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Domingo F. Sarmiento
Cuando escribió el Facundo.
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BIBLIOTECA ARGENTINA
PUBLICACIÓN MENSUAL DE LOS MEJORES LIBROS NACIONALES
DIRECTOR: RICARDO ROJAS
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FACUNDO
POR
D. F. SARMIENTO
BUENOS AIRES
LIBRERÍA «LA FACULTAD», DE JUAN ROLDÁN Y C.ÍA
359, FLORIDA, 359
1921
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Imp. de A. Marzo.—San Hermenegildo, 32 dupd.º.
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[El texto del original libro no fue actualizado. (Nota del transcriptor del ebook.)]
DOMINGO F. SARMIENTO
BIOGRAFÍA.—Nació en la ciudad de San Juan el 15 de febrero de 1811, alaño siguiente de la Revolución argentina, cuyas agitacionesimpresionaron su primera infancia. Fué hijo de José Clemente Sarmiento yde doña Paula Albarracín, ambos sanjuaninos, y de antiguas familiascoloniales de Cuyo. En sus Recuerdos de provincia, Sarmiento hapintado el ambiente doméstico de su infancia, su casa, su pueblo, sufamilia, su educación, y trazado una reticente silueta de su padre, yuna muy conmovida de su madre, que influyó poderosamente en suimaginación y su carácter.
Los azares de nuestras guerras civiles lolanzaron a la acción, y fué montonero unitario, conspirador de laAsociación de Mayo, periodista de oposición, emigrado, adversarioperiodístico de Rosas y después de Caseros, diputado, senador, ministro,gobernador, presidente y general. Pero su verdadera grandeza no resideen ello, sino en la fiereza indomable de su carácter, en la abundanciade su sensibilidad, en el poder de su inteligencia, en la sugestión desu obra escrita, todo lo cual ha hecho que, con motivo de su centenario(1911), los argentinos le proclamáramos por un genio. Desde 1840 hasta1852 residió en Chile, primero como desterrado de Benavides, tirano deSan Juan; después como adversario de Rosas, tirano de Buenos Aires.Asistió con Urquiza a la batalla de Caseros, y fué después con Mitreadversario de la política del caudillo entrerriano. Después de serministro argentino en Wáshington, desempeñó la presidencia de laRepública (1868-1874). Como director de enseñanza, o ministro, olegislador, o periodista, fomentó casi todos{vi} nuestros progresos moralesy materiales, desde 1853 hasta su muerte, ocurrida el 11 de septiembrede 1888, en la Asunción del Paraguay, adonde había ido en busca dealivio para su vejez ya fatigada. La fecha de su muerte es efeméridesque se rememora todos los años en las escuelas nacionales. La biografíamás extensa de Sarmiento es la publicada en 1901 por J. GuillermoGuerra, en Santiago de Chile. Una sinopsis de la misma fué hecha por A.B. S. y repartida en Buenos Aires por la Comisión Nacional del primercentenario de Sarmiento.
BIBLIOGRAFÍA.—Sarmiento ha sido el más fecundo de nuestros escritores.Sus Obras completas, publicadas en Buenos Aires por su nieto AugustoBelín Sarmiento, alcanzó la respetable cantidad de 32 volúmenes. Uníndice analítico de esa publicación ha sido editado por la Universidadde La Plata con el título de Bibliografía de Sarmiento.
Losprincipales libros de Sarmiento son: Facundo, traducido a variosidiomas y repetidamente editado; Recuerdos de provincia, Educaciónpopular, Conflictos y armonías de las razas en América; podrían serincluídos entre los productos de su ingenio las ocurrencias y gestosrecogidos por el nieto en su Sarmiento anecdótico. La copiosaliteratura a que Sarmiento ha dado lugar es tan extensa, que nopodríamos mencionarla en este lugar.
ICONOGRAFÍA.—El retrato que acompaña este volumen, es el de cuandoescribió el Facundo.
