Historia de la Reformacion del Siglo Decimosesto Vol 1 by Jean Merle Henri D'Aubigne - HTML preview

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"Defensa contra sus detractores de Colonia” en la que pintaba a todo este partido con vivos colores.

Los dominicos juran tomar venganza. Hochstraten erige en Mayence un tribunal contra Reuchlin y los escritos del sabio son condenados a las llamas. Reuchlin apela a León X y este papa que no apreciaba mucho a estos frailes ignorantes y fanáticos, pasa todo el asunto al obispo de Espire, quien declara inocente a Reuchlin y condena a los frailes a los gastos del pleito. Este asunto importante hizo mucho ruido en Alemania y mostró bajo un aspecto odioso la numerosa clase de frailes teólogos, al mismo tiempo que unió más íntimamente a los amantes de las ciencias, llamados entonces Reuchlinistas, del nombre de su ilustre jefe. Esta lucha fue una escaramuza de vanguardia, que influyó mucho en la batalla general, que el valor heroico de Lutero presentó poco después al error.

La unión de las letras con la fe, forma uno de los rasgos de la Reformación y la diferencia tanto del establecimiento del Cristianismo, como de la Renovación Religiosa de nuestros días. Los cristianos contemporáneos de los apóstoles tuvieron en su contra la cultura de su siglo, y, con algunas excepciones, sucede lo mismo en 78

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto nuestro tiempo. La mayoría de los hombres letrados estuvo del lado de los reformadores, y, aun la opinión les era favorable. La obra ganó en extensión, pero quizás perdió en profundidad. Lutero, conociendo todo lo que había hecho Reuchlin, le escribió poco después de su victoria sobre los dominicanos: El Señor ha obrado en ti, a fin de que la luz de la santa Escritura empezara a brillar en esta Germania, donde, desde tantos siglos hay, estaba no solamente sofocada, sino enteramente apagada. 1

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FOOTNOTES

(1) Luth., Epp.

(2) Hechos de los Apóstoles, cap. V, ver. 38-39.

(3) Luth.. Epp. I., p. 524.

(4) Ref. Span. Q

(5) Ma¡ Vita J. Reuchlin. ( Francf., 1687 ). Mayerhoff, J. Reuchlin and seine Zeit.

(Berlin, 1830.)

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO X

Erasmo — Erasmo en París — Su reputación — Su profesión — Sus trabajos — Sus defectos — ¿Era posible una Reforma sin sacudimiento? — Su timidez — Su indecisión.

Apenas tenía doce años Reuchlin, cuando nació uno de los mayores genios de aquel siglo. Un hombre muy vivo y espiritual llamado Gerard, natural de Gouda en los Países Bajos, amaba la hija de un médico llamada Margarita. No eran los principios del Cristianismo los que dirigían su vida, a lo menos, la pasión los hizo enmudecer.

Sus padres y sus nueve hermanos, quisieron obligarle a abrazar el estado eclesiástico, pero él huyó, dejando su amada en días de ser madre y se fue a Roma. La culpable Margarita dio a luz un hijo, Gerard no lo supo, y, algún tiempo después, recibió de sus padres la noticia, de que la que había amado no existía ya. Penetrado de dolor se hizo sacerdote y se consagró enteramente al servicio de Dios. ¡Volvió a Holanda, y Margarita vivía aun! Ella no quiso casarse con otro, pero también Gerard se mantuvo fiel a sus votos sacerdotales. El afecto de ambos se concentró en su tierno hijo, el cual fue cuidado tiernamente por su madre. Su padre a su regreso lo puso a la escuela, aunque no tenía entonces más que cuatro años. Apenas rayaba en trece, cuando su maestro Sinthenius de Deventer, le abrazó un día lleno de gozo y exclamó: “¡Este muchacho llegará a la cumbre de las ciencias!”. Y era Erasmo de Rotterdam.

Por este tiempo murió su madre y poco después, su padre agobiado de dolor la siguió al sepulcro. El joven Erasmo 1 quedó solo en el mundo, mostró una gran repugnancia por la vida monacal que sus tutores querían obligarle a abrazar. Al fin un amigo le persuadió a que entrara en un convento de canónigos regulares, lo que podía hacer sin tomar las órdenes. A poco tiempo le encontramos en la corte del arzobispo de Cambray y más tarde en la Universidad de Paris donde siguió sus estudios reducido a la mayor miseria, pero con la aplicación más infatigable. Luego que tenía dinero, lo empleaba en comprar autores griegos y vestidos. Muchas veces el pobre Holandés imploraba en vano la generosidad de sus protectores y por lo mismo fue mayor su alegría, cuando pudo sostener jóvenes estudiosos, pero pobres. Dedicado sin cesar a la investigación de la verdad y en la ciencia, temía sin embargo descubrir en ella algunos errores y ser acusado de herético.

Se llamaba propiamente Gerhard, como su padre, tradujo este nombre holandés al latín (Didier, Deseado) y en griego (Erasmo). La costumbre en el trabajo, que contrajo en esta época, consérvala toda su vida, aun en sus viajes, que ordinariamente hacía a caballo, no estaba ocioso. Componía andando por los campos, y, vuelto a la posada, ponía por escrito sus pensamientos. Así fue como compuso su famoso elogio de la locura, 1 en un viaje que hizo de Italia a Inglaterra.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Erasmo adquirió pronto una gran reputación entre los sabios pero los frailes, irritados de su elogio de la locura, en que se había burlado de la de ellos, le declararon un odio mortal. Solicitado de los príncipes, era inagotable cuando se trataba de hallar pretextos para evadirse a sus invitaciones. Prefería ganar su vida con el impresor Frobenius, corrigiendo libros, a hallarse rodeado de lujo y de favor en las magnificas cortes de Carlos V, de Enrique VIII y de Francisco I o a ceñir su cabeza con el capelo de cardenal que le habían ofrecido. 2

Desde el año 1509 enseñó en Oxford. En 1516 fue a Bale, en donde se fijó en 1521.

¿Cuál ha sido su influencia en la Reformación? Ella ha sido muy ensalzada por un lado y muy deprimida por otro. Erasmo no ha sido, ni hubo podido ser jamás, un reformador pero preparó el camino a otros. No solo propagó, en su siglo, el amor a las ciencias y el espíritu de investigación y examen, que condujo a otros mucho más allá que a él mismo, sino también, protegido por grandes prelados y poderosos príncipes, supo descubrir y combatir los vicios de la Iglesia, por medio de las más picantes sátiras.

Hizo más, Erasmo, no contento con atacar los abusos, procuró retraer a los teólogos del estudio de los escolásticos y dedicarlos al de la Santa Escritura. “El objeto más sublime de la renovación de los estudios filosóficos,” dice, será enseñar a conocer el simple y puro cristianismo en la Biblia.” ¡Bella palabra! y plegue a Dios que los órganos de la filosofía de nuestros días comprendiesen tan bien sumisión. ¡Estoy firmemente resuelto!, decía también Erasmo, a morir estudiando la Escritura. En ella encuentro mi alegría y mi paz. 1 El compendio de toda la filosofía cristiana se reduce a esto, dice en otra parte: “Poner toda nuestra esperanza en Dios, que, sin mérito nuestro, por sola su gracia, nos da todo por Jesucristo, saber que somos redimidos por la muerte de su hijo, morir a la concupiscencia mundana y obrar de un modo conforme a su doctrina y ejemplo, no solo sin ofender a nadie, sino haciendo bien a todos, sufrir con paciencia la adversidad, con la esperanza de la remuneración futura, en fin, no vanagloriarnos de nuestras virtudes, sino dar gracias a Dios por todos nuestros esfuerzos y obras. He aquí lo que es menester inculcar al hombre, hasta que esto llegue a ser en él una segunda naturaleza. 1

Pero, no se contentó Erasmo con hacer una profesión tan franca de la Doctrina Evangélica, sus trabajos hicieron más que sus palabras. Sobre todo rindió un importante servicio la verdad, con la publicación de su edición crítica del Nuevo Testamento, que fue la primera y única en mucho tiempo, ella apareció en 1516 en Bale, un año antes que empezara la Reformación. El la acompañó de una traducción latina en que corregía audazmente la vulgata y de notas justificativas.

De este modo Erasmo hizo, por el Nuevo Testamento, lo que Reuchlin había hecho por el Antiguo. Desde entonces los teólogos pudieron leer la Palabra de Dios en las 81

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto lenguas originales y más tarde reconocer la pureza de la doctrina de los reformadores.

"Plegue a Dios,” dice Erasmo, “al publicar su obra, que ella dé tanto fruto al Cristianismo, como trabajo y aplicación me ha costado.” Su deseo se cumplió. En vano gritaron los frailes: “Quiere enmendar el Espíritu Santo”. El Nuevo Testamento de Erasmo difundió una viva luz. Este grande hombre, propagó también el gusto de la Palabra de Dios, con sus paráfrasis de la epístola a los romanos. El efecto de sus trabajos excedió aun sus esperanzas. Reuchlin y Erasmo devolvieron la Biblia a los sabios, Lutero la devolvió al pueblo.

Muchos hombres que se hubieran asustado de las verdades evangélicas presentadas con toda su fuerza, se dejaron atraer por Erasmo y llegaron a ser los cooperadores más celosos de la Reformación.

Pero, por lo mismo que era bueno para preparar, no lo era para efectuar. “Erasmo sabe muy bien indicar los errores,” dice Lutero, “pero no sabe enseñar la verdad”. No fue el Evangelio de Cristo el hogar en que se encendió su vida, ni el centro a cuyo derredor giraba su actividad. Era sabio ante todo y solamente después fue cristiano.

La vanidad ejercía en él demasiado poder, para que hubiese tenido sobre su siglo una influencia decisiva. Calculaba con ansias las consecuencias que podían tener sus pasos para su reputación. No había cosa de que gustase hablar tanto como de sí mismo y de su gloria. En la época en que se declaró adversario de Lutero, escribía a un amigo íntimo con tina vanidad pueril, “el papa me ha enviado un diploma afectuoso y honorífico, su secretario protesta que es algo de extraordinario y que el mismo papa lo ha dictado palabra por palabra”.

Erasmo y Lutero son los representantes de dos grandes ideas relativas a una reforma de dos grandes partidos en su siglo y en todos los demás. El uno se compone de hombres tímidos y prudentes, el otro de hombres resueltos y animosos. Ambos partidos existían en aquella época y se personificaron en sus ilustres jefes. Los hombres prudentes creían, que el cultivo de las ciencias teológicas produciría, poco a poco y sin choque, una Reformación de la Iglesia. Los hombres de acción pensaban, que la propagación de ideas justas, entre los sabios, no disiparían las supersticiones del pueblo, y que extirpar tales o cuales abusos no era bastante, si toda la vida de la Iglesia no era renovada.

"Una paz desventajosa”, decía Erasmo, "vale más que la guerra más justa”. 1

Pensaba él (¡y cuántos Erasmo no ha habido desde entonces y hay todavía!) pensaba pues, que una Reformación que conmoviese a la Iglesia podía destruirla, veía con inquietud excitadas las pasiones, mezclarse en todas partes el mal con el poco bien que se podía hacer, destruidas las instituciones existentes, sin que pudieran ser reemplazadas por otras, la nave de la Iglesia haciendo agua por todas partes, sumergida en medio de la tempestad. “Los que hacen entrar el mar en nuevas 82

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto lagunas,” decía Erasmo, hacen muchas veces una obra que los engaña porque el temible elemento, cuando esta dentro, no se dirige a donde se quiere, sino a donde él quiere y causa grandes estragos. 2

Pero, los valientes de su tiempo tenían que responderle. La historia había demostrado suficientemente que una exposición franca de la verdad y un combate decidido contra la mentira, podían solamente asegurar la victoria. Si hubieran guardado consideraciones, los artificios de la política, las astucias de la corte pontificia, hubieran apagado la luz a sus primeros resplandores. ¿No se habían empleado todos los medios de suavidad, desde muchos siglos antes? ¿No se habían visto concilios sobre concilios, convocados con el objeto de reformar la Iglesia? Pero todo había sido inútil. ¿Por qué pretender hacer de nuevo una experiencia tantas veces fallida?

Seguramente una Reforma fundamental no podía hacerse sin trastorno. ¿Pero, cuándo se ha visto entre los hombres, algo de grande y de bueno, sin que haya causado alguna agitación? El temor de que se junte el mal al bien, si fuese legítimo, ¿No paralizaría las empresas más nobles y santas? No se debe temer el mal que puede producir una grande agitación, sino animarse a combatirlo y destruirlo.

Por otra parte, ¿No hay una diferencia total entre la conmoción que imprimen las pasiones humanas y la que emana del espíritu de Dios? La una conmueve la sociedad pero la otra la fortalece. Es un error el pensar, como Erasmo, que en el estado en que se hallaba entonces la Cristiandad, con aquella mezcla de elementos contrarios de verdad y de mentira, de muerte y de vida, se podían precaver las violentas agitaciones. ¡Intentad cerrar el cráter del Vesubio cuando los elementos irritados se agitan en su seno! En la Edad Media se había visto más de una conmoción violenta, con una atmósfera menos tempestuosa que la del tiempo de la Reformación. No se debe pensar entonces en comprimir, sino en dirigir.

Si no hubiere estallado la Reformación, ¿Quién puede decir la espantosa ruina que la hubiera reemplazado? La sociedad, víctima de mil elementos destructores, sin medios regeneradores y conservadores, hubiera sido terriblemente trastornada, cierto, que esto hubiera sido una Reforma a la manera de Erasmo y tal cual la sueñan aun en nuestros días muchos hombres moderados, aunque tímidos, pero que hubiera destruido la sociedad cristiana. El pueblo, careciendo de aquella luz y piedad que la Reformación propagó hasta en las clases más ínfimas, abandonado a sus violentas pasiones y a un espíritu inquieto de revuelta, se hubiera desencadenado, como el furioso animal provocado y desenfrenado.

La Reformación no fue más que una intervención del espíritu de Dios entre los hombres, un reglamento que Dios estableció en la tierra. Ella pudo, es verdad, remover los elementos de fermentación que abriga el corazón humano, pero Dios 83

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto venció. La Doctrina Evangélica, la verdad de Dios, penetrando en la masa de los pueblos, destruyó lo que debía ser destruido y fortaleció lo que debía ser conservado.

La Reformación ha edificado en el mundo y solo sus antagonistas, pueden decir que no ha hecho más que destruir. Se ha escrito con razón, hablando de la obra de la Reforma, que podría decirse: “que la reja del arado daña a la tierra, porque la desgarra, cuando no hace más que fecundarla”.

El gran principio de Erasmo era, “instruye y las tinieblas desaparecerán por sí mismas”. Este principio es bueno y Lutero lo siguió, pero, cuando los enemigos de la luz procuran apagarla o arrancarla de la mano que la lleva, será menester en bien de la paz, dejarles hacer? ¿no se deberá resistir a los malvados?

Es menester valor para obrar una Reformación, así como para tomar una ciudad, pero Erasmo careció de él. Era tímido de carácter, desde su juventud, el solo nombre de la muerte le hacía temblar. Cuidaba de su salud minuciosamente, ningún sacrificio le hubiera sido costoso por alejarse de un lugar en que rebase una enfermedad contagiosa. El deseo de gozar de las comodidades de la vida, superaba aun su vanidad y por esto desechó más de una oferta brillante. Por lo mismo no pretendió el título de reformador, si las costumbres corrompidas de la corte de Roma piden un grande y pronto remedió, decía él, esto no me toca, ni tampoco a los parecidos a mí. 1 No tenía aquella fuerza que animaba a Lutero. Mientras que éste estaba siempre pronto a dar su vida por la verdad, Erasmo decía ingenuamente “que aspiren otros al martirio, por mi parte, no me creo digno de tal honor, 5 temo que si se levantase algún tumulto, imitaría a Pedro en su caída”.

Erasmo, con sus escritos y palabras, preparó más que ninguno la Reformación, y después, cuando vio llegar la tempestad que él mismo había preparado, tembló. Todo lo hubiera dado para restablecer la calma anterior, aun con sus espesos vapores pero ya no era tiempo, la borrasca había ya estallado y no se podía contener la inundación que debía producir y también limpiar y fertilizar el mundo. Como instrumento de Dios, fue poderoso Erasmo, pero cuando dejó de serlo, nada fue.

En resumen, Erasmo no sabía a qué partido adherirse, ninguno le gustaba y los temía todos. "Hay peligro en callar,” decía, "y lo hay en hablar.” En todos los grandes movimientos religiosos se ven de estos caracteres indecisos, respetables bajo muchos conceptos, pero que dañan a la verdad y que no queriendo disgustar a nadie, disgustan a todos.

¡Qué sería de la verdad, si Dios no enviase campeones más valerosos! He aquí el consejo que dio Erasmo a Viglius Zuichem, después presidente de la Corte Suprema de Bruselas sobre el modo de que debía comportarse con los sectarios (así llamaba ya a los reformadores), la amistad que te tengo, me hace desear que te mantengas muy distante del contagio de las sectas, y que no les des ninguna ocasión de decir que 84

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Zuichem es de los suyos. Si tú apruebas su doctrina, disimula a lo menos y sobre todo no disputes con ellos. Un jurisconsulto debe usar de subterfugios con sus clientes como cierto moribundo con el diablo. El diablo le preguntó: “¿Qué crees?” el moribundo, temiendo caer en alguna herejía si confesaba su fe, respondió, “lo que cree la Iglesia”, replicó el primero, “¿qué cree la Iglesia?” y el otro le respondió, "lo que yo creo” insiste aun el diablo, ¿y qué crees tú?, el moribundo responde de nuevo, "lo que cree la Iglesia”. 1 El duque Jorge de Sajonia, enemigo mortal de Lutero, habiendo recibido de Erasmo una respuesta equívoca, una pregunta que le había hecho, decía, "querido Erasmo, lava la piel y no la mojes”. Segundo Curio, en una de sus obras, describe dos cielos, el cielo papista y el cielo cristiano y no encuentra a Erasmo ni en el uno ni en el otro pero lo descubre moviéndose sin cesar entre los dos en círculos sin fin.

Tal fue Erasmo, a quien le faltó esta paz interior que hace verdaderamente libre.

¡Cuán diferente hubiera sido si hubiese abnegado de sí mismo, para entregarse a la verdad! Pero, después de haber procurado hacer algunas reformas, con la aprobación de los jefes de la Iglesia, después de haber abandonado la Reformación por Roma, cuando vio que era imposible la reunión de estas dos cosas, se perdió en el concepto de todos. Por una parte, sus palinodias no pudieron contener la cólera de los partidarios fanáticos del papismo. Ellos sentían el mal que les había hecho, y no se lo perdonaban. Desde los pulpitos le llenaban de injurias los impetuosos frailes y le llamaban un segundo Luciano, un zorro, que había devastado la Viña del Señor.

Un doctor de Constancia tenía colgado en su gabinete el retrato de Erasmo para poder escupirle a la cara a toda hora. Por otra parte, Erasmo, abandonando el estandarte del Evangelio, se vio privado del afecto y de la estimación de los hombres más generosos de su tiempo y hubo de renunciar sin duda a los consuelos celestiales que Dios derrama en los corazones de los que se comportan como buenos soldados de Jesucristo. Así parecen indicarlo las amargas lágrimas que derramaba, los penosos insomnios que sufría, la inapetencia que experimentaba, el hastío que le causaba el estudio de las musas, en otro tiempo su único consuelo, su apesadumbrada frente, su pálido rostro, su mirar triste y abatido, su odio a una vida que llamaba cruel, y sus deseos de morir, de que habla a sus amigos. [1 ¡Pobre Erasmo!]

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FOOTNOTES

(1)

Siete ediciones de este escrito fueron despachadas en pocos meses.

85

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (2)

A principibus fácilé mihi contingeret fortuna, nisi mihi nimium dulcís esset libertas. (Epist. al Pirck).

(3)

Ad servatium.

(4)

Ad Joh. Slechtam 1519. Haec sunt animis hominum inculcan-da, sic, ut velut innaturam transeant. (Er. Epp. I., p. 680).

(5)

Malo huc, qualisqualis est, rerum humanorum stalum, quam no-vos excitari tumultua. (Erasm. Epp. T., p. 953.)

(6)

Semel admissum non el fertur, qui destinarat admisor. . . .

(7)

Erasmo. Epp. I., p. 953. Ref S]m. 6*

(8)

Ingerís aliquod et praesens remedium, certe meum non est. (Erasm. Epp. I, p. 653.)

(9)

Egomenon arbitrar hoc tonare dignum (Erasm. Epp. I, p. 653.) (10) Erasm., Epp. 374.

(11) Parécenos, que los enemigos de Erasmo fueron más allá de la verdad, cuando exclaman, en los momentos de la aparición de Lutero: “Erasmo ha puesto el huevo y Lutero lo ha empollado.” *

(12) Vigilae moleste, somnus irrequietus, cibns insipidus omnis, ipsum quoque musarum studium.... ipsa frontis meae maestitia, vultus palor, oculorum subtristis dejectio....(Erasm. Epp. I., p. 1380.) (13) Las obras de Erasmo fueron publicadas por Juan le Clerc a Liege, en 1703, en diez tomos en folio. Tocante a su vida, véase Burigny, Vida de Erasmo, París 1757: A Müller, Leben des Erasmus, Hamb., 1828 y la biografía insertada por el clérigo en su biblioteca escogida. Véase también el bello y concienzudo trabajo de M. Nisard (Revista de Ambos Mundos), quien me parece sin embargo haberse engañado en su apreciación de Erasmo y de Lutero.

CAPÍTULO XI

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Los nobles — Hütten — Sus escritos — Cartas de algunos hombres oscuros —

Hütten en Bruselas — Sus cartas — Su fin — Sicbingen — Guerra — Su muerte —

Cronberg — Hans Sachs — Fermentación general.

