El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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Pero Manuel Reina, hasta donde lo consienten la frialdad e indiferenciapara la poesía de nuestro público de hoy, es ya tan conocido, estimado ycelebrado, que considero poco útil y expuesto a que se me tilde depresuntuoso el llamar la atención sobre sus escritos con detenido exameny crítica razonada. Básteme declarar aquí con toda sinceridad, queManuel Reina es ya, a mi ver, uno de nuestros mejores poetas, y como esjoven aún, se debe esperar de él mucho mayores aciertos, si pule, lima yencaja y ajusta en adelante con mayor firmeza, dentro de la convenientey nítida forma, las hermosas ideas y el hondo sentir que con tantoímpetu y abundancia afluyen a su espíritu.

Tratemos aquí de cosas que, si bien harto menos importantes, manifiestanque el ingenio y la gracia, lo que solemos llamar sal andaluza, no se hadisuelto aún, sino que persiste, a pesar de tantos duelos, quebrantos ydesazones.

A puñados sazona con esta sal el Sr. don Francisco Toro Luna, algo amodo de comedia, cuyo título es ¡Día feliz! , que se representó enCórdoba en el teatro circo del Gran Capitán y en Julio del presente año.Sólo dos personajes figuran en la acción, la cual es muy sencilla. Todoel mérito está en el diálogo, natural, gracioso y desenfadado. Primerohay el monólogo de una joven y después el coloquio de ésta con un primosuyo que acaba por declararse fervorosamente enamorado de ella. Noquiero contar aquí el progreso de la acción y el disimulado artificioque con la ingenuidad se confunde y por cuyo medio se llega al másventuroso y alegre desenlace. Si yo contase el argumento destruiría todoel hechizo de la obra no contándole con mucha extensión, porque en laobra, las palabras no huelgan, siendo en ella el carácter de laprotagonista tan verdadero, simpático y regocijado, que mis paisanas lascordobesas no pueden pedir más, a pesar de lo picante de algunasligerísimas punzadas satíricas. En suma, yo creo que ¡Día feliz! sería muy aplaudido en Madrid, si en Lara se diese; pero como yo no soyinfalible, como el público es caprichoso y como por la lectura tal vezse notan primores que en la representación se desvanecen o pasan sin sernotados, yo me abstengo de pronosticar a fin de no desacreditarme comocrítico. Sólo diré que ¡Día feliz! me agrada tanto como cualquiera delos más encomiados y cortos proverbios de Alfredo de Muset: como Uncapricho, por ejemplo.

Sobre ¡Día feliz! , lo mismo que sobre la novela Justa y Rufina,quiero yo tocar un punto en que ambas obras coinciden: la adulteraciónde la ortografía para reproducir gráficamente el modo de pronunciar delos andaluces. A mi ver esto no imprime esencial carácter al diálogo, nile hace más ameno y chistoso, y propende, en cambio, a crear un nuevodialecto, o más bien una lengua bárbara e informe. Cervantes hace hablara la gente más ruin de Andalucía sin marcar lo vicioso de lapronunciación en la escritura. Estébanez Calderón sigue su ejemplo y nopor eso podrá dudar nadie de que sean andaluces Pulpete y Balveja. Yprotestando de que sea inmodestia, y con todas las convenientessalvedades, me atreveré a citarme yo mismo, recordando que Antoñona,Respetilla, Dientes, Juana y Juanita las largas y otras figuras delvulgo andaluz, que introduzco yo en mis narraciones, hablan como porallí se habla, sin necesidad de notar lo mal y disparatadamente queacaso pronuncian.

Yo me atengo, y me parece que todos los andalucesdebemos atenernos a lo que se cuenta que el maestro de escuela de milugar decía a sus educandos: Niños, sordado se escribe con l; caznero con r; precerto con p; güeno con b y güeso con h.

En el diálogo o comedia del Sr. Toro Luna es más de censurar que en lanovela del señor Muñoz Pabón esta inútil prevaricación del buenlenguaje, ya que las dos personas de su diálogo no son de la clase pobrey humilde, sino de lo más acomodado y elegante de la ciudad de Córdoba.

