FLORANTE
VERSIÓN CASTELLANA DEL POEMA TAGALO
CON UN ENSAYO CRÍTICO
POR
EPIFANIO DE LOS SANTOS
REIMPRESO
DE LOS NÚMEROS 7 Y 8 DE
THE PHILIPPINE REVIEW
DE 1916
POR
GREGORIO NIEVA, Editor y Propietario
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MANILA
VIDA
DE
FLORANTE Y LAURA
En el Reino de Albania, deducida de la historia o
crónica pintorescade las gestas del antiguo Imperio
Heleno y versificada por un amante de la Poesía Tagala
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ÍNDICE
FLORANTE, NOLI, PRECURSORES Y TRADUCTORES
A CELIA
1.
Cuando en el pensamiento torno a leer,
de nuestros amores los idos días,
¿habría acaso imagen grabada en él,
que no fuera Celia, la que puso nido en mi pecho?
2.
Aquello, Celia, que solía infundirme pavor
que a amor pusieses en olvido,
abismó a este infortunado
en la honda breña del dolor.
3.
¿Olvidaría, por ventura, de leer
los tiempos idos de nuestro cariño,
el amor de que me hiciste objeto
y mis desvelos y desventuras?
4.
Pasó el día asaz dulcísimo;
tan sólo quedó amor;
anhelo supremo atenazará mi pecho
hasta que en la fosa mi cadáver descanse.
5.
Hoy que la orfandad entristece mi alma,
lo que hago para divertir la pena
es recordar tiempos idos,
con tu imagen, y la entrevista felicidad.
6.
Imagen trazada por pincel amante,
grabada en el corazón y en el entendimiento,
prenda única confiada a mi custodia
y que no será robada ni en la sepultura.
7.
Mi alma, de suyo, vaga
por las revueltas y barrios hollados por sus plantas,
y a los ríos, no profundos, de Beata e Hilom,
mi corazón enamoradizo suele emigrar.
8.
Mi fantasía suele apoyarse
en el pie de la manga, donde pasábamos,
y con los colgantes frutos que deseabas coger
dar alivio a mi corazón huérfano.
9.
Mi ser todo se iba
en suspiros cuando tú enfermaste,
las desesperaciones se me volvían cielo,
Paraíso también la llovediza habitacioncilla.
10.
Adoraba tu imagen
en el Macati río donde se reflejaba;
rastreaba también en el bullicioso embarcadero,
sobre la piedra del piso, las impresiones de tus plantas.
Página 4 11.
Vuelven, y como si tuviese delante,
aquí, los venturosos tiempos,
cual madrugador bañista que se aprovecha del agua dulce
antes de enturbiarla la salobre del mar.
12.
Creo aún oir tu decir favorito:
por tres días no se ha dado en el blanco,
a que contestaba jubiloso;
¡y para una persona hay tanto en mantenimiento!
13.
Cierto que nada hay que no recuerde
mi pensamiento de la huida alegría
que sólo de imaginarla corren mis lágrimas
al tiempo que gimo "¡Oh, qué infortunio!"
14.
¿Dónde estás, Celia, alegría del vivir?
Y nuestro amor ¿por qué no echó raíces?
¿Dónde está el tiempo en que una mirada tuya
era mi vida, alma y cielo?
15.
¿Por qué, cuando nos separamos,
no se cortó el hilo de mi maldita existencia?
Tu memoria es mi muerte,
porque en mi corazón, Celia, eternamente vives.
16.
Esta aflicción sin tasa,
por causa tuya, o por la dicha que huyó,
es la que me invita a cantar,
narrar la vida de un infortunado.
17.
Celia, harto comprendo cuán tímida
e ignorante mi musa, y cuán melancólico es su canto,
sobre baladí, asperísimo;
mas, séanle propicios tus oídos y entendimiento.
18.
Es el primer fruto de mis cortos alcances,
que ofrendo a tus nobles huellas;
recíbelo, aunque, de valer, ajeno,
porque viene de un corazón sincero y amante.
19.
