El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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POR JAVIER LASSO DE LA VEGA

La centralización administrativa no ha traído proporcionalmente, tantocomo en Francia, todo el movimiento intelectual, literario y artístico,a la capital en España. Brillantes centros, focos de nuestra cultura,siguen siendo algunas ciudades, sobresaliendo entre ellas Barcelona ySevilla. Y como conviene a mi ver, que esta vida del espíritu sigadifundida, y no venga a recogerse y a acumularse en Madrid, buscandofama y provecho, creo que también conviene llamar la atención, más aúnque sobre los libros que se publican en esta villa y corte, sobre losque en provincias se escriben y se publican.

El autor del libro cuyo título nos sirve de epígrafe, es, a lo queparece conocido y celebrado en la gran ciudad del Guadalquivir comodocto médico y como autor de varias obras científicas, entre las que secuentan: Concepto de la fisiología general, El genio y lainspiración, La ciencia y el Arte, La Atrepsia, Origen y fin delplaneta Tierra, y Biografía y estudio crítico de las obras de NicolásMonardes.

Durante los dos primeros tercios del siglo XIX apenas hubo, en nuestropaís, político, jurisconsulto ni personaje notable en otras profesiones,que no empezase por componer versos y que a menudo no siguiesecomponiéndolos durante toda su vida. Ahora puede decirse que la aficióna los versos, si no ha cesado, ha disminuido no poco, y que, en cambio,desde veinte o treinta años hace, ha cundido la afición a escribirnovelas.

Este género de literatura, que floreció tan gloriosamente en España, sedescuidó por el teatro, desde mediados del siglo XVII, y sólo harenacido recientemente, pugnando por competir con las novelas francesase inglesas, que son en el día las más celebradas, y con las novelasrusas y de otros pueblos del Norte, que van poniéndose muy de moda.

El médico sevillano D. Javier Lasso de la Vega, se ha dejado llevar dela corriente, ha querido también ser novelista, y ha mostrado que poseelas prendas y demás condiciones que para serlo se requieren.

Su novela Isaac es, con todo, para mi gusto, más sátira que novela:pertenece a un género que no me agrada, aunque en él puede másfácilmente que en otros ganarse fama y obtenerse un buen éxito delibrería. Sacar a la vergüenza a personajes conocidos, vivos y reales, yrevelar al público todos sus vicios y pecados, es uno de los medios mása propósito de que puede valerse un escritor para proporcionarselectores. Yo tengo por cierto que el Sr. Lasso de la Vega no ha menesterde este medio, y por lo mismo me pesa de que le haya empleado.

Como quiera que ello sea, yo quiero suponer que no le empleó; que bajolos nombres imaginarios de los personajes de su novela no descubre nidebe descubrir la malicia verdaderos nombres, y que la fingida ciudad deGaudulia nada tiene que ver con Sevilla.

Si es Isaac novela de clave, no quiero yo valerme de la clave paradescifrar la novela. Baste a mi propósito estimar como pura ficcióncuanto en ella se cuenta, y entender que su sátira va contra el vicio yno designa ni fustiga a los viciosos, cuyo castigo prefiero yo que seencomiende a la ley, a los tribunales y a la pública reprobación, sinque autor ninguno, en una obra de arte y de puro entretenimiento, en loque puede y debe calificarse de poesía, aunque esté en prosa, se rebajey se humille hasta ejecutar la ruda sentencia.

Aun así, aun prescindiendo de la realidad que puede tener el modelo decada uno de los personajes fingidos, he de confesar que gusto poco dela novela muy satírica. Y esto por varias razones. Indicaré aquíalgunas.

