El Préstamo de la Difunta by Vicente Blasco Ibáñez - HTML preview

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Algunas estrellas empezaban á titilar sobre la púrpura de un cieloensangrentado por el ocaso.

Los campos se extendían pálidos, con loscontornos esfumados por la incierta luz del anochecer.

Los había queestaban ya segados y exhalaban por sus heridas todavía abiertas el caloralmacenado en su seno. Otros conservaban su onduloso manto de espigas,que empezaba á estremecerse bajo los primeros soplos de la brisanocturna. Las máquinas agrícolas se destacaban sobre el rojo sombrío delhorizonte como animales monstruosos que empezasen á surgir de lasprofundidades de la noche. Los tractores automóviles y las trilladorasparecían tomar en la obscuridad creciente los mismos contornos de losseres gigantescos que habían corrido por estas llanuras en los tiemposprehistóricos.

—¡Ay, hijos míos!—dijo el tío Correa quejándose de un persistentedolor en sus articulaciones—. ¡Lo que ha de trabajar y sufrir un hombrepara ganarse el pan de cada día!...

Después de esta lamentación siguió hablando, en medio de un profundosilencio. Todos los ojos estaban fijos en él. Sus compatriotas esperabanun cuento divertido que les hiciera reir ó una historia interesante queles obligase á estirar el cuello con asombro y curiosidad, hasta la horade acostarse. Pero en la presente noche el viejo se mostraba taciturno ymás dispuesto á las lamentaciones que á distraer á camaradas.

—Y siempre será así—continuó—. El mal no tiene remedio. Siempre habráricos y pobres, y los que han nacido para servir á los otros tienen queresignarse con su triste suerte. Bien lo decía mi abuela, y eso que fuémujer. Eva es la que tiene la culpa de la falta de igualdad que hay enel mundo, y los que pasamos la vida rabiando para servir y engordar álos otros debemos maldecir á la primera mujer por la esclavitud á quenos condenó. Pero ¿qué cosa mala no han hecho las mujeres?

El deseo de quejarse que sentía esta noche le hizo recordar á un españolllevado por la mañana al pueblo más próximo, ó sea á treinta kilómetrosde la estancia, para que lo curasen. Uno de sus brazos había sidoalcanzando por el engranaje de una trilladora, sufriendo unatrituración horrible.

El infeliz iba á quedar mutilado para siempre,arrastrando una vida de miserias y privaciones.

El recuerdo de tal suceso aumentó la inquietud y la tristeza de los queescuchaban á Correa; pero como si éste se arrepintiese del silenciotrágico que pesaba en torno de él, se apresuró á añadir:

—Es una víctima más de la injusticia de nuestra abuela. Eva es la únicaresponsable de que las cosas marchen tan mal en nuestro mundo.

Y como sus camaradas, especialmente los que le conocían poco tiempo,mostraban un vehemente deseo de saber por qué motivo era Eva laresponsable de sus desgracias, el viejo empezó á contar á su modo lamala broma que la primera mujer se había permitido con los hombres.

El tío Correa tenía «sus letras». En su país natal llevaba ejercidasdiversas profesiones, mostrándose siempre un incansable lector dediarios. Además, había asistido á muchas reuniones políticas y trabajadoen las elecciones, pronunciando discursos á su modo en las tabernas delpueblo.

Lo que iba á contar ahora no era un cuento. Se trataba de un «sucedido»,aunque extremadamente remoto, pues ocurrió algunos años después que Adány Eva fueron expulsados del Paraíso y condenados á ganar el pan con elsudor de su rostro....

¡Cómo hubo de trabajar el pobre Adán!... El tío Correa fué enumerandotodas las cosas que el primer hombre se vió obligado á improvisar paracumplir sus obligaciones de padre de familia.

En unos cuantos días tuvoque hacer de albañil, de carpintero y de cerrajero, construyendo unacasa para albergar á Eva y á sus hijos.

Después hubo de domesticar á muchos animales, para que su trabajoresultase más fácil y su nutrición más abundante. Enganchó al caballo,puso el yugo al buey, persuadió á la vaca de que debía permanecer quietaen un establo y dejarse ordeñar resignadamente; también logró convencerá la gallina y al cerdo de que les convenía vivir cerca del hombre, paraque éste pudiera matarlos cómodamente cada vez que le apeteciesealimentarse con sus despojos.

