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PRÓLOGO
Esta edición ha sido reproducida por Light of the World Publication Company. Este libro pretende ilustrar las verdaderas controversias reflejadas en la lucha incesante y los múltiples dilemas morales. Las explicaciones y las ilustraciones están especialmente diseñadas e incorporadas para situar al lector sobre los desarrollos pertinentes en las esferas histórica, científica, filosófica, educativa, religioso-política, socioeconómica, legal y espiritual. Además, se pueden discernir patrones y correlaciones claras e indiscutibles en los que se puede percibir el trabajo en red, el interfuncionamiento y la superposición de Escuelas de Pensamiento antitéticas pero armoniosas.
La larga trayectoria de coerción, conflicto y compromiso de la tierra ha preparado la plataforma para el surgimiento de una nueva era. Las preguntas candentes se enfocan en el advenimiento de esta nueva era anticipada, acompañada por sus superestructuras, sistemas de gobierno, regímenes basados en derechos e ideales de libertad y felicidad. Sobre el tapete, el engaño, la represión estratégica y los objetivos del nuevo orden mundial, este libro electrónico conecta los puntos entre las realidades modernas, los misterios espirituales y la revelación divina. Este persigue el progreso cronológico desde la catástrofe nacional hasta el dominio mundial, la destrucción de un sistema antiguo y la creación de un sistema nuevo, iluminando sucintamente sobre el amor, la naturaleza humana e incluso la intervención sobrenatural.
Una y otra vez, esos eventos extraordinarios han moldeado el curso de la vida y la historia, mientras que incluso prefiguran el futuro. Viviendo en tiempos de gran turbulencia e incertidumbre, el futuro ha sido apenas comprendido. Afortunadamente, este trabajo permite una visión panorámica del pasado y del futuro, destacando los momentos críticos de la época que se han desarrollado en cumplimiento de la profecía.
Aunque nacidos en condiciones poco prometedoras, afligidos en crisoles extenuantes, varios individuos se han atrevido, han perseverado en la virtud y sellado su fe, dejando una marca inefable. Sus contribuciones han dado forma a la modernidad y han allanado el camino para una culminación maravillosa y un cambio inminente. Por lo tanto, esta literatura sirve como inspiración y como herramienta práctica para una comprensión difícil y profunda detrás del manto de las cuestiones sociales, la religión y la política. Cada capítulo narra tanto el mundo como la condición humana, envueltos en la oscuridad, asediados en agudos enfrentamientos e impulsados por agendas siniestras, ocultas y motivos ulteriores. Aquí, están expuestos sin vergüenza a simple vista. Sin embargo, cada página irradia rayos resplandecientes de coraje, liberación y esperanza.
En última instancia, nuestro ferviente deseo es que cada lector experimente, crezca para amar y aceptar la verdad. En un mundo permeado de mentiras, ambigüedad y manipulación, la verdad permanecerá para siempre como el anhelo por excelencia en el alma. La verdad engendra vida, belleza, sabiduría y gracia, resultando en un propósito renovado, vigor y una transformación genuina, aunque personal, en perspectiva y vida.
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto TABLA DE CONTENIDO
LIBRO PRIMERO. ESTADO DE COSAS ANTES DE LA REFORMACIÓN .... 10
LIBRO SEGUNDO. JUVENTUD, CONVERSION, Y PRIMEROS TRABAJOS DE
LIBRO TERCERO - LAS INDULGENCIAS Y LAS TESIS. 1517 - MAYO 1518.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto
LIBRO CUARTO - LUTERO ANTE EL LEGADO. MAYO - DICIEMBRE, 1518.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto TABLA DE CONTENIDO DETALLADA
LIBRO PRIMERO - ESTADO DE LAS COSAS AIÍTES DE LA REFORMACION.
CAPÍTULO I.
Decadencia del paganismo. —El cristianismo.—Dos principios distintivos. —
Formación del papado.—Primeras invasiones.—Cooperación de los obispos.—
Patriarcados.—Cooperación de los príncipes.—Influencia de los barbaros.—Poder secular de los papas.—Las decretales.—Desordenes De Roma.—Nueva época.—
Hildebrando.—Sus sucesores.—La Iglesia.
CAPÍTULO II.
Corrupción de la doctrina.—La buena nueva.—La salvación entre las manos de los sacerdotes.—Las Penitencias.—Las indulgencias.— Méritos supererogatorios.—El purgatorio.—Tarifa.—Jubileos.—El papado y el cristianismo CAPÍTULO III.
Estado de la cristiandad —Teología.—Dialéctica.—Trinidad.—Predestinación.—
Estado primitivo.—Redención.—Gracia.—Penitencia
CAPÍTULO IV.
Religión.—Reliquias.—Risa de Pascua.—Costumbres.—Corrupción.—De los órdenes de los sacerdotes,—de los obispos,—de los papas.—Borgia.— Instrucción.—
Ignorancia.—Ciceronianos
CAPÍTULO V.
Esfuerzos de la reforma.—Los príncipes.—Los letrados.—La Iglesia CAPÍTULO VI
Naturaleza indestructible del cristianismo.—Dos leyes de Dios.—Fuerza aparenta de Roma.—Oposición
oculta.—Decadencia.—Transformación
de
la
Iglesia.—
Descubrimientos de los reyes.—Descubrimientos de los pueblos.—Teología romana.—
Teología escolástica.—Restos de vida,— Desarrollo del espíritu humano.—
Renacimiento de las letras
CAPÍTULO VII.
Principio reformador.—Testigos de la verdad.—Claudio de Turín.—Los místicos.—
Los Valdenses.—Valdo.—Wiclef.—Juan Huss.—Testigos en la Iglesia CAPÍTULO VIII.
Estado de los pueblos de Europa.—El imperio.—Preparaciones providenciales.—
Estado llano.—Carácter nacional.—Fuerza nativa.—Servidumbre de la Alemania.—
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Estado del imperio.—Oposición a Roma.—Suiza.— Pequeños cantones —Italia.—
Obstáculos a la reforma.—España.—Portugal.—Francia.—Esperanzas fallidas.—
Países Bajos.—Inglaterra.—Escocia.—El Norte.—Rusia.—Polonia.—Bohemia.—
Hungría
CAPÍTULO IX.
Hombres de la época.—Federico el Sabio.- Maximiliano.—Dignitarios de la Iglesia.—
Los letrados.—Reuchlin.—Reuchlin en Italia.—Sus trabajos.—Lucha con los dominicos
CAPÍTULO X.
Erasmo.—Erasmo en Paris.—Su profesión.—Sus trabajos.—¿ Era posible una reforma sin sacudimiento ?—Su timidez,—Su indecisión CAPÍTULO XI.
Los nobles.—Hütten.—Sus escritos.—Cartas de algunos hombres oscuros. —Hütten en Bruselas.—Sus cartas.—Su fin.—Sichingen.—Guerra.—Su muerte.—Cronberg.—
Hans Sachs.—Fermentación general
LIBRO SEGUNDO - JUVENTUD, CONVERSION, Y PRIMEROS TRABAJOS DE
LUTERO 1483—1517.
CAPÍTULO I.
Padres de Lutero.—Su nacimiento.—Pobreza.—La casa paterna.—Rigor. —Primeros conocimientos.—La escuela de Magdebourg.—Miseria.— Eisenach.—La Sunamita.—
La casa de Cotta.—Recuerdo de aquellos tiempos.—Sus estudios.—Frebonius..., CAPÍTULO II.
La
universidad.—Devoción
de
Lutero—Descubrimiento.—La
Biblia,—
Enfermedad.—Perturbaciones.—Muerte
de
Alexis.—Rayo.—Providencia.—
Despedida
CAPÍTULO III.
Su padre.—Superstición.—Trabajos serviles.—Valor.—Estudios.—La Biblia.—
Acetismo.—Angustias
CAPÍTULO IV.
Hombres devotos.—Staupitz.—Su visita.—Conversaciones.—La gracia de Cristo.—
El arrepentimiento.—La elección.—La Providencia.—La Biblia. —El viejo fraile.—La remisión delos pecados.—Consagración.—La comida.—Corpus Cristi—Vocación en Wittemberg
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO V.
Primeras
enseñanzas.—Lecciones
bíblicas.—Sensación.—Sermones
en
Wittemberg.—La capilla vieja.—Impresión
CAPÍTULO VI.
Viaje a Roma.—Un convento en las márgenes del Pó.—Recuerdos de Ro ma.—
Devoción supersticiosa.—Profanación del clero.—Conversaciones. —Desordenes de Roma.—Estudios bíblicos.—Influencia sobre la fe.—La puerta del Paraíso.—
Confesión
CAPÍTULO VII
Regreso —El doctorado.—Carlstadt.—Juramento de Lulero.—Principio de la reforma.—Valor de Lutero.—Caridad.—Los escolásticos.—Spalatin.— Negocio de Reuchlin
CAPÍTULO VIII.
La fe.—Declamaciones populares.—Enseñanza académica.—Pureza moral de Lutero.—El fraile Spenlein.—Justificación por la fe.—Erasmo.—Las obras CAPÍTULO IX.
Primeras tesis.—Visita de los conventos.—Dresde.—Erfurt.—El prior Tornator.—
Resultados de su viaje.—Trabajos.—Peste
CAPÍTULO X.
Relaciones con su elector.—Consejos al capellán.—El duque Jorge.—Lu tero en la corte.—Comida en la corte. —Cena en casa de Emser 230
CAPÍTULO XI.
Libertad y servidumbre.—Tesis.—Naturaleza del hombre.—Racionalismo. —Súplica a Juan Lange de Erfurt.—Eck.—Urbano Regius.—Modestia de Lutero LIBRO TERCERO - LAS INDULGENCIAS Y LAS TESIS. 1517 - MAYO 1518.
CAPÍTULO I.
Agitación.— Comitiva,— Tezel.— Su discurso.—Confesión.—Venta.—Penitencia publica.—Una carta de indulgencia.—Excepciones.—Diversiones y disoluciones CAPÍTULO II.
Tezel en Magdebourg.— El alma del cementerio.—El zapatero de Hague nau,—Los estudiantes.—Miconius.— Conversación con Tezel.—Astucia de un gentil hombre.—
Discursos de los sabios y del pueblo.—Un minero de Schneeberg ni.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO III.
León X.—Alberto de May ene e.—Arriendo de las indulgencias.—Los franciscanos y los dominicanos
CAPÍTULO IV.
Se presenta Tezel.—Las confesiones.—Cólera de Tezel.—Lutero sin plan. —Discurso de Lutero.—Sueño del elector
CAPÍTULO V.
Fiesta de todos los santos.—Las tesis.—Su fuerza.—Moderación.—Providencia.—
Carta a Alberto.—Indiferencia de los obispos.—Bropagación de 280 las tesis CAPÍTULO VI.
Reuchlin.—Erasmo.—Fleck..—Bibra.-—El emperador.—El papa Miconius.—Recelos.
Adelmann.—Un anciano sacerdote.—El obispo—El elector.—Las objeciones de Erfurt.—Respuesta de Lutero.—Combates interiores.—El móvil de Lutero CAPÍTULO VII.
Ataque de Tezel.—Respuesta de Lutero.—Buenas obras.—Lutero y Spalatin.—
Estudio de la Escritura.—Scheurl y Lutero.—Lutero y Staupitz. Lutero y su pueblo—
Un habito nuevo
CAPÍTULO VIII.
Disputa de Francfort.—Tesis de Tezel.—Amenazas.—Oposición de Knipstrow.—
Tesis de Lutero quemadas.—Los frailes.—Paz de Lutero.—Tesis de Tezel quemadas.—Sentimiento de Lutero.—Visita del obispo CAPÍTULO IX.
Prierio.—Sistema de Roma.—El diálogo.—Sistema de la reforma.—Res puesta a Prierio.—La palabra,—El papa y la Iglesia.—Hochstraten,.—Los frailes.—Responde Lutero.—Eck.—La Escuela.—Los obeliscos.—Sentimientos de Lutero.—Los asteriscos.—Ruptura
CAPÍTULO X.
Escritos populares.—Padre nuestro.—Venga el tu reino.—Hágase tu voltad.—Kl pan nuestro de cada día.—Sermón sobre el arrepentimiento,— La remisión viene de Cristo
CAPÍTULO XI.
Temores de los amigos de Lutero.—Viaje a Heidelberg.—Bibra.—El palacio Palatino
—Rompimiento.—Las paradojas.—Controversia.—El audito rio.—Bucer.—Brenz.—
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Snepf.—Conversaciones con Lutero.— Trabajos de estos jóvenes doctores.—Efecto producido en Lutero.—El viejo profesor.—La verdadera luz.—Llegada LIBRO CUARTO - LUTERO ANTE EL LEGADO. MAYO - DICIEMBRE, 1518.
CAPÍTULO I.
León X.—Lutero a su obispo.—Lutero al papa. —Lutero al vicario general.—Rorere al elector.—Discursos sobre la excomunión.—Influencia y fuerza de Lutero.
CAPÍTULO II.
Dieta en Augsburgo.—El emperador al papa.—El elector a Royere.—Lu tero emplazado para Roma.—Pax de Lutero.—Intercesión de la universidad.—Breve del papa.—Indignación de Lutero ni. El armero Schwarzerd.—Su mujer.—Felipe —Su talento.—Sus estudios. La Biblia.—Llamada a Wittemberg.—Partida y viaje de Melanchton —.Leipzig.—Equivocación.—Gozo de Lutero.—-Paralelo.—-Revolución en la enseñanza Estudio del griego
CAPÍTULO IV.
Sentimientos de Lutero y de Staupitz.— Orden de comparecer.—Alar más y animo.
—El elector en casa del legado. —Salida para Augsburgo. —Permanencia en Weimar.—Nuremberg.—Llegada a Augsburgo 386 De Vio.—Su carácter.—
Serralonga.—Conversación preliminar.—Visita de los consejeros.—Regreso de Serralonga.—El prior.—Prudencia de Lu tero.—Lutero con Serralonga.—El salvo conducto. —Lutero a Melanchton
CAPÍTULO VI.
Primera comparecencia. —Primeras palabras.—Condiciones de Roma. —
Proposiciones presentadas para su retractación —Respuesta de Lutero ; —él se retira.—Impresión causada en ambas partes.—Llegada de Staupitz.— Comunicación al legado
CAPÍTULO VII
Segunda comparecencia.—declaración de Lutero.—Respuesta del legado. —
Volubilidad del legado. —Petición de Lutero
CAPÍTULO VIII.
Tercera comparecencia. —Tesoro de las indulgencias.—La fe. —Humilde petición.—
Respuesta del legado.—Replica de Lutero.—Culera del lega do.—Lutero sale.—
Primera defección
CAPÍTULO IX.
De Vio y Staupitz.—Staupitz y Lutero.—Lutero a Spalatín.—Lutero a Carlstadt.—
La comunión.—Link y de Vio.—Partido de Staupitz y de Link. —Lutero a Cayetano.—
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Silencio del cardenal.—Despedida de Lu tero.—Partida,—Apelación al papa-- Huida de Lutero. —Admiración.—Deseo de Lutero.—El legado al elector. —El elector al legado.—Prosperidad de la universidad.
CAPÍTULO XI.
Proyectos departida.—Despedida a la iglesia.—Momento crítico.—Entrega de Lutero
:—Valor del mismo.—Descontento de Roma.—Apelación a un concilio 9
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto HISTORIA DE LA REFORMACION DEL SIGLO DECIMOSECSTO.
LIBRO PRIMERO. ESTADO DE COSAS ANTES DE LA REFORMACIÓN
CAPÍTULO I.
Decadencia del paganismo. —El cristianismo.—Dos principios distintivos. —
Formación del papado.—Primeras invasiones.—Cooperación de los obispos.—
Patriarcados.—Cooperación de los príncipes.—Influencia de los barbaros.—Poder secular de los papas.—Las decretales.—Desordenes De Roma.—Nueva época.—
Hildebrando.—Sus sucesores.—La Iglesia.
El mundo debilitado se tambaleaba sobre sus cimientos cuando apareció el cristianismo. Las religiones nacionales que habían satisfecho a los padres ya no bastaban para los hijos. No podían contentarse las nuevas generaciones con las formas antiguas...
Los dioses de todas las naciones, concentrados en Roma, perdieron sus oráculos, así como los pueblos su libertad ; puestos frente a frente en el Capitolio, se destruyeron mutua mente y desapareció su divinidad. Las religiones nacionales que habían bastado a los padres, no satisfacían ya a los hijos : la nueva generación no podía conformarse con las antiguas formas. Un gran vacío se notaba en la religión del mundo, y en este estado de desfallecimiento apareció el cristianismo. Un cierto deísmo, falto de espíritu y de vida, fluctuó por algún tiempo sobre el abismo en que se habían sumergido las vigorosas supersticiones de los antiguos ; pero así como todas las creencias negativas, no pudo edificar. Las mezquinas nacionalidades cayeron juntamente con sus dioses los pueblos se mezclaron unos con otros ; en Europa, Asia, y África, no hubo más que un imperio ; y el género humano comenzó a sentir su universalidad y unidad. Entonces fue cuando el Verbo se hizo carne.
Apareció Dios entre los hombres, y como hombre, afin de salvar lo que estaba perdido. En Jesús de Nazaret reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad.
Este es el mayor acontecimiento de los anales del mundo ; los tiempos antiguos lo habían preparado, y los nuevos dimanan de él, él es su centro, su vínculo, y su unidad.
Desde entonces todas las supersticiones de los pueblos fueron insignificantes, y los débiles restos que ellas habían salvado del gran naufragio de la incredulidad, se eclipsaron ante el sol majestuoso de la verdad eterna.
El hijo del hombre vivió treinta y tres años en la tierra, curando enfermos, instruyendo pecadores, no teniendo ni siquiera un lugar donde reclinar su cabeza, y haciendo resplandecer en medio de aquel abatimiento una grandeza, una santidad, un poder, y una divinidad, que el mundo no había conocido jamás. El sufrió, murió, resucitó y subió a los cielos. Sus discípulos, empezando por Jerusalén, recorrieron el 10
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto imperio y el mundo, anunciando su Maestro en todo lugar como " el autor de la salvación eterna." Del seno de un pueblo que rechazaba todos los demás, salió la misericordia que los llamaba y los reunía. Un gran número de Asiáticos, Griegos, y Romanos, conducidos hasta entonces por sacerdotes a los pies de ídolos mudos, creyeron al Verbo. Este iluminó repentinamente la tierra como un destello del sol, dice Eusebio.1 Un soplo de vida empezó a moverse en el vasto campo de la muerte.
Un nuevo pueblo, una nación santa se formó entre los hombres ; y el mundo todo atónito contempló en los discípulos del Galileo una pureza, una abnegación, una caridad y un heroísmo, del cual había perdido hasta la idea.
Dos principios distinguían sobre todo la nueva religión, de todos los sistemas humanos que ella disipaba con su presencia : el uno atendía a los ministros del culto, y el otro a las doctrinas.
Los ministros del paganismo eran casi los dioses a quienes se atribuían aquellas religiones humanas. Los presbíteros guiaron los pueblos mientras estuvieron en la ignorancia. Una orgullosa y formidable jerarquía subyugaba el mundo. Jesucristo destronó estos ídolos vivientes, destruyó esta jerarquía arrogante, quitó al hombre lo que éste había usurpado a Dios, y puso el alma en contacto inmediato con el manantial divino de la verdad, proclamándose único medianero : " Cristo solo es vuestro maestro, y vosotros todos sois hermanos." (Math. xxiii., ver. 8.) En cuanto a la doctrina, diremos, que las religiones humanas habían enseñado que la salvación procedía del hombre ; así las religiones de la tierra crearon una salvación terrena. Ellas habían dicho al hombre que el cielo le seria dado como una recompensa ; y aun habían fijado su precio, ¡ y que precio ! La religión de Dios enseñaba que la salud eterna venía de Dios, que es una dadiva celestial, que procede de una amnistía, de un gracia del Soberano : " Dios, dice ella, ha dado la vida eterna."1
Sin duda que el cristianismo no puede resumirse en estos dos puntos ; pero ellos parecen dominar el asunto, sobre todo cuando se trata de historia ; y en la imposibilidad en que nos hallamos de discernir la verdad del error en todas sus relaciones, hemos tenido que escoger los más predominantes. Estos dos eran, pues, los principios constitutivos de la religión que tomaba entonces posesión del imperio y del mundo ; con ellos, se encuentra uno en los verdaderos términos del cristianismo ; fuera de ellos, el cristianismo desaparece ; de su conservación o de su perdida dependía su caída ó su realce. Uno de estos principios debía dominar la historia de la religión, y el otro su doctrina : ambos reinaron al principio : veamos como se perdieron, y sigamos ante todo los destinos del primero.
La Iglesia fue en su origen un pueblo de hermanos ; todos recibían la instrucción de Dios ; y tenían derecho de acudir a la divina fuente de la luz.1 Las epístolas, que decidían entonces grandes cuestiones de doctrina, no traían el nombre pomposo de un 11
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto solo hombre, de un jefe. Las sagradas Escrituras nos enseñan que leían en ellas simplemente estas palabras : Los apóstoles, los ancianos, y los hermanos a nuestros hermanos.''
Ya los escritos mismos de los apóstoles nos anuncian, que de en medio de estos hermanos, se levantará un poder que trastornará este orden simple y primitivo.2
Contemplemos la formación de este poder extraño a la Iglesia, y sigamos sus desarrollos.
Pablo de Tarsis, uno de los más insignes apóstoles de la nueva religión, había llegado a Roma, capital del imperio y del mundo, predicando la salud eterna que dimana de Dios. Formose una iglesia al lado del trono de los Cesares ; fundada por este apóstol, fue compuesta primeramente de algunos Judíos convertidos, de algunos Griegos, y de varios ciudad nos de Roma. Durante largo tiempo resplandeció ella como una antorcha luciente y pura, colocada en la cumbre de un monte ; su fe fue celebre en todas partes ; pero se desvío luego de su estado primitivo. Fueron débiles principios que encaminaron las dos Romas a la dominación usurpada del mundo.
Los primeros pastores u obispos de Roma se dedicaron muy pronto a la conversión de los lugares y villas que ave cindaban aquella ciudad. La necesidad en que se hallaban los obispos y pastores de las cercanías de Roma, de recurrir en los casos difíciles a un director entendido, y el reconocimiento que ellos debían a la iglesia metropolitana, les obligaban a permanecer unidos a ella. Entonces se vio lo que siempre se ha visto en circunstancias análogas ; es decir, que aquella unión tan natural, degeneró enseguida en dependencia.
Los obispos de Roma consideraron como un derecho, la superioridad que las iglesias vecinas le habían libremente concedido. La mayor parte de la historia se compone de las usurpaciones del poder, y el resto, de la resistencia de aquellos cuyos derechos son usurpados. El poder eclesiástico no podía prescindir de la propensión natural que impele a cuantos se hallan elevados, a querer subir todavía más ; así pasó el suyo por los tramites de esta ley natural. Sin embargo, la supremacía del obispo romano se limitaba entonces a inspeccionar las iglesias que se hallaban en el territorio sometido civilmente al prefecto de Roma pero el rango que aquella ciudad de emperadores ocupaba en el mundo, presentaba a la ambición de su primer pastor, destinos más vastos todavía. La consideración que gozaban en el siglo segundo los diferentes obispos de la cristiandad, era proporcionada al rango de la ciudad en que residían. Es in contestable que Roma era la mayor, la más rica y la más poderosa ciudad del orbe ; ella era la capital del imperio y la madre de los pueblos : " Todos los habitantes de la tierra le pertenecen ;" dice Juliano,2 y Claudiano la proclama " la fuente de las leyes."*
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Si Roma es la reina de las ciudades del globo, ¿ Porque razón no sería su pastor el rey de los obispos ? ¿porque la Iglesia romana no sería la madre de la cristiandad?
¿por que los moradores de los pueblos no serían sus hijos, y su autoridad su ley soberana ? Era fácil al corazón ambicioso del hombre hacer tales razonamientos : la insaciable Roma los hizo.
De este modo Roma pagana, al caer, envió al humilde ministro del Dios de la paz, sentado en medio de sus ruinas, los títulos pomposos que su invencible espada había con quistado sobre los pueblos de la tierra.
