En la Mesa del Señor Biblia y Homosexualidad by Jácobo Schifter Sikora - HTML preview

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CONTENIDO

PRÓLOGO..………………………………………………………………....................................4

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………..…………………..6

1. ¿FUE LA BIBLIA ESCRITA POR DIOS?..............................................................................14

El Antiguo Testamento………………………………………..……………..................16

El Nuevo Testamento………………………………………..……………….………...19

2. ¿DEBE TOMARSE EN CUENTA EL CONTEXTO?..........................................................23

La necesidad de contextualizar……………………………….……………….……...28

3. ¿ES INFALIBLE LA BIBLIA?..................................................................................................31

Contradicciones de doctrina…………………..……….……..……………………….32

Contradicciones de Narrativa……………………..…………………………………..41

Contradicciones de Moralidad……………………………………..………………….51

4. EL PROBLEMA DE LAS PALABRAS Y LAS TRADUCCIONES………………………66

5. ¿SON LOS SODOMITAS HOMOSEXUALES O VIOLADORES?...................................71

6. “ABOMINACIÓN”: ¿ALGO MALO O IMPURO?...................................................................81

7. ¿HOMOSEXUALES O PROSTITUTOS CÚLTICOS?........................................................87

8. CONTRARIO A LA NATURALEZA: ¿CONTRA LA COSTUMBRE

O CONTRA LA MORAL?......................................................................................................91

9. ¿PELES U HOMOSEXUALES?...........................................................................................99

10. ¿UN LIBRO HOMOSEXUAL EN LA BIBLIA?..................................................................105

11. EDICIONES Y CANONIZACIONES…………………………………………………......111

Otros evangelios…………………………………………………………………..…..112

El Evangelio Secreto………………………………………………………………....114

Solo cuatro evangelios……………………….…………………………………..…..116

12. EL RECHAZO DE JESUCRISTO…………………………………………….................118

¿Por qué no se escribieron en tiempos de Cristo?...................................................118

¿Cómo distinguir la ficción de la realidad?................................................................120

La respuesta alos detractores……………………………………………………….123

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13. LOS EVANGELISTAS CREAN SU PROPIO CRISTO…...…………………………..129

El manoseo ideológico………………………………………………………..……..133

1. El significado de Juan el Bautista………………………...………..….....133

2. El papel de los discípulos…………………………………………………134

3. La relación con los gentiles………………………………………………135

14. ¿HABRÍA INVITADO CRISTO A SU MESA A UN

HOMOSEXUAL?.................................................................................................................139

¿Existió Cristo?.............................................................................................................139

El Cristo Histórico………………………………………………………………….…141

EPÍLOGO……………………………………………………………………………………...154

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………….………….................157

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Prólogo

Este libro no es una nueva investigación, sino una recopilación de decenas de trabajos que se han publicado sobre la Biblia y la homosexualidad. En Estados Unidos los especialistas han discutido durante años esta temática, ayudando con ello a todos los que sufren por creer que la homosexualidad, per se, está condenada en el Libro de los Libros.

En America Latina sólo una pequeña parte de este material se ha traducido al español. De ahí que muchos desconozcan aún los debates y no estén conscientes de que ya no se acepta tan fácilmente la ecuación que relaciona homosexualidad con pecado.

Escribo este libro para las personas que sufren por creerse pecadoras, para sus familias, amigos y allegados. También para los profesionales que trabajan con ellas y que tarde o temprano se enfrentarán a un debate sobre la moralidad o inmoralidad de esta orientación sexual (sin olvidar que la moral es la creación de una sociedad).

Mis objetivos son muy sencillos. En primer lugar, hacer una reinterpretación de los textos bíblicos que supuestamente atacan la conducta homosexual, para demostrar que no se refieren a lo que hoy conocemos como tal. En segundo lugar, demostrar que para comprenderlos se debe tomar en cuenta el contexto cultural.

Si no relacionamos estos textos con las culturas en las cuales fueron escritos es imposible entenderlos en toda su dimensión.

Aunque esos escritos fueran en realidad contrarios a la homosexualidad, no podríamos aceptarlos de manera literal.

