El Manco de Lepanto - Episodio de la Vida del Príncipe de los Ingenios, Miguel de Cervantes-Saavedra by Manuel Fernández y González - HTML preview

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—Mirad, señor Viváis-mil-años, que el Divino Nazareno Samson no fuefilisteo, sino el destruidor de ellos por la voluntad de Dios.

—Dios me destruya si sé lo que me digo, tía Zarandaja,—

contestó elseñor Viváis-mil-años;—que este oficio nuestro que traemos tienetales quiebras, que a veces nos vemos quebrados por el espinazo; y si yohago lo que ese señor quiere, en tratos y comercio, que no me tienencuenta puedo verme con la justicia ordinaria; y si no lo hago, es talese señor y tan poderoso, que como de la Inquisición me sacó, puedemeterme otra vez en ella, donde yo me pierda y no vuelva a saberse demí; que tal vez me empareden o me entierren vivo. De suerte que, entrela Inquisición y la horca, no sé qué haga, ni qué deje de hacer, ni pordónde tire.

—¿Y quién es ese tal y tan poderoso señor que en tales preñeces sinsalida os mete, señor Viváis-mil-años?

—¿Pues quién ha de ser, tía Zarandaja, más que el capitán donBaltasar de Peralta, que Dios confunda, que cada vez más empeñado poresa doña Guiomar de mis culpas, y celoso, y con más furia que unarabiosa pantera hircana por lo de la música anoche, y porque doñaGuiomar salió a sus miradores a oírla, empeñado está en acabar de unavez, y en meterle todo a barato, y a salga lo que saliere, aunque lo quehubiera de salir fuese la destrucción y acabamiento del mundo? Y habéisde saber, que lo que ese caballero, (maldígale Dios) quiere, no es menosque meterse esta noche, cuando sea de ella la mitad por filo, en eljardín de doña Guiomar por las tapias de mi corralejo.

Se le volvió el alma de arriba abajo a Miguel de Cervantes, y temblabade cólera, y al mismo tiempo se le alegraba el corazón, porque oyendoestaba que se le venía a las manos la mejor manera que podía haberdeseado de castigar a don Baltasar de Peralta y libertar de él a suadorada y ya imposible doña Guiomar.

Continuado había con su plática entretanto Viváis-mil-años, y habíadicho:

—Que yo he de servir, mal que me pese, a don Baltasar de Peralta,veislo harto claro, tía Zarandaja; que en casa de la maldita viudaquiere meterse a la media noche, ya os lo he dicho; y aun pudierasufrirse si en entrar solo y por mí guiado, consintiese, que todo ellosería que, o empeñaría la honra de doña Guiomar, por la violencia de supasión atropellada, o ella se defendería y gritaría, y acudirían suscriados, lo cual, habiéndome yo escurrido a tiempo, nada me importaría,y él vería cómo salía del empeño en que se había metido. Pero es el casoque don Baltasar se ha puesto en todo, y con gente dura y resuelta encasa de doña Guiomar meterse quiere, cosa que puede salir de tal maneray con una tal tormenta, que el agua llegue a las nubes.

—¿Y a cuento de qué me habéis manifestado todas esas cosas, señor Viváis-mil-años? —dijo la tía Zarandaja.

—A cuento de que vos podéis sacarme del aprieto en que me hallo.

—¿Y cómo, si os place, de tal aprieto he de sacaros yo?—dijo, poniendomuy mal gesto al rapista, la tía Zarandaja.—Ya que vos estáisperdido, ¿queréis que yo me pierda también? ¿Y estas son las buenascorrespondencias de nuestra amistad? Pues de amigos como vos, Dios melibre, y que yo no los vea jamás sino descuartizados.

—Dios os lo pague por la buena voluntad, que me tenéis, que cuando avos vengo a ampararme, porque ya me considero ahorcado, vos me tiráis delos pies. Y no a que perdáis vengo yo, tía Zarandaja, sino a queganéis la mitad de mil ducados, que porque le sirva me ha dado donBaltasar de Peralta. Y vedlos aquí en buenos doblones de a ocho de losdel cuño del emperador.