Los obispos de diferentes partes del imperio, arrastrados por aquel hechizo que Roma ejercía ya de siglos sobre todos los pueblos, siguieron el ejemplo de la campaña de aquella capital, y ofrecieron la mano a esta empresa de usurpación. Se complacieron en ofrecer al obispo de Roma, parte del honor que pertenecía a la ciudad reina del mundo. Al principio, no había ninguna dependencia en aquel honor ; los obispos trataban al pastor romano, de igual a igual ;1 pero los poderes usurpados toman cuerpo como los aludes. Los consejos que en el principio eran meramente fraternos, se convirtieron pronto en la boca del pontífice, en mandamientos obligatorios ; un primer puesto entre iguales, fue considerado como un trono.
Los obispos del occidente favorecieron la empresa de los pastores de Roma, ya por envidia a los obispos del oriente, ya porque preferían hallarse bajo la supremacía de un papa, a verse bajo la dominación de un poder temporal. Por otra parte, los partidos teológicos que despedazaban el oriente, buscaron cada uno por su lado, como interesar Roma en favor suyo ; esperaban su triunfo del apoyo de la Iglesia principal del occidente.
Roma enregistraba con cuidado aquellas suplicas e intercesiones, y sonreía viendo que los pueblos se echaban espontáneamente en sus brazos ; no dejaba pasar ninguna ocasión de aumentar y extender su poder : alabanzas, adulaciones, cumplimientos exagerados, consultaciones de otras iglesias, todo se trocaba a su vista y en sus manos, en títulos y en documentos de su autoridad. Tal es el hombre entronizado : el incienso le embriaga, y se le vuelve el juicio. Lo que posee, es a su modo de ver, un motivo para obtener todavía más.
La doctrina de la Iglesia y de la necesidad de su unidad exterior, que empezó a extenderse ya en el siglo tercero, favoreció las pretensiones de Roma. El poderoso vinculo que' unía primitivamente los miembros de la Iglesia, era la fe viva del corazón, por la cual todos consideraban a Cristo como a su jefe común. Mas, diversas circunstancias con tribuyeron muy presto a engendrar y a desenvolver la idea de la urgencia de una sociedad exterior. Ciertos hombres acostumbrados a los lazos y a las formas políticas de una patria terrenal, trasladaron algunas de sus miras y costumbres hacia el reino espiritual y eterno de Jesucristo. La persecución, ineficaz 13
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto para destruir y aun para conmover aquella nueva sociedad, hizo que se sintiese más ella misma, y que se formase en una corporación más compacta.
Al error que nació en las escuelas teosóficas, o en las sectas, opusieron la universal y única verdad recibida de los apóstoles, y conservada en la Iglesia. Esto era bueno, mientras la Iglesia invisible y espiritual, y la Iglesia visible y exterior no formaban más que una ; pero pronto empezaron a desunirse, y las formas y la vida se separaron.
La apariencia de una organización idéntica y exterior, se sustituyó poco a poco a la unidad interior y espiritual que constituye la esencia de la religión de Dios.
Despreciaron el incienso precioso de la fé, y se prosternaron ante el incensario. No estando ya unidos los miembros de la Iglesia por la fe interior, se buscó otro vinculo que los uniera por medio de obispos, de arzobispos, de papas, mitras, ceremonias y ca nones. Hallándose la Iglesia viviente reducida al santuario de algunas almas solitarias, establecieron otra Iglesia exterior, que declararon ser de institución divina.
Desconocida ya la Palabra y no dimanando de ella la salvación, establecieron que era transmitida por medio de las formas que habían inventado, y que nadie la conseguiría, sino por aquel conducto. Nadie, dicen, puede por su propia fe, obtener la vida eterna. Cristo ha comunicado a los apóstoles, y estos a los obispos, la unción del espirita santo ; y este espíritu, no se encuentra sino por este orden ! En el estado primitivo de la cristiandad, cualquiera que tuviese el espíritu de Jesucristo, era miembro de la Iglesia ; ahora se in vierten los términos y se pretende, que solamente el que es miembro de la Iglesia, recibe el espíritu de Jesucristo.
Desde que el error de la necesidad de una unidad visible de la Iglesia se hubo establecido, vióse nacer otro error ; el de la necesidad de una representación exterior de aquella unidad. Aunque no se encuentre, en parte alguna del evangelio, ningún vestigio de la preeminencia de san Pedro sobre los demás apóstoles ; a pesar de que la sola idea de primacía sea contraria a las relaciones fraternas que unían los discípulos ; y aun al mismo espíritu de la dispensación evangélica, que, al contrario, llama a todos los hijos del padre a servirse unos a otros, no reconociendo más que un solo doctor y un único jefe ; aunque Jesús hubiese reprehendido fuertemente a sus discípulos siempre que salían, de su corazón carnal, ideas ambiciosas de preeminencia
; con todo inventaron y apoyaron en textos mal comprehendidos, una primacía de san Pedro ; y luego saludaron, en aquel apóstol y en la de su pretendido sucesor en Roma»
a los representantes visibles de la unidad visible, los jefes de la Iglesia.
La constitución patriarcal contribuyó también a la exaltación del papismo romano.
Ya en los tres primeros siglos, las iglesias metropolitanas habían gozado de una consideración particular. El concilio de Nicea, en su sexto canon, señala tres ciudades cuyas iglesias tenían, según él, una antigua autoridad sobre las de las provincias cercanas : estas eran, Alejandría, Roma, y Antioquia. El origen político de esta distinción, se descubre en el nombre mismo que die ron primeramente al obispo de 14
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto aquellas ciudades : le llama ron exarca, como gobernador politico.1 Mas tarde se le dio el nombre más eclesiástico de patriarca ; el cual lo hallamos empleado por primera vez en el concilio de Constantinopla. Este mismo concilio fundó un nuevo patriarcado
; si mismo de Constantinopla, de la nueva Roma, y de la segunda capital del imperio.
Roma participaba entonces, con aquellas tres iglesias, de la supremacía patriarcal ; pero, cuando la invasión de Mahoma hubo hecho desaparecer las sillas de Alejandría y de Antioquia ; cuando decayó la de Constantinopla, y más tarde aun se separó del occidente, Roma sola se quedó en pie, y las circunstancias reunieron todo alrededor de su silla, que desde entonces quedó sin rival.
Nuevos y más poderosos cómplices que todos los demás, se presentaron todavía en su apoyo : la ignorancia y la superstición se apoderaron de la Iglesia, y la entregaron a Roma, los ojos vendados y con esposas en las manos. Sin embargo aquella cautividad no se efectuaba sin combates ; muy a menudo la voz de las iglesias proclamó su independencia. Esta enérgica voz resonó sobre todo en el África proconsular, y en el oriente.1
Mas Roma halló, para sofocar los gritos de las iglesias, nuevos aliados. Ciertos príncipes, que las borrascas de los tiempos hacían vacilar sobre sus tronos, le ofrecieron su apoyo, si ella quería en desquite sostenerlos. Ellos le cedían un poco de su autoridad espiritual, a trueque que ella se la devolviese en poder secular ; le hicieron concesiones tocante a lo espiritual, con la esperanza de que ella les ayudaría a obter otras de sus enemigos.
El poder jerárquico que subía, y el poder imperial que bajaba, se unieron uno con otro, y aceleraron con esta alianza su doble destino. Roma no podía perder en ello. Un edicto de Teodosio II. y de Valentiniano III., proclamó al obispo de Roma rector de toda la Iglesia.1 Justiniano promulgo también un edicto semejante. Estos decretos no contenían todo lo que los papas pretendían ver en ellos ; más en aquellos tiempos de ignorancia, les era fácil hacer prevalecer la interpretación que más favorable les era.
Llegando a ser cada día más vacilante la dominación de los emperadores en Italia, los obispos de Roma supieron aprovecharse de aquel estado de cosas, para sustraerse a la dependencia de ellos.
Pero habían salido ya, de las selvas del Norte, los ver daderos promotores del poder papal. Los Barbaros que habían invadido el occidente y establecido en él su domicilio, novicios en la cristiandad, desconociendo la esencia espiritual de la Iglesia, teniendo necesidad en la religión de un cierto aparato exterior, se prosternaron medio salvajes y medio paganos, ante el gran sacerdote de Roma. Con ellos se prosternó también todo el occidente. Al principio los Van dalos, luego los Ostrogodos, después los Borgoñones y los Alanos, más tarde los Visigodos, y finalmente los Lombardos y los Anglo-Sajones, fueron a doblar la rodilla ante el pontífice romana. Los que acabaron de colocar en el 15
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto trono supremo de la cristiandad, uno de los pastores de las orillas del Tíber, fueron los robustos naturales del Norte idolatra. Al principio del siglo séptimo se efectuaron estas cosas en occidente, en la misma época precisamente en que asomó en oriente el poder de Mahoma, dispuesto a invadir también una parte de la tierra.
Desde entonces el mal no deja de crecer. Se ve en el siglo octavo, a los obispos de Roma rechazar por un lado a los emperadores griegos, sus soberanos legítimos, y buscar como expulsarlos de la Italia, mientras que por el otro adulan a los Mayordomos de Francia, pidiendo a esta nueva monarquía, que empieza a extenderse en occidente, algunos de los despojos del imperio. Boma estableció su autoridad usurpada, entre el Oriente que rechaza, y el Occidente que atrae ; erige su trono entre dos rebeliones. Asustada del grito de los Árabes que, dueños de la España, se jactan de llegar pronto a Italia por las puertas de los Pirineos y de los Alpes, y hacer proclamar en la cumbre de las siete montañas el nombre de Mahoma, asustada de la audacia de Astolfo, quien, a la cabeza de sus Lombardos, hace oír los rugidos del león y vibrar su espada ante las puertas de la ciudad eterna, amenazando degollar a todos los Romanos "Roma próxima a su ruina fija despavorida sus miradas en derredor suyo y se echa en los brazos de los Francos. El usurpador Pepino pide a Roma para su nuevo cetro una supuesta sanción ; el papado se la concede y obtiene en cambio el que su majestad se declare el defensor de la "Republica de Dios. Pepino roba a los Lombardos lo que ellos habían usurpado al emperador ; más en vez de restituirlo a este príncipe, depone sobre el altar de san Pedro las llaves de las ciudades conquistadas, y levantando las manos, declara con juramento que ha tomado las armas no por un hombre, sino para obtener de Dios la remisión de sus peca . dos, y para hacer homenaje de sus conquistas a san Pedro. De este modo la Francia estableció el poder temporal de los papas.
Aparece Carlo-magno ; sube por primera vez a la basílica de san Pedro, besando devotamente los escalones. Se presenta en ella una segunda vez dueño de todos los pueblos que componían el imperio de Occidente, y aun de la misma Roma. León III.
cree deber conferir el título al que ya tiene el poder ; y en el año 800, por la fiesta de Navidad, coloca en la cabeza del hijo de Pepino, la corona de los emperadores de Roma.2 Desde entonces el papa pertenece al imperio de los Francos, y sus relaciones con el Oriente han cesado ; se desprende de un árbol podrido que va a caer, para enjertarse sobre un silvestre vigoroso. Entre las razas germánicas a que se entrega, le espera un porvenir que no hubiera jamás osado pretender.
Carlomagno no legó a sus débiles sucesores sino restos de su poder. En el noveno siglo, la desunión debilitó en todas partes el poder civil. Roma conoció que era el momento oportuno para levantar la cabeza. En efecto ; ¿ cuándo pudo mejor la Iglesia 16
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto sustraerse de la dependencia del Estado, que en aquella época de decadencia en que se hallába destrozada la corona de Carlos, y sus fragmentos esparcidos* por el suelo de su antiguo imperio ?
Entonces fue cuando aparecieron las falsas decretales de Isidoro. En esta recopilación de supuestos decretos de los papas, los obispos más antiguos, los contemporáneos de Tácito y de Quintiliano, hablaban el bárbaro latín del siglo nono.
Las costumbres y constituciones de los Francos eran seriamente atribuidas a los Romanos del tiempo de los emperadores. Los papas citaban en las decretales la Biblia en la traducción latina de san Gerónimo, que vivió uno, dos, o tres siglos después de ellos ; y Víctor, obispo de Roma, en el año 192, escribía a Teófilo, que fue arzobispo de Alejandría en 385 ! El impostor que fabricó dicha recopilación, se esforzaba en establecer, que todos los obispos recibían su autoridad del obispo de Roma, y que éste la recibía inmediatamente de Jesucristo. No solamente anotaba él todas las conquistas de los pontífices, si que también los hacia subir hasta los tiempos más antiguos. Los papas no tuvieron vergüenza de apoyarse en esta invención despreciable : ya en 865, Nicolas primero escogió en ella armas1 para luchar contra los príncipes y obispos. Esta fabula impudente fue por muchos siglos el arsenal de Roma.
Sin embargo los vicios y crimines de los pontífices debían suspender por algún tiempo los efectos de las decretales. El papado señaló su entrada a la mesa de los reyes, con libaciones vergonzosas ; se embriaga y pierde la cabeza en medio de los excesos. Por aquellos tiempos es cuando la tradición coloca en el trono papal, a una muchacha llamada Juana, refugiada en Roma con su amante, en cuya ciudad asaltándole los dolores del parto, descubrieron en medio de una procesión solemne, ser hembra el pontífice. Empero no aumentemos inútilmente la vergüenza de la corte pontifical. En aquella época reinaron también en Roma otras mujeres disolutas. Este trono que pretendía elevarse sobre la majestad de los reyes, se hundió en el fango del vicio. Teodora y Marozia instalaban y destituían a su gusto a los pretendidos señores de la Iglesia de Cristo, y colocaban en el trono de Pedro, a sus amantes, a sus hijos y nietos. Estos escándalos demasiado verídicos, han dado quizá origen a la tradición de la papesa Juana.
Roma llega a ser un vasto teatro de desórdenes, cuya posesión se disputan las familias más poderosas de Italia. Los condes de Toscana consiguen ordinariamente la victoria. En 1033 esta casa se atreve a poner sobre el trono pontificio, bajo el nombre de Benito IX., un joven educado en la disolución. Este muchacho de doce años, prosiguió como papa sus horribles infamias.1 Un partido eligió en su lugar a Silvestre III. y Benito IX. con la conciencia cargada de adulterios y con la mano teñida de la sangre de sus homicidios,11 vende enfin el papado a un eclesiástico de Roma.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Indignados los emperadores de Alemania de tantos desordenes, los extirparon de Roma con la espada.
Haciendo prevalecer el imperio sus derechos feudales, sacó la triple corona del lodo en que yacía, y salvó el papado envilecido, dándole hombres decentes por caudillos.
Enrique III. destituyó en 1046 los tres papas, y su dedo adornado con el anillo de los patricios romanos, designó el obispo a quien debían ser entregadas las llaves de la confesión de san Pedro. Cuatro papas, todos alemanes y nombrados por el emperador, se sucedieron unos a otros. Cuando fallecía el pontifico de Roma, los diputados de esta Iglesia se presentaban en la corte imperial, como los enviados de las demás diócesis, para pedir un nuevo pontífice. El emperador vio hasta con alegría a los papas, reformar abusos, fortificar la Iglesia, convocar concilios, instituir y destituir prelados, a despecho de los monarcas extranjeros : el papado, con estas pretensiones, no hacía sino exaltar el poder del emperador, su señor feudal. Pero permitiendo tales juegos era exponerse a grandes peligros ; porque las fuerzas perdidas, que los papas recobraban poco a poco, podían volverse de repente contra el mismo emperador.
Crecido que sea el viborezno, picará los pechos que lo avivaron. Hé aquí lo que aconteció.
Aquí comienza una nueva época para el papado. Saliendo de su humillación, huella pronto bajo sus plantas a los príncipes de la tierra. Levantar el papado, es levantar la Iglesia ; es extender la religión ; es asegurar al espíritu la victoria sobre la carne, y a Dios el triunfo sobre el mundo. Tales son sus máximas : la ambición encuentra en ellas su provecho, y el fanatismo su disculpa.
Toda esta nueva tendencia está personificada en un fraile, en Hildebrando.
Hildebrando alternativamente é indiscretamente exaltado o injustamente denigrado, es la viva imagen del pontificado romano, en su fuerza y gloria : es una de aquellas apariciones normales de la historia, que encierran en sí todo un orden de cosas nuevas
; semejante a las que ofrecieron en otras esferas, Carlomagno, Lutero, y Napoleón.
León IX. tomó al fraile al pasar por Clugny y lo condujo a Roma, desde entonces Hildebrando llegó a ser el alma del papado, hasta que fue papado él mismo, gobernó la Iglesia bajo el nombre de muchos pontífices antes de reinar el mismo bajo el de Gregorio VII. Una gran idea se apoderó de su espíritu superior, quiso fundar una teocracia visible en que el papa como vicario de Jesucristo fuese el jefe. El recuerdo de la antigua dominación universal de Roma pagana persigue su imaginación y anima su fervor. Quiere devolver a la Roma pontificia lo que ha perdido la Roma Imperial.
“Lo que Marius y Cesar, dicen sus aduladores, no han podido hacer con torrentes de sangre, tú lo realizas con una palabra”.
Gregorio VII no fue animado del espíritu del Señor cuyo espíritu de verdad, de humildad, de dulzura, le fue desconocido. Sacrificaba lo que sabía ser verdad, siempre 18
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto que lo juzgaba necesario a sus designios, como lo hizo en particular en el asunto de Berenger. Sin embargo, un espíritu muy superior al del común de los pontífices y una íntima convicción de la justicia de su causa le animaron sin duda. Atrevido, ambicioso e inflexible en sus designios, se mostró a un tiempo, hábil y diestro en emplear los medios que debían asegurarle el buen éxito.
Su primer trabajo fue constituir la milicia de la Iglesia porque era preciso hacerse fuerte antes de acometer el imperio. Un concilio congregado en Roma, expulsó a los pastores de sus familias y les obligó a consagrarse en un todo a la jerarquía. La Ley del Celibato concebida y ejecutada bajo el dominio de los papas, frailes, ellos mismos, hizo del clero una especie de orden monástico. Gregorio VII pretendió tener sobre todos los obispos y sacerdotes de la cristiandad el mismo poder que un abate de Clugny ejercía sobre la orden que presidía. Los legados de Hildebrando que se comparaban ellos mismos a los procónsules de la antigua Roma, recorrían las provincias para sustraer a los pastores sus mujeres legítimas, y, si necesario era, el mismo papa sublevaba la plebe contra los ministros casados.
Lo que más particularmente se proponía Gregorio era emancipar a Roma del imperio, es probable que jamás se hubiera atrevido a concebir un designio tan audaz, si las discordias que turbaban la minoría de Enrique IV, y si la rebelión de los príncipes alemanes contra este joven emperador no le hubiesen facilitado la ejecución.
El papa era entonces como uno de los magnates del imperio. Uniendo su causa a la de los demás poderosos vasallos, Gregorio saca partido del interés aristocrático y luego prohíbe a todos los eclesiásticos, la pena de excomunión, recibir del emperador la investidura de su ministerio. Rompió los antiguos lazos que unían las iglesias y sus pastores a la autoridad del príncipe, pero fue por asegurar con ellos el trono pontificio, pretendía encadenar en él, con una mano fuerte, el clero, los reyes, y los pueblos y hacer del papa un monarca universal.
Roma sola debe ser temida por los sacerdotes y únicamente en Roma deben fundar su esperanza, los reinos y los principados de la tierra son el dominio del soberano pontífice, todos los reyes deben temblar ante los rayos que arroja el Júpiter de la Roma moderna. ¡Desgraciado del que resiste! Los súbditos son absueltos del juramento de fidelidad, todo el país se halla en interdicción, cesa el ejercicio de todo culto, los templos están cerrados, ya no suenan campanas, no se administran los sacramentos y la palabra de maldición alcanza hasta a los mismos muertos, a quienes la tierra rehúsa, a la voz de un pontífice soberbio, la paz de los sepulcros.
El papa, sometido, desde los primeros días de su existencia, a los emperadores romanos, a los emperadores francos y finalmente a los emperadores de Alemania, fue entonces emancipado y marchó por primera vez como igual suyo, si ya no es como 19
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto amo. Sin embargo, Gregorio VII fue humillado a su vez. Roma fue tomada, Hildebrando tuvo que huir y falleció en Salerno, pronunciando estas palabras.
He amado la justicia y detestado la iniquidad, es por esto que muero desterrado.
1 ¿Quién se atreverá a tildar de hipocresía estas palabras pronunciadas a la puerta de la tumba? Los sucesores de Gregorio, parecidos a los soldados que llegan después de alcanzada una gran victoria, se arrojaron como vencedores sobre las iglesias avasalladas.
La España sustraída al islamismo y la Prusia al paganismo cayeron en los brazos del sacerdote coronado. Las cruzadas que se levantaron a su voz, extendieron y aumentaron por todas partes su autoridad, aquellos devotos peregrinos, que habían creído ver los ángeles y santos conducir sus ejércitos armados, entraron humildemente y descalzos, dentro los muros de Jerusalén, donde quemaron los judíos en su sinagoga y regaron con la sangre de muchos millares de Sarracenos los lugares a donde iban a buscar las huellas sagradas del Príncipe de la Paz, proclamaron en el Oriente el nombre del papa, a quien desconocían, desde que, por la supremacía de los francos, había abandonado la de los griegos.
Por otro lado, lo que las armas de la República Romana y las del imperio no pudieron efectuar, lo efectuó el poder de la Iglesia. Los alemanes depusieron a los pies de un obispo los tributos que sus antepasados habían rehusado a los más poderosos generales. Sus príncipes, cuando llegaron a ser emperadores, creyeron que recibirían la corona de los papas, más los papas, en lugar de ella, les impusieron un yugo. Los reinos de la Cristiandad, sometidos ya al poder espiritual de Roma, fueron desde entonces sus tributarios y sus siervos. De este modo, todo cambió en la Iglesia.
Al principio, la Iglesia era un pueblo de hermanos y hoy día se ve establecida en su seno una monarquía absoluta. Todos los cristianos eran sacrificadores del Dios vivo y tenían por guías espirituales humildes pastores pero una cabeza altanera se ha levantado entre ellos, una lengua misteriosa pronuncia discursos llenos de orgullo, una mano de hierro constriñe todos los hombres, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, a tomar el insigne distintivo de su poder. Perdida esta, la santa y primitiva igualdad de las almas ante Dios. La cristiandad a la voz de un hombre, se ha dividido en dos campos desiguales, en un lado vemos una casta de clérigos que se atreve a usurpar el nombre de Iglesia y pretende estar revestido a la vista del Señor de grandes privilegios, en otro contemplamos una sujeción, reducida a una ciega y pasiva obediencia, un pueblo encadenado y entregado a una casta arrogante. Todas las tribus, lenguas, y naciones de la cristiandad sufren la dominación de este rey espiritual que ha recibido el poder de vencer.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto FOOTNOTES
(1) Historia Eccl, ii, 3;
(2) Juan v. ver. 11
(3) Suburbicaria loca - Vease el 6th (6 degree) canon del concilio de Nicea, que Rufino (Hist. Eccles x, 6) cita asi, Et ut apud Alexandriam et in urbe Roma, vetusta consuetudo serrvetur, ut vel ille Aegipti, vei hic suburbicariarum ecclesiarum solllicitudinem gerat etc"
(4) Juliano, Or., i (Claudio in paneg etilic, lib. 3
(5) Eusebius, Hist. Eccles, i , 5. c. 24 Socrat., Hist. Eccles, c. 21; (6) Cyprian, ep. 50, 72, 75
(7) Vease el concilio de Calcedonia, canon, 8 y 18; (8) Cipriano, obispo de Cartago, dice Estevan, obispo de Roma: Magia ac magiis ejus errorem denotabis, qui hereticorum causam contra christianos et contra ecclesiam Dei asserere conatur; qui unitatem et veritatem de divina lege venientem nom tenens consuetudo sine veritate, vetustas errroris est" (Epist. 74) (9) Rector totius ecclesiae; Fremens ut leo ... asserens omnes uno gladio guulari.
