Eduardo Zamacois
EL TEATRO
POR DENTRO
AUTORES, COMEDIANTES, ESCENAS DE LA VIDA DE
BASTIDORES, ETC.
BARCELONA
BUENOS AIRES
Casa Editorial Maucci
Maucci Hermanos
Mallorca 166
Cuyo, 1059 al 1065
1911
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Maucci de Barcelona.
Compuesto en máquina TYPOGRAPH.—Barcelona.
Capítulos:
LA FORMACIÓN DE LA COMPAÑÍA
Para que una compañía de las llamadas «de verso» merezca francamente ysin limitaciones el calificativo de «buena», no basta que sean notablestodos los artistas que la componen; importa también que entre unos yotros haya cierta proporción ó equilibrio, pues de ello inmediatamentese derivará una belleza nueva: belleza de síntesis, belleza de conjunto.
Parece que la formación de una compañía es tarea fácil, sobre todocuando el empresario es persona inteligente y propicia á no regatear alnegocio aquellos gastos que éste reclame. Nada, sin embargo, másdifícil, más ingrave y quebradizo, más sujeto á imprevistas mudanzas.
El que la «campaña teatral» haya de celebrarse en Madrid, es detalle quefavorece y allana eficazmente las dificultades con que el director óempresario ha de luchar. Los artistas prefieren una contrata modesta enMadrid, á marcharse á provincias, donde las temporadas generalmente soncortas, con un buen sueldo. Ellos, gobernados como están por el puerilsentimiento de la vanidad, adoran los elogios de la Prensa cortesana, yen los pequeños rincones provincianos la Fama no hace vibrar nunca sustrompetas gloriosas. En Madrid, además, tienen «su casa», su familia,hostil casi siempre al molesto ambular de la farándula, y lo que pierdenen sueldos, lo ahorran en viajes y en fondas...
La circunstancia de que la contrata sea para Madrid, es, porconsiguiente, lo único que positivamente favorece los intereses delempresario. Todo lo demás, á pesar del dinero y de los probables honoresque va ofreciendo, le es inhospitalario y adverso, como la playa de unpaís enemigo.
La persona encargada de organizar una compañía, debe hacer con losartistas algo de lo que las partes de una orquesta realizan para ponersede acuerdo ó al unísono. El director, verbi gracia, coge un diapasón, ygolpeándolo contra una mesa que le sirve de caja sonora, levanta unanota limpia, clara, rotunda..., á la que inmediatamente se ajustan losdiversos elementos orquestales, desde la flauta plañidera al violónroncador y enfático. Así el empresario, para la organización de sucompañía, necesitará elegir una actriz ó actor «tipo», que encarnará ungrado, X, de perfección artística, y con arreglo á este modelo deberáluego buscar los otros elementos, procurando celosamente que ninguno deellos le sea muy superior, ni tampoco excesivamente inferior, sino quetodos se hallen «á tono», ó, lo que es lo mismo, que ocupenaproximadamente el mismo nivel, porque nada perjudica tanto al «reparto»y dichoso éxito de una obra teatral, como esas absurdas compañíasextranjeras que suelen visitarnos, y en las cuales vemos frecuentementeagrupados, alrededor de un artista de mérito deslumbrante y magnífico,diez ó doce tipos, borrosos anodinos, insoportablemente vulgares. Con locual, y como justo castigo á cuanto rompe estúpidamente la inexorableley de las proporciones, la figura capital, lejos de ser engrandecida ymejorada, pierde, por efecto de la sombra que sobre ella proyectan losdemás, mucho de su orgulloso relieve y prestigio.