Y el señor Viváis-mil-años sacó una bolsa de malla de seda verde, conricos pasadores de oro, y tan repleta, que casi reventaba.

—La mitad voy a contaros,—continuó Viváis-mil-años, corriendo lospasadores de la bolsa y echando fuera con tiento los doblones para queno sonaran,—y así no podréis decirme, si os perdéis, que os perdéispor mi provecho y no por el vuestro. Y

sabed, tía Zarandaja, que estabuena hacienda que tomáis, nada tiene que ver con lo que haya de pagarsea los bravos que con don Baltasar de Peralta, para resguardarle yasegurarle el golpe, hayan de entrar casa de la hermosa viuda; nitampoco lo que haya de darse a los que con una silla de mano esperaránen mi corral para meter en ella a doña Guiomar, tapada la boca y atada;y porque vos busquéis a esa buena gente, que vos tenéis másconocimientos que yo, que no conozco más que pelones y personas denonada, muy buenos para bravear de lengua y sin valor alguno para llegara los hechos, estas riquezas os doy; que bien sé yo que una docena dehombres de alma y puños que se necesitan, los encontraréis vos a mediorodeo; y contando ya con que los buscaréis, porque veo que os vaisguardando estos bendecidos doblones, os digo que no andéis escasa enprometerles, y con lo que pidieren por su pena y el peligro en que van aponerse, a mi casa andad y se os dará lo que fuere menester; y noreposemos, que las noches son cortas, y las doce se echan encima enseguida. Así pues, decidme lo que os parezca, y si os pareciere no hacerlo que se os pide, tornadme esos doblones e ireme yo a otra parte endonde mejor dispuestos estén a ayudarme.

El alma hubiera dado antes la tía Zarandaja que los doblones, que yahabía sepultado en la honda faltriquera que llevaba debajo de la saya.

Así es que dijo:

—Hablando, las gentes se entienden; y cuanto más honradas son, mejor.Id y en paz y contento, señor Viváis-mil-años, que dentro de mediahora en vuestra casa me tendréis con la razón de lo que sea, y que serátal, que bien descontentadizo habréis de ser para no contentaros.

Acabose de beber su vino el señor Viváis-mil-años, despidiose de latía Zarandaja, echole esta afuera, cerró la puerta de la calle y fuesea abrir la del aposentillo en que Cervantes toda la conversación queacababa de pasar había escuchado.

Estaba nuestro mozo pálido de cólera, y a duras penas se contenía.

Y tan feroz miraba, que de miedo, se echó a temblar la tía Zarandaja,y por satisfacerle, y temiendo no empezase por ella con algo que no muydel gusto de ella fuese, se apresuró a decirle:

—Pues que yo no puse punto en boca al señor Viváis-mil-años cuando entales honduras se metía, claro os he dado, señor mío, a entender, que miintento era que todo lo supieseis; y si todo lo habéis oído, vos diréislo que haya de hacerse, que a vuestro mandato me pongo, y estos dinerosque el señor Viváis-mil-años me ha dejado, dispuesta estoy aentregaros.

—Guardadlos, tía Zarandaja, que pocos son, y una mínima partecomparados con lo que doña Guiomar os dará cuando sepa de qué manera lahabéis servido.

—Venga ahora el mandato de lo que quisiereis,—dijo la tía Zarandaja.

—Pues dígoos,—respondió Cervantes,—que hagáis como si yo nada supieray como si quisierais servir a ese don Baltasar de Peralta.

—Ved lo que hacéis, o más bien lo que pensáis hacer, señorsoldado,—dijo la tía Zarandaja, mirando con asombro a Cervantes;—queen una temeridad tal podíais dar, que os cueste cara; que no querría yoque a un mozo tal como vos, que sois un pino de oro, y tan amado por unatal y tan rica hembra de la hermosura como doña Guiomar, le acontecieseuna desgracia; que no me consolaría de ella en todos los días de mivida.

—Nada se os dé por eso,—dijo Cervantes,—y dejad a cada cual que allávaya adonde le parezca bien ir, y haced vos lo que os he dicho, que asíconviene que sea. Y sin más, quedaos con Dios y hasta la vista, que noserá sino para premiaros largamente por lo bien que nos habréis servido.

