máspoderosamente
en
la
imaginación.
Ya
reproduciendo las SagradasEscrituras; ya exponiendo en las ceremonias del culto los símbolos deldogma cristiano; ya ostentando pompa y solemne aparato en el serviciodivino; ya, en fin, en sus fiestas y suntuosas procesiones, excitabanatural y vivamente á los habitantes de este país meridional, éinflamaba enérgicamente su fantasía. Y no se crea por esto que lasformas revestidas por el catolicismo perjudicaran en lo más mínimo, comoacaso pudiera haber sucedido bajo el imperio de circunstancias diversas,á la tendencia poética preparada de antemano en España, y firme ya ysegura. La continua mezcla de lo divino y de lo terrestre, el influjoinmediato y sensible de lo sagrado y su íntimo enlace con la vidahumana, representado en el culto, favorecieron á las artes que seguíanestrechamente á la religión. Habiéndose adelantado el clero á traer á latierra lo sobrenatural, no temieron los legos representar, empleando lasimágenes y las palabras y sin miedo á profanaciones vituperables, losaugustos misterios de la fe; vasto campo se abría por este camino alarte y á la poesía española, que podía hollar confiada, al contrario delo que sucedía en otras naciones, que sólo podían recorrerlo contimidez, no revistiendo el culto de formas extrañas tan perceptibles. Deaquí la sorprendente libertad y atrevimiento característico de la poesíaespañola en desenvolver los asuntos religiosos; de aquí la completafusión de lo divino y lo humano, de la religión natural y sobrenatural,que le imprime tan original colorido; de aquí, por último, su índolealegórica, simbólica y mística, y, á pesar de esto, tan clara ycomprensible.
Merced á los constantes esfuerzos de la Iglesia en dar forma corporal ytangible á la totalidad del dogma católico, siempre estuvieron presentesen la memoria del pueblo sus más insignificantes detalles. El círculo,que abrazaba su ortodoxia, por grande que fuese el celo con que sedefendía, no se estrechó nunca tanto que no dejase inmenso espacio á laimaginación y á las galas del ingenio. Extraordinaria fué la libertad,el ardor y la seguridad de que hizo alarde la fantasía de los españolesde aquella época en la expresión de las ideas é imágenes cristianas.
Lavasta esfera de lo sobrenatural y misterioso en la religión nunca serecorrió como entonces, ni con afición tan preponderante. Al mismotiempo que circulaban las sagradas historias del Antiguo y del NuevoTestamento, las antiguas leyendas cristianas, etc., de todos conocidas,corrían también número
casi
infinito
de
tradiciones
españolas
y
leyendasmilagrosas, que se aumentaban de día en día. Para recordar todas estascreencias y conservarlas frescas en la memoria, sirvieron mucho lasfiestas anuales, comunes á todos los pueblos católicos, y grandiosas porsí mismas, y otras varias peculiares de la liturgia española. En estacategoría debemos colocar las señales y manifestaciones divinas, losmilagros de la Encarnación y Redención, y los actos de santos ymártires, que se recordaban continuamente. La Iglesia española no omitiómedio alguno en el arreglo y pormenores de estas festividades paraofrecer tan sagrados objetos á los sentidos, y con ese objeto empleó áun tiempo los encantos de la música, de la pintura y de la poesía, artesnobilísimas, y la pompa más deslumbradora en el culto divino. La música,sobre todo, servía fielmente en el santuario, y contribuía bajodistintas formas á las solemnidades del culto. No nos toca tratarextensamente de la antigua música española, á pesar de yacerdesconocidas casi todas sus obras en los archivos de las catedrales;pero ateniéndonos á la fama de muchos maestros, como Pérez, Salinas,Monteverde y Gómez, y al influjo que ejercieron en los demás países deEuropa, y á juzgar por alguna que otra prueba de su talento musical, quese oye de vez en cuando en nuestros días, debemos deducir que en lossiglos XVI y XVII hubo en España una escuela de música, que podíarivalizar con las italianas por su fecundidad y excelencia. Casi no secelebraba ninguna festividad religiosa de importancia sin solemnesoraciones, misas, salmos y villancicos para hacer más impresión. Las másfamosas, y las que se prestaban con más frecuencia á este linaje decomposiciones, eran la misa del Gallo, en la noche de Navidad; la Pasiónel Viernes Santo; el miércoles de Ceniza, en que se hacían laslamentaciones; las Cuarenta horas, con la letanía al SantísimoSacramento; la Salve regina; los salmos á la Mater dolorosa; laCandelaria, con tres villancicos; las horas de la Pascua, y el día del Corpus. Es difícil formarse una idea exacta de estas funciones, cuandose verifican bajo las bóvedas majestuosas de las catedrales españolas.Al mismo tiempo que la música se consagraban también las artes deldiseño al servicio de la Iglesia, representando á los sentidos, por susdiversos medios, las Sagradas Escrituras. No sólo ostentabaninnumerables obras de escultura y de pintura las paredes, altares,capillas y sacristías de los templos y monasterios, sino que hasta enlas calles y plazas públicas se mantenía viva la devoción de lostranseuntes, ofreciéndoles por do quier imágenes de santos de granmérito artístico[57].
