La obra maestra del esquino fué más allá del objeto propuesto: elmilagro de la defensa había hecho un prisionero; no tan sólo se encerró,sino que se amortajó, abrióse una sepultura. Su perfección deaislamiento habíalo secuestrado, pero aparte, privado de toda relaciónque inicia el progreso.
Para que el progreso se haga por ascenso regular, preciso es descendermucho, hasta el embrión elemental, que al principio no tendrá másmovimiento que el de los elementos. El nuevo ser es el siervo delplaneta, hasta el punto de que dentro de su huevo da vueltas como latierra, describiendo su doble rueda, su rotación sobre sí mismo y surotación general.
Y aun emancipado del huevo, creciendo, haciéndose adulto, permaneceráembrión; es su nombre, muelle ó molusco.
Representará en vago bosquejoel progreso de las vidas superiores: será su feto, la larva ó ninfa,como la del insecto, en el cual, encogidos ó invisibles, se encuentran,sin embargo, los órganos del ser alado en que se ha de metamorfosear.
Estoy temblando por un ser tan débil. El pólipo, aunque tan blando comoél, no obstante arriesgaba menos. Teniendo la misma vida en todas suspartes, la herida, la mutilación, no le mataban: vivía y aun pareceolvidaba la porción destruida. La vulnerabilidad del moluscocentralizado es otra cosa. ¡Qué puerta se abre á la muerte!
El incierto movimiento propio de la medusa y que en ocasionescasualmente podía ser su salvación, apenas lo tiene el molusco, á lomenos al principio. Lo único que se le concede es poder con su muda, conla gelatina que trasuda, constituirse dos muros que reemplazan la corazadel esquino y la roca donde se pega. El molusco tiene la ventaja desacar de sí propio su defensa. Dos valvas forman una casa; casa ligeray frágil: los que flotan la llevan transparente. A aquéllos que quierenpegarse el mucus hilante, pegajizo, proporciona un cable de anclajeque se nombra su biso, el cual se forma, precisamente, como la seda, deun elemento gelatinoso al principio. La gigantesca tridaena (acetre delos templos) se amarra tan fuertemente por medio de ese cable, queengaña á las madréporas, quienes la toman por una isla, edifican encima,envuélvenla y acaban por asfixiarla.
Vida pasiva, vida inmóvil, no alterándola más suceso que la visitaperiódica del sol y de la luz, ni tiene otra acción que absorber lo quellega y secretar la gelatina que fabricó la casa y paulatinamenteconstruirá el resto. La atracción de la luz siempre en un mismo sentidocentraliza la vista: he aquí el ojo. La secreción, fija en un esfuerzosiempre uniforme, hace un apéndice, un órgano que ha poco era el cable,y más tarde conviértese
en
pie,
masa
informe,
inarticulada,
que
puedepresentarse á todos los usos. Son las nadaderas de los que flotan, elpunzón de los que se esconden y quieren hundirse en la arena, por últimoel pie de los trepadores, un pie contráctil poco á poco, que les permitearrastrarse. Algunos, se aventurarán á blandirlo como un arco parasaltar torpemente.
Pobre rebaño, muy expuesto, perseguido por todas las tribus, flageladopor las olas y molido por las rocas. Los que no consiguen fabricarse unacasa buscan por frágil cabaña un lecho vivo, pidiendo abrigo á lospólipos, perdiéndose entre la blandura de los alciones flotantes. Laavícula productora de la perla busca algún reposo en la copa de lasesponjas; la frágil ostra pena sólo se aventura entre la hierbacenagosa; el folado anida en la piedra, vuelve á empezar las artes delesquino, mas ¡en qué grado tan inferior! En vez del admirable cincel queenvidiaría el más hábil picapedrero, sólo posee una escofinita, y paraabrir una morada á su frágil concha gasta esta misma concha.
