El Manuscrito de Mi Madre Aumentado con los Comentarios, Prólogo y Epílogo by Alphonse de Lamartine - HTML preview

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después

pudieranescribirse, para que por siempre fuera su gloria ensalzada como yo lodeseo en los misteriosos secretos de mi corazón. Doy gracias a Diosporque ha concedido a mi hijo lo que yo deseo para mí: su voz será lamía; sus sentimientos iguales que los míos son.

(Hay aquí párrafos que son un himno de reconocimiento para su hijo).

CXXXIX

13 julio de 1829.

En esta fecha voy a narrar mi viaje a París, el cual gracias a mi hijo,ha sido una continua dicha para mí. Tuve una satisfacción inmensa al verde nuevo aquella ciudad de mi niñez, y al conocer los numerosos amigoscon que cuenta Alfonso, todos ellos personajes distinguidos por sunacimiento o sus talentos.

Madame Récamier, a quien dicen que meparezco, me he dispensado una acogida excelente; he asistido en su casaa una lectura que ha dado M. de Chateaubriand, quien ha leído unatragedia titulada «Moisés»; la figura de este grande hombre me haimpresionado más que sus versos: tiene el aire majestuoso de un rey enmedio de su corte. Me gusta más el aire natural y sencillo de otroshombres de gran talento, que estaban allí, y que yo ya conocía desde miniñez. No obstante, la gloria tiene para mí grandísimo prestigio; creoque si mi hijo alcanzara algún día la más pequeña parte, estaríaaltamente satisfecha. Pero yo pido a Dios para mi hijo muchas cosasantes que esa gloria, que muy bien pudiera resultar vana, examinadadetenidamente.

CXL

21 septiembre de 1829.

Mi pobre Alfonso es el que me ayuda a soportar los días de mi vejez, deun modo admirable; me colma de obsequios y atiende solícito a misapuros, sean del género que quieran. Acaba de encargarse últimamente depagar, por nosotros, la pensión de seiscientos pesos que debemos a micuñada Mme. de Villars.

Consigno aquí todos esos rasgos de su cariñohacia mí, y renuevo entre las satisfacciones de mi corazón, las mil ymil bendiciones que yo debo a Dios por los buenos hijos que me haconcedido.

Alfonso no se encuentra aquí en este momento; está en su propiedad deMontculot, junto a Dijón; acaba de rehusar el llamamiento que le hahecho el nuevo ministro, M. de Polignac, con la intención de asociar sunombre a un ministerio que no parece del agrado de la opinión. M. dePolignac ha insistido, y mi hijo le ha contestado que de ninguna maneraquisiera él arriesgarse a ser cómplice de un golpe de Estado contra la Carta: que este golpe de Estado, en su opinión, derribaría losBorbones; que él sabe perfectamente que M. de Polignac no abrigaactualmente la intención de darlo, pero que la hostilidad recíprocaentre el ministerio y el país, llevaría mal de su grado a monsieur dePolignac a un resultado fatal; termina rogando a M.

de Polignac que sesirva olvidarlo para estos asuntos.

Alfonso me ha mandado esta carta, la cual encuentro, por desgracia,llena de razonamientos que convencen, pero que acaso interrumpirán lasrelaciones que tiene entre sus amigos, y entorpezcan su carreradiplomática. Yo considero que esto fuera una desgracia para mi hijo,pero, estoy contenta de que obre conforme a sus principios, aunque atrueque de perder su bienestar. La opinión es la conciencia de loshombres políticos.

Acaso esta conducta le sea favorable para elporvenir, porque las circunstancias han de cambiar necesariamente.

Hay en este momento una plaza vacante en la Academia Francesa: muchosacadémicos, entre otros M. de Lainé y M.

Royer Collard, han escrito a mihijo para que se presente candidato, en la seguridad, dicen, de ser estavez admitido. El ha rehusado con una altivez que no me atrevo acalificar; dice que donde se le ha esquivado la primera vez, no quiere,a ningún precio, solicitar la entrada nuevamente; como no es posiblenombrar un candidato que no visite de nuevo a los académicos, no creo,por lo tanto, que se le nombre a él. Mi amor propio ambicioso, salemortificado con esta su determinación, pero que Dios le humille locelebro «con toda mi alma».

