Historia de la Literatura y del Arte Dramático en España -Tomo III by Adolfo Federico Conde de Schack - HTML preview

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Nuestra admiración se aumenta sobremanera cuando reflexionamosque su autor ocupaba una posición importante en el estado eclesiástico.Sin embargo, á pesar de su atrevimiento, estos rasgos epigramáticos sepresentan con tanta benevolencia y en versos tan harmoniosos, bajo unvelo tan bello de ironía, y con galas tan seductoras, que hasta losatacados por ellos no pueden menos de reirse también al oir las palabrasdel hermano de la Merced.

De lo expuesto se puede deducir, naturalmente, que los papeles delgracioso en Tirso se distinguen de todos los demás por su riqueza; y asíes, en efecto, porque este tipo dramático aventaja en sus comedias átodas las demás de la misma clase del teatro español: su carácter, susocurrencias, las situaciones cómicas en que los presenta, descubren unagracia incomparable, y rara vez descienden de la región de la fina burlaática á la de groseras bufonadas. Este papel no se presenta en sus obrastan fijo é igual á sí mismo, como en la de otros muchos dramáticos de sutiempo, sino variando en ellas y ofreciéndonos rasgos distintos. Y estanto más extraña esta excelencia del poeta, y más digna de nuestraadmiración, cuanto que en todas sus obras introduce este papel, yconformándose con la costumbre general seguida en su época, aunque seoponga, más bien que favorezca, á su plan dramático, como, por ejemplo,en Amar por razón de estado.

La inclinación de Tirso á la sátira se ostenta hasta en los títulos desus comedias, llamando á algunas de ellas comedias sin fama, paraburlarse de los empresarios de teatros y de los libreros, queapellidaban famosas hasta á las de los autores más inferiores.

Este poeta lleva á veces tan lejos su atrevimiento, que no sólo lomanifiesta en el desarrollo del plan de sus obras dramáticas, sino queva tan lejos, que al parecer se burla de la poesía, del público y hastade sí mismo. Distinguíase, como pocos, por la facilidad de susinvenciones ingeniosas y originales; y en algunas de sus obras, siemprecalculando su efecto con la mayor habilidad, hace gala de esa prendapoco común, desde el principio de la acción hasta su término. Pero no esraro tampoco que, cuando desarrolla un plan dramático, con su accióndirigida á un fin determinado, se le antoja de repente abandonarlo ydestruir por completo con sus manos lo mismo que había edificado.Burlando burlando desgarra él mismo su obra; se deplora que así lo haga,pero con un pincel poético, que se asemeja á una varita mágica, evoca enun instante á nuestra vista un nuevo edificio más bello que el anterior;nos arrebata en sus escenas, más seductoras la una que la otra, y deplacer en placer y de sorpresa en sorpresa, nos obliga, contra nuestravoluntad, en vez de irritarnos contra él, á agradecerle el goce que nosproporciona. La verosimilitud, por tanto, no le preocupa, por reglageneral, y hasta se mofa de ella, ofreciéndonos escenas inesperadas queforja á su capricho, y levantando en los aires, como extrañascombinaciones de nubes, las creaciones más singulares; pero exorna loque inventa con una luz tan brillante y tan agradable; son tansorprendentes y tan atractivas las situaciones de sus personajes, y estanta la gracia que brilla en el conjunto de sus composiciones, que nosarrebata á nuestro pesar, nos deslumbra con tantas bellezas y no nosdeja tiempo para averiguar cómo y por qué hace todo esto, limitándonos ásentir el placer que excita en nosotros, de vernos tan ingeniosamenteengañados. Tirso es un encantador, que puede forzarnos á creer hasta loincreible, porque antes que nos sea dado reflexionar en lo que hacemos,nos vemos envueltos en sus mágicas redes y transportados á losmaravillosos paisajes de su original poesía.

