En circunstancias las menos favorables, la vecindad de los volcanes ylas cálidas corrientes que les son anejas continúan la vida animal enlos sitios más desolados. Bajo la horrible devastación del poloantártico, no lejos del volcán Erebus, James Ross encontró corales vivosá mil brazas bajo el mar helado.
En la primitiva edad del mundo los numerosos volcanes de que estásembrado tenían una acción submarina mucho más poderosa que ahora. Susfisuras, sus valles intermedios, permitieron
al
mucus
marítimoacumularse
por
capas,
electrizarse de las corrientes. Sin duda que allíse asió la gelatina, fijóse, se afirmó, inquietóse y fermentó con todasu vigorosa potencia.
La levadura fué el atractivo de la substancia en provecho propio.Elementos creadores nativamente disueltos en el mar, formaroncombinaciones, matrimonios iba á decir, apareciendo vidas elementalespara evaporarse y morir. Otras, enriquecidas con sus despojos, duraron;seres preparatorios, lentos y pacientes creadores que, desde aquelmomento, comenzaron bajo el agua la obra eterna de fabricación y laprosiguen á nuestra vista.
El mar, que á todos los sustentaba, distribuía á cada cual lo que mejorle convenía. Descomponiéndolo cada uno á su manera, en provecho propio,los unos (pólipos, madréporas, conchas) absorbieron el calizo; otros(los infusorios del trípoli, las colas de caballo rugosas, etc.)concentraron el sílice. Sus despojos, sus construcciones, revistieron lasombría desnudez de las rocas vírgenes, hijas del fuego, que arrancarandel núcleo planetario lanzándolas ardientes y estériles.
Cuarzo, basaltos y pórfidos, guijarros semi-petrificados, todo recibióde esas criaturillas una corteza menos inhumana, elementos suaves yfecundos que extraían de la leche materna (llamo leche al mucus marítimo), que elaboraban y depositaban, haciendo habitable la tierra.En esos medios más favorables pudo realizarse el mejoramiento, laascensión de las especies primitivas.
Estos trabajos debieron practicarse primitivamente en las islasvolcánicas, en el fondo de sus archipiélagos, en esos meandros sinuosos,esos apacibles laberintos donde las olas sólo penetran discretamente;tibias cunas para los recién nacidos.
Mas, la flor escogida florece con plenitud en las profundas hondonadasde los golfos índicos. Aquí, el mar fué un gran artista, pues dió á latierra las adoradas y benditas formas donde se complace en crear elamor. Por medio de sus asiduas caricias, redondeando la playa, dióle loscontornos maternos, la ternura visible del seno de la mujer (iba ádecir), lo que tanto place al niño, abrigo, calor y descanso.
III
El átomo.
Cierto día, un pescador me regaló el fondo de su red, es decir, tresseres casi moribundos, un esquino, una estrella de mar y otra estrella,un lindo ofiuro, que todavía se agitaba y no tardó en perder sus brazosdelicados. Púselos en agua de mar, y los descuidé por espacio de dosdías, ocupado en otras tareas.
Cuando me acordé de ellos, sólo hallétres cadáveres. Aquello estaba desconocido: habíase renovado la escena.
Una película espesa y gelatinosa se había formado á la superficie. Toméun átomo de ella en la punta de una aguja, y el átomo, visto almicroscopio, me ofreció lo siguiente: Un torbellino de animales, cortos y sólidos, rechonchos, ardientes( cólpodos), que se movían de acá para allá, ebrios de vida,arrebatados de haber nacido (permítaseme la expresión), celebrando sunatalicio con una extraña bacanal.
En segunda fila hormigueaban unas culebrillas muy diminutas ó anguilasmicroscópicas que más bien vibraban que nadaban para ir hacia adelante(se las nombra vibradores).
Fatigada de tanto movimiento, la vista, sin embargo, no tardó en notarque en aquella escena no todo se movía. Había vibradores tiesos aún queno vibraban: habíalos entrelazados, agrupados en racimos, en enjambres,que no se habían desprendido y aparentaban aguardar el momento de lalibertad.