Conviene advertir también que las tales variaciones de pronunciación,que caracterizan el habla andaluza, son distintas según las poblacionesy comarcas, por lo cual, si por medio de la escritura nos propusiésemosexpresarlas fielmente, no crearíamos un dialecto, sino doce, catorce omás. Hasta el tonillo es diverso según el lugar donde nació y se crióel que habla, y hasta según la ocasión más o menos solemne en queconversa o perora. En cierto pueblecito, por ejemplo, donde años hasolía yo ir de temporada, no hay sermón de Cuaresma ni de Semana Santaque agrade o que conmueva, aun siendo elocuentísimo y sentido, si no sepronuncia con un tonillo singular que los predicadores suelen aprender,si ya no lo saben, antes de subir al púlpito. Y yo tengo por evidenteque este tonillo, otros de la misma laya, el ronquido en que suelensalir engarzados los vocablos en algunos lugares, y no pocas otrassingularidades prosódicas, son intransmisibles por escrito, a noinventarse una anotación musical, adaptada para conseguirlo con muysutil arte. Lo mejor, por consiguiente, es prescindir cuando se escribe,de tonillos y de malas pronunciaciones y hacer que todos hablen encastellano y como Dios manda. Si el personaje es andaluz de buena ley,ya lo conocerá el discreto lector por lo pintoresco de las imágenes ypor el giro peculiar de las cláusulas y períodos.

Bien quisiera yo hablar aquí del movimiento intelectual de Málaga, en eldía de hoy; de Málaga, de donde nos han venido a Madrid periodistas taninfatigables como D. Andrés Borrego; tan eminentes hombres de Estadocomo Cánovas, y los más notables iniciadores y promovedores del géneroandaluz como Estébanez Calderón y D. Tomás Rodríguez Rubí. Por hoy, contodo y para no pecar de prolijo, diré que en Málaga se conserva latradición literaria, poética y erudita, a cuyo frente descuella en elsiglo pasado el Marqués de Valdeflores, y a principio del siglo que va aterminar el elegantísimo poeta D. Juan María Maury. Dignos sucesoreshan tenido y tienen para el cultivo de las ciencias históricas en loshermanos Oliver y en el doctor Berlanga; para la poesía, en Narciso Díazde Escovar, Salvador González Anaya y Ramón A. Urbano, sin contar conlos que residen en Madrid de asiento; y para la novela, en Arturo Reyes,que puede ya ponerse al nivel de nuestros mejores novelistas y autoresde cuentos.

Dejemos, no obstante, a Málaga y pasemos a Almería, muy apartada hastahace poco del resto de España por las dificultades de los caminos, comoallá en los tiempos del rey Almotacín, tan buen poeta y tan generosoprotector de los poetas. Hoy, como entonces, se sigue en Almeríapoetizando, si bien no son los versos, sino un curiosísimo libro enprosa, lo que atrae ahora mi atención hacia aquella ciudad. El librito,primorosamente impreso en Almería, se titula Quitolis, y el autor, D.José Jesús García, le califica de novela. Novela me parece a mí enefecto, pero contada con tan extraña candidez y en apariencia con tanpoco arte, que tiene trazas, más que de algo imaginado o inventado, derelación fiel de sucesos que verdadera y realmente han ocurrido.

El protagonista de la novela, el padre Juan, a quien daban por apodo Quitolis, ha vivido sin duda, pero en su ser hay mucho de simbólico yde enigmático. Sin ambición, sin codicia, sin apetito ni anhelo que leperturbe y le lleve en pos de las cosas terrenales, el padre Juan vienea ser como un inocente ángel del cielo, que ha tomado forma y cuerpohumanos. Sólo el afecto amoroso con que mira por su madre y cuida deella, le enlaza singularmente con los demás seres.