Aun cuando vaya e insultos hagan carne en ella,
mis desvelos serán bien pagados,
si su lectura te arranca un sollozo
que recuerde al ofrendador.
20.
Alegres ninfas de la laguna Bay,
sirenas de canción inefable,
a vosotras hoy os invoca,
con harto dolor, mi pobre musa.
21.
Surgid a la ribera y márgenes circundantes,
y acompañad con vuestra lira mi pobre canción,
que, aunque la parlante vida se corte,
es su deseo que el fiel amor cunda.
22.
Tú, flor de mis ensueños,
Página 5 Celia, que llevas por divisa M. A. R.,
a la Virgen Madre ora
por tu devoto servidor que es F. B.
AL LECTOR
1.
Gracias a tí, lector querido,
si a mis desvelos das valer;
que la poesía, aunque brote de mi caudal escaso,
la aprovechará quien sondearla quiera.
2.
Si a las primeras de cambio parece acedo y acre,
por la agrura e inmadurez de la corteza,
pruebe la vainilla pulposa del fruto
y catará sabor agradable el docto lector.
3.
No pretendo estima en demasía,
haga chacota y ludibrio de mis pobres versos;
haz lo que quieras, que el arpa está en tus manos,
pero no cambies únicamente el verso.
4.
Si a tu lectura hallas verso impropio,
antes de darlo al raspadillo, o por erróneo,
examínalo bien de arriba a abajo,
y lo verás limpio y correcto.
5.
Si viene, anotado, cualquier pie de verso,
si no lo entiende porque es un erudito decir,
fije la vista hacia abajo,
y comprenderá todo su sentido.
6.
Hago punto aquí, ¡oh lector discreto!
Así no me pase lo de Segismundo,
Página 6 que un tan dulce y sabroso lenguaje
trocó en salobre, a fuerza de cambiar el verso.
COMIENZO DE LA NARRACIÓN
1.
Érase un sombrío, melancólico bosque,[1]
maraña sin intersticios de espinoso bejuco;
donde con harta fatiga pugnaban los rayos de Febo[2]
por visitar su interior de sobejana espesura.
2.
Gigantescos árboles daban allí
tan sólo apesaramientos, congojas y tristura;
canto todavía de las aves ponía espanto
al ánimo más sereno y regocijado.
3.
Cuantas yedras sarmentosas se enredaban
en las ramas, iban armadas de púas;
y las frutas, afelpadas, picaban
al que se acercaba y las tocaba.
4.
Las flores de los enhiestos árboles,
paramentos salientes de las hojas,
eran negras y armonizaban
con el olor que producía vértigos.
5.
En su mayoría cipreses y bajunas higueras,[3]
cuya sombra abochornaba,
sin frutos y de anchas hojas
que oscurecían el interior del bosque.
6.
Todavía, los animales que aquí pululaban
eran en su mayoría serpientes y basiliscos en abundancia,
hienas y tigres carnívoros, que así devoraban
al hombre como a los de su especie que vencían.
7.
Este bosque hallábase a la vera de la puerta
del Averno,[4] reino del huraño Plutón,[5]
y sus dominios regaba
el río Cocito de venenosas aguas.[6]
8.
Hacia el centro de este mustio bosque
se levantaba una higuera de desteñidas hojas;
aquí estaba atado el infortunadísimo
a quien su mal sino persiguió.
9.
Página 7 Su continente era de mancebo,
a pesar de tener manos, pies y cuello sujetos,
si no era Narciso,[7] era verdadero Adonis,[8]
su rostro fulguraba en medio de los tormentos.
10.
Tersa la piel y cual yema de huevo,
tenía las pestañas y cejas hechas puro arco,
el color del cabello era de recién purificado oro
y las prendas del cuerpo en justa armonía.
11.
Hubiera allí oréadas,[9]
bosque-palacio de feroces arpías,[10]
tendrían misericordia y amor
al trasunto de la hermosura y del infortunio.
12.
Este juguete de la desdicha y del dolor,
con sus dos ojos que parecían fuentes,
por las lágrimas que a fuerza de llorar estallaban,
esto articuló, que herirá todo pecho piadoso:
13.