Entre aquella fermentación viva de seres inmóviles aún, se arrojaba, rabiaba, talaba, la desordenada traílla de los grandes rechonchos (los cólpodos), que parecía hacer pasto de ellos, regalarse, engordar yvivir allí á sus anchas.
Observaréis que ese espectáculo tenía por teatro la arena de un átomorecogido en la punta de una aguja. ¿Qué de escenas parecidas hubieseofrecido el Océano gelatinoso que con tanta prontitud se formó sobre elfango! El tiempo había sido aprovechado maravillosamente. Los moribundosó muertos, al escapárseles la vida habían creado todo un mundo. Encambio de tres animales perdidos, ahora era dueño de millones de ellos,y éstos ¡tan jóvenes y vivaces, animados de movimientos tan violentos,tan absorbentes, rabiosos por vivir!
Ese mundo infinito, de tal suerte mezclado al nuestro, que por doquieranos rodea y está siempre con nosotros, era casi desconocido hasta hacepoco. Swammerdam y otros, que anteriormente lo habían entrevisto, fuerondetenidos en sus primeros pasos. Mucho más tarde, en 1830, el mágicoEhrenberg lo evocó, lo reveló y clasificó, estudiando la forma de esosinvisibles, su organismo, sus costumbres, y viólos absorber, digerir,navegar, cazar, combatir. Su generación le pareció obscura. ¿Cuáles sonsus amores? ¿Acaso aman? En seres tan elementales ¿hace el gasto laNaturaleza de una generación complicada? ¿O bien nacen espontáneamentecomo tal ó cual moho vegetal? El vulgo dice: «como los hongos.»
Cuestión árida que hace sonreir y menear la cabeza á más de un sabio.¡Se está tan seguro de tener entre manos el misterio del mundo, de haberfijado invariablemente las leyes de la vida! A la Naturaleza tocaobedecer. Cuando, hace cien años, se hizo observar á Reaumur que lahembra del gusano de seda podía producir sin auxilio del macho, lo negó,contestando: «La nada, nada produce.» El hecho, constantemente negado yprobado de continuo, acaba de serlo fijamente y queda admitido, no tansólo para el gusano de seda, sino para la abeja y para cierta mariposa,y aun para otros animales.
En todo tiempo y en cualquiera nación, lo mismo entre las personasilustradas que entre el vulgo de las gentes, se decía: «La muerte da lavida.» Suponíase en particular que la vida de los imperceptibles surgíainmediatamente de los despojos que le lega la muerte. El mismo Harvey,que fué el primero en formular la ley de generación, no se atrevió ádesmentir tan arraigada creencia. Al decir: Todo procede del huevo,añadió: ó de los disueltos elementos de la vida precedente.
Esta es precisamente la teoría que acaba de renacer con tal resplandor,merced á los experimentos de M. Pouchet, quien establece que de losdespojos de infusorios y otros seres se crea la escarcha fecunda, la«membrana prolífica,» de la que nacen, no nuevos seres, sino losgérmenes, los óvulos de donde podrán nacer después.
Estamos en la época de los milagros, es preciso convenir en ello; mas,éste no tiene nada de sorprendente.
En otro tiempo habríanse reído á las barbas del que hubiera pretendidoque animales indóciles á las leyes establecidas, se permitan respirarpor la patita. Los bellos trabajos de Milne Edwards han derramado luzsobre este asunto. Dícese que asimismo Cuvier y Blainville habían notadoque otros seres que carecen de órganos regulares de circulación, lossuplían por medio
de
los
intestinos;
mas,
esos
grandes
naturalistasencontraron tan enorme el caso, que no se atrevieron á divulgarlo. Hoyha pasado al dominio de cosa juzgada por el mismo Milne Edwards, M. deQuatrefages, etc.
Sea cual fuere la opinión que se tenga formada de su nacimiento, locierto es que después de nacidos nuestros átomos ofrecen un mundoinfinito y admirablemente variado. Todas las formas de vida estánrepresentadas en ellos honrosamente. Dado caso que se conozcan entre sí,opinarán que componen una armonía completa á la que muy poco hay queenvidiar.
