Inocente había sido en contar con tal lisura su historia doña Guiomar, yclaras muestras había dado de no conocer el mundo; que el calumniado quede la calumnia de que es víctima habla, es uno más que a la calumnia quele sacrifica ayuda. Y esperárase a lo menos doña Guiomar a que, por sermujer de Cervantes, este dudar no pudiera de la hasta entonces enteracastidad suya, y mejor hiciera, y sobre seguro y sin peligro pudieracontarle lo qué, no habiendo llegado a aquellos términos, era ocasionadoa los recelos, que como no podía menos de ser, a nuestro Miguel, que erahombre de una grande experiencia, acometieron.
Imprudente había sido doña Guiomar confiando en su inocencia, y más aúnen el amor de su soldado; y si hubiera su corazón visto cuando ella sacóde su seno la medalla del señor Ginés de Sepúlveda, arrepentídosehubiera de su imprudencia; que Cervantes creyó, que si el familiar no lahabía preso, a causa había sido de algún inapreciable favor con que larectitud del enviado de la Inquisición doña Guiomar había torcido; y notuvo la medalla que de su hermosísimo seno doña Guiomar había sacado,sino como recuerdo y prenda de amor por el familiar a ella dejados. Y nohabía sido otra la intención de doña Guiomar que la de espantar aMargarita, a la que una vez recibida no se atrevía a echar a la calle,para que ella de su motu proprio se fuese, atemorizada al saber que lacasa tenía duende, y que para defenderse del mal era necesaria unamedalla de la Santa Inquisición, que ella no tenía. Celosa andaba doñaGuiomar, porque poco recatado Cervantes, atraído por aquellos dosopuestos polos entre los cuales se encontraba, y aunque más cerca dedoña Guiomar, no muy distante de Margarita, había mirado más de una veza esta con encendido ahínco, y hartas señales había dado Margarita,aunque sin pensarlo, del amor que por Cervantes se había encendido en supecho; todo lo cual había nublado y ennegrecido los inquietos espíritusde doña Guiomar, y por esto, como se ha dicho, de duendes había habladoy había sacado la medalla, para que de ella, y por su propia voluntad,se apartase aquella su negra enemiga. Y estando en esto, entró en elcenador Florela, ya repuesta en su natural y propio traje de doncella, yarrimose a doña Guiomar y quiso hablarla en secreto, pero ella le dijo:
—Dime alto lo que tuvieres que decirme, que no hay necesidad de queestos, mis buenos amigos, crean que yo tengo algo oculto, y a más que esdescortesía.
—Pues, señora,—dijo Florela,—ahí está, y por vos pide, aquel señorfamiliar que anoche vino, y dice que de graves asuntos tiene necesidadde hablaros.
—Pues que allá voy dile,—respondió doña Guiomar.
Y como Florela se fuese, continuó:
—Cosa es la Inquisición a que no puede cerrarse la puerta ni obligar aespera. Y así vosotros, amigos míos, me perdonaréis si os dejo para ir aver lo que la Inquisición de mí quiere.
Y doña Guiomar, levantándose con no pequeñas muestras de sobresalto, delcenador saliose llena de celosos cuidados, porque a solas dejaba conMiguel a Margarita; y más cuidosa hubiérase sentido doña Guiomar si enel alma de Cervantes pudiera haber leído; que éste creyó que doñaGuiomar se encontraba en la mezquina y dura ocasión de una dama de pocomás o menos, que estando al lado de un su enamorado, la visita de otroenamorado con quien tiene grandes respetos, y dejar de asistir a la cualno puede, la anuncian.
XIV
De como hubiera hecho muy bien doña Guiomar en no acudir a lavisita que le hizo el señor Ginés de Sepúlveda.
Como Margarita, libre de testigos, a solas con Cervantes se encontraseen aquel cenador sombrío, donde la belleza, el silencio y la frescura alamor convidaban, sin reparar en que los que están rodeados de tupidoramaje no pueden tener la seguridad de no ser acechados, como lo eranellos, y de cerca, porque la celosa doña Guiomar había diputado a sufiel Florela para que observase, los ojos alzó ella sin miedo y los fijóen Cervantes de una manera tan clara, que él se sintió amado hasta lasentrañas, y dolorido por doña Guiomar y contra ella irritado, sus ojosfijó en Margarita con no menos vehemencia y fuego que ella en él fijabalos suyos; y fuésele a ella un suspiro, y él con otro suspiro contestó,y así permanecieron algún tiempo, indecisos,
sin
hablarse,
y
mirándosetiernamente,
y
requebrándose con los ojos, que el diablo andaba por allísuelto y tejía ya una maraña que sin desdichas no habría dedesenredarse, y cuando fuese peor el remedio que la enfermedad.