El principal objeto de la novela, como el de toda poesía, debe serdeleitar y conmover, si bien de un modo consolador y elevado. Y a mí,acaso porque soy optimista, indulgente y benigno, más bien quedeleitarme y más bien que conmoverme estéticamente, me aflige y merepugna la viva y exacta representación de la fealdad moral, cuandotraspasa los límites de lo ridículo y llega a lo criminal y a lo odioso.Es cierto que en la novela del Sr. Lasso hay algunos personajesexcelentes. Por tales deben ser tenidos D. Alejandro Calderón, el P.Aguilar y el profesor Madueño; pero esto no basta para iluminar conpuros resplandores la horrible negrura del cuadro, y para contraponer ala fealdad y ruindad de casi todas sus figuras elevación y belleza quebasten a compensarlas. Y mucho menos si se atiende a que Isaac, elprotagonista, deja que desear no poco. Carece de serenidad, de calma yde paciencia, y en la destrucción de sus obras de arte y en el suicidiocon que termina, hay tal frenesí de vanidad lastimada que, si bien nonos quita la conmiseración por el héroe, rebaja mucho el aprecio y lasimpatía que al principio logró inspirarnos.

La sátira ingerida o combinada con la novela tiene además una gravecontra.

La acción marcha hacia su desenlace, venciendo multitud deestorbos que en su camino se amontonan.

Son tantas las causas que impulsan a Isaac a destruir sus obras y adarse muerte después, que el lector no acierta a determinar cuál deellas ha sido la más importante: si el poco éxito que en el Ayuntamientoha tenido su perorata; si la censura, aunque severa, no del todoinfundada, de algunos de sus trabajos artísticos; si la separación deFilipinas, que hace casi imposible que le paguen el monumento a Legazpi;si sus grandes apuros pecuniarios; y, por último, si el desamor y elinsolente desdén de su mujer, pintada en la novela de mano maestra.

Las escenas íntimas de tan desastrados amores conyugales, aquélla en queMarta pide a su marido que le compre los diamantes, y la que ocurre enel jardín por la noche, y a la luz de la luna, son las que mejor y másclaramente muestran en el Sr. Lasso el agudo talento de observación y elraro poder del estilo para expresar y reproducir lo observado.

La orgía de los concejales en el antiguo Convento, la animadadescripción del incendio, con la hazaña de Calderón para salvar a laniña, y la famosa sesión del Ayuntamiento con todos sus pormenores, asícomo no pocos otros episodios, están bien observados y descritos; perocomplican la acción dándole diversos motivos, cada uno de los cualesquita fuerza a los otros en vez de acrecentarla.

El lector se pregunta:¿se hubiera suicidado Isaac si cobra el dinero del monumento a Legazpi,o hubiera sufrido mejor con el dinero los desdenes de su mujer? ¿Sitriunfa en el Ayuntamiento y después en las elecciones de diputados, nose hubiera resignado a vivir? ¿Si los críticos hubieran sido justos omuy benévolos y no hubieran señalado defecto alguno en sus obras,ensalzándolas sin reparo, no hubiera sido grande su consolación ysobrado eficaz para quitarle del pensamiento el violentísimo propósitode destruir lo que había hecho y de matarse en seguida?

En la existencia real, en todo verdadero suceso histórico, suelen quedaren pie y sin aclarar tales dudas; pero tal vez en una ficción novelesca,y cuando el autor penetra en lo más íntimo del alma de su héroe y allílo ve y lo escudriña todo, semejantes incertidumbres y nebulosidadesmenoscaban el efecto de la composición en vez de aumentarle.

En suma: yo creo que, después de leída la novela, el lector no puedemenos de reconocer que el Sr. Lasso es un buen novelista, si bien deseaque acumule menos cosas cuando escriba otra novela, y que represente enella la vida humana, sin que sean, y hasta sin que pueda presumirse queson sus figuras fieles retratos de determinadas personas, sin quecontenga una acusación cada episodio, y sin que cada acusación dé lugara una defensa.