En el trazado de sus caracteres se observa, en parte, la misma libertad.No es esto decir que le falte la capacidad de diseñarlos con manosegura, y desarrollarlos después en todo el curso de su obra; alcontrario, en Marta la piadosa, en Amor y celos hacen discretos, porejemplo, nos demuestra que es acabado maestro en esta materia, así comose encuentran también en todas sus comedias pruebas aisladas de laprofundidad de sus observaciones psicológicas y de su conocimientoperfecto de lo más íntimo del alma humana, aunque su predileccióninnegable por las situaciones interesantes y por lo sorprendente, loarrastran con frecuencia á no motivarlo como debe, teniendo en cuentalos actos de sus personajes. De aquí que éstos hablen á veces de maneraque, agrandándonos y aun deslumbrándonos, no convenga, sin embargo, porcompleto al carácter especial de los interlocutores.

D. Agustín Durán ha puesto de relieve, con su penetración acostumbrada,uno de los rasgos originales de este autor en el trazado de caracteres:

«Los hombres de Tirso—dice en el prólogo á sus comedias de laBiblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra,—son siempre tímidos,débiles y juguete del bello sexo, en tanto que caracteriza á las mujerescomo resueltas, intrigantes y fogosas en todas las pasiones, que sefundan en el orgullo y la vanidad. Parece, á primera vista, que suintento ha sido contrastar la frialdad é irresolución de los unos, conla vehemencia, constancia y aun obstinación que atribuyó á las otras enel arte de seguir una intriga, sin perdonar medio alguno, por impropioque sea.»

Esto es decir demasiado, si se refiere á todas las comedias de Tirso,que á veces nos presentan mujeres débiles y hombres de carácterenérgico; pero no puede negarse que es exacto este juicio, aplicado á lamayoría de sus obras dramáticas, y que demuestra cuáles eran las ideasparticulares de este poeta, en general, acerca de los caracteresesenciales y distintivos del sexo masculino y femenino.

Á esta observación hay que añadir otra acerca del carácter moral deestas producciones literarias. Lo mismo desconoce Tirso los escrúpulospoéticos que los morales. Todos los poetas dramáticos españoles hantrazado intrigas amorosas no morales, que á veces degeneran hasta lalicencia; se puede asegurar que, como nunca se propone explicarlecciones de moral, sino sólo representar las costumbres de su tiempo,sin aprobarlas ni censurarlas, se limita sólo á satisfacer el agrado queresulta de sus cuadros, cuidándose muy poco, en lo general, de lamoralidad ó inmoralidad de los mismos. En un drama de Antonio EnríquezGómez, titulado Engañar para reinar, se desenvuelve la máxima de que,para la consecución del poder, son lícitas las intrigas y engaños másgroseros, pareciendo deducirse la consecuencia peligrosa de que, para lasatisfacción de las pasiones, no ya sólo del amor, sino también de loscelos y de la venganza, todos los medios son buenos; pero en cuanto alamor, es preciso confesar que, por lo común, se considera como un afectoferviente, no como un capricho frívolo. Nuestro poeta, pues, sobrepujaen libertad á todos los demás al hacer descripciones de esta índole. Sinembargo, nunca es grosero ni indecente, y hasta en sus diálogos máslibres y sus escenas más chocantes aparecen revestidas siempre de lasgalas más bellas de la poesía, porque sabe presentar los hechos másdudosos en punto á moralidad, con la sencillez más encantadora y con elcandor más ingenuo. No obstante, es preciso convenir en que levanta conharta frecuencia el velo, que debiera encubrirlos, y que ofrecesituaciones de tal índole en la escena, que valiera más omitirlas. Acasono haya diferencia más característica entre nuestro siglo y el de Tirso,que las relativas á las ideas sobre moralidad, predominantes en cada unode ellos.

Pero lo cierto es que los contemporáneos del poeta no seescandalizaban de asistir á la representación de sus obras; que el mismoautor pertenecía á una orden monacal; que profesaba principios rígidos yseveros; que existía una censura vigilante, á cuyo examen se sometíantodos los escritos que habían de darse á la prensa, y que el cargo decensor estuvo siempre desempeñado por eclesiásticos, por lo cual nopuede menos de sorprendernos, al leer en una de las licencias expedidaspara la publicación de las obras de Tirso de Molina, «que nada secontiene en ellas que se oponga á las buenas costumbres ni comprendanningún ejemplo pernicioso para la enseñanza de la juventud.» Es depresumir, á pesar de esto, que algunos escrúpulos hubo de sentir elpoeta fraile, allá en los repliegues de su conciencia, cuando sólo connombre fingido permitió que circulasen sus comedias, publicando otrasmuchas obras suyas con el verdadero.