Y como la tía Zarandaja quisiese replicar, impúsola Cervantessilencio, mandola abriese la puerta, saliose, y de allí a gran pasofuese a casa de doña Guiomar, y allegándose al postigo del jardín llamó,y abrió Florela, que harto cuidadosa por la gravedad de los sucesos quehabían sobrevenido, por allí andaba esperando.

XVIII

De como puede enamorarse una mujer hasta el punto de morir de amor.

—¡Ay, señor mío de mi alma!—dijo Florela,—¡que no sabéis lo quesucede!

El alma tenía en un hilo Miguel de Cervantes, y sobresaltado por laspalabras que acababa de decirle Florela, preguntola con la voz no muyfirme:

—¿Pues qué puede suceder en esta casa que sea una desgracia, comoparece manifestármelo las palabras que me habéis dicho y vuestroespantado acento?

Echósele de rodillas a los pies Florela, y díjole:

—Vuestro perdón os pido, que yo, por la lealtad que a mi señora tengo,y por el mucho amor que veo que mi señora os tiene, que aunque no loconfiesa, harto claro con las acciones exteriores muestra, he sido lacausa de la desdicha que acontece.

—Hablad

presto,

Florela,—exclamó

Cervantes

levantándola,—que oyendolo que me decís, estoy suspenso y sin vida.

—¡Ay señor!—dijo Florela,—que yo, cuando mi ama se fue a la visita deese familiar, que Dios confunda, que a buscarla vino, entre la espesuradel cenador acechando quedeme, y oí lo que con doña Margaritahablasteis, y vi que vuestra la hicisteis; y como tanta es, ya os lodije, la lealtad que a mi señora tengo y el agradecimiento a que ella meobliga por el amor que me tiene, sabedora de todo la hice.

Alegrádose hubiera Cervantes si en aquel momento hubiérase abierto bajosus pies la tierra.

—Buena y valiente es mi señora,—dijo Florela gimiendo;—

que su dolorha vencido, su semblante ha compuesto, con vos y con doña Margarita hahablado como si no la hubiese aguijado el impío dolor que la mordía lasentrañas; solícita y amiga con doña Margarita se ha mostrado después deque vos os partisteis, y ella misma en su mismo aposento y en su mismolecho la ha recogido, y luego se ha ido a aquella cámara donde vos aella anoche os aparecisteis, y no pudiendo más, allí una congoja trasotra la ha acometido. Y como yo quisiese salir a enviar pormédico,—«no llames a nadie, Florela, me ha dicho, que no quiero quenadie vea el triste espectáculo del dolor que en mí causa la no esperaday tirana desventura mía; y llévame a tu lecho, amiga Florela, mientrasque pasa esta cruel fuerza del dolor que me acaba.»

—¡Oh! ¡en mal hora nacido yo,—exclamó Miguel de Cervantes,—que pordonde quiera que voy, siguiéndome va como inseparable compañera ladesventura! ¡Oh dichas entrevistas y con alegría de amor en esperanzasgozadas, y antes de ser tocadas, desvanecidas e imposibles!

—Por imposible debéis tenerla,—dijo llorando y acongojada Florela;—yno es vuestra la desventura, que así os hiere a vos como a mi señora,sino de mi señora, que para ser desventurada ha nacido, y tan sinmerecerlo, que en ella la hermosura, con ser tan grande, es lo menos, ymás la hermosura es de su alma; que Dios ha hecho para la nobleza, parala honestidad y para la virtud. Y no hay que pensar en el remedio de loque ha sucedido, que no le tiene; que mi señora no cesará hasta quecasado os vea con doña Margarita, y veros casado con ella, para ellaserá la muerte; que no podrá resistir al desesperado dolor de sus amoresmalogrados; que aunque yo no entienda cómo tan presto han llegado apasión mortal estos amores malhadados, tales son para mi señora, quemataranla perdidos y sin esperanza de ser logrados.

