El Superhombre y Otras Novedades by Juan Valera - HTML preview

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La historia amorosa de Nieve y cieno sería tan grata y apacible,aunque harto menos sensual y mucho más etérea, que la de Dafnis y Cloe,si no fuese, como ya queda indicado, por el pícaro Lucas, hijo delcacique. Éste lo echa todo a perder de la manera más imprevista, brutaly cruenta.

Como era naturalísimo, los enamorados Luciano y Esperanza llegan altérmino de sus legítimos deseos, y reciben la bendición nupcial en laiglesia; pero, coram pópulo, cuando entre la multitud, y con generalregocijo, salen de la iglesia los recién casados, Lucas aparece, searroja sobre Luciano como un tigre sobre su presa, y le da muerte condos certeras y terribles puñaladas.

Lastimoso es el hecho. No carece de verosimilitud, aunque es extraño quealguien, por empedernido, cínico y feroz criminal que sea, recurra alasesinato con tan escaso disimulo. Por más que se cumpla la frase osentencia proverbial que afirma que nada es muy peligroso ni muy difícilde realizar cuando se tiene el padre alcalde, más extraño es aún que elasesinato de Luciano quede impune, y hasta que sea aplaudido por laautoridad superior, lo cual se indica y se presume por el final de lanovela. El padre de Lucas, el alcalde o cacique, Antolín Carrejo, va ala capital y trata de probar, y prueba, que Luciano era un tremendoconspirador, algo a modo de un Lucio Sergio Catilina, y que había sidomuerto para que la república, la paz y el orden se salvasen. A ciencia ypaciencia del honrado vecindario de Iberuela, tan amante de Luciano ytan ligado a él por la admiración y la gratitud, ¿cómo pudo forjarse sincontradicción ni protesta tan inicua maraña? ¿Cómo pudo quedar sincorrectivo y pena tan negro crimen? ¿Cómo eran tan tímidos o tanincapaces los habitantes de Iberuela, que tamaño horror consintiesen ysufriesen? Y, en todo caso, sin negar la posibilidad, porque apenas haynada que no sea posible,

¿es lícito inferir de un hecho singular yanormal una general proposición afirmativa? ¿El caciquismo es siemprecausa de infortunios y de inmoralidades?

En el día de hoy, el másbullidor, el más sabio o el más rico de cada lugar, donde suele disponery mandar cuanto se dispone y se manda, se designa chistosamente con elapodo de cacique, lo cual no deja de ser ofensivo para susconciudadanos, quienes de un modo implícito quedan calificados de indiosbravos o semisalvajes. ¿Pero cuándo no hubo o cuándo dejará de habercaciques, aunque con otro nombre o apodo los designemos? Desde antesque Cadmo aportase a Grecia, y desde antes que Saturno reinase enItalia, en Grecia y en Italia hubo caciques. Y lo que es en España loshubo muy viciosos desde los tiempos antiquísimos de los Geriones, dequienes en balde nos libertaron Osiris y el Hércules egipcio, ya quedespués dominó este desventurado país casi sin interrupción una largaserie de no menos feroces tiranos. Véase, pues, cómo el caciquismo esachaque antiguo por donde quiera, y muy singularmente en España, y cómosemejante plaga no puede ni debe considerarse como deplorable novedadintroducida e implantada entre nosotros por constitución o régimenpolítico de última moda.

Sea de todo ello lo que debe ser, y prescindiendo de la tesis, si en Nieve y cieno es lícito traslucir que la hay, bien puede asegurarseque dicha novela es de muy grata y apacible lectura hasta que ocurre latragedia con que termina. Y

bien puede asegurarse que el señor D. JoséJoaquín Domínguez escribe con muy castiza elegancia y delicado gusto, ydeja conocer, sin afectación y sin importunos alardes, que ha estudiadobien a nuestros clásicos y a los de la docta antigüedad griega y romana,sin copiar servilmente nada de ellos, sino poniendo en su estilo sabor yaroma, como el que presta al vino nuevo la solera de vino rancio ygeneroso que el antiguo vaso contiene.

Quisiera

yo

dar

aquí

noticia

de

otros

cuentos

y

novelas

recientementepublicados. La cosecha, como ya indiqué, es abundantísima en el siglopresente y también lo fue en el pasado. Me arredra, pues, fatigar a mislectores. Y sin perjuicio de emprender de nuevo la tarea de crítico enotra ocasión en que me sienta yo menos cansado, me limitaré ahora acitar por sus títulos a Tomás I, por D. José Jesús García, impreso enAlmería; a Gondar y Fortaleza, por el marqués de Figueroa; a Suelo,por D. Sebastián Gomila, edición de Barcelona; A la sombra de lamezquita, cuentos cordobeses, por D.