Protegido el padre Juan por una marquesa devota y por el Sr. Magistral,que admiran y reconocen su virtud y su ciencia, vive sin apuros ymodestísimamente con el producto de sus misas y de las particulareslecciones de latín que da a muchos niños.

Apenas hay enredo ni lances en esta novela. En ella todo es psicológico.La contemplación del cielo, del mar y de los campos que se otean desdeun apartado y solitario paseo adonde el padre Juan va de diario, elevasu mente a muy encumbradas esferas: más allá del universo visible, hastala suprema causa, que le da ser y que le llena, penetra e ilumina todo.

La pudibunda timidez del padre Juan, el horror que le inspira la idea deturbar la paz de las conciencias y su amor al orden y al sosiego, noconsienten que perciba ni que ponga en claro con toda nitidez el vago ymaravilloso concepto de Dios, que ha surgido en su alma, que la arrebataen el éxtasis y que la enamora sobrenatural y ultramundanamente.

La fama de la santidad y de la inocente y bondadosa indulgencia delpadre Juan, hace que sean los niños y las jovencitas, educadas con elmayor recato, los que acudan a confesarse con él, en el tribunal de lapenitencia. El optimismo del padre Juan y su dichosa manera de vercuanto existe como al través de un prisma de color de rosa, vienen acorroborarse por la bondad de sus penitentes.

Apenas sospecha o quieresospechar el padre Juan la existencia del mal moral y del mal físico. Laira de Dios es incomprensible para él. La justicia de Dios se desvaneceen su infinita misericordia.

El sentir y el pensar del padre Juan se van desenvolviendo, con profundosigilo, en lo más íntimo y secreto de su alma.

Se diría que el autor de la novela, lo mismo que su héroe, se asusta delo que piensa y siente; no tiene ni la más pequeña aspiración adivulgarlo; y sólo por estilo indeciso y esfumado se lo representa a sípropio.

De aquí proviene que no atine yo a decidir hasta qué punto en Quitolis y en el que escribe su historia hay en germen un heresiarca: hasta quépunto ha permitido Dios y ha suscitado el diablo un Chanig o un Fox a lasordina en la muy católica ciudad de Almería. Teólogos inquisidorespodrán decir sobre esto, si consideran que el caso lo merece. Yo dirésólo que la novela me agrada y que la he leído dos veces, con interéscreciente, aumentado por la misma indeterminada vaguedad del misteriosopensamiento de Quitolis.

El Magistral, que debía predicar el día de la Virgen del Carmen, caeenfermo y encomienda a Quitolis, cuya ciencia y fervor religiosoadmiraba, que sea él quien predique aquel día, aunque hasta entonces nohabía predicado nunca. Sin previo estudio escrito acude y sube alpúlpito Quitolis. Y movido allí por el genio o espíritu queinteriormente le agita, pronuncia un sermón elocuentísimo lleno de amorde Dios y del prójimo, que deleita y conmueve a la muchedumbre devota,la cual no ve ni sospecha la menor herejía, y que ofende e indigna a loscanónigos del cabildo. ¿Ha surgido acaso en la remota ciudad dondeocurren estos sucesos un flamante reformador de la Iglesia: unSavonarola, cuando no un Lutero?

«Quitolis», con todo, no quiere ser nada de esto. Si en algo ha errado,está pronto a retractarse. El señor obispo reconoce su inocencia ysimpatiza con su buena intención. Pero le induce a volver a su silencioy a su retiro y a no predicar en adelante para no excitar la cólera o elenojo del clero.

Vuelto «Quitolis» a la oscuridad, guarda en el centro de su alma susideas reformadoras, harto poco definidas por el novelista, si bien oquieren ser como el alborear indeciso o la primera luz, si no de unanueva religión, de una interpretación amplia y algo racionalista de laque oficialmente seguimos.