—Sea lo que Dios quisiere,—dijo Cervantes,—y si con mi vida rescataryo pudiera el corazón de vuestra señora, que sin tan yo merecerlo niesperarlo, por mis amores está cautivo, con gusto la daría y mil quetuviera.

—Dos desgracias serían, que no creáis que mi desventurada señora puedasobrevivir mucho a lo cruel de su desengaño: ella creía viendo lo que envos veía, y cómo en sus ojos de amor agonizabais, que otra mujer queella para vos no había en el mundo, ni otra gloria que la de Dios quesobrepujar pudiera en bienandanza a la gloria que vos gozabais enamoradopor ella; y es tal y de tal manera la agonía que a mi señora atormenta ymata, que llamar ha mandado a un escribano, que hacer testamento quiere.

Perplejo más y más se encontraba Cervantes, que en aquella ocasión noimaginada, ni él se atrevía a ponerse ante doña Guiomar, ni podíahacerlo, ni había para qué hacerlo; que lo hecho hecho estaba, ni otromedio encontraba que casarse con Margarita, y por esto su vista con doñaGuiomar no sólo no podía ser, sino que ni aun debía pensarse en ello.

Salirse de la casa en aquel punto y enviar al otro día un su amigo, omás bien un sacerdote, que su casamiento con Margarita tratase, ser nopodía, porque de esta manera quedaría abandonada a los malos intentos desu tenaz perseguidor doña Guiomar.

Y advertir de lo que pasaba a Florela, era llevar más el espanto y laperturbación a aquella casa, y mostrarse cobarde huyendo el bulto alpeligro, después de haberse mostrado veleidoso, cuando no libertino, malapreciador y temerario de la valía de doña Guiomar; pues permanecer enaquella casa a cuya dueña había entregado al dolor y a la desesperación,también era cosa recia.

Amparose, pues, de Florela, y la dijo:

—De todo lo que puede hacerse después de hecho el mal que me obliga adescontentarme de haber nacido, lo mejor que puede hacerse es dejarvenir el tiempo; que puede ser que milagrosamente Dios nos abra caminopor donde salir podamos a un punto no tan desesperado como en el queahora nos vemos. Y

así pues, llevadme a un aposento donde yo quede,hasta que mañana veamos dónde esta desesperada aventura nos lleva; quebien podrá ser que durante la noche doña Guiomar se aconseje con sualma, y a algo muy diferente de lo que hoy piensa se determine, o talvez se desengañe y se cure, quedando yo el solo enfermo y el solodesesperado. Y pluguiera a Dios que así aviniera y que para mí solofuese la desgracia.

—¡Ay, señor mío!—dijo Florela,—que muerta estoy de espanto; que talestá mi señora, que aunque ello parezca increíble, a mañana no llega;que bien conocéis vos el corazón que tiene, y cuánto y con cuánto amorde vos se ha llenado, y tal es así, que, al quedarse vacío, con lamuerte se llenará. Pero sea lo que vos decís. Venid, que en un aposentoque hay entre el de mi señora y el mío voy a colocaros, sin que ella losepa; y así, si algo sobreviniere por lo que sea necesario acudáis aayudarme, estaréis a punto.

Y con esto la fiel doncella condujo a un aposento del piso alto a Miguelde Cervantes, y allí dejole más muerto que vivo, con el alma turbada, yde tal manera, que a veces le parecía un sueño la realidad que tan duray cruel se le mostraba.

XIX

De como enloquecido Cervantes por el amor, creyó que la mano deDios le apartaba de los efectos de su locura.

Por algún tiempo estuvo Cervantes sin poder darse cuenta de si erapersona de este mundo o alma del otro, abatido por la misma grandeza ypesadumbre de lo que le acontecía.

Acometíale a veces el torcido propósito de salirse de aquel aposento yentrarse en el de doña Guiomar, y abandonando a Margarita, prometerse adoña Guiomar, empujándola con el encanto de la palabra y la fuerza delamor y de las lágrimas, a que a sus amores cediese, y en ellos seperdiese y enloqueciese, y su esposa fuese; que ampararse podía aMargarita y hacerla rica, y por la pingüe dote encontrarla marido.

