó la cabeza como diciendo:
—¡Insolentillo, ya me las pagarás!
[Índice]
XIII
La clase de Fisica
La clase era un gran espacio rectangular con grandes ventanasenrejadas que daban paso abundante al aire y á la luz. A lolargo de los muros se veían tres anchas gradas de piedracubiertas de madera, llenas de alumnos colocados en ordenalfabético. Hácia el estremo opuesto á la entrada,debajo de una estampa de Sto. Tomás de Aquino, se levantaba lacátedra del profesor, elevada, con dos escaleritas áambos costados. Esceptuando un hermoso tablero con marco de narra sinusar casi, pues en él continuaba aun escrito el ¡viva! que apareció desde el primer día, no seveía allí ningun mueble útil ó inútil. Laparedes, pintadas de blanco y protegidas en parte [90]porazulejos para evitar roces, estaban enteramente desnudas: ni untrazado, ni un grabado, ¡ni un esquema siquiera de un instrumentode Física! Los alumnos no tenían necesidad de más,nadie echaba de menos la enseñanza práctica de unaciencia eminentemente experimental; por años y años se haenseñado así y Filipinas no se ha trastornado, alcontrario continúa como siempre. Alguna que otra vez bajaba delcielo un instrumentillo que se enseñaba de lejos á laclase, como el Santísimo á los fieles prosternados,mírame y no me toques. De época en época, cuandovenía algun profesor complaciente, se señalaba undía del año para visitar el misterioso Gabinete y admirardesde fuera los enigmáticos aparatos, colocados dentro de losarmarios; nadie se podía quejar; aquel día se veíamucho laton, mucho cristal, muchos tubos, discos, ruedas, campanas,etc.; y la feria no pasaba de allí, ni Filipinas se trastornaba.Por lo demás, los alumnos estan convencidos de que aquellosinstrumentos no se han comprado para ellos; ¡buenos tontosserían los frailes! El Gabinete se ha hecho paraenseñárselo á los estrangeros y á losgrandes empleados que venían de la Península, para que alverlo muevan la cabeza con satisfaccion mientras que el que lesguía sonríe como diciendo:
—¿Eh? ¿ustedes se han creido que se ibaná encontrar con unos monjes atrasados? Pues estamos á laaltura del siglo; ¡tenemos un gabinete!
Y los estrangeros y los grandes empleados, obsequiados galantemente,escribían despues en sus viajes ó memorias que La Real y Pontificia Universidad de Sto. Tomás deManila, á cargo de la ilustrada orden dominicana, posee unmagnífico Gabinete de Física para la instruccion de lajuventud... Cursan anualmente esta asignatura unos doscientos cincuentaalumnos, y sea por apatía, indolencia, poca capacidad del indioú otra causa cualquiera etnológica ósuprasensible... hasta ahora no ha despuntado un Lavoisier, un Secchini un Tyndall, siquiera enminiatura, ¡¡¡¡de la razamalayo-filipina!!!!
Sin embargo, para ser exactos, diremos que en este Gabinete tienensus clases los treinta ó cuarenta alumnos de ampliacion ypor cierto bajo la direccion de un catedrático que cumplebastante con su deber, pero, procediendo la mayor parte de estos delAteneo de los jesuitas donde la ciencia se enseñaprácticamente [91]en el gabinete mismo, su utilidad no resultagrande como lo sería si se aprovechasen de él losdoscientos cincuenta que pagan su matrícula, compran su libro,estudian y emplean un año para despues no saber nada. Resulta deello, que esceptuando algun raro capista ó sirviente quetuvo á su cargo los museos durante años y años,jamás se supo de ninguno que haya sacado provecho de laslecciones de memoria con tanto trabajo aprendidas.
Pero volvamos á nuestra clase.