«Quitolis» después se queda ciego. Su reputación de santo y de benignoatrae a su confesionario, no ya a los niños y a las vírgenes, sino a laturba multa de desaforadas y lascivas pecadoras. La limpieza de sucándido optimismo se mancha con el negro cieno del mundo. Y resignado ytriste, aunque lleno siempre de dulce confianza en Dios, muere al fin«Quitolis», muere también su viejecita madre y termina así la novela.Casi no hay en ella lo que se llama enredo o argumento. Todo se reduce ala pintura de un extraño carácter. No sé si el autor, por habilidad opor instinto, acierta a no identificarse con «Quitolis»

y a no responderde lo que «Quitolis» sentía y pensaba.

No aseguraré yo tampoco si agradará esta novela, donde repito que apenashay lances a cuantas personas la lean con atención. Diré sólo que sulectura me ha interesado mucho. No soy, ni pretendo ser, definidor paracondenar o absolver las ideas bastante veladas que el autor de la novelaatribuye a su protagonista; pero celebro el talento de observación conque el autor estudia a un alma humana, acaso extraviada, pero egregia ypura, y celebro también el sentir religioso que anima las páginas de sulibrito. De las faltas que hay o puede haber en éste, yo absuelvo alautor, porque tengo la manga ancha. Yo digo, como el Dios que imaginaGœthe en «El Prólogo en el cielo» de su «Fausto»:

«Es irrt der Mensch so lang er strebt».

LA GOLETERA

POR ARTURO REYES

En las ficciones novelescas he de confesar que estoy algo prevenidocontra los hombres y las mujeres de la ínfima plebe, que calzan elcoturno, que se muestran poseídos de las pasiones y sentimientos mássublimes, y que vienen a ser dignos personajes de verdaderas tragedias yno de aventuras picarescas como en Rinconete y Cortadillo, o deparodias como El Manolo, El Muñuelo, Inesilla la de Pinto y Pancho y Mendrugo. Y no porque yo crea que el concepto de las virtudesmás altas y la capacidad enérgica de ejercitarlas requieran educaciónesmeradísima y largos estudios. Por fortuna, para saber de ciencias esmenester acudir a las aulas o leer muchos libros; y para percibir,juzgar o crear la belleza artística, sin extravíos de mal gusto, serequieren también preparación y enseñanza; mientras que para elconocimiento de lo bueno y de lo malo, apenas necesita nadie devanarselos sesos. En la sociedad cristiana y culta de nuestros días, casiparece infuso, innato o intuitivo dicho conocimiento. Bien podemos decircon el gran dramaturgo:

A

ciencias

de

voluntad

les hace al estudio agravio.

Y, sin embargo, si se toma como por sistema el que muchachas criadas enel arroyo y parroquianos de las más infectas tabernas de los barriospeores, resulten dechados de honestidad, de pundonor, de valentíaheroica, de sufrimiento estoico y de cuantas son o pueden ser lasexcelencias morales que hermosean el alma humana, bien podemos llegar alextremo de imaginar que la superior cultura, el bienestar, el aseo, laelegancia y la riqueza, debilitan el vigor y la bondad de los corazones,y que para ser moralmente bien estimados es menester bajar al nivel máspróximo al estado salvaje desde nuestra refinada civilización del día.De esta suerte, a fuerza de querer ser demócrata y filántropo, puede elescritor caer en el error de ser retrógrado.

Hay también, en las novelas tabernarias, adornadas con las másexquisitas sublimidades, una enorme dificultad que vencer y que es raravez vencida: combinar el lenguaje, cuando no rufianesco, vulgar einculto, con un estilo elevado, apto para expresar los sentimientos másdelicados y nobles. Y como esto rara vez se consigue, resultan losdiálogos llenos de amaneramiento, de falsedad y de disonancia. A pesarde lo expuesto, como doctrina general, contra la cual he pecado yotambién, dejándome llevar de la corriente al escribir algunas novelas,me complazco en declarar aquí que me han entrado ganas de retractarme yde abjurar de la doctrina general mencionada al leer La Goletera, deD. Arturo Reyes.