Y no son especies dispersas, creadas aparte: constituyen visiblemente unreino donde los géneros diversos han organizado una gran división deltrabajo vital. Tienen seres colectivos como nuestros pólipos y nuestroscorales, pegados aún, sufriendo las sujeciones de una vida común; tienentambién pequeños moluscos que ya se visten con lindas conchas; tienenpeces ágiles y bullidores insectos, arrogantes crustáceos, miniatura delos futuros cangrejos, como ellos armados hasta los dientes, aguerridosátomos que se dedican á la caza de los átomos inofensivos.
Todo esto en medio de una riqueza enorme y excesiva que humilla lapobreza del mundo visible. Sin hablar de los rizópodos que con suscapitas han ayudado á la constitución de los Apeninos, sobrealzado lascordilleras; sólo los foraminíferos, esa numerosa tribu de átomosconchíferos, cuenta hasta dos mil especies (Carlos d'Orbigny). Los haycontemporáneos de todas las edades de la tierra, presentándose siempre ádiversas profundidades en las treinta crisis que ha experimentado eluniverso mundo, variando un tanto las formas, pero persistiendo comogénero, y quedando cual testimonios idénticos de la vida del planeta. Alpresente, la fría corriente del polo austral, que la punta de Américadivide entre sus dos grandes playas, envía imparcialmente cuarentaespecies hacia la Plata y otras cuarenta, hacia Chile. Empero, la, granmanufactura que los crea y organiza parece ser el cálido río del mar quese desprende de las Antillas. Las corrientes del Norte los matan,arrastrándolos muertos el gran torrente paterno con dirección áTerranova y á nuestro Océano, cuyo fondo constituyen.
Cuando el ilustre padre de los átomos (es decir, su padrino), Ehrenberg,los bautizó, los patrocinó, introduciéndolos en la ciencia, fué acusadode debilidad hacia ellos, y se dijo que daba demasiada importancia áesos pequeñuelos. Ehrenberg los encontraba complicados, de unaorganización muy elevada, llegando á tal punto su liberalidad hacia losmismos, que les concedió ciento veinte estómagos á cada uno. El mundovisible se sulfuró, y, por una reacción violenta, Dujardin los redujo ála última expresión de sencillez. Según él, esos pretendidos órganossólo lo son en la apariencia. No pudiendo negar, sin embargo, su fuerzade absorción, les concede el don de improvisar á cada momento, estómagosal caso, y del grandor de las partículas que quieren tragarse. Estaopinión no ha logrado cautivar á M. Pouchet, quien se inclina por la deEhrenberg.
Lo incontestable y admirable en ellos es el vigor de sus movimientos.Varios tienen todas las apariencias de una individualidad
precoz,
nopermaneciendo
mucho
tiempo
avasallados á la vida comunista y polípera dose arrastran sus superiores inmediatos, los verdaderos pólipos. Muchosde esos invisibles, de un salto se convierten en individuos, es decir,en seres capaces de ir y correr de acá para allá solos, á su capricho,libres ciudadanos del mundo que sólo depende de ellos en lo tocante á ladirección de sus movimientos.
Cuanto puede imaginarse de locomociones diversas, de modos de andar enel mundo superior, es igualado, sobrepujado de antemano por losinfusorios. El impetuoso torbellino de un astro poderoso, de un sol quearrastra como á sus planetas cuantos seres débiles encuentra en sucarrera, el curso más irregular del cometa cabelludo que atraviesa ó quedispersa mundos vagos á su paso, la graciosa ondulación de la esbeltaculebra que sigue el agua ó nada en tierra, la barca oscilante que sabevirar á tiempo, decaer del rumbo para ir más lejos, en fin, el rastreolento y circunspecto de nuestros tardígrados, que se apoyan, se agarraná cualquier cosa, todos esos diversos aires se observan entre losimperceptibles. Mas ¡con qué maravillosa sencillez de medios! Los hayque no siendo más que un hilo, para avanzar se disparan como untirabuzón elástico; otros se valen de su ondulante cola ó de suspequeñas cejas vibrantes á guisa de remo y gobernalle; las preciosasvorticelas, cual jarrón de flores, se agarran juntas sobre una isla(plantecica ó cangrejito), y luego se aislan descolgando su delicadopedúnculo.