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FACUNDO
NOTICIA PRELIMINAR
POR
RICARDO ROJAS
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NOTICIA PRELIMINAR
Es el Facundo, de Sarmiento, la obra más famosa en la abundantebibliografía de su autor, y, según es notorio, una de las másafortunadas en la bibliografía nacional. Su título ha traspuesto laambigua esfera de la minoría letrada para bajar al pueblo y a laescuela, mientras penetraba su doctrina en los campos de la controversiay de la acción sociales. Ha ido más lejos este libro aún, trasponiendoel límite de nuestro territorio para interesar a toda América, yfranqueando los aledaños de nuestro idioma para ser vertido, siquierafragmentariamente, a cuatro lenguas europeas—fortuna esta última rarasveces lograda por escritores de la América española—. Libro asíprestigiado, por el éxito editorial y la indiscutida gloria de su autor,no podía faltar en la BIBLIOTECA ARGENTINA, y ella se atreve areeditarlo, no para colmar un vacío, puesto que son numerosas lasediciones del Facundo, sino porque creemos que siempre habrá lectorespara obra tan fundamental, y que nuestra colección quedaría incompletasi omitiéramos ésta, vinculada a las fuerzas más esenciales de nuestracultura.
Este es un libro que ya tiene historia. Si por la propia expansión de sumérito no hubiera logrado un éxito tan general, es bien seguro que lohubiera conseguido bajo el glorioso auspicio de su autor, por lapersistencia, vanidosa primero, orgullosa después, con que Sarmiento loinvocaba como el mayor de sus títulos. Si al volver de la proscripción,{10}cuando Caseros invocaba a Facundo para alistarse entre los jefes de lamilicia y entre los estadistas de la organización, todavía siguióinvocándolo treinta años después, como una de las fuerzas que derrocaronla tiranía de Rosas y como una de las más vivientes páginas de laliteratura americana. En 1881, a propósito de la traducción italiana deeste libro, Sarmiento escribía: «No vaya el historiador en busca de laverdad gráfica a herir en las carnes del Facundo, que está vivo; ¡nolo toquéis!; así como así, con todos sus defectos, con todas susimperfecciones, lo amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas lasliteraturas extranjeras, desveló a todos los que lo leían por la primeravez, y la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra como lasmontañas de la Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de lasinteligencias[1]. Y luego los ricos no despojen al pobre quitándole lavenda de los ojos a los que lo traducen, cuarenta años justos después dehaber servido de piedra para arrojarla ante el carro triunfal de untirano, ¡y cosa rara!, el tirano cayó abrumado por la opinión del mundocivilizado, formada por ese libro extraño, sin pies ni cabeza, informe,verdadero{11} fragmento de peñasco que se lanzaron a la cabeza lostitanes... »[2]. Exageraba el autor, sin duda alguna, en ese fragmento,la importancia
«cívica» de su obra, atribuyendo a sólo ese libro lo quefué penoso esfuerzo de toda una generación; pero nadie podrá negar quetal fragmento define, con maravilloso acierto de autocrítica, laverdadera condición «literaria» del glorioso panfleto[3].
Panfleto fué en sus orígenes el Facundo: panfleto periodístico,improvisado, banderizo. Es bien sabido que su primera edición aparecióen los folletines de El Progreso, en Chile, el año 1845. Habíapublicado Sarmiento en ese mismo periódico unos Apuntes biográficos sobre Aldao, el fraile caudillo, muerto a principios de aquel año en{12}Mendoza. Como el libro gustase a los emigrados argentinos, loestimularon éstos, y algunos jóvenes camaradas chilenos, a queescribiese una obra de mayor aliento dentro del género, y así le vino laidea de referir la vida de Juan Facundo Quiroga. Confiesa él mismo queimprovisó la redacción, y que durante los meses de mayo y junio fuépublicando sus entregas El Progreso, a medida que Sarmiento lasescribía. El fondo del relato biográfico lo constituían sus propiosrecuerdos y el testimonio de la tradición oral, recogida en cartas yconversaciones de los proscriptos más ancianos. Pero no reside en estola fuerza y originalidad de este libro, sino en la asociación que hizode la vida del héroe con el ambiente geográfico y con los problemasurgentes de la organización nacional. El medio físico de la pampasirvióle a su paleta de escritor para el colorido romancesco de la obra,necesario a la índole del folletín y al gusto romántico de su época; entanto que las guerras civiles del caudillo, protagonista vigoroso de esemedio salvaje, sirviéronle a su pensamiento de político para elimprescindible ataque a Rosas, en que no cejaron, hasta después deCaseros, los poetas y publicistas de la proscripción. Origen tan humildey azaroso explica todas las calidades y defectos del Facundo; lasfallas de justicia y de verdad que han sido ya denunciadas; los aciertosde intuición social y de belleza literaria que constituyen la esenciavital de este libro. Por estos últimos ha sobrevivido a lascircunstancias externas que le dieron origen, transmutada ya suprimitiva y perecedera fuerza
«política» en nueva y durable fuerza«espiritual». Lo que estuvo en el plano de la
«historia» ha pasado ya,gracias al genio de su autor, el plano más excelso de la
«epopeya».