Julio Pellicer; La mujer deOjeda (Alicante, 1901), por D. Gabriel Miró; Naderías, cuentos yartículos, por don Alfonso Jara, y Del bulto a la Coracha, por el yamuy estimado y celebrado malagueño don Arturo Reyes.

Hoy, por último, sólo daré cuenta de una novela de un escritorsevillano, conocido ya por erudito y también por elegantísimo eingenioso poeta. Como novelista, no sé yo que D. Luis Montoto, elescritor a quien aludo, haya publicado nada antes de escribir y depublicar la novela que lleva por título Los cuatro ochavos. Como poetalírico le conocía yo y le estimaba en mucho desde hace tiempo. En elmovimiento intelectual y en la actividad literaria de que es centroSevilla, figura entre los más ilustres literatos. Con su novela Loscuatro ochavos viene ahora a colocarse, sin duda, entre los mejores ymás originales novelistas de toda España.

La historia que nos cuenta está inmediatamente tomada de la realidad.Todo en ella, más que de ficción, tiene trazas de fiel trasunto de cosasque se han presenciado; no de nada que se inventa, sino de sucesos y depersonas que se recuerdan. Y sin embargo, de los tales sucesos ypersonas, que aparecen vulgarísimos al empezar la narración, brota y sedesenvuelve luego la encantadora poesía.

Don Antonio, el principal personaje, el dueño de los cuatro ochavos,se nos muestra al principio tímido, engreído con sus riquezas, egoísta yhasta pervertido y vicioso, no arrastrado por pasiones violentas, sinopor debilidad de carácter.

El interés de esta curiosa novela, lo que verdaderamente nos la hacesimpática, no es la transformación o el cambio, porque nada cambia ni setransforma, sino la aparición cada vez más clara y más brillante de labondad, nobleza y dulzura del alma de D. Antonio, que va desechando pocoa poco sus miserias y sus vicios por debilidad contraídos, y acaba porresplandecer en su desnudez espiritual, limpia, inmaculada y rica debondadosos afectos.

El valer moral del a primera vista insignificante D. Antonio vaelevándose gradualmente hasta que, en nuestro concepto, se transfigura yaparece cercado de simpáticos resplandores.

Su generosidad, mal empleada primero, ya en mujeres livianas, ya ensostener en la holganza y la crápula al desvergonzado parásito PepeCarranza, empieza a tomar atinada dirección merced al cariño, sin elmenor viso ni asomo de concupiscencia, que le inspira Soledad, fiel yhonrada ama de llaves. Se extrema después la bondad del corazón de D.Antonio cuando recoge al niño Angelito, que providencialmente viene aponerse bajo su amparo, y que es hijo de Soledad y del anarquistaIsaías, que ha tenido que huir y que emigrar a Buenos Aires.

El amor paternal que siente D. Antonio por el niño que ha recogido, sinque Soledad se haya valido de maña ni de astucia para que le recoja y leame, hace ya a D. Antonio digno de veneración y simpatía.

El ulterior y bien motivado examen de conciencia que hace D.

Antoniorecorriendo punto por punto su vida pasada y reconociendo con pena yarrepentimiento cuán inútil y estéril ha sido, le realza y le purifica anuestros ojos, le pone muy por cima de sus cuatro ochavos, de queantes cándidamente se ufanaba, y le eleva también sobre las personasmiserables e interesadas que le rodean: sobre el parásito Pepe Carranzay sobre sus destestables parientes Teodorita y Ricardo, que ansiabanheredarle y que al fin le heredan.

Tampoco en esta novela de Los cuatro ochavos triunfa la virtud en elmundo.

Teodorita y Ricardo son los que triunfan. Bien puede decirse queson ellos los que matan a disgustos a D. Antonio.

El fin de la novela no puede ser más trágico. Si sólo se atiende a lomaterial y externo de la vida humana, no puede ser más pesimista.Soledad queda desvalida, acusada de ladrona y casi deshonrada. Sumarido, que ha vuelto de Buenos Aires y ha tomado parte en un tremendomotín popular, muere de un balazo capitaneando las turbas. Y el bueno deD. Antonio, sin persona amiga que cuide de él, y entre las rapacesgarras de sus infames primos, acaba lastimosamente su vida.

