Facundo by Domingo Faustino Sarmiento - HTML preview

PLEASE NOTE: This is an HTML preview only and some elements such as links or page numbers may be incorrect.
Download the book in PDF, ePub, Kindle for a complete version.

Como ante reyes se inclinan

ante ellos seibos y palmas,

y le arrojan flor del aire,

aroma y flor de naranja;

luego en el Guazú se encuentran,

y reuniendo sus aguas,

mezclando nácar y perlas,

se derraman en el Plata»[21].

Pero ésta es la poesía culta, la poesía de la ciudad; hay otra que haceoír sus ecos por los campos solitarios: la poesía popular, candorosa ydesaliñada del gaucho.

También nuestro pueblo es músico. Esta es una predisposición nacionalque todos los vecinos le reconocen. Cuando en Chile se anuncia por laprimera vez un argentino en una casa, lo invitan al piano en el acto, ole pasan una vihuela, y si se excusa diciendo que no sabe pulsarla, oextrañan y no le creen, «porque siendo argentino—

dicen—debe sermúsico». Esta es una preocupación popular que acusa nuestros hábitosnacionales. En efecto: el joven{53} culto de las ciudades toca el piano ola flauta, el violín o la guitarra; los mestizos se dedican casiexclusivamente a la música, y son muchos los hábiles compositores einstrumentistas que salen de entre ellos. En las noches de verano se oyesin cesar la guitarra en la puerta de las tiendas, y tarde de la nocheel sueño es dulcemente interrumpido por las serenatas y los conciertosambulantes.

El pueblo campesino tiene sus cantares propios.

El triste, que predomina en los pueblos del Norte, es un canto frigio,plañidero, natural al hombre en el estado primitivo de barbarie, segúnRousseau.

La vidalita, canto popular con coros, acompañado de la guitarra y untamboril, a cuyos redobles se reúne la muchedumbre y va engrosando elcortejo y el estrépito de las voces; este canto me parece heredado delos indígenas, porque lo he oído en una fiesta de indios en Copiapó, encelebración de la Candelaria, y como canto religioso, debe ser antiguo,y los indios chilenos no lo han de haber adoptado de los españolesargentinos. La vidalita es el metro popular en que se cantan losasuntos del día, las canciones guerreras; el gaucho compone el verso quecanta, y lo populariza por las asociaciones que su canto exige.

Así, pues, en medio de la rudeza de las costumbres nacionales, estas dosartes que embellecen la vida civilizada y dan desahogo a tantas pasionesgenerosas, están honradas y favorecidas por las masas mismas, queensayan su áspera musa en composiciones líricas y poéticas. El jovenEcheverría residió algunos meses en la campaña en 1840, y la fama de susversos sobre la pampa le había precedido ya; los gauchos lo rodeaban conrespeto y afición, y cuando un recién venido mostraba señales de desdénhacia el cajetilla, alguno le insinuaba al oído: «Es poeta», y toda{54}prevención hostil cesaba al oír este título privilegiado.

Sabido es, por otra parte, que la guitarra es el instrumento popular delos españoles y que es común en América. En Buenos Aires, sobre todo,está todavía muy vivo el tipo popular español, el majo. Descúbreseleen el compadrito de la ciudad y en el gaucho de la campaña. El jaleo español vive en el cielito; los dedos sirven de castañuelas.

Todos losmovimientos del compadrito revelan al majo: el movimiento de loshombros, los ademanes, la colocación del sombrero, hasta la manera deescupir por entre los colmillos, todo es un andaluz genuino.

Del centro de estas costumbres y gustos generales se levantanespecialidades notables, que un día embellecerán y darán un tinteoriginal al drama y al romance nacional. Yo quiero sólo notar aquíalgunos que servirán a completar la idea de las costumbres, para trazaren seguida el carácter, causas y efectos de la guerra civil.

El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador.Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tandilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones,y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, espreciso saber seguir las huellas de un animal y distinguirlas de entremil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o devacío. Esta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de uncamino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducíaechó, como de costumbre, la vista al suelo.

«Aquí va—dijo luego—unamulita mora muy buena... ésta es la tropa de don N.

Zapata..., es de muybuena silla..., va ensillada..., ha pasado ayer...» Este hombre venía dela Sierra de San Luis; la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un añoque él había visto{55} por última vez la mulita mora, cuyo rastro estabaconfundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho.Pues esto, que parece increíble, es, con todo, la ciencia vulgar; ésteera un peón de árrea y no un rastreador de profesión.