EL siglo XIX pasó ya, y nos hallamos en el XX, de lo que debemosalegrarnos por haber pasado también la manía, que cundió entre losescritores, por todas partes y durante muchos años, de calificar de finde siglo las bellaquerías y maldades. Con esto, además, se quería dar aentender que las tales bellaquerías eran como el refinado producto delesfuerzo secular de una exquisita cultura, y el triste resultado denuestros materiales progresos. Lejos de ser así, debe entenderse que loshombres, para ser malos y bellacos, no han menester vivir a fines desiglo, ni en época y sociedad muy adelantadas. En lo tocante atunantería, se sabe cuanto hay que saber, y se hace cuanto hay que hacerdesde los tiempos primitivos.

No es en Gandulia ni a fines del siglo XIX donde solamente losconcejales se despachan a su gusto. Bien podemos decir: todo el mundo esPopayán, y cuándo no es Pascua.

Al leer lo que el Sr. Lasso cuenta de ciertos concejales de Gandulia, herecordado, y no puedo resistir a la tentación de referirlo aquí, lo quehe leído en uno de los extractos y traducciones de los millares demanuscritos egipcios adquiridos y conservados en Viena por el archiduqueRaniero.

El caso no ocurrió a fin de siglo, sino a mediados: por los años de 250de la Era Cristiana, o dígase 1650 años ha. Y todo consta en las actasdel Ayuntamiento de la magnífica ciudad de Hermópolis, así llamadaporque su numen tutelar era Hermes Trimegisto.

Las sesiones del Ayuntamiento hermopolitano no pudieron ser másescandalosas ni más borrascosas de lo que fueron. También hubo allí unIsaac Garcés de Trillo que acusó a los principales concejales oregidores delincuentes, cuyos nombres se conservan aún. Se llamabanDioscórides y Sarapammon. Habían cometido multitud de estafas,irregularidades y filtraciones; y lo que dio lugar a los debates másacalorados que hubo en las Casas Consistoriales, fue que los Sres.Sarapammon y Dioscórides, valiéndose de las llaves del granero público,vendieron casi toda la cebada y el trigo que en él había, y una enormeprovisión de lentejas, y cien artabas de arrak, bebida de arrozfermentado de que gustaban mucho los egipcios de entonces.

Véase, pues, la poca o ninguna novedad que tienen las fechorías de losconcejales, y téngase por cierto que en nada malo ha habido el menoradelanto. En lo bueno sí le ha habido y le habrá. Y con tan hermosa yfundada esperanza debemos animarnos, no desmayar y no acudir al suicidioque nada remedia, como acudió en su locura el escultor y honradoconcejal, héroe de la novela del Sr. Lasso.

DISCURSO

PRONUNCIADO POR DOÑA EMILIA PARDO BAZÁN

en los Juegos florales deOrense, en la noche del 7

de Junio de 1901.

La afición a los juegos florales cunde y se extiende por toda España.

Lamanía de reírse de todo cunde también, y así no han de extrañarse loschistes y las burlas y caricaturas que sobre los tales juegos se handado a la estampa. Lo que es yo confieso que soy muy aficionado a labroma y tentado de la risa como el que más pueda serlo; pero me jacto detener una buena condición, que me alegraría yo de que la tuvieran todos.La risa no debe matar ni perjudicar a aquello de que se ríe. Alcontrario, debe purificarlo y sanarlo. En lo más excelente suele haber yhay con frecuencia algo de ridículo; de suerte que, si lo ridículo seextrae, lo excelente, en vez de sufrir menoscabo o deterioro, quedalimpio de toda mácula. La parodia, pues, no implica el descrédito de loparodiado, antes bien es lícito afirmar que sólo de lo bueno y de lohermoso se pueden sacar parodias divertidas y amenas.

Dicho lo que antecede, olvidémonos de los chistes y de los epigramas quese han lanzado contra los juegos florales, y tomémoslos por el ladoserio.

Nadie negará, en primer lugar, que son una diversión inocente y barata,y no cruel y costosa como, por ejemplo, los toros.

Es además diversión muy culta y educadora, ya que en ella se ejercitanel entendimiento y el ingenio de muchas personas, así en componerdiscursos y poesías, como en oírlos y tratar de entenderlos, apreciarlosy juzgarlos.