Conviene tener presente, sin embargo, que la crítica indicada sólo esaplicable á un número proporcionalmente reducido de las comedias deTirso, y que la mayor parte de ellas están libres de ese defecto.

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CAPÍTULO XXVI.

Crítica particular de las obras dramáticas más notables de Tirso.

AY ciertas creaciones suyas en las cuales parece recrearse depreferencia, por la repetición con que se muestran en sus obras.Doncellas, por ejemplo, que se disfrazan con traje de hombres paravengarse de amantes infieles y para indisponerlos con sus rivales, sereproducen en muchas.

La más notable de las que desenvuelven este tema es, á nuestro juicio,la que lleva el título de Don Gil de las calzas verdes, una de sus másfamosas comedias, que hasta ahora se ha mantenido en el teatro españolcon el mayor aplauso de los espectadores de todas las épocas, y lo mismose observa en El amor médico, en La huerta de Juan Fernández y enalguna otra. Agrádale también presentar cortes extranjeras en la escenapara el desarrollo de sus intrigas dramáticas, y un aventurero español,rival de diversos príncipes que pretenden la mano de alguna princesa, elcual, después de los sucesos más interesantes, sin duda por sercompatricio del poeta, logra siempre al cabo la victoria. Muchas vecessus personajes, que pertenecen á la clase más elevada de la sociedad, seven contrapuestos á los de las más bajas de la misma, resultando, delcontraste que forman las costumbres cortesanas con las rústicas ópopulares, situaciones divertidas con extremo, que el poeta aprovechapara su objeto con su ordinario ingenio, formando las delicias delpúblico. En ocasiones traslada á la corte á campesinos y explota elcontraste de sus hábitos antiguos con los nuevos modales, que intentanadoptar, convirtiéndolos en fuente inagotable de las más ingeniosas yagradables ocurrencias. En otras, personajes del más alto rango, yadisgustados de la monotonía de la vida cortesana, ya por otras causas,viven entre labradores ó pastores, vestidos como ellos, y cuando lacasualidad los reune con otros cortesanos, aprovechan su disfraz paramostrar la más fina ironía y hacer las observaciones más mordaces contrala libertad de los habitantes de las aldeas y su candor aparente. Eltalento de Tirso es también incomparable para el idilio en toda supureza, sin adición alguna satírica, y nunca pierde la ocasión dehacerlo brillar en todo su esplendor. No se crea, sin embargo, que sustrabajos de esta índole son tan insípidos y frívolos como otros de esegénero, populares entonces en toda Europa, porque pinta la vida yaficiones de los campesinos españoles con la más seductora sencillez,con pinceladas vigorosas é inimitables, infundiéndoles vida y carácterreal. Sólo Lope de Vega es su rival en esta parte.

Ya hemos mencionado algunas de las mejores comedias de Tirso; pero nosfalta indicar lo que, á nuestro juicio, sobresale más y merece llamarpreferentemente la atención entre sus innumerables obras dramáticas, yexponer concisamente el argumento de algunas, á fin de conocer la esferaen que giran sus invenciones y en que más se distingue de los demáspoetas. Así formaremos una idea exacta, y en lo posible metódica, de sucarácter y cualidades. No dejaremos de confesar que nuestro propósito,tratándose de Tirso, tropieza con graves dificultades, en cuanto sepropone imprimir orden en nuestro juicio sobre sus obras, y con tantamayor razón, cuanto que el trazado ó exposición de sus argumentosdramáticos sólo puede dar una idea muy incompleta del conjunto de cadauna de sus comedias; y si lo hacemos así, es porque no hay otro mediomás adecuado al alcance de quien escribe la historia de la poesía depresentar á los lectores de su obra las cualidades características decualquier poeta, y á la vez el conocimiento concreto y detallado de susescritos. Repetimos, pues, la advertencia, que ha de tenerse muypresente, de que el mérito singular de los dramas de Tirso no seencuentra ni en el arte con que está trazado su plan, ni en el arregloni unidad del conjunto, sino en la variedad y en el interés de lassituaciones, en el vigor y la vida de los caracteres, en el coloridoseductor de sus imágenes, en la agudeza inimitable de su ingenio y en elbrillo de su dicción poética; que, por tanto, al exponer el argumento decada uno de ellos, apenas se ve otra cosa que una especie de caputmortuum, y que sus defectos, en esta forma, son más aparentes que susexcelencias.