Es forzoso, por lo tanto, que consigne una gran satisfacción que tuveluego; mi vanidad de madre se manifiesta demasiado, ya lo comprendo,pero... En una sesión pública celebrada por la Academia de Mâcón, haráunas tres semanas, a la cual asistió una multitud inmensa, todo elconsejo general, todas las notabilidades de la ciudad y susinmediaciones, leyéronse muchos e interesantes trabajos; M. deLacretelle, un capítulo de la «Historia de la Restauración»; M. Quinet,joven gallardo y distinguido por sus conocimientos, un fragmento de un«Viaje a Grecia»; Alfonso debía recitar versos, se le esperaba conimpaciencia; cuando llegó su turno, resonó un aplauso general; laconcurrencia se puso en movimiento gritando, la mayor parte, que queríaverle; colocose en un sitio convenientemente elevado para podersatisfacer los deseos del público, y empezó por una breve improvisaciónen prosa, suplicando

y

agradeciendo

la

benevolencia

de

sus

conciudadanosy manifestando cuánto era su agradecimiento por el anticipado favor quese le dispensaba; este exordio gustó muchísimo y los aplausos serepitieron con entusiasmo. Luego recitó una epístola dirigida a M. deBienassis, en la cual se encierran trozos de poesía tiernísima; se leinterrumpía frecuentemente con murmullos de aprobación; Mariana y yoestábamos verdaderamente emocionadas; luego se nos colmó defelicitaciones y, ¿por qué no decirlo?, de dicha y orgullo; lo cual meparece algo perdonable. Dios lo quiere y El ve y sabe bien, que lo queyo deseo es que el talento de mi hijo sirva para honrar su santo nombre.

Hablemos ahora de mis hijas, cuyas bellas cualidades me enorgullecenigualmente. Me gusta mucho recitar continuamente y con el pensamientopuesto en Dios, desde las arboledas de Milly, bajo la sombra de la casaque ha visto nacer a todos mis queridos hijos, este versículo de losSalmos: «Señor, ya que habéis sido mi tranquilidad y mi esperanza en losdías de mi juventud, ¡no me dejéis abandonado, en los de mi vejez!¡Cuando las fuerzas me faltan, no me retiréis vuestra diestra mano!»

¡Basta! ¡basta!... Yo debo empezar a reflexionar seriamente sobre ladecadencia de mi vida; si miro adelante, corta; y larga si dirijo haciaatrás la vista, porque veo los muchos deberes que he debido cumplir.

CXLI

Milly, 21 de octubre de 1829.

¡21 de octubre!... ¡aniversario del nacimiento de mi hijo primero!... meencuentro sola y deseo consagrar este día a las reflexiones que mealientan y fortifican contra la muerte.

¡Cuántas vueltas y revueltastengo dadas durante mi vida, en estos mis paseos, meditando, con elrosario en la mano unas veces, y otras, plegadas ambas manos, cuandonadie de la casa podía verme, rogando o meditando arrodillada en lahierba! ¡Ay, Dios mío! ¡lo que hubiera pasado por mí, durante mistribulaciones exteriores e interiores, sin la caritativa bondad de Diosy si su imagen divina no se me hubiese presentado en mis pensamientos yno me los hubiese sugerido más santos y más consoladores que los míos,no es posible adivinarlo! Es una gracia inmensa, lo reconozco, que misaficiones por el recogimiento en Dios, me hayan hecho robar casidiariamente, durante mi vida, algunas horas o solamente algunos minutos,para ocuparme exclusivamente de El. Hoy es uno de los días en que le hesentido más que nunca, y me he encontrado bañada en llanto, sin darmecuenta de ello, mientras paseaba; parecía que mi vida se rejuvenecía,que mi alma tomaba cuerpo y se disponía a presentarse a mi creador, a mijuez...

¡Ay de mí!; ¡que su juicio, próximo a emitirse, sea indulgente!