Y no se sostenga que el hacer versos y discursos es tarea poco útil, yque mejor sería emplear nuestro tiempo y nuestra actividad mental enasuntos más prácticos y productivos. El gusto y el cultivo de las bellasletras, lejos de estar reñido con el bienestar material y con la fuerzaque se aplica para lograrle, bien podemos afirmar que están en perfectoacuerdo y que siempre lo uno es indicio o resultado de lo otro; que loanuncia, que lo prepara o que de ello procede.

Acaso no hay nación entoda Europa más positivista, más próspera, más industrial y mercantil,más rica y más aficionada a la riqueza que la Gran Bretaña, y tampocohay nación en Europa que guste tanto de versos, que posea tan grannúmero de buenos poetas y donde más discursos se pronuncien.

Sigamos, pues, componiéndolos y pronunciándolos por acá sin recelo deque se consuman nuestros bríos y calor natural en esta tarea de lujo yno de provecho. Pero ¿por qué tal tarea no ha de ser provechosa,considerada al menos como gimnasia en que nuestras facultades mentalesse agucen, se afilen y se habiliten?

La poesía, además, estaba, desde hace algunos años, harto desdeñada ypoco cultivada en nuestro país. Y como conviene que no se desdeñe y quese cultive, y como los juegos florales vienen como de molde paralograrlo, bien venidos sean los juegos florales. Evocadas por ellos, sediría que han reaparecido entre nosotros las musas visitando yfavoreciendo a varios poetas nuevos. El lauro, la palma o la flor que entales certámenes han conquistado dichos poetas, aunque gentedescontentadiza

y

satírica

niegue

que

sea

prueba

de

alta

inspiración,prueba es y será siempre de habilidad artística, de esmerado buen gustoy de no vulgar cultura, lo cual ya no es poco. Y debe tenerse en cuentaque, así como nosotros no nos atrevemos a dar a nadie diploma deinmortalidad y de genio, tampoco debe atreverse cualquiera a empuñarla férula de Aristarco y a castigar con ella a cuantos en los juegosflorales han obtenido premio, expulsándolos con crueldad de larepública de las letras.

Tal vez se me acuse de sobrado optimista y facilitón; pero yo entiendoque no merecen censura, sino elogio, las composiciones premiadas de losSres. D.

Miguel Gutiérrez, D. Angel del Arco, D. Narciso Díaz deEscobar, D. Juan F.

Muñoz y Pabón y D. Pedro Riaño.

Cuando no motivo, los juegos florales han dado pretexto a muy sabrosos einstructivos discursos de sus mantenedores. Convengo en que un juezsevero acaso podría decir que los discursos mencionados están casi todoscomo en una esfera muy excéntrica de la esfera poética o literaria delos juegos, tocándose sólo y compenetrándose una esfera y otra en muypequeña parte o casquete, y formando así, como en el famoso y ya casiolvidado esquema del ser, inventado por los krausistas, la figura de unalenteja. Quiero yo significar con esto que si bien los juegos floralesse han celebrado en Bilbao, en Salamanca, en Almería, en Cádiz, enCalatayud, en Zaragoza y en Orense, todos los mantenedores, cuál más,cuál menos, se han ido por los cerros de Úbeda. No condeno yo semejanteaberración. Me limito a declarar que existe. Discúlpanla, ya que no lajustifiquen del todo, la condición etérea y volátil del pensamiento ycierta preocupación amarga o picante que a todos nos estimula en el día.De ella puede afirmarse lo que afirmaba Lope, no del estro o tábano,sino de otra más ruin y aborrecible bestezuela:

Como

los

celos

eres,

Que picas y te vas por donde quieres.