Pero si el bueno puede caer en la tentación del mal, su misma bondad deella le obliga a apartarse avergonzado; que si bien la fuerza del amorpuede enloquecer a las mujeres, y en efecto, con suma frecuencia lasenloquece, nunca el crimen cometido deja de volver sobre la conciencia,y morderla y despedazarla, haciendo imposible toda felicidad y contento,que si Cervantes pensaba que en algunas horas no podía Margarita haberseempeñado por él en un amor tal, que por él la vida se le hiciese odiosa,pensaba también que no hacía mucho más tiempo que sus amores con doñaGuiomar duraban, y atendiendo a la realidad, ningún empeño de honra condoña Guiomar tenía, en tanto que en la mayor deuda de honra en que unhombre puede hallarse con una mujer, lo estaba por Margarita. Otrosí,abogaban a voces por Margarita su miserable fortuna, su orfandad y suabandono, en tanto que la riquísima doña Guiomar otra desgracia más quela del amor no tenía, y podría suceder muy bien que de ella seconsolase, y todo al fin se redujese a contrariedad y despecho, que eltiempo iría gastando, hasta que al fin aquello no fuese para ella másque un enojoso recuerdo.

Pensando en que esto podría suceder muy bien, sacaba en claro Cervantes,que él quedaría el único dolorido y el único desesperado; que al perderla esperanza de gozar a doña Guiomar, y cuanto para él doña Guiomarvalía, había conocido cuánto la amaba, y cuán con exclusión de todaotra mujer.

Y esta misma certidumbre de lo imposible de su amor, de tal manerasublimaba el alma y el cuerpo de doña Guiomar para Cervantes, que leparecía que si Dios para consolarle hiciera bajar un ángel del cielo, nohabía de parecerle tan hermoso en cuerpo y en alma como doña Guiomar;que hermosa era de cuerpo y de alma Margarita, ¿cómo dudarlo? pero conser ya suya, y sin el encanto de lo imposible, puesta como unimpedimento entre Cervantes y doña Guiomar, hacíase para Cervantesenojosa y casi aborrecible, y aborrecía la hora en que con aquelmiserable entierro se encontró, y aun con más ahínco maldecía lacompasión que a irse tras el entierro moviole, llevándole a punto en queconoció a Margarita.

Todo era confusiones y vacilaciones, y tentaciones y arrepentimientosCervantes, y dar en una idea, y dejarla para dar en otra, y de aquellaotra volver a la misma idea.

Y como, aunque era noble y altivo, no era santo, y de tal manera leapretaban el amor y el deseo por doña Guiomar, y hasta tal punto doñaGuiomar iba acreciendo para él en lo preciosa e incomparable, ganándolela fiebre, apoderándose de su pensamiento la locura, atormentado ya detal manera por las ansias que le acongojaban que resistirlas no pudo,como si una potencia invencible de él hubiese tirado y atraídole a doñaGuiomar, con las vascas casi mortales de su pasión, determinose; ydiciéndose que su vida era doña Guiomar y que Dios hiciese lo que fueseservido de Margarita, levantose del sillón en que había permanecidoinmóvil desde que en aquel aposento le había dejado Florela; yacercándose quedo a la puerta, abriola silenciosamente, y en un corredoroscuro se encontró, y sin saber adónde había de dirigirse para dar conel aposento de Florela, en que doña Guiomar estaba; que aunque Florelale había dicho que entre el suyo y el de su señora estaba el aposento aque le había llevado, no sabía a cuál lado estuviese el de doña Guiomaro el de Florela, si a la derecha o a la izquierda.

Pero como Cervantes se había decidido a satisfacer los gustos de suamor, y cuando tomaba una resolución se mantenía firme en ella, y unavez resuelto el encanto de doña Guiomar para él crecía, determinose areconocer las dos puertas de la derecha y de la izquierda, escuchar, yver si por algún indicio sacaba cuál el aposento en que doña Guiomarestaba fuese.

Así es, que estando a la puerta misma de su aposento, a la izquierdavolviose, y palpando la pared, adelantó hasta tocar una mampara de seda,y tan rica, que ella le demostró que no al aposento de la doncella debíadar entrada una tal manpara, sino al de doña Guiomar.