El catedrático era un dominico joven, que habíadesempeñado con mucho rigor y excelente nombre algunascátedras en el Colegio de S. Juan de Letran. Tenía famade ser tan gran dialéctico como profundo filósofo y erauno de los de más porvenir en su partido. Los viejos leconsideraban, y le envidiaban los jóvenes, porque entre ellostambien existen partidos. Era aquel el tercer año de suprofesorado y aunque era el primero en que explicaba Física yQuímica, pasaba ya por ser un sabio no solo entre loscomplacientes estudiantes sino tambien entre los otros nómadasprofesores. El P. Millon, no pertenecía al vulgo de los que cadaaño cambian de cátedra para tener ciertos conocimientoscientíficos, alumnos entre otros alumnos sin másdiferencia que la de cursar una sola asignatura, preguntar en vez deser preguntados, entender mejor el castellano y no examinarse al findel curso. El P. Millon profundizaba la ciencia, conocía laFísica de Aristóteles y la del P. Amat; leíaatentamente el Ramos y de cuando en cuando echaba un vistazo al Ganot. Con todo, sacudía muchas veces la cabeza con airede duda, sonreía y murmuraba: transeat. En cuantoá Química, se le atribuían poco vulgaresconocimientos desde que, fundándose en un dicho deSto. Tomás de que el agua era unamezcla, probó palmariamente que el Angélico Doctor sehabía con mucho anticipado á los Berzelius, Gay Lussac,Bunsen y otros materialistas más ó menos presumidos. Noobstante, apesar de haber sido profesor de Geografía,todavía conservaba ciertas dudas acerca de la redondez de latierra y se sonreía con malicia al hablar de los movimientos derotacion y revolucion en torno del sol, recitando:
El mentir de las estrellas
Es un cómodo mentir...
Se sonreía con malicia ante ciertas teoríasfísicas y tenía por visionario cuando no por loco aljesuita Secchi imputándole el trazar triangulaciones sobre lahostia como efecto de sus manías astronómicas, por cuyacausa, decía, le prohibieron decir misa; muchos notaron tambienen él cierta inquina contra la ciencia que explicaba, pero taleslunares son pequeñeces, preocupaciones de escuela y religion yse explican facilmente no solo porque las ciencias físicas seaneminentemente prácticas, de pura observacion y deduccionmientras su fuerte estaba en las filosóficas, puramenteespeculativas, de abstraccion é induccion, sino tambien porqueá fuer de buen dominico, amante de las glorias de su orden, nopodía sentir cariño por una ciencia en que ninguno de sushermanos había sobresalido—¡era él el primeroen no creer en la Química de Sto.
Tomás!—yen que tantas glorias habían conquistado órdenesenemigas, digamos sus rivales.
Este era el profesor que aquella mañana, leida la lista,mandaba decir la leccion de memoria, al pié de la letra,á muchos de los alumnos. Los fonógrafos funcionaban, unosbien otros mal, otros tartamudeaban, se apuntaban. El que ladecía sin falta se ganaba una raya buena, y una mala el que cometía más de tresequivocaciones.
Un chico gordo, con cara de sueño y cabellos tiesos y duroscomo barbas de un cepillo, bostezaba hasta dislocarse lamandíbula y se desperezaba estendiendo los brazos, lo mismo comosi estuviese en su cama. Vióle el catedrático y quisoasustarle.
—¡Oy! tú, dormilon, ¡abá!¿cosa? Perezoso tambien, seguro tu no sabe la leccion,¿ja?
El P. Millon no solo tuteaba á todos los estudiantes comobuen fraile, sino les hablaba ademas en lengua de tienda,práctica que aprendió del catedrático deCánones. Si el Reverendo quería con ello rebajar álos alumnos ó á los sagrados decretos de los concilios escuestion no resuelta todavía apesar de lo mucho que sobre ellose ha discutido.
La interpelacion, en vez de indignar á la clase,hízole gracia y muchos se rieron: era una cosa de todos losdías. Sin embargo el dormilon no serió; levantóse de un salto, se restregó los ojos,y como si una máquina de vapor hiciese girar elfonógrafo, empezó á recitar:
—«Se da el nombre de espejo á toda superficiepulimentada, [93]destinada á producir por la reflexion de laluz las imágenes de los objetos situados delante de dichasuperficie por las sustancias que forman estas superficies se dividenen espejos metálicos y espejos de cristal...