La villana de la Sagra comienza en una posada: dos criados seentretienen en la antesala jugando á las cartas, mientras sus señores,en la habitación contigua, hacen lo mismo. Las bromas de los dosbribones, á costa de sus amos, son muy divertidas; pero pronto pasan delas burlas á las veras, se acaloran, y el uno da un bofetón al otro. Enel mismo instante se presentan también sus amos disputando vivamente,sacan las espadas, y Don Luis mata á Don Juan, huyendo en seguida de laposada para escapar de la justicia. Después se nos presenta en la escenaDoña Inés, la hermana del matador, que se ve perseguida por los ruegosamorosos importunos de un hermano del muerto, á quien anuncia que seabstenga en lo sucesivo de visitarla en el instante mismo, en que recibela noticia del homicidio y huida de Don Luis; y como se considera poresta causa sin protector contra las asechanzas y pretensiones de unamante odioso, resuelve, sin demora, disfrazarse de hombre y reunirsecon el fugitivo.

En la escena inmediata, no ya en Santiago, sino en Toledo, Don Pedro,joven galán, persigue en la calle á Angélica, seductora doncellatoledana, é intenta acercarse á ella dirigiéndole frases amorosas; peroes rechazado con desprecio. El fogoso y apasionado mancebo, fuera de sípor los desdenes de la Angélica, resuelve, en su pasión, realizar á lafuerza su deseo sin contemplaciones de ningún género. Ofrécele laocasión más favorable para saciar su apetito la fiesta de San Roque, quese celebra en la noche de aquel día en las inmediaciones de Toledo, estoes, en lo que se llama propiamente la Sagra. Las escenas siguientesrepresentan esta fiesta, descritas con la más viva y brillante poesía.Los asistentes á ella se abandonan sin reserva á sus danzas y cantos,sin aprensión ni temor alguno, cuando de repente se presenta armado DonPedro y roba á la bella Angélica. El fugitivo Don Luis llega también almismo paraje, después de consumado el rapto. La narración del delito loindigna sobremanera, corre en busca del raptor, lo alcanza, y liberta ála robada.