Y turbose, y pareciole que Dios, viéndole en aquel mal paso en que,olvidado de su obligación y de la grande y sagrada deuda que conMargarita le había empeñado, le llevaba a aquella habitación de doñaGuiomar, en que él sabía que Margarita estaba, como diciéndole: «Este estu camino; no el de tus gustos, que tan desatentadamente buscabas paraperderte.»

Y como este pensamiento agobiase a Cervantes, y le turbase y leaniquilase, como si hubiese sentido sobre sí la justiciera y al parmisericordiosa mano de Dios, vaciló, y con la mampara dio, y causóruido; y a aquel ruido sucedió inmediatamente el ladrar de un perrodentro de la estancia, y el ladrar con toda la fuerza y la saña que suvejez le permitían, porque aquel perro era el triste compañero que aMargarita había seguido.

Aturdiose más y más Cervantes, más y más se acongojó, más y más el miedode la justicia de Dios acometiole, y trémulo, y cobarde, hacia elaposento que había dejado tornose.

En aquel punto oyose una puerta que violentamente se abría.

El perro continuaba ladrando, y de improviso una mano helada asió unamano de Cervantes, y llevósele.

Pero lo que aconteció requiere capítulo aparte.

XX

De la horrenda tragedia con que se encontró sorprendido y espantadoMiguel de Cervantes.

Cuando los nublados ojos de Cervantes recobraron su claridad, hallose enun aposento, no muy grande, teniendo ante sí a doña Guiomar, que pálidoel bello semblante, ardiendo los celestes ojos, demudada toda,descompuesto el traje, le miraba con una tan no vista pasión ysentimiento, que no una mujer creyó tener delante de sí Cervantes, sinoalgo sobrenatural y nunca imaginado.

Tal parecía doña Guiomar, que todo encarecimiento sería poco para decirde qué manera ardían sus ojos amenazando muerte, manifestando congojas,diciendo desesperados cuanto la rabia, y el despecho, y el dolor, y laagonía, todo junto, y la soberbia, y el espanto, pueden decirse con ellenguaje de la mirada.

Afeábase su hermosura por lo desencajado y lo amarillo del semblante, yestaba, en fin, tal, que todo había que temerlo de ella, ya contra sí sevolviese, ya contra los que eran la causa de aquella desventura horribleen que se encontraba.

Por algún tiempo, doña Guiomar estuvo mirando con todo este dolor, contoda esta rabia, con toda esta amenaza, con toda esta descomposición,con toda esta desesperación, con toda esta pasión que se ha dicho, aCervantes, que al verla de tal modo, encontrándose ante ella abrumadopor la culpa, habría querido que la tierra se hubiese abierto bajo suspies y le hubiese ocultado.

Y ella continuaba asiéndole, trémula, ansiosa, fuera de sí, mortal; yCervantes sentía el temblor y la fuerza de la delicada mano de doñaGuiomar, mano fría, helada, que comunicaba su hielo a la sangre deCervantes.

—Pues, enemigo cruel de mi sosiego y de mi alma,—dijo doñaGuiomar,—que más rudo enemigo que tú ni le he tenido, ni le tengo, nitenerle puedo, ni hay criatura que en las impiedades de tal enemistadcomo la tuya caiga, ¿en qué te detienes? ¿qué aguardas? ¿qué miras? ¿quédudas, que ya tu tiranía no ejercitas y a todo te atreves, y no mirandomás que a tus gustos, por todo no atropellas? Sea lo que Dios quisierede esta desventurada, que no sabía hasta qué punto de nadie conocidopodía llegar su desventura. Pues qué, ¿no te basta haber envuelto en lasmalas redes de tus palabras traidoras, de tus engaños homicidas, a unatriste que has encontrado en el mayor de los desconsuelos y en la másmiserable de las orfandades? Continúa tu obra, lobo carnicero y sinentrañas; hiere, mata, devora, cébate en tu presa, y no te acuerdes deque hay un Dios que ha puesto en las criaturas eso que tú no conoces;pero que un día traerá sobre ti el remordimiento, tu infierno en lavida, el castigo de Dios antes que mueras, y que se llama conciencia.