Anastasius Bibl. Vit. Pontif., p. 83 ;
(10)
Visum est et ipsi Apostolieo Leoni... ut ipsum Carolum, imperatorem nominare beduiset, qui ipsam Romam tenebat ubi semper Caesares sedere soliti erant et reliqua sedes (Analistia Lambecianus ad an. 801) (11) Vease la Ep. ad univer. Episc. Gall, (Mansi XV) (12) Cujus quidem post adeptum sacerdotium vita quam torpis quam foeda, quamque execranda exstiterit, horresco referre." Desiderium abate de Cassino, y despues papa Victor III. De miraculis a S. Benedicto etc. lib. 3 iniit) (13) Theophilactus... cum post multa adulteria et homicidia manibus suis perpetrata, etc. (Bonizo, obispo de Sutri y despues de Piasencia, liber ad amicum (14) Hi, quocumque prodeunt, clamores insultantium, digitos ostendentium colaphos puisantium perferunt. Alii membris mutilati ahi per rlongos cruciatus superbe necati, & c (Martene et Durand) Thesaurus, Nov, Anecd, I, 231) (15) Dilexi justiciam et odivi iniquitatem, proterea morior in exilio 21
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (16) Epist. 1a de Pedro, Cap. ii, vers. 9
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO II
Corrupción de la doctrina — La buena nueva — La salvación entre las manos de los sacerdotes — Las Penitencias — Las Indulgencias — Méritos supererogatorios —
El Purgatorio — Tarifa — Jubileos — El Papado y el Cristianismo.
Al lado del principio que debía dominar la historia del Cristianismo se hallaba otro que debía dominar también la doctrina. Esta era la gran idea del cristianismo, la idea de gracia, de perdón, de amnistía, y de la diva de la vida eterna. Esta idea suponía en el hombre, un alejamiento de Dios y una imposibilidad de volver a entrar por sí mismo en comunión con este ser infinitamente santa. La oposición entre la verdadera y la falsa doctrina no puede sin duda reasumirse toda entera en la cuestión de la salvación por la fe, y la salvación por las obras, sin embargo, este es el asunto principal. Aun hay más, considerada la salvación como procedente del hombre, es el principio creador de todos los errores y de todos los abusos.
Los excesos producidos por este error fundamental atrajeron la reformación y la profesión del principio opuesto, hizo que ella fuese efectuada. Conviene que este hecho resalte en una introducción a la historia de la reforma.
La salvación por gracia, tal era pues, el segundo carácter que distinguía esencialmente la religión de Dios de todas las religiones humanas. ¿Qué fue de ella?
¿La iglesia había acaso conservado como un depósito precioso este gran y primordial pensamiento? Prosigamos la historia. Los habitantes de Jerusalén, de Asia, de Grecia y de Roma, en el siglo de los primeros emperadores oyeron esta buena nueva, “De gracia sois salvos por la fe y esto no de vosotros porque es un don de Dios.” 1 A esta voz de paz, a este evangelio, a esta palabra poderosa, muchos pecadores creyeron, se aproximaron al que es manantial de paz y muchas iglesias cristianas se formaron en medio de las generaciones degeneradas del siglo.
Mas presto se cometió un grande equivoco sobre la esencia de la fe que salva. La fe, según San Pablo, es el medio por el cual todo el ser del creyente, su inteligencia, su corazón, su voluntad, entran en posesión de la gloria que la encarnación y la muerte del Hijo de Dios le han adquirido. Es por la fe que se recibe a Jesucristo y desde entonces llega a ser todo por el hombre y en el hombre. El comunica una vida divina a la naturaleza humana y el hombre, así renovado, libre del poder del egoísmo y del pecado, tiene nuevas afecciones y hace nuevas obras. La fe, dice la Teología, para expresar estas ideas, es la apropiación subjetiva de la obra objetiva de Cristo. Si la fe no es una apropiación de la salud eterna, ella es nula y entonces toda la economía cristiana se halla trastornada, las fuentes de la vida nueva cerradas y el cristianismo destruido por su base.
23
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto He aquí lo que aconteció. Este punto práctico de la fe fue poco a poco olvidado, luego no fue más que lo que es todavía para muchos, un acto de la inteligencia, una simple sumisión a una autoridad superior. De este primer error dimanó necesariamente otro. Despojada así la fe de su carácter práctico, fue imposible el decir que ella sola salva no siguiendo ya las obras a la fe preciso era que la acompañarán y la doctrina que el hombre es justificado por la fe y por las obras, entró en la Iglesia.
A la unidad cristiana, que encierra bajo el mismo principio la justificación y las obras, la gracia y la ley, el dogma y el deber, se siguió esta triste dualidad que hace de la religión y de la moral dos cosas enteramente distintas, error funesto que separando lo que para vivir debe hallarse unido colocando el alma en un lado y el cuerpo en otro, causa la muerte. La Palabra del Apóstol, resonando de siglo en siglo, dice: "¡Vosotros habéis comenzado por el espíritu y ahora acabáis por la carne!"
Otro error no menos grave vino también a alterar la doctrina de la gracia, fue el Pelagianismo. Pelagio pretendió que la naturaleza humana no ha decaído, que no hay corrupción hereditaria y que habiendo recibido el hombre el poder de bien obrar, no tiene más que querer para ejecutar. Si el bien consiste en algunas acciones exteriores, Pelagio tiene razón, pero si se atiende a los principios de donde provienen estos actos exteriores al conjunto de la vida íntima del hombre, entonces se encuentra por todas partes, en el hombre, egoísmo, olvido de Dios, liviandad e insuficiencia. He aquí lo que hizo sentir San Agustín, el cual demostró, que para ser aprobada tal o cual obra, no bastaba que pareciese buena considerada exterior y aisladamente, sino que ante todo fuese santo el origen que ella tenía en el alma. La Doctrina Pelagiana, rechazada de la Iglesia por Agustín, cuando se mostró frente a frente, se presentó luego de lado, como semipelagiana y bajo el disfraz de fórmulas Agustinianas.
En vano siguió oponiéndose a ella el gran doctor pues habiendo fallecido por aquel tiempo, el error se propagó en la cristiandad con asombrosa rapidez pasó de occidente a oriente y la Iglesia está aun alterada y desfalleciente. El peligro de este sistema se manifestó sobre todo en que, poniendo el bien fuera y no dentro, dio mucha importancia a las obras exteriores, a las observancias legales, y a los actos de penitencia. Cuantas más prácticas de estas hacía uno, tanto más santo era, con ellas se ganaba el cielo y bien pronto se creyó ver hombres (idea asombrosa por cierto), que para santificarse hacían más de lo necesario.
Así el orgullo del corazón del hombre no quiso dar la gloria a este Dios a quien pertenece toda gloria, pretendió merecer lo que Dios quería dar, se puso a buscar en sí mismo esta salvación que el cristianismo le presentaba toda cumplida del cielo.
Echó un velo sobre esta verdad saludable de una salvación que viene de Dios y no del hombre de una gloria que Dios da pero que no la vende, desde entonces todas las demás verdades de la región fueron oscurecidas, las tinieblas se extendieron sobre la Iglesia y de esta triste y profunda noche, se vieron salir, uno tras otro, muchos errores, 24
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto desde luego las dos grandes especies de errores se hallaron reunidos. El Pelagianismo a la par que corrompió la doctrina fortificó la jerarquía, deprimió la gracia y ensalzó la Iglesia porque la gracia es Dios y la Iglesia es el hombre.
Así que la salud eterna fue quitada de las manos de Dios, cayó en las de los sacerdotes, estos se pusieron en el lugar del Señor y las almas ansiosas de perdón, ya no tuvieron que mirar hacia el cielo, sino hacia la Iglesia y principalmente hacia su pretendido jefe. El pontífice romano ocupó el lugar de Dios según los ignorantes. De ahí vinieron toda la grandeza y toda la autoridad de los papas y también indecibles abusos.
Ciertamente que la doctrina de la salvación por la fe no fue enteramente usurpada a la Iglesia, la encontramos aun en los padres más célebres de ella, ya después de Constantino, ya en la Edad Media. Esta doctrina no fue formalmente negada, los concilios y los papas no lanzaron contra ella ni sus bulas ni sus decretos, pero pusieron a su lado alguna cosa que la anulaba. Con todo, ella subsistió para muchos doctores y para muchas almas humildes y cándidas más la multitud tuvo otra cosa. Los hombres habían inventado todo un sistema de perdón. La muchedumbre corrió y se adhirió a él más bien que a la gracia de Jesucristo y el sistema de los hombres ahogó el de Dios. Recorramos algunas fases de esta triste metamorfosis.
En tiempo de Vespasiano y de sus hijos, el que había sido más intimo amigo del Galileo, el hijo de Zebedeo, había dicho: “Si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonárnoslos”.
Cerca de ciento veinte años después, bajo Cómodo y Sétimo Severo, un ilustre pastor de Cartago, Tertuliano, hablando sobre el perdón, usó ya un lenguaje muy distinto: “Es preciso,” dice, "un cambio en el vestir y en el comer, es preciso revestir del saco y de la ceniza, renunciar a toda comodidad y a todo ornato del cuerpo, prosternase ante el sacerdote y suplicar a todos nuestros hermanos que interceden por nosotros”. He aquí el hombre desviado de Dios y confiado en sí mismo.
Las obras de la penitencia substituidas a la salud de Dios se multiplicaron en la Iglesia, desde Tertuliano hasta el siglo XIII. Es preciso ayunar, ir descalzo, no vestirse de lienzo, etc., o bien abandonar su casa y su patria para ir a países lejanos, o bien, renunciar al mundo y abrazar el estado monástico.
En el siglo XI, añadieron a todo esto las flagelaciones voluntarias, las que llegaron a ser después en Italia, entonces violentamente agitada, una verdadera manía.
Nobles y plebeyos, jóvenes y ancianos y hasta los niños de cinco años, van de dos en dos, a centenares, a millares y por decenas de millares, atravesando las aldeas, pueblos, y ciudades, vestidos únicamente de un delantal, atado en la cintura, visitando en procesión las iglesias durante lo más fuerte del invierno armados de unas 25
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto disciplinas, se azotaban inhumanamente y las calles resonaban de los gritos y gemidos que arrancaban lágrimas a cuantos les oían.
Sin embargo, mucho antes que el mal hubiese llegado a tal extremo, los hombres oprimidos por el clero habían suspirado por el rescate. El mismo clero había comprendido que si no remediaba todo esto perdería su poder usurpado. A este fin inventaron el sistema de cambio, célebre bajo el nombre de indulgencias. Tuvo principio en tiempo de Juan el Ayunador, arzobispo de Constantinopla. El clero dijo entonces: Vosotros no podéis o penitentes cumplir todo lo que os está impuesto, por consiguiente, nosotros, Ministros de Dios y pastores vuestros, tomaremos en nuestros hombros esta pesada carga: ¿Quién ayunará mejor que nosotros? ¿Quién sabrá arrodillarse mejor y salmear con más mérito?”. Pero todo trabajador es acreedor a su salario. Por esto lleno, abate de Prum, dice: “Por un ayuno de siete semanas, el rico pagará veinte sueldos, el que lo sea menos, pagará solo diez y el pobre, tres, así por lo demás. Enérgicas voces se levantaron contra este comercio, más en vano.
El papa descubrió luego las ventajas que podía sacar de estas indulgencias, las necesidades que tenía de dinero no dejaban de aumentar y he aquí un recurso fácil que, bajo la apariencia de una contribución voluntaria, llenara su erario. Es preciso dar bases sólidas a un descubrimiento tan precioso. Los jefes de Roma se dedican a ello. El doctor irrefragable, Alejandro de Hales, inventó en el siglo XIII, una doctrina a propósito para asegurar este inmenso recurso del papado. Una bula de Clemente Vil, la proclamó artículo de fe, y las más santas doctrinas deben contribuir a fortalecer esta industria romana. Jesucristo, dicen, ha hecho mucho más de lo que era necesario para reconciliar los hombres con Dios, una sola gota de su sangre hubiera bastado para esto y sin embargo, él ha derramado muchísima, a fin de fundar, para su Iglesia, un tesoro que la eternidad misma no podrá agotar. Los méritos superrogatorios de los santos, el precio de las obras que ellos hicieron además de las obligatorias, han aumentado también este tesoro. La custodia y la administración de este caudal, han sido confiadas al vicario de Jesucristo en la tierra el cual aplica a cada pecador por las faltas cometidas después del bautismo, estos méritos de Jesucristo y de los santos, según la medida y en la cantidad que sus pecados lo exigen. ¿Quién tendrá la osadía de atacar un uso de un origen tan santo?, luego se despliega y se complica esta increíble industria.
El Precio imponía diez, veinte años, por tal o cual género de pecado. No es solamente, exclamó el clero codicioso por cada especie de pecado, más por cada acto pecaminoso, que son necesarios tantos años y ve ahí el hombre abrumado bajo el peso de una penitencia casi eterna.
Pero, ¿Qué significa esta penitencia tan larga, si la vida del hombre es tan corta?,
¿Cuándo podrá cumplirla?, ¿Dónde encontrará el tiempo necesario para ello?, le 26
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto imponéis muchos siglos de prácticas austeras en el día de la muerte se reirá de todo, pues que ella le descargara de tan enorme peso. ¡Dichosa muerte! Sin embargo, se halló remedio a este inconveniente. Los filósofos de Alejandría habían hablado de un fuego en el que los hombres debían ser purificados, muchos antiguos doctores habían admitido esta idea y Roma erigió en doctrina de la Iglesia, esta opinión filosófica.
El papa por medio de una bula reunió el purgatorio a su dominio y decidió que el hombre expiaría allí lo que no hubiese podido expiar acá abajo, pero que las indulgencias podrían librar las almas de este lugar intermediado en el cual sus pecados debían retenerlas. Tomás de Aquino expuso esta doctrina en su famosa suma teológica. Nada se omitió para llenar los ánimos de terror.
El hombre es naturalmente inclinado a temer un porvenir desconocido, y las sombrías moradas que se figura más allá del sepulcro. Pero agravaron todavía este temor, pintando con horrendos colores los tormentos que deben sufrir en el fuego purificador, los que caen en sus llamas. Aun hoy día se ven, en muchísimos países del catolicismo, de estos cuadros expuestos en los templos y en los callejones en los cuales están retratadas las pobres almas cercadas de ardientes llamas, implorando con angustia algún socorro. ¿Quién hubiera podido rehusar el dinero redentor, el cual cayendo en el erario de Roma, debía redimir el alma de tantos tormentos? 1
Un nuevo medio se descubrió para aumentar este tráfico. Hasta entonces no se habían explotado sino los pecados de los vivos se creyó necesario explotar también los de los muertos. En el siglo XIII se publicó que los vivos podían, mediante algunos sacrificios, abreviar, terminar las penas que sufrían en el purgatorio sus antepasados, y sus amigos. E incontinente el compasivo corazón de los fieles ofreció al clero nuevos tesoros.
Poco después, para regularizar este tráfico, se inventó (es probable que fuese Juan XXII), la famosa y escandalosa tarifa de las indulgencias de la cual hay más de cuarenta ediciones. Si se quisiese relatar las infamias que en ella se encuentran, se ofenderían los oídos menos delicados. El incesto, si no es conocido, costara cinco dracmas y si es conocido, seis. Tanto costara el homicidio, tanto el infanticidio, el adulterio, el perjurio, el robo con fractura, etc., etc.
¡O vergüenza de Roma! exclamó Claudio de Esperso, teólogo romano y nosotros añadimos: ¡O vergüenza de la humanidad! pues que nada puede reprocharse a Roma que no recaiga sobre el hombre mismo. Roma, es la humanidad exaltada en algunas de sus malas inclinaciones: esto decimos porque es verdad y porque es justo. Bonifacio VIII., el más atrevido y el más ambicioso de los papas después de Gregorio VII., supo hacer aun más que lo que hicieron sus antecesores.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En el año 1,300, publicó una bula en la cual anunciaba la Iglesia, que cada cien años, todos los que fuesen a Roma, obtendrían allí una indulgencia plenaria. De Italia, de Sicilia, de Cerdeña, de Córcega, de Francia, de España, de Alemania, de Hungría, de todas partes corrieron a tropel. Ancianos de sesenta a setenta años se ponían en camino y en Roma se contaron en un mes hasta dos cientos mil peregrinos. Todos estos extranjeros llevaban ricas ofrendas, el papa y los romanos vieron llenar sus arcas de oro.
No tardó la codicia romana en establecer cada jubileo de cincuenta años más tarde de a treinta y tres y por último de a veinte y cinco. Después, por la mayor comodidad de los compradores y mayor provecho de los vendedores, se extendió de Roma a todos los puntos de la cristiandad, el jubileo y sus indulgencias. Ya no era necesario salir de su casa lo que otros habían ido a buscar más allá de los Alpes, cada uno podía comprarlo delante de su casa.
El mal no podía empeorar ya más. Entonces se manifestó el reformador. Hemos visto ya en que vino a parar el principio que debía dominar la historia del cristianismo y acabamos de ver lo que sucedió con el principio que debía dominar la doctrina; es decir que ambos se perdieron. Establecer una casta medianera entre Dios y el hombre y hacer comprar con obras, con penitencias y a precio de oro, la salvación que Dios da, he aquí el papismo.
Facilitar a todos, por Jesucristo, sin medianero humano, sin este poder que se llama la Iglesia, la entrada franca al sublime don de la vida eterna que Dios hace al hombre, he aquí el cristianismo y la reformación.
El papismo es una barrera inmensa, puesta por el trabajo de los siglos entre el hombre y Dios: si alguno quiere vencerla, que pague o que sufra y con todo esto no la vencerá.
La reformación es la fuerza que ha destruido esta barrera que ha restituido Cristo al hombre y que se ha abierto un sendero llano para acercarse a su Criador.
El Papismo interpone la Iglesia entre Dios y el hombre. El Cristianismo y la Reformación hacen encontrar a Dios y el hombre cara a cara. El Papismo los separa, el Evangelio los une. Después de haber trazado así la historia de la decadencia y del anonadamiento de los dos grandes principios que debían diferenciar la religión de Dios de todas las religiones humanas, veamos cuales fueron los resultados de esta inmensa transformación.
Pero hagamos desde luego algún honor a esta Iglesia de la Edad Media, que sucedió a la de los Apóstoles y de los padres, y que precedió a la de los reformadores.
La Iglesia, permaneció Iglesia bien que decaída y más cautiva que nunca. Es decir, que ella fue siempre la amiga más poderosa del hombre.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Sus manos, aunque ligadas, pudieron bendecir todavía. Grandes siervos de Jesucristo esparcieron durante varios siglos una benéfica luz y en el más humilde convento, en la parroquia más inferior, se hallaron míseros frailes y pobres sacerdotes para aliviar grandes dolores. La Iglesia Católica no era entonces el papado, este obró como opresor y aquella como oprimida. La Reformación, que declaró la guerra al uno, vino a libertar la otra. Y es menester confesarlo, el mismo papado fue alguna vez, en las manos de Dios, que hace salir el bien del mal, un contrapeso necesario al poder y a la ambición de los príncipes.
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FOOTNOTES
(1) Efesios, Cap. V, ver. 8.
(2) Velle et esse ad hominem referencia sunt, quia de arbitrii fonte descendunt. (Pelaos inAug. de Gratia Dei, cap. 4.) Ref. Span, ' 8
(3) Tertull., De Poenit.
(4) Libriduo de ecclesiastlcis disciplinis.
(5) Libri duo de ecclesiasticia disciplinis
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO III
Estado de la cristiandad — Teología — Dialéctica — Trinidad — Predestinación
— Estado primitivo — Redención — Gracia — Penitencia.
Echemos ahora una ojeada sobre el estado en que se hallaba la cristiandad. La Teología y la Religión eran entonces bien distintas, la doctrina de los doctores y la práctica de los sacerdotes, de los frailes, y del pueblo, ofrecían dos esferas muy diferentes.
Sin embargo, ellas influían una sobre otra y la Reformación tuvo que hacer con las dos. Recorramos ambas y tomemos desde luego una idea de la Escuela 6 de la Teología.
La Teología se hallaba todavía bajo la influencia de la Edad Media. La Edad Media se había despertado y había producido grandes doctores, pero su ciencia no se dirigió a interpretar las Sagradas Escrituras, ni a examinar los hechos de la Iglesia. La exposición y la historia, estos dos grandes manantiales de la ciencia teológica, estaban abandonados. Una nueva ciencia tomó su lugar y fue la Dialéctica. El arte de raciocinar llegó a ser la mina fecunda de la nueva Teología.
La Edad Media descubrió los libros de Aristóteles, empezó a conocerlos, ya en las antiguas traducciones latinas y en las traducciones árabes. Resucitado Aristóteles, apareció como un gigante en el occidente y dominó los espíritus y casi las conciencias.
Su método filosófico vino a robustecer la inclinación que esta época tenía por la dialéctica. En efecto, el método aristotélico era propio para investigaciones sutiles y a las sofísticas distinciones. La oscuridad de las traducciones del filósofo griego favoreció también la sutileza dialéctica que se había apoderado de los occidentales.
Alarmada la Iglesia, combatió algún tiempo esta nueva tendencia, ella temía que esta manía de raciocinar, no produjese herejías. Sin embargo, la Dialéctica se mostró dócil y los frailes la emplearon contra los herejes y desde entonces su triunfo fue seguro.
* Ref. Span. 3*
El carácter distintivo de este método fue el de inventar una multitud de cuestiones sobre todas las materias teológicas y decidirlas en seguida por una solución.
Frecuentemente estas cuestiones rodaban sobre los más frívolos asuntos. Se preguntaba, por ejemplo, si todos los animales habían entrado en el Arca de Noé y si un difunto puede celebrar la misa. 1 Pero no juzguemos los escolásticos solo por tales rasgos muchas veces, al contrario, debemos reconocer la profundidad y la extensión de su espíritu.
Muchos de entre ellos distinguían las verdades teológicas de las filosóficas, afirmando, que alguna cosa podía ser verdadera teológicamente y falsa 30
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto filosóficamente. De este modo pensaban conciliar la incredulidad con una fría y muerta adhesión, a las formas de la Iglesia.
Pero otros doctores y Tomás de Aquino al frente sostenían que la doctrina revelada no se hallaba nunca en contradicción con una razón ilustrada y que así como la caridad en el cristianismo no destruye las afecciones naturales del hombre, sino que las endereza, las santifica, las ennoblece y las domina del mismo modo la fe no destruye la Filosofía, más puede servirse de ella santificándola o iluminándola de su luz.
La Doctrina de la Trinidad ejercitó mucho la dialéctica de aquellos teólogos. A fuerza de distinciones y de razonamientos se les vio caer en errores opuestos. Unos distinguieron las tres personas de modo que hacían de ellas tres dioses, eso hicieron Roselin de Campiegne y sus secuaces. Otros las confundieron de manera que las consideraban como una simple distinción de ideas, es lo que hicieron Gilberto de Potiers y los suyos. Más, la Doctrina Ortodoxa fue sostenida con vigor por otros doctores.
1 Hottinger, Hist. Eccles., V.
La sutileza dialéctica de aquellos tiempos las hizo también con la doctrina de la Voluntad Divina. ¿Cómo reconciliar la voluntad de Dios con su omnipotencia y su santidad? Los escolásticos encontraban en esto grandes dificultades y buscaban como resolverlas con distinciones dialécticas. “No se puede decir que Dios quiere el mal,”
decía Pedro Lombardo; “pero tampoco puede decirse que él no lo quiere”.
La mayor parte de aquellos teólogos procuraban debilitar, con sus trabajos dialécticos, la Doctrina de la Predestinación que hallaron admitida en la Iglesia.
Alejandro de Hales, se sirvió para esto de aquella aristotélica distinción que cada acción supone dos agentes, a saber, una causa operante y una materia que debe recibir la acción de esta causa. La predestinación divina, dice él, opera sin duda para la salvación del hombre, pero debe hallarse también una receptibilidad para esta gracia en el alma del hombre.
Sin este segundo agente, el primero nada puede y la predestinación consiste en que Dios, conociendo por su presciencia a aquellos en quienes este segundo agente puede hallarse, ha determinado comunicarles su gracia.
Tocante al estado primitivo del hombre, aquellos teólogos distinguían los dones naturales y los dones gratuitos. Los primeros consistían en la pureza de las fuerzas primitivas del alma humana, los segundos eran los dones de la gracia que Dios concedía a esta alma a fin de que ella pudiese ejecutar el bien.