Pero lo singular de todo esto, lo que prueba que el estilo, lascreencias y los sentimientos del narrador y la luz del cielo con que talvez ilumina los casos más crueles y las mayores catástrofes puedentrocar el mal en bien y convertir el veneno en triaca, es que Angelito ySoledad, tan desventurados materialmente, se hacen dignos de envidia yde gloria, y el pobre de D. Antonio, que al principio de la novela casinos infunde desprecio y es objeto de risa y de burla, acaba por seramado y venerado de los lectores.

El dejo que en el ánimo de ellos debe de quedar después de leída lanovela no es desconsolador ni depresivo, sino que está lleno de suave yreligiosa consolación y de la moralidad más verdadera y más alta. Ycuando esto no se opone, sino que se aviene y se concierta con elentretenimiento ameno que obras de esta clase han de traer consigo(porque si lo moral fuese aburrido, lo moral se convertiría en inmoral,ya que haría lo moral odioso), dichas obras merecen todo aplauso ycumplen hábil y discretamente con el fin que ha de proponerse elnovelista, deleitando y enseñando a la vez, sin fastidiar el espíritu,sin darnos un mal rato, sin entristecer ni oprimir los corazones.

Yo creo que la novela del Sr. Montoto realiza cumplidamente elmencionado fin. Por eso me complazco en celebrarla, envío a su autor mimás cordial enhorabuena, y le excito, hasta donde mi aprobación y misalabanzas alcancen, a que siga escribiendo narraciones con el aciertoque puede esperarse del que ya en Los cuatro ochavos se advierte ycelebra.

Sobre la CUESTIÓN DE AMBIENTE

Al Sr. D. Antonio de Hoyos.

Mi distinguido amigo: He leído con la debida atención la novela de ustedque tiene por título Cuestión de ambiente, y voy a decirle confranqueza el parecer que sobre ella me pide. Dicha obra demuestra, a miver, que su autor posee imaginación muy viva, natural sencillez yfacilidad de estilo, nada vulgar aptitud para la observación, y arte ybuen tino para ordenar después, expresar y narrar lo observado.

Todas estas prendas lucirían, sin embargo, mucho más en usted y daríanmás sazonado fruto, si la lectura de ciertos libros extranjeros queestán de moda, como los de Bourget, Marcelo Prévot y D'Annuncio nopesasen sobre la condición propia del ingenio de usted, llevándole porcaminos muy otros de los que espontáneamente hubiera seguido.

También perjudican a usted no poco la prontitud y la precocidad, apenascumplidos los veinte años, con que se ha puesto a escribir y con queescribe, sin conceder a la reflexión y a la crítica tiempo bastante paradiscernir los conceptos y valerse sólo en sus planes de los máspertinentes y de los más en armonía, esquivando, sobre todo, multitud decuestiones que valiéndome de vocablo harto familiar, me atreveré acalificar de peliagudas.

Menester es, si tales cuestiones han de tocarse sin escandalizar a lasgentes, que por larga experiencia y profundo estudio sepa tocarlas elescritor con destreza y suavidad, como el cirujano y el dentista quemanejan bien el escalpelo y el gatillo para rebanarnos un pedazo decarne o para sacarnos una muela sin inútil dolor y sin grave daño.

En el fervor juvenil de la inspiración usted hace lo contrario. Lejos deesquivar dificultades, se diría que las amontona, colocándolas comoestorbo a su paso para saltar por cima como quiera que sea yderribándolo todo.

De aquí, sin duda, las acusaciones que he oído lanzar contra la obra deusted, y que yo considero esencialmente injustas, aunque algo fundadasen varios irreflexivos atrevimientos.

La novela de usted no es sólo cuestión de ambiente, sino tambiéncuestión de todo lo cuestionable. Bien puede afirmarse que es usted unescritor muy sugestivo de cuestiones. A cada paso que da Ignacio, elprotagonista de la novela, salta una o más cuestiones, como saltan lasranas cuando alguien va andando por la húmeda orilla cubierta de largahierba de un estanque o de una laguna. Así como las ranas, espantadas,se zambullen en el agua, así las cuestiones que usted suscita se quedanpor resolver y se pierden en la corriente de los sucesos que usted vacontando.