—Y además—continuó el segador—, Adán tuvo que desmontar las tierrasvírgenes antes de cultivarlas, y echar abajo árboles inmensos, y todo lohizo con herramientas de madera y de piedra inventadas por él. Noolvidéis, hijos míos, que en esa época, Caín, que es el primer herrerode que habla la Historia, estaba todavía dando chupones á los pechos desu madre....

Como el hombre no vive sólo de pan y las golosinas son las que hacen lavida agradable, Adán prestó más atención á su huerto, donde crecían losprimeros árboles frutales, que á los campos, donde cultivaba otrosartículos más sólidos é importantes para la nutrición. El tío Correa,excitado por los recuerdos de su país en esta pampa monótona, donde sólohay trigo y carne, iba mencionando los árboles de dulces frutos queembellecieron el primer huerto creado por el hombre. Describía lahiguera, de hojas puntiagudas como manos abiertas, cuyo tronco rugoso ygris parece forrado con piel de elefante, y que en las mañanas de soldeja caer de rama en rama un fruto que, al aplastarse en el suelo, abresus entrañas rojas y granuladas. Había también en dicho huerto elnaranjo, con su perfume de amor y sus redondas cápsulas de mielencerradas en esferas de oro; y las diversas clases de melocotones, y elplátano, y el melón, que vive junto al suelo para absorber mejor susjugos, concentrándolos en una carne de dulce marfil.

A veces Adán recordaba el manzano del Paraíso y la serpiente enrollada ásu tronco que había dado consejos á su mujer, inspirándole estúpidosdeseos. Pero al contemplar luego su huerto, se encogía de hombros. Laobra de sus manos le parecía más firme y de mayor porvenir que lacreación improvisada del Paraíso.

—Podía sentirse orgulloso de su obra—continuó el viejo—, pero sutrabajo le costaba.

Habríais sentido lástima al verle tan consumido.Sólo le quedaban los huesos y la piel, después de tantos esfuerzos.Parecía tener dos siglos más que su edad. En cambio, Eva podía pasar porsu biznieta.

Esto último no sorprendía al tío Correa. En sus andanzas, había viajadopor los países más adelantados y modernos, observando muchas veces queel marido trabaja con una intensidad extraordinaria, pasando el díafuera de su domicilio en lucha áspera por conquistar el dinero, mientrasla mujer se queda en su salón tocando el piano y recibiendo visitas. Ycomo resultado de esta desigualdad en el trabajo, las mujeres parecenlas hijas de sus esposos, y éstos mueren, generalmente, mucho antes queellas.

—Yo no sé verdaderamente quién murió antes, si Eva ó Adán—continuó elviejo—; pero apostaría, sin miedo á perder, que fué el pobre Adán. Evadebió sobrevivirle, siendo una viuda rica de las que saben administrarsus bienes; y así viviría mucho tiempo, amada y respetada por sus hijos,para que no los excluyese del testamento.

¡Pobre Adán!... A veces su cansancio era tan grande después del trabajo,que le faltaba la respiración y tomaba asiento en el umbral de su casa,para reposar un poco.

Había pasado el día entero cavando la tierra ó domando el caballosalvaje y el toro feroz.

Sentía un fuerte deseo de contemplar á su Evaunos instantes; el mismo deseo que sienten muchos de adorar á los seresque los maltratan; la admiración irresistible que nos inspira todo loque nos cuesta muy caro. ¿Y esta mujer no le había costado elParaíso?...

Eva parecía siempre hermosa, á pesar de que daba al mundo un niño todoslos años, y á veces dos. No podía hacer menos, teniendo la misión depoblar la tierra entera.

Apenas Adán, sentado en el umbral de la puerta, se enjugaba el sudor dela frente y empezaba á gustar la dulce voluptuosidad del reposo, cuandola voz de Eva le arrancaba de este deleite fugitivo.

—Oye, Adán: ya que no tienes nada que hacer, podías entretenerteponiendo la mesa.