Finalmente, deseo especular sobre el verdadero Cristo, sus enseñanzas y su posible actitud ante la homosexualidad, de la que se presume no dijo nada.

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A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de Dios habla hoy. La Biblia, versión Popular del Consejo Episcopal Latinoamericano, 1979.

Aunque este libro refleja el trabajo de muchos autores, las conclusiones expuestas aquí son de mi entera responsabilidad.

Jacobo Schifter Sikora

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Introducción

Costa Rica es un pequeño país de América Central y uno de los pocos lugares en el mundo donde existe una religión oficial. Igual que en Irán, no hay separación entre la religión y el Estado. De ahí que la educación pública incluya clases de religión para todos los estudiantes. La Iglesia está representada en los actos oficiales del gobierno y no existe un sector de la vida del país que no esté influido por ella. Durante las fiestas cristianas, la nación entera se paraliza para dar campo a las celebraciones. Hasta hace pocos años la gente le tiraba piedras a los vehículos que circulaban en la Semana Santa y los edificios estatales están llenos de imágenes religiosas. En las instituciones públicas se llevan a cabo ceremonias de fe, la mayoría de los pueblos tiene nombre de algún santo y los periodistas invocan a Cristo hasta en sus informes meteorológicos.

Cuando un nuevo gobierno comienza su gestión, su primer acto oficial es hacerle una visita a la Virgen de los Angeles, la “patrona del pueblo”. Una vez al año, cuando la Virgen es trasladada en helicóptero desde Cartago, lugar donde se encuentra, hasta la capital del país, San José, los arzobispos le piden al pueblo que saque espejitos para que la saluden cuando pasa encima de los techos de sus casas. En un artículo publicado por el diario costarricense La Nación (Sección Viva, 18 de abril de 1998) se informa que la Virgen, como si fuera un ser vivo, “estará este fin de semana en Talamanca”. El periodista dice que “a la 1:30 p.m.

La Negrita (como se le llama) llegará en helicóptero a la comunidad de Suiri en Talamanca” y “antes de instalarse en el Templo la Virgen dará una vuelta por el pueblo, saludará a los fieles y luego permanecerá en exposición todo el día”. Un lector no familizariado con las costumbres del pueblo costarricense podría creer que se está hablando de un personaje real y no de una figurilla de piedra.

Los jugadores de fútbol están convencidos de que la Virgen de los 6

Angeles les ayuda en sus partidos. Cuando meten un gol, se inclinan y le agradecen la anotación. “La virgencita fue la que me ayudó a ganar este partido”, dice sin sonrojarse el capitán de un equipo de fútbol. Uno no sabe cómo reaccionar ante esta aseveración. ¿Ella juega fútbol?, ¿por qué escogería a un jugador y no a otro?, ¿no sería hacer trampa meter la bola cuando uno no forma parte del equipo?. Otras personas suelen invocarla cuando sufren algún accidente. Si alguien escapa ileso fue “gracias a la Virgen, que me salvó”, como han declarado ante las cámaras de televisión. Se supone, pero nunca se dice, que los que mueren en un accidente no contaron con esta ayuda divina.

La Iglesia tiene un poder de veto en muchas de las decisiones públicas y privadas. Cuando en 1987 un grupo de lesbianas quiso realizar un congreso en el país, la Iglesia protestó ante el Estado por haber otorgado el permiso y fustigó a las masas en su contra.

El entonces Ministro de Seguridad, que unos años después llegaría a ser Presidente del Congreso, declaró que no dejaría que las participantes extranjeras ingresaran al país. Según este personaje, las lesbianas son fáciles de reconocer en un aeropuerto internacional. Azuzadas por los sermones en su contra, turbas de

“cristianos” fueron a tirar piedras al lugar de reunión y las asistentes al congreso tuvieron que esconderse para protegerse de la bienvenida “cristiana”.

Cuando un candidato de un partido político manifestó públicamente que apoyaba el aborto en caso de violación, la Iglesia le exigió una carta firmada jurando que su organización no respaldaría esa audaz posición. Como es prohibido interrumpir el embarazo mediante el aborto, miles de mujeres deben arriesgar y perder sus vidas al realizarlo de manera clandestina. Hace pocos años la Iglesia logró impedir que se presentara la película “La última tentación de Cristo” y también ha vetado artistas, libros y canciones populares.