El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyas aseveracioneshacen fe en los tribunales inferiores. La conciencia del saber que poseele da cierta dignidad reservada y misteriosa. Todos le tratan conconsideración: el pobre, porque puede hacerle mal, calumniándolo odenunciándolo; el propietario, porque su testimonio puede fallarle. Unrobo se ha ejecutado durante la noche; no bien se nota, corren a buscaruna pisada del ladrón, y encontrada, se cubre con algo para que elviento no la disipe. Se llama en seguida al rastreador, que ve el rastroy lo sigue sin mirar sino de tarde en tarde el suelo, como si sus ojosvieran de relieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue elcurso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y,señalando un hombre que encuentra, dice fríamente: «¡Este es!» El delitoestá probado, y raro es el delincuente que resiste a esta acusación.Para él, más que para el juez, la deposición del rastreador es laevidencia misma; negarla sería ridículo, absurdo. Se somete, pues, aeste testigo, que considera como el dedo de Dios que lo señala. Yo mismohe conocido a Calíbar, que ha ejercido en una provincia su oficiodurante cuarenta años consecutivos. Tiene ahora cerca de ochenta años;encorvado por la edad, conserva, sin embargo, un aspecto venerable ylleno de dignidad. Cuando le hablan de su reputación fabulosa, contesta:«Ya no valgo nada; ahí están los niños.» Los niños son sus hijos, quehan aprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta de él quedurante un viaje{56} a Buenos Aires le robaron una vez su montura de gala.Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses después Calíbarregresó, vió el rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos, y nose habló más del caso. Año y medio después Calíbar marchaba cabizbajopor una calle de los suburbios, entra en una casa y encuentra sumontura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontradoel rastro de su raptor después de dos años! El año 1830

un reo condenadoa muerte se había escapado de la cárcel. Calíbar fué encargado debuscarlo. El infeliz, previendo que sería rastreado, había tomado todaslas precauciones que la imagen del cadalso le sugirió. ¡Precaucionesinútiles! Acaso sólo sirvieron para perderle, porque comprometidoCalíbar en su reputación, el amor propio ofendido le hizo desempeñar concalor una tarea que perdía a un hombre, pero que probaba su maravillosavista. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para nodejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta delpie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio yvolvía para atrás. Calíbar lo seguía sin perder la pista; si le sucedíamomentáneamente extraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: «¡Dónde te mi-as-dir!» Al fin llegó a una acequia de agua en los suburbios, cuyacorriente había seguido aquél para burlar al rastreador...

¡Inútil!Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Al fin sedetiene, examina unas hierbas, y dice: «¡Por aquí ha salido; no hayrastro, pero estas gotas de agua en los pastos lo indican!» Entra en unaviña; Calíbar reconoció las tapias que la rodeaban, y dijo: «Adentroestá». La partida de soldados se cansó de buscar, y volvió a dar cuentade la inutilidad de las pesquisas. «No ha salido» fué la breve respuestaque sin moverse, sin proceder{57} a nuevo examen, dió el rastreador. Nohabía salido, en efecto, y al día siguiente fué ejecutado. En 1830algunos presos políticos intentaban una evasión; todo estaba preparado:los auxiliares de fuera prevenidos; en el momento de

efectuarla, unodijo:

«¿Y

Calíbar?»

«¡Cierto!—contestaron

los otros

anonadados,aterrados—. ¡Calíbar!» Sus familias pudieron conseguir de Calíbar queestuviese enfermo cuatro días, contados desde la evasión, y así pudoefectuarse sin inconveniente.

¿Qué misterio es éste del rastreador? ¿Qué poder microscópico sedesenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublimecriatura es la que Dios hizo a su imagen y semejanza!

Después del rastreador viene el baqueano, personaje eminente y que tieneen sus manos la suerte de los particulares y de las provincias. Elbaqueano es un gaucho grave y reservado, que conoce a palmos veinte milleguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Es el topógrafo máscompleto, es el único mapa que lleva un general para dirigir losmovimientos de su campaña. El baqueano va siempre a su lado.

Modesto yreservado como una tapia, está en todos los secretos de la campaña; lasuerte del Ejército, el éxito de una batalla, la conquista de unaprovincia, todo depende de él.