Otras veces Eva se mostraba injusta y cruel.

—Adán, lávame los platos. Es una vergüenza que estés ahí, mano sobremano, mientras yo me mato de trabajar.

Pero en ciertas ocasiones tomaba el tono de una súplica dulce yacariciante.

—Oye, maridito mío: tú que eres tan bueno, ¿por qué no das un paseo albebé en su cochecito?

El último que ha nacido, ¿sabes? el que lleva elnúmero setenta y dos. Ya ves, alma mía, que, sola como estoy, no puedollegar á cuidarlos á todos.

Y el trabajador infatigable, procreador de un mundo entero, debía ponerla mesa, lavar los platos y pasear al recién nacido en un cochecito desu invención.

Eva trabajaba igualmente. No era floja labor limpiar los mocos, todaslas mañanas, á siete docenas de niños, lavarlos y ponerlos á secar alsol, é impedir que se peleasen entre ellos hasta la hora del almuerzo.Pero su vida estaba agriada por otras preocupaciones.

Al encontrarse fuera del Paraíso, sintió inmediatamente los primerostormentos del pudor y de la vergüenza. Su larga cabellera ya no lepareció bastante para ocultar su desnudez, como en los tiempos en que nohabía escuchado aún á la maligna serpiente. Viéndose en el mundo vulgar,como simple mujer de labrador, después de haber sido primera dama en elParaíso, tuvo que hacerse á toda prisa un manto de hojas secas que laprotegiese del frío y le permitiera mostrarse con un aspecto de personadecente ante los seres celestiales.... Pero ¿cómo puede una señora tenerbuen aspecto llevando siempre el mismo vestido?... Esto equivalía,además, á colocarse al mismo nivel de los animales inferiores, que desdeque nacen hasta que mueren llevan siempre el mismo pelaje, las mismasplumas ó el mismo caparazón.

Eva era un ser razonable, capaz de las infinitas variaciones que formanel progreso, y por esto se dedicó á perfeccionar el arte delembellecimiento de su persona.

Con el noble deseo de sostener la superioridad humana sobre los demásseres creados, se hizo un vestido nuevo todos los días. Esta resoluciónno era dictada por la vanidad, ni por el frívolo deseo de gustar á loshombres ó de hacer rabiar á las amigas, como han pretendido despuésalgunos filósofos malhumorados.

Eva puso á contribución para su adorno todos los recursos de laNaturaleza: las fibras de las plantas, las pieles de los cuadrúpedos,las cortezas de los árboles, las plumas de los pájaros, las piedrasbrillantes ó coloreadas que la tierra vomita en sus accesos de cólera.

La tarea de inventar nuevos vestidos y adornos fué tan importante paraella y de tal modo deseó la novedad y la variedad, que la vida cambiócompletamente en la granja de Adán. Los hijos no vieron á su madre enmuchas horas, y á veces durante jornadas enteras. Los pequeños serevolcaban en el suelo, cubiertos de una costra de suciedad, mientraslos mayores reñían á puñetazos para dominarse unos á otros, ó golpeabaná los hermanos débiles que se resistían á servirles de esclavos.

A veces la tribu entera se ponía de acuerdo para saquear la despensapaternal, devorando en unas cuantas horas todas las provisiones que Adánhabía almacenado para una semana.

—¡Mamá! ¡Mamá!...

Un coro de voces infantiles estallaba en el interior de la casa, como siimplorase socorro.

—¡Callad, demonios! Dejadme en paz. Es imposible tener un rato detranquilidad en esta casa.

Y después de imponer silencio con voz amenazante, Eva reanudaba el cursode sus meditaciones.

—Veamos: ¿qué tal resultaría una capa de piel de pantera con cuello deplumas de lorito, y un sombrero de cortezas adornado con rosas y rabosde mono?...

Su imaginación no se cansaba de concebir las más prodigiosas creacionespara el ornato de su persona. Luchaba entre el deseo de mostrar losocultos tesoros de su belleza y un sentimiento de modestia y de pudorpropio de una madre.