Con muy raras excepciones, el molusco es el ser tímido que sabe sirve depasto á todo el mundo. El conoce tan bien que se le acecha, que no seatreve á salir de su morada, y muere allí temeroso de la muerte: lavoluta, la porcelana, arrastran lentamente sus lindas habitaciones,escondiéndolas cuanto pueden; el casco sólo posee para mover su palacioun piecico chinesco, de suerte que casi renuncia á andar.
Tal vida tal habitación. En ningún otro género encuéntrase identidadentre el habitante y su nido; mas siendo aquí extraído de su substancia,el edificio es la continuación de su manto de carne, cuyas formas ytintas adapta. Debajo del edificio, el arquitecto es por sí propio lapiedra viva.
Arte asaz sencillo para los sedentarios. La ostra inerte, que el mar secuidará de sustentar, sólo desea una buena caja para carne, que seentreabra un poco cuando el anacoreta necesita comer, la cual cierrabruscamente si teme ser á su vez pasto de algún ávido vecino.
El asunto es más complicado para el molusco viajante, que dice para sí:«Tengo un pie, un órgano para andar; por lo tanto andar debo.» Mas, nopuede abandonar su preciada casita y recogerse en ella á voluntad,siéndole de absoluta necesidad cuando anda. Entonces se verá atacado.Preciso es, pues, que abrigue á lo menos la parte más delicada de suser, el árbol por donde respira y que extrae la vida por medio de susraicitas, sustentándolo y reparando sus fuerzas. La cabeza no tienetanta importancia, muchos la pierden impunemente; mas, si las viscerasno estuviesen protegidas de continuo por su escudo natural, si fuesenheridas, el molusco moriría.
De modo que, prudente, acorazado, trata de prolongar su existenciacuanto puede. Terminado su trabajo diurno, ¿estará seguro de noche en unsitio abierto por todos lados? ¿Los indiscretos no fijarán en él sumirada escudriñadora? ¡Quién sabe! Tal vez hinquen el diente en suscarnes... El ermitaño reflexiona y emplea toda su industria para que asíno suceda; mas, sólo puede valerse de su pie, útil para todo. De esepie, con el que intenta cerrar la entrada de su casa, se despliega á lolargo un apéndice resistente que hace las veces de puerta. Colócalo enla abertura y helo ahí encerrado dentro de su morada.
Con todo, la dificultad permanente, la contradicción que se observa ensu naturaleza es, que al paso que debe quedar resguardado necesita estaren relación con el mundo exterior, pues no puede aislarse como elesquino. Sus educadores, el aire y la luz, son los únicos capaces de darconsistencia á un cuerpo tan blando, ayudarle en la formación de losórganos; empero necesita adquirir sentidos, el oído, el olor, guía parael ciego, la vista, y, sobre todo, necesita respirar.
¡Grande é imperiosísima función! Nadie se acuerda de ella cuando sepractica con facilidad; mas, si se detiene un instante,
¡qué terribledesorden! Si nuestro pulmón se infarta, si la laringe se embaraza tansólo en el transcurso de una noche, la agitación, las angustias sonextremas, no pueden soportarse, soliendo acontecer que, sin cuidarnosdel peligro á que nos exponemos, mandamos abrir todas las ventanas denuestra casa. Nadie ignora que en las personas asmáticas es tan grandeese tormento, que no pudiendo valerse del órgano natural, se crean unmedio suplementario de respiración.—¡Aire!, ¡aire!, ¡ó la muerte!
La Naturaleza así hostigada es terriblemente inventora; por lo tanto, nodebe sorprendernos si aquellos pobres encarcelados, ahogándose bajo eltecho de su casita han hallado mil aparejos, mil géneros de válvulas queles alivian un tanto. Los unos respiran por unas laminillas que correnalrededor de su pie, otros por una especie de peine: los hay que por undisco, un broquel; otros por hilitos prolongados. Algunos poseen alcostado lindos penachos ó sobre el lomo un gracioso arbolillo que semueve, adelanta, retrocede, respira.
