lo que lanzaba su cándida mirada,
o, felicidad, brote del amor,
reclamo de Cupido sutil e intangible.[36]
277.
La llama del rostro no se diferenciaba
de la de Febo al amanecer;
cuerpo atildado, bien rimado
y muy en armonía con la modestia de su porte.
278.
En alegría se asemejaba
a la flor recién abierta por el rocío;
y, quienquiera que la viese,
cadáver o avenates de locura tendría si no amase.
Página 32 279.
Esta es la Laura que aniquila
mi pensamiento cada vez que miento,
y la causa de mis desesperaciones y lloros
que prestan tono tan melancólico a mis palabras.
280.
Hija de Linceo, rey malogrado,
y cifra de mis ilusiones;
¿por qué permitió el alto cielo
que la viese, si yo no la merecía?
281.
¡Oh, rey Linceo! si no la obligaste
a tomar parte en nuestra plática,
mi vida no hubiera sufrido,
hoy que la traicionó tu hija amada.
282.
No, amigo mío, Laura no es infiel;
no sé el por qué de su olvido;
mi suerte es la de befa y escarnio
indigna para el gozo y la alegría.
283.
¿Podría acaso la traición asirse
a la riqueza del cielo en belleza?
Hermosura, ¿por qué no te desenredas
de los atropellados y traicioneros pasos?
284.
¿No era tu razón, puesto en trance
de claudicar en medio de las tentaciones:
que tu honradez era, con mucho,
superior a carecer de hermosura y brillo?
285.
¿Era todavía esto ineficaz para atajar
tu inconsistencia y perversa inclinación?
Cual culmine en grandeza,
tal tableteará cuando de bruces caiga.
286.
¡Oh, bizarro guerrero apiadado de mí!
a la aparición ya de la nueva estrella,
y desde que la vi, de súbito, el amor
arrebató el corazón ofrendado a mi madre.
287.
Es decir, las lágrimas que mi rostro surcaron,
al ser huérfano de madre,
se consagraron a Laura, y mi corazón se llenó de terror
por la irreverencia, acaso, que tal acto supondría.
288.
No acertaba con las palabras,
por mi alboroto y enajenamiento de ánimo;
cuando tomó parte en nuestra reunión, aquellas
salían desgarbadas aunque las acicalaba.
289.
Cuando terminó la conversación,
era hombre al agua;
turbada el alma y el corazón abrasado
por la llama del primer amor.
290.
Página 33 Tres días me hospedó el rey
en el palacio real, insigne en opulencia;
y no conseguí hablar con la causa de mis males
y que confiaba me daría dicha.
291.
Aquí probé mayor dureza,
superior a la primera de marras,
y di por mentidos todos los pesares
comparados con los que del amor nacían.
292.
Gracias que al día siguiente,
cuando el ejército marchaba para Crotona,
la suerte me deparó instantes para hablar
con la princesa que cautivó mi ser.
293.
Expuse, con palabras amorosas,
suspiros, lágrimas y gemidos,
el amor sañudo que me ahogaba,
y sigue ahogando mi destartalada vida.
294.
El recio corazón del milagro de hermosura,
sintió piedad de mis cuitas,
y, no fuera porque su ingénita entereza
puso veto, mi amor sería bienhallado.
295.
Pero, si el sí no llegó a decir,
el nublado de amor se abrió y disipó,
dándome, a mi salida, mantenimiento
de vergonzantes perlas escurridas de sus ojos.
296.
Llegó el día de la marcha.
¿Quién soportará el dolor que me invadió?
En mi corazón ¿qué mal
hubo que no clavó su dardo?
297.
¿Habrá, tal vez, pena que supere en amargor
al del amante ausente del bien amado?
Sólo imaginarlo, aun sin realizarse, basta
para abatir al corazón más endurecido.
298.
¡Oh, ofrecedores de fragante pebete
al gran altar del dios Cupido,
vosotros comprendeis mi dolor
al quedar huérfano de Laura amada!
299.
Y, no fuera por las lágrimas con que fui proveído,
hubiera ya muerto antes de sufrirlo,
dolor que no mitigó hasta nuestro arribo
al enmantado pueblo de Crotona.
300.
El fuerte iba ya a saltar a los golpes
de las máquinas de sitio,
cuando atacamos yo y mi ejército,
poniendo en apuro al que sitiaba la ciudad.
301.
Página 34 Aquí de la carnicería sin cuartel,
que a Atropos hubo de fatigar,
por la siega y corte de vidas
de los moribundos que en sangre nadaban.
302.