Sarmiento no escribió la biografía de Facundo, sino creó{13} su leyenda.Compuso el poema épico de la montonera; y si desde 1845 sirvió estelibro como verdad pragmática contra Rosas, y desde 1853 como verdadpragmática contra el desierto, después de 1860, debemos tender autilizarlo solamente como verdad pragmática en favor de nuestra culturaintelectual, por la emoción profunda de tierra nativa, de tradiciónpopular, de lengua hispanoamericana y de ideal argentino que ese librotraduce en síntesis admirable. Nadie comprendió mejor que Sarmiento, ensu vejez, la verdadera limitada condición de esta obra; nadie hadiscernido mejor que su propio autor lo que hay en el Facundo depersonal y de colectivo, de transitorio y de permanente, de provisionaly de esencial. Sarmiento mismo le ha llamado «el génesis de laPampa»[4], y él mismo dice que nadie ha caracterizado mejor la fisonomíade su libro que el historiador López cuando lo llamó «historiabeduína»[5]. «López no se da cuenta del origen de susimpresiones»—agrega—. «El vió escribir el Facundo sin archivo enpaís extranjero, al tiempo que rendía exámenes de latín escaso en DeBello Jugurthæ, de Salustio, y ya sabemos la indeleble y eternaasociación de las ideas»[6].
Y apoyándose en la recóndita y lejanaasociación juvenil que cree ver en el juicio del compañero proscripto deotro tiempo, Sarmiento insiste con orgullo: «Es el Facundo el Jugurtaargentino; el libro sin asunto, porque la guerra contra el caudillonúmida, escapando en{14} el Sahara a las pesadas legiones romanas, no marcaen la historia; es apenas un episodio sin consecuencia. Lo que Roma viófué un libro, y lo que los estudiantes y los latinistas ven es la figurade Jugurta el númida con su bornoz blanco, en el negro caballo, haciendorazias o fantasías, o algaradas, delante de las legiones. Es Salustio,el pintor del Africa y del desierto»[7]. Y en la reticencia de suorgullo, eso quiere decir: «Es Sarmiento el pintor de la América y de laPampa», o bien: «lo que han de ver en él los argentinos es sólo «unlibro pintoresco»; libro inmortal e imaginario, y no la verdaderahistoria de un caudillo cuya obra real fué tan efímera, y cuya bellezalegendaria sobrevive, precisamente, gracias a estas páginas perdurables.
Hay en el Facundo una como estratificación de varios órdenes de ideas,«visibles»
en la estructura íntima de este libro. Descubro en él unelemento biográfico, formado por lo que Sarmiento atribuye a Quiroga yRosas; un elemento político, formado por lo que escribe de unitarios yfederales; un elemento sociológico, formado por lo que discurre sobrela civilización y la barbarie americanas. Todo eso es transitorio, y elnuevo lector habrá de considerarlo según las circunstancias en que elautor se hallaba en 1845, más las rectificaciones o palinodias que elautor proclamó generosamente después de 1880. Esto es como la «clave»del Facundo, desgraciadamente olvidada por sus lectores modernos, yque es menester ponerla aquí para la más completa interpretación de estelibro.
Ya en la edición de 1845, Sarmiento había escrito esta confesiónoportuna:
«Después de terminada la publicación{15} de esta obra, herecibido de varios amigos rectificaciones de varios hechos referidos enella. Algunas inexactitudes han debido escaparse en un trabajo hecho deprisa, lejos del teatro de los acontecimientos, y sobre un asunto de queno había nada escrito hasta el presente. Al coordinar entre sí sucesosque han tenido lugar en distintas y remotas provincias, y en épocasdiversas, consultando a un testigo ocular sobre un punto, registrandomanuscritos formados a la ligera o apelando a las propiasreminiscencias, no es extraño que de vez en cuando el lector argentinoeche de menos algo que él conoce o disienta en cuanto a algún nombrepropio, una fecha, cambiados o puestos fuera de lugar»[8]. Fué donValentín Alsina, su amigo unitario, uno de los que rectificó no pocoserrores de hecho y de interpretación. En gratitud por ese comentario deenmiendas, Sarmiento le dedicó la segunda edición de su obra, y en la«carta-prólogo» de esa edición (1851) insiste sobre lo improvisado de suobra y «los muchos lunares que afeaban la primera edición»[9].