Estos mismos síntomas de regeneración que se veían entre los príncipes, los obispos y los sabios se hallaban también entre los hombres del mundo, los señores, los caballeros, y la gente de guerra. La nobleza germánica hizo un papel importante en la Reformación. Muchos de los más ilustres hijos de Alemania formaron una estrecha alianza con los letrados e inflamados de un celo ardiente, a veces arrebatado, se esforzaron en librar su pueblo del yugo de Roma.

Diversas causas contribuyeron a dar amigos a la Reformación en la clase de los nobles. Los unos, habiendo frecuentado las universidades, habían recibido en su corazón aquel fuego que animaba los sabios. Otros, educados en los sentimientos generosos, tenían el alma abierta a la Bella Doctrina del Evangelio. Muchos encontraban en la Reformación un toque de caballeresco, que los seducía y los arrastraba tras ella. Otros en fin, es preciso decirlo, odiaban al clero que había contribuido poderosamente, en el reinado de Maximiliano, a despojarles de su antigua independencia, y subyugarlos a los príncipes. Llenos de entusiasmo, consideraban la Reformación como el preludio de una grande renovación política, creían ver salir el imperio de esta crisis con un nuevo esplendor y un mejor estado y brillando de la gloria la más pura, establecerse en el mundo, por medio de la espada de los caballeros, no menos que por la eficacia de la Palabra de Dios. 1

Ulrich de Hütten, denominado el Demóstenes de Alemania, a causa de sus filípicas contra el papado, forma como el eslabón que unía entonces los caballeros y los literatos. Él brilló por sus escritos no menos que por su espada. Oriundo de una antigua familia de Franconia, fue enviado a la edad de once años al convento de Foulda, a donde le destinaban para fraile, pero Ulrich, que no tenía inclinación a este estado, huyó del convento a los diez y seis años y pasó la Universidad de Colonia en donde se entregó al estudio de las lenguas y de la poesía. Más tarde hizo una vida errante, se halló en 1513 en el sitio de Padua, como simple soldado, vio a Roma en todos sus escándalos y aguzó allí los tiros que lanzó más tarde contra ella.

A su regreso en Alemania, compuso Hütten un escrito contra Roma, intitulado la Trinidad Romana. En el descubre todos los desórdenes de aquella corte y muestra la necesidad de terminar con la fuerza, su tiranía. Un viajero llamado Vadiscus, que figura en dicho escrito, dice que hay tres cosas que se traen ordinariamente de Roma, una mala conciencia, un estómago estragado y una bolsa vacía, que hay tres cosas que Roma no cree, la inmortalidad del alma, la resurrección de los muertos y el infierno, que hay tres cosas de que Roma hace comercio, la gracia de Cristo, las 87

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto dignidades eclesiásticas y las mujeres. La publicación de este escrito obligó a Hütten a dejar la corte del arzobispo de Mayence, en donde se hallaba cuando lo compuso.

Cuando estalló la disputa de Reuchlin con los dominicanos, Hütten se adhirió enteramente al sabio doctor. Un amigo que conoció en la universidad, Crotus Rovianus y otros alemanes compusieron entonces la famosa sátira intitulada "Cartas de algunos hombres oscuros” que pareció en 1516, un año antes que las tesis de Lutero. Este escrito fue atribuido a Hütten y es muy probable que tuviera en él mucha parte. Los frailes adversarios de Reuchlin, autores supuestos de aquellas cartas tratan en ellas de asuntos del tiempo de materias teológicas a su modo y en su bárbaro latín. Dirigen a su corresponsal Heratius, profesor en Colonia, las cuestiones más tontas y más inútiles, le dan las pruebas más cándidas de su crasa ignorancia, de su incredulidad, de su superstición, de su espíritu ruin y vulgar y al mismo tiempo de su orgullo y de su celo fanático y perseguidor. Le refieren muchas de sus aventuras burlescas, de sus desórdenes, de su disolución y diversos escándalos de la vida de Hochstraten y de Pfefferkorn y de otros jefes de su partido.

El tono, ya hipócrita, ya simple, de estas cartas, hace su lectura muy cómica y el todo es tan natural que los dominicanos y los franciscanos de Inglaterra recibieron este escrito con gran aplauso y creyeron que estaba verdaderamente compuesto según los principios de su orden y para su defensa. Un prior de Brabante, en su crédula simplicidad, hizo comprar muchos ejemplares y los envió de regalo a los más distinguidos de entre los dominicanos. Los frailes, cada vez más irritados, solicitaron del papa una bula severa contra todos los que osaren leer aquellas epístolas, pero León X se negó a ello. Hubieron de soportar la burla general y devorar su cólera.

Ninguna obra dio golpe más terrible a aquellas columnas del papismo pero no era con burlas y sátiras como el evangelio debía triunfar.

Si se hubiera proseguido en aquella vía, si la Reformación, en vez de atacar el error con las armas de Dios, hubiese recurrido al espíritu burlón del mundo, su causa hubiera sido perdida. Lutero desaprobó altamente aquellas sátiras. Habiéndole enviado una de ellas uno de sus amigos, titulada el contenido de la suplica de Pasquín, le respondió: Estas tonterías que me has enviado, me parecen haber sido compuestas por un espíritu inmoderado. Las he comunicado a una reunión de amigos y todos han opinado lo mismo. 1 Y, hablando de la misma obra, escribe a otro corresponsal suyo:

“El autor de esta súplica me parece ser el mismo historiador que ha compuesto las cartas de los hombres oscuros. Apruebo sus deseos, pero no su obra porque no se abstiene de injuriar y ultrajar. 1 Este dictamen es severo, pero muestra cual era el espíritu de Lutero y cuan superior era a sus contemporáneos. Sin embargo, es menester añadir, que no siempre siguió tan sabías máximas.

88

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Habiendo debido Ulrich renunciar a la protección del arzobispo de Mayence, solicitó la de Carlos V, que estaba entonces reñido con el papa. En consecuencia, se fue a Bruselas, donde tenía su corte aquel emperador. Pero, lejos de obtener nada, supo que el papa había pedido al emperador, que le enviase a Roma atado de pies y manos. El inquisidor Hochstraten, perseguidor de Reuchlin, era uno de los que Roma había encargado de perseguir a Ulrich. Indignado de que hubiesen tenido la osadía de hacer tal petición al emperador, Ulrich salió del Brabante. Fuera de Bruselas, encontró a Hochstraten en el camino real. El inquisidor asustado, se puso de rodillas y encomendó su alma a Dios y a los santos.

¡No! dijo el caballero, yo no tiño mi espada en tu sangre. Le dio algunos golpes de plano y le dejó ir en paz. Hütten se refugió en el Palacio de Ebernbourg, en donde Francisco de Sickingen ofrecía asilo a todos los que eran perseguidos por los ultramontanos. Allí fue donde su celo ardiente por la libertad de su nación le dictó aquellas cartas, tan notables, que dirigió a Carlos quinto, a Federico elector de Sajonia, a Alberto arzobispo de Mayence, a los príncipes y a la nobleza y que le colocan en el primer rango de los escritores. Allí fue donde compuso todas sus obras destinadas a ser leídas y comprendidas por el pueblo y que difundieron, en todas las comarcas germánicas, el horror de Roma y el amor a la libertad. Consagrado a la causa del reformador, su designio era de inducir la nobleza a tomar las armas en favor del evangelio y a caer con su espada sobre aquella Roma, que Lutero no quería destruir, sino con la Palabra y con la fuerza invencible de la verdad.

Con todo, en medio de toda aquella exaltación guerrera, se complace uno en hallar en Hütten sentimientos tiernos y delicados. Cuando fallecieron sus padres, cedió a sus hermanos todos los bienes de la familia, aunque fuese el primogénito, y les rogó, además, que no le escribiesen ni le enviasen ningún dinero por temor de que a pesar de su inocencia, no tuviesen que sufrir de parte de sus enemigos y no pereciesen con él.

Si la verdad no puede reconocer en Hütten uno de sus hijos, porque ella no va nunca desunida de la santidad de la vida y la caridad de corazón, ella le concederá, a lo menos, un recuerdo honroso como a uno de los más formidables adversarios del error. 1

Otro tanto puede decirse de Francisco de Sickingen, su ilustre amigo y protector.

Este noble caballero, que muchos de sus contemporáneos le juzgaron digno de la corona imperial, brilla en el primer rango entre los guerreros que fueron los antagonistas de Roma. Mientras que se complacía al ruido de las armas, estaba lleno de ardor por las ciencias y de veneración por los que las profesaban. Al frente de un ejército que amenazaba el Wurtemberg, ordenó, en caso que tomasen Stuttgart de asalto, que dejasen intactos los bienes y la casa del gran literato Juan Reuchlin. Lo 89

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto hizo llamar después a su campamento, le abrazó y le ofreció su apoyo en la contienda que tenía con los monjes de Colonia. Por mucho tiempo la orden de caballería se había vanagloriado de despreciar las letras. La época que describimos nos presenta un nuevo espectáculo. Bajo la pesada coraza de los Sickingens y de los Hüttens, se percibe aquel movimiento de las inteligencias, que empieza a hacerse sentir por todas partes. La Reformación da al mundo por primicias, guerreros amigos de las artes y de la paz.

Hütten, refugiado, a su regreso de Bruselas, en el Palacio de Sickingen, invitó al valiente caballero a estudiar la Doctrina Evangélica y le explicó los fundamentos sobre que se apoya. ¿Y hay alguien exclamó Sickingen todo atónito, que se atreva a intentar destruir un tal edificio ?... ¡Quién lo podría!...

Muchos hombres, célebres después como reformadores, hallaron un refugio en su palacio, entre otros Martin Bucer, Aquila, Schwebel, CEcolampade, de modo que Hütten llamaba con razón Ebernbourg, “la hospedería de los justos.” CEcolampade debía predicar diariamente en el palacio. Entre tanto, los guerreros que en él se hallaban reunidos, acababan de fastidiarse de oír hablar tanto de las dulces virtudes del cristianismo, les parecían demasiado largos los sermones, por más que CEcolampade se esmerarse en ser breve. Es verdad que iban casi todos los días a la iglesia, pero no era más que para recibir la bendición y hacer una corta oración, de suerte que CEcolampade exclamaba: “¡Ay! ¡Qué la palabra sea siembre aquí entre rocas!".

Luego Sickingen, queriendo servir a su modo la causa de la verdad, declaró la guerra al arzobispo de Treves, “afra, decía él, de abrir una puerta al Evangelio”. En vano Lutero, que había ya aparecido, le disuadió, atacó a Treves con cinco mil caballos y mil infantes. El animoso arzobispo, ayudado del elector Palatino y del landgrave de Hesse, le obligó a retirarse. En la primavera siguiente, fue atacado por los príncipes aliados, en su castillo de Landstein. Después de un sangriento asalto, Sickingen se vio obligado a rendirse, habiendo sido herido mortalmente. Se introducen los tres príncipes en el fuerte, lo recorren y encuentran por fin al indómito caballero en un subterráneo, acostado en su lecho de muerte. Alarga su mano al elector Palatino, sin parecer hacer caso de los príncipes que le acompañan pero estos le abruman de preguntas y quejas: “Dejadme quieto”, les dijo él, “porque ahora es preciso que me prepare a responder a un señor más grande que vosotros"...cuando Lutero recibió la noticia de su muerte, exclamó: “¡El Señor es justo, pero no admirable! No es con la espada como él quiere propagar el Evangelio.” Tal fue el triste fin de un guerrero que, como emperador y elector, hubiera elevado quizá la Alemania a un sublime grado de gloria, pero que, reducido a un círculo estrecho, gastó inútilmente las grandes fuerzas de que estaba dotado.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto No era en el espíritu tumultuoso de estos guerreros donde la verdad divina, bajada del cielo, había venido a fijar su morada. Tampoco era por sus armas que ella debía vencer y Dios, reduciendo a la nada los proyectos insensatos de Sickingen, puso otra vez en evidencia esa palabra de San Pablo: “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosísimas por la virtud de Dios”.

Otro caballero, Harmud de Cronberg, amigo de Hütten y de Sickingen, parece haber tenido más prudencia y más conocimiento de la verdad. Escribió con mucha modestia a León X, invitándole a que entregara su poder temporal a quien pertenecía, es decir al emperador. Dirigiéndose a sus vasallos como un padre, trató de hacerles comprender la Doctrina del Evangelio y les exhortó a la fe, a la obediencia, y a la confianza en Jesucristo, quien añadía, “es el Señor soberano de todos nosotros.”

Renunció entre las manos del emperador, una pensión de dos cientos ducados, porque, decía, “no quería servir más al que escuchaba a los enemigos de la verdad”. En alguna parte encontramos una palabra suya, que nos parece colocarle en un grado superior.

Hütten y Sickingen: “Nuestro doctor celestial, el Espíritu Santo, puede, cuando quiere, comunicar en una hora, más fe de la que es en Cristo que la que uno podría adquirir en diez años en la Universidad de Paris”.

Los que no buscan amigos de la Reformación, sino en las gradas de los tronos, 1 o en las cátedras y academias y que pretenden que no los hay en el pueblo, están en un grave error. Dios, que preparaba el corazón de los sabios y de los poderosos, preparaba así mismo, en las moradas del pueblo, muchos hombres simples y humildes, que debían ser un día los siervos de su palabra.

La historia de aquel tiempo nos manifiesta la fermentación que animaba entonces las clases inferiores. No solamente se vio salir de estos rangos, jóvenes para ocupar después los primeros puestos en la Iglesia, si que también se vieron hombres que se mantuvieron toda su vida entregados a las profesiones más humildes y que contribuyeron poderosamente al gran renacimiento de la cristiandad. Recordaremos algunos rasgos de la vida de uno de ellos.

Un sastre de Núremberg, llamado Hans Sachs, tuvo un hijo que nació el cinco de noviembre 1494. Este hijo llamado Hans (Juan), como su padre, después de haber hecho algunos estudios a los que una grave enfermedad le obligó a renunciar, se hizo zapatero. El joven Hans, aprovechó de la libertad, que este humilde oficio dejaba a su espíritu, para penetrar en el mundo superior que agradaba a su alma. Desde que habían cesado los cantos en los castillos de los caballeros, parecía que se habían refugiado entre la gente llana, de las alegres ciudades de Alemania. En la Iglesia de Núremberg había una escuela de canto, estos ejercicios, en los que el joven Hans iba a mezclar su voz, abrieron su corazón a las impresiones religiosas, y contribuyeron a excitar en él el gusto de la poesía y de la música.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Sin embargo, el genio del joven no podía estar largo tiempo encerrado entre las paredes de su taller. Quería ver por si mismo este mundo, del que había leído tantas cosas en los libros, y del que le hablaban tanto sus camaradas, y que su imaginación llenaba de prodigios. En 1511 provisto de algunas cosas, sale de Núremberg y se dirige al sur y a poco tiempo encontrando en el camino alegres camaradas y estudiantes que vagaban por allí, si que también peligrosos atractivos, empieza a sentir una lucha interior. Las seducciones de la vida se hallaban en pugna con sus santas resoluciones, y, temeroso del resultado, huye, y va a ocultarse en la pequeña ciudad de Wuels, en Austria (1513), donde vivió retirado y entregado al cultivo de las Bellas Artes.

Pasando el emperador Maximiliano por aquella ciudad, con un acompaña miento brillante, el joven poeta se deja alucinar por el fausto de aquella corte. El príncipe le recibió de montero, y Hans vacila de nuevo bajo las bóvedas sonoras del palacio de Innsbruck, pero aun esta vez su conciencia triunfó. Inmediatamente el joven montero, deja su brillante uniforme de caza, sale, llega a Schwatz y después a Múnich. Allí fue donde, en 1514, de edad de veinte años, cantó su primer himno en alabanza de Dios, en un tono que le atrajo muchos aplausos. Por todas partes, en sus viajes, tuvo ocasión de ver muchas y tristes pruebas de los abusos en los cuales gemía la religión.

De vuelta a Núremberg, Hans se estableció allí, se casó y tuvo hijos. Al estallar la Reformación, se dirigieron a ella sus miradas. Se dedicó a aquella Santa Escritura que le fue cara cuando poeta y en la que busca ahora, no ya imágenes y cantos, sino la luz de la verdad y desde entonces consagró ella su lira. De un humilde taller, situado delante de una de las puertas de la ciudad imperial de Núremberg, salen acentos que resuenan en toda la Alemania, preparan los espíritus a una nueva era, y entusiasman al pueblo por la gran Revolución que se efectuaba. Los canticos espirituales de Hans Sachs y su Biblia puesta en verso, contribuyeron eficazmente a aquella obra. Sería quizá difícil decir, quien ha hecho más por la Reformación, si el príncipe elector de Sajonia, administrador del imperio o el zapatero de Núremberg.

Así pues, había entonces en todas las clases algo que anunciaba una Reformación.

Por todas partes se veían señales de los acontecimientos que amenazaban destruir la obra de los siglos tenebrosos y de que iba a lucir para los hombres un tiempo nuevo.

Las luces que engendró el siglo, habían derramado en todos los países, con indecible rapidez, una multitud de ideas nuevas. Los espíritus de los hombres adormecidos hacia tantos siglos, parecían querer recuperar, con su actividad, todo el tiempo perdido. Dejarlos inactivos, sin alimento o no darles otro que el que había conservado tanto tiempo su vida desfalleciente, hubiera sido desconocer la naturaleza del hombre. Ya el espíritu humano veía con claridad lo que era y lo que debía ser, y medía con audaz mirada el inmenso abismo que separaba aquellos dos mundos. Grandes príncipes ocupaban el trono, el antiguo Coloso de Roma vacilaba bajo su propio peso, el antiguo espíritu caballeresco desaparecía de la tierra, cediendo el puesto a un 92

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto espíritu nuevo, que inflamaba a la vez los templos del saber, los albergues de los pequeños. La palabra impresa había tomado un vuelo que la llevaba, como el viento lleva las semillas hasta los países más remotos. El descubrimiento de las dos Indias, ensanchaba el mundo todo anunciaba una gran Revolución.

Pero, ¿De dónde saldrá el golpe que derribara el antiguo edificio y hará salir de sus ruinas otro nuevo? Nadie lo sabía. ¿Quién tuvo más sabiduría que Federico, más ciencia que Reuchlin, más talento que Erasmo, más espíritu y verba que Hütten, más valor que Sickingen y más virtudes que Cronberg? Y sin embargo, ninguno de estos, los sabios, los príncipes, los guerreros, la Iglesia misma, todos habían minado algunos cimientos, pero nada más hicieron y en ninguna parte se veía parecer la poderosa mano que debía ser la de Dios.

Pero, todos tenían el sentimiento de su pronta aparición. Unos pretendían haber visto en las estrellas señales ciertas de ella: otros, viendo el estado miserable de la religión, anunciaban la próxima venida del Anticristo y otros, al contrario, presagiaban, una Reformación inminente. El mundo esperaba. Lutero apareció.

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FOOTNOTES

(1)

Animus ingens et ferox, viribus pollería Nam si consilia et conatus Hutteni non defecissent, quasi nervi copiarum, atque potentse jam mutatio omnium rerum exstitisset, et quasi orbis status publici fuisset conversas. (Camer., Vita Melancthonis.)

(2)

L. Epp. I., p. 37.

(3)

L. Epp. I., p. 38.

(4)

Las obras de Hütten han sido publicadas en Berlín por Munchen, 1822 a 1825, en cinco tomos en 8°. D'Aubigné.

(5)

Véase Chateaubriand, Estudios históricos.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto LIBRO SEGUNDO. JUVENTUD, CONVERSION, Y PRIMEROS

TRABAJOS DE LUTERO 1483—1517.

CAPÍTULO I

Padres de Lutero — Su nacimiento — Pobreza — La casa paterna — Rigor —

Primeros conocimientos — La Escuela de Magdeburgo — Miseria — Eisenach — La Sunamita — La Casa de Cotia — Recuerdo de aquellos tiempos. Sus estudios —

Frebonius.

Todo estaba dispuesto. Dios, que prepara su obra en siglos, la efectúa, por débiles instrumentos cuando llega la hora. Hacer grandes cosas con pequeños medios, he aquí la ley de Dios. Esta ley, que se ve por todas partes en la naturaleza, se encuentra también en la historia. Dios se valió de los reformadores de la Iglesia, lo mismo que de los apóstoles a quienes escogió entre los pobres en la clase media que no es precisamente la de los muy indigentes, pero que tampoco llega a la de los ricos. En todo se ha de ver la mano de Dios, no la del hombre. El Reformador Zwingle nació en la choza de un pastor de los Alpes, Melanchton, el teólogo de la Reformación, en la tienda de un armero y Lutero en la cabaña de un pobre minero.

La primera época de la vida del hombre, aquella en que se forma y desarrolla bajo la mano de Dios, es siempre importante y lo fue más que ninguna la de Lutero. Toda la Reformación se ve ya en ella. Las diversas fases de esta obra se presentaron al espíritu del que fue su instrumento, antes que ella se efectuara en el mundo. El conocimiento de la Reforma que se hizo en el corazón de Lutero, hace ver la Reforma de la Iglesia. Con el estudio de la obra particular, se adquiere el conocimiento de la general. Los que descuidan la primera, no conocerán más que las formas y exterioridades de la segunda, podrán saber algunos acontecimientos y resultados pero no comprenderán la naturaleza intrínseca de aquella renovación porque no descubrirán el principio de vida que fue el alma de ella. Estudiemos pues la Reformación en Lutero, antes de hacerlo en los hechos que mudaron la cristiandad.