Yo me he visto a mí misma como si fuese ayer; jugando, niña inocente,entre las alamedas de Saint-Cloud; luego, más tarde ya, joven canonesa,rogando y cantando en el templo del cabildo de Salles, triste ypesarosa, cuando no emitía la voz como mis compañeras.

*

* *

El motivo de no haberme consagrado yo absolutamente a la contemplaciónde lo eterno, a los cantos del breviario y a las alabanzas del Señor enla soledad de aquel claustro entre lo eterno y mundano, fue... porque vial que después fue mi marido, joven y buen mozo, vistiendo su brillanteuniforme, cuando vino a visitar a su hermana la canonesa Mme. deVillars, en cuya casa había yo sido confiada de tutela, como de mayoredad y más experiencia de la vida.

Entonces, pude observar que el gallardo oficial me distinguía entretodas, y que aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban para venira visitar a su hermana en el cabildo; yo misma sentía también ciertoefecto hacia aquella noble expresión, aquella gracia militar, aquellafranqueza de su mirada, y aquel su altivo ademán que no parecía amablemás que a mi lado. He sentido también la misma emoción de gozo queexperimenté y quedó encerrada dentro del corazón, cuando me hizo, porfin, interrogar por su hermana para saber si consentía yo en que medemandase en matrimonio; después, nuestra primera entrevista delante desu hermana, nuestros paseos por los alrededores del colegio en compañíade las canonesas de más edad, la demanda y los grandes obstáculos de lafamilia, y las muchas lágrimas vertidas durante los tres años deincertidumbres, mientras rogaba a Dios, para obtener el milagro delconsentimiento de su familia, que llegó a parecerme imposible; en fin,los años de dicha y de ventura, en la humilde soledad de Milly, tanhumilde entonces como actualmente; mi desesperación cuando, apenascasados, él, sacrificándolo todo, incluso a mí, corrió desesperado aParís para cumplir su deber de simple voluntario de la Casa Real,durante el célebre 10 de Agosto; la protección divina que le hizoescapar del jardín de las Tullerías cubierto de sangre; su huida, suvuelta aquí, su encarcelamiento, mis inquietudes por su vida, misvisitas a las rejas de su cárcel, donde yo le llevaba nuestro hijo paraque le abrazara al través de los hierros, mis excursiones con mi hijo enbrazos por toda la ciudad, tanto en Dijón como en Lyón, para enternecera los severos representantes del pueblo, donde una sola palabrapronunciada por ellos podía ser para mí la vida o la muerte; la caída deRobespierre, la vuelta a Milly, el nacimiento sucesivo de mis sietehijos, su educación, sus casamientos y la desaparición de la tierra deaquellos dos ángeles, de que los otros... ¡ah! no me consolarán jamás.

¡Y después, el descanso que sigue a tanta fatiga! El descanso, sí, almismo tiempo la vejez, porque yo voy envejeciendo, todo me lo indica conla mayor claridad; por ejemplo: estos árboles que yo he plantado, estasenredaderas que yo misma planté en la parte norte de la casa, con elobjeto de que no mintiesen los versos de mi hijo cuando describe a Millyen sus Armonías y la espesura que cubre actualmente todo el muro desdelos sótanos de la casa hasta el tejado; estas mismas paredes que vancubriéndose de musgo, estos cedros que eran altos como mi última hijaSofía a la edad de cuatro años, y que ahora me dejan pasar librementebajo sus ramas más elevadas que mi frente; todo, todo en fin, me dicecon muda y aterradora elocuencia, que voy envejeciendo, y que mi vida escorta. ¡Ah! Sí, Dios mío...

Cuando veo las tumbas de muchos viejosvecinos que he conocido jóvenes, y sobre las cuales paso yo ahora cuandovoy a misa, pienso con tristeza que mi estancia en la tierra no puedeser eterna, y que no puede tardar en abrírseme la eterna mansión: y laslágrimas se me saltan cuando pienso en lodo lo que debo dejar a mipartida: mi pobre marido, compañero fiel de mi juventud, que si bien noestá postrado en el lecho, sufre continuamente y necesita de mí, hoypara sufrir, como ayer para ser dichoso: después mis hijos, ¡los hijosde mi corazón!...