Vista por el gran general Osmanlic
mi braveza en el combatir,
siete filas yuxtapuestas de acero
abrió con su cimitarra para alcanzarme.
303.
A derecha e izquierda suya yacían
mis bravos soldados;
se acercó a mí con ojos fulminantes,
vente, dijo, y peleemos......
304.
No nos separamos por cinco horas,
hasta que se agotó la piedra del valor;
al darle muerte, hubo duelo del cielo
por el guerrero pasmo de la tierra.
305.
Entonces entró el terror
en el enemigo, que pareció atacado de peste
por el diezmador acero de Minandro famoso,
pronunciándose campo y victoria a nuestro favor.
306.
Este triunfo alivió de la tristura
a los sajados por la inclemencia;
el peligro se convirtió en alegría,
y la puerta de la ciudad abrióse presto.
307.
Nos salió al encuentro el poderoso rey
seguido de todo el pueblo hecho libre;
el agradecimiento se desbordaba,
con tropel ditirámbico, de las lenguas.
308.
Aquel pueblo maltrecho y recién repuesto
de las enconadas asechanzas del enemigo,
por su libertad, a porfía,
se me acercaba, para besar mi traje.
309.
A los gritos de la vocinglera Fama,[37]
los vivas incesantes se inmiscuían,
los desordenados "gracias a tí, salvador nuestro", oyeron en el cielo las estrellas.
310.
Subió de punto la alegría cuando se supo
que era nieto del rey que veneraban,
ni era menos, asimismo, la del monarca;
las lágrimas deban fe del regocijo.
311.
Subimos al palacio famoso
y descansaron los soldados de sus fatigas,
pero el pueblo, casi por tres días,
olvidó su costumbre de dormir.
312.
Página 35 Aun en la alegría nuestra de mi abuelo rey,
mezclábase con alevosía el dolor,
y la muerte de mi madre dilecta,
ha tiempo agostada, volvió a reverdecer.
313.
Aquí creyeron mis pocos años,
que en el mundo no hay dicha completa;
que por una sola alegría, apercibidos vienen
siete pesares, y hasta sin tasa.
314.
A los cinco meses en Crotona,
pugné por volver al reino de Albania.
¿Qué obstáculo habrá para los llamamientos del amor,
mucho más si, a lo que se va, es a una Laura?
315.
A pesar de nuestra forzada marcha,
me aburría y deseaba volar.
¡Oh, cuando vi las murallas de la ciudad,
mis presentimientos fueron mortales!
316.
Y era que lo que flotaba
en el fuerte no era bandera cristiana,
sino la Desjarretadera, e invadido el reino[38]
por Aladín, peste del pueblo que entraba a saco.
317.
Hice alto con el ejército que acaudillaba,
al pie de un monte con derrumbaderos;
de repente divisamos
patrulla mora en lenta marcha.
318.
Custodiaba una doncella atada,
a nuestro juicio, para decapitarla;
mi corazón dio un vuelco,
presintiendo fuera Laura, mi vida.
319.
Así que no pude contener el impulso del ánimo,
y acometí, de repente, a los moros;
¡suerte fue del que huyó que no halló su muerte
en mi mortífero acero que esgrimía a toda furia!
320.
Cuando ya no hubo en quien descargarla,
me acerqué a la enmudecida prisionera,
y, cuando descorrí lo que encubría su rostro,
¡cielos, era Laura! ¿habrá mayor infortunio?
321.
La iban a decapitar por no allanarse
a los torpes apetitos del emir de la ciudad;[39]
el osado rijoso, conduciéndose cual bestia,
abofeteó al paradigma de la hermosura.
322.
A escape desligué de las manos
la cuerda inhumana e irrespetuosa,
Página 36 mis dedos, de devoción, se recataban
de tocar una piel tan digna de respeto.
323.
Aquí recibió confortante mirada
el corazón herido de amor,
día de dicha en que por primera vez oí
amado Florante de los labios de Laura.
324.
Cuando supe que estaban en la cárcel
el dechado monarca y mi dilecto padre,
di órdenes al ejército y asaltamos, sin tregua,
hasta rescatar la patria Albania.
325.
Ya dentro de sus muros,
a la cárcel ocurrí primeramente,
saqué al rey y al duque, mi padre,
y, de entre los magnates, a Adolfo.
326.
Inmensa fue la alegría del rey
y la de los ya libres próceres,
a Adolfo únicamente angustiaba
el honor por mí conquistado.
327.
Su envidia subió de punto,
cuando fui llamado salvador de la ciudad,
por quien celebró fiestas el magnánimo rey
en el palacio real con toda largueza.
328.