—En verdad, en verdad, señora mía,—dijo Cervantes,—que ni yo sé loque me pasa, ni dónde estoy, ni a qué atiendo, ni qué deseo, ni de quéhilo he de valerme para salir del laberinto en que perdido me hallo.
Oíalo todo Florela, que a poca distancia estaba, entre el follaje de unbello jazmín escondida, y oyó asimismo que Margarita dijo, con la vozapenada y débil, y tan apasionada, aunque quería ocultarlo, como si suvoz hubiera salido de en medio de sus doloridas entrañas:
—¡Ay, señor mío, que yo también estoy espantada de mí misma, porque nodebiendo tener ni corazón ni alma más que para la desgracia, que nuncalloraré bastantemente, del fallecimiento de la desventurada madre mía,en cosas pienso que tan lejos están de mi madre como de mi ventura! Y encuanto a lo que decís del hilo que necesitáis para salir del laberintoen que os encontráis perdido, dígoos que bien podéis valeros del hilo deoro que tenéis en las manos, y él os sacará a buen puerto.
—¿Pero no sabéis, hermosa señora mía,—contestó Cervantes,—que el hilode oro, cuanto más rico es, por no tener mezcla de ningún otro metal, esmás quebradizo? Oro no me deis a mí para que de guía me sirva, que nuncaha sido el oro el imán de la aguja de mis deseos; que si lo fuera, nohubiera yo dado en poeta, que es lo mismo que hacer voto de pobrezaperpetua e incurable, y de perpetuo afán e irremediable locura.
—De poetas es,—dijo Margarita,—volverse a lo que más brilla y adorarel sol que deslumbra.
—Pero a veces, señora, cuando más luce el poeta, es cuando la fraganciaaspira del humilde lirio que entre la yerba se esconde, y con plácidavoz y acordada armonía le canta.
Coloráronse súbitamente las mejillas de Margarita, y un súbito tembloracometió a Cervantes, que en los ojos de Margarita vio algo que, yendomás allá de lo humano, divino parecía, y que le atraía con una noconocida fuerza, y de tal manera, que el uno dio en los brazos del otro,y sus labios se unieron, y ella, desfallecida sobre el hombro deCervantes, reclinó su hermosa cabeza, y suspirando le dijo:
—Mi esposo sois, que ya de ello con vuestros labios y con vuestroabrazo me habéis dado testimonio; y ved lo que hacéis, señor mío, de mialma, que aquí de celos fallezco y de espanto me muero; que de vos doñaGuiomar está enamorada, y duendes hay en esta casa, y yo no tengo comoella medalla de la Inquisición que de los duendes me defienda.
Selló una y otra vez Cervantes los labios de Margarita, libando laambrosia de su aliento, y reparándose al cabo y pensando en que de aquelsu olvido y arrebato podía haber ocultado cuidadosos testigos laespesura, de sus brazos dulcemente separó a Margarita, y la dijo:
—Vuestro esposo soy; de ello no podéis tener duda, si no es que en dudaponéis mi hidalguía y mis cristianos pensamientos; y puesto que esto notiene ya remedio, ni yo deseo que lo tenga, ni arrepentido estoy dehaber llegado al punto a que me ha convidado mi por vos prósperafortuna, disimulemos, que a vuestra honra y a la mía el disimuloconviene; que no hay para qué de vos se hable ni de mí se diga que no hetenido valor para contener los impulsos de este violento corazón mío,que tan presto, de tal manera y para siempre, habéis hecho vuestro.
—¡Dios sea bendito!—exclamó Margarita, levantando los hermosos ojos,llenos de lágrimas, al cielo,—que en el amargo y negro día en que paramí juzgaba ya cerradas todas las puertas de la esperanza, la felicidadencuentro, no embargante el dolor que siento porque mi desdichada madreno vive, y es testigo y partícipe de mi ventura.