—¡Pára, pára, pára!interrumpió el catedrático; ¡Jesus, quématraca!...Estamos en que los espejos se dividen en metálicos y de cristal,¿ja? Y si yo te presentase una madera, el kamagon porejemplo, bien pulimentada y barnizada, ó un pedazo de marmolnegro bien bruñido, una capa de azabache que reflejase lasimágenes de los objetoscolocados delante, ¿como clasificarías tú esosespejos?
El preguntado, ya porque no supiese qué responder ó noentendiese la pregunta, intentó salir del paso demostrando quesabía la leccion y continuó como un torrente:
—«Los primeros son formados por el laton ó poruna aleacion de diferentes metales y los segundos son formados por unalámina de cristal cuyas dos superficies estan muy bienpulimentadas y una de ellas tiene adherida una amalgama deestaño.»
—¡Tun, tun, tun! no es eso; ¡te digo dominus vobiscum y me contestas requiescat inpace!
Y el buen catedrático repitió la pregunta en lengua detienda insertando cosas y abás á cadamomento.
El pobre joven no salía de apuros: dudaba si incluir elkamagon entre los metales, el marmol entre los cristales y el azabachedejarlo como neutro, hasta que su vecino Juanito Pelaez leapuntó disimuladamente:
—¡El espejo de kamagon entre los espejos demadera!...
El incauto lo repite y media clase se desternilla de risa.
—¡Buen kamagon estás tú! le dice elcatedrático riendo á su pesar. Vamos á verá qué llamarías tú espejo: á lasuperficie per se, in quantum estsuperficies ó al cuerpo que forma esta superficie ósea la materia sobre que descansa esta superficie, la materia prima,modificada por el accidente superficie, porque, claro está,siendo la superficie accidente á los cuerpos no puede existirsin substancia. Vamos á ver ¿qué dices?
¿Yo? ¡Nada! iba á contestar el infeliz que ya nosabía de qué se trataba aturdido por tantassuperficies y tantos accidentes que le martilleaban cruelmente el oido,pero un instinto de
[94]pudor le detuvo y, lleno de augustia yempezando á sudar, púsose á repetir entredientes:
—Se da el nombre de espejo á toda superficiepulimentada...
— Ergo, per te, el espejo es la superficie, pescóel catedrático. Pues bien, resuélveme esta dificultad. Sila superficie es el espejo, indiferente debe ser á la esenciadel espejo cuanto detrás de esta superficie se pueda encontrar,puesto que lo que está detrás no afecta á laesencia de lo que está delante, id est, de la superficie, quæ super faciem est, quia vocatur superficiesfacies ea quæ supra videtur; ¿concedes ó no loconcedes?
Los cabellos del pobre joven aun se pusieron más tiesos comoanimados de una fuerza ascensional.
—¿Concedes ó no concedes?
—Cualquier cosa, lo que usted quiera, Padre, pensabaél, pero no se atrevía á decirlo de temor seriesen. Aquello se llamaba apuro y jamás las había vistotan gordas. Tenía cierta vaga idea de que á los frailesno se les podía conceder la cosa más inocente sin que deella sacasen todas las concecuencias y provechos imaginables,díganlo si no sus haciendas y sus curatos. Así quesu angel bueno le sugería negase cualquier cosa con toda laenergía de su alma y la rebeldía de sus cabellos, yestaba ya para soltar un soberbio ¡nego! y porque quienniega todo no se compromete á nada, le había dicho ciertooficial de un juzgado; mas, la mala costumbre de no escuchar la voz dela propia conciencia, de tener poca fé en la gente de curia ybuscar ausilio en los otros cuando se basta uno solo, le perdieron. Loscompañeros hacían señas de que lo concediese,sobre todo Juanito Pelaez, y dejándose llevar de su mal sino,soltó un « concedo, Padre» con voz tandesfallecida como si dijese: In manus tuas commendospiritum meum.
— Concedo antecedentem, repitió elcatedrático sonriendo maliciosamente; ergo, puedo rasparel azogue de un espejo de cristal, sustituirlo por un pedazo de bibinka y siempre tendremos el espejo, ¿ja?¿Qué tendremos?
