El Paraiso de las Mujeres (Novela) by Vicente Blasco Ibáñez - HTML preview

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VI

Donde el profesor Flimnap termina su lección

El hombre no sólo monopolizaba el gobierno, la justicia, la enseñanza ytodos los medios de producción; guardaba además las armas, como unprivilegio de su sexo. ¿De qué modo vencer á los hombres, cuandodisponían de instrumentos destructores como jamás se conocieron ennuestra historia?…

Sus cañones del tamaño de casas, sus fusiles y ametralladoras, quelanzaban plomo con la misma rapidez que una máquina de coser dapuntadas, podían suprimir instantáneamente las manifestacionesfemeninas, por numerosas que fuesen. Además, la mujer, acobardada portantos siglos de servidumbre, tenía miedo á los procedimientos deviolencia. Sólo las jóvenes que habían cultivado sus músculos en losdeportes al aire libre se reían de estos temores de las señoras desalón. Todas se mostraban acordes al lamentar los crímenes de loshombres, pero la situación angustiosa parecía sin remedio….

Y de pronto surgió el hecho providencial y decisivo, un descubrimientocientífico que casi puede ser calificado de milagro.

Una de las mujeres nuevas dedicadas á la ciencia orientó sus estudioshacia una finalidad práctica y humanitaria. Quería terminar las guerrasdefinitivamente, y el medio más seguro era conseguir la anulación detodos los descubrimientos industriales empleados por los hombres paraexterminarse. Un día, para bien de la humanidad, inventó unos rayosprodigiosos, que debían haberse titulado «la aurora de la nueva vida»,pero que la sabia mujer, poco dada á los términos imaginativos, designóáridamente con el nombre de «rayos negros».

Estos rayos, proyectados á largas distancias, hacían estallar todas lasmaterias explosivas, aunque estuviesen preservadas por muros ó porenvolturas metálicas. Hasta en el fondo del agua conseguían su objetolos rayos maravillosos.

La sabia genial era en la vida corriente una mujer de cortos alcances, ysólo presintió en su invención un medio de llamar al orden á loshumanos, impidiéndoles que insistiesen en sus guerras; como si estofuese posible quedando en manos del hombre la dirección de la Historia.El Comité supremo de las reivindicaciones feministas

vió más claro queesta química ilustre y simplona. Se fué enterando minuciosamente de sustrabajos, y á continuación la guardó presa, con toda clase demiramientos, en una cueva del Club Feminista, para que no pudieserevelar su secreto á los hombres.

¡Qué envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la másestupenda de las revoluciones!

¡Cuánto me hubiese gustado ver lo que viómi madre, que era entonces una niña!… Las muchachas más valerosas,acostumbradas á los deportes, montaron una mañana en varios aeroplanos,volando sobre toda la extensión del país. Cada avión llevaba un aparatode los inventados por la sabía providencial. Eran á la vista unassimples cajas de las que salían varios chorros de humo tenue y negro.Estas mangas, al descender del avión, iban pasando sobre la superficiede la tierra, y toda materia inflamable que tocaban, aunque estuviesedefendida por paredes ú oculta bajo el suelo, hacía explosióninmediatamente. Así, en unas cuantas horas volaron todos los arsenales,polvorines y depósitos de municiones existentes en nuestro país.

Aquí, en la capital, el gobierno de los hombres, asustado por estarevolución catastrófica, intentó apresar al Comité feminista. Toda laguarnición marchó al asalto de nuestro Club. ¡Esfuerzo inútil! El Comitéaguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos«rayos negros». Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropashuyesen á la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo.

Los soldados vieron cómo sus fusiles estallaban entre sus manos antes dedisparar y cómo se inflamaban las cápsulas en sus cartucheras,acribillándolos de heridas mortales. Los que estaban más lejos,espantados por el fenómeno, arrojaban las armas y se despojaban de susbolsas de municiones, viendo en el propio equipo militar un peligro demuerte. Los oficiales, impulsados por el orgullo profesional, gritaban:«¡Adelante!», pero el revólver estallaba en su diestra, llevándoles lamano y el brazo. Los artilleros abandonaban las piezas para huir, envista de que los armones llenos de proyectiles se inflamaban solos lomismo que si fuesen volcanes, haciendo volar los miembros de los hombresdespedazados.