¡Cielo vengador! Tu fiereza, ¿dónde está,
hoy que inmóvil yazgo,
mientras la bandera de la iniquidad
se enseñorea del reino de Albania?
14.
Dentro y fuera de mi infeliz patria
la traición impera,
la bondad y el mérito yacen echados,
asfixiados en el hoyo del tormento y de la angustia.
15.
A la buena crianza se aherroja
en los abismos de la vaya y del desasosiego;
a los honrados se soterra
y sepulta sin ataúd.
16.
Mas al alevoso y execrable
se sienta en el trono del honor,
y a cada tartufo de bestial carácter
se sahuma con aromático pebete.
17.
Mientras los perversos y traidores yerguen la cabeza arrogantes, andan los buenos avergonzados y cabizbajos;
la razón santa yace en el suelo, quebrantada,
y lágrimas únicamente desliza.
18.
Los labios que despliegan
palabras de verdad y justicia,
al punto se hienden y amordazan
con espada de muerte ignominiosísima.
19.
¡Oh traidor anhelo de riqueza y poder!
¡Oh ansia de honor cual aire que se disipa!
Página 8 Eres la causa de todos los males
y de los que me trajeron a esta situación tan lastimosa.
20.
Acaso por la corona del rey Linceo
y la riqueza del duque mi padre,
fue osado el conde Adolfo
a sembrar de males el reino de Albania.[11]
21.
Todo esto, misericordioso cielo,
lo ves: ¿cómo es que lo sufres?
Origen eres de todo bien y de toda razón,
¿y permites que un desalmado los suplante?
22.
Mueve tu poderosa diestra,
esgrime la espada de la indignación,
y en el reino de Albania haz sentir
tu venganza contra los malos.
23.
¿Por qué, cielos, eres sordo para mí,
y mis sinceros ruegos desoyes?
¿Será verdad que, para un sicofanta,
tus orejas son todo oídos?
24.
Mas ¿quién penetrará
tus inefables misterios, Dios omnipotente?
Nada será en la costra de la tierra
que a bien no fuera tu designio.
25.
¡Ay, dónde ahora acudiré!
¡Dónde echaré mis lágrimas,
si hoy el cielo ya se niega a oir
el grito de mi doliente voz!
26.
Si tu deseo es que padezca,
¡cielo alto! hágase tu voluntad,
pero haz que el corazón de Laura
palpite, de vez en cuando, por mí.
27.
Y en este océano de adversidades,
cuya inmensidad tengo de vadear,
la memoria que Laura del malogrado amor haga,
será de mi pecho la única alegría.
28.
Su levísimo recuerdo
será para mí inmenso alborozo,
superior a la fatiga y tormento
impuestos por el falaz e inmisericordioso.
29.
Si en mis ataduras pongo el pensamiento,
me siento ya cadáver frío en profundo sueño,
y llorado por la que es mi placer y gozo,
parezco despertar a vida inacabable.
30.
Si hurgo en los ápices de la inteligencia
nuestros amores de mi bien amada,
su llanto cuando tenía pesadumbre
trueca en alegría mis cuitas.
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31.
Mas, ¡infelíz de mí! ¡errada suerte!
¿qué valen ya tales amoríos,
si, quietamente, mi único amor
descansa ya en los brazos de otro?
32.
En el regazo del conde Adolfo
veo a mi Laura amada.
Muerte, ¿dónde está tu antigua fiereza
para que me libre yo de este tormento?
33.
Aquí, preso de angustia, se desmayó,
rindió el corazón al asalto del dolor,
la cabeza dobló y lágrimas vertió,
regando el árbol donde estaba amarrado.
34.
De los pies a la cabeza
el dolor esculpió su saña,
dándole entonces los celos
tirana y artera muerte.
35.
Al de condición más dura
su vista ablandará,
y lágrimas derramaría
que al propio autor fuercen a misericordia.
36.