Uno de los grupos más perseguidos por la Iglesia oficial es el de los homosexuales. Apoyándose en la Santa Escritura que los 7

presenta como una depravación grave (Cf. Génesis 19, 1-29 ROM; Co 6, 1 Tm 1, 10), la Iglesia Católica ha declarado que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (CDF. decl.

“Persona humana” 8)1 y “contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”2 (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992: pág. 523).

Esta interpretación de las citas bíblicas se traduce en persecuciones y manifestaciones de odio e hipocrecía, que contrastan con la pantomima religiosa antes descrita. Una estatua recibe mucho amor, mientras que durante más de 10 años de epidemia de sida seres de carne y hueso han estado abandonados por la religión cristiana, ya sea la católica o la protestante. No fue sino 14 años después de que cientos de homosexuales murieron de sida en Costa Rica que la poderosa Iglesia católica aceptó abrir un albergue para los pacientes pobres. Hasta entonces, los mismos sacerdotes se oponían a que el Instituto Latinoamericano de Prevención en Salud (ILPES) abriera el suyo propio.

En 1988, uno de mis mejores amigos fue internado en el hospital por complicaciones debidas al sida. William no le había dicho a nadie, ni siquiera a mí, que estaba infectado con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Era médico y conocía sus posibilidades y alternativas de tratamiento, que eran escasas en esa época. Cuando lo fui a visitar estaba en estado de coma.

Había vivido estoicamente con su enfermedad y nadie lo sabía, ni siquiera su familia. Cuando ingresé en su cuarto, este hombre joven estaba solo, se había orinado y defecado en la cama y nadie 1 Congregación para la doctrina de la fe. Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. Helena Ospina de Fonseca (editora). Ediciones PROMESA, p.198.

2 Conferencia Episcopal Uruguaya. Catecismo de la Iglesia Católica. 1a. ed.. Lumen. Uruguay, 1992.

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lo había limpiado. No había recibido tratamiento médico más que la cama en que yacía. Ningún cura se asomó a visitarlo.

William murió al día siguiente. Después de su muerte me enteré del calvario que había sufrido. Había estado internado en otro hospital antes de terminar en el que murió. Tenía vergüenza de que la gente supiera que tenía sida. Había preferido irse a su hogar antes que estar en el salón en el cual internaban a las personas con su condición. Le tenía más miedo a que la gente supiera que se había contagiado por un contacto homosexual que a la misma muerte. “Si no me dan de alta me tiraré del último piso de este hospital”, le dijo a los médicos. Lo dejaron irse para su casa. Cuando entró en estado de coma fue llevado a otro hospital, que resultó más homofóbico que el primero.

Después de que el ILPES estableció un servicio privado para cuidar a los pacientes de sida en los hospitales, nos dimos cuenta de que el problema de William no era único. Cientos de jóvenes sufrían por temor a ser condenados por “haber pecado” contra la Biblia. Tomás, un muchacho de 19 años, me dijo que no le tenía miedo al sida sino al “castigo que me espera en el cielo”. Le pregunté qué esperaba encontrar cuando llegara allí. Me dijo que Cristo lo recibiría y lo condenaría por haber hecho tantas

“depravaciones” en la tierra. Su idea del castigo era un infierno eterno con dolores inimaginables. “Me veo quemado en un gran fuego”, me dijo, “con dolores ni parecidos a los que tengo ahora”.

“¿Por qué crees que te mereces un castigo tan terrible?”, le pregunté. El joven se calló por un momento. Su cuerpo estaba totalmente esquelético, me recordaba las horribles fotografías de los prisioneros de los campos de concentración. Los ojos se le habían hundido y estaba lleno de llagas causadas por un herpes.

“Es que Dios lo ha dicho muy claro: los homosexuales están condenados al infierno”, me dijo en voz baja en medio de su llanto.