—Cesemos en esto, señora de mi alma,—dijo Cervantes,—y procuremosrecobrar la serenidad del rostro, no sea que doña Guiomar vuelva ysospeche, y celosa os injurie, y en trance me ponga de hacer lo que noquisiera ni cumpliría a mi honra; y habladme de los sucesos de vuestravida que relatar os falta, y más que esposos enamorados, parezcamosbuenos amigos hasta que de esta casa salgamos, y habiendo pasado por laiglesia, a la pobre mía os lleve.
Y como aconteciese que Cervantes fuese volviendo en sí de aqueltrastorno de sus sentidos, de lo a que él, si no hubiese estado celoso yperturbado, no hubiera llegado, espantose; porque conoció claro que nopor haber empeñado él su honra, tomando la de ella, había menguado en unápice su adoración por doña Guiomar, sino que antes bien, con la nuevadificultad había acrecido; y aquejábale hasta criar dentro de su pechouna rabiosa tormenta, el ver que la visita del familiar con la hermosaviuda continuaba, y que ella no volvía; y mientras esto ponía aCervantes en una borrasca de confusiones, Florela atisbaba, demudada ypálida, porque a su señora amaba, oculta entre los jazmines, yproponíase todo relatarlo como ella lo había visto y oído a doñaGuiomar, para que no fuese más tiempo burlada y engañada, y por la burlay el engaño se vengase.
XV
De como Cervantes oyó el fin de la historia de Margarita entre lascabilaciones que le causaba el no saber adónde le llevaría lahistoria de sus amores.
Receloso estaba Cervantes, sospechando lo que acontecía, esto es, quetestigos había habido de su repentino e inevitable delirio; y nosospechando nada de esto por su inocencia Margarita, y dominando cuantopudo las huellas que en su semblante quedaban del frenesí de amor quepor ella había pasado, con voz dulce y enamorada dijo:
—Pues lo que contar de mis desdichas queda es tan breve, señor de mialma, que muy presto habré terminado; mucho antes quizá de que doñaGuiomar venga; que Dios sabe cuán largos pueden ser los asuntos por losque la Inquisición la busca.
Con estas palabras avivado había Margarita el fuego de la celosa rabiade Cervantes, que se arrepentía más y más de su pasada, pero irreparabledebilidad y ligereza.
Mantúvose, sin embargo, sereno, y Margarita continuó:
—Por curarme de las tristezas en que la ausencia de Gaspar de Valcárcelme había puesto, aunque yo, por lo que siento ahora conozca, ¡ay de mí!harto bien no era amor lo que por mi ausente enamorado sentía, ni viso,ni aun sombra de ello, trajéronme mis padres, como ya he dicho, a lapopulosa Sevilla, ansiosos porque mis melancolías tuviesen término en unnuevo amor; que yo era muchacha, y a la juventud no hay que pedirlareflexión ni firmeza; que no hay firmeza sin reflexión, y las jóvenesplantas que cuando dejan de ser halagadas por el dulce céfiro sedoblegan mustias, otras céfiros las alientan y reviven; y céfiro es parala mujer el primer amor que apenas si su inocente alma conmueve; amor dela inocencia, que en nada se parece a este otro amor de la vida, que porvos, señor de mi alma, me abrasa y me devora, y de tal manera, que meparece que no es mía la vida que vivo, sino que en vuestra vida aliento,y en medio de vuestras propias entrañas, y que en mis entrañas ossiento; pues, como decía, aunque mis padres tenían una tal cualhacienda, por la que en el pueblo por ricos eran tenidos y respetados, ycomo ricos vivían, no era esta hacienda cosa bastante para sufragar losdispendios a que les obligaban las galas y las joyas con que parallevarme a las principales casas, de Sevilla necesitaban ataviarme yprenderme; y como mis melancolías y pesadumbres no cesaban, y llamabanhermosura al pobre parecer mío los galanes de la populosa y regocijadaSevilla, y con pretensiones me asediaban, sin que yo de mis melancolíasy negro humor me curase, esforzábanse mis padres, y acrecían susdispendios, y hasta llegaron a poner gran casa donde pudiesen