Ensayo yrevelación para mí mismo de mis ideas—dícele a Alsina—, el Facundo adoleció de los defectos de todo fruto de la inspiración del momento,sin el auxilio de documentos a la mano, y ejecutada no bien eraconcebida, lejos del teatro de los sucesos, y con propósitos de accióninmediata y militante. Tal como él era, mi pobre librejo ha tenido lafortuna de hallar en aquella tierra, cerrada a la verdad y adiscusión[10],
lectores
apasionados,
y
de
mano
en
mano,
deslizándose{16}furtivamente, guardado en algún secreto escondite, para hacer alto ensus peregrinaciones, emprender largos viajes, y ejemplares porcentenares, llegar, ajados y despachurrados de puro leídos, hasta BuenosAires, a las oficinas del pobre tirano, a los campamentos del soldado ya la cabaña del gaucho, hasta hacerse él mismo, en las hablillaspopulares, un mito como su héroe.» «He usado con parsimonia de susnotas, guardando las más substanciales para tiempos mejores y másmeditados trabajos, temeroso de que, por retocar obra tan informe,desapareciese su fisonomía primitiva, y la lozana y voluntariosa audaciade la mal disciplinada concepción»[11].
Estas desenfadadas confesiones del propio autor, relevan de toda otraprueba sobre la escasa autoridad que a esta obra debe concedérsele comotrabajo de historia. Es el propio Sarmiento quien la considera, según seha visto: 1.º, como «un fruto de la inspiración del momento»; 2.º, como«un ensayo y revelación para sí mismo de sus propias ideas»; 3.º, como«un mito» a la manera de su «héroe». El carácter subjetivo, parcial ymilitante del libro queda así confesado. Sarmiento se reconoce con ello,más en los dominios de la epopeya que en los de la sociología o lahistoria, como han creído algunos sociólogos ingenuos o pedantes, cuyaciencia consiste en ignorar la verdadera historia argentina. El caudillode los Llanos habíale servido tan sólo de pretexto a su inspiración,para revelar, en esa especie de mito sintético de la guerra civil por élforjado, los horrores del desierto, de la ignorancia, del despotismo quetan gallardamente combatió.
No me es posible señalar aquí las numerosas rectificaciones{17} que a laparte histórica del libro podran hacerse[12]. Básteme recordar, sinembargo, que Sarmiento depuso en la vejez ese odio ciego por la personade Quiroga y que no fué menos valiente su palinodia sobre Rosas. Estosson hechos que la crítica apasionada del Facundo ha perdido de vistatambién, y de los cuales no es posible prescindir si se desea calificardesapasionadamente este libro.
Acostumbraba Sarmiento en su vejez visitar nuestro cementerio de laRecoleta el día de Difuntos. Es uno de sus más bellos artículos el querefirió en El Debate su{18} visita de 1885. En él nos cuenta cómo ibaaquel día entre los árboles y los mármoles, rememorando nombres amadoscomo ante la tumba de su hijo, o la tumba de los que habían estado conél, o contra él, en las luchas violentas de sus días viriles, como aquelVélez Sarsfield ante cuya tumba exclama: «¡Bravo viejo!: anduvimosjuntos muchas jornadas memorables; salvamos, tomados de la mano, abismosque se abrían bajo nuestras plantas, y llegamos al término diciéndonosadiós, satisfechos ambos de haber obrado bien, y legado a nuestra patriapáginas de historia sin mancha.» Así marchaba por entre los mármoles ylos árboles, hablando a los muertos con familiaridad pagana, y con lasobrehumana serenidad de un héroe ya muerto él mismo, que transitaraentre las sombras del Hades... Cuando, de pronto, he aquí que se detienefrente a la tumba de Juan Facundo Quiroga, y a propósito escribe estasbellas y nobles palabras, dignas ciertamente de un filósofo antiguo:«Por entre sus columnas se divisan ya, aun antes de entrar, urnascinerarias, sepulcros, columnas y sarcófagos, y la bella estatua delDolor, que vela gimiendo sobre la tumba de Facundo, a quien el arteliterario más que el puñal del tirano, que lo atravesó en Barranca-Yaco,ha condenado a sobrevivirse a sí mismo y a los suyos, a quienes notransmite responsabilidades la sangre. El Dante puede mostrar a Virgilioeste león encadenado, convertido en mármol de Paros y en estatua griega, porque del otro lado de la tumba todo lo que sobrevive debe ser bello yarreglado a los tipos divinos, cuyas formas revestirá al hombre queviene.» Y si estas palabras que subrayo, porque ellas son acaso las másprofundas que Sarmiento haya escrito, pudieran parecer obscuras en sumisma profundidad, ved cómo concreta después su juicio definitivo{19} sobreel protagonista de esta obra: «He aquí—me decía un joven Arce, parientede Quiroga—