Tan sensibles órganos y que tanto esmero ponen en no ser heridos,afectan formas encantadoras; diríase que quieren agradar, enternecer, ypiden perdón. En su inocencia desempeñan todos los papeles de laNaturaleza y toman mil variadas formas y colores. Esos pequeños hijosdel mar, los moluscos, festéjanlo eternamente y son su adorno merced ásu gracia infantil y á su riqueza de matices. En medio de su austeridad,el terrible elemento no puede menos de sonreirse al contemplar susgracias naturales.
Además, la vida tímida está llena de melancolía. No es dado creer que nosufra la hermosa entre las hermosas, el hada de los mares (haliótido),con su severa reclusión. Posee el pie para arrastrarse, mas, no seatreve. «¿Quién te lo impide?—Tengo miedo... el cangrejo me acecha; sime entreabro, se cuela en mi morada. Un mundo de peces voraces flotasobre mi cabeza; el hombre, mi cruel admirador, me da el castigo á queme ha hecho acreedora mi belleza. Perseguida en los mares de la India,hasta en las aguas del polo, he sentado mis reales en California, y seme exporta á toneladas.»
No atreviéndose á salir la infortunada, ha encontrado un medio sutilpara que llegue hasta ella el aire y el agua. Fabrica en su casapequeñísimas ventanas que conducen á sus pulmoncitos. No obstante, elhambre oblígala á aventurarse: al anochecer se encarama un poco por lavecindad y pasta alguna planta, su único sustento.
Observaremos como de paso que esas maravillosas conchas, no sólo elhaliótodo, sino también la viuda (blanca y negra), boca de oro(nácar dorado), son pobres herbívoras muy sobrias en el comer.—Vivarefutación de los que en el día creen ser la belleza hija de la muerte,de la sangre, del asesinato, de una brutal acumulación de sustancia.
Esas conchas necesitan muy poca cosa para vivir. Su principal alimentoconsiste en la luz que beben, que las penetra y con la que colorean éirisan el interior de su vivienda, escondiendo asimismo el amorsolitario en aquella mansión. Todas son dobles: en cada una de ellas hayamada y amante. Así como los palacios orientales sólo presentan en elexterior muros descarnados, disimulando sus maravillas internas, aquí lode afuera es rudo y el interior deslumbra. El himeneo se produce alresplandor de un pequeño mar de nácar que, multiplicando sus espejos, daá la habitación, cerrada y todo, el encanto de un crepúsculo hechicero ymisterioso.
Gran consuelo es poseer, si no el sol, á lo menos una luna propia, unparaíso de suaves matices, que, cambiando siempre sin cambiar, da á esavida inmóvil la poca variedad que necesitan todos los seres.
Los niños empleados en las minas piden á los curiosos que las visitan,no víveres ni dinero, sino «algo con que producir la luz.»
Otro tantoacontece con esos niños, nuestros aliótidos.
Diariamente, aunque ciegos,sienten venir la luz, ábrense con avidez, recíbenla, contémplanla consu cuerpo transparente, y cuando ha desaparecido, la conservan y lacobijan con su amoroso pensamiento. La aguardan, la acechan,constituyendo esa espera una de sus más inefables delicias. ¿Quién escapaz de dudar que á su vuelta no sientan como nosotros el arrobamientodel despertar, y con más fuerza, distraídos como estamos por la vida,tan múltiple y variada?
Para aquellos seres, la eternidad transcurre en sentir y adivinar, ensoñar y echar de menos al gran amante: el Sol. Sin verlo como nosotros,no dejan de notar que ese calor, esa gloria luminosa les viene deafuera, de un gran centro poderoso y suave. Y los pobres aman ese otroYo, ese gran Yo que les acaricia, les ilumina de gozo, inúndales devida. No cabe duda que si pudieran se ostentarían á la luz de sus rayos.Siquiera, pegados á su mansión, como brahman meditando á la puerta de lapagoda, ofrécenle silenciosamente... ¿qué? la felicidad que da, y esesuave movimiento hacia él.—Flor primera del culto instintivo. Amar yorar es pronunciar la palabrita que un santo preferiría á cualquieraotra oración, el «¡Oh!» con que se contenta el cielo. Cuando el indiopronúnciale al despuntar la aurora, sabe que ese mundo inocente, nácar,perlas, humildes conchas, hace coro con él desde el fondo de los mares.