Gracias á los «rayos negros», en unas cuantas horas se cambió el ordende la vida, y el Comité vencedor se instaló en el antiguo palacioimperial, decretando que había muerto para siempre el gobierno de losvarones.

Mentiría si le dijese que este movimiento feminista fué unánime. Lasprudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieronllorosas al Comité para suplicarle que no insistiese en su lucha contralos tiranos masculinos. Debo añadir que estas conservadoras, faltas decarácter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayoría delpaís. Pero ¿qué revolución no ha sido hecha por una minoría y no se havisto obligada á imponerse á la debilidad y el pensamiento miope de losmás? El gobierno provisional del feminismo no prestó atención á estastránsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia ótemían por la existencia de los que aún se mantenían vivos, prefiriendosu egoísmo particular á los intereses del sexo.

El Comité triunfador hizo bien en no oirías. Las revoluciones no semiden por los dolores que originan, sino por los nuevos beneficios queaportan al bienestar y la libertad de los humanos.

No quiero entrar en los detalles de la Verdadera Revolución, pues estoalargaría mucho mis explicaciones.

Baste decir que al día siguienteandaban fugitivos y aterrados por todo el territorio de la República loshombres, que horas antes se creían eternamente superiores. Era tal elterror infundido por los «rayos negros», que todo el que tenía armas seapresuraba á dejarlas abandonadas en medio de los campos. Los padres ylos maridos miraron con nuevos ojos á las mujeres dentro de sus casas.Imploraban su protección para que intercediesen con el gobiernofemenino.

Como usted adivinará, un movimiento de esta clase no podía quedar dentrode los límites de lo que se llamaba antiguamente Liliput. Las mujeres deBlefuscú enviaron una comisión por los aires para pedir á sus hermanasvictoriosas que fuesen á libertarlas de una esclavitud de cuarentasiglos. Media docena de aparatos y un pelotón de voladoras resultaronsuficientes para que el reino vecino quedase en poder de las mujeres,muriendo su monarca y los principales dignatarios.

En resumen: bastó una semana para que en todos los países triunfasen lasmujeres, quedando los hombres en un servilismo igual al que habíaninfligido á nuestro sexo durante miles de años. Así fué lo que hemosconvenido en llamar la Verdadera Revolución, tan distinta en susresultados á las revoluciones hechas por los hombres.

Pero la muerte de la tiranía masculina no era suficiente. Había queorganizar y gobernar la nueva existencia del mundo, y esto lo hicimosmucho mejor y con más rapidez que cuando reunían los hombres su inútilSociedad de las Naciones para acabar con las guerras.

Como ya no quedaban armas explosivas, y las que se habían salvado de ladestrucción resultaban inútiles gracias á los «rayos negros», no fuédifícil evitar la reproducción de los exterminios humanos. No habiendoya ejércitos de hombres, era imposible que resucitase la guerra.

He olvidado decirle que sobre el mar ocurrió lo mismo que en lasciudades. Los aviones del Comité, con sus temibles chorros de luz negra,suprimieron todas las islas movibles artilladas por los hombres.

Apenasfueron volados unos cuantos de aquellos navíos colosales, lastripulaciones huyeron de los demás, dejándolos abandonados en lospuertos. Algunos flotaron perdidos en el mar, pues los marineros, á lavista de uno de los aeroplanos femeniles, echaban al agua lasembarcaciones menores, escapando del buque, que era para ellos un volcánpróximo á hacer erupción. Los submarinos se apresuraron igualmente áganar los puertos, vomitando toda su gente. Temían á los «rayos negros»,capaces de buscarles en las mayores profundidades.

En una palabra, gentleman: acabó el ejército y la flota de los hombresen todas las naciones de nuestra raza.

Murieron muchísimos al intentarla resistencia, y los supervivientes quedaron aterrados después de unaderrota tan inesperada y completa.

La gran superioridad de nuestro sexo se hizo patente cuando el Comiséfemenino, de acuerdo con las mujeres de los otros países, decretó laapertura de una Asamblea para reglamentar la victoria. Nunca se ha vistouna reunión política en que se hablase menos y se adoptasen acuerdosprácticos con mayor rapidez.

Los hombres, que durante su larga tiranía se dejaron dominar siempre pororadores, creyendo que un varón de buena palabra sirve para todo y losabe todo, han tenido el cinismo de burlarse de las mujeres en muchasocasiones, asegurando que somos habladoras.