cómo yo llevo la toga y la clámide del griego y no la túnicani la dalmática del bárbaro. Pude decirle a mi vez que mi sangre correahora confundida en sus hijos con la de Facundo, y no se han repelidosus corpúsculos rojos, porque eran afines. Quiroga ha pasado a lahistoria, y reviste las formas esculturales de los héroes primitivos, deAyax y de Aquiles»[13]. Así concluye aquel pasaje magnífico en que,debido a la emoción del día y del lugar, o la intuición del geniopróximo a la muerte, pudo ver a Facundo transfigurado por el arte:comprender lo que había de epopeya en su libro, y confesarse idéntico,por la sangre racial, con el héroe maldito de otros días.
Y no fué menos explícita la amnistía que Sarmiento «decretó» para Rosas,tan rudamente combatido también en el Facundo. Cuando Ramos Mejíapublicó su Neurosis de los hombres célebres en la historia argentina,en cuyas páginas, según es sabido, traza la historia clínica del tirano,Sarmiento se apresuró a comentar así ese trabajo: «La tiranía de Rosasfué una locura en acción»—nos dice al comenzar su comentario—. Y luegoavanza esta advertencia valerosa: « Prevendríamos al joven autor que noreciba como moneda de buena ley todas las acusaciones que se han hecho aRosas, en aquellos tiempos de{20} combate y de lucha, por el interés mismode las doctrinas científicas que explicarían los hechos verdaderos»[14]. Con esa austeridad confesaba Sarmiento sus excesos polémicos anterioresa 1852, y si traigo tal confesión sobre sus ataques a Rosas, es porqueesta otra figura completa a la de Facundo en la composición de su libro,y porque el «folletín» del Progreso no fué sino un episodioperiodístico de la violenta predicación que los emigrados realizabandesde el extranjero contra el tirano de Buenos Aires.
Aclarada así, por las propias palabras del autor, la posición en que el Facundo debe ser considerado por la crítica histórica en cuanto a suselementos biográficos, veamos lo que resiste de él en sus elementospolíticos y sociológicos.
El Facundo remueve en cada página la arcaica bandería de «unitarios»
y«federales»; pero debo advertir al lector novel que no usa talesexpresiones en su valor doctrinario, sino en su significado ocasional yargentino. «Federal», para un proscripto unitario de 1845, era sinónimode gaucho localista y brutal; en tanto que
«unitario», para un caudillofederal de nuestras provincias, era sinónimo de «loco» y
«traidor».Unitario quería decir, además, porteño que había sido monarquista yvisitado Europa, o vestía levita, gastaba lentes y era «doctor». No esésta, como se ve, la doctrina de equilibrio político de las diversasregiones argentinas dentro de la nacionalidad, o sea el ideal quedespuntó incipiente con Juan Ignacio de Gorriti en la Junta Grande de1811, para triunfar con Alberdi y Mitre en la Constitución actual.Sarmiento, siendo enemigo de los caudillos{21} locales porque creía queretardaban el triunfo de la organización, fué perseguido como«unitario», y bajo esa divisa emigró del país en 1840; pero no puede serconsiderado sino como federal quien prohijó la Constitución de 1853,vigente aún en la República; quien defendió como gobernador de San Juan,más tarde, los derechos autónomos de los gobiernos provinciales; quienratificó después, como ministro en los Estados Unidos, su vocaciónfederal, y quien, en la versión inglesa del Facundo (1867-1873),sugirió a Mr.