Juan Lutero, hijo de un leñador del pueblo de Mora, cerca de Eisenach, en el contado de Mansfield, en Thuringe, era oriundo de una antigua y numerosa familia de simples particulares, 1 se casó con Margarita Lindemann, hija de un habitante de Neustadt, en el obispado de Wursburg y ambos consortes fueron a establecerse en la pequeña ciudad de Eisleben, en Sajonia.

Refiere Seckendorf, citando a Rebhan, superintendente de Eisenach en 1601, que la madre de Lutero, creyendo no hallarse aun en días de parto, fue a la feria, de Eisleben y que allí dio a luz un hijo. A pesar de la confianza que merece Seckendorf, no parece cierto este caso, porque ninguno de los antiguos historiadores de Lutero habla de él a más de que, habiendo veinte y cuatro leguas de Mora a Eisleben, en el 94

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto estado en que se hallaba la madre de Lutero, no se anda con facilidad tal distancia por ir a la feria, en fin el testimonio del mismo Lutero parece enteramente a esta aserción. 1

Juan Lutero era un hombre recto, dedicado al trabajo, abierto y de una firmeza de carácter que rayaba en terquedad. Con un espíritu más cultivado que la mayor parte de los hombres de su clase, leía mucho. Los libros eran raros entonces, pero Juan no perdía ninguna ocasión de adquirirlos, eran su recreo en los intervalos de descanso que le dejaba un trabajo rudo y asiduo. Margarita poseía las virtudes que adornan a las mujeres honestas y piadosas. Se notaba principalmente su pudor, su temor de Dios y su fervor de la oración. Era mirada por las madres de familia del lugar, como un modelo que debían imitar. 1

No se sabe de un modo positivo desde cuando estaban los dos consortes establecidos en Eisleben, cuando, el diez de noviembre a las once de la noche, Margarita dio a luz un hijo. Melanchton preguntó muchas veces a la madre de su amigo, acerca de la época del nacimiento de este y ella respondía: Me acuerdo muy bien del día y de la hora, pero del año no estoy segura. Pero Jacobo, hermano de Lutero, hombre honrado y integro, refiere que según la opinión de toda la familia, Martín nació en el año de Cristo 1483, el diez de noviembre, víspera de San Martín.

3 La primera idea de sus devotos padres fue de consagrar a Dios conforme a la fe que profesaban, el niño que acababa de darles. Desde el día siguiente, que era un martes, el padre llevó su hijo a la iglesia de San Pedro donde recibió bautismo de los párvulos, según el rito romano.* Le pusieron el nombre de Martín en memoria del día.

El niño Martín no tenía aun seis meses cuando sus padres abandonaron Eisleben para ir a Mansfield, que solo dista cinco leguas. Las minas de Mansfield eran entonces muy célebres. Juan Lutero, hombre laborioso, pensando que tendría, quizás, que sostener una familia numerosa, esperaba ganar allí con más facilidad el pan para sí y sus hijos. La inteligencia y las fuerzas del joven Lutero tuvieron su primer desarrollo en aquella ciudad, en ella empezó también a mostrarse su actividad y a pronunciarse su carácter en sus palabras y obras. Los llanos de Mansfield, las orillas del Wipper, fueron los teatros de sus primeras diversiones con los muchachos de la vecindad. Los principios de la residencia en Mansfield fueron penosos para el honrado Juan y su mujer, pues vivieron en suma pobreza.

Mis padres, dice el reformador, han sido muy pobres. Mi padre era un pobre leñador y mi madre cargó leña muchas veces para tener con que mantener a sus hijos, ambos sufrieron muchos trabajos por ellos. El ejemplo de los padres a quienes respetaba y las costumbres que le inspiraron, familiarizaron desde tierna edad a Lutero con el trabajo y la frugalidad. ¡Cuántas veces acompañó sin duda, los bosques a su madre, para recoger allí su carguita de leña!

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Hay promesas hechas al trabajo del justo y ellas se realizaron en Juan Lutero.

Habiendo adquirido algunos recursos, estableció en Mansfield dos fraguas, a cuyo rededor creció el joven Martín y con el producto de este trabajo pudo su padre subvenir después a sus estudios. Era de una familia de mineros, dice el buen Mathesius, de donde debía salir el fundidor espiritual de la cristiandad, imagen de lo que Dios quería hacer limpiando por él a los hijos lo vi y purificándolos en sus fraguas, como el oro. 1 Respetado de todos, por su rectitud, su vida irreprensible y su sensatez, Juan Lutero fue nombrado consejero de Mansfield, capital del condado de este nombre. Una extrema miseria hubiera podido embotar el espíritu del niño, la abundancia de la casa paterna dilató su corazón y elevó su carácter.

Juan aprovechó su nueva situación para buscar la sociedad que prefería. Tenía en gran estima a los hombres instruidos y convidaban muchas veces a su mesa los eclesiásticos y los maestros de escuela del lugar. Su casa ofrecía el espectáculo de aquellas sociedades de simples particulares, que honraban la Alemania al principio del siglo XVI. Era un espejo en que se reflejaban las numerosas imágenes, que se sucedían en la escena agitada de aquel tiempo. La vista de aquellos hombres, a quienes guardaban tanta consideración en la casa de su padre, excitó sin duda, más de una vez, en el corazón del joven Martín, el ambicioso deseo de llegar un día a ser maestro de escuela o sabio.

Luego que estuvo en edad de recibir alguna instrucción, sus padres trataron de darle el conocimiento de Dios, de inspirarle su santo temor y de prepararle a las virtudes cristianas. Ponían todo su esmero en esta primera educación doméstica. 1

Sin embargo no se limitó a esto su tierna solicitud. Su padre, deseando que adquiriese su hijo las nociones de los conocimientos que tanto le agradaban, invocó para él la bendición de Dios y le envió a la escuela. Martín era todavía muy joven, su padre o un mozo de Mansfield, Nicolás Emler, le llevaba a veces en sus brazos a la casa de Jorge Emilio y volvían después a buscarle. Emler se casó más tarde con una hermana de Lutero. Cincuenta años después, el reformador recordaba al viejo Nicolás aquella tierna muestra de afecto, recibida en los primeros años de su infancia y la dibujó en las primeras hojas de un libro, que regaló a aquel antiguo amigo. 2

La devoción de sus padres, su actividad y su virtud austera, dieron al muchacho un impulso feliz y formaron en él un espíritu atento y grave. Un sistema que empleaba por principal móvil, los castigos y el temor, prevalecía entonces en la educación.

Margarita, aunque aprobaba a veces la conducta demasiado severa de su marido, recibía con frecuencia a Martín en sus brazos maternales y enjugaba sus lágrimas.

Con todo ella misma quebrantaba también los preceptos de aquella sabiduría que nos dice, el que ama su hijo se apresura a castigarlo. El carácter violento del niño daba lugar a correcciones y reprimendas. Mis padres,” dice más tarde Lutero, “me han tratado con dureza, lo que me ha hecho muy medroso. Mi madre me castigó un día 96

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto por una avellana, hasta sacar sangre. Ambos creían de todo corazón que hacían bien pero no sabían distinguir el carácter, lo que sin embargo es necesario para saber cuando, a quien, y como deben imponerse los castigos. 1

El pobre niño sufría en la escuela tratamientos no menos duros. Su maestro le azotó quince veces en una mañana.

Es preciso, decía Lutero, refiriendo este hecho, azotar a los niños, pero también amarles al mismo tiempo. Con semejante educación aprendió temprano Lutero a despreciar los placeres de una vida sensual. Lo que debe llegar a ser grande, debe empezar por pequeña, observa con razón uno de sus historiadores más antiguos, si los niños son criados con demasiada delicadeza y mimo, se les perjudica para toda su vida.

Martín aprendió algo en la escuela. Le enseñaron los capítulos del catecismo, los diez mandamientos, el símbolo de los apóstoles, la oración dominical, los canticos, las fórmulas de oraciones, el donat, la gramática latina, compuesta en el siglo cuarto por Donato, maestro de San Gerónimo, y que, perfeccionada en el siglo XI por un fraile francés llamado Remigio, estuvo largo tiempo en gran reputación en todas las escuelas, estudió además el Cisio Janus, calendario muy raro, compuesto en el siglo XXI, en fin, le enseñaron todo lo que se sabía en la escuela latina de Mansfield.

Pero parece que el niño no había sido encaminado hacia Dios, el único sentimiento religioso que manifestaba entonces era el del temor, siempre que oía hablar de Jesucristo, temblaba de miedo, porque no se le habían representado sino como un irritado juez. Este temor servil, que dista tanto de la verdadera religión, le preparó quizá a la buena nueva del Evangelio y al gozo que experimentó más tarde, cuando aprendió a conocer al que es manso y humilde de corazón.

Juan Lutero quería hacer de su hijo un sabio. La nueva luz que empezaba a rayar por todas partes, penetró hasta en la casa del minero de Mansfield y originó en ella pensamientos ambiciosos. Las notables disposiciones y la constante aplicación de su hijo hacían concebir a Juan, las más halagüeñas esperanzas, así es que, cuando en 1497 llegó Martín a la edad de catorce años, su padre resolvió separarse de él y enviarle a Magdeburgo, a la Escuela de los Franciscanos. Margarita hubo de consentir en ello y Martín se dispuso a dejar el techo paterno.

Entre los camaradas que tenía en Mansfield, era uno, el hijo de un buen aldeano, Juan Reinecke. Martín y Juan condiscípulos en su niñez, se unieron de una estrecha amistad que duró toda su vida. Los dos muchachos salieron juntos para Magdeburgo, donde, lejos de sus familias, se unieron más y más.

Magdeburgo fue para Martín como un mundo nuevo. En medio de muchas privaciones (porque apenas tenía de que vivir), observaba y escuchaba. Andreas 97

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Proles, provincial de la orden de los agustinos, predicaba entonces, con fervor, sobre la necesidad de reformar la religión y la Iglesia. Estos discursos sembraron quizás en el alma del joven las primeras semillas de las ideas que se desarrollaron en ella más tarde.

Esta época fue para Lutero la de un rudo aprendizaje. Lanzado al mundo a los catorce años, sin amigos ni protectores, temblaba en presencia de sus maestros y en las horas de recreo buscaba, con trabajo, su alimento con muchachos tan pobres como él. Yo pedía, dice, con mis camaradas, algunos alimentos, a fin de satisfacer nuestras necesidades. Un día en el tiempo en que celebra la Iglesia la fiesta del nacimiento de Jesucristo, recorrimos juntos los pueblos vecinos, yendo de casa en casa y cantando a cuatro voces los canticos ordinarios sobre el niño Jesús nacido en Belén.

Nos detuvimos al extremo de un pueblo, en frente de una casa aislada de un labrador el cual oyéndonos cantar nuestros Himnos de Navidad, salió con algunas provisiones que quería darnos, y preguntó con voz fuerte y tono áspero, ¿Dónde estáis muchachos?, asustados de estas palabras echamos a correr. No teníamos ningún motivo para asustarnos, porque el labrador nos ofrecía de buen corazón aquel socorro pero nuestros corazones estaban sin duda intimidados, por las amenazas y tiranía con que los maestros aterraban entonces sus discípulos, de suerte que un temor repentino se apoderó de nosotros, pero en fin, el labrador seguía llamándonos, nos detuvimos, sacudimos el miedo, corrimos a él y recibimos de su mano el alimento que nos presentaba. Así es, añade Lutero, que temblamos y huimos cuando nuestra conciencia esta culpada y asustada. Entonces tenemos miedo, hasta del socorro que nos ofrecen y de los amigos que nos quieren hacer bien. (1) Apenas había trascurrido un año cuando Juan y Margarita sabiendo cuanta dificultad encontraba su hijo para vivir en Magdeburgo le enviaron a Eisenach en donde había una escuela célebre y tenían muchos parientes. 3 Juan y Margarita tenían otros hijos además de Martín y aunque sus recursos se habían aumentado, no podían sostener a Martín fuera de casa. Las fraguas y el trabajo asiduo de Juan Lutero no producían más que para la familia de Mansfield. Pensó que Martín hallaría en Eisenach más fácilmente de que subsistir pero no sucedió así porque los parientes que vivían en aquella ciudad, no hicieron caso de él o quizá no podían serle útil, siendo muy pobres ellos mismos.

Cuando el estudiante tenía hambre, tenía que juntarse con sus camaradas, como en Magdeburgo y cantar con ellos las puertas de las casas, para conseguir un pedazo de pan. Esta costumbre del tiempo de Lutero, se ha conservado hasta en nuestros días en muchas ciudades de Alemania, donde frecuentemente se oyen voces armoniosas de estudiantes. Muchas veces el pobre y humilde Martín recibía duras palabras en 98

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto lugar de pan y entonces, agobiado de tristeza, derramaba en secreto abundantes lágrimas y pensaba con horror en su porvenir.

Un día entre otros, le habían rechazado en tres casas y se volvía en ayunas a su albergue, cuando al llegar a la plaza de san Jorge se detuvo inmóvil y sumergido en tristes reflexiones, en frente de la casa de un honrado ciudadano.

¿Será posible que, por falta de pan, renuncie a los estudios y vaya a trabajar con su padre en Mansfield...? De repente se abre una puerta y asoma una mujer, que era la esposa de Conrado Cotta, hija del burgomaestre de Ilefeld, 1 llamada Úrsula. Las crónicas de Eisenach la llaman la devota Sunamita, en memoria de la que retuvo con tantas súplicas al profeta Eliseo a comer pan en su casa. La Sunamita cristiana había visto más de una vez al joven Martín en las congregaciones de los fieles y la dulzura de su canto y de su devoción la habían enternecido. 3 Viéndole entonces tan triste delante de su puerta, le hizo seña de que entrara y le sirvió para satisfacer su hambre.

Conrado aprobó la buena obra de su mujer y le gustó tanto el trato del joven Lutero, que algunos días después, le tomó en su casa. Desde aquel momento sus estudios fueron asegurados, sin que se viese obligado a volver a las minas de Mansfield y de sepultar el talento que Dios le había concedido. Cuando ya no sabía lo que sería de él, Dios le abrió el corazón y la puerta de una familia cristiana y aquel suceso preparó su alma a la confianza en Dios que las mayores adversidades no pudieron alterar en lo sucesivo. Lutero disfrutó en la casa de Cotta una vida muy diferente de la que había conocido hasta entonces. Allí gozó de una existencia dulce, exenta de cuidados y necesidades, su espíritu se calmó, su carácter se mudó y su corazón se ensanchó. Todo su ser se inflamó a los benéficos rayos de la caridad y comenzó a rebosar de vida, de alegría y de felicidad. Sus oraciones fueron más fervorosas, se aumentó su ansia de saber o hizo rápidos progresos.

Al encanto de las letras y de las ciencias unió el de las artes porque estas también adelantaban en Alemania. Los mismos hombres que Dios destina a obrar sobre sus contemporáneos son arrastrados al principio por la corriente del siglo. Lutero aprendió a tocar la flauta y el laúd. Acompañaba muchas veces con este segundo instrumento su hermosa voz de contralto y de este modo alegraba su corazón en los momentos de tristeza. Se complacía también en manifestar, con sus acentos, su viva gratitud a su madre adoptiva, que amaba mucho la música. El mismo ha amado este arte hasta su vejez y ha compuesto las palabras y la música de algunos de los más bellos canticos que posee la Alemania y aun han pasado a nuestra lengua muchos de ellos.

¡Tiempos felices para el joven Lutero, cuyo recuerdo conservó siempre con emoción! Algunos años después, habiendo venido un hijo de Conrado a estudiar a Wittemberg, cuando el pobre estudiante de Eisenach era ya el doctor de su siglo, le 99

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto recibió este con alegría en su casa y a su mesa, queriendo así retribuir en parte al hijo lo que había recibido del padre y de la madre. Acordándose de la mujer cristiana que le había dado pan cuando todo el mundo le rechazaba, escribió estas bellas palabras:

“Nada hay más dulce en la tierra que el corazón de una mujer en que habita la piedad”.

Nunca se avergonzó Lutero del tiempo en que, apurado del hambre, mendigaba tristemente el pan necesario a su vida y a sus estudios, lejos de esto pensaba con reconocimiento en aquella extrema pobreza de su juventud la que consideraba como uno de los medios de que se había valido Dios, para hacer de él lo que llegó a ser y le daba las gracias. Los pobres niños, que estaban obligados a seguir la misma vida, enternecían su corazón. No despreciéis, decía a los muchachos que buscan cantando por las puertas pan empropter Deum, pan por amor de Dios, yo también he hecho lo mismo, es verdad que más tarde me ha sostenido mi padre con mucho amor y bondad en la Universidad d'Erfurt, manteniéndome con el sudor de su rostro; pero como quiera, yo he sido un pobre mendigo y ahora por medio de mi pluma he llegado a tal situación, que no quisiera cambiar de fortuna con el mismo gran turco, hay más, aun cuando amontonasen todos los bienes de la tierra, no los tomaría en cambio de lo que tengo pero no hubiera llegado al punto en que me hallo, sí no hubiera ido a la escuela y aprendido a escribir. Así el grande hombre halla, en sus primeros y humildes principios, el origen de su gloria, no teme el recordar que aquella voz, cuyos acentos hicieron conmover el imperio y el mundo, pidió en otro tiempo un pedazo de pan, en las calles de una pobre ciudad. El cristiano se complace en estos recuerdos, porque le advierten que es en Dios en quien debe glorificarse.

La fuerza de su inteligencia, la viveza de su imaginación y su feliz memoria, le hicieron adelantar pronto a todos sus condiscípulos. 1 Hizo principalmente rápidos progresos en las lenguas antiguas, en la elocuencia y en la poesía. Escribía y componía versos. Alegre, complaciente, teniendo lo que se llama un buen corazón, era querido de sus maestros y compañeros.

Entre sus profesores se hizo querer particularmente de Juan Trébonius, hombre sabio, de modales agradables y que guardaba a los jóvenes aquellos miramientos que son tan propios a animarlos. Martín había notado que, cuando Trébonius entraba en la clase, se descubría para saludar a sus discípulos. ¡Gran condescendencia en aquellos tiempos pedantescos! Esto agradó al joven Martín, y comprendió que él valía también algo. El respeto del maestro había realzado el discípulo a sus propios ojos.

Los colegas de Trébonius, que no tenían la misma costumbre, habiéndole un día manifestado su extrañeza por aquella extrema condescendencia, les respondió (y esto no agradó menos al joven Lutero), entre estos muchachos hay hombres de que Dios hará un día, burgo maestros, cancilleres, doctores y magistrados, y, aunque no los veis todavía con los signos de sus dignidades, es justo sin embargo, que los respetéis.

100

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El joven escolar oyó sin duda con placer estas palabras y creyó tal vez tener ya en su cabeza un bonete de doctor.

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FOOTNOTES

(1) Ref. Span. 1

(2) Ve 'is familia est etlate propagala mediocrium hominum. (Melancht.. Vit.

Luth.)

(3) Ego natus sum inEisleben, baptisatusque apud Sanctum-Petrum ibidem.

Parentes mei deprope Isenaco illuc migrarunl. (L. Epp. I, p. 390.) (4) Ictuebanturque ineam caeterae honestae mulieres, ut inexemplar virtutum. (Melancht., Vita Lutheri.) Melancht., Vita Lutheri.

(5) Los Bautistas creen que la inmersión de creyentes en Jesucristo es el solo verdadero bautismo.

(6) Drumb musste dieser geistliche Schmetzer … (Mathesius, Historien, 1565, p. 3.)

(7) Ad agnitionem et timorem Dei …domestica institutione dili-genter adsuefecerunt. (Melancht., Vit. Luth.)

(8) Walther's Nachrichten.

(9) Sed non porterant discernere ingenia, secundum quae essent temperando correcciones. (L. Opp. W. XXII., p. 1785.)

(10) Was gross solí werden, muss klein angehen. (Mathesius, Hist P-3.) (11) Lutheri opera (Walch.), II., 2347.

(12) Isenacum enim pene totam parentelam meam habet. (L. Epp. I ) (13) Lingk's Reisegesch. Luth.

(14) Dieweil sie umb seines Singen und berzlichen Gebts willen … (Mathesius, p. 3.)

(15) Ref. Spnn. Y*

(16) Cumque et vis ingenii acerrima esset, et imprimis ad eloquentiam idonea, celeriter ajqualibus suis praecnrrit. (Melancht., Vita Luth.) 101

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 102

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO II

La universidad — Devoción de Lutero — Descubrimiento — La Biblia —

Enfermedad — Perturbaciones — Muerte de Alexis — Rayo — Providencia —

Despedida.

Llegó Lutero a la edad de dieciocho años. Había gustado la dulzura de las letras y ardía en deseos de aprender en una universidad. Deseaba ir a uno de aquellos manantiales de todas las ciencias, donde pudiese apagar su sed de saber. 1 Su padre exigía que estudiase derecho. Confiado en los talentos de su hijo, quería que los cultivase y patentizase. Véale ya desempeñar funciones honorificas entre sus conciudadanos, captar la benevolencia de los príncipes y brillar en el teatro del mundo. Se resolvió que el joven iría a Erfurt.

Lutero llegó a aquella universidad en el año 1501. Jodocus, sobre nombrado el doctor de Eisenach, profesaba en ella la filosofía escolástica con mucho aplauso.

Melanchton siente que no se enseñara entonces, en Erfurt, más que una dialéctica llena de dificultades y piensa que si Lutero hubiese encontrado allí otros profesores, si le hubieran enseñado una filosofía más dulce y verdadera, esto hubiera podido moderar y aplacar la vehemencia de su naturaleza. 3

El nuevo discípulo se dedicó pues a estudiar la filosofía de la Edad Media en los escritos de Occam, de Scot, de Buena Ventura y de Tomás de Aquino. Más tarde toda esta escolástica le causó horror. Temblaba de cólera, cuando pronunciaban en su presencia el nombre de Aristóteles y llegó hasta decir que sí Aristóteles no fuese un hombre, lo tomaría por el mismo diablo.