Y sin embargo, nuestra Revolución se hizo sin discursos. Sólo después depasados algunos años ha renacido la oratoria en este país.

Lo primero que acordaron las mujeres fué suprimir las naciones con todossus fetichismos patrióticos provocadores de guerras. Ya no hubo Liliput,ni Blefuscú, ni Estado alguno que guardase sus antiguos nombres ydiferencias. Todos se federaron en un solo cuerpo, que tomó el título deEstados Unidos de la Felicidad. La capital de esta confederaciónverdaderamente pacífica fué Mildendo, por haber partido de ella elmovimiento libertador; pero se despojó de su nombre, que databa de losantiguos emperadores, para llamarse en adelante Ciudad-Paraíso de lasMujeres.

Al terminar la influencia de los hombres, disminuyó el descontentosocial y perdieron su fuerza amenazante las teorías sobre la supresiónde la propiedad, el nuevo reparto de la riqueza y otras utopías. Lamujer es profundamente conservadora y ama la propiedad y el orden. Ellaha sido la que, á pesar de su papel secundario, mantuvo al hombre en larazón durante miles de años y le impidió hacer tonterías irremediables.Sin ella no hubiese podido subsistir la sociedad. El hombre es tan vanoy presuntuoso, que apenas discurre un disparate para remediar lo que talvez no tiene remedio, intenta ponerlo en práctica, lo considerainfalible por ser suyo, y se siente capaz de prender fuego al mundoentero á cambio de que triunfe su orgullo de autor.

Al gobernar las mujeres, solucionaron por el sentimentalismo y elinstinto lo que los hombres no habían podido arreglar nunca valiéndosede su razón. Los más de los problemas sociales se resolvieronsimplemente suprimiendo la envidia. Pero prescindo de entrar en detallesy vuelvo á lo que hicieron los primeros organizadores de la VerdaderaRevolución.

Esta Asamblea, creadora de un mundo nuevo, se dió cuenta de que paraconsolidar su obra era preciso que las futuras generaciones ignorasen elpasado. Todo lo que hacía referencia al período de miles y miles de añosdurante el cual dominaron los hombres quedó suprimido. Se destruyeronlos libros, los periódicos, los monumentos, todo lo que pudiera hacersospechar á los varones del porvenir la autoridad despótica ejercida porsus antecesores. Únicamente en las bibliotecas de las universidadesconservamos las obras de aquellos tiempos; pero sólo tienen permiso paraleerlas los profesores de indiscutible lealtad que se dedican al estudiode la Historia.

Además, todos los que se habían considerado héroes y personajesimportantes durante la dominación masculina fueron enviados á islasremotas, y murieron obscuramente, lo mismo que Eulame.

Quedaron en poder de las mujeres escuelas y universidades, y sólo se dióen ellas una instrucción de acuerdo con las órdenes del gobierno. Siusted pudiese hablar con las muchachas que frecuentan nuestrosestablecimientos de enseñanza, se convencería de que no tienen la menorsospecha de cómo fué el mundo antes de la Verdadera Revolución. Creenque las hembras han gobernado siempre y que los varones forman un sexodébil y tímido, necesitado de que lo protejan. De hablar usted nuestroidioma, el gobierno no me hubiese encargado que le contase la historianacional, ni yo me habría atrevido á revelársela, á pesar de la simpatíacon que le miro. Piense que le estoy comunicando secretos de Estado yque una imprudencia puede pagarse con la vida. Nosotros mismos, losprofesores, sólo nos atrevemos á hablar da estos sucesos empleando elinglés, para tener la certeza de que ningún curioso puede entendernos.

Confieso que la Revolución causó muchas víctimas y que aun hoy elmantenimiento da sus reformas exige ciertas precauciones que tal vezparezcan poco humanitarias; pero ¡qué de beneficios nos trajo!…

Hacecincuenta años que gobiernan las mujeres, y no ha habido una sola guerrani asomo de motivo capaz de provocarla en lo futuro. Hemos suprimido lasdos calamidades que excitaban la brutalidad de los hombres: la guerra yel alcohol. Nuestros gobiernos se suceden provocando luchas da palabraúnicamente: sin choques sangrientos y sin revoluciones. Jamás fué tanbien administrada la fortuna pública.