Más fuerte y poderosa era la impresión, que hacían las numerosasprocesiones que se celebraban con frecuencia en ciertas fiestassolemnes, llevando cuadros y estatuas adecuadas al objeto de la función,que pasaban en andas á la vista del pueblo arrodillado. Preciábase en elmás alto grado el honor de esculpir ó pintar alguna imagen para estasprocesiones, y con este motivo se celebraban justas solemnes entre losartistas más famosos del país[58]. Más adelante demostraremosdetenidamente el íntimo enlace de la poesía con la religión por mediodel drama religioso.
Ahora basta á nuestro propósito recordar laspoesías líricas religiosas, tan innumerables y excelentes, que formanuno de los más bellos florones de la literatura española, y llevanimpreso el sello místico de la época en caracteres tan nobles comopuros[59].
Para sentir en toda su fuerza estos bellísimos cantos; paraapreciar la influencia que tuvieron en fortalecer el espíritu religiosode la nación, es indispensable conocer su origen y objeto, hoy casiolvidado. Casi todos ellos, por diversos que sean su espíritu ycolorido, y desde los cantos religiosos más sencillos hasta el pomposohimno, nacieron en el seno de la religión y se destinaron á ella, yapara ser cantados ó recitados mientras se celebraba el culto divino, yapara circular en forma de hojas volantes por el pueblo, sirviendo unosy otros para conmemorar y ensalzar objetos religiosos. El clero no semostró indiferente á estos servicios, que hizo la poesía en favor de susintereses: alentóla y recompensóla por todos los medios para atraer álos poetas á esta senda, y con ese propósito convocó en ciertasocasiones solemnes concursos poéticos, ofreciendo premios á la mejorcomposición que celebrase el objeto de la fiesta. En los años de 1595,en la canonización de San Jacinto; en el de 1614, en la beatificación deSanta Teresa, y en 1622, en la canonización de San Isidro de Madrid[60], hubo justas poéticas de esta especie, á que concurrieron casi todos lospoetas más afamados de España.
La osada y fecunda fusión de lo sagrado y lo profano, peculiar alcatolicismo español, penetró también en las fiestas religiosas.
Si noexcluían por completo las diversiones del siglo (pues se solía bailardetrás de la procesión, ó en las calles por donde pasaba, ó ante lasimágenes de los santos), se consagraba irremisiblemente al placer lanoche de los días festivos. La de San Juan, sobre todo, había en todaEspaña estrepitosa algazara, encendiéndose hogueras y luminarias entodas las alturas, según una antigua costumbre; resonaban por todaspartes voces de júbilo, y en aldeas y ciudades hormigueaban alegresgrupos que se
solazaban
bailando,
cantando
y
retozando,
ó
discurriendocallados y entregándose á la alegría y libertad universal de esta noche.Fácil es de comprender que ofrecía ocasión favorable á la existencia deamorosas intrigas, divertidos pasatiempos y aventuras animadas. Lo mismosucedía en otras fiestas, como en la de Santiago, Santa Ana, etc. Cuandose leen las descripciones, que han hecho algunos viajeros, de la vidaque se llevaba en la Península, ó las que nos han transmitido losnovelistas y dramáticos españoles, se estiman en lo que valen lossombríos colores, con que se nos ha pintado con frecuencia el estado deEspaña, como si fuera el de un país grave y adusto. De esos documentosauténticos se desprende, que, en vez de ser así, el pueblo españolpasaba una vida de las más tranquilas y disfrutaba de todos losplaceres. Además de los enlazados con las fiestas religiosas, habíaotros muchos en todo el año. Las Carnestolendas, por ejemplo, traíanconsigo general alegría y bromas numerosas. En los mercados y ferias,que se celebraban en todas las poblaciones de alguna importancia, nosólo concurrían en busca de diversiones compradores y vendedores, sinocuriosos innumerables, puesto que en ellas, como en las consagracionesde las iglesias, en las bodas, etc., nunca faltaban entretenimientos yfiestas de todo género. Bandas de gitanos, titiriteros, músicos ycómicos recorrían el país, y eran generalmente bien recibidos por elplacer que proporcionaban.