31
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Pero aquí también se separaban estos doctores, los unos pretendían que el hombre no tuvo en su origen más que los dones naturales y que según el uso que haría de ellos, merecería o no, los dones de la gracia. Pero Tomás de Aquino, que, en general está por la sana doctrina, pretendía que los dones de la gracia estuvieron íntimamente unidos desde el principio, con los dones de la naturaleza, pues que el primer hombre se hallaba en una perfecta salud moral. La caída, decían los primeros, que se inclinaban hacia el libre arbitrio, ha quitado al hombre los dones de la gracia pero ella no le ha despojado enteramente de las fuerzas primitivas de la naturaleza porque toda santificación hubiera sido imposible, sino se hubiese hallado en el hombre ninguna fuerza moral. Mientras que los teólogos más rígidos pensaban que la caída, no solamente había despojado al hombre de la gracia, más también corrompido la naturaleza.
Todos reconocían la obra de reconciliación que Cristo ha cumplido por sus padecimientos y por su muerte. Pero los unos pretendían que la redención no podía virtualmente efectuarse sino por la satisfacción expiatoria de la muerte de Jesucristo mientras que otros intentaban probar que Dios estaba anexo a esta reconciliación, la redención y la gracia. Otros todavía, y entre ellos Abelardo, hacían consistir los efectos saludables de la redención en que ella hacia nacer en el corazón del hombre, la confianza y el amor de Dios.
La Doctrina de la Santificación o de la Gracia, nos manifiesta nuevamente, en todo su lujo, la sutileza dialéctica de estos teólogos. Todos, admitiendo la distinción de Aristóteles, de que hemos hablado, establecen la necesidad de la existencia en el hombre de una materia dispuesta a recibir la gracia. Materia deposita. Pero Tomás de Aquino atribuye esta disposición a la gracia misma. La gracia, dicen ellos, era formadora para el hombre antes que cayese ahora que hay en él algo que destruir, ella es gracia reformadora. Distinguen todavía la gracia dada gratuitamente, gratia gratis data, y la gracia que hace agradable, gratia gratum faciens, y muchas otras.
La Doctrina de la Penitencia y de las Indulgencias que hemos expuesto ya, vino a coronar todo este sistema y a malograr lo que podía tener de bueno. Pedro Lombardo fue el primero que distinguió tres géneros de penitencia: La penitencia del corazón o la compunción, la penitencia de boca, o la confesión y la penitencia de las obras, o la satisfacción exterior.
Es verdad que distinguió una absolución ante Dios y otra ante la Iglesia y aun dijo que el arrepentimiento interior bastaba para conseguir el perdón de los pecados pero, por otro lado, cayó en el error de la Iglesia. Admitió que, por los pecados cometidos después del bautismo, era preciso sufrir en el fuego del purgatorio, o someterse la penitencia eclesiástica, exceptuando el que tuviese una contrición interior tan perfecta, que pudiese suplir todas las demás penas. Se propone enseguida tales 32
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cuestiones, que, a pesar de toda su dialéctica, se ve embarazado para resolverlas: Si dos hombres, iguales en su estado espiritual, uno pobre y otro rico, mueren a la vez, que uno no tenga más sufragios que las oraciones ordinarias de la Iglesia, y que para el otro, al contrario, se puedan celebrar muchas misas y hacer muchas obras, ¿Que sucederá? El escolástico se vuelve y revuelve por todos lados, y finalmente dice: Los dos tendrán igual suerte, pero no por las mismas causas, el rico no será libertado más perfectamente del purgatorio pero lo será más prontamente.
He aquí expuestos algunos rasgos de la Teología que regía en las escuelas en tiempo de la Reformación: distinciones, ideas a veces justas, otras falsas, pero nada más que ideas. La Doctrina Cristiana había perdido este aroma del cielo, esta fuerza y esta vida práctica que dimanan de Dios, y que la caracterizaron en tiempo de los apóstoles; ellas debían bajar otra vez de lo alto.
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FOOTNOTES
(1) Ref. Span. 3*
(2) Hottinger, Hist. Eccles., V.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IV
Religión — Reliquias — Risa de Pascua — Costumbres — Corrupción —
Desórdenes de los sacerdotes — de los obispos — de los papas. — Borgia —
Instrucción — Ignorancia — Ciceronianos.
Sin embargo, la ciencia de las escuelas era pura, comparada con el estado real de la Iglesia. La Teología de los doctores era floreciente cotejada con la religión, con las costumbres y con la instrucción de los sacerdotes, de los frailes y del pueblo. Si la ciencia tenía necesidad de una reforma, la Iglesia tenía mucha más necesidad de ser reformada.
El pueblo de la cristiandad, y en este pueblo es preciso comprender casi todo, no esperaba ya de un Dios vivo y santo el don gratuito de la vida eterna. Para obtenerlo tenía, por consiguiente, que acudir a todos los medios que podía inventar una imaginación supersticiosa, temerosa y alarmada. El cielo se pobló de santos y medianeros, que debían solicitar esta gracia, la tierra se llenó de obras pías, de sacrificios, de ritos, y ceremonias que debían merecerla. He aquí el cuadro que de la religión de aquel tiempo, nos hace un hombre que fue fraile muchos años y después colega de Lutero, a saber, Miconio.
Los padecimientos y méritos de Cristo eran considerados como vana historia o como fábulas de Homero. No se hablaba de la fe, por la cual se asegura la justicia del salvador y la herencia de la vida eterna. Cristo era un juez severo, pronto a condenar todos los que no recorriesen a la intercesión de los santos o a las indulgencias de los papas. Figuraban como intercesores en lugar del único Medianero, en primer lugar la Virgen Maria, semejante a la Diana del Paganismo, enseguida los santos, de los cuales los papas aumentaban continuamente el catálogo.
Estos medianeros no concedían sus oraciones, sino a los que se habían hecho acreedores a ello en las órdenes fundadas por ellos. Para ello era preciso hacer, no lo que Dios manda en su palabra, sino un gran número de obras inventadas por los frailes y por los curas, que producían mucho dinero. Eran Ave Marías, las oraciones de Santa Úrsula, de Santa Brígida, etc. Se tenía que cantar, gritar día y noche. Había tantos lugares de peregrinación, como montes, bosques, y valles.
Pero con el dinero podía uno conmutar esta fatiga, bastaba pues llevar a los curas y en los conventos un poco de dinero y cuanto pudiese tener algún valor, como pollos, gansos, patos, huevos, cera, cáñamo, manteca, queso, etc.; entonces resonaban los cantos, las campanas se ponían al vuelo, los santuarios se llenaban de incienso, se ofrecían sacrificios, en las cocinas reinaba la abundancia, había brindis, las misas concluían y tapaban todas estas obras pías. Los obispos no predicaban, pero 34
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto consagraban a los sacerdotes, a las campanas, a los frailes, a las iglesias, a las capillas, las imágenes, los libros, los cementerios; todo esto aumentaba la renta.
Huesos, brazos, y pies se conservaban en relicarios de oro o plata, cuyos objetos se daban a besar durante la misa y esto también producía mucho.
Todas estas gentes afirmaban que el papa, ocupando el puesto de Dios, 1 no podía engañarse, y sobre esto no admitían contradicción. *
En la Iglesia de todos los santos de Wittemberg hallaron un pedazo del arca de Noé, un poco de sebo procedente del horno en el cual fueron arrojados los tres mancebos, un pedazo de madera del pesebre del Niño Jesús, algunos pelos de las barbas del Gran Cristóbal, y diez y nueve mil otras reliquias de más o menos consideración. A Schauffouse le mostraron el aliento de San José que Nicodemo había recibido en su guante. En Wittemberg se halló un vendedor de indulgencias, esparciendo sus mercancías con la cabeza adornada de una larguísima pluma, arrancada del ala del arcángel Miguel.
*** 1 No era menester ir lejos para procurarse estas preciosas prendas, los traficantes de reliquias recoman el país, con el fardo de mercaderías, como se ha hecho después con la Sagrada Escritura, y las presentaban a los fieles en sus casas para ahorrarles el trabajo y los gastos de la peregrinación. Las exponían con pompa en las iglesias. Estos mercachifles errantes pagaban una cierta cantidad a los dueños de las reliquias, y ¡les daban tanto por ciento de sus ganancias!....E1 reino de los cielos había desaparecido, y los hombres lo habían sustituido en la tierra un vergonzoso mercado.
Un espíritu profano había invadido la religión y los recuerdos más sagrados de la Iglesia, las fiestas consagradas, particularmente al recogimiento y al amor de los fieles, eran deshonradas con chocarrerías y profanaciones enteramente paganas. La Risa de Pascua era muy solemne en los actos de la Iglesia. Debiéndose celebrar con alegría la fiesta de la Resurrección de Jesucristo, se buscaba en los sermones todo lo que podía excitar mejor la risa del pueblo. Tal predicador cantaba como un cuclillo, tal otro como un gallo. Uno arrastraba al altar a un laico disfrazado de un hábito, otro contaba las historias más indecentes y otro refería los chascos del Apóstol San Pedro, entre otros aquel en que engañó al bodegonero, no pagándole su escote. El bajo clero se aprovechaba de la ocasión para ridiculizar a sus superiores. Los templos eran transformados en tablados y los sacerdotes en titereros.
Si tal era la religión, ¿Qué debían ser las costumbres? Sin duda que la corrupción no era entonces universal, es preciso no olvidarlo, la equidad lo exige. De la misma reforma, se vio surgir abundancia de piedad, de justicia y de fuerza, la espontanea acción del poder del Dios fue la causa de ello. ¿Quién puede negar* que Dios no hubiese depuesto ya antes el germen de esta nueva vida en el seno de la Iglesia? Si en nuestros días, se amontonasen todas las inmoralidades, todas las torpezas que se 35
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cometían en un solo país, sin duda que esta masa de corrupción aun nos asombrarían.
Con todo, el mal tuvo en aquella época, un carácter y una generalidad que no ha tenido desde entonces; y sobre todo la abominación desolaba los lugares santos, de un modo que no le ha sido permitido ejecutar desde la venida de la Reformación.
La vida decayó con la fe. La nueva del don de la vida eterna, es el poder de Dios para regenerar a los hombres quitad la salud eterna que Dios da y quitareis la santificación y las obras, es lo que aconteció.
La Doctrina y el Despacho de las Indulgencias provocaban poderosamente al mal un pueblo ignorante. Es verdad que, según la Iglesia, las indulgencias no podían ser útiles, sino los que prometían enmendarse, y cumplían su palabra. Pero, ¿Que podía esperarse de una doctrina inventada con miras codiciosas? Los traficantes de indulgencias, a fin de despachar mejor sus mercancías, eran naturalmente interesados en presentar la cosa al pueblo del modo más propio a atraerlo y seducirlo.
Los mismos sabios no comprendían casi esta doctrina. Todo lo que la muchedumbre veía en ella era, que las indulgencias permitían el pecar y los mercaderes no se curaban de disipar un error tan favorable a la venta.
¡Cuántos desórdenes y crímenes en aquellos siglos tenebrosos en que se obtenía la impunidad a precio de dinero!, ¿Qué podía temerse, cuando una mínima contribución, para construir una iglesia, era suficiente para librar a uno de las venganzas del mundo venidero?, ¿Qué esperanza de renovación podía haber, cuando ya no existía comunicación entre Dios y el hombre, y cuando este alejado de Dios, que es espíritu y vida, no se movía sino en medio de las ceremonias insignificantes, en las prácticas groseras y en una atmósfera de muerte?
Los sacerdotes eran los primeros que se hallaban sometidos a esta influencia corruptora y queriendo elevarse, se habían bajado. Quisieron usurpar a Dios un rayo de su gloria y abrigarlo en su seno pero su tentativa fue vana porque no depositaron en él sino una levadura de corrupción, robada al príncipe de la maldad. Los anales de aquel tiempo abundan en escándalos. En muchos lugares se complacían al ver que un sacerdote entretenía una mujer, a fin de que las casadas estuviesen más seguras contra sus seducciones. 1
¡Cuántas escenas humillantes ofrecía entonces la casa de un cura párroco! El infeliz sostenía, con el diezmo y las limosnas, a la madre y a los hijos que ella le había dado. 2 Le remordía su conciencia, se avergonzaba ante el pueblo, ante sus criados, y ante Dios. Temiendo la madre caer en la miseria, si el sacerdote venía a morir, se prevenía de antemano, y robaba en su misma casa, su honra estaba perdida, y sus hijos eran constante acusación contra ella. Despreciados estos de todos, se entregaban a riñas y desordenes, ¡eh ahí la casa del sacerdote! Estas escenas espantosas eran una instrucción, de la cual el pueblo sabía aprovecharse.
36
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Los campos eran el teatro de numerosos excesos y los lugares en que residían los eclesiásticos eran muy a menudo las guaridas de la disolución. Cornelio Adriano en Bruges, 4 y el abate Tinkler en Cappel, 6 imitaban las costumbres del oriente, teniendo también sus harems. Se veían sacerdotes que asociados con gente depravada, frecuentaban las tabernas; jugaban a los dados completaban sus orgías con riñas y blasfemias. 6
El Consejo de Schaffouse prohibió al clero el bailar en público, excepto en los días de bodas y el llevar dos especies de armas. Mandó también que fuesen despojados de sus vestidos cuantos eclesiásticos fuesen hallados en casas de meretrices. 1 En el arzobispado de Mayanza, saltaron de noche por encima de las paredes, haciendo ruido y cometiendo todo género de desórdenes en posadas y tabernas y rompieron las puertas y cerraduras. 3 En muchos lugares, el sacerdote pagaba al obispo una contribución por la mujer con la cual vivía y por cada hijo que tenía de ella. Un obispo alemán, hallándose un día en un gran convite, dijo públicamente, que, en un año se habían presentado en su palacio, once mil sacerdotes con tal objeto. Erasmo lo refiere.
3
Si pasásemos al orden jerárquico, hallaríamos que la corrupción no era menor. Los dignitarios de la Iglesia preferían el tumulto de los campos, al canto de los altares.
Una de las primeras calidades de los obispos, era saber obligar, lanza en mano, a la obediencia a los que les rodeaban. Baldovino, arzobispo de Treves, siempre guerra con sus vecinos y vasallos, demolía sus castillos, construía fortificaciones y no pensaba más que en agrandar su territorio. Cierto obispo de Eichstadt, cuando administraba justicia, llevaba bajo su vestido una cota de malla y una enorme espada en la mano.
El mismo solía decir que desafiaba a cinco bárbaros con tal que no lo atacasen traidoramente.* En todas partes los obispos estaban en continua guerra con los habitantes de las ciudades. Los paisanos pedían la libertad y los obispos querían una obediencia absoluta si estos conseguían la victoria, castigaban la rebelión, inmolando muchísimas víctimas a su venganza. Pero la llama de la insurrección resplandecía en el mismo momento que se creía haberla extinguido. ¡Y qué espectáculo ofrecía el trono pontificio en los tiempos que precedieron inmediatamente la reformación!
Roma, es preciso confesarlo, rara vez vio tanta deshonra como entonces. Rodríguez Borgia, después de haber vivido con una dama romana, continuó el mismo comercio ilegítimo con Rosa Vanozza, hija de la misma señora de la que tuvo cinco hijos. Borgia era en Roma, cardenal y arzobispo viviendo con Vanozza y con otras más y frecuentando al mismo tiempo las iglesias y los hospitales, cuando la muerte de Inocencio VIII dejó vacante la silla pontifical. Supo obtenerla comprando los cardenales a precio de oro. Cuatro mulos, cargados de dinero, entraron públicamente en el palacio del cardenal Sforza, el más influyente de todos. Borgia fue nombrado 37
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto papa bajo el nombre de Alejandro VI..., y se alegró de haber ascendido, de este modo, al colmo de los placeres.
El día de su coronación nombró a su hijo Cesar joven de feroces y depravadas costumbres, arzobispo de Valencia y obispo de Pamplona. Después celebró, en el vaticano, las nupcias de su hija Lucrecia con fiestas, que solemnizaron con comedias y canciones obscenas a cuyas bodas asistió Julia Bella, otra concubina de Alejandro VI. “Todos los eclesiásticos, dice un historiador, 1 tenían sus queridas, y todos los monasterios de la capital eran casas de prostitución.” Cesar Borgia abrazó el partido de los Güelfes y cuando con su ayuda hubo destruido a los Gibelinos se volvió contra los mismos Güelfes y los extirpó también porque quería aprovecharse de todos sus despojos. En el año 1497, Alejandro dio a su hijo primogénito el ducado de Benevento.
El duque desapareció. Un tratante de madera de las orillas del Tiber, Jorge Schiavonivio, durante la noche, arrojar un cadáver al rio pero nada dijo porque era cosa ordinaria en aquel tiempo. Hallaron el cadáver del duque y su hermano César había sido el autor de su muerte. 1 Eso no era bastante, un cuñado suyo también le hacía sombra por esto, un día, César hizo que le diesen una estocada, en la misma escalera del palacio pontificio lo transportaron ensangrentado a su habitación, su mujer y su hermana no se separaban de él, temiendo el veneno de César y ellas mismas le preparaban los alimentos.
Alejandro puso guardias a su puerta pero, César se reía de estas precauciones y cuando el papa fue a ver a su yerno, César le dijo: “Lo que no se ha hecho en la comida, se hará en la cena.” En efecto, entró un día en el cuarto del convaleciente, echó fuera a su mujer y a su hermana, llamó su verdugo Michilotto, el único hombre a quien manifestaba alguna confianza e hizo ahogar a su cuñado en su presencia. Alejandro tenía un favorito llamado Perotto, cuyo favor molestaba también al joven duque, éste le persiguió, Perotto se refugió bajo el manto pontifical y abrazó al papa, César le hirió y la sangre de la victima saltó al rostro del pontífice. "El papa,” añade el testigo contemporáneo de estas escenas, "ama a su hijo el duque y teme mucho por él”.
César fue el hombre más hermoso y más forzudo de su siglo. Seis toros indómitos caían fácilmente a sus golpes en combate. Todas las mañanas se encontraban en Roma personas que habían sido asesinadas durante la noche y el veneno consumía los que no había podido alcanzar la cuchilla. Nadie osaba moverse ni respirar en Roma temiendo que no llegare su vez. César Borgia ha sido el héroe del crimen. La mayor altura a que ha llegado la iniquidad en la tierra es en el trono de los pontífices.
Entregado ya el hombre al genio del mal, cuanto más pretende elevarse ante Dios, tanto más se hunde en los abismos del infierno. Las fiestas disolutas que el papa y sus hijos, César y Lucrecia, celebraron en el palacio pontifical, no pueden describirse ni aun pensarse sin horror en las florestas impuras de la antigüedad, no se vieron quizás fiestas semejantes.
38
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Los historiadores han acusado a Alejandro y Lucrecia de incesto pero este hecho no parece suficientemente probado. Este papa habiendo preparado veneno a un rico cardenal, en una cajita de dulces que debía servirse a los postres de un suntuoso banquete, el cardenal advertido sobornó al mayordomo, se puso la cajita envenenada delante de Alejandro quien comió de lo contenido y murió. 1 Toda la ciudad corría a verle, y no podía saciarse de contemplar aquella víbora muerta. 2 Tal era el hombre que ocupaba la silla pontificia al principio del siglo en que estalló la Reformación. Así el clero había envilecido la religión y se había envilecido a sí mismo, por lo que una voz poderosa podía exclamar, el estado eclesiástico es opuesto a Dios y a su gloria. El pueblo no lo ignora pues que demasiado lo demuestran tantas canciones, tantos proverbios, tantas mofas contra los sacerdotes, que tienen curso entre la plebe y todos estos retratos de frailes y curas que se ven pintados en las paredes y aun en los naipes.
Todos se disgustan al verte oír a un eclesiástico. Lutero es quien habla así.
El mal se había extendido en todas las clases una eficacia de error había sido enviado a los hombres, la corrupción de costumbres correspondía a la corrupción de la fe, un misterio de iniquidad agravaba la Iglesia subyugada de Jesucristo. Otra consecuencia dimanaba necesariamente del olvido en que había caído la doctrina fundamental del Evangelio. La ignorancia del espíritu era la compañera de la corrupción del corazón. Habiendo los sacerdotes tomado a su cargo la distribución de la salud eterna, que solo pertenece a Dios, adquirieron un título suficiente al respeto de los pueblos. I ¿Tenían acaso necesidad de estudiar las Sagradas Letras?
No se trataba ya de explicar las Escrituras sino de dar bulas de indulgencias y no era menester adquirir con trabajo mucha sabiduría para ejercer este ministerio.
Escogían para predicadores en los campos, dice Wimpheling, hombres miserables sacados de la mendicidad y que habían sido cocineros, músicos, cazadores, mozos de cuadra, y ¡peor todavía! 1
Aun el clero superior se hallaba sumergido en una grande ignorancia. Un obispo de Dunfeld se consideraba feliz por no haber aprendido jamás ni el griego ni el hebreo.
Los frailes pretendían que todas las herejías dimanaban de estas lenguas, y sobre todo de la griega. “El Nuevo Testamento”, decía uno de ellos, “es un libro lleno de culebras y de espinas. El griego, proseguía el mismo, es un nuevo idioma recientemente inventado del cual es menester guardarse. Tocante el hebreo, caros hermanos, es cierto que todos cuantos lo aprenden se vuelven judíos en el mismo acto.
Heresbach, amigo de Erasmo, escritor respetable, refiere estas palabras. Tomas Linacer, doctor y célebre eclesiástico, no había leído jamás el Nuevo Testamento en sus últimos días (en 1524), se hizo traer un ejemplar del pero en seguida lo arrojó lejos de sí con un juramento, porque al abrirlo tropezó con estas palabras: "Mas yo os digo que no juréis de ningún modo”. Y, como él era un famoso jurador, por esto dijo: 39
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto
¡O esto no es el Evangelio, o en verdad no somos cristianos!* La misma Facultad de Teología de París no temía el decir ante el parlamento, "se acaba la religión, si se permite estudiar el griego y el hebreo”.
Si había, entre los eclesiásticos, algunos conocimientos, no era en las Sagradas Letras. Los ciceronianos de Italia aparentaban despreciar la Biblia a causa de su estilo. Algunos pretendidos ministros de la Iglesia de Jesucristo, traducían los escritos de los santos hombres inspirados por el Espíritu de Dios, en estilo de Virgilio y de Horacio, a fin de deleitar los oídos de la buena sociedad. El cardenal Bembo, en vez del Espíritu Santo, escribía: El soplo del Céfiro celeste en vez de perdonar los pecados, escribía: Aplacar los manes y los dioses soberanos y finalmente en vez de Cristo hijo de Dios, ponía, Minerva salida de la frente de Júpiter. Habiendo hallado un día al respetable Sadoleto, ocupado en una traducción de la Epístola a los romanos, le dijo, “deja esas niñerías, semejantes necedades son indignas de un hombre grave”.
1
He aquí expuestas algunas consecuencias del sistema que agravaba entonces la cristiandad. Ese cuadro manifiesta hasta la evidencia, tanto la corrupción de la Iglesia, como la urgencia de una reforma. Esto es lo que nos hemos propuesto haciendo su bosquejo. Las doctrinas vitales del cristianismo habían casi desaparecido enteramente, y con ellas, la vida y la luz que constituyen la esencia de la religión de Dios. Las fuerzas del cuerpo de la Iglesia se habían disipado. Se hallaba enflaquecido y postrado el cuerpo, casi sin vida, sobre esta parte del mundo que el imperio romano había ocupado.
¿Quién lo resucitará? ¿De dónde vendrá el remedio a tantos males?
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FOOTNOTES
(1)
2a los Thes., II, ver. 4.
(2)
Myconius, Hist. de la Reform. Seckendorf, Hist. de Luter.
(3)
Müller's Reliquien, vol. 3° p. 22. Œcolampedius Paschali.
(4)
1 Nicol. De Clemangis, de presulibus simoniacis.
(5)
Palabras de Sebastián Stor, Ministro de Lichstall en el año 1524. * Füsslin Beytrage, 11.234.
(6)
Carta Pastoral del 3 Marzo de 1517, de Hugo, obispo de Constancia.
(7)
Müller's Belg., III. 251.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (8)
Sleubing, Gesch. der Nass.-Oran. Lande. “Uno anno ad se delata undecim millia sacerdotum palam. concubinariorum.” (Erasmi Opp., tom. IX. p.