Lo que aún llama más la atención que los órganos de movimiento, es loque podríamos nombrar las expresiones, las actitudes, los signosoriginales del humor y del carácter. Hay seres apáticos, otros muyactivos y fantásticos, otros agitados por la guerra, otros diligentessin causa aparente y poseídos de una vana agitación. En ocasiones, átravés de una masa de gentes tranquilas y pacíficas, un atolondrado,sordo y ciego, lo echa todo á rodar.
¡Prodigiosa comedia! Parece como que están ensayando entre ellos eldrama que representará nuestro mundo, el noble y serio mundo de losgrandes animales visibles.
A la cabeza de los infusorios coloquemos con cierto respeto losmajestuosos gigantes, los dos jefes de orden, el alto tipo delmovimiento y el de la fuerza (lenta, pero temible) armada.
Tomad un poco de musgo de un tejado cualquiera, dejadlo algunos días enagua, y observad después con un microscopio.
Un poderoso animal, elelefante, la ballena de los infusorios, muévese con un vigor y un garbode vida que no siempre tienen semejantes colosos. Respetémoslo. Es elrey de los átomos, el rotífero, así nombrado porque en ambos lados de lacabeza lleva dos ruedas, órganos de locomoción que lo asimilarían albarco de vapor, ó tal vez armas de caza que lo ayudan á apoderarse delos más débiles.
Todos huyen, cejan ante él, y uno solo resiste, no temiendo nada,confiado en sus armas. Es éste un monstruo, empero provisto de sentidossuperiores, el cual tiene dos ojazos de púrpura. Poco movible yverdadero tardígrado, en cambio ve y está armado, pues ostenta en sussólidas patas uñas muy pronunciadas, que le sirven para asirse en casode necesidad y sin duda también para pelear.
¡Poderoso preludio de la Naturaleza que, en esa economía de sustancia yde materia, con nada comienza á crear tan majestuosamente! ¡Sublimeabertura! Estos (¿qué importa su tamaño?) tienen una potencia colosal deabsorción y de movimiento, que estarán muy lejos de poseer los enormesseres clasificados mucho más alto en la serie animal.
La ostra pegada en su roca, la limaza que se arrastra sobre su abdomen,son para el rotífero lo que yo sería al lado de los Alpes, de lascordilleras; seres tan desproporcionados que no pueden medirse con lavista, y apenas por el cálculo y la imaginación.
Sin embargo, ¿qué se han hecho entre esas montañas animales la prestezay el ardor de vida que desplegaba el rotífero? ¡Qué caída la nuestra alascender la escala!... Mis átomos estaban llenos de vida, se movíanvertiginosamente, y esas bestias gigantescas están atacadas deparálisis.
¿Qué sería si el rotífero pudiera concebir al ser colectivo dondedormita un infinito, por ejemplo, la magnífica, la colosal esponjaestrellada que vemos en el Museo de París? Esta, por su magnitud, está áigual nivel del rotífero que el hombre con el globo terráqueo, de nuevemil leguas de ruedo. Y sin embargo, estoy convencidísimo que, lejos deverse humillado por la comparación, el átomo rebosaría de orgulloexclamando: «Soy grande.»
¡Ah!, ¡rotífero!, ¡rotífero! No conviene menospreciar nada.
Conozco muy bien tus ventajas y tu superioridad; mas,
¿sabemos acaso siesa vida de cautiverio que te mueve á risa no es un progreso? Tudescompasada y vertiginosa libertad, ¿es, por ventura, el término de lascosas? Para tomar su punto de partida hacia más elevados destinos, laNaturaleza prefiere experimentar un encanto inmovible, penetrando en elobscuro sepulcro de ese triste comunismo en que cada elemento desempeñaun papel insignificante, y enseña á dominar la inquietud individual, áconcentrar la substancia en beneficio de las vidas superiores.