El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero no siempre el generaltiene en él plena confianza. Imagináos la posición de un jefe condenadoa llevar un traidor a su lado y a pedirle los conocimientosindispensables para triunfar. Un baqueano encuentra una sendita que hacecruz con el camino que lleva: él sabe a qué aguada remota conduce; siencuentra mil, y esto sucede en un espacio de cien leguas, él las conocetodas, sabe de dónde vienen y adónde{58} van. El sabe el vado oculto quetiene un río, más arriba o más abajo del paso ordinario, y esto en cienríos o arroyos; él conoce en los ciénagos extensos un sendero por dondepueden ser atravesados sin inconveniente, y esto en cien ciénagosdistintos.

En lo más obscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanurassin límites, perdidos sus compañeros, extraviados, da una vuelta encírculo de ellos, observa los árboles; si no los hay, se desmonta, seinclina a tierra, examina algunos matorrales y se orienta de la alturaen que se halla, monta en seguida, y les dice para asegurarlos:

«Estamosen dereseras de tal lugar, a tantas leguas de las habitaciones; elcamino ha de ir al sur», y se dirige hacia el rumbo que señala,tranquilo, sin prisa de encontrarlo, y sin responder a las objecionesque el temor o la fascinación sugiere a los otros.

Si aun esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la obscuridad esimpenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz yla tierra, las masca, y después de repetir este procedimiento variasveces, se cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o deagua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente. El generalRosas, dicen, conoce por el gusto el pasto de cada estancia del sur deBuenos Aires.

Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay caminos para atravesarla,y un pasajero le pide que lo lleve directamente a un paraje distantecincuenta leguas, el baqueano se para un momento, reconoce el horizonte,examina el suelo, clava la vista en un punto y se echa a galopar con larectitud de una flecha, hasta que cambia de rumbo por motivos que sóloél sabe, y galopando día y noche, llega al lugar designado.{59}

El baqueano anuncia también la proximidad del enemigo, esto es, diezleguas, y el rumbo por donde se acerca, por medio del movimiento de losavestruces, de los gamos y guanacos que huyen en cierta dirección.Cuando se aproxima observa los polvos, y por su espesor cuenta lafuerza: «son dos mil hombres»—dice—, «quinientos»,

«doscientos», y eljefe obra bajo este dato, que casi siempre es infalible. Si los cóndoresy cuervos revolotean en un círculo del cielo, él sabrá decir si haygente escondida, o es un campamento recién abandonado, o un simpleanimal muerto. El baqueano conoce la distancia que hay de un lugar aotro; los días y las horas necesarias para llegar a él, y a más unasenda extraviada e ignorada por donde se puede llegar de sorpresa y enla mitad del tiempo; así es que las partidas de montoneras emprendensorpresas sobre pueblos que están a cincuenta leguas de distancia, quecasi siempre las aciertan. ¿Creeráse exagerado? ¡No! El general Rivera,de la Banda Oriental, es un simple baqueano, que conoce cada árbol quehay en toda la extensión de la República del Uruguay. No la hubieranocupado los brasileños sin su auxilio, y no la hubieran libertado sin éllos argentinos. Oribe, apoyado por Rosas, sucumbió después de tres añosde lucha con el general baqueano, y todo el poder de Buenos Aires, hoycon sus numerosos ejércitos que cubren toda la campaña del Uruguay,puede desaparecer destruído a pedazos, por una sorpresa, por una fuerzacortada mañana, por una victoria que él sabrá convertir en su provecho,por el conocimiento de algún caminito que cae a retaguardia del enemigo,o por otro accidente inapercibido o insignificante.

El general Rivera principió sus estudios del terreno el año 1804, yhaciendo la guerra a las autoridades entonces,{60} como contrabandista, alos contrabandistas después como empleado, al rey en seguida comopatriota, a los patriotas más tarde como montonero, a los argentinoscomo jefe brasilero, a éstos como general argentino, a Lavalleja comopresidente, al presidente Oribe como jefe proscripto, a Rosas, en fin,aliado de Oribe, como general oriental, ha tenido sobrado tiempo paraaprender un poco de la ciencia del baqueano.