Otros decidieron que nadie los visitara, para mantener oculta su homosexualidad y evitarle “vergüenzas” a sus familiares. Ernesto, 9

hijo de un empresario, prefirió ser tratado en su hogar y no en el hospital para que sus sobrinos no fueran rechazados por tener un tío homosexual. “¿Pero qué diablos te importa si saben que tenés sida?”, le pregunté contrariado. “¿No sería mejor que ahora te preocuparas por reponerte y obtener la ayuda de tus amistades?”.

Pero Ernesto no me oía, solo pensaba en cómo hacer para que nadie se diera cuenta de que tenía sida. “¿Vos creés que ya saben de mí?”, me preguntaba con temor de saber la respuesta. “¡Nadie sabe nada! En este país todo el mundo se hace el maje”, le respondía yo. Pero él replicó “Vos no entendés, mi hermana pertenece a una iglesia cristiana y es la que paga mis medicinas.

Si la gente se da cuenta de que su hermano es gay dejarán de ayudarme”.

No sólo los enfermos sufrían. Los padres de estos muchachos también compartían los temores. Ana, una sufrida mujer que amaba a su hijo, me confesó un día: “Temo por su alma. Aquí en la tierra yo lo cuido, pero ¿quién me lo verá en el Reino de Dios?”.

La mujer creía que su hijo no sería aceptado por Dios “porque El reprueba la homosexualidad”. Yo le dije: “Ana, ¿no es que usted cree en un Dios misericordioso?, ¿por qué se ensañaría en contra de José?”. Y ella respondió “Espero que sea perdonado por lo que ha hecho. ¡Es tan joven este hijo mío como para saber que estaba mal!”.

La madre de Joaquín luchó de otra manera. Hizo que su hijo se

“arrepintiera” de su pasado homosexual y que no volviera a frecuentar a sus amigos. “Alberto, no quiero que venga a visitar a mi hijo porque usted está en pecado y él necesita reconciliarse con Dios para irse al Cielo cuando muera”, le dijo al amante de Joaquín. “Pero doña Beatriz, ¿cómo no me va a dejar entrar en la casa si Joaquín y yo somos compañeros de hace años?”, pedía el muchacho desesperado. “¿Y de quién es la culpa de que mi hijo se esté muriendo?”, preguntaba la madre con rabia.

Algunos sacerdotes “liberales” llegaban a “perdonar” y a

“encomendar al Señor”, como me decía el Padre Daniel, a los 10

enfermos de sida. Su consuelo era que Dios los perdonaría si se arrepentían de lo que habían hecho. “Como religioso no puedo decirles a estos muchachos que lo que hicieron está bien. Sólo puedo alentarlos a que se conviertan y acepten a Cristo y perdonarlos cuando se arrepienten”, me explicaba el cura. “Pero Padre, ¿no es cierto que Jesús aceptó a la Magdalena y fue su amigo?”, le cuestioné. “Claro que sí, pero El le dijo que no pecara más”, me contestaba con seguridad teológica. “¿Pero no es cierto que más bien esta ´partecita´ de ‘no peques más’ se la agregaron a la Biblia?, insistía yo.

Otras personas promovían las más inusuales “curas espirituales”

para sus seres queridos. A Carlos, quien había sido ateo antes de enfermarse de sida, le pusieron una estatua de Cristo en la cruz con un bombillo rojo que se encendía y se apagaba. “Doña Carmen, ¿no cree que el bombillo hace que Carlos no pueda dormir bien?”, le pregunté inocentemente. “Es que tengo que ahuyentar los malos espíritus de este hogar, principalmente a los amigos pecadores de Carlos”, me respondía ella. Entendí la indirecta y nunca más volví a poner un pie en su casa. Carlos murió con la estatua de luz roja intermitente y una Biblia abierta a la par de su cama. No sé qué habrá pensado en sus últimos momentos.

La madre de Pepe, un joven de Cartago, convocaba a sus vecinas a sesiones para rezar. Por una o dos horas hacían sus oraciones en la habitación y rogaban por el perdón de Pepe. “¿No cree, doña Enriqueta, que sería mejor darle un masaje en la espalda que tanta rezadera”, le pregunté. “Existen dolores más profundos que los del cuerpo y es necesario sanarlos”, me dijo. El dolor no era otro que el causado por la homosexualidad de su hijo.