Cantares y danzas embellecían las reuniones,y hasta los humildes
menestrales,
después
de
concluir
sus
faenascuotidianas, dedicaban algunas horas al recreo.
«Pocas naciones, dice un escritor francés (que, según parece, visitó laPenínsula), tienen tanta afición á la música como la española. Pocos sonlos que no saben tocar la vihuela y el arpa[61],
instrumentos de que sesirven para acompañar sus cantos amorosos; y tal es la causa de que losjóvenes, así en Madrid como en otras poblaciones, recorran de noche lascalles con guitarras y linternas.
«No hay jornalero español que, al acabar su trabajo, no tome la guitarrapara solazarse en las calles y plazas tocando y cantando; se puede deciren pocas palabras que los españoles tienen afición natural á la música,y que tal es el motivo de que les agraden tanto los espectáculos, queentre ellos consisten generalmente en iluminaciones y música, toros ycomedias, intercalando en estas últimas entremeses con cantos[62].»
La afición á la poesía se extendió mucho en este período por todas lasclases de la sociedad. La manía de componer versos se hizo epidémica:príncipes y condes, guerreros y hombres de Estado, abogados y médicos,sacerdotes y frailes, se dedicaron á esta tarea, y hasta los jornalerosy campesinos no se quedaron atrás. La facilidad que ofrece para laversificación la lengua española, no dejó de contribuir también á ello,empleándose á este
efecto,
no
sólo
las
antiguas
combinaciones
métricasnacionales, sino las más artísticas de los italianos; romances,redondillas, décimas, glosas, sonetos, octavas y canciones se componíanpor los motivos más livianos: la poesía era la gala de la vida y elintérprete de todos los placeres y penas.
En el curso de nuestrahistoria demostraremos con abundantes pruebas el interés universal queexcitaba la poesía. Ahora recordaremos tan sólo las corporacionesliterarias y poéticas, que se formaron en gran número en casi todas lasciudades importantes. A imitación de las academias italianas, quellegaron á su apogeo en el siglo XVI[63], se fundaron otras en Españacasi en la misma época. La más antigua, de que tenemos noticia, seorganizó en la casa de Hernán Cortés, y fué presidida por él[64].
Lasmás famosas de la época, y las que más nos interesan, son la Academiaimitatoria, que se fundó en Madrid en 1586[65]; la de los Nocturnos,que celebró sus sesiones en Valencia en 1591[66], y La Academiaselvaje, fundada en Madrid en 1612[67]. Las innumerables referenciasque se hacen á otras, prueban que estas corporaciones, de origenextranjero, se extendieron por España casi tanto como en su patriaprimitiva[68]. De ordinario se ponían bajo la protección de los primerosdignatarios del Estado; sus
miembros eran famosos poetas y numerososaficionados á la poesía, grandes de primera clase y ciudadanos dehumilde cuna, siempre que tuviesen las cualidades necesarias. Las juntasen que se dilucidaban diversas cuestiones literarias, ó se leían obraspoéticas, ó se analizaban y criticaban, se celebraban de ordinario en lacasa del presidente, ó, por su orden, en las de los individuos máscaracterizados.
CAPÍTULO III.
Actividad poética de esta época.—El culteranismo.—Poesía lírica,prosa novelesca, libros de caballería, poesía épica.—Originalidadde las letras españolas.—Los teatros español é inglés.