Pero su espíritu hambriento de doctrina, tenía necesidad de mejores alimentos puso se a estudiar los bellos monumentos de la antigüedad, los escritos de Cicerón, Virgilio, y otros clásicos. No se contentaba como el vulgo de los estudiantes, de aprender de memoria las obras de aquellos escritores, procuraba además profundizar sus pensamientos, penetrarse del espíritu que les animaba, apropiarse de sabiduría, comprender el objeto de sus escritos y adornar su inteligencia con sus graves sentencias y sus brillantes imágenes. Interrogaba a menudo a sus profesores y adelantó pronto a sus condiscípulos. 1 Dotado de una memoria feliz y de una imaginación ardiente, todo lo que oía o leía lo retenía para siempre. “Así brillaba Lutero desde su juventud, y toda la universidad admiraba su ingenio,” dice Melanchton. 3

Empero, en este tiempo, el joven de dieciocho años no trabajaba solamente en cultivar su espíritu, sino que tenía ya aquella gravedad de pensamiento y aquella elevación de alma que Dios concede a los que quiere hacer sus más celosos servidores.

Lutero sentía que dependía de Dios, simple y poderosa convicción, que es, al mismo 103

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto tiempo, origen de una profunda humildad y de grandes acciones. Invocaba con fervor la bendición divina sobre sus trabajos. Siempre empezaba el día con oraciones, luego iba a la iglesia, después estudiaba y no perdía un momento en todo el día. “Orar bien”, acostumbraba decir, “vale más que estudiar a medias”. 3

El joven estudiante pasaba, en la biblioteca de la universidad, todos los ratos que le dejaban sus trabajos académicos. Los libros eran escasos todavía, tenía una gran ventaja en poder aprovechar de los tesoros reunidos en aquella vasta colección. Un día (hacía ya dos años que estaba en Erfurt, y tenía veinte), abre uno tras otro muchos libros de la biblioteca, para conocer sus autores, uno de ellos llama su atención, hasta entonces no había visto ninguno parecido, lee su título …y es una biblia, ¡libro raro, desconocido en aquellos tiempos!. 1 Excitada vivamente su curiosidad, se penetra de admiración al encontrar, en aquel volumen, otra cosa que los fragmentos de evangelios y epístolas que la Iglesia ha escogido para leerlos al pueblo en las iglesias, todos los domingos del año. Había creído hasta entonces que aquello era toda la Palabra de Dios, y ¡he aquí tantas páginas, tantos capitulos, tantos libros, de que no tenía idea!

A la vista de aquella escritura, inspirada por Dios, palpita su corazón, recorre, con avidez y con inefables sentimientos, todos aquellos libros de Dios, la primera página en que se fija su atención, le refiere la historia de Ana y del joven Samuel, lee, y apenas puede contener la alegría que inunda su corazón. Este niño, que sus padres ofrecen al Eterno por toda su vida, el cantico de Ana, en que declara que el Eterno levanta al pobre del polvo y saca del fango al desvalido, para colocarlo entre los potentados, este niño Samuel, que crece en el templo a presencia del Eterno, esta historia, esta palabra que ha descubierto, le causan sensaciones que le eran desconocidas. Vuelve a su casa con el corazón henchido. ¡Ah! dice entre sí, si Dios quisiese darme para mi otro libro como aquel. Es probable que no hubiese estudiado Lutero el griego ni el hebreo en los dos o tres años que asistió a la universidad. Aquella biblia, que le había causado tanta alegría, estaba en latín, volvió pronto a la biblioteca al lado de su tesoro, la leyó y releyó y en medio de su alegría y admiración, volvió a leerla todavía vislumbraba ya los resplandores de la verdad nueva que se le manifestaba.

De este modo le hizo Dios hallar su palabra y descubrir el libro del que debía dar un día a su pueblo, aquella traducción admirable, en la que la Alemania, hace tres siglos, lee los oráculos de Dios. Por la primera vez, quizás, fue sacado aquel libro precioso del lugar que ocupaba en la biblioteca de Erfurt, cuyo libro, hallado en los estantes retirados de una sala oscura, iba a ser, para todo un pueblo, el libro de la vida. La Reformación estaba escondida en aquella biblia.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En el mismo año obtuvo Lutero el primer grado académico, que era el de bachiller.

Las tareas penosas a que se entregó para sostener sus exámenes le hicieron caer gravemente enfermo. Parece que se le acercaba la muerte, profundos pensamientos ocupaban su mente y creía que iba a terminar su existencia terrestre. Se compadecían del, es lástima, decían, ver tantas esperanzas tan pronto desvanecidas. Muchos amigos iban a visitarle en su lecho de muerte, entre ellos se hallaba un sacerdote, anciano venerable, que había seguido con interés al estudiante de Mansfield, en sus trabajos y en su vida académica. Lutero no pudo ocultarle el pensamiento que le dominaba, “pronto”, dijo, seré llamado de este mundo. Pero el anciano le respondió con bondad, Mi querido bachiller, ¡ánimo! no moriréis de esta enfermedad.

Dios, nuestro Señor, hará todavía de vos un hombre que, a su vez consolara a muchos, porque Dios carga con su cruz al que ama y los que la llevan con paciencia adquieren mucha sabiduría. Estas palabras causaron impresión en el joven enfermo, hallándose a las puertas del sepulcro le recuerda un sacerdote que Dios, como dijo la madre de Samuel, levanta al miserable. El anciano derramó en su corazón un bálsamo suave, reanimó sus espíritus, Lutero 1 Deus te virum faciet qui alios multos iterum consolabitar.

No lo olvidará jamás. Matesius, amigo de Lutero, que refiere este hecho, dice: aquella fue la primera predicción que el señor doctor oyó, y él la ha recordado muchas veces. Se comprende fácilmente en qué sentido llama Matesius esta palabra una predicción.

Restablecido ya Lutero, se notó que había alguna mudanza en él. La Biblia, su enfermedad y las palabras del anciano sacerdote parecían haberle dirigido una nueva llamada. No había sin embargo nada de resuelto en su espíritu. Siguió en sus estudios. En 1505 fue hecho maestro en artes o Doctor en Filosofía. La Universidad de Erfurt era entonces la más célebre de Alemania. Las demás no eran, en su comparación, más que escuelas inferiores. La ceremonia se hizo con pompa, según costumbre, una procesión con antorchas fue a rendir homenaje a Lutero, 1 la fiesta fue soberbia y en todos reinó la alegría. Lutero, animado quizá con estos honores, se dispuso a dedicarse enteramente a la jurisprudencia, conforme a la voluntad de su padre.

Empero, Dios tenía otra voluntad. En tanto que Lutero se ocupaba en varios estudios, cuando empezaba a enseñar la física y la ética de Aristóteles y otros ramas de filosofía, su corazón no cesaba de gritarle que la única cosa necesaria era la piedad y que ante todo debía estar seguro de su salvación. Sabía con que disgusto mira Dios el pecado, recordaba las penas que su palabra denuncia al pecador y se preguntaba con temor si estaba seguro de poseer el favor divino, su conciencia le respondía, no.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Su carácter era pronto y decidido, y así es que resolvió hacer todo lo que pudiese asegurarle una firme esperanza de la inmortalidad.

Dos acontecimientos vinieron, uno tras otro, a conmover su alma y precipitar su determinación. Entre sus amigos de la universidad, había uno llamado Alexis, con quien estaba íntimamente unido. Una mañana se divulgó en Erfurt la noticia de que Alexis había sido asesinado, sale precipitadamente Lutero a informarse y llega a saber que por desgracia era cierta la noticia. Esta repentina pérdida de su amigo le afecta, y la pregunta que se hace a sí mismo que sería de mí, si fuese tan repentinamente llamado, llena su alma de un terror pánico.

1 Esto pasaba cerca del año 1505. Lutero, que por las vacaciones ordinarias de la universidad, se hallaba libre, resolvió hacer un viaje a Mansfield, para ver los lugares queridos de su infancia y abrazar a sus padres. Acaso quería también abrir su corazón a su padre, consultarle sobre el designio que empezaba a formarse en su espíritu y saber su opinión para elegir otra vocación. Preveía todas las dificultades que le esperaban. La vida perezosa de la mayor parte de los sacerdotes disgustaba al activo minero de Mansfield. Por otra parte, los eclesiásticos eran poco estimados en el mundo, los más solo gozaban de una mezquina renta y el padre de Lutero, que había hecho muchos sacrificios para sostener su hijo en la universidad, a quien veía enseñar públicamente, a la edad de veinte años, en una escuela célebre, no se hallaba dispuesto a renunciar las esperanzas de que se nutría su orgullo. *

Ignoramos lo que pasó durante la permanencia de Lutero en Mansfield. Puede ser que la voluntad pronunciada de su padre, le hubiese retraído de abrirle su corazón.

Salió de nuevo de la casa paterna para ir a sentarse en los bancos de la academia, estaba ya a poca distancia de Erfurt, cuando fue sorprendido por una gran tempestad, estalla el rayo y cae a sus pies, póngase Lutero de rodillas, era quizá llegada su hora, la muerte, el juicio, y la eternidad le cercan con todos sus terrores y le hacen oír una voz a la que no puede resistir, rodeado de angustias y de espanto, como dice el mismo,*

hace voto de abandonar el mundo y de entregarse enteramente a Dios, si el Señor le saca de este peligro. Después de haberse levantado, viendo siempre delante de si aquella muerte que debía alcanzarle un día, se examina seriamente y se pregunta a si mismo lo que debe hacer.

Los pensamientos que le agitaron en otro tiempo se le representan con más fuerza.

Ha procurado, es verdad, llenar todos sus deberes, pero, ¿En qué estado se halla su alma? ¿Puede por ventura, con un corazón impuro, parecer ante el tremendo tribunal de Dios? Aspira ahora a la santidad como antes aspiraba a la ciencia. ¿Pero dónde hallarla? ¿Cómo adquirirla? La universidad le ha procurado los medios de satisfacer sus primeros deseos. ¿Quién aplacará aquella angustia, quien apagará el ardor que le consume? ¿A qué escuela de santidad se dirigirá? Irá a un claustro, la vida 106

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto monástica le salvará. Cuantas veces ha oído ponderar la eficacia de aquellos asilos para transformar un corazón, para santificar un pecador y conducirlo a la perfección.

Entrará pues en una orden monástica, llegará a ser santo, y asegurará así la vida eterna. 11

Tal fue el acontecimiento que mudó la vocación y los destinos de Lutero. Se reconoce aquí el dedo de Dios. Su mano poderosa fue la que derribó en el camino al joven maestro en artes, el pretendiente al foro, el futuro jurisconsulto, para encaminar su vida por sendas enteramente nuevas. Rubianus, uno de los amigos de Lutero en la Universidad de Erfurt, le escribía algún tiempo después: “La providencia divina pensaba en lo que debías ser un día, cuando a tu regreso de la casa paterna, el fuego del cielo te derribó, como a otro Pablo cerca de la ciudad de Erfurt, te separó de nuestra sociedad y te condujo a la secta de Agustín”. Circunstancias análogas han señalado la conversión de los dos principales instrumentos, de que la providencia divina se ha valido, en las dos mayores revoluciones que ha operado en la tierra, San Pablo y Lutero.'

Llega Lutero a Erfurt. Su resolución es invariable. No obstante le cuesta mucho romper vínculos que le son caros, nadie comunica su designio, pero una noche convida a sus amigos de la universidad, a una alegre y frugal cena y la música contribuye también al solaz de la reunión. Es la despedida que hace Lutero al mundo. En adelante, en lugar de aquellos amables compañeros de placer y trabajo, frailes en lugar de aquellos entretenimientos alegres y espirituales, el silencio del claustro en lugar de aquellos cantos festivos, los graves tonos de la tranquila iglesia. Dios lo exige, es preciso sacrificar todo por él. Entre tanto, la colación excita a sus amigos y el mismo Lutero los anima, pero, en los momentos en que se entregan con confianza a su alegría, Lutero no puede retener los pensamientos graves que ocupan su mente, habla y descubre su designio a sus amigos atónitos.... estos procuran disuadirle, pero en vano, y, en la misma noche, Lutero, temiendo quizá solicitaciones importunas, sale de su cuarto, deja en él toda su ropa, y todos sus libros, guardando solo Virgilio y Plauto (no tenía todavía la biblia). ¡Virgilio y Plauto!, ¡la epopeya y la comedia, rara manifestación del espíritu de Lutero! En efecto, ha habido en él toda una epopeya, un bello grande y sublime poema; pero de un carácter propenso a la alegría, al chiste y a la chanza, mezcló más de un rasgo familiar al fondo grave y magnífico de su vida.

Provisto de aquellos dos libros, va solo y a oscuras al convento de los Ermitaños de San Agustín, donde pide ser admitido, le admiten en efecto, ciérrese la puerta y hele aquí separado para siempre de sus padres, de sus condiscípulos y del mundo.

Esto aconteció el diecisiete de Agosto 1505. Lutero tenía entonces veintiún años y nueve meses. _____________________________

FOOTNOTES

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (1)

Degustata igitur litterarum dulcedine, natura flagrans cupiditate discendi, appetit academiam. (Mel., Vit. Luth.)

(2)

Etfortassis ad leniendam vehementiam naturae mitiora studia verae philosophiae....(Ibid.)

(3)

Etquidem interprimos, ut ingenio studioque multos coaequalium antecellebat. (Cochlaeus, Acta Luth., p. 1.)

(4)

Sic igitur injuventute eminebat, ut toti academise Lutheri ingenium admirationi esset. (Vita Luther.)

(5)

Fleissig gebct, ist ubcr die Helfft studirt. (Mathes., 3.) (6)

Degustata igitur litterarum dulcedine, natura flagrans cupiditate discendi, appetit academiam. (Mel., Vit. Luth.)

(7)

Etfortassis ad leniendam vehementiam naturae mitiora studia verae philosophiae....(Ibid.)

(8)

Auf ein Zeyr, wie er die Bücher fein nacheinander besieht....kommt er über die lateinische Biblia....(lbid.)

(9)

Avidé percurrit, caepitque optare ut olim talem librum et ipse nancisci posset....(M. Adami, Vit. Luth., p. 103.)

(10)

(Melch. Adami, Vita Lutheri, p. 103.)

(11)

L. Opp. W. XXII, p. 2229.

(12)

Interritu sodalis sui contristatus. (Cochlaeus, p. 1.) (13)

Mit Erschrecken und Angst des Todes umgeben. (L. Epp. II., 101.) (14)

Cum esset incampo, fulminis ictu territus. (Cochlaeus, I.) (15)

Occasio autem fuit ingrediendi illud vitae genus quod pietali et studiis doctrinse de Deo, existimavil esse convenientius. (Mel., Vit. Luth.) (16)

Algunos historiadores dicen que Alexis fue muerto por el rayo que espantó a Lutero; pero dos contemporaneos, Mathesius- (p. 4), y Selneccer (in Orat. de Luth.), distinguen aquellos dos acontecimien tos; y aun podríaañadirse a su autoridad la de Melanchton, que dice , “Sodalem nescio quo casu interfectum.” (Vita Luth.)

CAPÍTULO III

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Su padre — Superstición — Trabajos serviles — Valor — Estudios — La Biblia —

Ascetismo — Angustias.

Enfin, Lutero estaba ya con Dios y su alma en seguridad. Ya tocaba pues a aquella santidad tan deseada. Viendo este joven doctor, los frailes estaban admirados y elogiaban su valor y su desprecio del siglo. 1 Lutero no olvidó sin embargo a sus amigos, les escribió despidiéndose de ellos y del mundo y el día siguiente les envió sus cartas, con los vestidos que había llevado hasta entonces, y aun su anillo de maestro en artes, para no conservar ningún recuerdo del mundo que abandonaba.

Sus amigos de Erfurt quedaron estupefactos. ¿Será posible, decían, que un ingenio tan grande, se sepulte en aquella vida monástica que es una semimuerte?' Penetrados de dolor se apresuran a ir al convento, confiados en hacer desistir a Lutero de una determinación tan deplorable, pero todo fue inútil, porque se les negó la entrada. Todo un mes pasó, sin que nadie pudiera ver ni hablar al novicio.

Lutero había cuidado también de comunicar a sus padres la gran mudanza que acababa de efectuarse en su vida, cuya noticia les causó mucha aflicción, según nos dice el mismo Lutero en la dedicatoria, que dirige a su padre, en su libro sobre los votos monásticos. Ellos temían por su hijo, temían que su fragilidad, su juventud, el ardor de sus pasiones y la ociosidad del claustro, no precipitasen al joven, pasado el primer momento de entusiasmo, en la desesperación o en grandes extravíos. Sabían que este género de vida había perdido a muchos y por otra parte, el consejero minero de Mansfeld tenía otras miras con respecto a su hijo pues quería hacerle contraer un matrimonio rico y honroso. Y he aquí desbaratados, en una noche, todos sus proyectos ambiciosos por aquella acción imprudente.

Irritado Juan, escribió a su hijo una carta, en la que le hablaba de tú, nos dice Martín, mientras que le había tratado de usted, desde que había recibido el grado de maestro en artes le privaba de su cariño y le declaraba indigno del afecto paternal.

En vano los amigos de Juan Lutero y acaso su propia mujer, procuraban calmarle en vano le decían: “Si queréis sacrificar algo a Dios, sea el objeto más caro a vuestro corazón, vuestro hijo, vuestro Isaac”, el inexorable consejero de Mansfield no quería oír nada.

Sin embargo algún tiempo después (y esto lo refiere también el mismo Lutero, en un sermón predicado en Wittemberg, el veinte de Enero 1544), se declaró la peste y Juan Lutero perdió dos de sus hijos y ¡al mismo tiempo fueron a decir a este padre, sumergido en el dolor, que el fraile de Erfurt había muerto también!....Se aprovecharon de esta ocasión para que el novicio recobrara el afecto de su padre. “Si es una noticia falsa”, le dijeron sus amigos, santificadlo menos vuestra aflicción, 109

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto consintiendo voluntariamente en que vuestro hijo sea fraile, ¡Sea en hora buena!, respondió Juan Lutero, con un corazón desgarrado y medio enternecido, y que Dios le dé acierto. Más tarde, cuando Lutero, reconciliado con su padre, le refirió el suceso que le había impulsado a entrar en la orden monástica, "quiera Dios," respondió el honrado minero, "que no hayáis tomado por un llamamiento celestial, lo que solo era una sugestión del demonio".

No había entonces en Lutero lo que debía hacer de él más tarde el reformador de la Iglesia, su entrada en el convento es la prueba. Era tina acción conforme a la tendencia del siglo pero Lutero debía contribuir pronto a separar de ella a la Iglesia.

El que debía llegar a ser el doctor del mundo, era todavía su servil imitador. Fue añadida una piedra al edificio de las supersticiones, por el mismo que debía destruirlo después. Lutero buscaba su salud en sí mismo y en las prácticas y observancias humanas porque ignoraba que la salvación venga enteramente de Dios. Quería su propia justicia y gloria, desconociendo la justicia y la gloria del Señor. Pero, lo que ignoraba todavía, lo aprendió poco después. Este inmenso cambio se efectuó en el claustro de Erfurt, sustituyendo en el corazón de Lutero, Dios y su sabiduría, al mundo y sus tradiciones y preparando la poderosa Revolución de que fue el más eficaz instrumento.

Martín Lutero, al entrar en el convento, cambió de nombre y se hizo llamar Agustín. ¡Qué insensatez e impiedad!, decía hablando de esta circunstancia, el desechar el nombre de su bautismo por la capilla, así los papas se avergüenzan del nombre que han recibido en el bautismo, y manifiestan que son desertores de Jesucristo. 1

Los frailes le acogieron con gozo, no era poca satisfacción para su amor propio el ver preferida una casa de su orden a la universidad, que abandonaba uno de sus doctores más estimados. Sin embargo, le trataron con dureza y le destinaron a los trabajos más viles. Querían humillar al Doctor en Filosofía y enseñarle que su ciencia no le hacía superior a sus hermanos. Por otra parte, querían impedirle que se entregara a sus estudios de los que no hubiera sacado ningún provecho el convento.

El antiguo maestro en artes debía ejercer las funciones de portero, abrir y cerrar las puertas, dar cuerda al reloj, barrer la iglesia y las celdas. 1 Y, cuando el pobre fraile que era a un tiempo portero, sacristán y criado, había concluido su trabajo y gritaban los hermanos, ¡Cum sacco percivitatem! A la ciudad con el saco y con sus alforjas al hombro, corría todas las calles de Erfurt mendigando de casa en casa y obligado quizá a presentarse a la puerta de los que habían sido sus amigos o inferiores pero todo lo sufría con paciencia.

Inclinado por carácter a dedicarse enteramente a lo que emprendía, llegó ser fraile de todo corazón. ¿Y, como hubiera podido dejar de pensar en castigar su cuerpo, y en 110

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto resistir a la sensualidad? solo así podía adquirir aquella humildad, aquella santidad, que había ido a buscar entre las paredes del claustro.

El pobre fraile, agobiado de trabajo, aprovechaba todos los instantes que robaba a sus viles ocupaciones, para con traerse a la ciencia. Se retiraba con gusto a engolfarse en sus estudios favoritos, pero los hermanos lo notaban, se aceraban a él, y le distraían de sus trabajos, diciéndole, ¡Vamos, vamos! no se necesita estudiar sino mendigar pan, trigo, huevos, pescado, carne, y dinero, para ser útil al convento. 1

Lutero obedecía, dejaba sus libros y tomaba la alforja lejos de arrepentirse de haber aceptado tal yugo, quería cumplir en todo la obra que había emprendido.