Dormita allí por algún tiempo, como la Linda de la selva durmiente;empero, sueño ó cautiverio, sortilegio ó lo que fuere, semejante estadono es la muerte. La áspera materia de la esponja vive rellena de sílice:sin moverse, sin respirar, sin órganos de circulación, sin ningúnaparato de los sentidos, vive.
¿Cómo se sabe eso?
La esponja pare dos veces al año; tiene sus peculiares amoríos y con másexuberancia que otros seres. En día dado unas esferillas se desprendende la madre esponja, armadas de débiles nadaderas que las procuranalgunos instantes de animación y de libertad. Una vez fijas,conviértense en esponjitas delicadas, que irán aumentando paulatinamenteen tamaño.
Así, pues, en medio de la carencia aparente de sentidos y de organismo,envuelto todo en misterioso enigma, en el dintel dudoso de la vida, lageneración la revela y nos descubre el preludio del mundo visible cuyaescala vamos á recorrer. Sólo se divisa la nada, y en esa nada yaaparece la maternidad. Lo mismo que entre los dioses de Egipto (Isis yOsiris) que engendran antes de nacer, aquí el Amor nace antes del ser.
IV
Flor de sangre.
En el eje del globo, en medio de las cálidas aguas de la Línea y en sufondo volcánico, el mar superabunda de vida hasta el punto de no poder,á lo que parece, equilibrar sus creaciones; y sobrepujando á la vidavegetal, de buenas á primeras, sus alumbramientos producen la vidaanimada.
Mas, esos animales se atavían con un extraño lujo botánico, con libreasespléndidas de una flora excéntrica y lujuriosa.
Divisáis hasta dondealcanza la vista flores, plantas y arbustos; á lo menos, tales osparecen por sus formas y colores. Y esas plantas se mueven, los arbustosson irritables, las flores tiemblan con naciente sensibilidad, do va áposarse la voluntad.
¡Oscilación encantadora, gracioso equívoco! Al límite de los dos reinosy bajo esas flotantes apariencias tan fantásticas, el espíritu datestimonio de sus primeros albores. Es el alba, la aurora matutina. Consus resplandecientes colores, sus nácares y esmaltes, señala el sueñonocturno y la idea del día que aparece.
¡Idea! ¿Nos atreveremos á pronunciar esta palabra? No: es un sueño,sueño no más, pero que poco á poco se esclarece como los ensueñosmatutinos.
Al norte de Africa, ó más allá del Cabo, el vegetal que reinaba comosoberano en la zona templada ve surgir á su lado rivales animados quetambién vegetan, florecen, le igualan y no tardan en sobrepujarle.
El grande encantamiento comienza, va en aumento siempre y adelantandohacia el Ecuador.
Arbustos extraños, elegantes, las gorgonas, las isis, extienden su ricoabanico; el coral adquiere su color rojo bajo las olas.
Al lado de las brillantes praderas irisadas de todos colores comienzanlas plantas-piedra, las madréporas, cuyas ramas (¿diremos sus manos ysus dedos?) florecen en helados copos rosados, parecidos á los de losmelocotones y manzanos. Por espacio de setecientas leguas antes dellegar al Ecuador y por otras setecientas del lado de allá continúa lamágica ilusión.
Hay seres inciertos, como por ejemplo las coralinas, que los tres reinosse disputan. En sí encierran algo de animal, algo de mineral, yúltimamente acaban de ser clasificadas en la nomenclatura de losvegetales. Tal vez sea el punto real en que la vida obscuramentedespierte del sueño de piedra, sin desprenderse aún de su rudo punto departida, como para advertirnos, á nosotros tan soberbios y que miramosdesde tan alto, la fraternidad ternaria, el derecho que el obscuromineral tiene á subir y animarse, y la aspiración profunda que existe enel seno de la Naturaleza.