401.)
(9)
Schmidt, Gesch. der Deutschen, Tom. IV
(10) Infessura
(11) Amazzó il fratello ducha di Gandia e lo fa butar nel Tevere (S. M. O. de Capello, ambassad. a Rome en 1500, ext. par Ranke.) (12) lntro incamera .... fe ussir la moglie e sorella . . . . e strangoló detlo giovene. S. M. C. de Capello, ambassad. a Rome én 1500, ext. par Ranke.) (13) Adeo il sangue li saltó inla faza del papa. (Ibid.) (14) E messe la scutola venenata avant il papa. (Sanuto.) ' Gordon, Tomasi, Infessura, Guicciardini, etc.
(15) Da man an lale Wande, auf allerley Zeddel, zuletzt auch aufden (16) Kartenspielen, Pfaffen, nnd Mftnehe malete. (Luth., 11., 674.) (17) Apología pro Rep. Christ.
(18) Müller's Reliq., Tom. III, p. 253.
(19) Pelleri, Mon. ined., p. 400.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO V
Esfuerzos de la Reforma — Los príncipes — Los letrados — La Iglesia.
Desde hace muchos siglos, un grito universal pedía una Reforma en la Iglesia y todas las potencias la habían intentado, más solo Dios podía efectuarla. Empezó pues por humillar todos los poderes humanos a fin de patentizar su incapacidad, así es que los vemos estrellarse sucesivamente a los pies del coloso que ellos pretendían derrocar.
Los príncipes de la tierra lucharon desde luego con Roma. Todo el poder de los Hohenstaufens, aquellos héroes que la corona imperial ciñe la cabeza, parece empeñado en abatir, en reformar Roma, en libertar los pueblos y en particular la Alemania, de su tiranía. Pero el Castillo de Canosa nos manifiesta lo que puede la fuerza del imperio contra el caudillo usurpador de la Iglesia. Un príncipe muy temible, el emperador Enrique IV, después de haber peleado mucho tiempo y inútilmente contra Roma, se ve reducido a pasar tres días y tres noches en los fosos de aquella fortaleza italiana, expuesto a todas las intemperies del invierno, despojado de sus vestidos imperiales, descalzo, cubierto con un poco de lana, implorando con gritos que sus lágrimas ahogan, la conmiseración de Hildebrando, a cuyos pies se prosterna, finalmente este papa se deja ablandar y después de tres lamentables noches, resuelve hacer gracia al suplicante. 1
He aquí como el mismo papa Hildebrando refiere este acontecimiento, aquí el poder de los grandes de la tierra, de los reyes y de los emperadores del mundo contra Roma. Aparecieron luego otros adversarios más temibles quizás, los hombres de ingenio y de saber. Las Letras renacieron en Italia y su Renacimiento es una protesta enérgica contra el papado.
El Dante, este padre de la poesía italiana, coloca audazmente en su infierno a los papas más poderosos, oye en el cielo al apóstol Pedro pronunciar las palabras más duras y más humillantes contra sus indignos sucesores y hace también las más horribles descripciones de los frailes y demás clero. Petrarca, aquel grande ingenio, dotado de un espíritu superior al de todos los emperadores y papas de su tiempo pide con osadía el restablecimiento de la constitución primitiva de la Iglesia. A este efecto invoca el auxilio de su siglo y el poder del emperador Carlos IV, Lorenzo Valla, uno de los más ilustres sabios de Italia, ataca con grande energía las pretensiones de los papas y la pretendida herencia que tienen de Constantino. Una legión de poetas, de sabios y de filósofos sigue sus huellas. La antorcha de las letras se enciende por todas partes y amenaza reducir a cenizas esa andamiada romana que la ofusca, pero inútiles son todos sus esfuerzos. El papa León X empeña entre los apoyos y los oficiales de su corte, la literatura, la poesía, las ciencias y artes, las que vienen 42
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto humildemente a besar los pies de un poder que en su orgullo pueril, habían intentado destruir..., ¡he aquí el poder de las letras y de la filosofía contra Roma!
Pareció finalmente un adversario que prometía ser más capaz de reformar la Iglesia y era la Iglesia misma. A los gritos de reforma, de todas partes repetidos, y que resonaban ya de siglos, se reunió la más imponente de las asambleas eclesiásticas, el concilio de Constancia. Un número inmenso de cardenales, arzobispos, obispos, mil ocho cientos sacerdotes y doctores en teología, el emperador, con un acompañamiento de mil personas, el elector de Sajonia, el elector Palatino, los duques de Baviera y de Austria, con los embajadores de todas las cortes, dan a esta asamblea una autoridad tal, que jamás había existido semejante en la cristiandad.
Sobre todos es menester señalar a los ilustres e inmortales doctores de la Universidad de Paris, a los Ally, los Gersons, los Clemangis, estos hombres piadosos, doctos y firmes, quienes, por la verdad de sus escritos y la eficacia de sus palabras, dan al concilio un enérgico y saludable impulso. Todo cedió ante aquella asamblea, con una mano derribó tres papas a la vez, mientras que con la otra entregó: Juan a las llamas. Se nombró una comisión, compuesta de diputados de todas las naciones, para proponer una reforma fundamental. El emperador Segismundo apoyó este designio, con todo el peso de su poder. No hay más que una voz en el concilio.
Todos los cardenales juran, que el que de entre ellos sea elegido papa, no despedirá la asamblea, ni saldrá de Constancia antes que la Reforma tan deseada se realice.
Colona es elegido, bajo el nombre de Martín V. He aquí el momento que va a decidir de la reformación de la Iglesia. Todos los prelados, el emperador, todos los príncipes y los pueblos de la cristiandad la aguardan, con un deseo incomprensible.
¡El concilio está cerrado!, grita Martín V, apenas se ha puesto la tiara en su cabeza.
Segismundo y la Iglesia despiden un grito de sorpresa, de indignación y de dolor, pero este grito se desvaneció en el aire y el dieciséis de mayo de 1418, revestido de todos los ornamentos pontificales, el papa montó sobre una muía capa razonada, el emperador a la derecha, el elector de Brandeburgo a la izquierda, teniendo cada uno las riendas de su montura, cuatro condes llevan un magnifico palio cubriendo la cabeza papal, muchos príncipes alrededor sostienen el caparazón, un acompañamiento a caballo de cuarenta mil personas, dice un historiador, compuesto de nobles, de caballeros, de eclesiásticos de toda categoría, acompaña solemnemente al pontífice fuera los muros de Constancia.
Y Roma, sola, sobre su muía, serie interiormente de la cristiandad que la rodea y le muestra que su magnificencia es tal cual la necesita para vencerla, otro distinto poder que el de los emperadores, de los reyes, de los obispos, de los doctores, y de toda la ciencia y todo el poderío de aquel siglo y de la Iglesia.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto
¿Cómo hubiera podido ser reformador lo que debía ser reformado?, ¿Cómo hubiera podido curarse la llaga a si misma? Los medios empleados para reformar la iglesia, cuya insuficiencia probó el resultado, contribuyeron, sin embargo a aminorar los obstáculos y prepararon el terreno a los Reformadores.
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FOOTNOTES
* Tandem rex ad oppidum Canusii inquo morati sumus, ¿um paucis advenit, ibique pertriduum ante portam, deposito omni regio cultu, miserabiliter, utpote discalceatus et laneis inductus, per-sistens, non prius cum multo fletu apostolica!
miserationis aurilium, et consolationem implorare destitit, quam omnes qui ibi aderant, Ref. Span. 4
* Ad tantam pietatem et compasciónis misericordiam movit, ul proeo multis precitas et lacrymis intercedentes, omnes quidem insolitara noslrtE mentís duritiam mirarentur, nonnulli veró non apostolica» se-veritatis gravitatem.sed quasi tyrannicae feritatis crudelitatem esse cla maren!. — (Lio. iv., ep. 12, ad Germanos.) 44
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VI
Naturaleza indestructible del Cristianismo — Dos leyes de Dios — Fuerza aparenta de Roma — Oposición oculta — Decadencia — Transformación de la Iglesia
— Descubrimientos de los reyes — Descubrimientos de los pueblos — Teología romana — Teología escolástica — Restos de vida — Desarrollo de espíritu humano —
Renacimiento de las Letras.
Los males que afligían entonces la cristiandad, a saber, la superstición, la incredulidad, la ignorancia, las vanas especulaciones y la corrupción de costumbres, frutos naturales del corazón humano, no eran nuevos en la tierra. Muchas veces habían figurado en la historia de los pueblos, habían atacado, sobre todo en el oriente, diversas religiones que habían tenido sus días de gloria. Estas religiones enervadas habían sucumbido bajo el peso de estos males y ninguna volvió a levantarse jamás.
¿Debe ahora el Cristianismo experimentar la misma suerte?, ¿se perderá como aquellas antiguas religiones de los pueblos?, ¿el golpe que les causó la muerte, será bastante fuerte para quitarle la vida?, ¿no habrá nada que lo salve? Estas fuerzas enemigas que lo agobian y que han destruido tantos cultos diversos, ¿podrán afirmarse sin oposición sobre las ruinas de la Iglesia de Jesucristo?
No hay en el Cristianismo lo que no había en ninguna de las religiones de los pueblos. Este no presenta, como aquellas, ciertas ideas generales, mezcladas de tradiciones y de fábulas, destinadas a sucumbir, tarde o temprano, bajo los ataques de la razón humana, encierra en sí una verdad pura, fundada sobre hechos capaces de sostener el examen de cualquier espíritu recto e iluminado. El Cristianismo no se propone únicamente excitar en el hombre sentimientos religiosos vagos, cuyo prestigio, una vez desvanecido, no pudiera renacer, tiene por objeto satisfacer, como en realidad satisface, todas las necesidades religiosas de la naturaleza humana, cualquiera que sea el grado de desarrollo al que haya llegado. El Cristianismo no es obra del hombre, cuya labor pasa y se borra, es la obra de Dios que conserva cuanto ha criado y tiene por prenda de su duración, las promesas de su divino jefe.
Es imposible que la humanidad se sobreponga jamás al Cristianismo y si alguna vez ha creído no necesitar de él, luego se le ha aparecido con nueva juventud y nueva vida, como único remedio de las almas. Entonces los pueblos degenerados se dirigen con nuevo ardor hacia estas verdades antiguas, simples, y poderosas, que han podido desdeñar en los momentos de su atolondramiento.
En efecto, el Cristianismo desplegó, en el siglo XVI, el mismo poder regenerador, que había ejercido en el siglo primero. Al cabo de quince siglos, las mismas verdades produjeron los mismos efectos. Tanto en los días de la Reformación, como en los tiempos de Pablo y de Pedro, el Evangelio, con una fuerza invencible, derribó 45
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto inmensos obstáculos. Su fuerza soberana manifestó su eficacia, del Norte al mediodía, entre las naciones las más diferentes en costumbres, en carácter, y en desarrollo intelectual. Entonces, como en tiempo de Esteban y de Santiago, encendió el fuego del entusiasmo y del sacrificio en las naciones apagadas, y las elevó hasta el martirio.
¿De qué manera se realiza esta vivificación de la Iglesia y del mundo? Puédanse considerar en este caso dos leyes, por las cuales Dios gobierna en todo tiempo el mundo. En primer lugar, prepara lentamente y de lejos lo que quiere cumplir, suyos son los siglos para ejecutarlo. Enseguida, cuando el tiempo ha llegado, efectúa las cosas más grandes por los medios más pequeños. Así obra en la naturaleza y en la historia. Cuando quiere hacer crecer un árbol inmenso, siembra un granito en la tierra, cuando quiere renovar su Iglesia, se sirve del más mezquino instrumento, para cumplir lo que los emperadores, los sabios y los hombres eminentes de la Iglesia, no han podido efectuar.
Luego buscaremos y descubriremos aquella pequeña semilla, que una mano divina colocó en la tierra en los días de la Reformación. Al presente debemos discernir y reconocer los diversos medios, para los cuales prepara Dios esta gran Revolución.
Echemos primero una ojeada sobre el estado del papado mismo; pasaremos enseguida en revista las diversas influencias, que Dios hizo concurrir a sus designios.
En la época en que la Reformación estaba a punto de estallar, Roma parecía en paz y en seguridad. Se hubiera dicho que nada podía turbarla en su triunfo, grandes victorias habían sido conseguidas por ella. Los concilios generales, estas cámaras altas y bajas de la catolicidad, habían sido subyugados. Los valdenses, los Husitas, habían también sido comprimidos. Ninguna universidad (a no ser quizás la de Paris, que levantaba alguna vez la voz cuando sus reyes le daban la señal), dudaba de la infalibilidad de los oráculos de Roma. Cada uno parecía haberse adherido a la autoridad papal.
El alto clero prefería dar la decima parte de sus rentas a un jefe lejano y gastar tranquilamente las otras nueve, antes que arriesgarlo todo por una independencia, que le hubiera costado caro y producido poco. El bajo clero, cebado con la perspectiva de los puestos eminentes que la ambición le hacía imaginar y descubrir en lo futuro, compraba con una corta esclavitud la esperanza lisonjera que anhelaba. Por otra parte, él se veía casi en todas partes oprimido de tal modo, por los caudillos de la jerarquía, que apenas podía desasirse de sus fuertes manos, y aun menos relevarse osadamente y hacerles cara. El pueblo doblaba la rodilla ante el altar romano y los reyes mismos, que empezaban a despreciar en secreto al obispo de Roma, no se hubieran atrevido atacar su poder, sin ser notados de sacrílegos en aquel siglo.
Con todo, si la oposición parecía amortiguada exteriormente o aun haber cesado cuando estalló la reforma, no por esto había dejado de crecer su fuerza interiormente.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Si consideramos de más cerca el edificio, descubrimos más de un síntoma que presagiaba su ruina. Los concilios generales, al caer, habían propagado sus principios en la Iglesia y suscitado la discordia en el campo de sus adversarios. Los defensores de la jerarquía se dividieron en dos bandos, los que sostenían el sistema de la absoluta dominación papal, según los principios de Hildebrando y los que querían un gobierno papal constitucional, ofreciendo garantías y libertades a las iglesias.
Todavía había más, en ambos partidos la fe en la infalibilidad del obispo romano, se hallaba fuertemente alterada. Si no se levantaba ninguna voz para atacarla, consistía en que todos procuraban más bien retener con ansia la poca fe que aun poseían. Temías el más leve sacudimiento porque éste debía derribar el edificio. La cristiandad retenía su aliento, más esto era para precaver un desastre, en medio del cual ella temía perecer. Desde el instante que el hombre teme abandonar una persuasión por largo tiempo venerada, ya no la posé y aun la misma apariencia que quiere conservar no la sostendrá mucho tiempo.
Veamos lo que acarreó este singular estado de cosas. La primera causa era la misma Iglesia. Los errores y las supersticiones que ella había introducido en la cristiandad, no eran propiamente lo que le descargó un golpe fatal para esto hubiera sido preciso que el Cristianismo hubiese sido superior a la Iglesia, tocante al desarrollo intelectual y religioso, para poderla juzgar en este concepto. Pero había en ella un orden de cosas que llegaban al alcance de los seglares y sobre esto fue juzgada la Iglesia, que había degenerado ya en terrestre. Este imperio sacerdotal, que dominaba los pueblos y no podía subsistir sino por medio de ilusiones de sus súbditos, y teniendo por corona una aureola, había olvidado su naturaleza, dejado el cielo y sus esferas de luz y de gloria, para hundirse en los vulgares intereses de los ciudadanos y de los príncipes. Representantes natos del espíritu, los sacerdotes lo habían tocado por la carne, habían abandonado los tesoros de la ciencia y el poder espiritual de la palabra, por la fuerza brutal y por el oropel del siglo.
La cosa pasó bastantemente natural. Era bien el orden espiritual. Que la Iglesia había primeramente pretendido defender pero para protegerlo contra la resistencia y los ataques de los pueblos, ella había recurrido a los medios terrenos, a las armas vulgares, a cuya posesión la indujo una falsa prudencia. Una vez puesta la Iglesia a manejar tales armas, se acabó su espiritualidad. Su brazo no pudo llegar a ser temporal, sin que su corazón llegase a serlo también. Luego se vio en apariencia lo contrario de lo que antes había sido. Después de haber querido emplear la tierra para defender el cielo, ella empleó el cielo para defender la tierra. Las formas teocráticas no fueron ya en sus manos sino medios de realizar empresas mundanas. Las ofrendas que los pueblos venían a deponer ante el soberano pontífice de la cristiandad, servían para mantener el lujo de su corte y a los soldados de sus ejércitos. Su poder espiritual le servía de escalones para colocar bajo sus pies los reyes y los pueblos de la tierra.
47
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Cayó el prestigio y el poder de la Iglesia fue perdido, así que los hombres del siglo pudieron decir, “ella se ha vuelto como nosotros”.
Los grandes fueron los primeros que examinaron los títulos de este poder imaginario. 1 Este examen hubiera, quizás, sido bastante para derribar Roma, pero, por fortuna suya, la educación de los príncipes se hallaba en todas partes, en las manos de sus adeptos. Estos inspiraban a sus augustos discípulos sentimientos de veneración al pontífice romano. Los jefes de los pueblos crecían en el santuario de la Iglesia. Los príncipes de un alcance ordinario no sabían nunca salir enteramente del.
Muchos no aspiraban más que a encontrarse otra vez en él, a la hora de su muerte.
Preferían más bien morir bajo una capilla de fraile, que debajo de una corona.
La Italia, esta Manzana de la Discordia de Europa, fue quizá la que contribuyó más a iluminar los reyes. Estos debieron entrar con los papas en alianzas relativas al príncipe temporal del Estado de la Iglesia y no al obispo de los obispos. Los reyes quedaron atónitos, al ver los papas dispuestos a sacrificar los derechos que pertenecían al pontífice, para conservar algunas ventajas del príncipe. Notaron que estos pretendidos órganos de la verdad recurrían a todos los pequeños ardides de la política, al engaño, al disimulo, al perjurio. 1 Cayó entonces la venda que la educación había puesto en los ojos de los príncipes. Entonces el diestro Rey Fernando de Aragón usó de astucia contra astucia. Entonces el impetuoso Luis XII., hizo acuñar una medalla con esta inscripción, Perdam Babylonis nomen.” 3 Y el buen Maximiliano de Austria, penetrado de dolor al saber la traición de León X, dijo abiertamente, “este papa también no es para mí sino un malvado. Ahora puedo decir que ningún papa, en toda mi vida, me ha cumplido su fe y su palabra... Espero, Dios mediante, que este será el último.
Tales descubrimientos, hechos por los reyes, influían insensiblemente sobre los pueblos. Muchas otras causas abrieron los ojos do la cristiandad, cerrados durante tantos siglos. Los más entendidos empezaron a familiarizarse con la idea que el obispo de Roma era un hombre y aun algunas veces un mal hombre. El pueblo empezó a sospechar que el papa no era mucho más santo que sus obispos, cuya reputación era muy equívoca, pero los mismos papas contribuyeron más que todo a deshonrase.
Exentos de toda sujeción, después del concilio de Basilea, se entregaron a esta licencia desenfrenada que produce ordinariamente una victoria. Los mismos romanos se estremecieron de aquel desenfreno. El rumor de esta disolución se esparcía por todos los lugares de la cristiandad. Los pueblos, incapaces de contener la corriente que se llevaba sus tesoros al abismo de la disolución, buscaban su resarcimiento en el odio. 1 Mientras que muchas circunstancias concurrían a minar lo que entonces existía, había otras que tendían a producir algo de nuevo.
48
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El singular sistema de teología que se había establecido en la Iglesia, debía contribuir poderosamente a abrir los ojos de la nueva generación. Establecido para un siglo de tinieblas, como si hubiese debido subsistir eternamente, este sistema debía ser dejado atrás y rasgado de todas partes, así que el siglo creciese, esto mismo sucedió. Los papas habían añadido ya esto ya aquello, a la doctrina cristiana, ellos no habían cambiado o quitado sino lo que podía cuadrar con su jerarquía, todo lo que no se hallaba opuesto a su plan, podía subsistir hasta nueva orden. Había en este sistema algunas doctrinas verdaderas, como, la de la redención, y el poder del espíritu de Dios, de cuyas doctrinas hubiera podido un teólogo hábil, si entonces se hallara, hacer uso para rebatir y derribar todas las demás. El oro puro, mezclado con el vil plomo en el tesoro del Vaticano, podía fácilmente hacer descubrir el fraude. Es verdad que si algún animoso adversario lo advertía, al punto el harnero de Roma rechazaba este grano puro. Pero estas mismas condenaciones no hacían más que aumentar el caos.
Era inmenso este caos y la pretendida unidad no era más que un vasto desorden.
Había en Roma doctrinas de la corte y doctrinas de la Iglesia. La fe de la metrópoli difería de la fe de las provincias y aun en estas la diversidad se extendía al infinito.
Allí existía la fe de los príncipes, la de los pueblos y la de las órdenes religiosas. Se distingue también, las opiniones de tal convento, de tal distrito, de tal doctor y de tal fraile.
La verdad, para pasar en paz los tiempos en que Roma la hubiera aplastado con su cetro de hierro, imitó al insecto, que forma de sus hilos la crisálida, en que se encierra durante la mala estación. Y, cosa bastante singular, los instrumentos de que para el efecto se sirvió la divina verdad, fueron los escolásticos tan desacreditados.
Estos industriosos artesanos de pensamientos se dedicaron a deshilar todas las ideas teológicas y de todos estos hilos hicieron un tejido en el cual hubiera sido difícil, a otros más hábiles que sus contemporáneos, el reconocer la verdad en su pureza primitiva. Puede moverse uno a lástima de que el insecto, lleno de vida y a veces brillante de hermosos colores, se encierre aparentemente inanimado en su negro capullo, pero está cubierta lo salva.
Lo mismo aconteció a la verdad. Si la política interesada y recelosa de Roma la hubiese encontrado, sin abrigo, en los días de su dominación, la hubiera inmolado, o, a lo menos, hubiera intentado hacerlo. Hallándose disfrazada por los teólogos de aquel tiempo, con sutilezas y distinciones sin fin, los papas no la percibieron o comprendieron que en aquel estado ella no podía perjudicarles, pero podía llegar la primavera, en que la verdad oculta levantaría la cabeza y se desprendería de los hilos que la cubrían. Habiendo recobrado en su tumba aparenta nuevas fuerzas, podrá vérsela en los días de su resurrección y conseguir la victoria sobre Roma y sus errores.
Esta primavera llegó. Al mismo tiempo que las absurdas cubiertas de los escolásticos 49
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto caían una tras otra, a fuerza de diestros ataques y risa burlona de la nueva generación, la verdad volaba muy joven y muy hermosa.
No eran solamente los escritos de los escolásticos los que daban poderosos testimonios a la verdad. El Cristianismo había mezclado en todo, alguna cosa de su vida a la vida de los pueblos. La Iglesia de Cristo era un edificio arruinado, pero cavando se encontraba en sus cimientos parte de la roca viva, sobre la cual había sido fundado. Muchas instituciones que datan de los bellos tiempos de la Iglesia, subsistían todavía y no podían dejar de inspirar en muchas almas sentimientos evangélicos, opuestos a la superstición dominante. Los hombres inspirados y los antiguos doctores de la Iglesia cuyos escritos se hallaban depositados en muchas bibliotecas, haciendo oír aquí y allí una voz solitaria. Ella fue, se puede creer, escuchada en silencio, por más de un oído atento. ¡Los cristianos no lo dudemos y es dulce pensamiento!, tuvieron no pocos hermanos y hermanas en estos monasterios, en los que frecuentemente no se veía más que hipocresía y disolución.
No eran solamente las cosas antiguas las que preparaba el renacimiento religioso, había algo de nuevo que debía poderosamente favorecer este impulso. El espíritu humano crecía. Este solo hecho debía acarrear su libertad. El arbusto, cuando crece, derriba los muros cerca de los cuales había sido plantado, y substituye su sombra a la de ellos. El pontífice de Roma se hizo el tutor de los pueblos.