Ventajosamente

conocido

y

justamente

celebrado

era

ya

este

jovenmalagueño, así por sus bonitas poesías, como por sus graciosos cuentosen prosa, y por sus novelas Cartucherita y El lagar de la Viñuela.

Su última obra, La Goletera, viene, en mi sentir, a confirmar su buenafama de novelista alcanzando para él diploma y título de escritorexcelente.

Trini, su heroína, se parece, no por imitación, sino por coincidencia, ala dama de Calderón, en la comedia titulada No hay cosa como callar;pero Trini es más noble, más amorosa, más real y más humana que la damade Calderón.

Mejor que ella, siente, piensa y se conduce Trini. Y porarte admirable, Trini se expresa sin frases alambicadas y sin tiquismiquis primorosos, en el habla llana y vulgar de una mujer del pueblo.

Como la dama de No hay cosa como callar, Trini ha sido víctima de laviolencia de un hombre; pero, con igual honradez y delicadeza que ladama, si Trini no concede su amor a ningún otro galán, por considerarsedeshonrada, todavía es muy superior a la dama, porque se enamora de otroy lucha con su ardiente pasión y finge desdeñar a quien la adora y dequien ella está prendada.

El burlador de Trini vuelve de Buenos Aires,donde ha pasado años y donde ha ganado bastante dinero. Quiere repararsu falta, casándose con Trini; pero ésta no es como la dama de Calderón,que acepta al burlador por marido, porque sólo piensa en restaurar suhonor y porque no ama a nadie. Trini ama a otro y rechaza al burlador,que no le inspira amor, sino repugnancia. El hombre que ama a Trini esexcelente y muy celoso de su honra. Trini no quiere ni debe engañarle. YTrini no puede unirse con él, mientras viva el hombre que la burló ybajo cuya mirada se moriría de vergüenza.

Los casos y lances por donde llega el autor a resolver este conflicto,no pueden ser imaginados ni presentados con mayor naturalidad,verosimilitud, interés creciente y pasmoso ingenio. El amante,misteriosamente amado por Trini, sabe que ella le ama, y sabe sudeshonra y quién ha sido la causa de ella, todo por una involuntariarevelación de la misma Trini, la cual estaba decidida a callarse,aunque la matase el silencio, para no ocasionar una lucha sangrientaentre los dos rivales, valerosos y poco sufridos ambos. La revelación,una vez hecha por medios verosímiles, ordenados con exquisito arte, haceinevitable el conflicto.

Los dos rivales salen al campo y riñen a puñaladas. La riña estávigorosamente descrita. Muere en ella el burlador, que en los últimosmomentos y escenas de su vida se ha mostrado generoso y simpático.

Asítermina la novela. Aunque el autor no lo dice, y hace bien en no decirloy en terminar donde termina, el lector puede suponer que, no castigadopor la ley, porque su rival moribundo dice que su matador ha sido otro,cuya negra traición ha causado la riña, el vencedor y amante de Trini secasa al fin con ella después de haberla vengado.

Toda la narración, los diálogos ingeridos en ella, y los variosincidentes, que aquí se omiten y que de un modo tan magistral y tanhábil llevan al desenlace, interesan, conmueven y se apoderan con talhechizo del ánimo del lector, que de seguro no deja el libro hasta queacaba de leerle.

LAS NOVELAS EJEMPLARES DE CERVANTES

POR F. A. DE ICAZA

En el certamen abierto y ordenado por el Ateneo, certamen en que fueronjueces los Sres. D. José Echegaray, D. Marcelino Menéndez y Pelayo, D.Rafael Salillas, D. Emilio Cotarelo y Mori y D. Ramón Menéndez Pidal,fue premiado el libro de que damos aquí cuenta en resumen. Es su autorD.

Francisco A. de Icaza, primer Secretario de la Legación que tiene enMadrid la República mejicana, y muy conocido y estimado en la de lasletras por algunos trabajos de erudición y de crítica y por elegantes ylindas poesías.