Cuando se decidía por una falda corta que apenas le llegaba á lasrodillas, inventaba inmediatamente, á guisa de compensación, unas mangasmuy largas y un cuello que subía hasta sus orejas. Si, en un acceso decoquetería audaz, creaba un traje de ceremonia, sin mangas y muyescotado, buscaba inmediatamente volver á la virtud, fabricándose unafalda que le cubría la punta de los pies y arrastraba la cola sobre elsuelo, con un fru-fru semejante al ruido otoñal de las hojas secas.

Mientras tanto, Adán iba casi desnudo, mostrando sus vergüenzas de puropobre. Su ropero sólo contenía unas cuantas pieles de oveja viejas yrotas que estaban esperando una recomposición. Pero la mujer, ocupada ensus fantasías suntuarias, no encontraba nunca media hora libre para esteremiendo.

El primer hombre mostraba una viva admiración por las transformacionescontinuas que iba notando en Eva. Una mañana su cabellera ostentaba elrojo ardiente del mediodía; á la mañana siguiente tenía el oro suave dela aurora; dos días después sus cabellos mostraban la negrura profundade la noche. Ciertas tardes venía al encuentro de Adán con una faldavoluminosa, casi esférica desde el talle á los pies, y tan ancha, que leera difícil pasar la puerta. Pero como la moda está formada de cambiosbruscos y contrastes violentos, al día siguiente mostraba una segundafalda, tan estrecha y ajustada como la funda de un espadín, y apenas sipodía marchar, saltando lo mismo que un pájaro.

Su rostro también pasaba por estas extremadas transformaciones. A lomejor estaba pálida, con la blancura del polvo de los caminos, cual síacabase de sufrir una emoción mortal; otras veces sus mejillas eran tanrojas que parecían reflejar el fuego del sol poniente.

Adán se sentía feliz al contemplarla, á pesar de que ella lo maltratabalo mismo que antes, obligándole á desempeñar muchas funciones domésticascuando venía cansado del trabajo en los campos. El pobre, gracias á tancostosas transformaciones, creía tener una mujer nueva cada veinticuatrohoras.

Eva, en cambio, se aburría, con un tedio mortal. ¿Para qué adornarsetanto, si ningún otro ser humano, aparte de su marido, podía verla?...Sin embargo, estaba convencida de que era la admiración de todo cuantole rodeaba.

Su vanidad había acabado por hacerla entender el lenguaje de losanimales y de las cosas, incomprensible hasta entonces para laspersonas.

Cada vez que salía de su casa, la selva entera se animaba con unmurmullo de curiosidad femenil; los pájaros dejaban de volar, loscuadrúpedos se detenían en mitad de sus carreras locas, y los pecessacaban la cabeza sobre la superficie de ríos y estanques.

—Veamos lo que ha inventado hoy para imitarnos—gritaban los loros ylos monos insolentes desde lo alto de los árboles.

—¡Muy bien, hija mía!—aprobaba el elefante con lentos movimientos desu trompa y el toro agitando su armado testuz.

—¡Venid á ver la última creación de Eva!—piaban millares de pájaros enel follaje.

Esta ovación de la Naturaleza, que en los primeros días hizo enrojecerde orgullo á nuestra primera madre, fué acogida finalmente conindiferencia por ella. Era el aplauso de una muchedumbre inferior, y Evaaspiraba á la aprobación de sus iguales. La única persona ¡ay! que podíaadmirar los inventos y los matices de su buen gusto era su marido; y unmarido es un ser respetable que merece cierta atención, sobre todocuando mantiene la casa, pero resulta ridículo que las mujeres se vistanpara no ser admiradas mas que por sus esposos. Es como si un poetahiciese sus versos únicamente para leerlos á los individuos de sufamilia.

No; la mujer es una artista, y como todos los artistas, necesita unpúblico grande, inmenso, á quien inspirar la admiración y el deseo,aunque no piense ni remotamente en satisfacer ese deseo.... Y como nohabía en el mundo otro hombre que su marido, y éste le interesaba muypoco, Eva empezó á pensar en los bienaventurados que habitan el cielo ymuchas veces habían ido á hacerle visitas cuando ella ocupaba elParaíso.