En aquel tiempo fue cuando empezó a desplegar la inflexible perseverancia con que prosiguió siempre las resoluciones que una vez había formado. La resistencia que oponía a los duros asaltos que experimentaba, dieron un carácter enérgico a su voluntad. Dios le probaba en pequeñas cosas, para que aprender a ser firme en las grandes. Por otra parte, para librar a su siglo de las miserables supersticiones en que gemía, era preciso que pasara por ellas. Para vaciar la copa, era menester que bebiese hasta las heces.

Aquel rudo, aprendizaje no fue, sin embargo, tan largo como hubiera podido temer Lutero. El prior del convento, a petición de la universidad de que era miembro Lutero, lo eximió de los trabajos que se le habían impuesto.

El joven fraile se dio entonces, con más ardor, al estudio. Las obras de los Padres de la Iglesia, principalmente las de Agustín, llamaron su atención. La exposición que hizo de los salmos aquel ilustre doctor y su libro de la letra y del espíritu, eran sus lecturas favoritas. Nada le hacía tanta impresión como los sentimientos de aquel padre, sobre la corrupción de la voluntad del hombre y la gracia divina. Sentía por su propia experiencia la realidad de esta corrupción y la necesidad de esta gracia. Las palabras de Agustín, simpatizaban con su corazón, y, si hubiera podido pertenecer a otra escuela que la de Jesucristo, hubiera sido sin duda a la del doctor de Hipona.

Sabía casi de memoria las obras de Pedro de Ailly y de Gabriel Biel. Le admiró lo que dice el primero, que si la Iglesia no se hubiese decidido por lo contrario, sería preferible admitir que se reciben real y verdaderamente en la cena el pan y el vino, y no sus simples accidentes.

Estudió también con cuidado los teólogos Occam y Gerson, que hablan con tanta libertad sobre la autoridad de los papas. A estas lecturas unía otros ejercicios. En las disputas públicas desenredaba los argumentos más complica dos y salía de laberintos en que otros se perdían, dejando admirado todo el auditorio. 1

111

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Pero no era para adquirir la reputación de grande ingenio, por lo que había entrado en el claustro, sino para buscar el alimento espiritual, * por lo que no consideraba sus estudios sino como pasatiempo.

Gustaba, sobre todas las cosas, de beber la sabiduría en el manantial puro de la palabra de Dios. Halló en el convento una Biblia, atada con una cadena y siempre iba a leerla. Comprendía poco la palabra, con todo ella era su más agradable lectura. Le sucedía a veces pasar todo el día meditando sobre un solo pasaje.

Otras veces aprendía de memoria trozos de los profetas. Deseaba sobre todo, que los escritos de los apóstoles y profetas le hiciesen conocer bien la voluntad de Dios, aumentar el temor que le inspiraba su nombre y robustecer su fe con los firmes testimonios de la palabra. 1

Por este tiempo empezó, a lo que parece, a estudiar las escrituras en las lenguas originales y a echar los cimientos de la más perfecta y útil de sus obras, la traducción de la Biblia, para la cual se servía de un lexicón hebreo de Reuchlin, que acababa de parecer. Un hermano del convento, versado en las lenguas griega y hebrea y con quien tuvo siempre íntima amistad, Juan Lange, le dio probablemente las primeras direcciones. 3 Se valía también mucho de los sabios comentarios de Nicolás Lyra, muerto en 1340. Esto hacía decir a Pflug, que fue después obispo de Naumbourg, si Lyra no hubiese tocado la lira, Lutero no hubiera saltado jamás. “Si Lyra non lyrasset, Lutherus non saltasset”.

El joven fraile estudiaba con tanta aplicación y celo, que le sucedió muchas veces, no rezar las horas en dos o tres semanas pero después se asustaba, pensando que había quebrantado las reglas de su orden. Entonces se encerraba para reparar su descuido repetía escrupulosamente todas las horas que había dejado de rezar, sin pensar ni en comer ni en beber.

Deseando ardientemente llegar a la santidad que había ido a buscar en el claustro, Lutero se entregó a todo el rigor de la vida ascética. Procuraba castigar la carne con ayunos, maceraciones y vigilias. * Encerrado en su celda como en una cárcel, luchaba sin cesar contra los malos pensamientos y los males inclinaciones de su corazón. Un poco de pan y arenque era muchas veces su único alimento; es cierto que era muy sobrio naturalmente, pues sus amigos le vieron más de una vez, aun en el tiempo en que no pensaba ganar el cielo con abstinencias, contentarse con muy pocos alimentos.

1 De aquí se puede inferir el poco caso que se debe hacer de las fabulas que la ignorancia y la parcialidad han esparcido sobre la intemperancia de Lutero. En la época de qué hablamos, nada le costaba para ser santo, a fin de ganar el cielo. Nunca tuvo la iglesia romana un fraile más devoto, nunca vieron los claustros trabajos más concienzudos e infatigables para conseguir la eterna felicidad. 2 Cuando Lutero llegó 112

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto a ser reformador y dijo que el cielo no se compra, sabía bien lo que decía...verdaderamente, escribía al duque Jorge de Sajonia, yo he sido un fraile piadoso y he seguido con más severidad que puedo decirlo, las reglas de mi orden.

Pueden atestiguarlo todos los religiosos que me han conocido. Si algún fraile hubiera podido entrar en el cielo por sus frailerías, no hay duda que yo hubiera entrado. Si hubiera durado mucho tiempo aquella rigidez, yo me hubiera martirizado hasta morir, a fuerza de austeridades. *

Llegamos a la época en que Lutero fue hecho hombre nuevo llegando a conocer la inmensidad del amor de Dios y pudiendo ya anunciarlo al mundo. No disfrutaba Lutero, en el retiro del claustro y en la perfección monacal, aquella paz que fue a buscar allí. Quería asegurar su salvación, esta era la gran necesidad de su alma fuera de ella no hallaba descanso. Pero, no solo le perseguían en su celda los temores que le habían agitado, sino que se aumentaban el menor grito de su conciencia resonaba con fuerza bajo las bóvedas silenciosas del claustro.

Dios le condujo a él para que aprendiese a conocerse a sí mismo y a desconfiar de sus propias fuerzas y virtud. Su conciencia, iluminada por la Palabra divina, le decía lo que era ser santo pero estaba lleno de espanto, no hallando en su corazón ni en su vida aquella imagen de santidad que había contemplado con admiración en la palabra de Dios. ¡Triste descubrimiento que hace todo hombre sincero!. No poseía la justicia interior ni la exterior, ¡no había en él más que impureza, pecado!... Cuanto más ardiente era el carácter de Lutero, tanto más fuerte era la resistencia secreta y constante que la naturaleza del hombre opone al bien de suerte que había caído casi en la desesperación. Los frailes y los teólogos de aquel tiempo le invitaban a hacer obras que pudiesen satisfacer la justicia divina. Pero que obras, se decía, ¿podrán salir de un corazón como el mío? ¿Cómo podré yo, con obras manchadas en su misma esencia, sostenerme ante la santidad de mi juez? Yo me hallaba, en presencia de Dios, un gran pecador, escribe, y no creía que me fuese posible aplacarle con mis méritos.

Estaba agitado, aunque triste y evitaba las fútiles y groseras conversaciones de los frailes, estos, que no podían comprender los combates interiores que experimentaba Lutero, le miraban con extrañeza y se quejaban de su aire taciturno y silencioso.

1 Un día, refiere Cochlaeus, que celebraban la misa en la capilla, Lutero, triste, angustiado, y suspirando, se hallaba en el coro entre sus hermanos al tiempo del evangelio, el pobre fraile, no pudiendo ya contener su tormento y echándose de rodillas, gritó con un tono lamentable, no soy yo, no soy yo, todos se sorprendieron y la solemnidad se interrumpió un instante. Puede ser que se le figurarse a Lutero oír alguna reconvención hallándose inocente, puede ser que se acusase de ser indigno de entrar en el número de los que aspiraban a la vida eterna, que les ofrecía la muerte de Cristo.

113

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Cochlasus dice, que se leía entonces la historia del mudo de cuyo cuerpo arrojó Jesús un demonio: acaso, si es cierta la historia, el grito de Lutero, tenía relación con aquel suceso, y protestaba con aquel grito que su silencio dimanaba de otra causa que de la posesión del diablo. En efecto este Cochlaeus nos dice que los frailes atribuyen a veces las angustias de su hermano a un comercio secreto que tenía con el demonio y el mismo escritor es de esta opinión. 1

Una conciencia timorata le hacía mirar a Lutero la menor falta como un gran pecado y luego que descubría alguna, procuraba expiarla con grandes mortificaciones pero esto no servía más que para hacerle conocer la ineficacia de todos los remedios humanos. Me he atormentado hasta morir, dice, por conseguir, para mi corazón turbado y mi conciencia agitada, la paz de Dios pero, rodeado de tinieblas espantosas, yo no encontraba la paz en ninguna parte.

Las prácticas de la santidad monacal, que aletargaban tantas conciencias y a las que había apelado él mismo en sus angustias, le parecieron ya inútiles remedios de curanderos y charlatanes. Siendo fraile, cuando sentía que me asaltaba alguna tentación, me decía a mí mismo, soy perdido L. y al punto recurría a mil medios para acallar los gritos de mi conciencia. Me confesaba todos los días, pero esto no me servía de nada y entonces agobiado de tristeza me abrumaba la multitud de mis pensamientos y me decía mí mismo, ¡Con que todavía eres envidioso, impaciente, colérico…! es decir que nada te ha servido, ¡oh infeliz! el haber entrado en esta sagrada orden....

Y sin embargo, imbuido Lutero en las preocupaciones de su tiempo, había considerado, desde su juventud, las prácticas cuya ineficacia experimentaba ya como remedios seguros para las enfermedades del alma. ¿Qué pensar del raro descubrimiento que acababa de hacer en la soledad del claustro? ¡Con que se puede habitar en el santuario y llevar dentro de sí un hombre de pecado...!

Lutero ha recibido otro vestido, pero no otro corazón. Sus esperanzas se han frustrado. ¿A qué se decidirá? Todas estas reglas y observancias, se decía Lutero, no serían acaso más que invenciones de los hombres, semejante suposición le parecía a veces una seducción del diablo y otras una irresistible verdad. Alternativamente en lucha con la santa voz que hablaba a su corazón y con las instituciones venerables que había sancionado los siglos, Lutero pasaba su vida en un continuo combate. El joven fraile, parecido a un espectro, se arrastraba en los largos corredores del claustro dando tristes gemidos. Se consumía su cuerpo, sus fuerzas le abandonaban y a veces quedaba como muerto. 1

Un día oprimido de tristeza, se encerró en su celda y no permitió a nadie que entrara. Uno de sus amigos, Lucas Edemberger, inquieto acerca del desgraciado fraile y teniendo algún presentimiento del estado en que se hallaba fue con algunos 114

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto muchachos, acostumbrados a cantar en los coros, a llamar a la puerta de la celda, nadie responde ni abre, el buen Edemberger, más asustado todavía, derriba la puerta y ve a Lutero tendido en el suelo sin sentido entonces hace entonar a los muchachos un suave cantico sus voces puras obran como un encanto en el pobre fraile, que gustó siempre de la música y poco a poco recobra sus fuerzas, el conocimiento y la vida. 2

Pero si la música pudo serenarle un poco por algunos instantes, se necesitaba otro remedio más fuerte para curarle radicalmente, se necesitaba aquel sonido dulce y sutil del Evangelio, que es la voz del mismo Dios. Él lo sabía bien y por lo mismo sus dolores y aflicciones le conducían a estudiar con nuevo celo los escritos de los apóstoles y de los profetas.'

___________________________________________

FOOTNOTES

(1)

Hujus mundi contemptu,ing Tessus est repente, multis admiranti-bus, monasterium...(CocbJaeus, 1.)

(2)

Inviía semi-mortua. (Melch. Adami, V. L.,p. 102.) (3)

Gott geb dass es nicht ein Betrug und teuflisch Gespenst sey I (L. Epp. II., p. 101.)

(4)

SurGenése, XXXIV 3.

(5)

Loca immunda purgare coactus fuit. (M. Adami, Vit. Luth., 103.) (6)

Selnecceri, Orat. de Luth. (Mathesius, p. 5.)

(7)

In disputationibus publicis labyrinthos aliis inextricabiles diserta multis admirantibus explicabat. (Melancht., Vit. Luth.) (8)

Ineo vitse genere non famam ingenii, sed alimenta pietalis quarebat. (Ibid.) (9)

Et firmis testimoniis aleret timorem et fidem. (Mel., Vit. Luth.) (10) Gesch. d. deutsch. Bibelüberselzung.

(11) Summa disciplinae severitate se ipse regit, et omnibus exercitiis lectionura, disputationum, jejuniorum, precnm, omnes longe superar. (Melancht.. Vita Lmh.)

(12) Erat enim naturí, valde modici cibi et potus. (Melancth., Vita Luth.) (13) Strenué instudiis et exercitiis spiritualibus, militavit ibi Deo annis qnatuor. ( Cochlaeus, I.)

(14) Visns est fratribus non nihil singularitatis habere. (Cochlaeus, 1.) 115

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (15) Cum repente ceciderit vociferans: “Non sum ! Non sum !” (Ibid.) (16) Ex occulto aliquo cum sermone cominario. (Ibid.) (17) Saepé cum cogitantem attentius de ira Dei, aut de mirandis pae-narum exemplis, subito tanti terrores concutiebant, ut penfe examina-retur.

( Melanchton, Vita Luth.)

(18) Seckend., p. 53.

(19) Hoc studium ut magis expeteret, illis suis doloribus et pavoribus movebatur. (Melancht., Vita Luth.)

116

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IV

Hombres devotos — Staupitz — Su risita — Conversaciones — La Gracia de Cristo

— El arrepentimiento — La elección — La Providencia — La Biblia — El Viejo Fraile

— La Remisión de los Pecados — Consagración — La comida — Corpus Christi —

Vocación en Wittemberg.

Lutero no era el primer fraile que hubiese pasado por semejantes combates. Los claustros ocultaban con frecuencia en la oscuridad de sus muros vicios abominables que hubieran hecho estremecer a toda alma timorata si se hubieran patentizado pero a menudo también encerraban virtudes cristianas que se practicaban en silencio y que, manifestadas al mundo, hubieran causado su admiración. Los que poseían aquellas virtudes no vivían sino consigo mismos y con Dios, no llamaban la atención, y aun eran ignoradas muchas veces, del humilde convento en que se abrigaban.

Aquellos humildes solitarios caían a veces en la teología mística, triste enfermedad de las más nobles almas, que hizo en otro tiempo las delicias de los primeros frailes en las márgenes ¿Del Nilo, y que consume inútilmente los espíritus de que se apodera?

Sin embargo, cuando alguno de aquellos hombres era llamado a un puesto eminente, desplegaba en él virtudes cuya influencia saludable se extendía lejos y por largo tiempo. La vela estaba encendida, alumbraba toda la casa y su luz despertaba a muchos. Así aquellas almas devotas se propagaban de generación en generación y se les vio brillar como antorchas solitarias, en los mismos tiempos en que no eran frecuentemente los claustros sino receptáculos impuros de la más profunda ignorancia.

Un joven se hizo notable de este modo en uno de los conventos de Alemania, se llamaba Juan Staupitz y era descendiente de una noble familia de la Misnie. Desde su infancia amó las ciencias y la virtud, 1 y sintió la necesidad del retiro para dedicarse a las letras. Pronto conoció que la filosofía y el estudio de la naturaleza no podían contribuir mucho a la salvación eterna. Se puso pues a estudiar la teología; pero se aplicaba principalmente a unir la práctica con la ciencia; porque, dice uno de sus biógrafos, en vano es hacer alarde del nombre de teólogo, si no se acredita este bello título, con su vida.

3 El estudio de la Biblia, y de la Teología de San Agustín, el conocimiento de sí mismo, los combates que tuvo que sufrir, como Lutero, contra los ardides y la concupiscencia de su corazón, le acercaron al Redentor y halló la paz de su alma en la fe en Cristo. Se adhirió principalmente a la doctrina de la elección de la gracia. Lo justo de su vida, la profundidad de su ciencia, la elocuencia de su palabra, no menos que su exterior distinguido, y sus modales, llenos de dignidad,3 le recomendaban a sus contemporáneos. El elector de Sajonia, Federico el Sabio, fue su amigo, lo empleó en varias embajadas, y fundó, bajo su dirección, la Universidad de Wittemberg. Aquel 117

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto discípulo de San Pablo y de San Agustín fue el decano de la Facultad de Teología de aquella escuela, de donde había de salir un día la luz que iluminase las escuelas e iglesias de tantos pueblos. Asistió al concilio de Letrán, en nombre del arzobispo de Salzbourg, llegó a ser provincial de su orden en Thuringe y en Sajonia y más tarde vicario general de los Agustinos de toda la Alemania.

Staupitz se condolía de la corrupción de las costumbres y de los errores de doctrina que afligían a la Iglesia. Sus escritos sobre el amor de Dios, sobre la fe cristiana, sobre la semejanza de la muerte del justo con la de Cristo, y el testimonio de Lutero lo acreditan pero consideraba el primero de aquellos males como más grave que el segundo.

Por otra parte, la afabilidad e indecisión de su carácter y su empeño de no salir del círculo de acción en que se creía encerrado, le hacían más propio para ser el restaurador de un convento, que el Reformador de la Iglesia. Hubiera querido no colocar en empleos de alguna importancia sino hombres distinguidos, pero, cuando no los encontraba, se resignaba a emplear otros. Es menester arar, decía, con caballos, y si no los hay con borricos. 1

Ya hemos visto las angustias y luchas interiores, que padecía Lutero en su convento de Erfurt. En aquel tiempo se anunció la visita del vicario general. Staupitz llegó en efecto y el amigo de Federico, el fundador de la Universidad de Wittemberg, el superior de los Agustinos, manifestó su benevolencia a aquellos frailes sometidos a su autoridad.

Pronto llamó su atención uno de los hermanos era un joven de estatura mediana que el estudio, la abstinencia y las vigilias habían enflaquecido tanto, que se podían contar todos sus huesos. 2 Sus ojos, que más tarde fueron comparados a los del halcón, estaban entonces abatidos, su andar era triste, su mirar indicaba un alma agitada, entregada a mil combates, pero fuerte sin embargo y propensa a la resistencia, había en toda su persona algo de grave, de melancólico y solemne. Staupitz, que tenía una larga experiencia de los hombres, descubrió fácilmente lo que pasaba en el interior de Lutero y distinguió este joven hermano, de entre los que le rodeaban, se sintió atraído hacia él, previó sus grandes destinos, y concibió un interés particular por su subordinado. El también tuvo sus luchas como Lutero, y así pudo comprender a éste, y aun mostrarle el camino de la paz que había encontrado. Lo que supo de las circunstancias que llevaron a Lutero al convento, aumentó su simpatía. Recomendó al prior que le tratara con más suavidad, y aprovechó Las ocasiones que su empleo le presentaba para ganar la confianza del joven fraile.

Acercándose a él con afecto, procuró disipar su timidez, aumentada por el respeto y el temor que debía inspirarle un hombre de una clase tan superior como Staupitz.

118

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El corazón de Lutero, que había estado cerrado hasta entonces, por los tratamientos duros que experimentaba, se abrió en fin y se dilató a los dulces rayos de la caridad.

Así como relucen en las aguas, las caras de los que allí se miran, así los corazones de los hombres están manifiestos a los prudentes. 1

Los corazones de Staupitz y de Lutero se entendieron. El vicario general comprendió a Lutero y éste sintió por él una confianza, que nadie le había inspirado hasta entonces. Le reveló la causa de su tristeza, le comunicó los horribles pensamientos y entonces se entablaron, en el claustro de Erfurt, conferencias llenas de sabiduría.

En vano es, decía con tristeza Lutero a Staupitz, que yo haga promesas a Dios; el pecado es siempre el más fuerte. ¡Oh amigo mío!, le respondía el vicario general aludiendo a sí mismo, yo he jurado más de mil veces a nuestro santo Dios, de vivir devotamente, y no lo he cumplido jamás; pero ya no quiero jurar, porque sería en falso. Si Dios no quiere concederme su gracia, por el amor de Cristo, y permitirme salir con felicidad de esta tierra, cuando llegue el caso, no podré, con todas mis promesas y buenas obras, subsistir en su presencia; será menester que yo perezca. *

La idea de la justicia divina, asusta al pobre fraile, y expone sus temores al vicario general. La inefable santidad de Dios y su soberana majestad le espantan. ¿Quién podrá sostener el día de su venida? ¿Quién podrá subsistir cuando aparezca?

Staupitz vuelve a tomar la palabra, sabe donde ha encontrado la paz y quiere mostrársela al joven. ¿Porqué te atormentas, le dice, de todas estas especulaciones y de todos estos altos pensamientos? Mira las llagas de Jesucristo y la sangre que ha derramado por ti ahí es donde la gracia de Dios te aparecerá. En lugar de martirizarte por tus faltas, échate en los brazos del Redentor. Confía en él, en la justicia de su vida, en la expiación de su muerte. No retrocedas, Dios no está irritado contra ti, tú eres quien este irritado contra Dios, escucha a su Hijo, él se ha hecho hombre por darte la seguridad de su divino favor, te dice, tú eres mi oveja, tú oyes mi voz, y nadie te arrancara de mi mano.

Sin embargo, Lutero no halla en sí el arrepentimiento, que cree ser necesario para su salvación y da al vicario general la respuesta ordinaria de las almas angustiadas y tímidas.