El Gaucho Malo: éste es un tipo de ciertas localidades, un outlaw, un squatter, un misántropo particular. Es el Ojo del Alcón, el Trampero de Cooper, con toda su ciencia del desierto, con toda suaversión a las poblaciones de los blancos, pero sin su moral natural ysin sus conexiones con los salvajes. Llámanle el Gaucho Malo, sin queeste epíteto le desfavorezca del todo. La justicia lo persigue desdemuchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odioy casi con respeto. Es un personaje misterioso: mora en la pampa, son sualbergue los cardales, vive de perdices y mulitas; si alguna vezquiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, lamata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las avesmontesinas. De repente se presenta el Gaucho Malo en un pago de donde lapartida acaba de salir, conversa pacíficamente con los buenos gauchos,que lo rodean y lo admiran; se prevee de los vicios, y si divisa lapartida, monta tranquilamente en su caballo y lo apunta hacia eldesierto, sin prisa, sin aparato, desdeñando volver la cabeza. Lapartida rara vez lo sigue; mataría inútilmente sus caballos, porque elque monta el Gaucho Malo es un parejero pangaré tan célebre como suamo. Si el acaso lo echa alguna vez de improviso entre las garras de lajusticia, acomete a lo más espeso de la partida, y a merced de{61} cuatrotajadas que con su cuchillo ha abierto en la cara o en el cuerpo de lossoldados, se hace paso por entre ellos, y tendiéndose sobre el lomo delcaballo para sustraerse a la acción de las balas que lo persiguen,endilga hacia el desierto, hasta que, poniendo espacio conveniente entreél y sus perseguidores, refrena su trotón y marcha tranquilamente. Lospoetas de los alrededores agregan esta nueva hazaña a la biografía delhéroe del desierto, y su nombradía vuela por toda la vasta campaña.

Aveces se presenta a la puerta de un baile campestre con una muchacha queha robado; entra en el baile con su pareja, confúndese en las mudanzasdel cielito, y desaparece sin que nadie se aperciba de ello. Otro díase presenta en la casa de la familia ofendida, hace descender de lagrupa a la niña que ha seducido, y desdeñando las maldiciones de lospadres que le siguen, se encamina tranquilo a su morada sin límites.

Este hombre divorciado de la sociedad, proscrito por las leyes; estesalvaje de color blanco, no es en el fondo un ser más depravado que losque habitan las poblaciones. El osado prófugo que acomete una partidaentera, es inofensivo para con los viajeros. El Gaucho Malo no es unbandido, no es un salteador; el ataque a la vida no entra en su idea,como el robo no entraba en la idea del Churriador; roba, es cierto,pero ésta es su profesión, su tráfico, su ciencia. Roba caballos. Unavez viene al real de una tropa del interior, el patrón propone comprarleun caballo de tal pelo extraordinario, de tal figura, de tales prendas,con una estrella blanca en la paleta. El gaucho se recoge, medita unmomento, y después de un rato de silencio, contesta: «No hay actualmentecaballo así.» ¿Qué ha estado pensando el gaucho? En aquel momento harecorrido en su mente mil estancias de la pampa, ha visto y examinadotodos{62} los caballos que hay en la provincia, con sus marcas, color,señas particulares, y convencido de que no hay ninguno que tenga unaestrella en la paleta; unos la tienen en la frente, otros una manchablanca en el anca. ¿Es sorprendente esta memoria? ¡No!

Napoleón conocíapor sus nombres doscientos mil soldados, y recordaba al verlos todos loshechos que a cada uno de ellos se referían. Si no se le pide, pues, loimposible, en día señalado, en un punto dado del camino, entregará uncaballo tal como se le pide, sin que el anticiparle el dinero sea unmotivo de faltar a la cita. Tiene sobre este punto el honor de lostahúres sobre la deuda.

Viaja a veces a la campaña de Córdoba, a Santa Fe. Entonces se le vecruzar la pampa con una tropilla de caballos por delante; si alguno loencuentra, sigue su camino sin acercársele, a menos que él lo solicite.

El cantor. Aquí tenéis la idealización de aquella vida de revueltas, decivilización, de barbarie y de peligros. El gaucho cantor es el mismobardo, el vate, el trovador de la Edad Media, que se mueve en la mismaescena, entre las luchas de las ciudades y del feudalismo de los campos,entre la vida que se va y la vida que se acerca. El cantor anda de pagoen pago, «de tapera en galpón», cantando sus héroes de la pampaperseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indiosrobaron sus hijos en un malón reciente, la derrota y la muerte delvaliente Rauch, la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo aSantos Pérez. El cantor está haciendo candorosamente el mismo trabajo decrónica, costumbres, historia, biografía, que el bardo de la Edad Media,y sus versos serían recogidos más tarde como los documentos y datos enque habría de apoyarse el historiador futuro, si a su lado no{63}

estuvieseotra sociedad culta con superior inteligencia de los acontecimientos quela que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuas. En la RepúblicaArgentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismosuelo: una naciente, que, sin conocimiento de lo que tiene sobre sucabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la EdadMedia; otra que, sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intentarealizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIXy el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro enlas campañas.