Amén de este equilibrio espiritual, un director inteligente debepreocuparse de buscar, entre las diversas partes de su compañía, ciertaarmonía física. Claro es que en la realidad, ó sea en aquella verdaderavida de la cual el artificioso microcosmos teatral sólo es trivialremedo ó mezquino trasunto, no siempre los hombres más altos son losmás fuertes y temidos, ni hay ley fisiológica ninguna que se oponga áque de un cabeza de familia raquítico y aislado se derive una prolevigorosa y lucida. Pero en la ficción escénica, los acontecimientos ylas imágenes se encadenan de muy distinto modo, y así el espectador,bien sea por hábito ó por predisposición caprichosa de sus sentidos, nocomprende que un «barba» débil y pequeñuco pueda ser padre de una«primera actriz», robusta y alta, ni menos reducirla con sus amenazas ásumisión y obediencia; ni tampoco que el «segundo galán» aventaje al«primero» en estatura y gallardía, ya que su misma cualidad de «segundo»implica cierta noción de inferioridad ó dependencia. ¿Qué queréis? Acasosean estos
resabios
del
Teatro
romántico,
en
donde
el
protagonista,siempre noble, jarifo y apercibido á la pelea, derrotaba fácilmente ásus rivales; pero los hechos son así, y no hay para qué rebelarse contrael vigor todopoderoso de la costumbre.
Quedamos, pues, que si la «primera actriz» es elegante y gallarda, la«segunda» deberá serle inferior, aunque no con exceso, ya que lo másseguro es que el corazón veleidoso del protagonista vacile entre ambas,y necesario será justificar estos momentos de indecisión sentimental.Por razones análogas, el segundo galán deberá aproximarse bastante, encualidades físicas y morales al primero; y el «barba» guardará ciertaarmonía—aire familiar ó de parentesco—con la «característica», y lasotras figuras secundarias ó de relleno irán escalonándose de mayor ámenor, pero sin brusquedades y suavemente, de modo que el conjunto noofrezca suturas lamentables ni altibajos violentos.
Finalmente, en la nómina ó coste de una compañía, influye mucho, amén deque la contrata sea ó no para Madrid como antes dije, el que losartistas vayan solos ó sean matrimonio, hermanos, etc. Actoresacostumbrados á cobrar, por ejemplo, treinta pesetas diarias, y cuyasesposas disfrutan habitualmente de un sueldo igual, por el lógico deseode no separarse de ellas, se avendrían á contratarse por un haber muyinferior. Detalles son estos de gran importancia, y que un empresario órepresentante de teatros no debe echar en olvido.
Además de este prudente equilibrio y semejanza de unos artistas conrelación á otros, el director de la compañía necesita tener muy biendeterminada la clase de literatura que sus comediantes han de cultivar,de tal suerte, que las comedias encajen en la arquitectura ó complexiónmaterial y moral de sus intérpretes y parezcan como confeccionadas á sugusto y medida; pues actores conocemos que no saben moverse dentro delos moldes pulidos y ricos en policromias interiores de la comediamoderna, y que en los dramas románticos y violentos, por el contrario,saben llegar á las notas más agudas de la emoción; y otros, en cambio,fríos, correctísimos, incapaces de un verdadero gesto trágico.
Terminados todos estos perfiles, acoplados y unidos todos estos cabossueltos, el empresario puede poner manos activas á su obra, en laseguridad de que su labor no será baldía. Los que creen á los actoresgente díscola, interesada y de manejo difícil, se equivocan. El rasgocaracterístico del comediante es la vanidad: este sentimiento constituyesu acicate mejor, y en ocasiones, su mejor rendaje. Así, quien sepasujetarles por esta su gran debilidad, podrá gobernarles á su capricho ysin esfuerzo.
LOS BAÚLES MAGOS
En París, como en Madrid, al llegar este mes, los teatros sufren esacrisis económica que nuestros comediantes llaman «la cuesta de Enero»,pues siempre las festividades pascuales trajeron consigo gastosimprudentes que desequilibraron el «haber» de las familias; con ladiferencia que allí dicho malestar es menos intenso, por lo mismo que lapoblación flotante es muy considerable y se renueva mucho.
Los contratos que actores y empresarios firmaron á fines del pasadoSeptiembre, terminan ahora, con las primeras claridades del día quedesvanece en la imaginación infantil el encanto brujo de la Noche deReyes. Momentos son estos de grave inquietud y trasiego para losservidores de la farándula: en las terrases de los cafés cosmopolitasdel Boulevard, como en los aireados
«mentideros» de la calle deSevilla, por la tarde, y de la Puerta del Sol, á última hora de lanoche, las buenas y las malas noticias revuelan como bandada de pájarossobre bancal de trigo, las discusiones de los descontentos arrecian, ylas ofertas de empresarios
fantásticos
llueven
que
es
bendición
paradesvanecerse horas después como por ensalmo diabólico.