«Nuestras praderas, nuestros bosques—dice Darwin,—parecen desiertos yvacíos si se comparan con los del mar.» Y en efecto, á cuantos hanrecorrido los transparentes mares de las Indias, les ha llamado laatención la fantasmagoría que ofrece su fondo, siendo sorprendente enprimer término por el extraño cambio que se opera en las plantas y losanimales en sus insignias naturales, en su apariencia. Las plantasblandas y gelatinosas, con órganos redondos que no parecen ni tallos nihojas, afectando gordura, la dulzura de las curvas animales, diríase quequieren engañar al que las mira y hacerse pasar por seres del reinoanimal, mientras que los animales verdaderos parece como que se ingenianpara ser plantas y asemejarse á los vegetales, pues imitan todos loscaracteres del otro reino. Unos tienen la solidez, la casi eternidad delárbol; otros se descogen y luego se marchitan, como las flores. Así,pues, la anémona marina se abre cual pálida margarita rosada, ó comoáster granate adornado con ojos de azur; mas desde el momento que se hadesprendido un hilito de su corola, ó sea una nueva anémona, veisladisolverse y desaparecer.
Mucho más variable aún el proteo de las aguas, el alción, toma todogénero de formas y de colores, haciendo el papel de planta, de fruta;despliégase en forma de abanico, se convierte en seto lleno dematorrales ó en graciosa cestita. Mas, todo ésto es fugitivo, efímero,de vida tan tímida que desaparece al menor movimiento, y nada queda: enun instante ha vuelto todo al seno de la madre común. Hallaréis lasensitiva en una de esas formas ligeras; la cornularia, al tacto serepliega sobre sí misma, cierra su seno como la flor sensible al fresconocturno.
Cuando os asomáis al borde de los arrecifes, de los bancos de corales,observáis el fondo del tapiz bajo el agua, verde de astreas y detubíporas, fungias amoldadas en bolas de nieve, meandrinas historiadasen su laberintito y cuyos valles y colinas están indicados con loscolores más vivos. Los cariófilos (ó claveles) de terciopelo verdematizado de naranjo al extremo de su ramo calizo, pescan los alimentosmeneando suavemente en el agua sus preciosas estambrillas de oro.
Encima de ese mundo de abajo, como para resguardarlo del sol, ondulandocual sauces y bejucos, ó balanceándose como palmeras, las majestuosasgorgonas de varios pies de alto, constituyen un bosque con los árbolesenanos del isis. De uno á otro árbol, la plumaria enreda su espiral muyparecida á las tijeretas de las viñas y los hace corresponder entre sípor medio de sus finos y ligeros ramajes, matizados de brillantesreflejos.
Este espectáculo encanta, turba la imaginación: es un vértigo y como unsueño. El hada de las aguas añade á esos colores un prisma de tintasfugitivas, una movilidad sorprendente, una inconstancia caprichosa, lavacilación, la duda.
¿He visto bien? No, no es eso... ¿era un ser ó un rellejo?...
Sinembargo, seres son, pues veo un mundo real que se aloja allí y sedivierte. Los moluscos viven confiados, arrastrando su nacarada concha;los cangrejos tampoco desconfían, y corren y cazan. Peces extraños,ventrudos y rechonchos, vestidos de oro y de cien colores distintos,están paseando su pereza. Anélidos color de púrpura y violáceos,serpentean y se agitan al lado de la delicada estrella (el ofiuro), quebajo el influjo de los rayos solares, alarga, encoge, arrolla ydesarrolla sus elegantes brazos.
En medio de esa fantasmagoría y con más gravedad, la madréporaarborescente ostenta sus no tan subidos colores. Su belleza consiste enla forma.
Y la belleza de ese mundo está en el conjunto, en el noble aspecto de laciudad común: el individuo es modesto, mas la república impone. Aquítiene la fortaleza del áloe y el cactus; más allá es la cabeza delciervo, su espléndido atalaje; á mayor distancia la extensión de lasvigorosas ramas de un cedro que, después de tender horizontalmente susbrazos, se dispone á empinarse más y más.