Claro está que aludo al resquemor o a la acedía que los recientesinfortunios de la patria engendran en nuestros espíritus, los agitan,los atormentan y los impulsan a buscar remedio. De aquí que se piensepoco en la poesía, que se hable de ella muy de paso, y que se corra y sevuele para trasportarse de lo meramente literario a lo político ysocial. De suerte que cuantos pronuncian discursos en juegos floralessuelen pronto perder de vista la corte de amor, el Gay saber y todacuestión de gentileza, ternura y rendimiento a las damas, convirtiéndoseen sociólogos, arbitristas y legisladores. Sus discursos apenas sonliterarios: más bien pueden y deben calificarse de terapéuticos. Españaestá decadente y enferma, y es menester curarla y regenerarla. Para tanbuen fin cada orador propone y ofrece medicamentos que juzga infalibles:la patriótica panacea que a fuerza de cavilar ha descubierto.

El discurso pronunciado por doña Emilia Pardo Bazán en los Juegosflorales de Orense, tiene este carácter medicinal y regenerador. Y comoson tan atinadas las observaciones que hace, las cosas que dice y losconsejos que insinúa, y como todo ello está redactado con fácil ynatural, al par que elegante estilo, y adornado con las galas y loscolores de una muy brillante fantasía, bien merece que nos detengamos aexaminarlo, aunque los juegos florales y los versos que en los juegos sepremian queden, así en Orense como en otros varios puntos, completamenteeclipsados por la prosa; aunque los juegos florales se conviertan en meeting político, y aunque se trueque en club el salón en que secelebran.

Si en alguien está plenamente justificado el producir este cambio en elpropósito de los juegos, es sin duda en doña Emilia Pardo Bazán, la cualno puede, como los mantenedores varones, hablar en el Senado o en elCongreso y exponer allí las reformas que anhela introducir en elgobierno del Estado para regeneración de la patria.

Hay en mi sentir, afirmaciones tan verdaderas y tan consoladoras en eldiscurso de doña Emilia, que nos complacemos en notarlas aquí,lisonjeados y engreídos de coincidir en todo con ellas.

Lo primero que aplaudimos es algo a modo de amnistía que doña Emiliaconcede. O no puede saberse, o no debe declararse, aunque se sepa,quiénes han sido la causa de nuestras recientes desventuras. O

sonculpados todos, o sólo está la culpa en circunstancias independientesde la voluntad y del entendimiento humanos. Hemos sido vencidos, hemosperdido los espléndidos restos de nuestro gran poder colonial antiguo,porque teníamos que perderlos; porque así estaba prescrito. Ni seinfiere de pérdida tan lastimosa que seamos una raza inferior o unpueblo degenerado, como ha supuesto recientemente un famoso hombre deEstado de la Gran Bretaña. Doña Emilia protesta enojada contraafirmación tan injuriosa, dejándose arrebatar por su patriotismo y porel espíritu de contradicción hasta el extremo contrario, hasta creer quesomos «tan capaces y aptos, y quizás por naturaleza, más inclinados albien, más exentos de vicios groseros, menos alcohólicos y brutales queningún pueblo de Europa.»

Nuestra decadencia o postración ha de ser, por consiguiente, accidentaly no esencial. Depende de varios achaques y dolencias de que es menesterque sanemos. Para conseguirlo, propone doña Emilia, algunos remedios quea mí me parecen excelentes. Lo que importa ahora es que haya alguien quesepa aplicarlos con energía y perseverancia.

Deja entrever doña Emilia que quizás convendría un dictador paraalcanzar tan buen fin. Harto me pesa tener que declararlo aquí; pero noestoy muy conforme con esto de la dictadura. Me parece remediosobradamente heroico, y que además sería en el día de hoy inoportuno ytardío. Los Camilos, los Fabricios y los Fabios fueron dictadores parasalvar a Roma; para que Roma venciese y arrojase de Italia a Breno, aPirro y a Aníbal; pero no se les ocurrió a los romanos darse porvencidos, sentar paces, ceder al galo, al epirota y al cartaginés muchaparte del territorio de la República, y crear luego un dictador para queen la paz y en vencimiento los regenerase, o más bien los castigase.

Ala calamidad de quedar vencidos no quisieron los quirites añadir lacalamidad de ser despóticamente gobernados.