Hay que asegurarel trabajo durante los meses que aún faltan hasta el 30 de Mayo, día queseñala, con la llegada del verano, la clausura de los principalesteatros cortesanos y la completa renovación de las compañías. Por ahorasólo se trata de cambiar ligeramente el personal de cada coliseo, para«refrescar» un poco el cartel y así atraer mejor la atención ingrata delpúblico. Los comediantes que se hallan á disgusto en Madrid, buscan enprovincias compromisos ventajosos; y otros, por el contrario, quepasaron en ciudades de segundo y tercer orden la primera mitad delinvierno, regresan á la corte con propósitos de éxito y de lucro.
Este vaivén febricitante dura poco, que ni los empresarios puedendescuidar sus negocios, ni los representantes diligentes desaprovechanla ocasión de robustecer sus compañías con la adquisición de los buenosartistas que hallan desocupados. Las
«bajas» habidas en los teatrosprovincianos, acuden á cubrirlas los comediantes residentes en Madrid yviceversa; es un cambio rapidísimo de intereses, un flujo y reflujopintoresco y alegre, con alegría zumbadora de enjambre, que recorre todala nación de un extremo á otro.
Ya los mejores teatros quedaron tomados, ya las compañías principalessalieron... Y en los «mentideros» madrileños sólo quedan
los maloscomediantes,
los
fracasados;
ó
los
inadaptables, los ariscos, losorgullosos, que no aceptaron las proposiciones que recibieron porjuzgarlas despreciables y hasta ofensivas á sus merecimientos.
Ellos son los que forman después esos negocios efímeros que en el argot de bastidores se denominan «bolos», y que puede durar ocho días,dos, uno... Para esto sus organizadores buscan una actriz ó actor decierto prestigio, cuyo nombre presta autoridad al cartel, y el resto dela compañía se improvisa de cualquier modo, utilizando indistintamenteartistas de verso y de zarzuela. La víspera del viaje la compañía sereúne á ensayar, y para facilitar el trabajo se eligen obras de las quefiguran en el repertorio de todas las compañías: La Dolores, JuanJosé, Marina, Los sobrinos del capitán Grant... El montaje exactode las mismas es lo de menos; lo importante es que los artistas seconozcan y se acoplen bien, para que el conjunto no padezca mucho. Así,el ensayo se limita generalmente á repetir las escenas más difíciles,las culminantes: todo lo demás queda encomendado á su inspiración, alartificio embaucador de las decoraciones y de la batería.
Y llega la noche, esa noche impregnada de extraña melancolía en que lospobres comediantes, al volver del ensayo con los párpados cargados desueño, se aplican á sacar de su equipaje los trajes que han de necesitarpara el éxodo que emprenderán al siguiente día.
Muchas, muchísimas veces, he asistido á esta operación llena deevocaciones tristes. ¡Ah, los buenos, los aventureros, los sufridosbaúles magos!... Arcas de hechicería donde se dieron cita armas de todasclases, pelucas de todos colores, trajes de vivos matices pertenecientesá épocas separadas en la historia universal por siglos; y en cuyoscostados hay etiquetas con el nombre de ciudades distanciadas entre sípor millares de leguas.
¡Baúles magos! Al abriros el comediante á quienacompañasteis en su peregrinación por el mundo, recibe como un perfumede cosas idas, de luces extintas, de aplausos perdidos en la frialdadinfinita de lo olvidado. Y el artista suspira. Sobre todo las mujeres.¡Pobres actrices!... Uno tras otro van apareciendo el traje con querepresentaron La niña boba, las tocas monjiles de
«Doña Inés», larubia peluca de «María Antonieta», la falda corta y las medias blancasde «la Dolores...»; y cada objeto despierta en ellas los recuerdos,punzadores como espinas, de cien noches triunfales. Ya está el hatillohecho; ya nada falta; ahora, á dormir, que la noche va muy de vencida yhay que madrugar.