Yo me inclino a creer que las bodas más se hacen por conveniencia ycálculo que por previos y poéticos amores. No quiero decir que así debeser, sino que así es. Acaso de cada cincuenta, acaso de ciento o másparejas que se casan, una sola se enamoró primero. Nótese, en prueba dela verdad de este aserto, que apenas hay historia, verídica o fabulosa,de dos muy finos amantes cuyo término venga a ser el matrimonio. Ni Heroy Leandro, ni Píramo y Tisbe, ni Lanzarote y Ginebra, ni Tristán e Iseo,ni Paolo y Franchesca, ni Abelardo y Eloísa, ni Diego Marsilla e Isabelde Segura, ni Julieta y Romeo, ni Calixto y Melibea, ni Dante y Beatriz,ni Petrarca y Laura estuvieron nunca casados.

Convengamos en que si algo parecido a poéticos amores hubiera depreceder a todo legítimo consorcio, el género humano se compondría caside solteros, y habría poco hogar doméstico estable y como Dios manda.

Y, sin embargo, aun dando lo antedicho por evidente, ¿no se hubieraajustado mejor al propósito de usted que Ignacio se hubiera enamoradofervorosamente de la señorita Eulalia antes de casarse con ella? Así seexplicaría mejor lo que sin llegar a ser imposible frisa en inverosímil:que a Ignacio le suceda algo de muy semejante a lo que sucede al tenorFernando en la linda ópera titulada La Favorita. Ignacio, no menosinocentón, sonámbulo y distraído, aunque también no menos celoso de suhonra que el tenor a que nos referimos, se casa con Eulalia, sin llegara enterarse de lo que antes había pasado. Y aquí, lejos de disminuirdificultades, usted las acrecienta y las multiplica, en mi sentir sinnecesidad. Bastaba que se supiese por toda la sociedad de Madrid eldesliz o los deslices de Eulalia con un hombre casado. ¿Para qué suponerademás que Eulalia guardaba íntimamente prendas de tal hombre? ¿Nohubiera sido más prudente, ya que el novelista puede suponer cuanto sele antoje, o que Eulalia no hubiera llegado a tener tales prendas, o quelas hubiera soltado natural y sigilosamente antes de concertar su boda?

Pues no señor; usted se empeña en que el negocio sea más raro y másdifícil de explicar, y usted dispone que la boda se celebre a escape afin de que no sobrevenga el fenómeno de la aparición de una criaturahumana perfecta y mucho menos que sietemesina.

En vista de cuanto va sucediendo y usted relatando, no pocas personasacusan a usted de sobrado pesimista y de que pinta con los más negroscolores la inmoralidad y los vicios de la alta sociedad a que pertenece.

Lo que es yo disto mucho de ver en usted tan mala intención. Y noentiendo tampoco que sea el resultado malo, aunque la intención seabuena.

La verdad es, por más que sea muy triste verdad, que las más noblesvirtudes y las más acendradas excelencias morales, no llegan a dar claramuestra de sí ni se manifiestan bien ni resplandecen, si los vicios, lospecados y las maldades no dan ocasión o causa para ello. La virtud,digámoslo así, sería como un capullo que jamás llegaría a ser florperfecta abriendo el cáliz, desplegando los pétalos y embalsamando elaire con su aroma, si el vicio, sin querer, y por contradicción, nointerviniese en el asunto. ¿Hubiera habido mártires si no hubiera habidodesalmados y feroces tiranos que los pusiesen en la alternativa derenegar de su Dios y de adorar los ídolos o de ser devorados por lasfieras, desollados o quemados vivos o sometidos a otros exquisitos y muycrueles tormentos? Sin bárbaras e incultas naciones que someter y domar,sin despotismos que derribar, sin injusticias que castigar y sinperdidas libertades que volver a adquirir, la valentía y el denuedomilitar, ¿de qué suerte podrían manifestarse?

Deduzco yo de aquí que toda la picardía de la señorita Eulalia y sudoblez y sus embustes eran indispensables, para que el pundonor, lahonradez, el candor y la inocencia de Ignacio apareciesen de realce,como punto luminoso y lleno de hermosura sobre el fondo obscuro delcuadro.

El empeño que tiene la Duquesa en seducir a Ignacio y los medioselegantes y alambicados de que se vale para conseguirlo, me parecen tanbien traídos como lindamente descritos, y no deben asustar a laspersonas más pudorosas. Su representación y narración porcircunstanciadas que sean y a pesar de toda la verdad y viveza con quese pinten, no deben ser tenidas por inmorales. Las historias sagradas yprofanas están llenas de casos parecidos. Sin la mujer de Putifar jamáshubiera resplandecido con luz propia, ni hubiera logrado gloriaimperecedera la castidad de José, hijo de Jacob. Si la princesa o reinaBriolanja no hubiese hecho tantas locuras y dado tan desaforados ataquesal corazón de Amadís, ¿cómo hubiera probado éste su fidelidad admirablea la señora Oriana ni cómo se hubiera hecho digno de llevar a cabo laaventura de la Insula firme, siendo espejo, norte y guía de lealesamadores?