El cantor no tiene residencia fija; su morada está donde la noche losorprende, su fortuna en sus versos y en su voz; dondequiera que el cielito enreda sus parejas sin tasa; dondequiera que se apure una copade vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en elfestín. El gaucho argentino no bebe si la música y los versos no loexcitan[22], y cada pulpería tiene su guitarra para poner en manos delcantor, a quien el grupo de caballos estacionados{64} en la puerta anunciaa lo lejos dónde se necesita el concurso de su gaya ciencia.

El cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propiashazañas.

Desgraciadamente el cantor, con ser el bardo argentino, no estálibre de tener que habérselas con la Justicia. También tiene que dar lacuenta de sendas puñaladas que ha distribuído, una o dos desgracias(¡muertes!) que tuvo y algún caballo o alguna muchacha que robó. El año1840, entre un grupo de gauchos y a orillas del majestuoso Paraná,estaba sentado en el suelo, y con las piernas cruzadas, un cantor quetenía azorado y divertido a su auditorio con la larga y animada historiade sus trabajos y aventuras. Había ya contado lo del rapto de la queridacon los trabajos que sufrió, lo de la desgracia y la disputa que lamotivó; estaba refiriendo su encuentro con la partida y las puñaladasque en su defensa dió, cuando el tropel y los gritos de los soldados leavisaron que esta vez estaba cercado. La partida, en efecto, se habíacerrado en forma de herradura; la abertura quedaba hacia el Paraná quecorría 20 varas más abajo: tal era la altura de la barranca. El cantoroyó la grita sin turbarse; viósele de improviso sobre el caballo,echando una mirada escudriñadora sobre el círculo de soldados con lastercerolas preparadas, vuelve el caballo hacia la barranca, le pone elponcho en los ojos y clávale las espuelas. Algunos instantes después seveía salir de las profundidades del Paraná el caballo sin freno, a finde que nadase con más libertad, y el cantor tomado de la cola volviendola cara quietamente, cual si fuera en un bote de ocho remos, hacia laescena que dejaba en la barranca. Algunos balazos de la partida noestorbaron que llegase sano y salvo al primer islote que sus ojosdivisaron.{65}

Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona,irregular, cuando se abandona a la inspiración del momento. Másnarrativa que sentimental, llena de imágenes tomadas de la vidacampestre, del caballo y las escenas del desierto, que la hacenmetafórica y pomposa. Cuando refiere sus proezas o las de algún afamadomalévolo, parécese al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico deordinario, elevándose a la altura poética por momentos para caer denuevo al recitado insípido y casi sin versificación. Fuera de esto, elcantor posee su repertorio de poesías populares, quintillas, décimas yoctavas, diversos géneros de versos octosílabos. Entre éstos hay muchascomposiciones de mérito y que descubren inspiración y sentimiento.

Aún podría añadir a estos tipos originales muchos otros igualmentecuriosos, igualmente locales, si tuviesen, como los anteriores, lapeculiaridad de revelar las costumbres nacionales, sin lo cual esimposible comprender nuestros personajes políticos ni el carácterprimordial y americano de la sangrienta lucha que despedaza a laRepública Argentina. Andando esta historia, el lector va a descubrir porsí solo dónde se encuentra el rastreador, el baqueano, el gaucho malo,el cantor. Verá en los caudillos cuyos nombres han traspasado lasfronteras argentinas y aun en aquéllos que llenan el mundo con el horrorde su nombre, el reflejo vivo de la situación interior del país, suscostumbres, su organización.{66}

CAPÍTULO III

ASOCIACIÓN.—LA PULPERÍA

Le Gaucho vit de privations,mais son luxe est la liberté. Fierd'une indépendance sans bornes,ses sentiments sauvahes comme savie, sont pourtant nobles et bons.

HEAD.

En el capítulo primero hemos dejado al campesino argentino en el momentoen que ha llegado a la edad viril tal cual lo ha formado la naturaleza yla falta de verdadera sociedad en que vive. Le hemos visto hombre,independiente de toda necesidad, libre de toda sujeción, sin ideas degobierno, porque todo orden regular y sistemado se hace de todo puntoimposible. Con estos hábitos de incuria, de independencia, va a entraren otra escala de la vida campestre que, aunque vulgar, es el punto departida de todos los grandes acontecimientos que vamos a verdesenvolverse muy luego.