Esas formas, despojadas ahora de millares de flores vivas que lasanimaban, las cubrían, tienen tal vez en su estado severo mayoratractivo para el ánimo. Por lo que á mí toca, me complazco encontemplar los árboles en invierno, cuando sus elegantes ramas desnudasdel lujo abrumador de las hojas, nos dicen lo que son por sí solos,revelando delicadamente su escondida personalidad. Otro tanto sucede conlas madréporas.
En su desnudez presente, convertidas de pinturas enesculturas, más abstraídas, digámoslo así, parece que intentanrevelarnos el secreto de esos pueblecillos cuyo ornamento constituyen.Varias de ellas, diríase que nos hablan por medio de extrañoscaracteres: tienen
enlaces,
roleos
complicados
que
visiblemente
indicanalgo. ¿Hay alguno que pueda interpretarlos? ¿Con qué palabras lostraduciríamos á nuestro idioma?
Presiéntese perfectamente que hoy aún existe una idea allí dentro. Unono puede desprenderse fácilmente de aquel sitio; y por más que seabandone, allí se vuelve. Deletréase, se cree comprender; luego se osescapa ese rayo de luz y os golpeáis la frente.
Los enjambres de abejas, con su fría geometría, no son, ni con mucho,tan significativos. Estas constituyen un producto de la vida; mas,aquello es la misma vida. La piedra no fué simplemente base y abrigo dedicho pueblo, sino un pueblo anterior, la generación primitiva que,suprimida paulatinamente por los jóvenes de encima ha tomado talconsistencia. Luego, todo el pasado movimiento, el tinte de la ciudadprimitiva, están allí visibles y sorprendentes, con una verdadflagrante, cual vivo detalle de Herculanum ó Pompeya. Empero aquí todose ha fabricado sin violencia ni la más pequeña catástrofe, por unprogreso natural; la más serena paz reina en dicho sitio, que tiene unsingular atractivo de dulzura.
El escultor admiraría las formas de un arte maravilloso que en un mismoasunto ha sabido producir infinitas variantes, las cuales bastarían paracambiar y renovar todas nuestras artes de adorno.
Pero otra cosa hay que considerar á más de la forma. Las ricasarborescencias donde se descoge la actividad de esas tribus laboriosas,los ingeniosos laberintos que parecen buscar un hilo, ese profundo juegosimbólico de vida vegetal y de toda vida, es el esfuerzo de una idea, dela libertad cautiva, sus tímidos tanteos hacia la prometida luz,relámpago encantador del alma joven comprometida en la vida común; peroque, suavemente, sin violencia, con gracia, se emancipaba de ella.
Poseo dos de estos arbolillos, de especie análoga, y sin embargodistinta. No hay vegetal que pueda comparárseles.
Tiene el unoinmaculada blancura, como el alabastro sin brillo, y en su amorosariqueza cada rama ostenta capullos, botones, florecitas, y jamás dice:Basta. El otro, no tan blanco pero más tupido, en cada rama encierra unmundo. Ambos son agradabilísimos por su semejanza y desemejanza, suinocencia, su fraternidad. ¡Oh! ¡quién podrá revelarme el misterio delalma infantil y encantadora que fabricó ese juguete de hadas!
Véselacircular aún esa alma libre y cautiva á la vez, mas con cautiverioamoroso, y que sueña con la libertad sin quererla por entero.
Hasta ahora las artes no han sabido apoderarse de esas maravillas quetanto las hubieran auxiliado. La magnífica estatua de la Naturaleza quese eleva á la puerta del Jardín de Plantas, de París, debiera estarrodeada de tales atributos. Aquella estatua había de figurar con elcortejo triunfal que nunca la abandona, era preciso realzar con todossus dones el majestuoso trono do se sienta. Sus primeros seres, lasmadréporas, dichosos de enterrarse en el suelo hubieran suministrado losfundamentos, por medio de sus alabastrinos ramajes, sus meandros y susestrellas. Encima sus ondulosas hermanas, con sus cuerpos y sedososcabellos habrían constituido un blando lecho viviente para abrazarcariñosa