La superioridad de su inteligencia se lo había facilitada. Mucho tiempo los tuvo en el estado de minoría y supo conservarlos bajo su obediencia, más ellos crecían y lo inundaban por todos lados. Esta tutela venerable, que tenía por causa primera los principios de la vida eterna y de civilización que Roma había comunicado a las naciones bárbaras ya no podía ejercerse sin oposición. Un temible adversario se había colocado al frente de ella para censurarla. La tendencia natural del espíritu humano a desarrollarse, a examinar, a conocer, había dado origen a este nuevo poder. Los ojos del hombre se abrían, él pedía cuenta de cada paso a este conductor, mucho tiempo respetado, bajo cuya dirección se le había visto andar sin chistar, mientras que sus ojos estuvieron cerrados. La edad de la infancia había pasado para los pueblos de la nueva Europa y la edad viril empezaba. A la cándida simplicidad dispuesta a creer todo, había sucedido un espíritu curioso, una razón impaciente de conocer los fundamentos de las cosas. Se quería saber con qué objeto había hablado Dios al mundo y si los hombres tenían el derecho de establecerse medianeros entre Dios y sus hermanos.
Una sola cosa hubiera podido salvar la Iglesia y era la de elevarse a mayor altura que los pueblos; porque ir al igual de ellos no era bastante. Más se vio, al contrario, que ella quedó muy inferior a ellos. Ella empezó a bajar, cuando ellos empezaron a subir. Cuando los hombres empezaron a dirigirse hacia la posesión de la inteligencia, 50
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto el sacerdocio se halló absorbido en pesquisas terrestres y en los intereses humanos.
Este es un fenómeno que se ha renovado muy a menudo en la historia. Las alas habían crecido al aguilucho y no hubo quien tuviese la mano tan larga para impedirle que tomara el vuelo.
Mientras que salía la luz en Europa de las prisiones en que Milbia estado cautiva, el Oriente enviaba al Occidente nuevos resplandores. El estandarte de los Osmanlis, plantado en 1453 sobre los muros de Constantinopla, había ahuyentado a los sabios, estos habían trasladado a Italia las Letras de la Grecia. La antorcha de los antiguos, encendió los espíritus apagados ya de tantos siglos. La imprenta, recientemente inventada, multiplicaba las voces enérgicas que reclamaban contra la corrupción de la Iglesia y aquellas no menos poderosas que convidaban al espíritu humano a las nuevas sendas. Apareció entonces como un gran rayo de luz, los errores y las prácticas vanas fueron patentizados, pero esta luz propia para destruir, no lo era para edificar.
No es a Omero ni a Virgilio a quienes podía haber sido dado el salvar la Iglesia.
El Renacimiento de las Letras, de las Ciencias y de las Artes no fue el principio de la Reformación. El Paganismo de los poetas, reapareciendo en Italia, trajo más bien el paganismo de corazón. Las frívolas supersticiones eran combatidas pero era la incredulidad desdeñosa y burlona la que se establecía en su lugar. Reírse de todo, aun de lo que había de más santo, era moda y señal de un espíritu fuerte. No veían en la religión más que un medio de gobernar el pueblo.
Temo, escribía Erasmo en 1516, “que, con el estudio de la literatura antigua, no vuelva a aparecer el antiguo Paganismo”.
Se vio entonces, es verdad, lo mismo que después de las burlas del tiempo de Augusto y de las del siglo último, parecer una nueva filosofía platónica que atacó aquella impudente incredulidad y trató como la filosofía actual, de inspirar algún respeto al Cristianismo y de reanimar en los corazones el sentimiento religioso.
Los Medicis favorecieron en Florencia aquellos esfuerzos de los platónicos. Más, no será nunca una religión filosófica la que regenerara la Iglesia y el mundo.
Orgullosa, desdeñando la predicación de la cruz, pretendiendo no ver en los dogmas cristianos más que figuras y símbolos incomprensibles para la mayor parte de los hombres, ella podrá perderse en un entusiasmo místico pero siempre será ineficaz para reformar y para salvar.
¿Qué hubiera pues sucedido si el verdadero cristianismo no hubiera reaparecido en el mundo y si la fe no hubiese llenado de nuevo los corazones con su fuerza y santidad? La Reformación salvó a la religión y con ella a la sociedad. Si la Iglesia de Roma hubiese deseado de veras la gloria de Dios y la prosperidad de los pueblos, ella 51
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto hubiera acogido la Reformación con alegría, pero, ¿qué importaba todo esto a un León X?
El estudio de la literatura antigua tuvo en Alemania efectos enteramente distintos a los que ella tuvo en Italia y en Francia. Este estudio fue mezclado allá con la fe. Lo que no había producido en algunos más que un cierto pulimiento de espíritu, minucioso y estéril, penetró toda la vida de los demás, encendiendo los corazones y los preparó a una mejor luz. Los primeros restauradores de las letras en Italia y en Francia se distinguieron por una conducta ligera y aun frecuentemente inmoral. En Alemania, sus sucesores, animados de un espíritu grave, investigaron con celo todo lo que es verdad. La Italia, ofreciendo su incienso a la literatura y a las ciencias profanas, vio nacer una incrédula oposición.
La Alemania, toda ocupada de una teología profunda y recogida sobre sí misma, vio nacer una oposición llena de fe. Allá minaban los cimientos de la Iglesia, aquí los restablecían. Se formó en el imperio una reunión notable de hombres libres, sabios, y generosos, entre los cuales se distinguían los príncipes, que procuraban hacer que la ciencia fuese útil a la religión. Los unos llevaban al estudio de la fe humilde de los niños, los otros un espíritu ilustrado, penetrante, dispuesto quizá a pasar los límites de una libertad y de una crítica legítima, sin embargo, unos y otros contribuyeron a limpiar el atrio del templo obstruido con tantas supersticiones. Los frailes teólogos previeron el peligro y se pusieron a clamar contra estos mismos estudios que habían tolerado en Francia y en Italia mientras anduvieron unidos con la liviandad y la disolución. Se formó entre ellos una conjuración contra las lenguas y las ciencias porque tras ellas vieron la fe. Un monje aconsejaba a alguno que se resguardara de las herejías de Erasmo. “¿Y en qué consisten ellas?”, le preguntó. Entonces confesó que él no había leído la obra de que hablaba y no supo alegar, sino que "ella estaba escrita en un latín demasiado bueno”.
___________________________________
FOOTNOTES
(1)
Adríano Baillet, Histoire des Démeles de Boniface VIH., avec Philippe le Bel.
(París, 1708.)
(2)
Ref. Span. 4*
(3)
Guiecíardini, Historia de Italia.
(4)
Borraré el nombre de Babilonia.
52
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (5)
Scultet. Annal. ad an. 1520.
(6)
“Odium romani nominis penitus infixum esse multarum gcntium animis opinor, ob ea, quae valgo de morihus ejus urbis jactantur.” (Erasmi epist., lib.
m., p. 634.)
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VII
Principio Reformador — Testigos de la verdad — Claudio de Turín — Los místicos
— Los valdenses — Valdo — Wicleff — Juan Huss — Testigos en la Iglesia.
Con todo, estas causas exteriores hubieran sido insuficientes para preparar la renovación de la Iglesia.
El Cristianismo había decaído por haber abandonado los dos dogmas principales de la nueva alianza. El primero, opuesto a la autoridad de la Iglesia, es el contacto inmediato de toda alma con el manantial divino de la verdad el segundo, opuesto al mérito de las obras humanas, es la doctrina de la salud eterna por gracia. De estos dos principios, inmutables y inmortales, que no habían dejado de existir, aunque desconocidos y viciados, ¿cuál de los dos debía tomar la iniciativa, y dar el impulso regenerador?, ¿era acaso el primero, es decir, la idea eclesiástica?, ¿era quizás el segundo, esto es, la idea espiritual?
En nuestros días, se pretende pasar del estado social al alma, de la humanidad al individuo. Se pensara pues que era la idea eclesiástica la que debía preceder. La historia ha demostrado lo contrario, ella ha probado que es por la acción individual que se obra sobre el conjunto, y que, para regenerar el estado social, es preciso regenerar el alma ante todo. Todos los ensayos de reforma que la edad media nos presenta se unen a alguna mira de religión, no se entra en la cuestión de autoridad, sino cuando uno se ve obligado a ello para sostener, contra la jerarquía, la verdad que se ha descubierto. Así aconteció más tarde en la persona del mismo Lutero. Cuando uno ve, de un lado, la verdad que salva, con la autoridad de la Palabra de Dios en su apoyo, y del otro lado, el error que condena, con la autoridad de la jerarquía romana en su favor, no vacila mucho tiempo, y a pesar de los sofismas más especiosos y de las pruebas más evidentes en apariencia, la cuestión de autoridad está presto decidida.
La Iglesia había caído porque la sublime doctrina de la justificación por la fe en el salvador le había sido arrebatada. Era precisa pues que le fuese devuelta esta doctrina, para que ella se levantase de nuevo. Desde que esta verdad fundamental fue restablecida en la cristiandad, todos los errores y las prácticas que habían tomado su lugar, debieron desaparecer, si que también toda esta multitud de santos, de obras pías, de penitencias, de misas, de indulgencias, etc. Así que se reconocía el solo Medianero y su único sacrificio, todos los demás medianeros y demás sacrificios se borraban. “Este artículo de la Justificación”, dice un hombre que se puede considerar como instruido sobre la materia, 1 “es lo que crea la Iglesia, la nutre, la edifica, la conserva, y la defiende. Nadie puede enseñar bien en la Iglesia, ni resistir con éxito a un adversario, si no permanece arraigado a esta verdad. Ahí está,” añade el escritor que citamos, aludiendo a la primera profecía, “ahí está el calcañar que quebrantara la cabeza de la serpiente”.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Dios, que preparaba su obra, suscitó, durante el transcurso de los siglos, una larga cadena de testigos de la verdad, pero esta verdad, a la que estos hombres generosos daban testimonio, no la discernieron con bastante claridad o a lo menos no supieron responder de un modo bastantemente distinto. Incapaces de cumplir la obra, fueron lo que debían ser para prepararla, añadamos sin embargo, que si ellos no estaban dispuestos para la obra, la obra tampoco lo estaba para ellos. Aun la medida no estaba llena, los siglos no habían aun cumplido el curso que se les había prescrito, la necesidad del verdadero remedio, aun no era sentido bastante por la generalidad.
En efecto, en vez de derribar el árbol por la raíz, predicando principalmente y en alta voz la doctrina de la salvación por gracia, aquellos hombres generosos se ocuparon de las ceremonias, del gobierno de la Iglesia, del orden del culto, de la adoración de los santos y de sus imágenes, de la transubstanciación, etc. Agarrándose a las ramas del árbol, pudieron llegar alguna vez a podar algunas, pero dejaron el árbol en pie. Para que haya una saludable Reformación exterior, es preciso que haya una verdadera reformación interior y esta viene únicamente de la fe.
Apenas Roma hubo usurpado el poder, cuando se formó contra ella una poderosa oposición que atravesó la Edad Media.
El arzobispo Claudio de Turín, en el siglo IX, Pedro de Bruys, su discípulo Enrique, Arnaldo de Brescia, en el siglo XII, en Francia y en Italia, tratan de restablecer la adoración de Dios en espíritu y en verdad, pero buscan demasiado esa adoración en la ausencia de las imágenes y de las prácticas exteriores.
Los místicos, que han existido casi en todas las edades, buscando en silencio la santidad del corazón, la justicia de la vida y una tranquila comunión con Dios, fijan sus miradas de tristeza y de horror sobre la disolución de la Iglesia. Se abstienen con cuidado de las contiendas de la escuela y de las inútiles discusiones, bajo las cuales la verdadera piedad había sido sepultada. Procuran desviar los hombres del vano mecanismo del culto exterior, del ruido y fausto de las ceremonias, para conducirlos a ese descanso íntimo de un alma que busca toda su dicha en Dios. Ellos no lo pueden hacer sin chocar en todas partes las opiniones acreditadas y sin descubrir la llaga de la Iglesia. Pero al mismo tiempo carecen ellos de una inteligencia clara de la doctrina de la justificación por la fe.
Muy superiores a los místicos por la pureza de la doctrina, los Valdenses forman una larga cadena de testigos de la verdad. Unos hombres más libres que el resto de la Iglesia, parecen haber habitado, desde los tiempos antiguos, las cimas de los Alpes del Piamonte, su número se aumentó y su doctrina fue depurada por los discípulos de Valdo. De la cumbre de sus montañas, los valdenses protestan, durante una serie de siglos, contra las supersticiones de Roma. 1
55
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Ellos luchan por la viva esperanza que tienen en Dios por Cristo, por la regeneración y la renovación interior por la fe, la esperanza, y la caridad, por los méritos de Jesucristo y la omnisuficiencia de su gracia y de su justicia. 2
Con toda esta verdad primaria, de la justificación del pecador, esta doctrina capital, que debía surgir de en medio de sus doctrinas, como el Monte Blanco del seno de los Alpes, no domina bastante todo su sistema, su cima es poco elevada para ello.
Pedro Vaudo o Valdo, rico negociante de León en 1170, vende todos sus bienes y los da a los pobres. Parece haberse propuesto, así como sus amigos, el restablecer en la vida la perfección del Cristianismo Primitivo, pero éste también empieza por las ramas y no por las raíces. Sin embargo, su palabra es poderosa, porque se apoya en la escritura y ella conmueve la jerarquía romana hasta en sus cimientos.
Wicleff aparece en 1360 en Inglaterra, apelando del papa la Palabra de Dios, pero la verdadera llaga interior del cuerpo de la Iglesia no es, a sus ojos, más que uno de los numerosos síntomas de su mal. Juan Huss habla en Bohemia, un siglo antes que Lutero hablase en Sajonia. Parece internarse más adentro que sus predecesores en la esencia de la verdad cristiana. Pide Cristo que le haga la gracia de no gloriarse sino en su cruz y en el oprobio inapreciable de sus padecimientos. Pero él ataca menos a los errores de la Iglesia romana, que la vida escandalosa del clero. Sin embargo él fue, si así puede decirse, el Juan Bautista de la Reformación. Las llamas de su hoguera encendieron en la Iglesia un fuego que esparció en medio de las tinieblas un resplandor inmenso, cuya claridad no debía tan presto extinguirse.
Hizo más Juan (Huss) palabras proféticas salieron del interior de su calabozo.
Presintió que una verdadera reformación de la Iglesia era inminente. Ya, cuando arrojado de Praga, se vio obligado a vagar por los campos de Volemia, donde un gentío inmenso, hambriento de sus palabras, seguía sus pasos, exclamó, los malos han empezado por preparar al ganso, pérfidos redes. 1 Pero si el mismo ganso que no es más que un pájaro doméstico, un animal tranquilo, cuyo vuelo no remonta mucho, ha roto no obstante sus lazos, otros pájaros, cuyo vuelo subirá osadamente hacia los cielos, los romperán con mucha más fuerza todavía. En vez de un ganso débil, la verdad enviara águilas y halcones de vista penetrante. 2 Los reformadores realizaron este pronóstico.
Y cuando el venerable sacerdote hubo sino citado por orden de Segismundo ante el concilio de Constancia, cuando fue encarcelado, la Capilla de Belén donde había anunciado el Evangelio y los triunfos futuros de Cristo, le ocuparon más que su defensa. Una noche, el santo mártir creyó ver, desde el interior de su calabozo, las imágenes de Jesucristo que había hecho pintar en las paredes de su oratorio, borradas por el papa y por los obispos. Este sueño le aflige, pero al día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer las imágenes en más número y con más brillantez.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Concluido este trabajo, los pintores, rodeados de un gentío inmenso, exclaman, ¡Que vengan ahora papas y obispos! ya no las borraran jamás.” “Y muchos pueblos se regocijaban en Belén y yo con ellos,” añade Juan, "ocupaos antes bien de vuestra defensa que de los sueños”, le dice su fiel amigo, el caballero de Chum, a quien había comunicado su sueño. — “yo no soy un visionario,” respondió Juan, pero tengo por cierto, que la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos han querido destruirla, pero ella será nuevamente pintada en los corazones, por unos predicadores que valdrán más que yo. La nación que ama a Cristo se regocijara de ello y yo levantándome de entre los muertos y resucitando del sepulcro, me conmoveré de gozo.
Se pasó un siglo y la lumbrera del evangelio, encendida por los reformadores, iluminó en efecto muchos pueblos que se regocijaron de su luz.
Juan (Huss) significa ganso en lengua Bohemiana. Pero no es solamente entre los que la Iglesia de Roma mira como adversarios suyos, que se hace oír en estos siglos una palabra de vida. La misma catolicidad, digámoslo para nuestro consuelo, cuenta en su seno, numerosos testigos de la verdad. El edificio primitivo ha sido consumido, más un fuego generoso se conserva entre las cenizas y se ve de cuando en cuando salir de ellas brillantes chispas.
Anselmo de Cantorbery, en un escrito en que enseña a bien morir, dice al moribundo, “Mira únicamente a los méritos de Jesucristo”.
Un monje llamado Arnoldo hace cada día en su tranquila celda esta fervorosa oración, “!Oh Señor mío Jesucristo! yo creo que tú solo eres mi redención y mi justicia”.
*
Un piadoso obispo de Bal, Cristóbal de Utenheim, hace escribir su nombre en un cuadro pintado sobre vidrio, que aún se conserva en Bal y lo envuelve con esta inscripción que quiere tener siempre a la vista, “mi esperanza es la cruz de Cristo, busco la gracia y no las obras”.
Un pobre cartujo, Fray Martín, escribe una tierna confesión en la que dice, ¡Oh caritativo Dios! yo sé que no puedo salvarme ni satisfacer tu justicia de otro modo que por los méritos, la pasión inocentísima y la muerte de tu hijo muy amado. . . ¡Piadoso Jesús! en tus manos está mi salvación. Tú no puedes retirar de mí las manos de tu amor porque ellas me han criado, formado y redimido. Tú has escrito mi nombre con un punzón de hierro, con una misericordia grande y de un modo indeleble, en tu costado, pies y manos, etc., etc. Después el buen cartujo encierra su confesión dentro de una cajita de madera y la esconde en una abertura que al efecto hizo en la pared de su celda.
La piedad de Fray Martín jamás hubiera sido conocida si su cajita no se hubiese encontrado el 21 diciembre de 1776, derribando un viejo casco de la casa que había 57
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto hecho parte del convento de los cartujos de Bal, ¡cuántos conventos no han ocultado semejantes tesoros!
Pero estos santos hombres no tenían más que para sí mismos esta fe tan tierna y no sabían comunicarla a los demás. Viviendo en el claustro podían decir más o menos lo que el buen Fray Martín expuso en su cajita: “Et si hcec predicta confiten non possim lingua, confiteor lamen eorde et scripto. Si no puedo confesar estas cosas con la lengua, a lo menos las confieso con la pluma y con el corazón.” La palabra de la verdad residía en el santuario en algunas almas devotas; más, para servirnos de unas expresiones del Evangelio, ella no tenía curso en el mundo.
Sin embargo, si no se confesaba altamente la doctrina de la salud eterna al menos no se tenía en el seno mismo de la iglesia de Roma, declararse abiertamente contra los abusos que la deshonraban. La misma Italia tuvo entonces sus testigos contra el sacerdocio. El dominico Savonarola se levantó en Florencia en 1498, contra los vicios insoportables de Roma, pero la tortura, la hoguera y la inquisición le ajusticiaron.
Geiller de Kaisersberg fue durante treinta y tres años el gran predicador de Alemania, atacó con brío al clero.
“Las hojas amarillentas de un árbol”, decía él, “indican que la raíz está enferma”, así un pueblo desarreglado anuncia un sacerdocio corrompido. “Si un hombre disoluto no debe celebrar la misa, decía a su obispo, “echad a todos los sacerdotes de vuestra diócesis”.
Oyendo el pueblo a este animoso ministro, se acostumbró a ver levantar en el mismo santuario, el velo que encubría las torpezas de sus conductores.
Importa el señalar este estado de cosas en la Iglesia. Cuando la sabiduría de lo alto empiece de nuevo a dictar sus instrucciones, se hallaran por doquier inteligencias y corazones para comprender. Cuando el sembrador salga de nuevo a sembrar, se encontrara tierra preparada para recibir la semilla. Cuando la palabra de la verdad venga a resonar, ella hallara ecos. Cuando la trompeta haga oír un sonido ruidoso en la Iglesia, muchos de sus hijos se prepararán al combate.
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FOOTNOTES
(1) Lutero a Brentius
(2) Noble Legón.
(3) Tratado del Anticristo contemporáneo de la Noble Legón.
(4) Epist. J. Huss. Tempore Anathematis Scriptee.
58
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (5) Huss, Epp. subtemp. concilii scriptae.
(6) Credo quod tu, mi Domine Jesu-Christe, solus es mea justitía et redemptio . . . (Leibnitz, script. Brunsw., III. 396.) (7) “Spes mea crux Christi; gratiam, non opera quero”.
(8) “Sciens posse me aliter non salvan et tibi satisfacere nisi permeritum, etc.”
(Vease para estas y otras citas semejantes, Flacius, Catal. Test. Wolfii Lect.
memorabiles. Müller's Reliquien, etc.).
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VIII
Estado de los pueblos de Europa — El imperio — Preparaciones providenciales
— Estado llano — Carácter nacional — Fuerza nativa — Servidumbre de la Alemania — Estado del imperio — Oposición a Roma — Suiza — Pequeños cantones
— Italia — Obstáculos a la Reforma — España — Portugal — Francia — Esperanzas fallidas — Países Bajos — Inglaterra — Escocia — El Norte — Rusia — Polonia —
Bohemia — Hungría.
Llegamos a la escena en la que apareció Lutero.
Antes de empezar la historia de esta grande conmoción, que hizo resplandecer con todo su brillo la luz de la verdad, tanto tiempo oculta, que renovando la Iglesia renovó tantos pueblos, dio existencia a otros y creó una nueva Europa y una nueva cristiandad, echemos una mirada sobre lo que eran entonces las diversas naciones en medio de las cuales se efectuó esta revolución religiosa.
El imperio era una confederación de diversos estados cuyo jefe supremo era un emperador. Cada uno de estos estados ejercía la soberanía en su propio territorio. La dieta imperial, compuesta de todos los príncipes o estados soberanos, ejercicio el poder legislativo por todo el cuerpo germánico. El emperador debía ratificar las leyes, decretos o registros de esta asamblea y estaba encargado de su publicación y ejecución. Los siete príncipes más poderosos tenían, con el título de electores, el privilegio de adjudicar la corona imperial.
Los príncipes y estados de la confederación germánica, habían sido, de tiempo inmemorial, súbditos de los emperadores y estos habían obtenidos sus feudos. Pero en la época del advenimiento al trono de Rodolfo de Hapsbourg, en 1273, había comenzado un período de revoluciones, durante las cuales los príncipes, las ciudades libres y los obispos, habían adquirido una grande independencia a costa de la soberanía imperial.
El norte de la Alemania habitado principalmente por la antigua raza Sajona, era la que más libertad había adquirido. El emperador, atacado sin descanso por los turcos en sus posesiones hereditarias, se veía obligado a contemporizar con estos príncipes y pueblos valerosos que por el momento le eran necesarios. Algunas ciudades libres, al norte, al oeste, al sur del imperio, habían llegado por su comercio, sus manufacturas, sus adelantos de todas clases, a un alto grado de prosperidad, y por lo mismo de independencia. La poderosa casa de Austria que llevaba la corona imperial tenía bajo su mano la mayor parte de los estados del sur de Alemania y vigilaba de cerca todos sus movimientos. Se disponía a extender su dominación sobre todo el imperio y más lejos todavía cuando la reformación vino a poner un dique poderoso a sus invasiones y salvó la independencia europea.
60
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Si, en los tiempos de Pablo o en los de Ambrosio, de Agustín y de Crisóstomo, o aun en los días de Anselmo y de Bernardo, se hubiese preguntado cuál sería el pueblo del que Dios se serviría para reformar la Iglesia, tal vez se hubiera pensado en aquellos países apostólicos tan ilustres en la historia del cristianismo, en Asia, en Grecia, o en Roma, quien sabe si en esa Gran Bretaña, a esa Francia, en donde grandes doctores habían hecho oír su voz, pero jamás las miradas se hubiesen dirigido sobre los bárbaros germanos. Todos los países cristianos habían resplandecido a su vez en la Iglesia, la Alemania sola había permanecido sin brillo, sin embargo ella fue la escogida.