El joven miró á sus inspiradores y viéndolosatónitos y sin saber qué decir, se dibujó en sucara el más amargo reproche. Deus meus, Deus meus, quaredereliquiste me, decían los atribulados ojos mientras quesus labios murmuraban: ¡linintikan! En vano tosía,estiraba la pechera de su camisa, se apoyaba sobre un pié, luegosobre otro, no encontraba solucion. [95]
—Vamos, ¿qué tenemos? repetía elcatedrático gozándose en el efecto de su argumento.
— ¡La bibinka! soplaba Juanito Pelaez, ¡la bibinka!
—¡Cállate, bobo! gritó al fin desesperadoel joven que quería salir del apuro trasformándolo enquerella.
—¡A ver, Juanito, si me resuelves la cuestion!preguntó entonces el catedrático á Pelaez.
Pelaez, que era uno de sus favoritos, se levantó lentamenteno sin dar antes un codazo á Plácido Penitente, que erael que le seguía por orden de lista. El codazo queríadecir:
—¡Atencion y apúntame!
— Nego consecuentiam, ¡Padre! contestóresueltamente.
—¡Hola, pues probo consecuentiam! Per te,la superficie pulimentada constituye la esencia del espejo...
— ¡Nego suppositum! interrumpió Juanito alsentir que Plácido le tiraba de la americana.
—¿Cómo? Per te...
— ¡Nego!
— Ergo ¿tu opinas que lo que estádetrás influye sobre lo que está delante?
— ¡Nego! gritó con más ardortodavía, sintiendo otro tiron de su americana.
Juanito ó mejor Plácido que era el que le apuntaba,empleaba sin sospechar la táctica china: no admitir almás inocente estranjero para no ser invadido.
—¿En qué quedamos pues? preguntó elcatedrático algo desconcertado y mirando con inquietud alintransigente alumno; ¿influye ó no influye la sustanciaque está detrás, sobre la superficie?
Ante esta pregunta precisa, categórica, especie de ultimatum, Juanito no sabía qué responder y suamericana no le sugería nada. En vano hacía señascon la mano á Plácido; Plácido estaba indeciso.Juanito aprovechóse de un momento en que el catedráticomiraba á un estudiante que se quitaba disimuladamente lasbotinas que le venían muy apretadas, y dió un fuertepisoton á Plácido, diciendo:
—¡Sóplame, anda, sóplame!
—Distingo... ¡Aray! ¡qué bruto eres!gritó sin querer Plácido mirándole con ojosiracundos, mientras se llevaba la mano á sus botinas de charol. [96]
El catedrático oyó el grito, les vió yadivinó de qué se trataba.
—¡Oy, tu! espíritu sastre, le interpeló;yo no te pregunto á tí, pero ya que te precias de salvará los demás, á ver, sálvateá tí mismo, salva te ipsum, y resuélveme ladificultad.
Juanito se sentó muy contento y en prueba de agradecimientosacóle la lengua á su apuntador.
Este entre tanto, rojode vergüenza, se levantó y murmuró ininteligiblesescusas.
Consideróle por un momento el P. Millon como quien saboreacon la vista un plato. ¡Qué bueno debía serhumillar y poner en ridículo á aquel mozo coqueton,siempre bien vestidito, la cabeza erguida y la miradaserena! Erauna obra de caridad, así es que el caritativo catedráticose dedicó á ella con toda conciencia repitiendolentamente la pregunta:
—El libro dice, que los espejos metálicos estánformados por el laton ó por una aleacion de diferentes metales,¿es cierto ó no es cierto?
—Lo dice el libro, Padre...
— Liber dixit ergo ita est; no vas á pretendersaber más que el libro... Añade despues que los espejosde cristal estan formados por una lámina de cristal cuyas dossuperficies estan muy pulimentadas, teniendo en una de ellas adheridauna amalgama de estaño, ¡nota bene! una amalgama deestaño. ¿Es esto cierto?
—Si lo dice el libro, Padre...
—¿El estaño es un metal?