Alfonso y su esposa, a la que considero, por su ternura y por su virtud,como una sexta hija; Cecilia y sus encantadores pequeñuelos, tercerageneración de corazones que aman y que han de ser amados; y luego,aquellos que faltan y que me siguen como mi sombra sigue al solponiente, cuando yo paseo y medito en estas soledades. Mi Cesarina, laque fue mi orgullo por su belleza encantadora, sepultada lejos de mí,detrás de ese horizonte de los Alpes, de donde veo continuamente surgirsu recuerdo. Mi Susana, aquella santa que anticipadamente ostentóalrededor de su frente la santa aureola y que Dios me quitó para que yopudiera ver en su recuerdo la imagen de un ángel de pureza. ¡Muertos losunos, ausentes los otros!...

¡Otra vez sola, como antes de haber producido fruto alguno!

¡Los unos entierra, como la de estos árboles, los otros han sido llevados, lejos demí, por el jardinero del cielo! ¡Ah! ¡Qué pensamientos! Cómo me atraen ypersuaden dentro de ese jardín, y luego me arrojan de él, cuando hanhenchido mi corazón y se va su sangre derritiendo en agua. ¡Ese pedazode tierra es para mí el «huerto de las olivas!» ¡Dios mío! ¡Este fuepara mí, el jardín delicioso que Salomón describe en su cantos; y hoy,desierto y despojado de atractivos, sirve para que en él pueda recordarmejor la muerte, con el pensamiento puesto en el Salvador del mundo, aquien me figuro con el cáliz de la amargura en la mano preparándose adesprenderse de este mundo impulsado por su divina gracia! ¡Y cuántoadoro yo a este huertecito! Tanto por los vacíos que la muerte y eltiempo han ido haciendo en torno mío, como cuando al dirigir mi vistaallá, en el fondo, bajo los tilos, para ver si alcanzo a distinguir losvestidos blancos de los pequeñuelos, o cuando escucho para ver si oiré,como otras veces, las alegres voces de mis hijos al encontrar algunaflor o algún insecto entre sus espesuras. ¡Qué le he dado yo a Dios paraque me diese en propiedad este rincón de tierra y esta casita, de losque algunas veces heme avergonzado por su aridez y su insignificancia,pero que constituyeron el albergue dulcísimo de mi numerosa familia!¡Ah! ¡Que sea El bendito, mil veces bendito este nido, y que después demí pueda abrigar aún a todos aquellos que me sucedan!

Dejemos esto: oigo la campana de Bussieres que toca el Angelus; valemás rogar que escribir. Secaré mis lágrimas y diré, para mí sola, aquelrosario al cual mis pequeñuelas respondían siguiéndome otras veces, yque oirán hoy solamente los gorriones que se acuestan debajo de lashojas o en las grietas de las piedras. No, no, mil veces no, es un errorperjudicial enternecerse, es preciso guardar las fuerzas para losdeberes que estoy obligada a llenar; cuando se está sobre el borde de latumba, las lágrimas, dice, no sé en qué parte, la Escritura, debilitanel corazón del hombre. ¡Hoy necesito del mío como en mis tiemposmejores!...

CXLII

Sigue a lo escrito, un pequeño volumen conteniendo detalles puramentedomésticos, cuyo interés para nosotros disminuye en relación a lascircunstancias a que se refiere. Todo ello termina con una página queparece un ¡adiós! a su manuscrito y que copio a continuación.

*

* *

¿Dios lo dispone así? ¡Hágase su santa voluntad! En resumen: todasabiduría consiste en resignarse por adoración a su voluntad. Estoy muyocupada en ordenar mis anteriores diarios, lo cual hace que vuelva aleerlos con interés. Esta lectura me llena cada día más dereconocimiento por todas las gracias que he recibido de Dios, y mearrepiento por haber adelantado tan poco en la piedad y el bien, despuésde las mejores intenciones y resoluciones que yo tomaba frecuentementecon escaso provecho. Pero aún es tiempo, que siempre lo tenemos

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