Dios, que durante cuatro mil años preparó la venida de su Mesías, y que hizo pasar por diferentes fases, durante muchos siglos, el pueblo de entre el cual debía nacer, disponía a sí mismo la Alemania, sin que las demás naciones se apercibieran, ni ella misma, a ser la cuna de la regeneración religiosa, que removería más tarde los diversos pueblos de la cristiandad.
Como la Judea, en donde nació el Cristianismo, se encontraba en el centro del antiguo mundo, así la Alemania lo estaba en el centro de la cristiandad. A un mismo tiempo ella se ofrecía a la vista de los Países Bajos, de Inglaterra, de Francia, de Suiza, Italia, Hungría, Bohemia, Polonia, Dinamarca y de todo el Norte. En el corazón de la Europa era donde debía desenvolverse el principio de la vida y sus latidos habían de hacer circular por todas las arterias de este cuerpo colosal, la sangre generosa destinada a vivificar todos los miembros.
La constitución particular que el imperio había recibido, conforme a las disposiciones de la Providencia, favorecía la propagación de las ideas nuevas. Si la Alemania hubiera sido una monarquía verdaderamente tal, como la Francia o la Inglaterra, la voluntad despótica del soberano hubiese bastado para paralizar durante mucho tiempo los progresos del Evangelio. Pero era una confederación. La verdad, combatida en un estado, podía ser recibida en el otro favorablemente. Focos poderosos de luz, capaces de disipar las tinieblas e ilustrar los pueblos de su alrededor, podían formarse en muy poco tiempo sobre diferentes puntos del imperio.
La paz interior que Maximiliano acababa de asegurar al imperio no era menos favorable a la Reformación. Durante mucho tiempo los numerosos miembros del cuerpo germánico se habían complacido en despedazarse mutuamente. No se había visto más que desordenes, discordias, guerras, que se renovaban sin intermisión, vecinos contra vecinos, ciudades contra ciudades, señores contra señores.
Maximiliano había restablecido el orden público sobre bases sólidas, establecido la cámara imperial, instituida para juzgarlas diferencias entre los diversos estados. Los pueblos germánicos después de tantos desordenes e inquietudes, veían comenzar una era nueva de seguridad y de reposo. Tal estado de cosas contribuyó poderosamente a 61
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto calmar y civilizar el espíritu nacional. Se pudo en las ciudades y tranquilas campañas de los alemanes, buscar y adoptar las mejoras, que las discordias hubiesen ahuyentado.
Por otra parte, en el seno de la paz, es donde el Evangelio se place a conseguir sus victorias. Así había querido Dios, quince siglos antes, que Augusto ofreciese la tierra en una paz universal a las benéficas conquistas de la religión de Jesucristo. Sin embargo, la reformación hizo un doble papel en esta paz que comenzó entonces en el imperio. Fue la causa, así como el efecto. La Alemania, cuando apareció Lutero, ofrecía todavía al ojo observador aquel movimiento que agita el mar, después de una serie prolongada de tempestades. No estaba asentada la calma. El primer soplo podía de nuevo excitar la tormenta. De esto tendremos más de un ejemplo. La Reformación, imprimiendo un impulso del todo nuevo a los pueblos germánicos, destruyó para siempre las antiguas causas de agitación. Puso fin al sistema de barbarie que había dominado hasta entonces y dotó la Europa de un sistema nuevo.
Al mismo tiempo la religión de Jesucristo había ejercido en la Alemania una influencia característica. El estado llano había hecho rápidos progresos. Se veían en los diferentes estados del imperio y particularmente en las ciudades libres, numerosas instituciones propias al desarrollo de esta masa imponente del pueblo. Las artes florecían en ellos, los vecinos se entregaban con toda seguridad a los tranquilos trabajos y dulces relaciones de la vida social. Esta era cada día más accesible a las luces. Ella adquiría continuamente mayor consideración y autoridad. No eran magistrados obligados con frecuencia a plegar su conducta según las exigencias políticas, o nobles aficionados sobre todo a la gloria de las armas, o un clero avaro y ambicioso, explotando la religión como su propiedad exclusiva, los que debían en Alemania fundar la reformación. Esta debía ser la obra de los habitantes, del pueblo, de la nación en masa.
El carácter distintivo de los alemanes debía prestarse muy particularmente a una reforma religiosa, una falsa civilización no la había deslavazado. Las preciosas semillas que el temor de Dios suele arraigar en un pueblo, de ningún modo habían sido arrojadas al viento.
Las antiguas costumbres subsistían todavía. Aun se encontraba en Alemania aquella rectitud, fidelidad, amor al trabajo, perseverancia y disposición religiosa que vemos todavía y que prometen al Evangelio más ventajas que el carácter ligero, burlón, o grosero de otros pueblos de nuestra Europa.
Otra circunstancia contribuía tal vez a hacer de la Alemania un suelo más a propósito que el de muchos otros países, a la renovación del Cristianismo. Dios la había guardado, él le había conservado sus fuerzas para el día del alumbramiento.
No se la había visto decaer en cuanto a la fe, después de una época de fuerza 62
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto espiritual, como había sucedido con otras naciones del Asia, Grecia y de la Gran Bretaña. Nunca se ofreció a la Alemania el Evangelio en su pureza primitiva, sus primeros misioneros le trasmitían una religión adulterada bajo más de un aspecto.
No fue sino una ley eclesiástica, no fue sino una disciplina espiritual la que Bonifacio y sus sucesores habían ofrecido a los Frisones, Sajones y demás pueblos de la Alemania. La fe del Evangelio, esta fe que regocija el corazón del hombre y le hace verdaderamente libre les había sido desconocida. En lugar de corromperse la religión de los alemanes se había purificado, antes que decaer, se había engrandecido. Se debía creer que en este pueblo había más vida, más fuerza espiritual, que entre las naciones degeneradas de la cristiandad, en las que las más profundas tinieblas habían reemplazado la luz de la verdad, y una corrupción casi universal, a la santidad de los tiempos primitivos.
Una observación análoga puede hacerse, en cuanto a las relaciones exteriores de la Alemania con la Iglesia. Los pueblos germánicos habían recibido de Roma el grande elemento de la civilización moderna. La fe, cultura, ideas, legislación, todo, salvo su valor y sus armas, les había venido de la ciudad sacerdotal. Vínculos estrechos habían unido, desde entonces, la Alemania al papismo. La primera era como una conquista espiritual del segundo y bien sabido es lo que Roma hace de sus conquistas.
Los otros pueblos, que habían poseído la fe y la civilización, antes que existiese el romano pontífice, habían permanecido en cuanto a este, bajo un pie de grande independencia. Pero esta sujeción de los alemanes, no debía servir a más que a hacer más poderosa la reacción, cuando llegase el momento de sacudir el yugo. Cuando la Alemania se despierte, romperá con indignación los lazos, en que la han tenido tanto tiempo cautiva. La esclavitud que ha sufrido, le hará sentir una mayor necesidad de independencia y libertad, y robustos campeones de la verdad saldrán de esta casa de fuerza y de corrección, en la que después de tantos siglos se halla todo un pueblo encerrado.
Si nos aproximamos más particularmente al tiempo de la Reforma, encontramos en el gobierno de Alemania nuevas razones para admirar la sabiduría de aquel, por quien los reyes reinan y los gobiernos se han constituido. En aquel entonces existían cosas como las que la política de nuestros días ha denominado “un sistema de equilibrio”. Cuando el jefe del imperio era de un carácter fuerte, su poder aumentaba, por el contrario, cuando era débil, la influencia y autoridad de los príncipes y electores robustecía. Se nota sobre todo en tiempo de Maximiliano, predecesor de Carlos V, esta especie de alza y baja, que daba ventaja ora al uno, ora a los otros. Esta, en aquel entonces, fue completamente contraria al emperador. Los príncipes con frecuencia habían formado entre ellos estrechas alianzas. Los mismos emperadores las habían favorecido, con el designio de combatir en unión con ellos, algún enemigo común. Pero la fuerza, que estas alianzas daban a los príncipes para resistir a un peligro pasajero, 63
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto podía más tarde servir contra las usurpaciones y el poder del emperador. Esto fue lo que cabalmente sucedió. Nunca los electores se habían creído más fuertes contra su jefe, que en la época de la reformación. Habiendo pues este jefe tomado partido contra ella, se comprende cuan favorable fue esta circunstancia a la propagación del Evangelio.
Además, la Alemania estaba cansada de lo que Roma llamaba, por ironía, “la paciencia de los germanos”. Estos, en efecto, habían mostrado mucha paciencia desde la época de Luis de Baviera. Desde entonces, los emperadores habían depuesto las armas y la tiara se había elevado sin contradicción sobre la corona de los Césares. Sin embargo, el combate no había hecho más que cambiar de terreno. Este había descendido a las clases inferiores. Las mismas luchas de las que los emperadores y papas habían dado el espectáculo al mundo, se renovaron muy pronto en pequeño, en todas las ciudades de Alemania entre los obispos y los magistrados. El estado medio había recogido la espada que dejaban caer de la mano los jefes del imperio. Ya en 1329, los vecinos de Fráncfort sur y el Oder habían hecho frente con intrepidez a todos sus superiores eclesiásticos, excomulgándolos por haber permanecido fieles al margrave Luis, pasando veinte y ocho años, sin misa, sin bautismo, sin bendición nupcial, y sin sepultura eclesiástica.
Cuando volvieron los frailes y clérigos, se burlaron de esto, como de una farsa, o de una comedia, tristes desvaríos, sin duda, pero de los cuales era solo al mismo clero cuya culpa, debía echarse. En la época de la Reformación, la oposición entre los magistrados y los eclesiásticos se había aumentado. A cada momento los privilegios y las pretensiones temporales del clero producían, entre estas dos categorías, roces y choques. Si los magistrados no querían absolutamente ceder, los obispos y clérigos empleaban imprudentemente los medios extremos de que disponían. A veces intervenía el papa y era solo para dar el ejemplo de la más chocante parcialidad o para pasar por la humillante necesidad de ceder la victoria a un estado llano, terco, y decidido a mantener su derecho. Estas continuas luchas habían sembrado en las ciudades el aborrecimiento y el desprecio por el papa, los obispos y los clérigos.
Y no era tan solo entre los burgomaestres, los consejeros y los secretarios de las ciudades que Roma y el clero encontraban sus adversarios, los tenían también superiores e inferiores en las clases medias de la sociedad. Desde el principio del siglo XVI, la dieta imperial desplegó, con los enviados del papa, una firmeza inalterable.
En mayo de 1510, los Estados, reunidos en Augsburgo, entregaron al emperador una lista de las diez principales quejas que tenían contra el papa y el clero de Roma. Hacia el mismo tiempo la cólera fermentaba en el pueblo, al fin estalló en 1512, en las comarcas del Rin y los paisanos, indignados del yugo que sobre ellos hacían pesar sus soberanos eclesiásticos, formaron entre ellos lo que entonces se llamó la alianza de los zapatos.
64
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Así, por todas partes, tanto en las clases superiores como en las inferiores, comenzó a sentirse aquel ruido sordo, precursor del rayo que no tardara en estallar.
La Alemania parecía preparada para la obra que debía recibir su cumplimiento en el siglo XVI. La Providencia, que camina lentamente, lo había todo dispuesto y las pasiones mismas que Dios reprueba, debían servir, dirigidas por su mano poderosa, al cumplimiento de sus designios. Veamos el estado de los otros pueblos.
Trece pequeñas repúblicas colocadas con sus aliados en el centro de la Europa, entre montañas que son como su ciudadela, formaban un pueblo simple y valiente.
¿Quién hubiera ido a buscar en estos obscuros valles a los que Dios escogería tal vez, para que en unión con los hijos de los Germanos fuesen los libertadores de la Iglesia?,
¿quién hubiera pensado que algunas pequeñas y desconocidas ciudades, apenas salidas del estado de barbarie, escondidas detrás de montañas inaccesibles, a la extremidad de lagos que ningún nombre tenían en la historia, excederían, en cuanto a cristianismo, a Jerusalén, Antioquia, Éfeso, Corinto y Roma?
Sin embargo, así fue. Así lo quiso aquel que hace llover sobre una ciudad y no sobre otra que quiere que un pedazo de tierra sea regado por la lluvia y que otro pedazo quede agostado. 1
Otras circunstancias parecían que debían rodear de escollos la marcha de la Reformación en el seno mismo de los pueblos Helvéticos. Si en la monarquía son de temer las trabas del poder, en una democracia es también temible la precipitación del pueblo. Esta reforma, que, en los estados del imperio, debía avanzar lentamente, marchar paso a paso, podía, es cierto, decidirse en un día en los consejos soberanos de las repúblicas Suizas. No obstante, era preciso precaverse de una precipitación imprudente, la que, no pudiendo esperar el momento favorable, introduciría bruscamente innovaciones, útiles bajo cierto aspecto y comprometería de este modo la paz pública, la constitución del estado, y el porvenir mismo de la reforma.
Pero la Suiza se había también preparado. Era como un árbol salvaje, pero generoso, que se había conservado al fondo de los valles, para injertar en el algún día un fruto de grande precio. La Providencia había sembrado, entre este pueblo primitivo, los principios de valor, de independencia y de libertad, destinados a desarrollar todo su poder cuando sonara la hora del combate con Roma. El papa había dado a los suizos el título de protectores de la libertad de la Iglesia. Sin embargo parecía que ellos habían tomado esta denominación honorífica, en un sentido muy diferente del que le daba el pontífice. Si sus soldados guardaban la persona del papa cerca el antiguo capitolio, sus ciudadanos, en el seno de los Alpes, conservaban con cuidado sus libertades religiosas, contra las pretensiones del papa y del clero. Estaba prohibido a los eclesiásticos el recurrir a una jurisdicción extranjera. La “Carta de los Curas” (Pfaffenbrit, 1370), era una protesta enérgica de la libertad Suiza contra los 65
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto abusos y el poder del clero. Zúrich se distinguía entre todos estos estados, por su valerosa oposición a las pretensiones de Roma. Ginebra, al otro extremo de la Suiza, luchaba con su obispo.
Sin duda, el amor de la independencia política podía hacer olvidar, a muchos de sus ciudadanos, la verdadera libertad, pero Dios quiso que este amor excitase a otros a admitir una doctrina que emanciparía la nación. Estas dos ciudades se señalaron, entre todas, en la grande lucha que nos hemos propuesto describir. Pero si las ciudades Helvéticas, accesibles a toda mejora, debían ser arrastradas las primeras por el movimiento de la reforma, no debía ser lo mismo de los pueblos de las montañas. Se debía suponer que estas poblaciones, más simples y más enérgicas todavía que sus confederados de las ciudades, hubiesen abrazado con ardor una doctrina, de la que son caracteres esenciales la simplicidad y la fuerza pero aquel que ha dicho, “dos hombres se encontrarán en un campo, se tomará el uno y se dejara el otro,” 1 dejó los hombres de las montañas y tomó los de los llanos. Puede que un atento observador hubiese podido vislumbrar algunos síntomas de esta diferencia, que se iba a manifestar entre los habitantes de las ciudades y los de las montañas. La Ilustración no había llegado hasta allí. Estos cantones, fundadores de la libertad Suiza, orgullosos del papel que habían hecho en la gran lucha de la independencia Suiza, no se sentían dispuestos a imitar fácilmente a sus hermanos de los llanos. ¿Por qué cambiar aquella fe, inflamados de la cual habían rechazado el Austria y que con sus altares habían consagrado todos los puntos en los que habían tenido lugar sus triunfos? Sus ministros eran los únicos conductores ilustrados a quienes ellos podían dirigirse su culto, sus fiestas, rompían la monotonía de su vida tranquila e interrumpían agradablemente el silencio de sus apacibles retiros. Permanecieron inaccesibles a las innovaciones religiosas.
Pasando los Alpes, nos encontramos con esa Italia que era a los ojos del mayor número, la Tierra Santa de la Cristianidad. ¿De dónde la Europa hubiera esperado el bien de la Iglesia, sino es de Italia, sino es de Roma? El poder que elevaba, unos tras otros, sobre el trono pontifical tan diversos caracteres, ¿no podía una vez colocar un pontífice, que fuese un instrumento de bendición respeto a la herencia del Señor? y, aun cuando debiese de esperarse de los pontífices, ¿no existían los obispos, los concilios que reformasen la Iglesia? Nada de bueno puede venir de Nazaret si de
¿Jerusalén y si de Roma ?...Tales podían ser las ideas de los hombres pero Dios pensó de otro modo y dijo, el que está en suciedades, ensúciese aun 1 y abandonó la Italia a sus injusticias. Numerosas causas debían contribuir privar este desgraciado país de la luz del Evangelio.
Sus diversos estados, siempre rivales, muchas veces enemigos, se entrechocaban violentamente cuando alguna conmoción los hacía estremecer. Esta tierra, de una gloria antigua, estaba sin cesar entregada a guerras intestinas y a invasiones 66
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto extranjeras. Las arterias de la política, la violencia de las facciones, la agitación de las armas, parecía que debían solas dominar en ella y alejar por mucho tiempo el Evangelio y su paz.
Por otra parte, la Italia fraccionada, despedazada, sin unidad, no se hallaba en estado de recibir un impulso común. Cada frontera era una barrera nueva en donde la verdad tenía que hacer alto, si es que la idea le había venido de atravesar los Alpes o de abordar sus risueñas playas. El papado pensaba entonces, es cierto, en una unidad italiana. Como decía el papa Julio, él hubiese querido arrojar los bárbaros, es decirlos príncipes extranjeros y cernirse como una ave de rapiña sobre los miembros despedazados y palpitantes del cuerpo de la antigua Italia. Si hubiese logrado sus fines, se puede creer que la Reformación no hubiera sido más fácil.
Y si la verdad debía venir del Norte, ¿cómo los italianos tan ilustrados, de un gusto tan refinado y de una vida social tan agradable a sus ojos, hubiesen podido consentir a recibir la más pequeña cosa de los bárbaros germanos? Su orgullo elevaba entre ellos y la Reforma una barrera más alta que los Alpes. Y aun lo florido de su talento, era un obstáculo mucho mayor que la presunción de su corazón.
Los hombres que admiraban más la elegancia de un soneto, que la majestad y sencillez de las Escrituras, ¿podían ser un pueblo propicio para recibir la semilla de la Palabra del Señor? Una falsa civilización es entre todos los estados de los pueblos, el que repugna más al Evangelio.
En fin, sea lo que fuere, Roma era siempre Roma para la Italia. No solamente el poder temporal de los papas hacía que los diversos partidos italianos buscasen a cualquier precio su alianza y su protección, sino que la dominación universal de Roma ofrecía más de una ventaja a la avaricia y vanidad de los otros estados ultramontanos.
En el momento que se tratase de emancipar de Roma el resto del mundo, la Italia volvería a ser la Italia, las disputas intestinas no habían de prevalecer en favor del sistema extranjero y buscarían algunos disgustos ocasionado al jefe de la familia peninsular, para reanimar, desde luego, las afecciones y intereses comunes mucho tiempo adormecidos. Por consiguiente la reforma tenía pocas esperanzas de este lado, sin embargo no faltaron, de la otra parte de los montes, espíritus preparados para recibir la luz del Evangelio y desde entonces la Italia no se encontró completamente desheredada.
La España poseía, lo que no se encontraba en Italia, un pueblo grave, noble, cuyo espíritu de religión ha resistido hasta la prueba decisiva del siglo XVIII y de la Revolución y se ha conservado hasta nuestros días. En todas épocas esta nación ha tenido, entre los individuos de su clero, hombres de piedad y de saber, y se encontraba bastante separada de Roma, para poder con facilidad sacudir su yugo. Pocas naciones hay, de las que con más razón pudiera esperarse la renovación de este cristianismo 67
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto primitivo que la España había recibido tal vez del mismo San Pablo. Y sin embargo la España no figuró entre los pueblos, estaba destinada a que en ella se cumpliese aquella sentencia de la divina sabiduría: “Los primeros serán los últimos”. Diversas circunstancias prepararon este triste porvenir.
La España, considerada su aislada posición y lo apartada que se hallaba de la Alemania, no debía sentir sino algunas débiles sacudidas hijas del gran terremoto que agitó tan violentamente el imperio. Por otra parte, tenía que ocuparse de tesoros bien diferentes de aquellos que la Palabra de Dios presentaba entonces a los pueblos.
El nuevo mundo eclipsó el mundo de la eternidad. Una tierra toda nueva y que parecía ser de plata y oro, inflamaba todas las imaginaciones. Un deseo ardiente de enriquecerse, no dejaba lugar en el corazón español a otros pensamientos más nobles.
Un clero poderoso que tenía a su disposición los cadalsos y los tesoros dominaba en la península. El español prestaba voluntariamente a sus ministros una servil obediencia, la que, dejándole libre de toda preocupación espiritual, le permitía entregarse a sus paciones y recorrer el camino de las riquezas, de los descubrimientos y de los nuevos continentes. Victoriosa de los Moros, a costa de su más noble sangre, había hecho caer de sobre los muros de Granada y de otras ciudades la media luna, y plantado en su lugar la cruz de Jesucristo. Este gran celo por el cristianismo, que parecía deber dar las más fundadas esperanzas, se tornó contra la verdad.
¿Cómo la católica España que había vencido la infidelidad no se declararía contra la herejía?, ¿cómo aquellos que habían arrojado a Mahoma de sus más bellas provincias, dejarían penetrar en ellos a Lutero? Sus reyes hicieron todavía más, armaron escuadras contra la Reformación y para vencerla, fueron a buscarla en Holanda y en Inglaterra pero estos ataques dieron mayores fuerzas a las naciones invadidas y un poder arruinó la España. Así estos pueblos católicos perdieron, a causa de la Reforma, hasta aquella prosperidad temporal, que en los primeros tiempos les había hecho rechazar la libertad espiritual del Evangelio. Sin embargo era un pueblo generoso y fuerte el que habitaba al otro lado de los Pirineos. Muchos de sus nobles hijos, con el mismo ardor, pero con más ilustración que los que habían entregado su sangre al hierro de los Arates, vinieron a ofrecer sobre las hogueras de la inquisición el sacrificio de su vida.
Casi lo mismo que en España sucedía en Portugal. Manuel el Dichoso le daba un
“Siglo de Oro” que debía hacerle poco propicio a las abnegaciones que exige el Evangelio. La nación portuguesa, precipitándose por los caminos recientemente descubiertos de las Indias Orientales y del Brasil, volvía las espaldas a la Europa y a la Reforma.
Pocos países parecían deber estar más dispuestos que la Francia para recibir la Doctrina Evangélica. Toda la vida intelectual y espiritual de la Edad Media se había 68
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto casi concentrado en ella. Se hubiera podido decir que todos los senderos se hallaban igualmente trillados por una gran manifestación de la verdad. Se vio que los hombres más opuestos cuya influencia había sido más poderosa sobre la nación francesa tenían alguna afinidad con la Reformación. San Bernardo había dado el ejemplo de esta fe del corazón, de esta piedad interior, que es el más bello rasgo de la Reforma. Abalar había sostenido, en el estudio de la Teología aquel principio racional, el cual, incapaz de construir lo que es verdadero, es poderoso para destruir lo que es falso.
Muchos, llamados herejes, habían hecho revivir en las provincias francesas las llamas de la Palabra de Dios. La Universidad de Paris se había declarado contra la Iglesia y no había temido combatirla. Al principio del siglo XV, los Clemencias y los Gersons habían hablado con audacia. La pragmática sanción había sido un gran acto de independencia y parecía destinada a ser el escudo de las libertadas galicanas. Los nobles franceses, tan numerosos, tan celosos de sus privilegios, y que, en esta época, habían visto desaparecer poco a poco todas sus preeminencias en provecho del poder real, debían hallarse dispuestos en favor de una Revolución Religiosa que podía devolverles una parte de la independencia que habían perdido.
El pueblo, vivo, inteligente, capaz de emociones generosas, era accesible, tanto o más que cualquier otro, la verdad. Parecía que la Reforma debía ser en estos países, como el alumbramiento que debería ser el premio de los dolores de muchos siglos.