Horace Mann el prólogo en que explica esta génesis de susideas. Así resulta en nuestra historia este aparente absurdo: que loscaudillos «federales», dominados por Rosas, rehicieron la «unidad»argentina, rota por los unitarios quiméricos de 1826, y que losemigrados «unitarios» promulgaron la «federación», al regresar al paísdespués de Caseros. He ahí otra advertencia imprescindible paracomprender bien el Facundo y para restituir a dichos nombres suverdadero contenido histórico; pues fácilmente se lo suele olvidar en lacapciosa discusión «doctrinaria» de nuestros días.
Se ha atribuído también grande importancia al Facundo como doctrina sociológica.
Esto proviene de que el libro se llamó en sus orígenes Facundo o Civilización y barbarie[15]. Esta fórmula ha prestado susservicios al progreso del país; pero es tiempo ya de comenzar adenunciarla por lo que tiene de parcial y de peligrosa. Yo la he{22}combatido en uno de mis libros, porque la considero insuficiente paraexplicar la evolución argentina, sobre todo si, como lo hacen algunos«sociólogos» de marbete europeo, creen que «barbarie» quiere decir«provincia», «federalismo», «tradición»,
«emoción agreste o americana»,y que «civilización» quiere decir «cosmópolis», centralismo, riqueza,pedantería libresca o intelectual. La fórmula de Sarmiento encierra sólouna verdad pragmática, es decir, utilitaria y ocasional, vigorosa en sutiempo, pero gastada ya en virtud de su propia aplicación social, porhaberse transformado tan radicalmente la estructura económica y moral dela nación argentina.
Prefiero yo no repetir aquí los argumentos quetantas veces he escrito en contra de esa fórmula, cuyo sentido social havariado completamente desde entonces. A los que se interesen por elasunto, les aviso que hallarán combatida la tesis de Sarmiento en milibro Blasón de Plata. Diré tan sólo, para abreviar y concluir, que el progreso no es la civilización; la «civilización» está formada deprogreso y cultura; el progreso es la meca rica de la civilización; lacultura, su esencia. Sarmiento creaba con su teoría de 1845 un eficazsofisma político para vencer a sus enemigos; pero hay peligro moral encreer que su ocasional teoría política es doctrina filosófica de valorpermanente, o sea que la tierra genuina, numen de la nacionalidad, esfuente de barbarie, y que el civilizarse consiste en adoptar los usos ycostumbres{23} de los europeos. Por ese camino podríamos declarar que losatenienses del tiempo de Platón no eran un pueblo
«civilizado», porqueno usaban cuello duro ni frac, ni montaban en silla inglesa, como lodeseaba Sarmiento.
Todo esto significa que el Facundo subsiste en cuanto es un libro deintuición racial de emoción literaria. Lo que hubo en él de polémica, hapasado con su ocasión; lo que hubo en él de historia, ha sidorectificado por su autor y por la ciencia; lo que hubo en él de«sociología», está siendo rectificado por la vida misma de nuestro país.En cambio, con qué vigor se levanta de entre esa hojarasca de pasiones oideas el fuerte soplo emocional de la «epopeya»; cómo germina lasimiente del «mito» entre el polvo ya helado de sus hechos perecederos;cómo se siente resonar en sus páginas las caballerías pampeanas—columnaconquistadora, malón indígena, falange libertadora o montonerarebelde—cuando pasan acordando su trote nocturno al ímpetu de esa prosaarrolladora. Esto es, en verdad, el génesis de la Pampa...
A las intuiciones de su autor como artista debió este libro su éxitoextraordinario desde el día de su aparición. Cuenta Sarmiento cómo donPedro de Angelis, cortesano de Rosas, mostrábalo furtivamente el volumena sus íntimos—«con la cautelosa precaución del peligro de los Seyanosen la corte de Tiberio»—, diciéndoles: «Esto se mueve, es la Pampa; elpasto hace ondas agitado por el aire; se siente el olor de las yerbasamargas... »[16]. Por eso lo tradujeron a diversos idiomas, para dar aotras gentes la visión de nuestra vida pampeana y mostrar en la raíz deldesierto el germen de nuestras luchas. Por eso se han desprendido{24} delvolumen, como páginas de antología popular, las siluetas del Rastreador,del Baqueano, del Gaucho malo y del caudillo silvestre, de las cualesSarmiento dice que han quedado como la introducción de Volney a las«Ruinas de Palmira»... Sarmiento admiraba, en efecto, a Volney, y