Comprendo perfectamente que en presencia de la perla, el alma ignorantey encantadora de la mujer, sueñe y se conmueva sin saber por qué. Dichaperla no es ni persona ni cosa: hay en ella todo un mundo de conjeturas.
¡Qué blancura tan admirable! (candor quise decir); ¿virginal?
No: muchomejor que eso. Las vírgenes y las niñas, por dulces que sean, tienenpoco más ó menos lo que podemos llamar el verdor de la juventud,mientras que el candor de nuestra perla aseméjase más bien al de lainocente desposada, tan pura, aunque sumisa al amor.
No tiene la menor ambición de brillar, suavizando, y apagando casi susmatices. A primera vista no se observa más que un blanco mate, y sólo alcontemplarla de nuevo se empieza á descubrir su iris misterioso, y, comose dice, su oriente.
¿Dónde vivió? Preguntádselo al profundo Océano. ¿De qué vivió? Queresponda el Sol. Vivió de luz y de amor de la luz, cual si hubiese sidoun espíritu puro.
¡Gran misterio! Mas, ella misma bastante lo da á comprender.
Presiénteseque tan caro ser ha vivido largo tiempo inmóvil, resignado, en laquietud que hace esperar, esperando, y nada hace ni quiere sino loque apetece el ser amado.
El hijo del mar había puesto toda su dicha en la concha, ésta en elnácar, el nácar en su perla, que no es otra cosa que el mismo nácarconcentrado.
Empero esa concentración sólo se alcanza (dícese) por medio de unaherida, de un sufrimiento permanente, de un dolor cuasi eterno, queatrae, absorbe todo el ser, aniquila su vida vulgar en esa poesíadivina.
He oído decir que las verdaderas damas de Oriente y del Norte, mucho másdelicadas que las palurdas cubiertas de riquezas, evitaban el contactoabrasador del diamante, no permitiendo que tocara su fino cutis más quela suave perla.
Realmente, el brillo del diamante perjudica al resplandor del amor. Uncollar, dos brazaletes de perlas, es la armonía de una mujer,[1] elverdadero adorno femenino, que en vez de divertir, conmueve, enternece ála ternura. Ello dice: «¡Amemos!
¡Silencio!»
La perla parece enamorada de la mujer y ésta de aquélla. Las citadasdamas del Norte, cuando se las han puesto una vez ya no las abandonan,llevándolas día y noche escondidas bajo sus ropas. En ocasionessolemnes, á través de las ricas pieles forradas de raso blanco, setransparenta la joya afortunada, el inseparable collar.
Es como la túnica de seda que la odalisca viste interiormente y á la quetiene tanto apego, no dejándola hasta que está usada, rota ycompletamente fuera de combate, sabiendo como sabe que es un talismán,el aguijón infatigable del amor.
Otro tanto acontece con la perla: como la seda, se impregna de lo másíntimo y bebe la vida. Una fuerza desconocida transmítese á ella, lavirtud de la amada. Cuando ha reposado tantas noches sobre su seno,respirando su calor; cuando ha adquirido el aroma de su piel y losblondos tintes que hacen delirar el corazón, la joya ya no es joya, sinouna parte integrante de la persona que no debe contemplarla con ojosindiferentes.
Sólo un ser tiene derecho á conocerla y sorprender átravés de aquel collar los misterios de la mujer querida.
IX
El ladrón de los mares (pulpo, etc.)
Las medusas y los moluscos han sido, por lo general, inocentescriaturas, podríamos decir muchachos, y yo he vivido con ellos en unmundo apacible. Hasta ahora hemos visto pocos carnívoros. Aun aquéllosobligados á vivir así, sólo destruían para sus imprescindiblesnecesidades, y la mayor parte vivían á expensas de la vida apenascomenzada, de átomos, de jalea animal, inorgánica. Por lo tanto no seconocía el dolor; no había crueldad ni cólera en ellos. Sus almitas tansuaves, no dejaban de tener un rayo, la aspiración hacia la luz, haciala que nos llegaba del cielo y hacia la del amor, revelada en llamacambiante que de noche es el encanto de los mares.