tenerlugar saraos y representaciones de pasos y comedias; que así lostristes, que por no tener más hija que yo, en mí sus ojos y su alma ytodo el amor de su corazón habían puesto, creían dar alegría a mistristezas, alivio a mis pesares, y ponerme más y más en ocasión de quealgún gentil y joven caballero de mí se enamorase, y fuese tal que yo nopudiese menos de amarle; pero esto no acontecía; que para mí los hombreseran como si no los hubiese, y en vez de agradarme me martirizaban consus solicitudes, y mis tristezas y mi desabrimiento aumentaban; y enbalde dábanme música, y en balde escribíanme versos en que me comparabancon el sol, con la luna y con las estrellas, con el cielo y con latierra, con las praderas y las selvas, con las flores y los céfiros; yono leía estas composiciones, sino que, desdeñándolas, las rompía o lasquemaba; y si yo las guardara, bien hubieran podido hacerse con ellasdos o tres gruesos libros infolio. Vendido había mi padre su haciendapara sufragar los diparatados gastos en que por amor mío se habíametido, y puesto el dinero a ganancia casa de genoveses; pero laganancia del dinero no alcanzaba ni con mucho a aquel loco y continuogastar de mi padre, y fue necesario al propio dinero recurrir quitándolede la ganancia; tal era la ceguedad de mi padre, tal la vehemencia de suamor por mí, que en aquel camino de perdición no se detuvo, esperandosiempre que algún poderoso magnate de mí se prendase, y yo lecorrespondiese y nos casásemos, y todo viniese por último a un finpróspero; que tal era la idolatría que mi padre tenía por mí, que no sele figuraba menos que yo era la única mujer hermosa que en la tierrahabía, en cuya creencia le ayudaba el ver que las gentes que a mi casaiban y que en paseo nos encontraban, y en las comedias, y en lasiglesias, se desojaban mirándome, y tras mí se iban y ansiosamente mepretendían.
Llegó al fin un punto en que, no habiendo habido hombre que en élreparar me hiciese, y por el que en nada mi malaventura del alma sealiviase, mi padre llegó al fin y remate de su hacienda, y norindiéndose aún y esperando siempre el ave-fénix que conmigo había decasarse, pidió dinero prestado, que cuando los plazos se cumplieron nopudo pagar; de modo que, conocida la pobreza de mi padre, nadie fueosado a prestarle un solo maravedí; más bien los acreedores embargáronlecuanto en la casa había: muebles, tapices, carroza, y aun la misma ropay alhajas de mi madre y mías; y como mi padre se viese en medio de lacalle con mi madre y conmigo, sin poder volver a nuestro pueblo, porqueen él nada nos quedaba, y sin tener otro refugio que la pobre casa de unfiel criado que de nuestras bien merecidas desdichas condoliose,enfermó, y de tal y tan grave manera, que al hospital de San Juan deDios fue necesario conducirle; que el criado que nos amparaba no teníafuerzas para otra cosa; y allí el desgraciado, perdida ya todaesperanza, comido del remordimiento de la miseria en que a mi madre y amí nos había puesto, muriose, y de caridad le enterraron no lejos delsitio en que esta mañana fue sepultada mi desventurada madre, en esecementerio del Salvador, adonde vos, movido a compasión por mi desgraciay mi soledad, me seguisteis. No aprovechábamos mi madre ni yo parasustentarnos con nuestro trabajo, que trabajar no sabíamos, como nofuese el soportar por amor de Dios nuestras nunca oídas y agudísimasdesgracias.
Trabajaba para nosotras, que se quitaba la vida, él bueno de Francisco;pero viejo, también adoleció, y al hospital se lo llevaron, y otro díafuimos acompañando su cadáver como habíamos acompañado el de mi padre.
Cerrábase todo para nosotras, y de tal manera, que el cielo que todosveían azul y sereno, nosotras le veíamos nublado y siniestro, preñado detempestades, y entre sus neblinas caliginosas parecíanos ver la muerteque cruzaba y sobre nosotras descendía, amenazándonos con su horribleguadaña.