¿Cómo atreverme a creer en el favor de Dios, mientras no estoy verdaderamente convertido? Es menester que yo cambia para que me acepte.

Su venerable guía le hace ver que no puede haber verdadera conversión, mientras tema el hombre a Dios como a un juez severo. ¡Qué diréis entonces!, exclama Lutero, 119

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto de tantas conciencias a quienes se prescriben mil mandamientos impracticables para ganar el cielo.

Entonces oye esta respuesta del vicario general, que le parece no venir de un hombre, sino que es una voz que baja del cielo.* No hay, dice Staupitz, más arrepentimiento verdadero, que el que empieza por el amor de Dios y de la Justicia.

3

Lo que muchos creen ser el fin y el cumplimiento del arrepentimiento no es, al contrario, sino su principio. Para que abundes en amor al bien, es preciso que antes abundes en amor a Dios. Si quieres convertirte, no te entregues a todas esas maceraciones y a todos esos martirios. Ama a quien primero te amo, escucha Lutero y no se harta de escuchar. Aquellas consolaciones le llenan de un gozo desconocido y le dan una nueva luz. Jesucristo es, pensaba en sí mismo, sí, el mismo Jesucristo es el que me consuela tan admirablemente con estas dulces y saludables palabras.

En efecto, ellos penetraron hasta el fondo del corazón del joven fraile, como la flecha aguda arrojada por un brazo fuerte. 2 ¡Para arrepentirse es menester amar a Dios! Iluminado con esta nueva luz, se pone a cotejar las escrituras, buscando todos los pasajes en que hablan de arrepentimiento de conversión. Estas palabras, tan temidas hasta entonces para emplear sus propias expresiones, son ya para él un juego agradable y la más dulce recreación.

Todos los pasajes de la escritura que le asustaban, le parece ya que acuden de todas partes, que sonríen, saltan a su derredor, y juegan con él. 3 Antes, exclama, aunque yo disimulase con cuidado delante de Dios el estado de mi corazón y me esforzase mostrarle un amor forzado y fingido, no había para mí en la escritura ninguna palabra más amarga que la de arrepentimiento pero ahora no hay ninguna que me sea más dulce y agradable. 4 Oh ¡Cuán dulces son los preceptos de Dios, cuando se leen en los libros y en las preciosas llagas del salvador! *

Sin embargo, consolado Lutero con las palabras de Staupitz, recaía a veces en el abatimiento. El pecado se mostraba de nuevo a su conciencia temerosa, y entonces a la alegría de la salvación sucedía toda su antigua desesperación. ¡Oh, pecado, pecado, pecado!” exclamó un día el joven fraile, en presencia del vicario general, con el acento más doloroso. Y ¡que! ¿Quisieras no ser pecador más que en pintura, replicó este, y no tener tampoco más que un salvador en pintura? Luego añadió Staupitz, con autoridad, sabe, que Jesucristo es salvador, aun de los que son grandes y verdaderos pecadores y dignos de toda condenación.

Lo que agitaba a Lutero, no era solamente el pecado que hallaba en su corazón a las turbaciones de la conciencia se juntaban las de la razón. Si los santos preceptos de la Biblia le asustaban, algunas doctrinas del divino libro aumentaban sus 120

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto tormentos. La verdad, que es el gran medio por el cual da Dios la paz al hombre, debe necesariamente empezar por despojarle de la falsa seguridad que le pierde. La Doctrina de la Elección, turbaba sobre todo al joven, en golfeándole en meditaciones profundas. ¿Debía creer que el hombre escoge a Dios, o que Dios escoge al hombre?

La Biblia, la historia, la experiencia diaria, los escritos de Agustín, todo le mostraba que era menester siempre y en todas las cosas, volver en último resultado a voluntad soberana, por la que existe todo, y de la que todo depende. Pero su espíritu ardiente hubiera querido ir más lejos: hubiera querido penetrar en el consejo privado de Dios, descubrir los misterios, ver lo invisible, y comprender lo incomprensible. Staupitz contuvo su ardor, y le aconsejó que no pretendiese sondear el Dios oculto, sino que se atuviese a lo que se nos manifiesta en Cristo. Mira las llagas de Cristo, le dijo, y veras resplandecer en ellas el consejo de Dios para con los hombres. No se puede comprender a Dios, fuera de Jesucristo. En Cristo hallareis lo que soy y lo que pido, ha dicho el Señor, No lo hallareis en otra parte, ni en el cielo ni en la tierra.

Hizo más todavía el vicario general, hizo reconocer a Lutero el designio paternal de la providencia de Dios, permitiendo aquellas tentaciones y aquellos combates que debía sostener su alma, hizo que los considerara bajo un aspecto propio a reanimar su valor. Dios prepara por tales pruebas, las almas que destina a alguna obra importante. Si hay una educación necesaria a todo hombre, hay otra particular para los que deben obrar sobre su generación. Esto es lo que Staupitz representó al fraile de Erfurt. “No en vano”, le dijo, “te ejercita Dios con tantos combates, tú lo veras, se servirá de ti en las cosas grandes como ministro suyo”.

Estas palabras que Lutero escucha con asombro y humildad, le llenan de valor y le hacen reconocer en sí fuerzas que no había sospechado tuviese. La sabiduría y la prudencia de un amigo instruido, revelan poco a poco al hombre fuerte lo que vale.

Staupitz no se limitó a lo dicho sino que dio a Lutero un buen plan para sus estudios, exhortándole a aprender en adelante lo de la Teología en la Biblia, desentendiéndose de los sistemas de las escuelas. “Sean las Escrituras”, le dijo, “vuestra ocupación favorita”. Jamás buen consejo fue mejor seguido. Pero lo que regocijó sobre manera a Lutero, fue una Biblia que Staupitz le regaló. Poseía en fin aquel tesoro, que no pudo conseguir en la biblioteca de la universidad, ni en la cadena del convento, ni en la celda de un amigo. Desde entonces pudo ya estudiar la escritura y principalmente las epístolas de San Pablo, con un celo cada vez más ardiente, y solo añadía a esta lectura, la de San Agustín. Todo lo que lee, queda grabado en su memoria. Los combates han preparado su espíritu a comprender la palabra. La tierra ha sido labrada hondamente y la semilla incorruptible se arraiga en ella con vigor.

Staupitz dejó por fin Erfurt y durante su permanencia en el convento, rayó una nueva luz para Lutero. Empero, no está concluida la obra, el vicario general la había preparado y Dios reservaba su cumplimiento a un instrumento más humilde. La 121

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto conciencia del joven Agustín no había hallado aun el descanso y su cuerpo sucumbió por fin a los esfuerzos de su alma. Contrajo una grave enfermedad, que le pasó a orillas del sepulcro y fue en el segundo año de su residencia en el convento. Todas sus angustias y terrores reaparecieron al acercársele la muerte. Sus impurezas, y la santidad de Dios turbaron de nuevo su alma. Un día que estaba casi desesperado, un fraile viejo entró en su celda y le dirigió unas palabras consoladoras, Lutero le abrió su corazón y le manifestó los temores que le agitaban.

El respetable anciano era incapaz de comprender, como Staupitz, las dudas que atormentaban aquella alma, pero sabía el Credo, y encontró en él con que consolar su corazón, así pues, trató de aplicar este remedio al joven hermano, hablándole de este símbolo de los apóstoles, que aprendió Lutero en la Escuela de Mansfield, cuando niño, el anciano fraile recitó con sencillez y gravedad este artículo. Creo en la remisión do los pecados. Estas simples palabras, que el devoto hermano pronunció con candor en aquel momento decisivo, derramaron un gran consuelo en el alma de. Lutero.

“Creo”, repetía en su cama de dolor, creo en la remisión de los pecados. — ¡Ah! dijo el fraile, no basta creer que los pecados son perdonados a David o a Pedro, esto es lo que creen los demonios, el mandamiento de Dios dice que creamos que nos son perdonados a nosotros mismos. 1 ¡Cuán dulce pareció este mandamiento al pobre Lutero! He aquí lo que dice San Bernardo en su discurso sobre la anunciación”, añadió el viejo fraile, el testimonio que deposita el Espíritu Santo en tu corazón, es este. Tus pecados te son perdonados.

Desde aquel momento brilló la luz en el corazón del joven fraile de Erfurt. La Palabra de la Gracia ha sido pronunciada y él la ha creído. Renuncia a merecer la salvación y se entrega con confianza a la gracia de Dios en Jesucristo. No alcanza las consecuencias del principio que ha admitido porque se halla todavía apegado sinceramente a la Iglesia, sin embargo, ya no tiene necesidad de ella habiendo recibido la salvación del mismo Dios y desde entonces está virtualmente destruido en él, el Catolicismo Romano.

Procura adelantar más, investiga, en los escritos de los apóstoles y profetas, todo lo que puede robustecer la esperanza que llena su corazón, todos los días implora el socorro de lo alto y todos los días se aumenta la luz en su alma.

La salud que halló su espíritu, hizo que el cuerpo recobrara la suya, convaleció prontamente de esta doble enfermedad. Las fiestas de Navidad que llegaron enseguida, le hicieron disfrutar, con abundancia, todas las consolaciones de la fe.

Tomó parte, con una dulce emoción, en aquellas solemnidades, y, cuando llegó el caso de cantar estas palabras, ¡O beata culpa qum talem meruisti Redemptorem! Dijo, Amén, con toda su alma y saltó de gozo. Hacía dos años que Lutero estaba en el claustro y estaba en vísperas de ser consagrado presbítero. Mucho había recibido y se 122

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto le presentaba la perspectiva que le ofrecía el sacerdocio de dar gratuitamente lo que gratuitamente recibió. Quiso aprovechar de la ceremonia que iba a efectuarse para obtener una completa reconciliación con su padre, le suplicó que asistiese a ella y aun que fijase el día. Juan Lutero, que no estaba todavía enteramente aplacado contra su hijo, aceptó no obstante la invitación y señaló el domingo 2 de Mayo, 1507. Entre los amigos de Lutero se hallaba el vicario de Eisenach, Juan Braun, que fue su fiel consejero mientras vivió en aquella ciudad. Lutero le escribió, el veinte y dos de Abril, una carta, que es la más antigua del Reformador y tenía el rótulo siguiente:

“A Juan Braun, santo y venerable sacerdote de Cristo y de María”. Solo en las dos primeras cartas de Lutero, se encuentra el nombre de María.

El Dios que es glorioso y santo en todas sus obras, dice el aspirante al sacerdocio, habiéndose dignado elevarme magníficamente, a mí infeliz y indigno pecador en todas maneras y llamarme, por su sola y muy liberal misericordia, a su sublime ministerio, debo, para atestiguar mi reconocimiento a una bondad tan divina y magnífica (a lo menos tanto como puede hacerlo el polvo), llenar de todo mi corazón el oficio que me está confiado.

Por tanto, carísimo padre, señor y hermano, vengo a pediros que os dignéis, si el tiempo y vuestros asuntos eclesiásticos y domésticos os lo permiten, favorecerme con vuestra presencia y oraciones, a fin de que mi sacrificio sea agradable ante la faz de Dios.

Pero os advierto, que debéis venir directamente a nuestro monasterio y habitar en él algún tiempo con nosotros, sin buscar afuera una hostelería. Es menester que seáis un habitante de nuestras celdas.

Llegó por fin el día. El minero de Mansfield no faltó a la consagración de su hijo y aun le dio una prueba inequívoca de su afecto y generosidad, regalándole veinte florines.

Se celebró la ceremonia y el que ofició fue Gerónimo, obispo de Brandeburgo. En el momento de conferir a Lutero el poder de celebrar la misa, le puso el cáliz en las manos, y le dijo estas solemnes palabras, Accipe potestatem sacrijicandi provivis et mortuis. Recibe el poder de sacrificar por los vivos y por los muertos. Lutero escuchó entonces, con tranquilidad estas palabras, que le concedían el poder de hacer la obra misma del Hijo de Dios, las que le hicieron estremecer después. Si la tierra no nos trajo entonces a ambos, dice, no fue porque no lo mereciéramos, sino por la gran paciencia y longanimidad del Señor.

Enseguida el padre comió en el convento con su hijo, con los amigos del joven sacerdote y con los frailes. Cayó la conversación sobre la entrada de Martín en el claustro, los hermanos la exaltaban mucho, como un acto de los más meritorios; y 123

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto entonces el inflexible Juan, volviéndose hacia su hijo, le dijo: ¿No has leído en la escritura, que se debe obedecer a su padre y a su madre? 1 Estas palabras hicieron impresión en Lutero, ellas le presentaban bajo un aspecto muy diferente la acción que le había conducido en el convento y resonaron mucho tiempo después en su corazón.

Poco tiempo después de su consagración, hizo Lutero, por consejo de Staupitz, pequeñas correrías a píe en los curatos y conventos circunvecinos, ya por distraerse y procurar a su cuerpo el ejercicio necesario, ya para acostumbrarse a la predicación.

La Fiesta de Corpus debía de celebrarse con pompa en Eisleben, el vicario general debía concurrir, Lutero asistió también. Todavía tenía necesidad de Staupitz y buscaba todas las ocasiones de encontrarse con aquel conductor instruido, que guiaba su alma en el camino de la vida.

La procesión fue muy concurrida y brillante, el mismo Staupitz llevaba el santo sacramento y Lutero seguía, revestido de capa. La idea de que era el mismo Jesucristo el que llevaba el vicario general y que el Señor estaba allí en persona delante de él, hirió de repente la imaginación de Lutero y le llenó de tal asombro, que apenas podía andar, corréale el sudor gota a gota, bamboleó y creyó que iba a morir de angustia y de espanto. En fin se acabó la procesión: aquel sacramento que había despertado todos los temores del fraile, fue colocado solemnemente en el sagrario y Lutero, hallándose solo con Staupitz, se echó en sus brazos y le manifestó el espanto que se había apoderado de él.

Entonces el buen vicario general, que hacía mucho tiempo conocía al buen salvador que no quiebra la caña que esta cascada, le dijo con dulzura, no era Jesucristo, hermano mío, Jesús no espanta, sino consuela.

No debía permanecer Lutero encerrado en un oscuro convento, llegado era el tiempo en que fuese trasladado a teatro más vasto. Staupitz, con quien conservó siempre relaciones, conocía bien que el joven fraile tenía un alma demasiado activa para ser encerrada en un círculo tan pequeño, habló de él a Federico, elector de Sajonia y este príncipe ilustrado, llamó a Lutero en 1508, probablemente hacia el fin del año y le nombró profesor de la Universidad de Wittemberg. Wittemberg era un campo en el que debía dar fuertes combates y Lutero sintió que allí se encontraba su vocación. Le avisaron que fuese prontamente a su nuevo destino, acudió sin tardanza a la llamada y, en la precipitación de su partida, no tuvo ni aun el tiempo de escribir al que llamaba su maestro y su amado padre, el cura de Eisenach, Juan Braun, pero lo hizo algunos meses después. Mi salida ha sido tan repentina, le escribía, que los mismos con quienes vivía lo han casi ignorado. Estoy lejos, lo confieso, pero la mejor parte de mí mismo ha quedado cerca de ti. 2 Lutero había estado tres años en el claustro de Erfurt.

124

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto __________________________

FOOTNOTES

1 Ateneris unguiculis, generoso animi ímpetu, ad virtutem el eru-ditam doctrinaria contendit. (Melch. Adam., Vita Staupitz.) 2 lbid.

3 Corporis forma atque statura conspicuus. (Cochl., 3.) 1 L. Opp. (W.), V. 2189

2 P. Mosellani Epist

1 Proverbios, cap. XXVIT., ver. 19

2 Opp. (W.), VIH., 2725

1 L. Opp. (W.), fl., 364.

* Te relut y coelo sonantem accepimus. (L. Epp., I., 115, ad Staupitzium, du 30

mai 1518.)

2 Penitentia vero non est, nisi quae ab araore justiciae st Dei incipit, etc. (L. Epp.

I., 1 15, ad Staupitzium, du 30 mai 1518.)

1 Memini ínter jucundissimas et salutares fabulas tnas, quibus me solet Do minus Jesús mirificé consolari. (L. Epp. I., 115, ad Staupit-zium, du 30 mai 1518.) 2 Haesit hoc verbum tuum inme, sicut sagitta potentis acuta. (L. Epp. I., 115, ad Staupitzium, du 30 mai 1518.)

* Ecce jucundissimum ludum, verba undique mihi colludebant, planéque huic sententiee arridebant et assultabant. [ lbid.]

* Nunc nihil dulcins aut gratias mihi sonet quam pamitentia, etc. (L. Epp. I., 115.)

* Ita enim dulcescunt prcecepta Dei, quando non inlibris tantum, sed invulneribus dulcissimi Salvatoris legenda intelligimus. (Ibid.) 1 L. Opp. (W.), XXII., p. 489

1 Davicli aut Petrc.sed mandatum Dei esse, ut singuli homines nobis reraiui peccata credamus. (Melancht., Vit Lutb.)

1 Oh! dichosa culpa que has merecido un tal Redentor! (Matheius, p. 5.1

1 L.Opp. XVI. (W.), 1144.

125

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 2 Ei, hast du nicht auch gehórt dass man Eltern solí gehorsam seyn. (L. Epp. II., 101.)

1 Es ist nicht Christus, denn Christus scbreckt nicht, sondern tros-tet nur. (L.

Opp. ( W.) XXII., p. 513 y 724.)

2 L. Epp. I., p. 5 (del 17 Marzo 1509.)

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO V

Primeras enseñanzas — Lecciones Bíblicas — Sensación — Sermones en Wittemberg — La Capilla Vieja — Impresión.

Llegado que hubo Lutero a Wittemberg, se dirigió al convento de los Agustinos, en donde le estaba señalada una celda porque aunque profesor, no dejó de ser fraile.

Estaba nombrado para enseñar la física y la dialéctica. Al asignarle estas ramas, pensaban sin duda, en los estudios filosóficos que había hecho en Erfurt y en el grado de maestro en hartas que disfrutaba. Así Lutero, que tenía hambre y sed de la palabra de Dios, se veía obligado a contraerse casi exclusivamente al estudio de la filosofía escolástica de Aristóteles. Tenía necesidad del pan de vida que da Dios al mundo y debía ocuparse de las sutilezas humanas. ¡Qué sujeción! ¡Cuántos suspiros! Estoy bien, por la gracia de Dios, escribía a Braun, a no ser que tengo que estudiar con todas mis fuerzas la filosofía.

Desde mi llegada a Wittemberg, he deseado vivamente cambiar este estudio por el de la teología pero (añadía, porque no se creyese que se trataba de la teología de aquel tiempo), pero hablo de aquella teología que busca el núcleo de la nuez, la pulpa del trigo, y la médula del hueso. 1 Cómo quiera, Dios es Dios, (continua con aquella confianza que fue el alma de su vida); el hombre se engaña casi siempre sus juicios, pero este es nuestro Dios y él nos conducirá con bondad a los siglos de los siglos. Los trabajos en que Lutero se vio entonces obligado a ocuparse, le fueron de mucha utilidad para combatir después los errores de los escolásticos.

No podía quedar en esto, el deseo de su corazón debía cumplirse. Aquel mismo poder, que algunos años antes, había impelido a Lutero a pasar del foro a la vida religiosa, le impelía entonces a pasar de la filosofía a la Biblia. Entregase con ardor al estudio de las lenguas antiguas, sobre todo a la griega y a la hebrea, a fin de adquirir la ciencia y la doctrina en las fuentes mismas de donde salen. Toda su vida fue infatigable al trabajo. 1 Algunos meses después de su llegada a la universidad, solicitó el grado de Licenciado en Teología, y lo obtuvo a fines de Marzo 1509, con objeto especial de entregarse a la Teología Bíblica, la Biblia.

Todos los días a la tina de la tarde, era llamado Lutero a hablar sobre la Biblia, conferencias preciosas para el profesor y sus discípulos, en que comprendían cada vez más el sentido divino de aquellas revelaciones, ¡tanto tiempo perdido para el pueblo y para la ciencia!

Empezó sus lecciones por la explicación de los salmos y luego pasó a la epístola a los romanos. La luz de la verdad entró en su corazón, meditando principalmente esta epístola. Retirado en su pacífica celda, consagraba horas enteras al estudio de la 127

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto divina palabra, teniendo a la vista la misma epístola de San Pablo. Un día, al llegar al versículo decimoséptimo, leyó en el este pasaje del profeta Habacuc.

El justo vivirá por la fe. Esta sentencia le hizo impresión y se dijo a sí mismo, luego hay para el justo otra vida que la del resto de los hombres, y esta vida, la fe es la que la da. Aquella palabra, que recibió en su corazón, como si Dios mismo la hubiese depositado en él, le descubrió el misterio de la vida cristiana y aumentó en él esta vida. Mucho tiempo después, en medio de sus numerosos trabajos, creía todavía oír esta voz. El justo vivirá por la fe. 1

Las lecciones de Lutero, preparadas así, se parecía poco a lo que habían oído hasta entonces. No era un retórico fecundo, ni, un escolástico pedante el que hablaba, sino un cristiano que había experimentado el poder de las verdades reveladas, que las extraía de la Biblia, las sacaba del tesoro de su corazón, y las presentaba llenas de vida a su auditorio asombrado: no era una enseñanza humana, sino divina.

