En Viaje (1881-1882) by Miguel Cané - HTML preview

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(BYRON, Ch. II. III.)

¡Eternamente bello ese arco triunfal del suelo americano!

Parece que elmar hubiera sido atraído a aquella ensenada por un canto irresistible yque, al besar el pie de esas montañas cubiertas de bosques, al reflejaren sus aguas los árboles del trópico y los elegantes contornos de loscerros, cuyas almas dibujan sobre un cielo profundo y puro, líneas deuna delicadeza exquisita, el mismo océano hubiera sonreído desarmado,perdiendo su ceño adusto, para caer adormecido en el seno de la armoníaque lo rodeaba. Jamás se contempla sin emoción ese cuadro, y no seconcibe cómo los hombres que viven constantemente con ese espectáculo alfrente, no tengan el espíritu modelado para expresar en altas ideastodas las cosas grandes del cielo y de la tierra. Tal así, la naturalezahelénica, con sus montañas armoniosas y serenas, como la marcha de unastro, su cielo azul y transparente, las aguas generosas de sus golfos,que revelan los secretos todos de su seno, arrojó en el alma de losgriegos ese sentimiento inefable del ideal, esa concepción sin igual dela belleza, que respira en las estrofas de sus poetas y se estremece enlas líneas de sus mármoles esculpidos. Pero el suelo de la Grecia estáenvuelto, como en un manto cariñoso, por una atmósfera templada y sana,que excita las fuerzas físicas y da actividad al cerebro. Sobre lascostas que baña la bahía de Río de Janeiro, el sol cae a plomo en capasde fuego, el aire corre abrasado, los despojos de una vegetaciónlujuriosa fermentan sin reposo y la savia de la vida se empobrece en elorganismo animal.

Así, bajad del barco que se mece en las aguas de la bahía; habéis vistoen la tierra los cocoteros y las palmeras, los bananos y los dátiles,toda esa flora característica de los trópicos, que hace entrar por losojos la sensación de un mundo nuevo; creéis encontrar en la ciudad unaatmósfera de flores y perfumes, algo como lo que se siente alaproximarse a Tucumán, por entre bosques de laureles y naranjales, o alpisar el suelo de la bendecida isla de Tahití... Y bien, ¡quedáossiempre en el puerto!

¡Saciad vuestras miradas con ese cuadroincomparable y no bajéis a perder la ilusión en la aglomeración confusade casas raquíticas, calles estrechas y sucias, olores nauseabundos yatmósfera de plomo!... Pronto, cruzad el lago, trepad los cerros y aPetrópolis. Si no, a Tijuca. Petrópolis es más grandiosa y los cuadrosque se desenvuelven en la magnífica ascención no tienen igual en laSuiza o en los Pirineos. Pero prefiero aquel punto perdido en el declivede dos montañas que se recuestan perezosamente una en brazos de la otra,prefiero Tijuca con su silencio delicioso, sus brisas frescas, suscascadas cantando entre los árboles y aquellos rápidos golpes de vistaque de pronto surgen entre la solución de los cerros, en los que pasarápidamente, como en un diorama gigantesco, la bahía entera con susondas de un azul intenso, la cadena caprichosa de la ribera izquierda,las islas verdes y elegantes, la ciudad entera, bellísima desde laaltura. No llega allí ruido humano, y esa calma callada hace que elcorazón busque instintivamente algo que allí falta: el espíritusimpático que goce a la par nuestra, la voz que acaricie el oído con sutimbre delicado, la cabeza querida que busque en nuestro seno un refugiocontra la melancolía íntima de la soledad...

¡Proa al Norte, proa al Norte!

Una que otra, bella noche de luna a la altura de los trópicos. El martranquilo arrastra con pereza sus olas pequeñas y numerosas; loshorizontes se ensanchan bajo un cielo sereno. La soledad por todaspartes y un silencio grande y solemne, que interrumpe sólo la eternahélice o el fatigado respirar de la máquina. A proa, cantan losmarineros; a popa, aislados, algunos hombres que piensan, sufren yrecuerdan, hablando con la noche, fijos los ojos en el espacio abierto,y siguiendo sin conciencia el arco maravilloso de un meteoro deincomparable brillo que, a lo lejos, parece sumergirse en las calladasaguas del Océano. Abajo, en el comedor, el rechinar de un piano agrio ydestemplado, la sonora y brutal carcajada de un jugador de órdago, elruido de botellas que se destapan, la vocería insípida de un juego deprendas.