Algunos de los amigos que tuvimos en aquellos tiempos que la locura demi padre (¡Dios le perdone!) hizo que pata nosotras pareciesenprósperos, nos socorrieron; pero no hay quien socorra una necesidadcontinua: la amistad se cansa pronto; que para la miseria no hay amigos,y si la caridad subsiste algún tiempo más, acaba al fin por entibiarse ypor convertir su ardiente fuego en duro hielo. Hace cuatro meses desto,y ya mi madre, por amor mío, había pretendido salir a mendigar de noche,yéndose a las puertas de las iglesias donde había ejercicios; y yo pormí no se lo hubiera consentido, pero por ella consentilo y acompañela, yambas a dos, en cuanto la noche cerraba, a la iglesia más próxima dondehabía ejercicios nos íbamos, y a su puerta nos poníamos rebozadas, y auna pesar del rebozo avergonzadas, y trémulas, y poco menos queagonizando.
Caían algunos maravedís en nuestras heladas manos, y para el pan sacamosla primera noche; pero la segunda, los mendigos de oficio que allíacudan, y que la noche anterior de nosotras se habían apercibido, nosecharon, llenándonos de improperios, diciéndonos que les hacíamosperjuicio, y que como éramos pobres nuevos, si habíamos de seguirpidiendo, habíamos de ganarlo, y no había de ser esto menos querepelándonos contra toda aquella falanje de ciegos, cojos, mancos,tullidos y muchachuelas de mal vivir; y no nos lo decían esto de buenamanera,
sino
rodeándonos
y
empujándonos,
y
poniéndonos los puños a dosdedos de la cara, y amenazándonos con garrotes y vihuelas, y gritando ychillando y aullando todos y todas a una, ni más ni menos que sihubiesen sido una legión de demonios voraces, contra nosotrasconjurados. Y no sabemos lo que de nosotras hubiera sido, porque aquellamala gente se iba embraveciendo con su propia cólera, si de improvisosobre aquel torbellino de rabiosos no lloviera de repente una taltempestad de cintarazos, que todos, sanos y lisiados, escaparon,quedándonos solas en el atrio de la iglesia, asustadas y poco menos queagonizando, mi madre y yo, y de tal manera amedrentadas, que noacertábamos a movernos, estrechadas la una contra la otra, y temblando.
Estando en esto, vino a nosotras un caballero, ya no joven, pero al quetampoco podía llamársele viejo, que era el que en aquel apretado trancenos había socorrido, y en él para nuestra desdicha, porque nos impidióaceptar de él más socorro, reconocimos a un señor capitán, persona muynoble y muy rica, y de mucho respeto en Sevilla, y como poeta no malreputado; en una palabra, el capitán don Baltasar de Peralta, del quetan acerbas e impías memorias tiene la hermosa doña Guiomar, vuestraamiga, y tan perseguida de él se encuentra.
—¿Y os persiguió también ese hombre?—dijo con la voz alterada ydemudado el semblante Miguel.
—Su concupiscencia no encuentra respeto que le ataje, ni su soberbiadificultad, en vencer la cual no se empeñe,—dijo Margarita;—cuatromeses hacía que a Sevilla había llegado y conocídome, cuando todavía nosencontrábamos con las apariencias de una riqueza mentida, y requerídomehabía de amores, y como yo le resistiese, habíame dicho:—«O mía habéisde ser, señora, o hemos de ver los dos para qué hemos nacido.»
—Desde Adam acá,—dijo Cervantes,—al mundo no ha venido criatura sinopara morir; sólo que a unas las mata Dios y a otras las matan loshombres, sino es ya que ellas a sí mismas, porque no se puedan resistir,se destruyan; y antójaseme que para el capitán don Baltasar de Peraltalas tres sangrientas parcas miden ya con muy breve término su vida; y lamás tremenda de ellas, la despiadada Atropos, sus inexorables tijerasprepara; y tengo para mí que lo que ha de ser esas tijeras lo es labuena hoja de Toledo que a la cinta llevo.
—No por Dios, señor mío,—exclamó Margarita, poniéndose como la ceraamarilla,—que hartas desventuras he sufrido ya y el valor me falta, ysi yo os perdiese, no podría resistir ni un punto, y ahogaríame la pena;que mirad que ese hombre es tal que no hay valiente ni diestro con quiense mida a quien no hiera o mate; y ved no hagáis que la despiadada puntaque a vos os corte la vida a mí al corazón me llegue, y en la tumba mearroje desesperada.