Supo luego que me apreciaba
la belleza por quien él suspiraba:
el conde Adolfo se moría
por la corona y las manos de Laura.
329.
Tomó cuerpo la semilla traída de Atenas,
la plantó con objeto de causar mi perdición;
para Adolfo nada hay tan grimoso
como mi vida, que no logra eliminar.
330.
No trascurrieron meses de alegría del reino
y de acciones de gracias por su libertad,
arribó un ejército asolador,
procedente de Turquía, asaz inhumana.
331.
Aquí del peligro y torcimiento de manos
de todo un pueblo sacado de la sumisión;
principalmente, Laura, cuyo temor
me fuera infausta la suerte en el encuentro.
332.
Como fui el general nombrado
por el rey del ejército que haría frente al moro,
se serenó, de su terror, el ánimo del pueblo,
pero fue como envenenado el corazón de Adolfo.
333.
Porque quiso el cielo que venciera
al ejército del afamado Miramolín,
comenzó el día de pánico
de los crudos muslimes para con el reino de Albania.
Página 37
334.
Aparte esto, de varias divisiones del enemigo
fui triunfando seguidamente,
de manera que mi pujante acero
fue temido por diez y siete reyes.
335.
Un día que acababa de ganar una batalla
en la ciudad de Etolia que invadí,
recibí de mi rey carta,
ordenándome, con apremio, el regreso a Albania.
336.
Y el mando del ejército que guiaba
encomendase a Minandro.
Partí en el acto del reino de Etolia,
por obediencia al rey, y marché para Albania.
337.
Llegué muy cerrada la noche,
entrando en el reino, sin preocupación alguna;
a seguida fui sitiado ¡gran traición!
por unos treinta mil alfanjeros.
338.
No me dieron tiempo de desenvainar
la espada que llevaba y de repelerlos;
ataron todo mi cuerpo,
aherrojándome brutalmente en la cárcel.
339.
Excusado decir mi asombro y tristeza,
sobre todo al saber que asesinó al rey
el conde Adolfo, haciendo otro tanto
con mi padre amado, que se complacía en su hijo.
340.
El deseo de enriquecerse y ser rey,
y su sed de mi sangre impulsaron
al corazón del conde a valerse de celadas.
¡Oh, infortunada ciudad de Albania!
341.
Más desdichada eres que la gobernada
por un ignorante y tirano;
que el rey sediento de riqueza
es el cielo duro castigo al pueblo.
342.
Soy todavía más infeliz, y defraudado en amor;
¿habrá acaso mayor duelo que oir
que mi princesa, con ahinco, prometió
casarse con el conde Adolfo infame?
343.
Este es el que inyectó eficaz veneno
en las venas de mi corazón doliente,
y deseó que mi vida acelerase,
y a la nada, de donde vino, volviese.
344.
Durante los diez y ocho días de prisión,
me aburrí de no morir;
de noche me sacaron y empujaron
a este bosque donde fui atado.
Página 38
345.
Por segunda vez gira ya Febo
sobre la tierra desde que me amarraron;
y, cuando creí despertar en otro mundo,
al abrir los ojos, me encontré en tus brazos.
346.
He aquí mi vida de anudados males,
y todavía sin saber cuál sería su último destino....
Aquí se cortó la larga narración,
tomando entonces la palabra el moro:
347.
Ya que de tu vida vine en conocimiento,
conocerás también la de con quien hablas.
Yo soy el Aladín, de la ciudad de Persia,
vástago del ilustre sultán Ali-Adab.
348.
Por este rocío que cae cual aguacero,
deducirás lo que fue mi vida....
¡Ay, padre mío! ¿Por qué ... ? ¡Ay, Flérida, mi alegría!
Amigo, permite que paz haya.
349.
Seamos ya dos los que las lágrimas aniquilen,
ya que somos uno en el infortunio;
esperemos en este bosque la jornada final
de nuestra vida, tan brava y rudamente trabajada.
350.
Florante guardó religioso silencio,
y sollozó todavía más que Aladín.
Vivieron en el bosque como unos cinco meses;
una mañana decidieron explayarse.
351.
Recorrieron el interior del bosque,
aunque los rastros apenas se reconocían;
entonces narró el célebre Aladín
su vida harto lastimosa.
352.
En las guerras, decía, donde intervine,
no me costó trabajo el luchar,
como cuando luché con el corazón diamantino
de Flérida amada, por quien, sin duelo, padezco.
353.
Cuando formaba piña con las princesas,
era Diana en medio de las ninfas,[40]
así que la tenían en el reino de Persia
por una de las Huríes de los profetas.[41]