Los padres, hermanos, hijos y familiares tenían buenas intenciones. No querían ver a los enfermos sufrir física o espiritualmente. Como sabían que podían hacer poco por curar el cuerpo, optaban por sanar el alma. Sin embargo, esta curación espiritual era más bien un veneno. Implicaba, en primer lugar, 11

rechazar aspectos cruciales de las vidas de estos muchachos.

También contribuía a que se sintieran enfermos mentales y pecadores. Los separaba, en el peor momento de sus vidas, de las relaciones más importantes que tenían.

Es por todo lo anterior que decidí escribir este libro. La Biblia ha sido manipulada con el fin de que condene a los homosexuales y la mayoría de los cristianos se lo ha creído. El mensaje revolucionario de Cristo ha sido distorsionado por las iglesias mayoritarias. Todo aquello que no concuerde con la doctrina oficial ha sido censurado, destruido o modificado.

Una y otra vez, en varios programas de televisión del estilo “talk-show”, las personas que defienden los derechos homosexuales han sido enfrentadas por los “fundamentalistas”, que utilizan las citas bíblicas a su antojo. La mayoría de las veces estas personas no conocen el verdadero significado de estas citas y admiten que la Biblia condena a los homosexuales; pero eso no es cierto. Es necesario que todas las personas, cristianas o no, que trabajan o viven con homosexuales, que son sus familiares, amigos o amantes, sepan defenderse ante la embestida de los católicos, judíos o protestantes que usan la Biblia como un arma contra los gays.

Cuando me refiero a los fundamentalistas no estoy pensando sólo en los miembros de las sectas evangélicas o “cristianos”, como se autodenominan. Un fundamentalista es toda persona, ya sea judía, protestante o católica, que interpreta la Biblia como la palabra exacta e infalible de Dios. Es aquel individuo que sostiene que lo que dice el Viejo o el Nuevo Testamento no debe interpretarse sino aceptarse tal y como está escrito. Algunas personas que no son fundamentalistas pueden asumir posiciones de este tipo. En el momento en que alguien condene a los homosexuales basándose en determinadas citas textuales de las Escrituras, y se haga de la vista gorda con respecto a otras, está asumiendo una posición fundamentalista.

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Cuando un fundamentalista dice que “conoce” la Biblia, lo que expresa en realidad es que puede repetir algunos de sus contenidos de manera selectiva: hará una cita de Juan o Marcos como si ambas fueran del mismo libro, de Tesalonicenses 1 y Pedro 2 como si las dos hubiesen sido escritas el mismo año y -lo más común- del Viejo Testamento como si fuera un preludio del Nuevo Testamento. En este sentido, el "fundamentalismo" es "el texto sin el contexto".

Mi interés al escribir este libro es cuestionar el fundamentalismo cristiano, que es el que más daño hace a los gays y a las lesbianas en América Latina. Con sus antojadizas interpretaciones, ha llegado a expulsar del pueblo de Dios a las minorías sexuales.

Esto no significa que el fundamentalismo judío, o el islámico, sean menos peligrosos e intolerantes; pero su influencia en la región latinoamericana es mucho menor.

Mi objetivo es no sólo cuestionar el fundamentalismo y la lectura que éste hace de las Escrituras, sino demostrar que existe un mensaje de liberación en Cristo que ha sido distorsionado por las iglesias tradicionales.

Las minorías no tenemos por qué aceptar el monopolio sobre Cristo que han ejercido las iglesias cristianas tradicionales. Estas no sólo han tergiversado el mensaje de Jesús, también se han atribuido el poder de perseguir a los mismos grupos por los cuales El luchó. Es hora de que los que nos encontramos alejados de estas instituciones religiosas recuperemos el verdadero Cristo histórico, el anterior a los evangelistas y a la Iglesia cristiana tradicional. Nosotros no tenemos de qué ofuscarnos porque un Pablo o un Pedro se apropiaron de su nombre y pusieron sus propias palabras en labios de Jesús. Mucho menos debemos dejar que la definición de lo que es “ser cristiano” les pertenezca a ellos.

Es muy probable que Cristo hoy en día no pudiera ser ni siquiera clasificado como tal. Ya es hora de que los primeros invitados volvamos a reunirnos en la mesa del Señor.

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