En el acto segundo aparece Doña Inés, vestida de hombre, en el camino deToledo, á donde ella cree que ha huído su hermano, por residir en esaciudad un pariente de ambos. Ve acercarse dos caminantes, y conoce queson su hermano y su criado. Don Luis, en efecto, había estado en Toledo;pero habiendo muerto su tío, había tomado la resolución de escapar á susperseguidores disfrazándose en traje más humilde, y entrando al serviciodel padre de la doncella, á quien había arrancado de manos del raptor.Inés lo sorprende hablando con su criado, mientras declara su pasión porla bella Angélica, por cuya causa, ya para estar á su lado sin estorbos,ya avergonzada de su disfraz, determina no darse á conocer de él, sino,al contrario, en cuanto le sea posible, permanecer como desconocidacerca de su domicilio. Se encamina, por tanto, á la aldea de la Sagra, yentra como paje en la servidumbre de Don Pedro, atraído también almismo paraje por su amor á la bella Angélica. Éste, arrepentido entoncesde su reciente atentado, pretende honrosamente á la seductora villana, ycuenta con la aquiescencia de su padre, el más rico personaje de laaldea; pero Angélica no quiere oir hablar de él, enamorada ardientementede su libertador, á pesar de haberle visto tan á la ligera, que apenasrecuerda sus facciones. Mientras ella se abandona sin freno á suinclinación, preséntase Don Luis, humildemente vestido; pretexta serantiguo criado de su salvador, y le ruega que, por su intercesión, loadmita su padre en el número de sus servidores. El enredo y lascomplicaciones á que dan lugar estos hechos, son tales y tan grandes,que es imposible referirlos. Sin embargo, en lo más substancial sereducen á lo siguiente: Angélica, en la apariencia, se muestra dispuestaá obedecer la voluntad de su padre, y manifiesta á Don Pedro ciertainclinación, porque espera de este modo, más bien que resistiéndosedirecta y abiertamente, impedir su odioso matrimonio. Don Luis, mientrastanto, jardinero en la casa de la villana, prosigue la ejecución de suproyecto, ya trayéndole cartas amorosas de su pretendido señor, yaacercándose, como tal y sin disfraz, á las rejas de Angélica, yentablando con ella tiernos diálogos amorosos. En el huerto, en dondese consagra especialmente al cuidado de las colmenas, tiene con ellafrecuentes entrevistas, y asiste también á las que celebra con supretendiente Don Pedro. Como le consta que es fingida la inclinación queAngélica muestra á su pretendiente aprobado, no siente celos algunos,sino que, al contrario, se burla del pobre engañado, ya entonandoalegres cánticos que expresan su propia dicha, ya mofándose de suburlado rival, ya interrumpiendo los amorosos diálogos de los dosamantes con la intervención de un enjambre de abejas que lanza entreambos, y hasta golpeando á Don Pedro, so pretexto de librarlo de lapicadura de una de ellas. Estas escenas son de una gracia pastorilinimitable, por su mezcla de ternura y entusiasmo, y por la ironía y lalibertad poética que las distingue.—La comedia termina de esta manera:Angélica averigua que Don Luis y su pretendido criado son una mismapersona. Inés, empleada como paje de Don Pedro para llevar mensajesamorosos, es traidora á su señor al desempeñar su encargo, y hace loposible por favorecer á su hermano, y se descubre á él, puesto que antesno la había reconocido. Angélica llega en el momento en que los doshermanos se abrazan estrechamente, y siente rabiosos celos creyendoinfiel á su amante. Determina, para vengarse, dar su mano á Don Pedro,y Don Luis, al saberlo, como Orlando, por Angélica, se vuelve loco; perofelizmente todo se arregla al cabo con felicidad, puesto que Don Pedroes obligado por su padre á celebrar otro casamiento, aunque esto no sejustifique con razones sólidas, y Angélica, averiguado su error, se casacon su constante y enamorado pretendiente.

La villana de Vallecas (asunto tratado después, primero por Moreto en La ocasión hace al ladrón, y más tarde por D. Dionisio Solís), nossorprende por su complicada y animada intriga, y se ha conservado hastahoy en la escena española, entre las obras más aplaudidas. El capitánDon Gabriel de Herrera tiene relaciones amorosas con Doña Violante,valenciana distinguida, á la que abandona después por encaminarse áMadrid á solicitar el perdón del Rey, por haber matado á otro en undesafío mientras vivió en Flandes. Para hacer este viaje toma el nombrede Don Pedro de Mendoza; un concurso singular de sucesos lo lleva á unaposada próxima á Madrid, en donde conoce á un caballero, llegado deMéjico, que realmente lleva el mismo nombre, y otra casualidad hacetambién que, por una mala inteligencia de los criados, se cambien losdos cofres de Don Gabriel y del mejicano. El verdadero Don Pedro nopuede, pues, identificar su persona, á lo cual contribuye la existenciade pruebas de haber cometido un crimen en Madrid, mientras que elculpable, teniendo á su disposición el cofre de su homónimo, no sólo seve dueño de oro en abundancia y ricas joyas, sino también de ciertascartas dirigidas á un Don Gómez, con cuya hija había de casarse DonPedro. El capitán, desplegando la mayor diligencia, se presenta en lacasa de Don Gómez como su yerno, y es recibido con los brazos abiertospor el padre y por la hija, mientras que el desventurado Don Pedro, quellega después y trabaja en restablecer la verdad de los hechos, esconsiderado como un farsante, y además de esto, como si fuera DonGabriel, es llevado á la cárcel por las gestiones de un hermano de laengañada valenciana. Doña Violante se ha puesto en camino en esteintervalo para buscar á su infiel amante, y para expiarlo mejor, haentrado á servir en Vallecas, pueblo inmediato á Madrid, á un labradorque se dedica á hacer pan, que ella ha de vender diariamente en lacapital. Se da traza de entrar en la casa de su rival y de indisponer álos dos amantes, descubriendo el engaño del último y obligándole, alfin, casándose con ella, á cumplir sus antiguas promesas. Las escenas,en que la fingida aldeana censura las costumbres de la corte, consencillez aparente y en el lenguaje popular, que imita á la perfección,diciendo la verdad sin ambajes ni rodeos, son de las más bellas que hasugerido hasta ahora la musa cómica. No hay necesidad de añadir que elDon Pedro verdadero es reconocido como tal, y que se casa con la hija deDon Gómez.