Dice doña Emilia, y tiene razón hasta cierto punto, que la libertad noes un fin, sino un medio; pero la dictadura, no hasta cierto punto, sinoen absoluto, es siempre un medio y no un fin. Es cierto que la libertades un medio; pero el hacer cada uno lo que se le antoje, sin turbar elorden y sin ofender a Dios ni al prójimo, es medio tan excelente quevale para todos los fines, y hasta estoy por afirmar que bien mirado, esun fin, ya que sin libertad no puede haber nada bueno. Desechemos, pues,la dictadura. Para sufrir nuestra mala suerte y para aguantarnos, comonos hemos aguantado, todo dictador está de sobra. Cavour y Bismarck,dado que fuesen dictadores, surgieron para hacer el uno la unidad deItalia y el otro el Imperio germánico. ¿Qué iba a hacer ahora nuestrodictador, si Dios, o más bien el diablo, le suscitase? Como no fuesehumillarnos y ponernos en ridículo, no sé yo lo que haría. El dictador,además, si ha de valer para fundar algo, ha de ser el instrumento, elapoderado de una gran parte de la nación, cuyos mandatos ha de cumplircon la fuerza que la misma nación pone en sus manos para que los cumpla.Sin duda que el dictador es entonces potestad que de Dios procede; perono inmediatamente, sino por medio de la República, como dice Domingo deSoto, divinitus erudita. ¿Nos hallamos nosotros en tal caso, nosinspira Dios la elección de un dictador, y para qué y quién ha de serlo?Desengáñese doña Emilia y persuádase que lo menos malo es que las cosassigan como están, sin alteraciones ni mudanzas. Alterándolo y mudándolotodo, con varios a modo de dictadores, cambiando a cada momentoconstituciones

y

leyes

orgánicas,

soltando

reformas

administrativas,cuya recopilación requiere enorme multitud de volúmenes, y haciendorevoluciones y pronunciamientos a cada paso, hemos andado durante todoel siglo XIX, y harto se ve y se deplora lo poco medrados y menoslucidos que hemos llegado al XX. ¿Para qué, pues, nueva revolución,aunque el Sr.

Maura, citado por doña Emilia, sostenga que la revoluciónse impone, y que a no hacerla desde arriba, desde abajo habrá quehacerla? ¿No sería mejor que nos quedásemos quietos, procurando, no condictadores, ni con revoluciones, ni con flamantes leyes y decretos, sinotrabajando mucho y bien en las artes y oficios útiles, aumentar lariqueza de la nación, restaurando así sus bríos antiguos y la enérgicaconfianza en sus altos destinos?

El libro inmortal de Miguel de Cervantes nos da sobre esto implícita ysimbólicamente varios consejos muy sanos que debiéramos seguir. VencidoD.

Quijote por el Caballero de la Blanca Luna, no quiso ser dictador nirevolucionario, sino que proyectó dedicarse al pastoreo y a la vidapacífica e industriosa. En punto a revoluciones, debiéramos tambiénimitar al hidalgo manchego, que se contentó con romper una sola vez lacelada, ufanándose al reconocer lo cortante de su espada y lo pujante desu brazo; pero, ya la celada recompuesta, se guardó muy bien deacuchillarla de nuevo, y la dio por buena y resistente aunque no lofuese. Así nosotros, que hemos acuchillado y desbaratado tan a menudonuestras instituciones, debemos dejarlas en paz y sin ponerlas a pruebade nuevo, considerarlas firmes y buenas, aunque disten algo de serlo.

Nuestra manía de legislar nos perjudica mucho, desacreditando las leyespor efímeras y caducas, e induciéndonos a no cumplirlas. Si han de serpronto derogadas, ¿para qué su cumplimiento? Bien dijo D. Quijote en lacarta que escribió a Sancho cuando era Gobernador de la Insula, y quebien pudiera repetir si escribiese a los gobernadores del día: «No hagasmuchas pragmáticas, y si las hicieres, procura que sean buenas, y, sobretodo, que se guarden y cumplan.»