Y á la mañana siguiente todos se reúnen en la estación: ellas locuaces ynerviosas, ellos simpáticos, con sus semblantes afeitados y sussombreros blandos de fieltro; y todos alegres, por efecto de lacostumbre que tienen de fingir.
—¿Vámonos?
—Vámonos.
Suenan un silbido y una campana. El tren se pone en movimiento. Allá vala farándula, imagen de la vida...
A PROPÓSITO DE ELEONORA DUSE
Cuenta Ceferino Palencia que hace bastante tiempo, hallándose él enBuenos Aires con su compañía, fué á visitarle á su cuarto del teatro uncaballero de nacionalidad italiana, verdadero hombre de mundo,inteligente, elegante y buen mozo.
Representaba cuarenta años. Aquelseñor, que había viajado mucho y trataba personalmente á todas lasactrices y actores célebres de Europa, prodigó á María Tubau las másfervorosas alabanzas.
—Conozco—prosiguió,—varias comediantas que la aventajan en lainterpretación de ciertos papeles, pero dudo que ninguna la iguale en lariqueza de sus aptitudes, ni en la asombrosa variedad y extensión de surepertorio.
No sabiendo cómo corresponder á tantas lisonjas, Ceferino Palencia dióseá encomiar exaltadamente la labor de las artistas italianas: en teatro,como en pintura, como en ciencias, Italia sería siempre la más gloriosade las naciones latinas. Y concluyó:
—Para mí, una de las mejores, por no decir la mejor de las trágicascontemporáneas, es Eleonora Duse. ¡Qué voz, qué fuerza emotiva, quéagilidad de expresión tiene!... ¿No opina usted lo mismo?
El interpelado, que había palidecido hasta la lividez, repuso con ungesto ambiguo. Palencia, aunque sorprendido por aquella frialdad queatribuyó á un exceso de modestia patriótica, continuó elogiando el arteextraordinario de la Duse. A cada momento, y á guisa de ilustracionesinterpoladas en el curso de su apasionada jaculatoria, preguntaba:
—¿La ha visto usted en La dama de las camelias? ¿La ha visto usted en Fedora?... ¿Y en Lucrecia Borgia?... ¿Y en María Estuardo?...
Según Ceferino Palencia hablaba, el semblante del caballero italiano ibanublándose; endurecía sus facciones el fuego de un rencor violento yrecóndito; temblaban sus labios. De pronto, perdiendo el dominio de simismo, gritó imperativo:
—¡Señor Palencia!... Yo le ruego, yo le suplico... que no hable jamásde Eleonora Duse delante de mí.
Estaba rojo, sus manos se crispaban coléricas, su respiración seconvirtió en jadeo fragoroso. Después, recobrándose prestamente en unatransición de voz y de ademán que sus compatriotas Novelli y Zacconihubiesen admirado, agregó:
—Perdone usted mi incorrección: no he podido contenerme...
El solonombre de esa mujer funesta me vuelve loco... Ha de saber usted que yosoy el marido de Eleonora Duse...
El cronista ignora la historia íntima de la insigne actriz italiana,pero no duda de su intensidad. Pasiones de fragua y fieros dolores debende haber asolado á esa pobre alma, á la vez dulce y sombría. Laexistencia de este infierno interior se transparenta en los recursosinsuperables de su arte, en el abismo negro de sus ojos, cargados con laenorme tristeza de haber visto pasar la dicha, en la nerviosa elocuenciade sus manos lívidas, en todas las actitudes de su cuerpo raquítico,delgado, desprovisto de atractivos sensuales, y sin embargo, tanimponente en los arrebatos homicidas de la tragedia, y tan envolvente,tan adorable, tan refinadamente femenino, en las horas azules de lacaricia. La gran artista, rival de Sara, sufrió mucho, porque toda suvida fué de amor, y ese padecer acerbo informa su arte y lo fecunda.Para desesperarse, como para reír, no necesita Eleonora Duse recurrir ála vulgaridad de los gestos aprendidos: con asomarse á su propio corazónhabrá hecho bastante. Yo la he visto llorar, lectora; ¿la viste tútambién?... Y si tuviste esa fortuna, ¿no es cierto que en ella elllanto, más que una ficción, parece un recuerdo?