I lo expuesto hasta aquí prueba el universal interés, que inspiraba lapoesía, el examen atento de la literatura española manifiesta á lasclaras que el reinado de los tres Felipes, y los primeros años delmonarca que les sucedió, forman la época en que aparece más fecunda laactividad poética. Corresponden á ella, en efecto, el mayor número delas infinitas composiciones citadas en el Viaje al Parnaso, en el Laurel de Apolo, en los trabajos bibliográficos de Don NicolásAntonio, Ximeno, Rodríguez Baena, Latassa, etc. Aun descontando losdramas, que omitimos adrede, es su número extraordinario; y no es sólosu número (que podría probar únicamente la afición universal de la épocaá la poesía) lo que excita nuestra sorpresa, sino su valor y mérito.Los galicistas del siglo XVIII, tan ignorantes como mezquinos, seatrevieron solos á calificar en general la poesía española de este siglode que hablamos, de poesía de mal gusto, distinguiendo sólo, en toda laliteratura del mismo, alguna que otra producción rara y fenomenal, y node mucha importancia.
La prosa y verso, á cuyo estilo se dió el nombrede culto, debe considerarse únicamente como un hecho aislado, que casidesaparece
cuando
se
recuerdan
otras
muchas
composiciones del mayormérito. Lugar es éste oportuno de exponer en pocas líneas la relación,que hubo entre este estilo tan cacareado con la poesía española,considerada en su conjunto, puesto que más adelante trataremosespecialmente de la influencia que ejerció en el drama. Luis de Góngora(nacido en Córdoba en 1561), de talento é ingenio sobresaliente, movidopor su afán de cobrar fama, y después de haber intentado llamar en vanola atención escribiendo muchas producciones excelentes, concibió elsingular propósito de inventar una dicción poética mucho más perfecta.Construcciones latinas, nuevas voces, inversiones forzadas, y una manerade escribir distinta enteramente de la ordinaria, y llena de antítesis yde imágenes ampulosas, formaron los elementos esenciales del nuevoestilo que debía realzar á la poesía española. Es indudable quesemejante absurdo merece una reprobación unánime, aunque Góngora, ápesar de sus extravíos, fuese siempre un hombre ingenioso y un verdaderopoeta. Sólo en el Polifemo y en las Soledades llevó hasta laexageración su estilo pedantesco y afectado, ampuloso y lleno dehojarasca, sometiendo por completo el fondo á la forma. En casi todassus poesías se encuentran excrecencias deplorables de mal gusto, al ladode muchas bellezas de primer orden deslustradas por el estilo culto,pero de tanto valor, que casi nos hacen olvidar sus defectos. Si lasobras de Góngora se hubiesen estudiado con juicio y previsión, en vez deproducir imitaciones descabelladas y copias absurdas y ridículas, podíanhaber enriquecido á la literatura española con un copioso tesoro degráficas locuciones, giros é imágenes. Desgraciadamente siguieron lashuellas del maestro poetas adocenados y pobres de imaginación, queexageraron hasta lo sumo sus locuras y caprichos, dando tortura á laspalabras y acumulando obscuras metáforas y voces nuevas y disparatadas.Disfrazaban su incapacidad con un turbión de palabras pomposas, y lesservía su estilo hiperbólico y ampuloso para ocultar la pobreza de suingenio. Si Góngora afectó siempre precisión; si casi todas susnebulosidades más desacreditadas encierran por lo común singularprofundidad, y cuando se examinan despacio nos sorprenden por suagudeza, sus
imitadores
acumularon
tan
sólo
un
caos
de
imágenesheterogéneas, vano oropel y necia confusión; y cuando se reconstruyenrigorosamente sus frases, se averigua que el pensamiento es nulo porcompleto. Los principales gongoristas ó culteranos, como FranciscoManuel de Melo, el conde de Villamediana y Félix de Arteaga, seesforzaron sin descanso en introducir su estilo en todos los génerosliterarios, aunque pueda sostenerse que la esfera á que se extendió suinflujo duradero, fué en general muy limitada. Apenas apareció Góngoracon sus innovaciones,
se
declararon
en
contra
los
más
distinguidospoetas españoles, capitaneados por Lope de Vega.