Ahora tengo necesidad de penetrar en un mundo mucho más sombrío: laguerra, el asesinato. Debo confesar que, desde el principio, desde laaparición de la vida, apareció la muerte violenta, depuración rápida,útil purificación, pero cruel, de cuanto languidecía, se arrastraba óhubiera languidecido, de la creación lenta y débil, cuya fecundidadhabría llenado el globo.
En los terrenos más antiguos se encuentran dos animales homicidas, el Tragón y el Chupador. El primero se nos revela por medio de lahuella del trilobito, especie que se ha perdido, destructor extinto delos seres extintos también. El segundo subsiste en un resto horroroso,un pico casi de dos pies de longitud que fué el del gran chupador, sepiaó pulpo (Dujardin).
A juzgar por el pico, si el monstruo guardabaproporción con él, debió tener un tronco enorme, brazos-chuponesespantosos, tal vez de veinte ó treinta pies de largo, como unaprodigiosa araña.
¡Cosa trágica! Esos seres de la muerte son los primeros que se hallan enel centro de la tierra. ¿Indicaría esto que la muerte haya podidopreceder á la vida? No, mas los animales blandos que alimentaron áaquéllos se han evaporado sin dejar traza ni huella alguna.
¿Los comedores y los comidos eran, acaso, dos naciones de origendistinto? Lo contrario es lo más probable. Del molusco, forma indecisa,materia apta aún para todo, la fuerza superabundante del joven, su ricaplétora, prodigando la alimentación, debió en un principio, desprenderdos formas contrarias en la apariencia, pero que llevaban un mismo fin.Hinchó, sopló desmesuradamente el molusco en un globo, en una vejigaabsorbente, que, hinchado más y más y cada vez más hambriento (aunquesin dientes al principio), chupó. Por otro lado, la misma fuerza,desarrollando el molusco en miembros articulados, que cada uno de ellosfabricó su concha, endureciendo ese ser encostrado, le dió consistencia,sobre todo en las pinzas y en las mandíbulas, para morder y triturar losobjetos más duros.
En este capítulo sólo hablaremos del primero.
El chupador del mundo blando, gelatinoso, lo es él mismo.
Haciendo laguerra á los moluscos, mantiénese también molusco, es decir,constantemente embrionario y ofrece el extraño aspecto, ridículo ycaricaturesco, sí no fuera terrible, del embrión que va á la guerra deun feto cruel, furioso, blando, transparente pero delicado y cuyo soploes mortal. No sólo pelea por su alimento, sino porque tiene necesidad dedestruir: una vez saciado, y harto hasta reventar, todavía destruye.Aunque carece de armadura defensiva, no por eso es menos inquieto bajosu resoplido amenazador; su seguridad consiste en atacar. Todo ser seconvierte para él en enemigo, lanzándole al acaso sus largos brazos,mejor dicho, sus látigos armados de ventosas. Arrójale también antes deentablar la lucha, sus efluvios paralizadores, entorpecedores, unmagnetismo que hace innecesario el combate.
Su fuerza es doble. Al poder mecánico de sus brazos-ventosas queenlazan, inmovilizan, añadid la fuerza mágica de ese rayo misterioso;añadid un oído muy fino y el ojo avizor. Miedo cerval se apodera denosotros al pensar en él.
¿Qué eran esos monstruos de corteza elástica y que tanto daba de sícuando la riqueza desbordante del mundo primitivo, donde no debíancuidarse de buscar nada, sumidos como estaban siempre en un mar vivo dealimentos, los hinchaban indefinidamente? De entonces acá han decrecido.Sin embargo, Rang atestigua haber visto uno del tamaño de un tonel, yPerón encontró otro de iguales dimensiones en el mar del Sur, querodaba, roncaba, entre el oleaje con grande estrépito. Sus brazos, deseis ó siete pies de longitud, se desplegaban en todas direcciones,simulando una furiosa pantomima de horribles serpientes.