Acerca de todo esto, un excelso poeta, Gabriel D'Annunzio, podríareferirnos una historia bien triste.
En estos días ha corrido por París la noticia absurda y grotesca de queEleonora Duse, que desde hace mucho tiempo vive retirada en Florencia,se casaba con un opulento modisto de la Ciudad-Sol.
Indignada la ilustre actriz, escribe al director de una revistafrancesa:
«Vivo muy alejada de todo y no doy motivos á la prensa para que se ocupede mí. Hoy leo la ridícula noticia, lanzada por la Agencia Stéfani, demi matrimonio. ¿Quién ha podido inventar eso? He telegrafiado á M. Worthlo siguiente: «Espero de su caballerosidad que desmienta tal noticia, selo suplico. Yo con mi silencio no debo autorizar ese «se dice»calumnioso y contrario á la línea de conducta de toda mi vida.»
Este telegrama es, sencillamente, el retrato de un alma.
Eleonora Duse,cansada, envejecida, fatigada de sufrir esa inquietud imprecisa y sinnombre que tortura á los artistas y que raras veces halla término yreposo, porque más que amor, es deseo de amar, empieza á aborrecer lapopularidad. Para ella, como para otras muchas histrionisas célebres, elolvido es bálsamo precioso; la que así sobre los escenarios de lafarándula, como en el gran teatro de la vida, fué siempre protagonistaenvidiada, ahora solicita un puesto obscuro de comparsa. ¡Por piedad! Unpoco de silencio, un poco de reposo; que no se hable de ella, que losperiódicos no repitan su nombre más, que cuando vaya por la calle nadievuelva la cabeza para mirarla: la exclamación admirativa: «Ahí va laDuse...» que antes llenaba sus oídos de orgullo, ogaño la asusta y lahiere, y es para su pobre alma desilusionada, un azote.
Vivir, sí, pero vivir en paz, alejada de sí misma, cual si asistiese aldesenlace sereno de su propia historia; vivir en la sombra, en elolvido, que tiene la serenidad augusta de la muerte...
¿Se comprende ahora el asco con que Eleonora Duse habrá recibido lanoticia estúpida de su matrimonio?...
RAQUEL, LA TRÁGICA
En un salón de la Comedia Francesa y guardado respetuosamente entre loscristales de una vieja vitrina, hay un zapatito, un zapatito blanco, detacón muy levantado y punta muy fina, que perteneció á Raquel. Y elcronista, que conocía la doliente historia de la gran trágica, sepreguntaba atónito:
«¿Cómo bajo esos pies tan pequeños, tan frágiles, tan lindos, más hechospara holgar entre pieles que para correr descalzos sobre el polvo ó lanieve de los caminos, ha podido pasar media Europa?...»
Porque Raquel (Elisa Félix era su verdadero nombre) fué hija de bohemiosy hasta los diez años ella y sus hermanos siguieron á sus padres portodas las carreteras de Alemania y de Suiza.
Sucia, desgreñada, curtidapor los vientos y el sol, desnuda de pie y pierna, el cuerpecitoraquítico y asexual vestido de andrajos, la pobre niña durmió al raso,donde la noche la sorprendía; y fué de villorrio en villorrio pidiendolimosna, apurando todas las hieles de desdén que tiene para los mendigosla caridad pública; y en las calles de Lyón bailó, al son de lapandereta que golpeaba su padre, sobre la tragedia de sus piececitosensangrentados...
Desde Lyón, la familia, andando siempre, se trasladó á París.
Allí laniña también bailó por las calles y cantaba esas tonadillas alegres,canciones de bohemia que parecen flotar sobre los caminos como unperfume rústico y que los nómadas aprenden nadie sabe dónde. Su voz decontralto y las graciosas muecas y arrumacos de su rostro atraían á lagente.