La gente anda por ahí alborotada, censurando de muy viciosa y de sobradoverde, permítaseme lo familiar del vocablo, la escena en que la Duquesatrata de seducir a Ignacio. ¿Pero cómo censurar tal cosa, cuando el AñoCristiano contiene no pocas escenas bastante más crudas? San VicenteFerrer, pongamos por caso, fue acometido dos veces por lindísimasseñoras de él enamoradas, las cuales se llevaron chasco y se quedarontocando tabletas, a pesar de los esfuerzos que hicieron, y entregadas alos mismísimos demonios, sus colaboradores y guías en esfuerzos tandesenfrenados y lascivos. Y cuenta que las tales señoras prendadas deSan Vicente, se desataron mil veces más contra el santo que contraIgnacio se desató la Duquesa. Baste recordar que una vez cuando SanVicente volvió a su celda, se encontró metida en su cama a la linda damaque le pretendía.

Con no menos depravación fue perseguido San José de Calasanz fundador delas Escuelas Pías, con la circunstancia agravante del premeditado ypertinaz abuso de confianza que hubo en la perseguidora, hija deconfesión del venerable siervo de Dios que acudía a consultarle sobrelos fingidos y más sutiles escrúpulos de su conciencia.

Y Santo Tomás de Aquino, el Angel de la Escuela, tuvo que pelear contrael profano amor no menos bravas y espantosas batallas.

Cierto día se vio tan acosado por una hermosa mujer que le ceñía entresus brazos, que tuvo que rechazarla a empujones y luego a fin deahuyentarla la persiguió con un tizón encendido. Por último, y en premiode tan señalada victoria, bajaron del cielo dos ángeles y ciñeron alsanto el milagroso cíngulo de la virginal pureza, con el cual, aunque ledolió muchísimo cuando se le ciñeron, quedó, digámoslo así asegurado deincendios para en adelante.

Con todo lo expuesto me parece que dejo demostrado que la escena deseducción entre la Duquesa e Ignacio, lejos de ser pecaminosa esejemplar y edificante. Y dejo demostrado también que no se sigue de quehaya hoy duquesas tan seductoras que haya mayor corrupción en una clasede la sociedad que otras, ni en la época presente que en las pasadas. Lamisma corrupción aparece ya en tiempo de los Faraones y se repite enFedra, en Briolanja y en las empecatadas mujeres de las que consiguierontriunfar los tres gloriosísimos santos que hemos citado. No implicamayor corrupción, ni necesitamos atribuir al autor de la novela mayorpesimismo, para que quede justificada la venganza que toma la Duquesahaciendo saber a Ignacio su deshonra. Casi todas las mujeres de lostiempos antiguos cuando se ven despreciadas se vengan más ferozmente.

¿Por

qué

introdujo

venenos

Naturaleza

si

había

Para dar muerte desprecios?

¡Qué atrocidades y qué horrendos crímenes no comete la heroína de Ladevoción de la Cruz, cuando el católico dramaturgo nos la representairritada por un desprecio no real, sino imaginado! Julia impulsada porsu pasión se decide a cometer y comete tales crímenes que

Darán

espantos

al

mundo,

Admiración

a

los

tiempos,

Horror

al

mismo

pecado

Y terror al mismo infierno.

La venganza, pues, que toma la Duquesa haciéndole ver a Ignacio sudeshonra, es una niñería, es una bagatela si la comparamos con otras milvenganzas, nacidas de agravios por el estilo.

Cuanto sucede después hasta que termina la novela me parece todavíamenos meditado, y escrito más depriesa que el resto. Y es lástima,porque tal vez las mejores escenas se hallan al fin de la obra. Elcinismo de Eulalia que confiesa con orgullo su falta moviendo a Ignacioa castigarla brutalmente en un acceso de ira, da lugar a una escenabien trazada aunque de rudo naturalismo, el cual resalta más por la cuestión de ambiente, por la elegantísima mise en scène en queocurre.