No se olvide que hablo de los pueblos esencialmente pastores; que enéstos toma la fisonomía fundamental, dejando las modificacionesaccidentales que experimentan para indicar a su tiempo los efectosparciales. Hablo de la asociación de estancias, que, distribuídas decuatro en cuatro leguas más o menos, cubren la superficie de unaprovincia.{67}

Las campañas agrícolas se subdividen y se diseminan también en lasociedad, pero en una escala muy reducida: un labrador colinda con otro,y los aperos de la labranza y la multitud de instrumentos, aparejos,bestias que ocupa, etcétera, lo variado de sus productos y las diversasartes que la agricultura llama en su auxilio, establecen relacionesnecesarias entre los habitantes de un valle y hacen indispensable unrudimento de villa que les sirva de centro. Por otra parte, los cuidadosy faenas que la labranza exige requieren tal número de brazos, que laociosidad se hace imposible y los varones se ven forzados a permaneceren el recinto de la heredad. Todo lo contrario sucede en esta singularasociación. Los límites de la propiedad no están marcados; los ganados,cuanto más numerosos son, menos brazos ocupan; la mujer se encarga detodas las faenas domésticas y fabriles. El hombre queda desocupado, singoces, sin ideas, sin atenciones forzosas; el hogar doméstico lefastidia, lo expele, digámoslo así. Hay necesidad, pues, de una sociedadficticia para remediar esta desasociación normal. El hábito contraídodesde la infancia de andar a caballo es un nuevo estímulo para dejar lacasa. Los niños tienen el deber de echar caballos al corral apenas saleel sol, y todos los varones, hasta los pequeñuelos, ensillan su caballo,aunque no sepan qué hacerse. El caballo es una parte integrante delargentino de los campos; es para él lo que la corbata para los que vivenen el seno de las sociedades. El año 41, el Chacho, caudillo de losllanos, emigró a Chile.«—¿Cómo le va, amigo?—le preguntaba uno.—¡Cómome ha de ir!—contestó con el acento del dolor y de la melancolía—, enChile y a pie.» Sólo un gaucho argentino sabe apreciar todas lasdesgracias y todas las angustias que estas dos frases expresan.{68}

Aquí vuelve a aparecer la vida árabe, tártara. Las siguientes palabrasde Víctor Hugo parecen escritas en la Pampa: «No podría combatir a pie;no hace sino una sola persona con su caballo. Vive a caballo; trata,compra y vende a caballo; bebe, come, duerme y sueña a caballo.»

Salen, pues, los varones sin saber fijamente adónde. Una vuelta a losganados, una visita a una cría o a la querencia de un caballopredilecto, invierte una pequeña parte del día; el resto lo absorbe unareunión en una venta o pulpería. Allí concurren cierto número deparroquianos de los alrededores; allí se dan y adquieren las noticiassobre los animales extraviados; trázanse en el suelo las marcas delganado; sábese dónde caza el tigre, dónde se le han visto los rastros alleón; allí se arman las carreras, se reconocen los mejores caballos;allí, en fin, está el cantor, allí se fraterniza por el circular de lacopa y las prodigalidades de los que poseen.

En esta vida tan sin emociones, el juego sacude los espíritus enervados,el licor enciende las imaginaciones adormecidas. Esta asociaciónaccidental de todos los días viene por su repetición a formar unasociedad más estrecha que la de donde partió cada individuo, y en estaasamblea sin objeto público, sin interés social, empiezan a echarse losrudimentos de las reputaciones que más tarde, y andando los años, van aaparecer en la escena política. Ved cómo:

El gaucho estima, sobre todas las cosas, las fuerzas físicas, ladestreza en el manejo del caballo, y, además, el valor. Esta reunión,este club diario es un verdadero circo olímpico, en que se ensayan ycomprueban los quilates del mérito de cada uno.

El gaucho anda armado del cuchillo, que ha heredado de{69} los españoles;esta peculiaridad de la península, este grito característico deZaragoza: ¡Guerra a cuchillo! , es aquí más real que en España. Elcuchillo, a más de un arma, es un instrumento que le sirve para todassus ocupaciones; no puede vivir sin él; es como la trompa del elefante:su brazo, su mano, su dedo, su todo. El gaucho, a la par del jinete,hace alarde de valiente, y el cuchillo brilla a cada momento,describiendo círculos en el aire, a la menor provocación, sinprovocación alguna, sin otro interés que medirse con u