Espectáculo tan sólo de la traza
de quien sus pesares logró enmudecer,
presto invitará al corazón a llorar
si ya, de los ojos, las lágrimas huyeron.
37.
¿De qué misericordia el pecho no sentirá
del hombre de buena voluntad,
si las plegarias y quejas oyese,
pasado el accidente, del que era la propia imagen del pesar?
38.
Casi todo el bosque estaba sembrado
de quejidos tristísimos,
que todavía repetían y resonaban
el eco contestando en lontananza.
39.
¡Ay, Laura idolatrada! ¿por qué otorgó
a otro el amor a mí prometido,
y traicionó al leal corazón,
por quien lágrimas derramó?
40.
¿No juraste delante del cielo
que no serías desleal a mi amor?
¡Y yo que confié este pecho,
sin barruntar que a esto pararía!
41.
Creí que tu belleza,
pedazo de cielo, era inquebrantable,
fiel tu corazón, sin recelar
que la infidelidad moraba en la hermosura.
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42.
No creí que despreciarías
las lágrimas que vertiste por mí,
ni el dulce remoquete de ser yo el bien amado,
y mi rostro el bálsamo a tus tribulaciones.
43.
¿No era cierto, bien mío, que, cuando ordenaba invadir
el rey tu padre cualquiera ciudad,
cuando trabajabas mi escudo,
tus dos ojos destilaban perlas?
44.
Cuando a mi plumaje atabas
con tus dedos de coral,
tus ansias iban y venían
con las oscilaciones del oro de hilar.
45.
¡Cuántas veces, Laura, me entregaste,
todavía mojada en lágrimas, la banda que usaría,
y la dabas acongojadísima,
temerosa de que en la lucha me hiriese!
46.
Volante y peto no permitías
que tocasen y se ajustasen a mi cuerpo,
sin antes desherrumbrarlos,
temerosa de que mi ropa manchasen.
47.
Examinabas su resistencia y brillo
para que los tajos resbalasen,
y aun a distancia no cejaban tus reparos
para que, en medio del ejército, al punto se distinguiesen.
48.
Adornabas mi turbante
con perlas, topacio y brillante rubí,
aparte el movedizo diamante,
llenándolo con tu nombre, la letra L.
49.
Mientras ausente luchaba,
al rebusco ibas de cuanto pudiera divertirte,
y, aunque triunfase, al comenzar a entrar,
ya estaba a tu vista, y todavía el miedo te sobrecogía.
50.
Todo tu temor era que me hiriesen,
nada creías que antes no vieras,
y si revelaba la piel leve rasguño,
lo lavabas con tus lágrimas.
51.
Cuando guardaba algún pesar,
al punto inquirías su motivo,
y, hasta que lo conseguías, ibas besando
mi rostro con tus labios de rubí.
52.
No parabas hasta averiguarlo,
pronto le aplicabas el remedio,
me conducías al jardín para allí buscar
de entre las flores la que podría darme huelgo y solaz.
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53.
Cogías las más hermosas,
y en mi cuello colgabas
ensartadas y alternadas flores,
para desterrar mi tristeza.
54.
Si mis dolores no calmaban,
tus pestañas se inundaban de lágrimas;
¿dónde están ahora esos halagos
que apacigüen mis torturas?
55.
Vente, Laura, que necesito
ahora tus solicitudes de pasados días,
ahora recaba de tí auxilios
tu infeliz amante en agonía.
56.
Y ahora que es inmenso mi infortunio,
no te imploro caudal de lágrimas,
una gota, aliviadora, bastará,
si arranca de tu corazón amante.
57.
Palpa ahora mi cuerpo,
examina mi herida no inferida por espada,
lava la sangre que brota de las huellas de la atadura
de mis manos, pies y cuello.
58.
Vente, amor mío, y cata mi ropa,
en la que no querías manchas de herrumbre;
desata la cuerda y remúdame,
para que hallen lenitivo mis aflicciones.
59.
Fija los ojos
en mi traza, echadero de amarguras,
para mitigar la veloz carrera
de lo que ha de acabar con mi vida.
60.
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