Las buenas condiciones de ahorro y de modestia que hubo de aprender lamujer para la dirección del hogar durante la época de su esclavitud lasemplea ahora en el gobierno. Los Estados Unidos de la Felicidad sonadministrados como una casa donde no se conoce el desorden ni eldespilfarro. Todo marcha con una estricta economía, y sin embargonuestro país no carece de comodidad y de opulencia. Sólo aceptamos comogobernantes á las mujeres que saben realizar el mismo milagro querealizaban en tiempos del despotismo masculino ciertas esposas á las quedaban sus esposos poco dinero y no obstante mantenían su casa con unaspecto de abundancia y de regocijo.

Ningún país, durante los largos siglos de tiranía masculina, pudoalabarse como nosotras da no haber tenido en cincuenta años un sologobernante ó un solo empleado que fuese ladrón. Todo lo dirigen lasmujeres: las escuelas, las fábricas, los campos, los buques, lasmáquinas de locomoción terrestres y voladoras, y la vida es más dulce,más pacífica que antes. Esto demuestra la injusticia con que la mujerera mirada en aquellos tiempos nefastos de la tiranía hombruna, cuandose la consideraba apta únicamente para administrar una casa pequeña ycuidar los hijos. Al hombre corresponden ahora estas funcionessecundarias.

Reconozco, gentleman, que nuestro triunfo no ha sido del todo generoso.Cuando se sufre una esclavitud de miles de años, el mal recuerdo y lavenganza resultan inevitables. Hoy las mujeres se han acostumbrado á susituación dominante, y el amor y la vida íntima en la casa les hacenmirar con un cariño protector á los varones de su familia. Pero en losprimeros años después de la Verdadera Revolución, los hombres lo pasaronmal. La autoridad tuvo que intervenir muchas veces para aconsejarprudencia y tolerancia á ciertas amazonas, que, acordándose de los malostratos sufridos en otros tiempos, daban todas las noches una paliza ásus maridos.

Todavía quedan entre nosotras espíritus conservadores y tradicionalistasque guardan un odio implacable al antiguo tirano. Estas son,generalmente, mujeres intelectuales, que, dedicadas á un trabajo mentaly sintiendo ambiciones puramente idealistas, no han tenido tiempo parapensar en el amor y se mantienen en laborioso celibato.

Yo he vivido también así, gentleman, pero no crea que he seguido suscostumbres.

A estas masculinófobas se las conoce en la calle y en todas partes porla tenacidad con que muestran su odio á los hombres. Algún día veráusted á Golbasto, nuestro poeta laureado, la mujer que cantó mejor eltriunfo de la Verdadera Revolución. Es la única persona que admira yrespeta Momaren, nuestro Padre de los Maestros.

El Consejo Ejecutivo le regaló una máquina rodante que tiene la forma deun águila con una lira en las garras, pero ella ha guardado este tributode la gratitud nacional, y prefiere seguir yendo á todas partes, comootras señoras viejas de su época, en un carrito ligero tirado por treshombres que están á su servicio, y á los que acaricia frecuentemente conel látigo…. ¿Qué piensa usted, gentleman? Adivino en su rostro hacerato que desea hacerme una pregunta….

Gillespie indicó con un movimiento de cabeza que así era, y viendo queel profesor Flimnap ponía los codos en su mesita y la frente entre lasmanos para escucharle, se decidió á interrumpir la interesante lección.

—Habla usted, querido profesor, de que las mujeres lo son todo en estepaís y monopolizan funciones y trabajos; pero yo he visto desde quellegué unos hombres atléticos que intervienen en la mayor parte de lasoperaciones. ¿Es que acaso no son hombres?

—Lo son—contestó Flimnap—; pero una sociedad bien organizada como lanuestra no podía consentir que las mujeres, mucho más inteligentes quelos hombres, cargasen con los trabajos pesados y enojosos, mientras elsexo vencido vivía en la tranquilidad y la molicie. Es tolerable que notrabajen los varones que viven recluidos en el hogar como esposas éhijas y muestran una delicadeza necesitada de protección; pero hemosconsiderado necesario el aprovechamiento de la fuerza de todos loshombres atléticos y groseros, para manejar las máquinas peligrosas, paracargar los objetos pesados; en una palabra, para las funciones queexigen el músculo y no necesitan de la inteligencia.