Con mucho juicio toca y dilucida doña Emilia en su elegante discursootras importantísimas cuestiones. Es la primera la cuestión religiosa, ami ver algo anacrónica y exótica: anacrónica, porque parece más propiade las edades pasadas que de la edad presente, y exótica, en mi opinión,porque yo me atrevo a sospechar que, si en Francia no estuviese de modaperseguir hoy a los frailes, acaso no se hubiese desenvuelto tanto entrenosotros el afán de remedar a Francia en dicha persecuciónlibrepensadora, y tan contraria a la libertad bien entendida. Yo apelo aun librepensador, francés también, y contrario a tales persecuciones.Beranger dice:

A

son

gré

que

chacun

professe

Le

culte

de

sa

déité;

Qu'on

puisse

aller

même

à

la

messe;

Ainsi le veut la liberté.

A ver si esto se aviene con silbar y apedrear los conventos y lasprocesiones devotas, y con otros desahogos por el estilo.

Acerca del regionalismo separatista, me parece que doña Emilia seexpresa con discreción y tino. Recordando una sentencia de Cánovas yhaciéndola suya, afirma que el amor de la patria grande, el espíritunacional, el patriotismo amplio desaparece de los pueblos cuando seconvencen de que son mal administrados. Nadie, según doña Emilia, seríaseparatista o catalanista, sino fervoroso español, si pudiésemoscontestar a sus quejas y a sus gritos «con las letras, con el arte, conla instrucción, con el progreso, con la rehabilitación de España; conuna patria tan bella, tan digna de ser amada, tan majestuosa y noble,que nadie que no esté demente pueda desearle sino larga vida.»

Precisacondición para lograr todo esto es que la patria esté bien administrada;y volvemos a la sentencia de Cánovas. Pero la buena administración, sibien puede considerarse como causa, puede y debe también ser consideradacomo efecto, sobre todo en un pueblo libre, donde no es nunca elcapricho de un tirano quien crea y sostiene al Gobierno, sino la opiniónpública, que se impone por los medios legales de la prensa, de latribuna, de las manifestaciones y de las asociaciones pacíficas. Penosoes tener que decirlo, pero la verdad antes que todo: si tal pueblo estámal administrado, es porque no hay en todo él quien lo administre mejor,o porque es extremamente dificultoso el administrarle, a causa decircunstancias o de fundamentos que no acertamos a descubrir, pero quede

cierto

no

se

vencen

con

violencias

dictatoriales

o

demagógicas,echándolo a rodar todo, para que después del trastorno y la barahúndatengamos que decir como durante todo el siglo XIX tantas veces hemosdicho: peor está que estaba.

En suma: el discurso de doña Emilia Pardo Bazán, que nos da ocasión paraexponer lo que hemos expuesto, no sólo es bien pensado y elegante sinoconsolador y optimista. El mero hecho de pronunciarle tan ilustre dama,es evidente testimonio de cuanto nos preocupa a todos la salud de lapatria, la restauración de sus energías y el fundado renacimiento de susaltas esperanzas desde luego, y para después de su antiguo poderío,crédito y gloria.

NOVELAS RECIENTES

I

Bien podemos decir con satisfacción que en el cultivo de la novela seadvierten más cada día la abundancia y la bondad del fruto.

No es tan voluntariosa la musa como generalmente se cree. Convienellamarla con persistencia y empeño. No siempre es ella sorda, y sueleacudir propicia a quien cariñoso la pretende y con reiteradas yfervientes súplicas la llama. Sólo así se explica que en el país y entrela gente donde se escribió el Quijote se hayan escrito tan pocasnovelas y de tan corto valer durante cerca de dos siglos, y que dealgunos años a esta parte se escriban muchas novelas, no siendoinferiores algunas de ellas a las escritas en otros países donde florecegénero tan popular de literatura.

De Francia y de Inglaterra se han importado las novelas hasta hace poco,traduciéndolas o imitándolas. Aú