Entre estos curiosos, acertó á detenerse una tarde M. Choron, profesorde canto y fundador de la Real Institución de Música Religiosa. La vozde la niña mendiga le interesó: era extensa y dulce, y había en ella unardor extraño. Choron llamó á la futura histrionisa con un gesto.
—¿Qué edad tienes?—la preguntó.
—Once años.
—¿Quieres que yo te enseñe á cantar?
—Sí, señor; ¡ya lo creo!...
Su respuesta fué rápida, terminante; en su cara cobreña, los grandesojos artistas brillaron de ambición. La diosa Fortuna acababa de pasarjunto á Raquel, y Raquel la siguió...
Meses después, Elisa Félix dejaba la escuela de canto para concurrir ála clase libre de declamación que explicaba Saint-Aulaire, comediantemeritísimo, frío, correcto, cuya técnica había de dejar en el espíritude su discípula huella perdurable y excelente. En aquella época, Raquelno pensaba dedicarse á la tragedia; prefería la comedia; sus días dehambre no habían podido secar la vena caudalosa de su buen humor. Eraindócil, endiablada, aventurera y alegre como un muchacho.
Suscompañeras la llamaban Pierrot, y ella misma firmó con este pseudónimomuchas cartas íntimas que Mlle. Valentina Thomson ha publicado mástarde.
La primera entrevista de Raquel con el gran actor Samson, que luegohabía de dirigirla y favorecerla eficazmente, merece relatarse.
Pequeña, desmirriada, sin otro encanto que el prestigio de sus ojosmagníficos, la pobre niña acababa de cumplir quince años y representabadoce apenas. Inconsolable, su madre repetía:
—¡Qué desgracia! M. Samson, cuando te vea, dirá que todavía eres muyjoven.
Entonces, con objeto de dar á su hija mayor plasticidad yrepresentación, la astuta mujer endosó á Raquel varios trajes, unosencima de otros: ya que no podía ser alta, sería ancha.
Raquel, bajo sudisfraz, reía á carcajadas: aquella truhanería, de verdadera bohemia, lahacía feliz. De este modo, las dos mujeres se presentaron en casa de M.Samson, que las esperaba. Al ver á Raquel, el célebre actor tuvo unaruda explosión de sinceridad.
—Imposible, señorita—dijo,—¿por qué vamos á perder el tiempo? Ustedno sirve para el teatro; está usted demasiado gorda... usted ya nocrece...
Hija y madre se miraban consternadas. ¿Qué hacer?... Al fin, la madre,reconociéndose autora única de aquel descalabro, confesó su superchería.
—Todo esto—balbuceaba,—M. Samson... todo esto... ¿sabe usted?... estrapo.
El comediante se echó á reír.
—Pues hágame usted el favor de desnudar á esta señorita—
repuso,—ysabré á qué atenerme.
Raquel ingresó en el Conservatorio en 1836, y al año siguiente apareciócomo primera actriz sobre el escenario del Teatro Gimnasio, y en undrama histórico de escaso mérito, titulado La vandeana. Nerviosa,vehemente, dotada de impetuosidades sobrehumanas, poseedora de una vozcapaz de repetir todos los alaridos dantescos de la tragedia, con ellaresucitaron las heroínas sangrantes y solemnes de Corneille y de Racine: Cinna, Safonisbe, Andrómaca, Ifigenia... Pero siempre, ádespecho de tantos triunfos, persistía en ella el recuerdo romántico de La vandeana, su primer drama, con el que salió de la obscuridad y que,según la frase feliz de Julio Janin, fué para Raquel « La Marsellesa desus días de hambre...»
La mendiga que bailaba al son de la pandereta bohemia en las calles deLyón y de París, murió agasajada, envidiada, rica; la que anduvodescalza y alegre por tantos caminos, marchó rápidamente por el de lagloria. Tenía, al finar su vida, treinta y ocho años. ¿Qué actriz, enmenos tiempo, habrá subido más alto?
ANTE LA BATERÍA
El famoso actor Edmundo Got habla en sus Memorias del desdichadoestreno de La mariposa, obra de Victoriano Sardou, á quien yo conocíseptuagenario y con un rostro burlón y astuto, de vieja histrionisa, yque tenía