Sonreía Cervantes oyendo a Margarita, como quien sonríe cuando escuchalas raras quimeras de un sueño que se relatan, y asiéndola dulcementeuna mano y mirándola amoroso, la dijo:
—Aunque yo no tuviera más valor que el que el encanto de vuestrahermosura y el amor que me mostráis me infunden, dígoos que no ya esecapitán, que de tal modo os espanta, sino el mismísimo Orlando con todauna cohorte de encantadores y vestiglos, no bastaría para contrarestarel poder de mi brazo, que vengada ha de haceros, mal que le pese al bríoy a la fama de vuestro enemigo; y tened más confianza en el aliento dequien bien os ama, y no tembléis ni empalidezcáis, mi dulce señora, queen verdad os digo que para vos y para mí han empezado ya días másbonancibles de amor, de ventura y de esperanza. Y en esto no porfiemos,porque ved que yo no he de dejaros por todos los hombres del mundo, asísean gigantones de los que por los libros de caballería se encuentran, yque si no os dejo, él sobre mí vendrá y provocarame, y en trance mepondrá de que yo le ponga de manera que más mal que el que ha hecho nopueda hacer a nadie en este mundo; y otrosí, señora mía, que a doñaGuiomar tengo prometido castigar a ese su contumaz y peligrosocontrario.
Y a Cervantes se le iba el pensamiento sin poderlo remediar a doñaGuiomar, o, por decirlo mejor, se le estaba en ella; porque ni un puntode ella se había olvidado, como no fuese en aquellos momentos en queotra cosa no vio, ni para más vivió que para Margarita; y ahogábase ya,aunque lo disimulaba Cervantes, porque la ausencia de doña Guiomar sehacía tan larga, que ocasión daba a toda suposición de los recelosos yabultadores celos, y la ira y el espanto le cogían el corazón, einquieto se hallaba, y a no mediar miramientos, a buscar hubiérase ido ala hermosísima indiana; que entonces, a causa de sus celos y de lasemponzoñadas imaginaciones que por ellos en la turbada mente revolvía,parecíale más y más hermosa, y espantábase, porque veía que, si en vezde estar ausente doña Guiomar, lo hubiese estado Margarita,conturbádose hubiera de igual modo y de igual manera enojado e irritado,y no sabía explicarse por qué extraña, y para él no conocida razón,enamorado y en igual o casi igual término de empeño por dos mujeres séencontraba; y no sabía cómo de aquella dificultad había de salir; que élcon las dos no podía casarse, ni hacer desmerecer en su alma a la unapor la otra, con la una casándose y teniendo a la otra por amiga; queambas eran altivas y honradas, y si la virtud había faltado un punto aMargarita, culpa del amor que enloquece había sido, y a punto doñaGuiomar había estado de olvidarse de su virtud por su amor, lo que nadaimplicaba para que ellas estimasen su honra de una igual manera; que lamujer que ama y, por el amor, de su honra se olvida, no cree que suhonra ha perdido, sino que en depósito la ha dado al señor de su alma, yen obligación le considera de restaurarla en su honra, haciéndola suya,su esposa y compañera.
Disimulaba Cervantes aquel sufrimiento en que los sucesos de su amor taninopinadamente le habían puesto, y a Margarita sonreía, y no parecíasino que teniéndola a ella, toda cuanta felicidad había ansiado tenertenía; y como ella, por las razones que Cervantes la había dicho,hubiese conocido que el venir a las manos el capitán don Baltasar yCervantes inminente era, en cuanto el capitán supiese que ella aCervantes amaba, y que a mayor abundamiento, en la casa de lahermosísima viuda indiana estaba, y ella le amaba, no porfió, sino quedisimulando también su angustia, dijo:
—Si cuando yo me veía rica, porque mi padre me cubría con flores elabismo que cerca de los pies teníamos, atención no presté a lassolicitudes y a los encarecimientos del amor de don Baltasar, menospodía admitirle cuando por la miseria en que me encontraba, él podíacreer que, no esposa amante en mí tenía, sino mujer desesperada, que porno morir a los rigores del hambre, a él se había unido esclava de sudesventura; y si altiva me había mostrado con él antes, más altiva conél fui luego; y de tal manera irritado y desesperado, y con el almatorcida apartose de nosotras, dejándome ver claro en una mirada, que noparecía sino que de los ojos de un demonio salía, que creía que lamiseria, y la desesperación, y el amor a mi madre haríanme someterme asus deseos; y no fue ya sólo la dura y horrenda pobreza, los días sinpan, el cuerpo sin abrigo, la soledad y la tristeza lo que sufrirtuvimos, sino asechanzas y humillaciones, y visitas de viejas olvidadotodo temor de Dios, que a proponernos cosas venían, que no eran ni aunpara oídas; y rondadas nos veíamos por bravas y malas gentes, yasustadas nos encerrábamos de noche, y mientras la una dormía velaba laotra, siempre dispuesta a clamar socorro a los vecinos al primer asomode peligro, y sin atrevernos a salir ni aun de día a la calle.