Pero el carro de la Francia, que, después de tantas generaciones, parecía precipitarse en esta dirección, dio una brusca vuelta al tiempo de la Reforma y tomó una dirección enteramente contraria. Así lo quiso aquel que gobierna las naciones y sus jefes. El príncipe que entonces se sentaba sobre el carro, que tenía sus riendas y que aficionado a las Bellas Letras parecía que entre todos los jefes del catolicismo, debía ser el primero en favorecer la Reforma, dirigió su pueblo por un otro camino. Los síntomas de muchos siglos fueron engañosos y el impulso dado a la Francia vino a estrellarse contra la ambición y el fanatismo de sus reyes.
Los Valois la privaron de lo que era suyo. Puede que si hubiese recibido el Evangelio, hubiese sido más poderosa. Dios eligió pueblos más débiles y pueblos que no existían todavía para hacerles depositarios de la verdad. La Francia, después de haber casi pertenecido a la Reforma, se encontró finalmente católica romana. La espada de los príncipes, puesta en la balanza, la hizo inclinar del lado de Roma. ¡Ah!
otra espada, la de los mismos reformados consumió la pérdida de la Reformación. Las manos que se acostumbraron a la espada, olvidaron la oración. Por la sangre de sus confesores y no por la de sus adversarios, es como el Evangelio triunfa, la sangre derramada por la espada de sus defensores extingue sus llamas.
Francisco primero se apresuró desde el principio de su reinado a sacrificar al papismo la pragmática sanción y de substituirle un concordato todo en perjuicio de la 69
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Francia, con ventajas de la corona y del papa. La espada con la que sostenía los derechos de los protestantes alemanes, en guerra contra su rival, este "Padre de las Ciencias,” la clavaba al mismo tiempo hasta la guarnición en el corazón de sus vasallos reformados. Sus sucesores hicieron por fanatismo, por debilidad, o por acallar el grito de sus conciencias culpables, lo que él hizo por ambición. Ellos encontraron una poderosa resistencia, pero no tal como la que los mártires de los primeros siglos opusieron los paganos. La fuerza de los protestantes fue su debilidad, su triunfo produjo su ruina. Los Países Bajos, en esta época, eran el reino más floreciente de Europa.
En ellos se encontraba un pueblo industrioso, ilustrado por las multiplicadas relaciones que entretenía con todo el mundo, lleno de valor, celoso de su independencia, sus privilegios y su libertad. A las puertas de la Alemania, debía ser uno de los primeros que sintiesen la influencia de la Reforma, era capaz de recibirla, pero todos no la recibieron. La verdad fue el patrimonio de los más pobres. Los que tenían hambre, fueron colmados de bienes, los ricos, fueron despachados sin nada.
Los Países Bajos, que siempre habían tenido con el imperio relaciones más o menos íntimas, hacía cuarenta años que pertenecían a Austria y fueron adjudicados a la muerte de Carlos V a la rama española, al feroz Felipe. Los Pirineos y los gobernadores de este desgraciado país, aniquilaron el Evangelio bajo sus plantas y marcharon sobre la sangre de los mártires. Estas provincias tenían dos territorios bien distintos, el uno, más al sur, era extremadamente rico, éste cedió.
¿Cómo todas estas manufacturas que habían adquirido la mayor perfección, como este inmenso comercio de mar y tierra, como Brujes, este gran centro de los negocios del norte, Amberes, esta reina de las ciudades mercantes, hubiese podido sostener una lucha larga y sangrienta por cuestiones de fe? Al contrario, las provincias septentrionales, defendidas por sus dunas, el mar, sus lagos interiores y más que todo por la simplicidad de sus costumbres y la resignación de perderlo todo antes que el Evangelio, no solo salvaron sus franquicias, sus privilegios y su fe, sino que conquistaron su independencia y su nacionalidad gloriosa.
La Inglaterra no parecía ofrecer lo que después ha realizado. Relegada del continente, sobre el que largo tiempo se había obstinado en conquistar la Francia, comenzaba a dirigir sus miradas hacia el océano, como el elemento que debía ser el objeto de sus conquistas y cuya herencia le estaba reservada. Convertida por dos veces al Cristianismo, la primera en tiempo de los antiguos Bretones, la segunda en el de los Anglo Sajones, pagaba muy devotamente a Roma el tributo anual de San Pedro.
Sin embargo, le estaban reservados altos destinos. Señora del océano y presente a la vez en todas las partes del globo, debía un día ser, con el pueblo que de ella nacería, la mano de Dios para esparcir la semilla de la vida en las islas las más remotas y sobre los más vastos continentes. Ya algunas circunstancias preludiaban sus 70
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto destinos, grandes lumbreras habían resplandecido en las Islas Británicas y todavía quedaban algunos resplandores. Una multitud de extranjeros, artistas, negociantes, obreros, venidos de los Países Bajos, de Alemania y de otros países, llenaban sus ciudades y puertos. Las nuevas ideas religiosas iban a ser fácil y prontamente transportadas allí. En fin, la Inglaterra tenía entonces por rey un príncipe bizarro, que, dotado de algunos conocimientos y de mucho valor, cambiaba a cada instante de proyectos y de ideas, según la dirección en la que soplaban sus violentas pasiones.
Podía esperarse que una de las inconsecuencias de Enrique VIII fuese un día favorable a la Reforma.
La Escocia se hallaba entonces agitada por los partidos. Un rey de cinco años, una reina regente, nobles ambiciosos y un clero influyente, maltrataban en todo sentido esta nación valerosa. Sin embargo, un día ella debía brillar la primera entre las que recibirían la Reforma.
Los tres reinos del Norte, a saber, Dinamarca, Suecia y Noruega, se hallaban reunidos bajo un centro común. Estos pueblos, rudos y apasionados de las armas, parecían tenor pocas simpatías con la doctrina del amor y de la paz. No obstante por su misma energía, estaban tal vez más dispuestos que los pueblos del mediodía, a recibir la fuerza de la Doctrina Evangélica. Pero, hijos de guerreros y de piratas, imprimieron, al parecer, un carácter demasiado belicoso a la causa protestante, su espada la defendió más tarde con heroísmo.
La Rusia, situada a la extremidad de la Europa, tenía pocas relaciones con los otros estados. Por otra parte pertenecía a la comunión griega. La Reformación que tuvo lugar en la Iglesia del Occidente, no ejerció sino poca o ninguna influencia sobre la del oriente.
La Polonia parecía bien preparada a la Reforma. La vecindad de los cristianos de Bohemia y de Moravia la habían dispuesto a recibir la impulsión evangélica, que la proximidad de la Alemania debía comunicarle prontamente. Ya en 1500, la nobleza de la gran Polonia había pedido el cáliz para el pueblo, apoyándose en los usos de la Iglesia primitiva. La libertad de que disfrutaban sus ciudades, la independencia de sus señores, hubiese sido un asilo seguro para los cristianos perseguidos en su patria.
La verdad de que estos eran portadores, fue recibida con transporte por un gran número de sus habitantes. Es uno de los países donde, en nuestros días, ella tiene menos confesores.
La llama de la Reforma, que ya hacía tiempo había resplandecido en Bohemia, había sido apagada en sangre. No obstante, tristes restos, escapados a la carnicería, vivían para ver el día que Huss había presentido.
71
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto La Hungría se hallaba desgarrada por guerras intestinas, bajo el gobierno de príncipes sin carácter ni experiencia, que acabaron por unir a Austria la suerte de su pueblo, colocando esta casa poderosa entre los herejes de su corazón.
Tal era el estado de Europa a principios del siglo XVI en el que debía tener lugar una tan poderosa transformación de la sociedad cristiana.
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FOOTNOTES
(1) Ref. Span. 5
(2) Amos, cap. IV, ver. 7.
(3) Ref. Span. 5*
(4) S. S. Math. XXIV, ver. 40.
(5) Apocal. XXII, ver. 11.
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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO XI
Hombres de la época — Federico el sabio — Maximiliano — Dignitarios de la Iglesia — Los letrados — Reuchlin — Reuchlin en Italia — Sus trabajos — Lucha con los dominicos.
Pero, ya lo hemos dicho, fue sobre el vasto terraplén de la Alemania y particularmente en Wittemberg, esta ciudad central del imperio, que debió comenzar el gran drama de la Reformación. Veamos cuales fueron los personajes que formaron, como quien dice, el prólogo que preparó la obra cuyo héroe debió ser Lutero en la mano de Dios o que ayudaron aun a los primeros esfuerzos.
De todos los electores del imperio, el más poderoso era entonces Federico de Sajonia, por sobre nombre el sabio. La autoridad de que gozaba, sus riquezas, su liberalidad y magnificencia le elevaban sobre sus iguales. 1 Dios le escogió para ser como un árbol, a cuyo abrigo la semilla de la verdad pudo brotar su primer tallo, sin ser derribado por las tempestades exteriores.
Nacido en Torgau, en 1463, manifestó desde su juventud mucho amor a las ciencias, la filosofía y la piedad. Llegado hubo en 1487, con su hermano Juan, al gobierno de los estados hereditarios de su familia, recibió del emperador Federico III la dignidad electoral. En 1493, emprendió un peregrinaje a Jerusalén. Henrique de Schaumburgo le armó, en este lugar venerado, “caballero del Santo Sepulcro”. Volvió a Sajonia a mediados del año siguiente. En 1502, fundó la Universidad de Wittemberg, que debía ser el plantel de la Reformación.
* Glui prae multis pollebat principibus alus, auctoritatae, opibus, po-tentia, liberalitate et magnificentia. (Cochlaeus, Acta Lutheri, p.3.) Federico no abrazó ningún partido, cuando apareció la luz, pero allí estuvo para garantizarla. Nadie era más apto para hacerlo, poseía el aprecio general y en particular gozaba de toda la confianza del emperador, aun le remplazaba, cuando Maximiliano se ausentaba del imperio. Su sabiduría no consistía en las prácticas hábiles de una política astuta, sino en una prudencia ilustrada y previsora, cuya primera ley era la de no infringir jamás, por interés, las leyes del honor y de la religión.
Al mismo tiempo, sentía en su corazón el poder de la Palabra de Dios. Un día que el vicario general Staupitz se hallaba con él, conversaron sobre los que entretienen al pueblo con vanas declamaciones “todos los discursos,” dijo el elector, que no contienen más que sutilezas y tradiciones humanas, son admirablemente fríos, sin nervio ni fuerza, supuesto que no puede proponerse nada de sutil, que no pueda ser destruido por otra sutileza. Únicamente la Escritura santa está dotada de tanto poder y majestad, que, destruyendo todas las sabías reglas de nuestro raciocinio, nos impele 73
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto y nos obliga a decir: “Jamás hombre habló así”. Habiendo manifestado Staupitz, que se inclinaba enteramente a ese pensar, el elector le alargó cordialmente la mano, y le dijo, “Prometedme que así pensareis siempre”. 1
Federico era precisamente el príncipe que se necesitaba al principio de la Reformación. Demasiada debilidad de parte de los amigos de esta obra, hubiera permitido sofocarla, demasiada precipitación hubiera hecho estallar antes del tiempo la tempestad que, desde el principio, empezó sordamente a formarse contra ella.
Federico fue moderado, pero fuerte. Tuvo esta virtud cristiana que Dios pide en todo tiempo a los que adoran sus vías. Esperó pues en Dios y puso en práctica el sabio consejo de Gamaliel, si este designio es obra de los hombres, se desvaneceréis si viene de Dios, no le podréis deshacer. 1 Aquel príncipe decía a Spengler de Núremberg, uno de los hombres más insignes de aquel tiempo, las cosas han venido a parar a tal punto, que los hombres ya no pueden remediarlas, Dios solo debe obrar. Por esto dejamos en sus manos poderosas estos grandes acontecimientos, que son demasiado difíciles para nosotros. La Providencia fue admirable en la elección de un príncipe tal, para proteger su obra naciente.
Maximiliano I, que llevó la corona imperial desde 1493 hasta 1519, puede ser colocado entre los que contribuyeron a preparar la Reformación. Dio a los demás príncipes del imperio y a toda la Alemania el ejemplo del entusiasmo por las letras y por las ciencias. Fue menos que nadie adicto a los papas y aun tuvo, durante algún tiempo, la idea de apropiarse el papado. No se puede decir que hubiera sido del en sus manos pero puede suponerse a lo menos, en vista de este rasgo, que un poder rival del papa, tal como la Reformación, no hubiera contado al emperador de Alemania, entre sus adversarios más obstinados.
Aun entre los príncipes de la Iglesia Romana se hallaban hombres venerables, que los santos estudios y la sincera piedad los había preparado para la obra divina, que iba a efectuarse en el mundo. Cristóbal de Estadio, obispo de Augsburgo, conocía y amaba la verdad pero hubo de sacrificarlo todo para hacer una confesión animosa de ella... el Obispo de Wurzbourg, Lorenzo Bibra, hombre bueno, piadoso, y sabio, honrado del emperador y de los príncipes, hablaba francamente contra la corrupción de la Iglesia pero falleció en 1519, demasiado pronto para la Reformación. Juan VI, obispo de Meissen, acostumbraba decir, cuántas veces leo la Biblia, encuentro en ella otra religión que la que nos enseñan. Juan Thurzo, obispo de Breslau, fue llamado por Lutero "el mejor de todos los obispos de su siglo.” 3.
Pero falleció en 1520. Guillermo Brieonnet, obispo de Meaux, contribuyó poderosamente a la Reformación de la Francia. ¿Quién puede decir hasta qué punto la piedad ilustrada de estos obispos, y de muchos otros, ayudó a preparar en sus diócesis y más allá todavía, la grande obra de la Reforma? Con todo esto, estaba 74
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto reservado a unos hombres menos poderosos el ser los principales instrumentos de la providencia de Dios, para preparar la Reformación. Fueron los letrados y los sabios llamados los humanistas, quienes ejercieron sobre su siglo la más grande influencia.
Había entonces guerra abierta entre estos amantes de las letras y los teólogos escolásticos. Estos veían con asombro el movimiento que se operaba en el dominio de la inteligencia y pensaban que la inmovilidad y las tinieblas serían la salvaguardia más segura de la Iglesia. Era por salvar Roma que combatían el Renacimiento de las Letras, pero solo contribuyeron a perderla. Roma cooperó mucho a ello. Extraviada por un instante bajo el pontificado de León X, abandonó sus antiguos amigos y estrechó en sus brazos a sus jóvenes adversarios.
El papismo y las letras formaron un concierto que parecía deber romperla antigua alianza del monacato y del papado. Los papas no concibieron, a primera vista, que lo que habían tomado por un juguete, era una espada que podía darles la muerte. Así mismo, en el siglo pasado, se vieron príncipes acoger en su corte una política y una filosofía que, si ellos hubiesen experimentado toda su influencia, hubieran derribado sus tronos. No duró mucho tiempo la alianza. Avanzaron las letras, sin inquietarse de ningún modo del menoscabo que podía sufrir el poder de su patrón. Los monjes y los escolásticos comprendieron que abandonar al papa, era abandonarse ellos mismos.
Y el papa, a pesar de la protección pasajera que concedió a las Bellas Artes, no dejó de tomar, siempre que lo deseó, las medidas opuestas al espíritu del tiempo.
Era un espectáculo lleno de vida, el que presentaba entonces el Renacimiento de las Letras. Bosquejemos algunos rasgos de este cuadro y escojamos los que se encuentran en la más íntima conexión con el Renacimiento de la Fe. Para que triunfara la verdad, era preciso primeramente que las armas con las cuales debía vencer, hubiesen salido de la armería donde estaban ocultas desde muchos siglos.
Estas armas eran las Escrituras Santas del Viejo y Nuevo Testamentos. Era preciso reanimar, en la cristiandad, el amor y el estudio de las sagradas Letras Griegas y Hebreas. El hombre que la providencia de Dios escogió para esta obra, se llamaba Juan Reuchlin.
Una bellísima voz de niño se hacía notar en el coro de la iglesia de Pforzheim. Ella cautivó la atención del margrave de Bade. Era la de Juan Reuchlin, mozo de modales agradables y de carácter jovial, hijo de un honrado paisano del lugar. El margrave le concedió luego toda su protección, y lo escogió en 1473, para acompañar a su hijo Federico a la Universidad de Paris.
El hijo del Ujier de Pforzheim, lleno de gozo, llegó con el príncipe a aquella escuela, la más célebre del occidente. Encontró en ella el esparciata Hermonymos, Juan Weissel, apellidado la luz del mundo y tuvo así la oportunidad de estudiar, bajo hábiles maestros, el griego y el hebreo, de cuyas lenguas no había entonces ningún 75
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto profesor en Alemania y cuyo restaurador debía ser un día en la Patria de la Reformación. El joven y pobre alemán copiaba, para ricos estudiantes, los cantos de Homero, los discursos de Sócrates, y ganaba así para continuar sus estudios y para comprar libros.
Pero he aquí otras cosas que oye de la boca de Weissel, las que hacen en su espíritu una grande impresión. Los papas pueden engañarse, todas las satisfacciones humanas son una blasfemia contra Cristo, quien ha reconciliado y justificado perfectamente el género humano, a Dios solo pertenece el poder de dar una entera absolución, no es necesario confesar sus pecados a los sacerdotes, no hay purgatorio, a no ser que sea el mismo Dios, quien es un fuego abrasador y que purifica todas nuestras manchas.
Apenas con veinte años de edad, Reuchlin enseña en Bale la filosofía, el griego y el latín, y se oye, lo que era entonces un prodigio, un alemán hablar griego.
Los partidarios de Roma empiezan a inquietarse, viendo espíritus generosos escudriñar en estos antiguos tesoros, Los romanos hacen la befa y vociferan en alta voz, decía Reuchlin, pretendiendo que todos estos trabajos literarios son contrarios a la piedad romana, atendido que los griegos son cismáticos. ¡Oh! cuantos trabajos y penas para introducir, al fin, en Alemania las ciencias y la sabiduría.
Poco después, Eberhard de Wurtemberg llamó a Reuchlin a Tubingue, para ser el ornamento de esta naciente universidad. En 1487, lo llevó consigo a Italia.
Chalconydas Aurispa, Juan Pie de la Mirándola, fueron en Florencia, sus compañeros y amigos. En Roma, cuando Eberhard obtuvo, del papa, rodeado de sus cardenales, una audiencia solemne, Reuchlin pronunció un discurso con un latín tan casto y tan elegante, que la asamblea, que nada de semejante esperaba de un bárbaro germano, quedó atónita y tomando el papa la palabra, dijo: “Ciertamente ese hombre merece ser colocado al lado de los mejores oradores de Francia y de Italia”.
Diez años después, Reuchlin se vio obligado a refugiarse en Heidelberg, en la corte del elector Felipe, para escapar la venganza del sucesor de Eberhard. Felipe, de acuerdo con Juan Dalberg, obispo de Worms, su amigo y canciller, se esforzaba en propagar las luces, que empezaban a asomar por todos lados en Alemania. Dalberg había fundado una biblioteca, cuyo uso era permitido a todos los sabios. Reuchlin hizo sobre este nuevo teatro grandes esfuerzos para destruir la barbarie de su pueblo.
Enviado a Roma por el elector en 1498, a una importante misión, aprovechó todo el tiempo y el dinero que le quedaba, ya en hacer nuevos progresos en la lengua hebrea al lado del sabio israelita Abdias Sphorne, ya en comprar cuantos manuscritos hebreos y griegos podía hallar, con el designio de servirse de ellos como otras tantas antorchas, para aumentar en su patria la claridad que comenzaba a rayar.
76
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Un ilustre griego, Argyropylos, explicaba en esta metrópoli a un auditorio numeroso las antiguas maravillas de la literatura de su pueblo. El sabio embajador se dirigió con su séquito a la sala en que enseñaba este doctor, y, al entrar, saludó al maestro y deploró, la desdicha de la Grecia, expirando bajo los golpes de los otomanos.
El Helénico, atónito, pregunta al alemán: “¿De dónde eres?, ¿Comprendes el griego?”.
Responde Reuchlin: “Soy Germano y entiendo algo el griego.” A petición de Argyropylos, leyó y explicó un trozo de Thucydide, que el profesor tenía a su vista.
Entonces Argyropylos, lleno de asombro y de dolor, grita: ¡Ay!, ¡Ay!, la Grecia expulsada y fugitiva ha ido a esconderse más allá de los Alpes!
Así fue como los naturales de la rústica Germania y los de la antigua y sabía Grecia, se encontraron en los palacios de Roma y que el Oriente y Occidente se dieron la mano, en aquel punto de reunión del mundo y que el uno comunicaba al otro aquellos tesoros intelectuales, que había salvado toda prisa de la barbarie de los otomanos. Dios, cuando sus designios lo piden, aproxima, en un instante, por una grande catástrofe, lo que parecía tener que permanecer siempre apartado.
A su vuelta a Alemania, Reuchlin pudo entrar de nuevo en Wurtemberg. Fue sobre todo entonces cuando completó sus obras, que tan útiles fueron a Lutero y a la Reformación. Tradujo y explicó los salmos penitenciales, enmendó la vulgata, y, lo que más aumentó su mérito y gloria, fue la publicación de una gramática y de un diccionario hebreo, los primeros parecidos en Alemania. Por medio de este trabajo, Reuchlin abrió de nuevo los libros del Antiguo Testamento, cerrados hacía tanto tiempo y erigió así un monumento, como él mismo lo dice, "más duradero que el bronce”.
Pero no era solamente con sus escritos, sino también con su vida, que Reuchlin procuraba hacer avanzar el reino de la verdad. Su influencia sobre la juventud era grande, ¿y quién puede medir todo lo que le debe la Reformación, bajo este aspecto?
No citaremos más que un ejemplo, un mozo, primo suyo, hijo de un célebre artista armero, llamado Schivarzerd, fue a alojarse en casa de su hermana Elisabeth, con objeto de estudiar bajo su dirección. Reuchlin lleno de gozo, al ver el genio y la aplicación del joven discípulo lo adoptó. Consejos, regalos de libros, ejemplos, nada omitió para hacer de su pariente un hombre útil a la Iglesia y a la patria. Gozabase de ver prosperar su obra a su vista y hallando el nombre alemán Schivarzerd muy bárbaro, lo tradujo en griego según la costumbre de aquellos tiempos, y nombró al joven estudiante Melancthcm. Este es el ilustre amigo de Lutero.
El pacifico *Reuchlin se halló pronto empeñado, a pesar suyo, en una guerra violenta que fue uno de los preludios de la Reformación. Había en Colonia un judío bautizado llamado Pfefferkorn, íntimamente ligado con el inquisidor Hochstraten.
Este hombre y los dominicanos solicitaron y obtuvieron, del emperador Maximiliano, 77
Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto quizás con buenas intenciones, una orden, en virtud de la cual debían los judíos traer todos los libros hebreos (excepto la Biblia), a la casa consistorial del lugar en que residían donde debían ser quemados estos escritos. Alegando por motivo que estaban llenos de blasfemias contra Jesucristo. Es menester confesar, que a lo menos estaban llenos de inepcias y que los mismos judíos no hubieran perdido gran cosa en la ejecución que se meditaba. Sin embargo, ellos no pensaban así, sino que creían que nadie tenía el derecho de despojarles de obras que consideraban de un gran precio.
Por otra parte los dominicos podían tener otras razones que su celo por el Evangelio.
Es probable que esperaran conseguir así de los judíos, gran rescate.
El emperador invitó a Reuchlin a que diese su opinión tocante a estas obras. El sabio doctor señaló expresamente los libros escritos contra el Cristianismo, entregándolos a la suerte que se les destinaba pero procuró salvar los demás. El mejor medio de convertir los israelitas, añadió, sería establecer en cada universidad dos maestros de lengua hebrea, que enseñasen a los teólogos a leer la Biblia en hebreo y a refutar las doctrinas de este pueblo. En consecuencia, los judíos consiguieron que se les restituyesen sus libros.
El prosélito y el inquisidor, parecidos a cuervos hambrientos, que no pueden retener la presa, despidieron entonces gritos de furor, escogieron diversos pasajes del escrito de Reuchlin, alteraron su sentido, proclamaron herético al autor, lo acusaron de tener una inclinación secreta al judaísmo y le amenazaron con las cadenas de la inquisición. Reuchlin se asustó al principio, pero, llegando estos hombres a ser cada día más orgullosos y a imponerle condiciones vergonzosas, publicó en 1513 una