Sobre el puente, el joven oficial de guardia, inmóvil,recostado sobre la baranda, meciéndose en los infinitos sueños delmarino y reposando en la calma segura de los vientos dormidos.

Depronto, cuatro pipas encendidas como hogueras, aparecen seguidas de suspropietarios. Hablan todos a la vez: cueros, lanas, géneros o aceites...El encanto está roto; en vano la luna los baña cariñosa, los envuelve ensu encaje, como pidiéndoles decoro ante la simple majestad de subelleza. Hay que dar un adiós al fantaseo solitario e ir a hundirse enla infame prisión del camarote...

He aquí las costas de África, Goroa, con su vulgar aspecto europeo;Dakar, con sus arenales de un brillo insoportable, sus palmasraquíticas, su aire de miseria y tristeza infinita, sus negrillos en suspiraguas primitivas o nadando alrededor del buque como cetáceos. Lafalange de a bordo se aumenta; todos esos «pioneers» del África vienenquebrantados, macilentos, exhaustos. Las mujeres transparentes,deshechas, y aun las más jóvenes, con el sello de la muerte prematura.Así subió en 1874

aquella dulce y triste criatura, aquella hermana decaridad de 20

años, que volvía a Francia después de haber cumplido sutiempo en los hospitales del Senegal. Silenciosa y tímida, quiso marcharsola al pisar la cubierta; sus fuerzas flaquearon, vaciló y todas lasseñoras que a bordo se encontraban, corrieron a sostenerla. Todos losdías era conducida al puente, para respirar y absorber el airevivificante del Océano: los niños la rodeaban, se echaban a sus pies ypermanecían quietecitos, mientras ella les hablaba con voz débil como unsoplo e impregnada de ese eco íntimo y profundo que anuncia ya laliberación. ¡Jamás mujer alguna me ha inspirado un sentimiento máscomplejo que esa joven desgraciada; mezcla de lástima, respeto, cariño,irritación por los que la lanzaron a esa vía de dolor, indignacióncontra ese destino miserable! Parecía confundida por los cuidados que leprodigaban; hablaba, con los ojos húmedos, de los seres queridos que ibaa volver a ver, si Dios lo permitía... A la caída de una tarde serena seabrió ante nuestras miradas ávidas el bello cuadro de la Gironde,rodeado de encantos por las sensaciones de la llegada. La alegríareinaba a bordo; se cambiaban apretones de manos, había sonrisas hastapara los indiferentes. Cuando salvamos la barra y aparecieron lasrisueñas riberas de Paulliac, con sus castillos bañados por el últimorayo de sol, sus viñedos trepando alegres colinas... la hermana decaridad llevaba sus dos manos al pecho, oprimía la cruz y levantando losojos al cielo, rendía la vida en una suprema y muda oración... Cuando lanoticia, que corrió a bordo apagando todos los ruidos y extinguiendotodas las alegrías, llegó a mis oídos, sentí el corazón oprimido, y misojos cayeron sobre estas palabras de un libro de Dickens, que, por unacoincidencia admirable, acababa de leer en ese mismo instante: «No essobre el suelo donde concluye la justicia del cielo. Pensad en lo que esla tierra, comparada al mundo hacia el cual esa alma angelical acaba deremontar su vuelo prematuro, y decidme, si os fuere posible, por elardor de un voto solemne, pronunciado sobre ese cadáver, llamarlo denuevo a la vida, decidme si alguno de vosotros se atrevería a hacerlooír»...

¡Salud al Tajo mezzo-cuale! ¡Qué orillas encantadas! Es unaperspectiva como la de esos juguetes de Nuremberg, con sus campos verdesy cultivados, sus casillas caprichosas en las cimas y los millares demolinos de viento que, agitando sus brazos ingenuos, dan movimiento yvida al paisaje. He ahí la torre de Belén, que saludo por quinta vez.¿Cómo es posible filigranar la piedra a la par del oro y la plata? ¿Dedónde sacaban los algarbes el ideal de esa arquitectura esbelta,transparente, impalpable?