Es tan singular el mérito y el valer del Quijote, que todas las demásobras que escribió Miguel de Cervantes, quedan muy por bajo de aquellacreación única y pasmosa. Cervantes, sin embargo, así en La Galatea como en el Pérsiles, en no pocos versos y hasta en sus comedias yentremeses, da clara muestra de su brillante ingenio y acierta a ponerel sello individual que le caracteriza, le distingue y le eleva sobre lamultitud de escritores contemporáneos suyos.

Las novelas ejemplares son sin duda las obras en que, después del Quijote, mayor originalidad, talento y gracia muestra el manco deLepanto.

El libro del Sr. Icaza prueba esta verdad, previo un detenido y juiciosoexamen del asunto, con atinadas observaciones y con gran copia de datos,recogidos con diligencia y ordenados con arte. Por todo ello quedapatente que Cervantes puede ser calificado como inventor de la novelamoderna de costumbres y de caracteres. Los libros de caballerías, lasnovelas pastorales y hasta las picarescas son otra cosa: son una largaserie de aventuras, sin más unidad de acción que la vida de algúnpersonaje fabuloso a quien sigue y retrata el escritor desde sunacimiento hasta su muerte. Antes de Cervantes existía también algo quepodemos llamar novela histórica o relación de sucesos que, si la severahistoria no acepta, no son fingidos por el novelista, sino fundados encierta realidad, hermoseada y adornada por la fantasía del vulgo, cuyasinvenciones después la tradición consagra y hasta cierto punto autoriza.Así El Abencerraje, de Villegas, y Las guerras civiles de Granada,de Ginés Pérez de Hita.

Las novelas cortas, por último, y cuentos de italianos, franceses eingleses, sin excluir el Decameron, de Bocaccio, son muy distintos dela novela cervantesca. Cuentan un suceso, refieren un lance, trágico ocómico, triste o alegre, pero sin fijarse en la pintura de lascostumbres y en la viva representación de las pasiones y caractereshumanos.

En esto se fija y esto logra pintar el autor de El celoso extremeño,de Rinconete y Cortadillo, de La ilustre fregona, de La Gitanilla y de casi todas las demás novelas ejemplares por donde, merced a suagudeza psicológica, nueva o antes casi nunca empleada en este género deficciones, Cervantes viene a ser el padre o el fundador de la novela,tal como la concebimos y comprendemos en el día. Para la demostración deesta verdad, que presupone en Cervantes un valer originalísimo, el señorIcaza examina y juzga todas sus novelas; refiere cuanto los críticos handicho de ellas desde sus contemporáneos hasta hoy; impugna los ligerosjuicios de Huet, de Florián y de otros; prueba la carencia de fundamentode las acusaciones de plagio lanzadas por Estala y Bosarte, y manifiestael influjo poderoso que han ejercido las novelas de Cervantes en nuestroteatro español, en el extranjero y en la misma novela, que hartodescuidada entre nosotros durante cerca de dos siglos, floreció y diomuy sazonados frutos en Francia, en Inglaterra y en otros países, dedonde volvió a España muy acrecentada en riqueza, pero sin que debaolvidarse el origen tan español que tiene.

No cabe entrar en pormenores en este breve articulito ni dar idea exactade lo bien estudiado que está el asunto por el Sr. Icaza, y del rectocriterio, nada común saber y rara diligencia que despliega y lucetratándole.

EL BUEN PAÑO...

NOVELA POR J. F. MUÑOZ PABÓN, PRESBÍTERO

Si lo he entendido bien y si no lo recuerdo mal, el famoso novelistafrancés Emilio Zola dice que una buena novela ha de ser la exactarepresentación de lo vivido, observado y entendido al través de untemperamento. Zola olvida o desdeña lo principal: la imaginación, o seala fuerza activa que representa bien lo vivido y lo que se ha visto yobservado. No basta ver y observar: menester es reproducirlo o crearlode nuevo valiéndose de la palabra y por virtud de la fantasía.Presupuesto este poder creador, una novela es o debe ser lo que Zoladice. Y tal es El buen paño..... , del señor D. Juan F. Muñoz Pabón,presbítero de Sevilla, creo que cura de una de las parroquias de aquellaciudad, y en quien, no hará todavía un año, la aparición de Justa yRufina nos dio a conocer a un nuevo y excelente novelista, ingenioso ydiscreto.