Además, le revelaré que todos estos hombres forzudos son descendientesde los militares y los personajes masculinos que monopolizaban el poderantes de la Revolución. Ahora viven aparte, formando una casta especial,y, ¿por qué no decirlo?, están sometidos á la esclavitud, y sólo lamuerte puede librarles de ella.

No lo hacemos por venganza, sino por necesidad y conveniencia. Ya ledije que nuestra Revolución (semejante en esto á todas las revolucionesde los hombres) ha tenido que valerse de ciertos medios antihumanos, quebenefician á la mayoría. La casta de los vencidos vigorosos se reproducede un modo alarmante, como todo lo que pertenece á un género inferior.Pero no crea que nos infunde miedo. Nuestra ciencia ha encontrado elmedio de extirpar á estos hombres la memoria y la ambición. Los hijosresultan más estúpidos y más forzudos que los padres. Pasadas unascuantas generaciones, estas máquinas de músculos, sin iniciativa nivoluntad, resultarán perfectas.

En nuestra vida de familia ejerce un miedo salutífero la existencia dedicha clase inferior. Los hombres obedecen sin discusión á la esposa óla madre, por miedo á perder las dulzuras de la vida de harén que llevanen sus casas. Tiemblan de que puedan enviarlos á engrosar el número delos hombres adormecidos interiormente, de los esclavos que sólo sirvenpara prestar sus fuerzas.

—¿Y el ejército?—preguntó el gigante—. Habla usted, profesor, de queya no hay guerras ni puede haberlas, de que terminó la casta militar alperder los hombres el disfrute del gobierno, y desde que llegué aquí hevisto por todas partes á esas muchachas de casco con aletas y espada alcinto, así como á las otras que tripulan las máquinas voladoras.

El profesor Flimnap miró á un lado y á otro, como si algún indiscretopudiese entenderle, á pesar de que hablaba en inglés. Luego dijo,bajando un poco la voz:

—Eso que ha visto, gentleman, no es un ejército. Usted, que conoce,como unos pocos de nosotros, el gran poder destructivo de las materiasexplosivas, ¿qué importancia puede dar á nuestros regimientos, armadosde flechas y lanzas, como en los reinados de los más remotosemperadores?…

Pero necesitamos mantener este ejército poco temible, porque lospueblos, aunque vivan en paz, quieren saber que existe una fuerzapública capaz de defenderlos. También debe tenerse en cuenta que lajuventud, necesitada de los deportes para consumir una parte de suexceso de vida, considera la profesión militar como el más divertido ygallardo de los juegos.

Sin ejército no sabríamos qué hacer de todas esas muchachas de veinteaños, fuertes, animosas, sanas, con una sangre rica que hace arder supiel ó hincha sus músculos. Andarían sueltas por ahí, perturbando latranquilidad de la República; molestarían á los hombres tímidos,inclinados á la modestia y el recogimiento, y ¡quién sabe si acabaríanpor raptarlos!… Con el ejército, estas energías sueltas se canalizanhacia la gloria militar, y aunque la tal gloria no exista, su ilusiónnos proporciona la tranquilidad.

Más adelante, al entrar en años, lasmuchachas de la Guardia y las del casco con aletas, como usted dice, sehacen prudentes y mesuradas, se casan y forman una familia. ¡Pero siusted viese lo que dan que hacer mientras tanto á sus coroneles ycapitanes, personas expertas que han tenido hijos y conocen lasexigencias de la vida!…

A lo mejor, el jefe de una legión nota el malestar de sus soldados. Semuestran melancólicos y pálidos, parece que sueñan despiertos, aspiranel aire como si les trajese perfumes y músicas. Esta epidemia militar esmás frecuente en la primavera que en el resto del año.

«Mañana, maniobras», ordena el jefe. Y al día siguiente salen al campolas tropas á disparar flechas y tirar lanzazos al aire; marchanlarguísimas jornadas, duermen á la intemperie sobre el duro suelo, pasanríos á nado, comen mal, y al fin, toda esta hermosa juventud vuelveabrumada de cansancio, pero sana de pensamiento y curada por algunosmeses de su inquieta y misteriosa enfermedad.

Nosotros, gentleman, sostenemos un ejército por exigencias de la moral:para que no se perturben las abstinencias virtuosas que debe guardar lajuventud.