En fin,mi desdichada madre resistir no pudo a tanta miseria, a tanto dolor, atal quebranto, y ya lo habéis visto, vos me habéis acompañado cuando laconducía al lugar de su reposo; junto a mí habéis estado cuando lahorrenda y negra tierra de la fosa de ella me ha separado, y en vuestrosbrazos me habéis sostenido cuando, arrebatada por el insoportabledesconsuelo de mi alma, creí también para mí llegada la última hora.Dios junto a mí os ha puesto; Dios ha querido que, habiendo mi corazónrepugnado siempre el amor, en él por vos haya caído en breves horas, yde tal manera, que a la locura del amor llegada, vuestra esposa mehayáis hecho y héchoos mi esposo ante Dios, que el juramento de nuestrasalmas ha oído; y Dios ha debido quererlo, porque yo no sé cómo, doloriday desesperada por la eterna separación de la adorada madre mía, esto hasido, o más bien ha sido por esto; que la yedra que pierde el árbol quela sostenía, si otro árbol encuentra próximo, a él vase y a él seestrecha con más fuerza que con la que al otro que perdió se asía; ypues yo soy la yedra y vos el árbol, y por el amor la yedra al árbol seune, no me hagáis temer, único apoyo y sustento mío, que en peligro meveo de que otra hacha enemiga el dulce arrimo a que llena de esperanzame he enlazado, me robe.
—Dígoos,—exclamó Cervantes,—que mi esposa sois, que de otra maneraser no puede, porque ni yo puedo olvidarme de los buenos padres de quevengo, de la honra que de ellos he recibido, ni de la religión ni de lacrianza que me han dado, ni de mi propio honor, ni de mi corazón propio,que vuestros son tanto como míos; y porque yo tenía ciertos empeños,aunque no de honra, con doña Guiomar, y en su casa estamos, y en ella ostiene amparándoos, y amparándoos a vos a mí me ampara, y por ello, nosólo respeto, sino agradecimiento la debemos, dejadme hacer, y nada delo que hacer me viereis os extrañe, os ponga en cuidado, ni os enoje;que todo será buscando el camino para salir a buen lugar y honrado; y enesto cesemos, que ya por entre aquellas espesuras me parece haber vistoa doña Guiomar que se acerca.
Y así era la verdad, que la hermosa indiana venía por entre las verdesfrondosidades del jardín, y en paso lento, hacia el sombroso cenadordonde los dos amantes se encontraban; y era el paso lento de doñaGuiomar la vacilación de su alma, en la que tal tumulto habían levantadosu amor y sus celos, su indignación contra Cervantes, su odio contraMargarita, y la obligación en que se encontraba, por su propio decoro,de vencer aquella tempestad que en su alma se revolvía, y aparecer antelos dos amantes tal y de igual manera que como estaba cuando se separóde ellos, que no sabía qué hacerse, y temía que en el semblante se leconociesen la turbación, y el despecho, y la ira, y los celos, y lavenganza, y el infierno, en una palabra, que a su alma daban crudaguerra; porque Florela no había andado con rodeos, y todo lo que habíavisto y oído habíala contado en el momento en que se partió el familiarque a visitarla había ido. Y
porque importa saber lo que el familiar ydoña Guiomar hablaron, y lo que hablaron doña Guiomar y su doncella, deello se va a dar cuenta en el capítulo siguiente.
XVI