Hemos perdido el secreto; el espíritu modernova a la utilidad y la obra maestra es hoy el cubo macizo y pesado deRegent's Street o de la Avenida de la Opera. Un albañil árabe ideaba yconstruía un corredor de la Alhambra o del Generalife, con sus pilaresinvisibles, sus arcos calados; todos los ingenieros de Francia se reúnenen concurso, y el triunfador, el representante del arte moderno,construye el teatro de la Opera, esto es, ¡un aerolito pesado, informe,dorado en todas las costuras!

El ancla cae; una lancha se aproxima, dentro de la cual hay dos o treshombres éticos y sórdidos; se les alargan unos papeles en la punta deuna tenaza. Apruebo la tenaza, que garantiza la salud de a bordo,probablemente comprometida con el contacto de aquellos caballeros.Estamos en cuarentena. Los viajeros flamantes se irritan y blasfeman;los veteranos nos limitamos a citarles el caso de aquel barco de velasalido de San Francisco de California con patente limpia y llegado aLisboa, habiendo doblado el Cabo Hornos y después de nueve meses denavegación, sin hacer una sola escala y que fue puesto gravemente encuarentena, a causa de haber arribado en mala estación. Porque esnecesario saber que en Lisboa la cuarentena se impone durante losprimeros nueve meses del año y se abre el puerto en los últimos tres,haya o no epidemias en los puntos de donde vinieron los buques quearriban a esa rada hospitalaria.

Esta suspensión de hostilidades tienepor objeto sacar a licitación la empresa del lazareto, fuente principalde las rentas de Portugal. ¿Estamos?

Bajan veinte personas; cada una pagará en el lazareto dos pesos fuertesdiarios, es decir, todas, en diez días, dos mil francos. Venimos a bordomás de 300 pasajeros, que descenderíamos todos si no hubiese cuarentena,pasaríamos medio día y una noche en Lisboa, gastando cada uno, términomedio, en hotel, teatro, carruaje, compras, etc., 15 pesos fuertes;total, unos 20.000 francos, aproximadamente, de los que cinco o seisentrarían por derechos, impuestos, alcabalas, patentes y demás, en lasarcas fiscales. Economía portuguesa.

¡Qué rápida y curiosa decadencia la de Portugal! La naturaleza parecehaber designado a Lisboa para ser la puerta de todo el comercio europeocon la América. Su suelo es admirablemente fértil y sus productosbuscados por el mundo entero. En los grandes días, tuvo el solconstantemente sobre sus posesiones.

Sus hazañas en Asia fueron útiles ala Inglaterra. Vasco dobló el cabo para los ingleses, y los esfuerzospara colonizar las costas africanas tuvieron igual resultado. Laindependencia del Brasil fue el golpe de gracia, y en el día... ¡nadielee a Camöens!

El golfo de Vizcaya nos ha recibido bien y la Gironde agita sus flancos,cruje, vuela, para echar su ancla frente a Pauillac antes de anochecer.A lo lejos, entre las márgenes del río que empiezan a borrarse envueltasen la sombra, vemos venir dos lanchas a vapor. Desde hace dos horas, lamitad de los pasajeros están con su saco en la mano y cubiertos con elsombrero alto, al que un mes de licencia ha hecho recuperar la formacircular y que, al volver al servicio, deja en la frente aquella rayacruel, rojiza, que el famoso capitán Cutler, de Dombey and Son,ostentaba eternamente. Una lancha, es la de la agencia.

Pero, ¿la otra?Para nosotros, oh, infelices, que hemos hecho un telegrama a Lisboa,pidiéndola, a fin de proporcionarnos dos placeres inefables; primero,evitar ir con todos ustedes, sus baúles enormes, sus loros, sus pipas,etc., y segundo, para pisar tierra veinte horas antes que el común delos mortales. El patrón del vaporcito lanza un nombre; respondo, reúnolos compañeros, me acerco a algunas señoras para ofrecerles un sitio enmi nave, que rehúsan pesarosas; un apretón de manos a algunos oficialesde la Gironde que han hecho grata la travesía, y en viaje.