Al llegar aquí, el tío Correa interrumpió su relato para dar unaexplicación que consideraba necesaria.

Como Dios es un rey, los que le rodean se esfuerzan por imitar á loscortesanos terrenales, adoptando todos los sentimientos y las pasionesde su regio amo con más firmeza que éste.

Apenas el Omnipotentemanifestó su cólera contra Eva y su marido arrojándolos del Paraíso, loshabitantes del cielo rompieron sus amistades con ella y con Adán,retirándoles el saludo y evitando todo encuentro.

A veces, cuando Eva se contemplaba en el cristal de un pequeño lago quele servía de espejo, oía á sus espaldas un ruido de alas. Era unarcángel que iba á llevar un recado del Señor, cumpliendo sus funcionesde mensajero celeste.

Eva lo reconocía, se acordaba perfectamente de que le había sidopresentado asistiendo á sus recepciones en el Paraíso. Pero en vanotosía ó cantaba entre dientes para atraer su atención, adoptandoposturas interesantes; el viajero aéreo se resistía á reconocerla,batiendo con apresuramiento sus alas para alejarse lo más prontoposible.

—¡De qué le sirve á una ser hermosa y vestir bien, si no recibe visitasy está condenada á vivir al margen de la sociedad!—decía Evaamargamente.

Y á impulsos de su rabia, desgarraba sus trajes más originales apenasterminados, buscando además camorra al pobre Adán, para acusarlo de serel único autor de la pérdida del Paraíso.

—Sí, tú fuiste, ¡no lo niegues!—gritaba ella—. Tú me hiciste perderaquel jardín tan agradable y distinguido, con todas mis brillantesrelaciones. Tú hiciste no sé qué lío con la serpiente, excitando lacólera del Señor.

Y el pobre Adán sólo sabía decir, como único remedio expuestotímidamente:

—¡Si te ocupases un poco más de los niños! ¡Si dedicases menos tiempo átus modas!...

Al oir estos consejos vulgares, la indignación daba á Eva un lenguajepoético.

—¿Quieres acaso que vaya desnuda?—decía con altivez—. Mira lo quehace el viento; es menos interesante que yo, no tiene cuerpo, y sinembargo se envuelve en una capa de polvo al correr á lo largo de loscaminos y de un manto de hojas secas cuando atraviesa las selvas.

II

De vez en cuando un querubín volaba en torno á la granja, como un palomoperdido.

Huyendo por algunas horas de la tarea de hacer gorgoritos en los coroscelestiales, había osado descender á las regiones terrestres, con laesperanza de que el Señor le perdonaría esta escapada cuando le contaselo que había visto y cómo progresaban los negocios de los humanosdespués del pecado original.

Eva, con sus ojos de mujer curiosa, no tardaba en descubrir la caritamofletuda que le estaba espiando medio oculta en las espesuras delfollaje. Entonces, iniciando una de sus más hermosas sonrisas, lollamaba:

—Oye, chiquitín, ¿vienes de allá arriba? ¿Cómo está el Señor?

Viéndose descubierto, el niño celestial se aproximaba hasta dejarse caersobre las rodillas de nuestra madre.

El Señor se mantenía, como siempre, inmutable y magnífico.

—Cuando le veas—continuaba Eva—, dile que estoy muy arrepentida de midesobediencia.

¡Qué tiempo tan agradable el que pasé en el Paraíso! ¡Quéespléndidas recepciones daba yo allá!

¡Y qué buffet tandistinguido!... ¡Ay, las tortas celestiales!...

Una de sus melancolías más dolorosas era á causa de las tortascelestiales. Eva lamentaba su pérdida tanto como la de la amistad de losbienaventurados.

En vano Adán se calentaba la cabeza buscando algo adecuado parasustituirlas. Hizo tortas de trigo, que roció con la miel de las abejas,recientemente subyugadas; secó los frutos de la viña, inventando laspasas antes que el vino, y así llegó á descubrir el pudding. Peroninguna de tales golosinas pudo hacer olvidar á su mujer las tortasdeliciosas que ella encargaba á los pasteleros del cielo para sus tésparadisíacos de cinco á siete de la tarde.