Ateniéndonos á esos relatos de hombres dignos de crédito, me parece queno ha debido rechazarse con irrisión el de Dionisio de Monforte, queatestigua haber visto un enorme pulpo azotar con sus látigos eléctricos,estrujar, asfixiar á un dogo á pesar de los mordíscos con que éste sedefendía, de sus esfuerzos, de sus aullidos de dolor.
El pulpo, máquina terrible, puede, lo mismo que la de vapor, cargarse,sobrecargarse de fuerza, adquiriendo entonces una potencia incalculablede elasticidad, un arranque impetuoso, hasta el punto de lanzarse sobreun buque (d'Orbigny, artículo Céphal). Con esto queda explicada lamaravilla que valió el dictado de embusteros á los antiguos navegantes.Según éstos, habíanse encontrado con un pulpo gigantesco que,arrojándose sobre el combés, abrazó con sus prodigiosos brazos losmástiles y el cordaje, é hiciera presa de la embarcación devorando ácuantos la tripulaban, si éstos no hubiesen cercenado aquellos miembrosá hachazos. Mutilado, volvió á caer al mar.
No faltó entre ellos quien le viera brazos de sesenta pies de largo.Otros sostenían haber divisado en los mares del Norte una isla moviblede media legua de ruedo, que sería un pulpo, el espantoso kraken, elmonstruo de los monstruos, capaz de envolver y tragarse una ballena decien pies de longitud.
Esos monstruos, caso que hayan existido, habrían puesto en peligro á laNaturaleza misma, chupándose el globo. Empero, por una parte, las avesgigantes (tal vez el epiornis) pudieron hacerles la guerra, y por otrala tierra, mejor regulada, debió debilitar, deshinchar la horrendaquimera reduciendo al gigante comestible, disminuyendo la alimentación.
A Dios gracias, los pulpos de nuestros días no son tan temibles. Suselegantes especies, tales como el argonauta, gracioso nadador en suondulada concha, el calamar, buen navegante, la linda sepia de ojos deazur, se pasean por el Océano y sólo atacan á los seres más pequeños.
En ellos se transparenta una idea, una sombra del futuro aparatovertebral (el hueso de sepia que se concede á los pájaros),resplandeciendo su piel con vistosos colores que cambian á cada momento.Pudiera llamárseles con propiedad los camaleones del mar. La sepia tieneel exquisito perfume, el ámbar gris, que sólo se encuentra en la ballenacomo residuo de las innumerables sepias que absorbe. Los marsuinos hacentambién gran carnicería entre ellas. Las sepias son sociables y van ábandadas, y en el mes de mayo dirígense todas á la playa para depositarunos racimos que constituyen sus huevas: allí las aguardan losmarsuinos, que se regalan con aquel manjar. Estos señores son tandelicados que sólo se comen la cabeza, sus ocho brazos, trozo tierno yde fácil digestión, rechazando lo más duro del animal, la parte trasera.Toda la playa (como por ejemplo en Royan) vese cubierta de esasmiserables sepias así mutiladas. Los marsuinos celebran su festín dandosaltos descompasados, primero para intimidarlas y luego para cazarlas:por fin, terminada la comida, entréganse á saludables ejerciciosgimnásticos.
La sepia, á pesar del aire singular que le da su pico, no deja deexcitar cierto interés. Todos los matices del más variado arcoiris sesuceden y desaparecen sobre su transparente piel, según los juegos de laluz y el movimiento de la respiración.
Moribunda, os mira todavía con suojo azur, descubriendo las postreras emociones de la vida por medio defugitivos resplandores
que
suben
del
fondo
á
la
superficie,
apareciendomomentáneamente para desaparecer en seguida.