Y de tal manera se había acongojado doña Guiomar, expresando, arrastradapor la fuerza increíble de su pasión, sus atropellados razonamientos,que no pudo decir ni una palabra más, porque la sobrevino una talcongoja, que la enmudeció.

Y no sabía Cervantes qué decir, que ella lo sabía todo.

Y si la decía, como era cierto, que él, desesperado, conocía que lasobligaciones en que se había puesto con Margarita no habían sido partepara vencer en su alma aquel entrañable y violento amor que ya era dueñode su alma cuando a Margarita conoció, y que sólo la locura de susturbulentos deseos había podido ponerle en obligaciones de honra pacacon ella, ocasión daría a doña Guiomar para que le despreciase y sesintiese avergonzada por aquel su amor, tan mal empleado en un indignosujeto.

Ni podía decirla que por Florela sabía que Margarita estaba aposentadaen la misma alcoba de doña Guiomar, porque no sabía cómo disculpar suida secreta, amparándose del silencio de la noche y de la soledad de lacasa, para ir a buscar a la que ya debía tener como su esposa.

Esto hubiera sido la confesión de su menosprecio a la casa de la que,tan generosamente, primero le había amparado a él, y luego a Margarita.

En malos pasos habíase metido en aquella ocasión Cervantes.

Por agria,torcida y difícil senda había tomado.

En empeño gravísimo se encontraba, y en la falta en que últimamente lehabía encontrado doña Guiomar no había disculpa, y aunque una falsadisculpa hubiese podido encontrar, su turbación y su espanto no lepermitían hallarla.

Pero como todo el amor que en él había era de doña Guiomar, y este amor,al ser combatido tan duramente y tan sin remedio por la desatentadaconducta suya para con Margarita, hubiese llegado a la pasión que ennada se para, que a todo se arroja, cuando se hubo calmado aquel primerespanto y sorpresa, y el anonadamiento y vergüenza que le habíancogido, Cervantes se determinó a manifestar lo que en él pasaba a doñaGuiomar, y viéndola toda entregada a aquel amor tan grande, que parecíano consentir igual sobre la tierra, prevalerse de él imaginó y lanzarlaen el desvarío de la pasión, haciéndola olvidarse de toda virtud, detodo deber, de todo decoro, y compelerla a que con él se casase y aMargarita satisfaciese con dinero; y si esto no bastase, fuese lo queDios quisiese de ella.

Quiso, pues, llevar a doña Guiomar a que se sentase en un canapé que enel aposento había, y con voz dulce, y tentadora, y acariciadora, yenamorada, la dijo:

—Ni yo para más que para vos vivo, hermosa y adorada señora mía, nipudiera vivir después de conoceros, si no fuese para cifrar en vos miventura, ni pensar quiero, porque sólo pensar en ello me mataría, que devos habré de vivir apartado y a otra unido; que sería como verme unido aun insoportable tormento, que me haría desear, como un menor mal, lamuerte.

Sosegaos, idolatrada alma mía, que vuestro soy, y no hay poderque de vos me aparte, ni obligaciones que tanto puedan, que por ellas ala inefable dicha de ser vuestro y de que vos seáis mía renuncie.

Escuchábale atónita doña Guiomar, inmóvil, muda y fría como una estatua;y creyendo Cervantes que no le respondía por el mismo efecto que enella causaban sus palabras, prosiguió de esta manera:

—¿Qué hay que pueda moveros de tal modo a furor y odio contra mí, y atal desconsuelo y tal desesperación os lleve? A buscar vuestro aposento,cuando vos me encontrasteis en ese oscuro pasadizo iba, resuelto apediros con todas las ansias de mi alma me perdonaseis la injuria, que,sin ser yo poderoso a evitarlo, en un momento de turbación y deceguedad, arrastrado por no sé qué tentación invencible, sin que mi almaen ello tomase parte alguna, ni determinación mi voluntad, nisatisfacción mi deseo, os he hecho. Y creedme, señora mía, que tan no hatardado la penitencia de