La celosa de sí misma se distingue por su argumento, de invenciónexcelente y trazado con admirable ingenio y dominio del asunto. Uncaballero joven viene de las provincias á Madrid, en obediencia á lasórdenes de sus padres, para casarse con una dama que no conoce, y de laque sólo sabe que es muy rica. No muestra gran inclinación á esteenlace, siendo para él indiferentes las riquezas, y deseando sólo que sumujer sea bella y virtuosa. A poco de llegar á Madrid ve una dama, á lasalida de la iglesia, cuyo porte y aire le enamoran, á pesar de llevarun velo que oculta completamente su rostro; entra en conversación conella y se apasiona aún más con este incentivo. Pero esta dama, por unaextraña casualidad, es la misma destinada á ser su esposa. Cuando visitadespués á su prometida, en la casa de sus futuros suegros, manifiestapoco entusiasmo por ella, enamorado sólo de la desconocida.

DoñaMagdalena, adorada con el velo y despreciada con el rostro descubierto,tiene celos, pues, con razón, de sí misma, y ofendida delcomportamiento de su prometido, resuelve castigar la tibieza de éste ypremiar la fogosa pasión del amante. Tal es el argumento de estacomedia, notable por sus muchas y divertidas escenas.

Amar por señas es una obra dramática magistral en toda la extensión dela palabra, tan original como ingeniosa, y llena de bellezas poéticas deprimer orden por su energía y por su dulzura. Un caballero español,llamado Don Gabriel, ha asistido á un torneo en la corte de Lorena,rompiendo más lanzas que ninguno de sus contrincantes.

A su regresopernocta en un bosque, en donde, hablando con su criado, le dice queviaja muy afligido porque la princesa Beatriz, hija mayor del Duque, áquien ha visto sólo de paso, le ha inspirado un amor ardiente. Mientrasentabla este diálogo, le roban su equipaje, sin notarlo, y, cuando loaverigua y corre á buscarlo, observa á lo lejos un hombre que, alparecer, lo espera. Es un criado de la corte que le confiesa haberlorobado por orden de una señora, que le ama; Don Gabriel pregunta quiénes ella, y le contesta que una de las tres Princesas. El criado se alejade allí mientras tanto, y Don Gabriel le sigue, ya excitado por lacuriosidad, ya para no perder ciertos recuerdos de una de sus anterioresdamas guardados en su equipaje; de repente se ve solo en la obscuridad,porque, sin notarlo, ha llegado, en persecución de su ladrón y atraídopor él, á un aposento del castillo, y encuentra cerradas las puertas ásu rededor, pero no permanece mucho tiempo en este estado, porque suservidor, el gracioso, se descuelga con una cuerda por la chimenea; enuna palabra, el caballero extraviado ha caído en un castillo encantado.No tarda en ponerse en movimiento un torno que hay en la pared, pormedio del cual recibe el caballero luz y un cesto con manjares.

Dentrodel cesto viene también una carta, que dice lo siguiente: «Por lospapeles que os he usurpado, sé, Don Gabriel Manrique, parte de vuestrosamores. Quien temerosa de perderos os ha impedido el viaje, mal os loconsentirá celosa. El cuarto de esta quinta que os detiene estádeshabitado, y imposible en él vuestra salida mientras no juréis, con laseguridad que los bien nacidos empeñan palabras, y las firméis devuestro nombre, no partiros de nuestra corte sin licencia mía, norevelar á persona estos secretos, y conjeturar por señas cuál de lastres primeras damas es la que en palacio os apetece amante.»