—Parece que sí, Padre; lo dice el libro...
—Lo es, lo es, y la palabra amalgama quiere decir que va unidaal mercurio que tambien es otro metal. Ergo un espejo de cristales un espejo de metal; ergo los términos de la divisionse confunden, ergo la clasificacion es viciosa, ergo...Cómo te explicas tú, ¿espíritu-sastre?
Y marcaba los ergos y los tues con una fruicionindecible y guiñaba el ojo como diciendo:
¡estásfrito!
—Es que... es decir que... balbuceaba Plácido.
—Es decir que no has comprendido la leccion, espíritumezquino que ¡no te entiendes y soplas al vecino!
La clase no se indignó, al contrario, muchos encontraron elconsonante gracioso y se rieron.
Plácido se mordió loslabios.
—¿Cómo te llamas tú? preguntóle elcatedrático. [97]
Plácido contestó secamente.
—¡Aja! Plácido Penitente, pues más parecesPlácido Soplon ó Soplado. Pero te voy á imponerpenitencia por tus sopladurías.
Y feliz con el juego de palabras, le mandó dijese la leccion.El joven, en el estado de ánimo en que se encontraba,cometió más de tras faltas. El catedráticoentonces, moviendo la cabeza de arriba abajo, abrió lentamentela lista y con toda pausa la fué recorriendo mientrasrepetía el nombre en voz baja.
—Palencia... Palomo... Panganiban... Pedraza... Pelado... Pelaez... Penitente,¡ajá! Plácido Penitente, quince faltas voluntariasde asistencia...
Plácido se irguió;
—¿Quince faltas, Padre?
—Quince faltas voluntarias de asistencia, continuaba elcatedrático; con que no te falta más que una para serborrado.
—¿Quince faltas, quince faltas? repetíaPlácido aturdido; no he faltado más que cuatro veces ycon hoy, cinco, ¡si acaso!
—¡Júsito, júsito, señolía!contestó el catedrático examinando al joven por encima desus gafas de oro. Confiesas que has faltado cinco veces y, sabe Dios,¡si no has faltado más! Atqui como leo la lista muyraramente, y cada vez que le cojo á uno le pongo cinco rayitas, ergo, ¿cuántas son cinco por cinco? ¡A quete has olvidado de la tabla de multiplicar! ¿Cinco porcinco?
—Veinticinco...
—¡Júsito, júsito! De manera quetodavía te tragas diez, porque no te he pillado más quetres veces... ¡Uy! si te pillo en todas... Y¿cuántas son tres por cinco?
—Quince...
—Quince, ¡parejo camaron con cangrejo! concluyóel catedrático cerrando la lista; si te descuidas unamás, ¡sulung! ¡apuera de la fuerta! ¡Ah! y ahora una faltita de leccion diaria.
Y abrió de nuevo la lista, y buscó el nombre y puso larayita.
—¡Vaya! ¡una rayita! decía; como ¡notienes aun ninguna!
—Pero, Padre, exclamaba Plácido conteniéndose;si V. R. me pone la falta de leccion, V. R. ¡me debe borrar lasde asistencia que me ha puesto por este día!
La Reverencia no respondió; consignó primerolentamente la falta, la contempló ladeando la cabeza—larayita debía ser artística,—dobló la lista ydespues con toda sorna preguntó; [98]
—¡Abá! ¿y por qué, ñol?
—Porque no se concibe, Padre, que uno pueda faltar áclase y al mismo tiempo decir la leccion en ella... V. R. dice que,estar y no estar...
—¡Nacú! metapísico pa, ¡prematuro nomás! Con que no se concibe, ¿ja? Sed patetexperientiâ y contra experentiam negantem, fusilibus est argüendum, ¿entiendes?¿Y no concibes tú, cabeza de filósofo, que sepueda faltar á clase y no saber la leccion al mismo tiempo?¿Es que la no-asistencia implica necesariamente la ciencia?¿Qué me dices, filosofastro?
Este último mote fué la gota de agua que hizodesbordar la vasija. Plácido que entre sus amigos teníafama de filósof