—Dile también—continuaba Eva—que ahora trabajamos y sufrimos mucho.Dile que deseamos verle, una vez solamente, para presentarle nuestrasexcusas. Mi marido y yo necesitamos convencernos de que Él no nos guardarencor.

—Se hará como se pide—contestaba el pequeñuelo.

Y dando dos ó tres golpes de ala, se perdía en las nubes.

Pero por más recados de esta clase que dió, nunca pudo conseguir unarespuesta de lo alto. En general, la mayor parte de los volátilescelestes jamás volvían á las regiones terrenales, pero de tarde en tardela mujer de Adán lograba reconocer la cara de alguno de estos seresalados.

—Sé quién eres, pequeño—decía—. La semana pasada te vi rondando porestos sitios. ¿Diste al Señor mi recado? ¿Qué es lo que contestó?

Las más de las veces los ángeles permanecían silenciosos ó balbuceabanpalabras sin ilación, como niños bien educados que no quieren decircosas desagradables á una señora.

—¡Pero Él te habrá dado alguna respuesta!—insistía Eva—. ¡Vamos,habla!

Y una vez encontró á un querubín pequeñito, de cara mofletuda, que lerespondió:

—Sí, señora. Su Divina Majestad ha contestado algo. Al darle yo surecado, me dijo: «¿Pero es que ese par de sinvergüenzas viventodavía?...»

Eva sólo quiso ver en tales palabras una broma de niño falto de buenacrianza. Juzgaba imposible que el Señor hubiera dicho esto. Si insistíaen mantenerse invisible, era seguramente porque estaba muy ocupado en ladirección de sus dominios infinitos, no quedándole media hora libre paradar un paseo por la tierra.

Una mañana fué recompensada su fe en la bondad divina. Se presentó unmensajero celeste, saltando de nube en nube, y gritó á Eva:

—Escucha, mujer: si no llueve esta tarde, es posible que el Señor vengaá haceros una visita corta. ¡Ha pasado tanto tiempo sin ver latierra!... Anoche, hablando con el arcángel Miguel, le dijo: «A veces mepregunto en qué habrán venido á parar aquellos dos canallasdesagradecidos que teníamos en el Paraíso. Me gustaría verlos.»

Eva quedó aturdida por la noticia, y llamó á Adán, que trabajaba en uncampo próximo.

¡Cómo describir la agitación que conmovió á la granja!... El tío Correala comparaba con la fiesta del santo patrono en cualquier pueblo deEspaña, cuando las mujeres limpian en la víspera sus casas, desde lapuerta al tejado, preparando además la gran comilitona del díasiguiente.

La esposa de Adán barrió y lavó los pisos de la entrada de la casa, dela cocina y del dormitorio. También puso una colcha nueva sobre la camay frotó las sillas con arena y jabón.

Después inspeccionó el guardarropade la familia, y al ver que las pieles de cordero de su marido noestaban presentables, le confeccionó en un momento una casaquilla dehojas secas. ¡Para un hombre, bien estaba!

El tiempo restante lo consagró al adorno de su persona. Contempló conmirada perpleja unos cuantos centenares de vestidos que había hecho yrehecho, preguntándose con desconsuelo:

—¿Cómo me arreglaré para recibir dignamente á tan gran personaje?Verdaderamente, tengo muy poco que ponerme.

Miró con ternura una larga túnica negra, de corte severo, que no dejabavisible ni una línea de su blanco cuerpo. Pero á continuación pensó que,por ser hombres todos los visitantes, no convenía recibirlos con tantaausteridad.

Acababa de escoger uno de sus trajea mixtos, muy atrevido por un extremoy muy discreto por el otro, cuando llegó á sus oídos una verdaderatempestad de gritos y llantos. Toda su prole se sublevaba. Sólo secomponía de unos cien muchachos, pero se hubiera dicho que la tierraentera había empezado á gritar.

Por primera vez en su vida Eva contempló atentamente á sus hijos. Erandemasiado feos para presentarlos al Señor. Tenían los cabellos enmaraña, las mejillas manchadas de barro seco y las narices cubiertas decostras. Eva, absorbida por sus inventos de modista, los había olvidadodurante meses y meses.