Es un sensualismo animal, si se quiere, pero no vivo en las alturasetéreas de la inmaterialidad y aquella cama ancha, vasta, las sábanas deun hilo suave y fresco, el silencio de las calles, el suelo inmóvil, medan una sensación delicada. Al abrir los ojos a la mañana, entra misecretario. Conoce Burdeos al revés y al derecho; ha visto el teatro,los Quinquonces, ha trepado a las torres, ha bajado a las criptas yvisitado las momias, ha estado en la aduana y sabe qué función se da esanoche en todos los teatros. Y entretanto, ¡yo dormía! El no lo concibe,pero yo sí. A la tarde, le anuncio que me quedaré a reposar un par dedías en Burdeos y una nube cubre su cara juvenil. Tiene la obsesión deParís; le parece que lo van a sacar de donde está, que va a llegartarde, que es mentira, un sueño de convención, ajustado entre losnombres para dar vuelta la cabeza a media humanidad...

Así, ¡qué brilloen aquellos ojos, cuando le propongo que se vaya a París esa mismanoche, con algunos compañeros, y que me espere allí! Titubea un momento;yendo de noche, no verá las campiñas de la Turena, Angulema, Poitiers,Blois, ¡pero París!

¡Y vibrante, ardoroso como un pájaro a quien dan lalibertad, se embarca con el alma rebosando llena de himnos!

CAPITULO II

En París.

En viaje para París.—De Bolivia a Río de Janeiro en mula.—

LaTurena.—En París.—El Louvre y el Luxemburgo.—

Cómo debe visitarseun museo.—La Cámara de Diputados: Gambetta.—El Senado: Simon yPelletán.—El 14 de Julio en París.—La revista militar: M.Grévy.—Las plazas y las calles por la noche.—La Marsellesa.—

Lasesión anual del Instituto.—M. Renán.

A mi vez, pero con toda tranquilidad, tomo el tren una linda mañana, yempezamos a correr por aquellos campos admirables.

Los viajerosamericanos conocemos ya la Francia, París y una que otra gran ciudad dellitoral. La vida de la campiña nos es completamente desconocida. Es unode los inconvenientes del ferrocarril, cuya rapidez y comodidad hadestruido para siempre el carácter pintoresco de las travesías. Mi padreviajó todo el Mediodía de la Francia y la Italia entera en una pequeñacalesa, proveyéndose de caballos en las postas. Sólo de esa manera sehace conocimiento íntimo con el país que se recorre, se pueden estudiarsus costumbres y encontrar curiosidades a cada paso. Pero entre losextremos, el romanticismo no puedo llegar nunca a preferir una mula a un express. Uno de mis tíos, el coronel don Antonio Cané, después de lamuerte del general Lavalle, en Jujuy, acompañó el cuerpo de su generalhasta la frontera de Bolivia, junto con los Ramos Mexía, Madero, Frías,etc. Quedó enfermo en uno de los pueblos fronterizos, y cuando suscompañeros se dispersaron, unos para tomar servicio en el ejércitoboliviano, otros en dirección a Chile o Montevideo, él tomó una mula yse dirigió al Brasil, que atravesó de oeste a este, llegando a Río deJaneiro después de seis u ocho meses, habiendo recorrido no menos de 600leguas. Más tarde, su cuñado don Florencio Varela, le interrogaba sincesar, deplorando que la educación y los gustos del viajero no lehubieran permitido anotar sus impresiones. Cané había realizado eseviaje estupendo, deteniéndose en todos los puntos en que encontrababuena acogida... y buenas mozas. Pasado el capricho, volvía a montar sumula, y así, de etapa en etapa, fue a parar a las costas del Atlántico.Admiro, pero prefiero la línea de Orleans,

sobre

la

que

volamos

en

estemomento,

desenvolviéndose a ambos lados del camino los campos luminososde la Turena, admirablemente cultivados y revelando, en su solo aspecto,el secreto de la prosperidad extraordinaria de la Francia. Los canalesde irrigación, caprichosos y alegres como arroyos naturales, se sucedensin interrupción. De pronto caemos a un valle profundo, que serpea entredos elevadas colinas cubiertas de bosques; por entre los árboles,aparece en la altura un castillo feudal, de toscas piedras grises, cuyavetustez característica contrasta con la blancura del humilde hameau que duerme a su sombra; las perspectivas cambian constantemente, y losnombres que van llegando al oído, Angulema, Bois, Amboise,Chatellerault, Poitiers, etc., hacen revivir los cuadros soberbios de lavieja historia de Francia...

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