La decadencia general de esta clase, que tan enorme importancia tuvo enlas primitivas edades, es menos notable entre los navegantes (sepias,etc.), y más visible en el pulpo propiamente llamado, triste habitadorde nuestras costas. Este no cuenta para navegar con la firmeza de lasepia, edificada sobre un hueso interno; tampoco tiene como elargonauta, un exterior resistente, una concha que preserve los órganosmás vulnerables, careciendo asimismo de la especie de vela que secundala navegación y dispensa de remar. Barbota un poco por la orilla, ó, álo sumo, puede comparársele al barco costeño que sigue la tierra. Suinferioridad le da hábitos de pérfida astucia, de emboscada, de tímidaaudacia, si vale expresarse así. Hácese el disimulado, se mantienequieto en las hendeduras de las rocas.
Cuando ha pasado la presa, alinstante le lanza su latigazo. Los débiles
quiera
momentáneamente,tenido
miedo
ó
pasmádogarras. El hombre, al sentirse golpeado de estasuerte mientras nada, no puede atemorizarse de luchar con tandespreciable enemigo: á pesar de su repugnancia, preciso es que loagarre y (cosa muy fácil) lo vuelva del revés como un guante. Entoncesse rinde y perece.
Nos sentimos contrariados, irritados de haber, siquiera momentáneamente,tenido miedo ó pasmádonos ante ser tan baladí.—Hácese preciso decir áese guerrero que llega soplando, roncando, echando pestes: «Valiente dementirijillas, nada encierras dentro de ti: eres más bien máscara queser: sin base, sin fijeza de la personalidad hasta el presente sóloposees el orgullo. Tú roncas, máquina de vapor, tú roncas y sólo eresuna bolsa y al revés, un cuero blando y fofo, vejiga agujereada, globodesgarrado, y mañana una cosa sin nombre, un poco de agua de mardisipada.»
X
Crustáceos.—La guerra y la intriga.
Si, después de haber contemplado nuestra rica colección de armaduras dela Edad Media y aquellas pesadas moles de hierro con que se tapujabannuestros caballeros, nos encaminamos al Museo de Historia Natural paraver las armaduras de los crustáceos, nos causa lástima el arte delhombre. Las primeras son un carnaval de disfraces ridículos, queestorbaban y mortificaban, sirviendo sólo para ahogar á los guerreros yhacerlos inofensivos; al paso que las otras, sobre todo, las armas delos terribles decápodos, son de tal suerte horrorosas que, si tuvieranla altura del hombre, nadie podría mirarlas sin desvío: los másvalientes se sentirían turbados, magnetizados de terror.
Allí se ostentan en traje de batalla, bajo aquel temible arsenalofensivo y defensivo, que llevan con tanta ligereza, sólidas pinzas,lanzas aceradas, mandíbulas capaces de partir el hierro, corazaserizadas de dardos, que basta que os abracen para causaros mil heridas.Es de agradecer á la Naturaleza que los ha creado de ese tamaño, pues áser más grandes, ¿quién hubiera podido luchar con ellos? Ninguna arma defuego traspasaría su cuerpo. A su presencia, huiría el elefante, eltigre se encaramaría á los árboles, y el rinoceronte, á pesar de loconsistente de su piel, no estaría en salvo.
Presiéntese que el agente interior, el motor de esta máquina,centralizado en su forma (casi siempre circular), sólo por aquello usóde enorme fuerza. La esbelta elegancia del hombre, su formalongitudinal, dividida en tres partes con cuatro grandes
apéndices,divergentes,
alejados del
centro,
lo
convierten, por más que se diga, enun ser muy débil. En aquellas armaduras de caballeros los grandes brazostelegráficos, las pesadas piernas colgantes, causan la triste impresiónde un ser descentralizado, impotente y vacilante, que un ligero choquebastaba á derribar. En el crustáceo, por el contrario, los apéndicesestán tan cercanos y unidos á la masa rechoncha, tupida, que el máspequeño golpe que asesta lleva el empuje de todo el cuerpo. Cuando elanimal pincha, muerde ó destroza, hácelo con todo su ser, que aun alextremo de su arma conserva completa energía vital.
Tiene dos cerebros (la cabeza y el tronco); empero para tupirse, paraobtener tan terrible centralización, el ani