—Pero yo—dijo el gigante—he visto hombres en ese ejército: atletasbarbudos con traje de mujer y grandes cimitarras, que iban á caballo yeran mandados por oficiales hembras.

—Cierto—contestó el profesor—; pero esos hombres, en realidad, nopertenecen al ejército; más bien son esclavos, como los atletas que sededican á los rudos trabajos de fuerza. Nuestro ejército es á modo deuna aristocracia femenil, y no puede encargarse de las funciones depolicía, que considera faltas de gloria.

Necesitábamos una fuerza pública que velase por la seguridad individual,que persiguiese á los ladrones y los homicidas, y hemos dedicado alhombre á esta función demasiado ordinaria. Además, cuando hay algúnmotín en las calles por causas frívolas de nuestra vida económica, esatropa es la que restablece el orden entre silbidos y pedradas, lo queproporciona el resultado saludable de que los hombres sean nuevamenteodiados por las mujeres.

—¿Y no sufre la vanidad femenil al verse dominada en la calle por unhombre á caballo y con armas, lo mismo que en los tiempos de la tiraníamasculina?

—¡Oh, gentleman!—dijo el profesor con acento de reproche—. En la vidano puede ser todo perfecto y lógico. También entre ustedes, según heleído, hubo pueblos que encargaron su policía á gentes de otros países,y el extranjero podía perseguir y pegar al nacional en nombre del orden.Igualmente, en la tierra de los gigantes, cuando ocurran choquessociales, el rico no guarda con sus brazos la propia riqueza, puesta enpeligro por la envidia revolucionaria de los pobres, sino que paga áotros pobres vestidos con un uniforme para que repelan y maten á suscompañeros de miseria.

Gillespie, desconcertado por esta lógica, quedó silencioso por algunosmomentos. Luego añadió, con un deseo de tomar el desquite:

—Pero los guerreros masculinos están mandados por oficiales hembras,sin duda para mantener los privilegios del sexo. ¿No temen ustedes queesos atletas brutales falten al respeto á sus jefes y atenten contraellos?

El profesor Flimnap se ruborizó y dijo con apresuramiento:

—No tema eso, gentleman. Ya le he hablado de nuestra ciencia, y con lamisma ligereza que extirpa la voluntad y la memoria á los esclavosforzudos, puede extirpar también otras cosas. Crea usted que esoshombres de la cimitarra, á pesar de su aspecto terrible, sólo piensan encomer y en conservar su caballo limpio y brillante.

—Usted me ha hablado, profesor, de su flota, compuesta de buques quenavegan sobre el agua y debajo del agua. Recuerdo que la escuadra delSol Naciente remolcó mi bote hasta el puerto.

—Así es—contestó el catedrático—. Los Estados Unidos de la Felicidadtienen una flota numerosa, dividida en tres escuadras: la del SolNaciente, que navega á lo largo de estas costas; la del Sol Poniente,que guarda el otro lado del mar, y la de las Islas. Los nuevos buquesson un resultado del triunfo de la Verdadera Revolución. Al quedarsuprimidos los cañones y los torpedos por los «rayos negros», nuestrosnavíos, cuando están sobre el agua, emplean las flechas, las piedras yotras armas arrojadizas de los tiempos remotos. Si pudiesen existirguerras bajo nuestro gobierno, éstas se desarrollarían en lasprofundidades submarinas, y para tales combates nuestros buques cuentancon un aparato poderoso, un cable metálico en forma de lazo, que semueve á través de las aguas con la agilidad de una serpiente, subiendo,bajando, retorciéndose, hasta que envuelve al barco enemigo en susanillos y lo inmoviliza, arrastrándolo prisionero.

Como todo buque tiene la misma arma agresiva, un combate naval es á modode una lucha de pulpos en los abismos marítimos, entrelazando la marañade sus patas metálicas, tirando el uno del otro, hasta que el más hábiló el más forzudo consigue paralizar al adversario. Además, los navíosestán armados con unos aparatos que hacen oficio de tijeras para cortarlos cables metálicos del enemigo.

Adivino sus nuevas preguntas, gentleman. Quiere usted saber para quésirve nuestra flota, y yo le diré que para lo mismo que sirve nuestroejército. La juventud entusiasta, que no gusta de los uniformes de lastropas terrestres y desea viajes y aventuras, entra á prestar susservicios en las tres escuadras de nuestra Federación ó en la flotaaérea.