—¿Cómo presento estos granujas á Dios?... El Todopoderoso va á creerque soy una sucia y una mala madre.... Porque el Señor es hombre, y loshombres no comprenden lo difícil que es cuidar á tantos chiquillos.

Después de esto empezó á insultar á Adán, como si éste fuese elresponsable del abandono en que vivían sus hijos.

Pero transcurría el tiempo y era urgente tomar una resolución. Luego demuchas dudas y titubeos, Eva escogió á los hijos preferidos (¿qué madreno los tiene?) para lavarlos y vestirlos lo mejor que pudo. Despuésempujó á los otros á puro cachete, hasta dejarlos encerrados en unestablo, bajo llave, á pesar de sus protestas.

Ya llegaban los visitantes. Eva apenas tuvo tiempo de dar una últimamano al arreglo de su persona. Sacudió su vestido para hacer desaparecerlas arrugas de la lucha con la terrible chiquillería y se pasó un peinepor los pelos alborotados.

En el horizonte, una columna de nubes, blanca y luminosa, descendió delcielo hasta posarse en la tierra. Empezó á sonar un ruido de alasinnumerables, acompañado por las voces de un coro inmenso, cuyos«¡hosanna!» repercutieron á través del espacio infinito.

Los primeros viajeros celestes, desembarcando de la nube que los habíatraído, empezaron á remontar el sendero de la granja. Estaban envueltosen tal esplendor, que parecía que todas las estrellas del firmamentohubiesen bajado á la tierra para juguetear entre los bancales de trigocultivados por Adán.

Iba delante la escolta de honor, compuesta de un destacamento dearcángeles cubiertos de cabeza á pies con centelleantes armaduras deoro. Después de haber envainado sus sables, se acercaron á Eva paradecirle unos cuantos chicoleos, asegurando que no pasaban por ella losaños y que se mantenía tan fresca y apetitosa como en los tiempos quehabitaba el Paraíso.

—Los soldados son así—explicó el tío Correa—. Allá donde van se locomen todo, y lo que no se comen lo rompen ó se lo apropian. Cuando vená una mujer sienten excitado su heroísmo, lo mismo que si oyesen sonarel toque de asalto....

Total: que algunos más atrevidos intentaron unir los actos á laspalabras, abrazando á Eva.

Pero ésta tenía cerca su escoba, y los obligócon una rápida contraofensiva á refugiarse en la huerta, donde sesubieron á los árboles.

El viejo segador rió un poco, añadiendo después:

—El pobre Adán no sabía qué hacer. «¡Van á comerse todos mis higos ymis melocotones!», gritó levantando los brazos. Para él hubiera sidomejor un ciclón en su huerto que la entrada de la alegre soldadesca.Pero como era hombre de tacto, aunque juró un poco, acabó por callar.

El Señor llegaba ya. Su barba era de plata y su cabeza tenía como adornoun triángulo resplandeciente que lanzaba rayos lo mismo que el sol.Detrás venía Miguel, con una armadura incrustada de piedras preciosasformando fantásticos dibujos. Cerraban la marcha todos los ministros yaltos dignatarios de la corte celestial.

—El Creador saludó á Adán con una sonrisa de lástima—prosiguió elviejo—. «¿Cómo estás, infeliz?», le preguntó. «¿Tu mujer no te hametido en nuevos líos?...» Después acarició á Eva, tomándole labarbilla. «¡Hola, buena pieza! ¿Aún continúas haciendo locuras?»

Conmovidos por tanta simplicidad, los esposos ofrecieron al Señor elúnico mueble que poseían, semejante á un trono. Era una silla de brazoscomo las mejores que se pueden encontrar en una granja rica.

—¡Qué asiento, hijos míos!—dijo el tío Correa con entusiasmo—. Ancho,blandísimo, hecho con madera de algarrobo de la mejor y con cuerda deesparto bien tejido; un sillón, en fin, como sólo puede tenerlo un curade pueblo rico.

Sentado en él Su Divina Majestad, fué escuchando lo que le contaba Adán,sus fatigas, sus malos negocios, las dificultades que había de vencerpara ganar el sustento