Doña Beatriz ha ideado esta intriga para probar la perspicacia delcaballero extranjero, y para cerciorarse de que es espontáneo el amorque le profesa; con este objeto, sin revelar su plan, distribuye, entresus hermanas, varias joyas y otras prendas para engañar mejor á suamante. Don Gabriel presta su juramento, y se presenta de nuevo en lacorte como si no estuviera enamorado: su corazón se inclina á Beatriz;pero los diversos objetos suyos, que poseen las Princesas, la simpatíaque le manifiestan y otras circunstancias casuales que concurren en esteenredo, le confunden de manera que, complicándose aquél más y más, yaque no podemos, por desgracia, descender á sus pormenores, se resuelveal cabo casándose el caballero, como ardientemente deseaba, con laprincesa Doña Beatriz. Esta comedia se distingue, desde el principiohasta el fin, por una serie de escenas tan ingeniosas como interesantes,y así en su conjunto como en sus partes es tan bella y tan perfecta, quedebe ser considerada, con justicia, como una de las obras más excelentesde la poesía cómica.

Poco menos divertido é interesante es el argumento de la titulada Nohay peor sordo que el que no quiere oir. Don Diego, con arreglo alconvenio que hay entre su padre y Don García, debe casarse con Catalina,la primogénita del último; pero en realidad está más enamorado de Lucía,la hermana menor, que también le corresponde por su parte.

Catalina, queama apasionadamente á su futuro esposo, por cuya razón está celosa desu hermana, se esfuerza por todos los medios posibles en persuadir á supadre que la case con un cierto Don Fadrique; pero los amantes se oponená este propósito con todos sus recursos, é intentan, por medio de laastucia, el logro final de sus deseos.

Don Diego pretexta á veces, paraalejar ese enlace, que detesta, tener ya elegida otra esposa, y DoñaLucía, á su vez, se finge sorda sólo por no oir hablar de Don Fadrique yde su casamiento. Esta sordera fingida, de la cual toma su título laobra, da ocasión á las escenas más graciosas. Don Diego induce después áun primo suyo, llamado Don Juan, á disfrazarse de alguacil y acusar áDon Fadrique de un delito supuesto. En virtud de otra intriga, DonGarcía se ausenta algún tiempo de su casa, cuya ausencia aprovechan losamantes casándose, y á su regreso traen la noticia de que Don Fadriqueha sido forzado por la justicia á dar su mano á otra dama, á quien habíahecho promesa formal de casamiento; Don Diego y Doña Lucía se lepresentan ya como recién casados, y Doña Catalina, perdidas susesperanzas, acepta la mano que Don Juan le ofrece.

Amar por arte mayor es una comedia de mucho mérito, por su gracia, yconocida probablemente de Calderón y no olvidada cuando escribió su Secreto á voces.

La protagonista de La fingida Arcadia es una Condesa italiana,entusiasta hasta el extremo de las poesías de Lope de Vega, declarandopor este motivo, á sus diversos pretendientes, que el elegido entreellos será sólo el que reuna todas las cualidades que Lope de Vegaatribuye al pastor Anfriso en su Arcadia. Todos los galanes adoptan,pues, los nombres y trajes de los pastores, consiguiendo al cabo lavictoria un español, que sirve á la Condesa disfrazado de jardinero.

El vergonzoso en Palacio goza de singular celebridad, mereciéndola máspor su excelente trazado de caracteres particulares y por sussituaciones dramáticas numerosas, que por la harmónica trabazón de suconjunto. Amar por razón de estado abunda también en iguales bellezas,y sobresale por lo perfecto de su plan. En Mari Hernández la gallega y Averígüelo Vargas observamos personajes de naturalidad extraordinaria,y reunen en grato consorcio la dulzura del idilio con el interés de unaacción animada y rica en detalles. Amor y celos hacen discretos nosofrecen un aticismo acabado en su exposici