Esta exposición de la verdad enteramente nueva, hizo mucho ruido, se extendió lejos la noticia y atrajo a la universidad, recientemente fundada, multitud de jóvenes estudiantes extranjeros y aun asistían a las lecciones de Lutero muchos profesores, entre ellos, el célebre Martín Pollich de Mellerstad, Doctor en Medicina, en Derecho y en Filosofía, que había organizado, con Staupitz, la Universidad de Wittemberg y fue su primer rector. Mellerstad, llamado a menudo la luz del mundo, se mezclaba modestamente con los discípulos del nuevo profesor. "Este fraile,” decía, derrotará todos los doctores, introducirá una nueva doctrina, y reformará toda la Iglesia porque se funda en la palabra de Cristo y nadie en el mundo puede combatir ni destruir esta palabra, aun cuando la atacasen con todas las armas de la filosofía, de los sofistas, escoliastas, albertitas, tomistas, y de todo el infierno. 1

Staupitz, que era la mano de la providencia para desarrollar los dones y tesoros escondidos en Lutero, le invitó a predicar en la iglesia de los Agustinos. El joven profesor no quería aceptar esta proposición, porque deseaba ceñirse a las funciones académicas y temblaba al solo pensamiento de añadir a ellas la de la predicación. En vano le solicitaba Staupitz: ¡no, no!, respondía, ¡no es poca cosa hablar a los hombres en el lugar de Dios! 2 ¡Tierna humildad en este gran reformador de la Iglesia! Staupitz insistió, pero el ingenioso Lutero hallaba, dice uno de sus historiadores, quince argumentos, pretextos y efugios, para defenderse de aquella vocación y por último, continuando siempre su ataque el jefe de los Agustinos, le dijo Lutero, ¡Ah! señor doctor, si hago eso me quitáis la vida, no podría aguantar tres meses. — Sea en hora buena, respondió el vicario general, que sea así en el nombre de Dios porque Dios nuestro señor tiene también necesidad allá arriba, de hombres hábiles y entregados a él de todo corazón. Lutero hubo de consentir por fin.

128

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En medio de la plaza de Wittemberg había una capilla vieja de madera, de treinta pies de largo y veinte de ancho, cuyos tabiques apuntalados por todas partes, amenazaban ruina. En un pulpito viejo, hecho de tablas y de tres pies de alto, digno de aquella miserable capilla, empezó la predicación de la Reforma. Dios quería que lo que debía restablecer su gloria, tuviese los principios más humildes. La iglesia de los Agustinos estaba todavía en los cimientos y mientras se concluía, servía aquel templo ruin. Este edificio, añade el contemporáneo de Lutero que nos refiere estas circunstancias, 1 puede muy bien ser comparado al establo en que nació Cristo y es en este miserable recinto donde ha querido Dios, por decirlo así, hacer nacer segunda vez a su hijo bien amado. Entre los miles de catedrales o iglesias parroquiales de que está lleno el mundo, ninguna escogió Dios entonces, para la predicación gloriosa de la vida eterna.

Empieza a predicar Lutero, todo en él llama la atención, su figura expresiva, su aire noble y su voz pura y sonora embelesan al auditorio. Los predicadores anteriores a Lutero trataron más bien de divertir a sus oyentes, que de convertirlos. La gravedad que acostumbra Lutero en sus predicaciones y el gozo evangélico que inunda su corazón, prestan a la vez a su elocuencia una autoridad, un calor, y una unción que no tuvieron sus predecesores. Dotado de un espíritu pronto y vivo, dice uno de sus adversarios, 3 de una memoria feliz y sirviéndose con una notable facilidad de su lengua nativa, Lutero no cedía en elocuencia a ninguno de su tiempo.

Hablando en la cátedra como si se hallara agitado por una fuerte pasión, hermanando su acción a sus palabras, embargaba los espíritus de sus oyentes, de un modo sorprendente y los arrastraba a donde quería, como un torrente. Tanto vigor, tanta gracia y elocuencia; se ven rara vez en los pueblos del Norte. — Tenía Lutero, dice Bossuet, una elocuencia viva e impetuosa que arrastraba los pueblos y los extasiaba. 1

A poco tiempo no podía contenerla. El auditorio que acudía en tropel, el consejo de Wittemberg escogió entonces a Lutero por su predicador y le invitó a predicar en la iglesia de la ciudad. La impresión que allí produjo fue mayor todavía. La fuerza de su genio, la elocuencia de su dicción y la excelencia de las doctrinas que anunciaba, todo pasmaba a sus oyentes. Su fama se extendió lejos, y el mismo Federico el Sabio, fue una vez a Wittemberg, para oírlo.

Había comenzado una nueva vida para Lutero. Una gran actividad reemplazó la inutilidad del claustro. La libertad, el trabajo, y la acción viva y constante, a la cual podía entregarse en Wittemberg, acabaron de restablecer en él la armonía y la paz.

Ya estaba donde le correspondía; y la obra de Dios debía desplegar pronto su marcha majestuosa.

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129

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto FOOTNOTES

(1)

Teología quae nucleum nucis et medullam tritici et medullam (2)

Instudiis litterarum, corpore ac mente indefessus. (Paüavicini) (3)

Hist. Conc. Trid. I., 16.)

(4)

Seckend., p. 55.

(5)

Melch. Adam., Vita Lutheri, p. 104.

(6)

Fabricus centifol. Luth., p. 33. (Mathesius, p. C.) (7)

Myconius.

(8)

Florimond Raymond, Hist. hseres., cap. 5.

(9)

Hist. des Variat., L 1>.

130

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VI

Viaje a Roma — Un convento en las márgenes del Pó — Recuerdos de Roma —

Devoción supersticiosa — Profanación del clero — Conversaciones — Desórdenes de Roma — Estudios bíblicos — Influencia sobre la fe — La Puerta del Paraíso —

Confesión.

Lutero enseñaba a la vez en la sala académica y en el templo cuando fue interrumpido en sus trabajos. En 1510, según unos, o en 1511 o 1512 según otros, lo enviaron a Roma. Sobre algunos puntos había disentimiento entre el vicario general y siete conventos. 1 La viveza de espíritu de Lutero, la magia de su palabra y su talento para la discusión, le hicieron escoger para ser órgano de los siete monasterios cerca del papa. Así lo disponía Dios, para que Lutero conociese Roma. Lleno de preocupaciones e ilusiones, siempre se le había figurado aquella ciudad como la residencia de la santidad.

Sale Lutero, atraviesa los Alpes y a penas entra en los llanos de la rica y voluptuosa Italia, cuando encuentra, por todas partes, motivos de admiración y escándalo. El pobre fraile alemán fue recibido en un rico convento de benedictinos, situado en las orillas del Pó, en Lombardía. El tal convento, tenía treinta y seis mil ducados de renta, doce mil eran para la mesa, doce mil para los edificios y doce mil para las demás necesidades de los frailes. 2 El lujo de las habitaciones, la hermosura de los hábitos y lo escogido de los manjares, todo admiraba a Lutero.

El mármol, la seda, la suntuosidad en todo, ¡Qué nuevo espectáculo para el humilde fraile del pobre convento de Wittemberg! Se asombró y calló, pero llegó el viernes, y ¡qué nueva sorpresa! viandas abundantes cubrían la mesa de los benedictinos, aun en aquel día de abstinencia ya no pudo contenerse y rompió el silencio, La Iglesia y el papa, les dijo, prohíben tales cosas. Los benedictinos se indignaron con aquella reconvención del grosero alemán pero, habiendo insistido Lutero, y amenazándoles, quizás, de publicar sus desórdenes, opinaron algunos que lo más conveniente era deshacerse de su importuno huésped. El portero del convento le advirtió que corría riesgo si permanecía allí más tiempo por lo que se escapó de aquel monasterio epicúreo y llegó a Bolonia donde enfermó gravemente. 1 Se han querido ver, en esta enfermedad, los efectos de un envenenamiento pero es más natural suponer, que la mudanza de vida afectó al frugal fraile de Wittemberg, acostumbrado a tener por principal alimento arenques y pan.

Aquella enfermedad debía contribuir a la gloria de Dios, sin causar la muerte a Lutero. La tristeza y el abatimiento que le eran naturales, se apoderaron de él. Morir así, lejos de Alemania, bajo aquel cielo ardiente, en tierra extraña, ¡qué destino! Las angustias que sufrió en Erfurt se le renovaron con fuerza el sentimiento de sus pecados le trastornó y la idea del juicio de Dios le espantó pero, en el momento en que 131

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto sus terrores llegaban a su apogeo, aquella palabra de Habacuc citada por San Pablo (Rom. 1, ver. IV), que le había conmovido en Wittemberg, el justo vivirá por la fe, se presentó con fuerza a su espíritu e iluminó su alma como un rayo celestial.

Restablecido y consolado se puso otra vez en camino para Roma. Con la esperanza de hallar allí una vida muy distinta a la de los conventos lombardos, o impaciente de olvidar, ante la santidad romana, las tristes impresiones que hubiera dejado en su espíritu su estancia en el convento de las orillas del Pó.

En fin, después de un penoso viaje, bajo el ardiente sol de Italia, se acercó a principios del verano, a la ciudad de las siete montañas. Su corazón estaba agitado y sus ojos buscaban la reina del mundo y de la Iglesia. En el momento que descubrió de lejos la ciudad eterna, la ciudad de San Pedro y de San Pablo, la metrópoli del catolicismo, se arrodilló exclamando, ¡Salve Roma santa!

Ya está Lutero en Roma, el profesor de Wittemberg, se halla en medio de las ruinas elocuentes de la Roma de los cónsules y de los emperadores de la Roma de los confesores de Jesucristo y de los mártires. Allí vivieron aquel Plauto y aquel Virgilio, cuyas obras llevó Lutero a su claustro y todos aquellos grandes hombres cuya historia hizo latir tantas veces su corazón. Encuentra sus estatuas y los fragmentos de los monumentos que atestiguan su gloria pero toda aquella gloria y aquel poder pasó y Lutero huella su polvo bajo sus plantas. Recuerda a cada paso los tristes presentimientos de Scipion, cuando vertía lágrimas a la vista de Cartago en ruinas, exclamaba, ¡la misma suerte tendrá Roma! En efecto, dice Lutero, la Roma de los Scipiones y de los Césares ha sido transformada en cadáver, hay en ella tantos escombros, que los cimientos de las casas descansan ahora donde se hallaban antes los techos. Allí es, añadía echando una mirada melancólica sobre aquellas ruinas, allí es donde estuvieron las riquezas y los tesoros del mundo. Todos aquellos restos en que tropiezan sus pies le dicen, que lo que es más fuerte a los ojos de los hombres, puede ser destruido fácilmente por el soplo del Señor.

Empero las cenizas profanas estaban mezcladas con las sagradas, Lutero lo sabía.

Las sepulturas de los mártires no están lejos de las de los generales de Roma y de sus triunfadores.

Roma cristiana, con sus dolores, tiene más poder en el corazón del fraile sajón, que Roma pagana con su gloria. Allí fue donde se recibió aquella carta en la que Pablo escribió, el justo es justificado por la fe. Hallábase Lutero cerca del mercado de Appius y de las tres posadas. Allí estaba la casa de Narciso, aquí el palacio de César, en donde el señor libró al apóstol de las garras del león. ¡Oh, cómo fortifican estos recuerdos el corazón del fraile de Wittemberg!

Roma presentaba entonces muy distinto aspecto. El belicoso Julio II. Ocupaba la silla pontifical y no León X, como dicen, sin duda por descuido, algunos historiadores 132

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto distinguidos de Alemania. Lutero ha referido muchas veces un rasgo de aquel papa.

Cuando le dieron la noticia de que su ejército acababa de ser derrotado por los Franceses delante de Ravena, estaba rezando las horas, arrojó el breviario y dijo con un terrible juramento, ¡Con qué ya soy francés!.... ¿Es así como debo proteger mi Iglesia?.

Después, volviéndose hacia el lado del país a cuyas armas pensaba recurrir, añadió, ¡Santo Suiza! ruega por nosotros. 1 La ignorancia, la ligereza y la disolución, un espíritu profano, el desprecio de todo lo sagrado, un vergonzoso comercio de las cosas divinas, he aquí el espectáculo que ofrecía aquella desdichada ciudad. Sin embargo el devoto fraile conservó todavía algún tiempo sus ilusiones. Llegada la época de la fiesta de San Juan, oyó a los romanos repetir a su derredor un proverbio común entre ellos. Dichosa, decían, ¡la madre cuyo hijo dice misa la víspera de San Juan!

¡Oh, como quisiera hacer dichosa a mi madre! Se decía Lutero. El devoto hijo de Margarita trató pues de celebrar misa aquel día pero no lo pudo, porque había demasiados celebrantes. 8

Siendo pio y fervoroso, visitaba todas las iglesias y capillas, creía todas las mentiras que se predicaban en ellas, cumplía con devoción las prácticas de santidad que estaban ordenadas. ¡Qué dicha era la suya poder hacer tantas obras pías, de que estaban privados sus compatriotas! ¡Oh, cuánto siento, se decía a sí mismo el devoto alemán, que mis padres vivan todavía! Que gusto tendría yo en librarles del fuego del purgatorio, con mis misas, mis oraciones y tantas otras obras tan admirables. Había entrevisto la luz, pero estaba lejos de haber disipado enteramente las tinieblas de su entendimiento. Su corazón estaba convertido, pero su espíritu aún no estaba iluminado tenía la fe y el amor, pero no la ciencia. No era poca cosa el salir de aquella profunda oscuridad, en que estaba envuelta la tierra hacía tantos siglos.

Lutero celebró muchas veces la misa en Roma, con toda la unción y dignidad que tal acto requería, a su parecer, pero ¡cuán afligido se halló el fraile sajón, cuando vio las tristes y profanas actitudes de los sacerdotes romanos al celebrar el sacramento del altar!, estos, por su parte, se reían de la simplicidad de Lutero. Un día en que oficiaba, le gritó uno de los sacerdotes: “¡Anda, anda! devuelve pronto a nuestra señora su hijo, haciendo una alusión limpia a la transubstanciación del pan en cuerpo y sangre de Jesucristo. En otra ocasión no estaba todavía Lutero en la elevación, cuando el sacerdote que estaba a su lado había ya acabado su misa, y le gritó, ¡pasa, pasa!, ¡despacha, despacha!, ¡acaba de una vez! *

Aun fue mayor su admiración, cuando vio en los dignitarios del papismo, lo que observó en los simples sacerdotes, porque tenía mejor opinión de ellos.

133

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Era moda en la corte papal atacar el cristianismo y no se podía pasar por hombre instruido, si no se tenía alguna opinión errónea o herética sobre los dogmas de la Iglesia. 2

Quisieron probar a Erasmo, con pasajes de Plinio, que no hay ninguna diferencia entre el alma de los hombres y la de las bestias y algunos jóvenes cortesanos del papa pretendían que la fe ortodoxa era el producto de las astutas invenciones de algunos santos. 2

El título de enviado de los agustinos de Alemania que tenía Lutero, le valió la invitación de eclesiásticos distinguidos a muchas reuniones. Un día entre otros, se halló a la mesa con varios prelados quienes se le mostraron ingenuamente en sus costumbres burlonas y conversaciones impías y no tuvieron cuidado de decir mil chocarrerías en presencia de Lutero, creyéndole sin duda de los suyos. Entre otras cosas, riendo y haciendo alarde, referían que cuando celebraban la misa, en lugar de las palabras sacramentales que debían convertir el pan y el vino en carne y sangre del salvador, pronunciaban sobre el pan y el vino estas risibles palabras: “Panis es et panis manebis, vinum es et vinum manebis, Pan eres y pan quedarás, vino eres y vino quedarás”. Enseguida continuaban, elevábamos la hostia y el cáliz y todo el pueblo adoraba. Apenas podía creer Lutero lo que oía. Su espíritu, vivo y alegre en la sociedad de sus amigos, era muy grave cuando se trataba de cosas santas. Las chocarrerías de Roma le escandalizaban. Yo era, dice, un joven fraile, grave y devoto y semejantes palabras me afligían vivamente. Si así se habla en Roma a la mesa, libre y públicamente, pensaba yo entre mí, ¿qué sería si las acciones correspondiesen a las palabras, y si todos, papa, cardenales, y cortesanos dijesen así la misa? Y yo que les vi celebrar devotamente tantas misas, ¡como me engañaba!

Lutero se juntaba a menudo con los frailes y con los particulares de Roma. Si algunos elogiaban al papa y a sus adláteres, otros muchos se quejaban abiertamente y con sarcasmos. ¡Cuánto no tenían que tachar al papa reinante, a Alejandro VI, y a tantos otros! Un día le refirieron sus amigos romanos que habiendo huido de Roma César Borgia, fue agarrado en España y que cuando iban a juzgarlo, gritó misericordia en su prisión y pidió un confesor que le enviaron un fraile, él lo mató y se puso su hábito y se es capó. Yo he oído esto en Roma, y es una cosa muy cierta, dice Lutero. Otro día pasando por la calle mayor, que conducía a la iglesia de San Pedro, se había detenido admirado delante de una estatua de piedra, que representaba un papa bajo la figura de una mujer, con cetro en la mano, revestido de manto pontifical y con un niño en sus brazos una muchacha de Mayence, le dijeron, que los cardenales escogieron por papa y que parió en este sitio por lo que ningún papa pasa jamás por esta calle. Extraño, dice Lutero, ¡qué los papas dejan subsistir en público esta estatúa!*

134

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Lutero creyó hallar el edificio de la iglesia rodeado de esplendor y fuerza pero sus puertas estaban derribadas y sus paredes calcinadas por el fuego. Veía las desolaciones del santuario y retrocedía de espanto. No había soñado más que santidad, y solo descubría profanación.*

No extrañaba menos los desordenes de la ciudad. La policía en Roma es muy rigurosa, decía Lutero. El juez capitán recorre todas las noches la ciudad a caballo, con trescientos ayudantes, arresta a cuantos encuentra por las calles y si halla un hombre armado, le ahorca o lo echa al Tiber y sin embargo en la ciudad abundan los desordenes y los asesinatos mientras que allí, donde la palabra de Dios es fielmente anunciada, se ve reinar el orden y la paz, sin que haya necesidad de la ley y de sus rigores. Sin ver no se podría creer, que en Roma se cometen pecados y acciones infames y por lo mismo acostumbran decir si hay un infierno, no puede estar en otra parte que debajo de Roma y de este abismo salen todos los pecados. 1

Aquel espectáculo hizo entonces mucha impresión en el ánimo de Lutero, el que se aumentó más tarde. Cuanto más se acerca uno de Roma, tanto mayor es el número de malos cristianos que se encuentra, decía muchos años después. Se dice comúnmente que el que va por la primera vez a Roma, busca allí un bribón, en la segunda vez lo encuentra y en la tercera lo lleva consigo, cuando sale. Pero en el día hay tanta habilidad, que se hacen los tres viajes en uno. 3 Uno de los genios más tristemente célebres, pero también de los más profundos de Italia, Maquiavelo, que vivía en Florencia cuando Lutero pasó por allí yendo a Roma, ha hecho la misma observación. Uno de los mayores síntomas, dice, de la próxima ruina del cristianismo (que confundía con el Catolicismo Romano), es que cuanto más cerca se hallan los pueblos de la capital de la cristiandad, tanto menos espíritu cristiano reina en ellos.

Los ejemplos escandalosos y los crímenes de la corte de Roma, son causa de que la Italia haya perdido todo principio de piedad y todo sentimiento religioso. Nosotros los italianos, continúa el gran historiador, somos deudores principalmente a la Iglesia y a los sacerdotes, de habernos hecho limpio y malvado. * Lutero conoció más tarde todo el precio de aquel viaje. Aunque me diesen cien mil florines, decía, ¡no quisiera haber dejado de ver Roma! *

Aquel viaje le fue también muy ventajoso con respecto a la ciencia. Lo mismo que Reuchlin, Lutero supo aprovecharse de su permanencia en Italia, para adelantar más en la inteligencia de la santa escritura. Tomó allí lecciones de hebreo, de un célebre rabino, llamado Elias Lévita y adquirió en parte el conocimiento de aquella palabra divina, bajo cuyo poder debía sucumbir Roma.

Pero aquel viaje fue sobre todo muy importante para Lutero, bajo otro concepto.

No solo se descorrió el velo y se manifestó al futuro reformador, la risa sardónica y la 135

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto incredulidad que se ocultaban detrás de las supersticiones romanas, sino que se fortificó poderosamente la fe viva que Dios había depositado en él.

Hemos visto ya como se entregó Lutero, desde el principio, a todas las vanas prácticas por medio de las cuales se espían los pecados según la Iglesia romana. Un día entre otros, queriendo ganar una indulgencia concedida por el papa, los que subiesen de rodillas la escalera llamada de Pilatos, el pobre fraile sajón, trepaba humildemente aquellos escalones, que le dijeron haber sido llevados milagrosamente de Jerusalén a Roma, cuando en medio de esta obra meritoria, creyó oír como una voz de trueno que le decía, como en Wittemberg y en Bolonia. El justo vivirá por la fe.

Aquella palabra que ya había oído dos veces como la voz de un ángel, resonó sin cesar en su interior. Se paró despavorido, se horrorizó de sí mismo, bajó precipitadamente de la escalera y huyó lejos de aquel lugar de su locura.1

Aquella poderosa palabra tiene algo de misterioso en la vida de Lutero, ella fue una palabra para la reformación y ella fue por la que dijo Dios.

Sea hecha la luz, y fue hecha la luz. Conviene, muchas veces, que una verdad se presente con frecuencia en nuestro espíritu, para que produzca el efecto que debe tener. Lutero había estudiado mucho la Epístola los romanos y sin embargo, nunca la justificación por la fe, que en ella se enseña, había sido tan clara para él como entonces. Ya por fin llegó a comprender aquella justicia que es la única que subsiste ante Dios, ya por fin recibió por sí mismo de la mano de Cristo la obediencia que Dios concede gratuitamente al pecador, desde que dirige humildemente sus miradas sobre el Hombre-Dios crucificado. Ya estamos en la época decisiva de la vida interior de Lutero.