La lucha, como despuésveremos, se entabló también en la escena, y cuanto más degeneraba elculteranismo, tanto mejor triunfaban sus adversarios. El brilloprimitivo de aquel estilo y el genio
verdadero
de
su
inventor,
pudierondeslumbrar
momentáneamente al mayor número; pero la posteridad seencargó bien pronto de desvanecer su aureola, y el gongorismo arrastródesde entonces su trabajosa existencia entre sus partidarios, que seelevaban recíprocamente hasta las nubes como si fueran grandes poetas,aunque por lo demás sin adquirir importancia ni lugar preferente en larepública de las letras.
Párrafos aislados de ese estilo ampuloso éhinchado se encuentran, sin duda, en otros escritores contaminados conel ejemplo de Góngora; pero cierta ampulosidad en la frase, ciertaafición al abuso de las imágenes y metáforas, se notan desde época muyanterior en muchos escritores españoles, como en los antiguoscancioneros y en Juan de Mena, como se observa más tarde en Herrera, y,por último, en Lope de Vega. Esta profusión no debe considerarse como unfenómeno peculiar del siglo XVII, ni tampoco como un efecto delgongorismo; y aunque jueguen papel no despreciable en las obras de esteúltimo, se distinguen, sin embargo, de los defectos que caracterizan alestilo culto, ó más bien dicho, de los que constituyen su esencia, comola rebuscada obscuridad y confusa construcción, el abuso de lasinversiones, burlándose deliberadamente de las reglas de la sintaxis, yel neologismo y la fraseología desordenada, cuyas palabras tienensignificación distinta ú opuesta á su uso ordinario. No por esto hemosde rechazar el cargo de sutileza en el fondo y de hinchazón en la forma,que se observa en muchos adversarios muy ilustrados de los gongoristas,y alcanza á una parte importante de la literatura española. Pero se hainsistido también en la particularidad de que los defectos criticados,que en el espíritu de los españoles tienen íntimo enlace con el carácteroriental, no aparecieron en el siglo XVII más fuertes y exagerados queen el precedente. Nosotros sostenemos tan sólo, que, examinando en suconjunto la literatura amena de este período, las faltas aisladas, quela deslustran en parte, están más que compensadas por la verdaderabelleza que se hace notar entre ellas, y por la singular elegancia yclásica corrección de lo restante. Una ligera indicación de lascomposiciones más notables de los diversos géneros de poesía (nosiéndonos lícito detenernos más en esta parte) confirmará nuestrosasertos. Esta reseña
servirá
también
para
dar
á
conocer
las
distintasdirecciones, que tomó la actividad poética de la época, y para tocar ála vez algunos puntos relacionados con el drama.
Encontramos en la lírica á Góngora, de quien tantas veces hemos hablado,componiendo en su juventud obras maestras al estilo antiguo popular,romances, letrillas y villancicos, y brillando siempre por sus eminentesdotes poéticas hasta en medio de sus extravíos posteriores, cuando seprecipitó sin freno ni mesura en el campo de sus innovaciones; áVillegas, el príncipe de los eróticos españoles, inimitable en loscantos anacreónticos, y tan distinguido por sus odas como por susidilios; á los dos Argensolas[69], celebrados por la claridad yprecisión clásica de su estilo, por su juicio exacto y por su caráctervaronil, justamente aplaudido en sus epístolas y sátiras; á Rioja, sinrival en la ternura de sus sentimientos cuando contempla á lanaturaleza, y por su intensidad y dulce fuego; á La Torre, alabado porsu brillante manera de exponer los asuntos y por la sonoridad y armoníade su cadencia; á Juan de la Cruz, Salas, Malón de Chaide, poetas deunción verdadera y profundo sentimiento religioso; á Alcázar con susgracias singulares, que siempre divierten; á Aldana, Soto de Rojas,Medrano, Arguijo, Figueroa,
Argote
de
Molina,
y
otros
innumerables,
queflorecieron entonces y alcanzaron merecida fama entre el aluvión depoetas notables que los rodeaban[70]. Si se echa una ojeada al conjuntode producciones que estos vates escribieron, ó nos sentimos arrebatadospor la sencillez y verdadera poesía de sus romances y cantos, imitandoel antiguo estilo nacional, ó por la dulzura y rotundidad de sulenguaje, que tomó por modelo al italiano, pudiendo dudarse si hay otrasnaciones que ofrezcan tantos y tan excelentes líricos. En la prosa amenaencontramos, primero la obra maestra de Cervantes, que no tiene igual enninguna otra literatura, y que por sí sola vale tanto como unabiblioteca entera de novelas. Los libros de caballería, que encantaronpor tanto tiempo á los lectores españoles, no dejan de ser muyimportantes[71]. Mucho más influyó en ellos la sátira que se hace en Don Quijote, que en las novelas pastoriles que imitaban á la Diana,de Montemayor[72]. Los prosistas españoles más distinguidos seconsagraron á describir las costumbres y la sociedad de su época, ya enpequeñas novelas, en las cuales descolló entre todos Cervantes,imitándolo Montalván, Mariano de Carvajal y Saavedra y otros, ya en lasfamosas picarescas, por el estilo de El lazarillo de Tormes, quetraducido é imitado ha recorrido toda Europa. El Guzmán de Alfarache,de Alemán; el Gran tacaño, de Quevedo, y el Marcos de Obregón, deEspinel, son las obras maestras de esta especie, llenas de unconocimiento profundo del corazón humano, de gracia inagotable, deanimación y de sal, que por sus descripciones exactas de la vidaordinaria forman la más decidida oposición con el mundo ideal yfantástico de las obras coetáneas; pero no desnudas por esto deinvención poética.