Por último, de cuantas soluciones pudo usted dar a este enredo me parecela que usted da la menos natural y verosímil. Si Ignacio no se vuelveloco,

¿considera usted tan fácil que su mujer le haga pasar por tal yque le encierre en un manicomio? Pero supongamos el mencionado encierromuy factible. ¿No llega Ignacio al último límite de la extravagancia yno nos hace recelar que está loco de veras cuando toma la determinaciónde quedarse para siempre entre los locos y de pasar allí su vida sinquerer probar que está cuerdo? Francamente yo recelo que Ignacio estabacompletamente loco ¿pero porqué nos lo oculta usted y no más lo declara,justificando al bueno del médico y no comparándole malamente conPilatos, ya que Pilatos se limitó a lavarse las manos y el médico seensució las manos y la conciencia con una horrible mentira?

Mucho sentiré que crea usted, y más aún que crea la gente, si llega apublicarse esta carta, que el tono festivo en que está redactada redundaen perjuicio y descrédito de la primera obra de usted que ha visto laluz pública en un volumen. No me perdonaría yo, y calificaría de pésimogusto, el propósito de responder con burlas a quien candorosamente mepide consejos. Yo los doy sin la menor burla, aunque severos a veces. Ytoda burla además sería inmotivada.

En absoluto, está lejos de merecerla Cuestión de ambiente y muchísimo menos la merece aún si se tiene encuenta la mocedad de su autor. Aunque sean odiosas las comparaciones, meatrevo a sostener que pocos o ninguno de los novelistas, que florecenhoy en toda Europa con tanta abundancia, escribieron o pudieron escribirmejor novela que la de usted en la temprana edad que usted tiene.

Si algo de irónico y de regocijado contiene este escrito no va contrausted si bien se mira. Va contra la mala crítica y contra la peorinterpretación que se da por algunas personas a los hechos fingidos queusted refiere.

La alta sociedad, compuesta de sujetos mejor educados que el vulgo, ymás favorecidos de la fortuna, no es, ni puede ser, ni usted quiere quesea, más corrompida y viciosa que la plebe ignorante y baja. Afirmacióntal sería en el fondo antiprogresista y antidemocrática y en su últimaconsecuencia nos llevaría como a Rousseau a identificar la virtud y elsalvajismo.

Bueno es tener presente, por último, que en la virtud hay mucho desilencioso, de modesto y de retraído, mientras que el vicio bulle,escandaliza y alborota por donde quiera. En contraposición de la alegreDuquesa que usted pinta, hay de seguro no pocas otras que encerradas ensus casas y sin dar nada que decir, son dechado de nobilísimas prendasque emplean en obras de caridad y misericordia.

Si algo censuro yo en usted, no para que se retraiga de escribir, sinopara que siga escribiendo y se corrija, es el pesimismo tétrico, que másque por sentirlo adopta usted por moda: pesimismo, que en nuestro siglode menos fe que los siglos pasados, tiene la desesperación por término yno aquel fin divino, ultramundano y dichoso que ponían en sus dramas,poemas, leyendas y demás escritos, autores como Calderón a quien yahemos citado. ¿Qué importa que el mundo sea, no solo valle de lágrimas,sino tenebrosa caverna de infamias y de maldades, si así resplandecemás, venciéndolo, dominándolo y hasta perdonándolo todo,

El

madero

soberano,

Iris

de

paz

que

Dios

puso

Entre

las

iras

del

cielo

Y los delitos del mundo?

Me atrevo, pues, a aconsejar a usted, ya que es tan mozo y ya que notiene motivo para quejarse de su malaventura, que no se meta todavía apredicador, ni se muestre tan adusto y desengañado, y que en otrasnovelas nos cuente lances y sucesos menos lastimosos y más agradables ydulces, vertiendo en su sátira, cuando a la sátira se incline, no hiel,sino sal y pimienta, que no la hagan amarga, sino picante y sabrosa.

De todos modos insisto en aconsejar a usted que no se arredre y que sigaescribiendo. Aunque no presumo de profeta, harto fácil es pronosticar ypronostico, en vista de la espontaneidad con que usted escribe, quetodas sus futuras novelas serán leídas con gusto y podrán servir yservirán de inocente pasatiempo, ya que no contengan igualmente, lo cualtambién puede esperarse, lecciones morales y todo género de sanadoctrina.

FIN

ÍNDICE

El Superhombre

1

Las inducciones del Sr. D. pompeyo Gener

37

La irresponsabilidad de los poetas

71

La purificación de la poesía

83

Don Cristóbal de Moura, primer Marqués de Castel-Rodrigo

93