Si pregunta usted lo mismo á uno de nuestros gobernantes, le dirá quetodos esos buques sirven para mantener la libertad de los mares. Pero yome río un poco de ello. Cuando triunfó la Verdadera Revolución y los«rayos negros» volaron los navíos de guerra de entonces ó losacorralaron en los puertos, existió la libertad de los mares, á pesar dela falta de buques armados, lo mismo que ahora que mantenemos tresescuadras.

La supresión del armamento moderno ha acabado con las guerras, pero nocon la profesión militar. Si no hubiese ejércitos, mucha gente joven seencontraría desorientada, no sabiendo qué hacer de sus actividades.Sería difícil viajar entonces por los caminos. Los que nacieron parahéroes, cuando no pueden ser héroes acaban dedicándose á ladrones decarretera.

Hubo un largo silencio. Gillespie estaba pensativo, y al fin preguntó:

—¿Y nadie guarda memoria de cómo fueron los poderosos mediosdestructivos antes del triunfo de las mujeres?…

El profesor pareció dudar, pero al fin dijo con entereza:

—Nadie. Y si alguno lo supiera, aparte de nosotros los estudiosos,procuraría olvidarlo, por ser un secreto cuya revelación acarrea lamuerte. No todos los armamentos fueron destruidos por los «rayosnegros». Era tan enorme el material de guerra, que permanecieronintactas grandes cantidades en muchas poblaciones de la República. Estoscañones, fusiles, ametralladoras y demás herramientas mortíferas, asícomo grandes montañas de proyectiles, están guardados en los vastosgabinetes históricos de las universidades, y únicamente nosotros losconocemos.

Algunos gobernantes tímidos hablaron diversas veces de destruir todoesto, pero desistieron al fin, pensando que van transcurridos cincuentaaños y la explosión é inutilización de tales materiales serviría paradespertar la curiosidad de las gentes de ahora, que no tienen la menoridea de su existencia. Usted no sabe lo bien que ha trabajado nuestrainstrucción pública para borrar el pasado.

Yo creo además que no representa peligro alguno la conservación de dichoarmamento. ¿Qué podrían hacer con él los que intentasen utilizarlo? Dosmujeres con un pequeño aparato de «rayos negros» bastarían para destruirtodas las armas antiguas, y con ellas á los imprudentes que pretendiesenusarlas.

El gigante todavía quiso saber algo más.

—¿Y los hombres se resignarán eternamente á su decadencia? ¿No temenustedes que algún día surja entre ellos otro Eulame que los lleve á lareconquista de su antigua superioridad?…

Le parecieron tan disparatadas estas preguntas al profesor, que lasacogió con grandes risas.

—Imposible, gentleman—dijo al fin—. Sólo puede emitir esa hipótesisel que no conozca cómo hemos organizado nuestra sociedad después de laVerdadera Revolución. Todos los malvados principios inventados por elegoísmo de los varones, cuando éstos dominaban á las hembras, los hemosresucitado nosotras ahora para su esclavitud moral. Las mujeresintelectuales que influyen en la organización presente (nuestros poetas,nuestros filósofos, nuestros moralistas) se muestran acordes en absolutoal enumerar y definir las virtudes masculinas. Un hombre honesto y debuena familia debe salir poco de casa, preocuparse únicamente de suadministración, educar á los hijos pequeños, oir en silencio á su esposofemenino, sin contradecirle nunca; evitar las conversaciones sobre cosaspúblicas, que corresponden únicamente á las mujeres.

Así son los hombres de nuestras familias distinguidas, únicos varonesque resultan temibles porque conservan íntegra su inteligencia. Dosgeneraciones educadas con arreglo á nuestro sistema han bastado para quelos hombres no guarden el menor recuerdo de lo que fué su dominación enotros tiempos y se resignen á su estado actual, encontrando dulcesplaceres dentro de la vida doméstica y una felicidad pasiva en sentirsedirigidos por la mujer….

No le ocultaré, gentleman, que recientemente se nota ciertatransformación en los hombres. Hay una juventud masculina que se burlade la mansedumbre de sus padres, de su falta de aspiraciones, de suesclavitud doméstica. Estos muchachos pretenden ir solos por las callesy miran á las mujeres audazmente, sin bajar los ojos ni cubrirse con elmanto. Carecen de recato y de modestia. Los