Forman la tercera serie de manifestaciones de la vida de la nación laspinturas burlescas y fantásticas, traducidas después á casi todas laslenguas de Europa, á las cuales tituló Sueños Quevedo, y á cuyaespecie pertenece también El diablo cojuelo, de Guevara, de tantoéxito, y, por último, la República literaria, de Saavedra Fajardo,obra ya más culta y perfecta.—En la épica hallamos una serie de ensayosque comprenden el período anterior, y dan testimonio de las tentativasde los españoles para poseer una poesía épica nacional[73]. La verdades, sin embargo, que ninguna de estas obras consiguió plenamente suobjeto. Ya había pasado para España el tiempo, en que nacen lasverdaderas epopeyas nacionales, y tuvo que contentarse con los libros decaballería, algo semejantes á la epopeya, y también obra suya.
Todos losesfuerzos, que después se hicieron, para transformar en epopeyaartística á la historia nacional, se estrellaron por completo en laimposibilidad de la empresa, no obstante la actividad de muchos yaventajados ingenios que consagraron á ella sus fuerzas. Casigeneralmente ahogó la influencia predominante de la historia las chispasépicas, que lucieron acá y allá. Tampoco presidió más favorable estrellaá los poemas románticos españoles, por el estilo de los de Ariosto yBoyardo, que
retrataban
la
vida
caballeresca
con
sus
aventurasimaginarias, ó, por lo menos, no puede compararse ninguno con susmodelos italianos. Pero si partiendo de estas premisas es menestercolocar á la poesía épica española en el más ínfimo peldaño de suliteratura, no es posible desconocer, sin embargo, que La Araucana, deErcilla; el Bernardo, de Balbuena; la Angélica y la Jerusalén, deLope; La invención de la Cruz, de Zárate, y otras muchas, á pesar desus defectos, abundan en bellezas poéticas aisladas, y pueden ornar sinrebozo cualquiera literatura. Tampoco debemos olvidar, ya que tratamosde la épica, los poemas cómicos, que, como La mosquea, deVillaviciosa; La gatomaquia, de Burguillos; Las necedades de Roldán,de Quevedo, etc., ofrecen mucha gracia y elegancia, y rivalizan con lomejor de esta especie que han producido otras naciones.
En este período ejercieron escaso influjo en la española las literaturasextrañas. Sólo con la italiana y la portuguesa tuvo algún contacto.Esta, si se exceptúan las obras de Camoëns, produjo poco original, y,desde la anexión de Portugal á España, rindió más bien tributo á la desu dominadora. Más eficaz hubiera sido la influencia de la italiana,merced á sus ricos tesoros, ya por el trato íntimo que había entre ambospueblos un siglo hacía (puesto que Nápoles y Milán formaban parte de lamonarquía española), ya por el parentesco de sus idiomas, quecontribuyó á que se conociesen en seguida en cualquiera de estos dospaíses las producciones más notables que aparecían en uno de ellos.Leyóse, en efecto, en España á Dante, Petrarca, Boccacio, Boyardo,Ariosto, Tasso, Bandello, Anthio, Marino, etc., así en traducciones comoen el original, excitando la vena poéti