Su temperamento, o mejor diré su carácter, debe de ser jovial, apacibley sereno, calidades todas que ya en Justa y Rufina se mostraron,haciendo simpática la obra, y que en su nueva novela, titulada El buenpaño..... , se muestran más graciosa y resueltamente.

La acción de esta novela no puede ser más sencilla. Se reduce apresentar un caso de aquellos que justifican lo que D. Quijote dijo a ladesenvuelta Altisidora en el lindo romance que para desengañarla lecompuso: Los

andantes

caballeros

y

los

que

en

las

cortes

andan,

requiébranse

conlas

libres,

con las honestas se casan.

Si hemos de confesar la verdad, no es esto lo que sucede más a menudo;pero alguna vez sucede, y basta. Aristóteles, además, que sabíamuchísimo, ha dicho que la poesía (y la novela es poesía) es másfilosófica que la historia, porque la historia cuenta lo que es, y lapoesía cuenta lo que debe ser, sin afirmar por eso que sea siempre.

En suma: todo el argumento de El buen paño, expuesto en cifra, es queun señorito, rico, guapo y el más galán de un lugar cercano a Sevilla,desdeña a sus primas y a no pocas otras muchachas y se casa con lamodesta huerfanita de un médico, la cual vive con su madre, se gana lavida como costurera o modista lugareña, y es un tesoro de gracias,habilidades y virtudes.

En El buen paño..... apenas hay acción: no hay nada de drama; pero haymucho, y a mi ver excelente y precioso, ora de idilio sin afectaciónsentimental, ora de comedia, o ligera y suave sátira sin acritud niamargura. Los afectos amorosos no se exageran por lo ardientes para quequemen, ni por lo dulces para que empalaguen. Y los vicios, pasiones yridiculeces de los personajes cómicos no traspasan jamás el límite másallá del cual se harían odiosos dichos personajes. La burla o la risabenigna que provocan, no les quita la estimación que les concedemos.Hasta el nuevo médico, que es el personaje menos estimable de toda lafábula, no llega a merecer nuestro desprecio. De aquí que la totalidaddel cuadro, que parece, por su exactitud y realidad, una fotografía, yla viveza y verdad de los diálogos, que parecerían recogidos por elfonógrafo, si dicho artificio fuese apto para la selección, desechandolo impertinente, concurren a darnos una idea, muy agradable y divertida,así del lugar en que ocurren los sucesos que el novelista refiere, comode la mayoría de sus habitantes, ricos y pobres, grandes y pequeños. Laemulación y los celos entre dos cofradías rivales, las fiestas yprocesiones en que compiten, y sobre todo, la lucida cabalgata y jiracampestre llamada del romerito, todo está lindamente pintado, rico deluz y de colores; todo tiene el perfume campesino de los pinares y delas huertas, la claridad y la limpieza de los arroyos de agua corriente,cerca del esquivo y apartado manantial, y la brillantez azul y serenadel cielo despejado de Andalucía.

LULLY ARJONA

NOVELA POR D. ALFONSO DANVILA

Mil veces lo he pensado y algunas veces lo he dicho ya: no hay que temerla uniformidad y la monotonía. La pasmosa facilidad de comunicaciones,los ferrocarriles, el telégrafo y el teléfono, que llevan a escapemercancías y personas de un extremo a otro de la tierra, y quetransmiten y comunican el pensamiento y la palabra con la rapidez delrayo, no logran aún, ni lograrán nunca, identificarnos, desteñirnos,digámoslo así, y hacer que perdamos el sello característico de casta,lengua, nación y tribu que cada cual tiene. Se diría que paraprecavernos contra el roce, que pudiera limar y pulir las diferencia