Aquella fe, que lo había salvado de los terrores de la muerte, es ya el alma de su teología, su fortaleza en todos los peligros, el poder de sus palabras, la fuerza de su caridad, el fundamento de su paz, el estímulo de sus trabajos, y su consuelo en la vida y en la muerte.

Pero aquella gran doctrina de la salvación que emana de Dios y no del hombre, no fue solamente el poder de Dios para salvar el alma de Lutero, sino también el poder de Dios para reformar la Iglesia, arma eficaz que manejaron los apóstoles, arma demasiado tiempo descuidada, pero sacada en fin, en su primitivo brillo, del arsenal del Dios fuerte. En el momento en que Lutero se levantó en Roma, agitado por aquella palabra que Pablo había dirigido quince siglos antes los habitantes de aquella metrópoli, la verdad, hasta entonces tristemente cautiva en la Iglesia, se levantó también para no volver a caer.

Es menester oír al mismo Lutero. Aunque yo era un fraile santo y reprensible, dice, mi conciencia sin embargo estaba muy turbada y angustiada. Yo no podía sufrir 136

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto aquella palabra justicia de Dios. Yo no amaba al Dios justo y santo que castiga los pecadores. Yo abrigaba contra él una secreta cólera, le aborrecía porque no contento con espantarnos con la ley y las miserias de la vida a nosotros, pobres creaturas ya perdidas por el pecado original, aumentaba todavía nuestro tormento con el Evangelio. Pero cuando, por el espíritu de Dios, comprendí aquellas palabras, cuando aprendí que la justificación del pecador proviene de la pura misericordia del Señor, por medio de la fe, entonces me sentí renacer como un hombre nuevo y entré sin obstáculo en el mismo paraíso de Dios. *Desde entonces he visto también la querida y santa escritura con nueva vista.

Recorrí toda la Biblia y noté un gran número de pasajes que me enseñaban lo que es la obra de Dios y así como aborrecí antes de todo mi corazón esta palabra, justicia de Dios, empecé desde entonces a estimarla y amarla como la palabra más dulce y consoladora. Verdaderamente esta palabra de Pablo fue para mí la verdadera puerta del paraíso.

Así fue que, siempre que era llamado, en ocasiones solemnes a confesar aquella doctrina, Lutero encontraba siempre su entusiasmo y su energía. Veo, dice, en un momento importante, 1 que el diablo ataca sin cesar este artículo fundamental por medio de sus doctores y que no puede desistir ni descansar, ¡pues bien!, yo, el doctor Martín Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor Jesucristo, confieso este artículo, la fe sola justifica delante de Dios sin las obras, y declaro que el emperador de los romanos, el de los turcos, el de los tártaros, el de los persas, el papa, todos los cardenales, los obispos, los curas, los frailes, las monjas, los reyes, los príncipes, los señores, todo el mundo, y todos los diablos, deben dejar en pie dicho artículo y permitir que subsista por siempre jamás. También declaro que si quieren emprender el combatir esta verdad, atraerán sobre sí las llamas del infierno. Este es el verdadero y Santo Evangelio y esta mi declaración, la declaración del doctor Lutero, según las luces del Espíritu Santo.... No hay más que Jesucristo, Hijo de Dios, que haya muerto por nuestros pecados. Lo vuelvo a repetir, aunque el mundo y todos los diablos, revierten de furor, que no por eso es menos cierto lo que acabo de decir. Y siendo Jesucristo el único que quita los pecados, es claro que nosotros no podemos quitarlos con nuestras obras, sin embargo las buenas obras van unidas a la redención, como la fruta esta unida al árbol. Esta es nuestra doctrina, la misma que el Espíritu Santo enseña, con toda la santa cristiandad y que la observamos en el nombre de Dios. Amén.

De este modo halló Lutero lo que faltó, a lo menos hasta cierto punto, a los doctores y a los reformadores, aun a los más ilustres.

En Roma fue donde Dios le dio aquel conocimiento claro de la doctrina fundamental del cristianismo. Fue a la ciudad de los pontífices, a buscar la solución 137

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto de algunas dificultades, concernientes a una orden monástica, y volvió con la salvación de la Iglesia en su corazón.

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FOOTNOTES

(1)

Duod septem conventos a vicario inquibusdam dissentirent. (Cochlaeus, 2.)

(2)

Cluod esset acer ingenio et ad contradiceudum audax et vehemens.

(Cochlaeus, 2.)

(3)

L. Opp. (W.), XXII., p. 1468.)

(4)

Ref. Span. 9

(5)

Matth. Dresser, Hist. Lutheri.

(6)

L. Opp. (W.). XXII., p. 2374 y 2377.

(7)

Sanete Swizere! ora pronobis (L. Opp. (W.), XXII., p. 1314 y 1339.) (8)

L. Opp. ( W.), Dedicace du 117e ps. VI.” vol. L.

(9)

L. Opp. (W.), Dedicace du 117e. ps. VIe. vol. L. g.

(10) L. Opp. ( W.), XIX. von der Winkelmesse. Mathesius, 6.

(11) Inquel tempo non pareva fosse galantuomo e buon cortegíano colui che dei dogmi della Chiesa non aveva qualche opinióne erronea ed heretica.

( Carraciola, Vit. msc. Paul IV. cité par Ranke.) (12) Burigny, Vie d'Erasme, I. 139. '

(13) E medio Romanae curiae, sectam juvenum....qui asserebant, nos-tram fidem orthodoxam polius quibusdam sanctorum astutüs subsis-tere. (Paul Canensius, Vita Pauli, TI.)

(14) L. Opp. (W.), XIX, von der Winkelmesse.

(15) Dass habe Ich zu Rom für gewies gehort. (L. Opp. (W.) XXII., 1332.

(16) Es nitnmt mich wunder dass die Pabste solcb.es Bild Leiden kotinen.

(Ibid., 1320.)

(17) Ibid., p. 2376.

(18) Ist irgend eine Holle, so muís Rom darauf gebaut seyn. (L. Opi>. (W.) XXII., p. 2377.)

138

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (19) Adresse a la noblesse chrétienne de la nation allemande. * Dissert. sur la prem. dec. de Tite-Live.

(20) 100,000 Gulden. (L. Opp. (W.), XXII., p. 3374.

(21) Seckend., p. 56.

(22) Re£ Span. 9*

(23) Glua vos Deas misericors justificat perfidem. (L. Opp. Iat. inproef.) (24) Hic me prorsus renatum esse sensi, et apertis portis inipsum paradisuin intruse. (Ibid.)

(25) Glose sur l'éclit impériat,1531. (L. Opp. L. tome XX.) 139

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VII

Regreso — El doctorado — Carlstadt — Juramento de Lutero — Principio de la Reforma — Valor de Lutero — Caridad — Loa Escolásticos — Spalatin — Negocio de Reuchlin.

Salió de Roma Lutero y volvió a Wittemberg, con el corazón lleno de tristeza y de indignación. Apartando la vista con disgusto de la ciudad pontifical, la fijaba con esperanza en las santas escrituras y en esta nueva vía, que la palabra de Dios parecía prometer entonces al mundo. Esta palabra ganaba en su corazón todo lo que perdía en él la Iglesia. Se separó de la una, para volverse a la otra. Toda la reformación consistió en aquel cambio, es decir, que ella puso Dios donde estaba el sacerdote.

Staupitz y el elector no perdían de vista al fraile, que habían llamado a la Universidad de Wittemberg. Se diría que el vicario general tuvo un presentimiento de la obra que había que hacer en el mundo, y que, hallando la carga demasiado pesada para sí, la cedió a Lutero. No hay cosa más notable, y acaso más misteriosa, que el tal vicario general, que se halla en todas partes para conducir al fraile en el camino en el cual le llama Dios y luego va él mismo a acabar tristemente sus días en un convento. La predicación del joven profesor había hecho impresión en el príncipe, había admirado el vigor de su espíritu, la fuerza de su elocuencia y la excelencia de las cosas que exponía.1

El elector y su amigo, queriendo avanzar a un hombre que daba tan grandes esperanzas, resolvieron hacerle tomar el alto grado de Doctor en Teología. Pasó Staupitz al convento llevo a Lutero al jardín de claustro, y allí, a solas con él, bajo un árbol que Lutero se complacía después en mostrar a sus discípulos, 1 el venerable padre le dijo, ahora es menester, amigo mío, que seáis Doctor de la Santa Escritura.

Resistió Lutero a aquella proposición, porque un honor tan eminente le asustaba, buscad otro más digno, respondió, por mi parte no puedo consentir en ello. El vicario general insistió, el señor Dios tiene mucho que hacer en la Iglesia y tiene necesidad ahora de jóvenes y vigorosos doctores.

Esta palabra fue dicha quizás oportunamente, añade Melanchton, sin embargo, el acontecimiento la justificó, porque ordinariamente muchos presagios preceden a las grandes revoluciones. 3 No es necesario suponer que Melanchton habla aquí de profecías milagrosas. El siglo anterior, el más incrédulo de todos, vio verificada esta sentencia. ¡Cuántos presagios anunciaron, sin que hubiese habido milagro, la revolución que lo terminó!

"Pero yo soy débil y enfermizo,” replicó Lutero, y no puedo vivir largo tiempo, buscad un hombre fuerte. El señor, respondió el vicario general, tiene asuntos en el cielo y en la tierra, y, muerto o vivo, Dios necesita de vos en su consejo. 3 Solo el 140

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Espíritu Santo puede crear un Doctor en Teología, * exclamó entonces el fraile cada vez más espantado. Haced lo que os pide vuestro convento, dijo Staupitz, y lo que yo mismo, vuestro vicario general, os mando porque habéis prometido obedecernos.

¿Pero mi pobreza? replicó el hermano, no tengo para pagar los gastos que tal promoción causa. No os inquietéis, le dijo su amigo, el príncipe os hace la gracia de encargarse él mismo de todos los gastos. Atacado por todas partes, Lutero creyó debía rendirse.

Esto era hacia al fin del verano del año 1512. Lutero partió para Leipzig, a fin de recibir de los tesoreros del elector, el dinero necesario a su promoción, pero, según la costumbre de las cortes, el dinero no llegaba. El hermano impacientado quiso marcharse, pero la obediencia monacal le contuvo. En fin, el 4 de Octubre recibió de Pfeffinger y de Juan Doltzig cincuenta florines y les dio recibo en el que no se dio más título que el de fraile. Yo fray Martín, dice, de la Orden de los Agustinos. Lutero se apresuró a volver a Wittemberg.

Adres Bodenstein, de la ciudad de Carlstadt, era entonces decano de la Facultad de Teología y es bajo el nombre de Carlstadt que aquel doctor era conocido principalmente, aunque también le llamaban el A, B, C. Melanchton fue quien primero le designó así, a causa de las tres iniciales de su nombre. Bodenstein aprendió en su patria los primeros elementos de las letras. Era de un carácter grave, sombrío, tal vez propenso a la envidia, y de un espíritu inquieto y muy dispuesto a aprender, y dotado de gran capacidad. Corrió varias universidades para aumentar sus conocimientos, y estudió la Teología en la misma ciudad de Roma. Vuelto de Italia a Alemania, se estableció en Wittemberg, donde fue nombrado Doctor en Teología. En aquel tiempo, dice él mismo más tarde, yo no había leído aun la Santa Escritura. *

Este rasgo da una idea muy justa de lo que era entonces la teología. Carlstadt, además de sus funciones de profesor, era canónigo y archidiácono. Este era el hombre que debía dividir más tarde la Reformación. No veía entonces en Lutero más que un inferior pero el agustino llegó pronto a ser para él un objeto de envidia. No quiero ser menos que Lutero, 2 decía un día. Muy lejos entonces de proveer la grandeza a que era destinado el joven profesor, Carlstadt confirió a su futuro rival, la primera dignidad de la universidad.

El 18 de Octubre, 1512, Lutero fue recibido Licenciado en Teología y prestó este juramento, juro defender la verdad evangélica con todas mis fuerzas. 1 El día siguiente, Bodenstein le puso solemnemente, en presencia de un numeroso concurso, las insignias de Doctor en Teología. Fue nombrado Doctor Bíblico y no Doctor de las Sentencias y fue destinado así a consagrarse al estudio de la Biblia y no al de las tradiciones humanas. 3 Prestó juramento entonces, como lo refiere él mismo, 3 a su bien amada y Santa Escritura. Prometió predicarla fielmente, enseñarla con pureza, 141

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto estudiarla toda su vida, y defenderla en los debates y con sus escritos, contra todos los falsos doctores, mientras Dios le ayudara.

Aquel solemne juramento fue para Lutero su vocación de reformador. Imponiendo a su conciencia la santa obligación de investigar libremente y anunciar con valor la verdad cristiana, aquel juramento elevó al nuevo doctor sobre los estrechos límites a que le hubiera circunscrito quizás su voto monástico. Llamado por la universidad, por su soberano, en nombre de la Majestad Imperial y de la misma sede de Roma, ligado ante Dios por el juramento más sagrado, fue desde entonces, el intrépido Heraldo de la Palabra de vida. En aquel día memorable, Lutero fue armado caballero de la Biblia.

Aquel juramento prestado a la Santa Escritura, puede considerarse como una de las causas de la Renovación de la Iglesia. La autoridad de la Palabra de Dios, única infalible, tal fue el primer y fundamental principio de la Reformación. Todas las demás reformas efectuadas después en la doctrina, en las costumbres, en el gobierno de la Iglesia y en el culto, no fueron más que consecuencias de aquel primer principio.

Apenas puede concebirse hoy la sensación que debió producir aquella verdad elemental tan sencilla, pero desconocida durante tantos siglos, solo algunos hombres, de un alcance superior al del vulgo, previeron sus inmensas consecuencias. Las animosas voces de todos los reformadores proclamaron luego este poderoso principio, a cuyo estruendo se desplomara Roma, Los cristianos no reciben otras doctrinas que las que descansan sobre las palabras expresas de Jesucristo, de los apóstoles y de los profetas, ningún hombre, ninguna junta de doctores, tiene el derecho de prescribir otras nuevas.

La situación de Lutero se había cambiado. La vocación que recibió fue, para el reformador, como una de aquellas extraordinarias que el Señor otorgó a los profetas de la antigua alianza y a los apóstoles de la nueva. La solemne promesa que hizo, causó tan profunda impresión en su alma, que el recuerdo de aquel juramento bastó en lo sucesivo para consolarle, en medio de los mayores peligros, y de los más duros combates. Y, cuando vio toda la Europa agitada y conmovida por la palabra que había anunciado, cuando las acusaciones de Roma, las quejas de muchos hombres piadosos, las dudas y los temores de su propio corazón, tan fácilmente agitado, parecían poderle hacer vacilar, temer, y caer en la desesperación, se acordó del juramento que había prestado, y se mantuvo firme, tranquilo y lleno de alegría.

Yo me he avanzado en el nombre del Señor, dice en una circunstancia crítica, y me he entregado en sus manos, ¡qué se cumpla su voluntad! ¿Quién le ha pedido que me haga doctor?....Siendo él quien me ha creado, ¡qué me sostenga o bien, si se arrepiente de ello, que me destituya! Esta tribulación no me espanta pues. Solo busco una cosa, y es tener el Señor propicio en todo lo que me llame a hacer con él.

142

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En otra ocasión decía, el que emprende algo sin vocación divina, busca su propia gloria pero yo, doctor Martín Lutero, he sido forzado a ser doctor. El papismo ha querido detenerme en el desempeño de mi cargo pero ya veis lo que le ha sucedido y le sucederá peor todavía, no podrá defenderse contra mí. Yo quiero, en nombre de Dios, ir contra los leones y hollar bajo mis plantas los dragones y las víboras. Esto empezará durante mi vida y concluirá después de mi muerte.*

Desde el instante de su juramento, no buscó ya Lutero la verdad para sí solo, sino también para la Iglesia. Lleno todavía de los recuerdos de Roma, entreveía confusamente delante de sí, una carrera en la que se decidió a marchar con toda la energía de su alma. La vida espiritual, que, hasta entonces se había manifestado en su interior, se extendió fuera. Esta fue la tercera época de su desarrollo, la entrada en el convento, le hizo dirigir hacia Dios sus pensamientos, el conocimiento de la remisión de los pecados y de la justicia de la fe, había emancipado su alma y el juramento de doctor, le dio aquel bautismo de fuego por el que llegó a ser Reformador de la Iglesia.

Los primeros adversarios que atacó fueron aquellos famosos escolásticos que había estudiado tanto él mismo y que reinaban entonces sin contradicción en todas las academias. Lutero los acusó de pelagianismo, y, elevándose con fuerza contra el padre de la escuela, Aristóteles y contra Tomás de Aquino, emprendió el destronar a ambos del lugar en que regían, el uno a la Filosofía y el otro a la Teología.

Aristóteles, Porfirio, los teólogos de las sentencias (los escolásticos), escribía Lutero a Lange, son los estudios muertos de nuestro siglo. Nada deseo con más ardor que dar a conocer a muchos el histrión, que se ha burlado de la Iglesia con la máscara griega, y mostrar a todos su ignominia. 3 En todas las discusiones públicas se le oía repetir.

Los escritos de los apóstoles y de los profetas son más ciertos y sublimes, que todos los sofismas y toda la teología de la escuela. Semejantes palabras eran nuevas, pero poco a poco se acostumbraban a ellas. Cerca de un año después, pudo escribir triunfante, Dios opera. Nuestra Teología y San Agustín avanzan admirablemente y reinan en nuestra universidad. Aristóteles declina y está amenazando próxima y eterna ruina. Las lecciones sobre las sentencias fastidian grandemente, nadie puede conseguir oyentes, sino profesa la Teología Bíblica. ¡Dichosa la universidad de la que se puede decir otro tanto!

Al mismo tiempo que Lutero atacaba a Aristóteles, tomaba el partido de Erasmo y de Reuchlin contra sus enemigos. Entró en relación con aquellos grandes hombres y con otros sabios, tales como Pirckheimer, Mutian, y Hütten, que pertenecían más o menos al mismo partido. Hizo también en aquella época otra amistad, que fue de grande importancia para toda su vida.

143

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Un hombre notable por su sabiduría y candor se hallaba entonces en la corte del elector, era Jorge Spalatin. Nacido en Spalatus o Spalt, en el obispado de Eichstadt, había sido al principio cura del pueblo de Hohenkirch, cerca de los bosques de la Thuringe, después fue escogido por Federico el Sabio para ser su secretario, su capellán y preceptor de su sobrino, Juan Federico, que debía llevar un día la corona electoral. Spalatin, era un hombre simple en medio de la corte, parecía tímido a la vista de los grandes acontecimientos, circunspecto y prudente, como su maestro, 2 en presencia del ardiente Lutero, con quien vivía en correspondencia diaria. Lo mismo que Staupitz, era más propio para tiempos tranquilos. Hombres como aquellos son necesarios, son como las materias delicadas con que se envuelven las alhajas y los cristales, para preservarlos de los sacudimientos del viaje, parece que son inútiles, sin embargo, si no fuera por ellas, las preciosas joyas se romperían y perderían.

Spalatin no era hombre capaz de grandes cosas pero desempeñaba fielmente y sin ruido la tarea que se le encomendaba. 1 Fue al principio uno de los principales ayudantes de su maestro para recoger las reliquias de santos de que Federico fue aficionado largo tiempo pero poco a poco se volvió con el príncipe hacia la verdad. La fe que volvía a parecer entonces en la Iglesia, no se apoderó de él como de Lutero, andaba por vías más trilladas. Llegó a ser amigo de Lutero en la corte, el ministro por cuyo conducto pasaban todos los asuntos entre el reformador y los príncipes, el mediador entre la Iglesia y el Estado.

El elector, honraba a Spalatin con una grande amistad siempre viajaban juntos en el mismo carruaje. 2 Por lo demás, el humo de la corte ahogaba muchas veces al buen capellán, experimentaba profundas tristezas y hubiera querido dejar todos aquellos honores y volver a ser simple pastor en los bosques de la Thuringe. Pero Lutero le consolaba y le exhortaba a mantenerse firme en su puesto. Spalatin se atrajo la estimación general. Los príncipes y los sabios de su tiempo le guardaron las más sinceras consideraciones. Erasmo decía, inscribo el nombre de Spalatin, no solo entre los de mis principales amigos, sino también entre los de mis protectores más venerados, y esto, no en el papel, sino en mi propio corazón.

El asunto de Reuchlin y de los frailes hacía entonces mucho ruido en Alemania.

Los hombres más piadosos, se veían a menudo perplejos sobre el partido que debían abra zar porque los frailes querían destruir los libros judaicos en que se hallaban blasfemias contra el Cristo. El elector encargó a su capellán que consultara sobre esto al doctor de Wittemberg, cuya reputación era ya grande. He aquí la respuesta de Lutero es la primera carta que dirigió al predicador de la corte.

¿Qué diré? Estos frailes pretenden arrojar Belzebuth, pero no con el dedo de Dios.

No ceso de quejarme de ello y de gemir. Nosotros los cristianos empezamos a ser cuerdos exteriormente y somos locos interiormente.1 En todas las plazas de Jerusalén 144

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto hay blasfemos cien veces peores que los de los judíos y todas ellas están llenas de ídolos espirituales. Nosotros deberíamos, llenos de un santo celo, arrebatar y destruir aquellos enemigos interiores; pero dejamos lo que nos urge, y el mismo diablo nos persuade que abandonemos, lo que es nuestro, al mismo tiempo que nos prohíbe que corrijamos lo que es de los otros.

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FOOTNOTES

(1)

Vim ingenii, ñervos orationis, ac rerum bonitatem expositarum inconciónibus admiratus fuerat. (Melancht., Vita Luth.) (2)

Unter einem Baum, den er mir und andern gezeigt. (Math.6.) * Multa praecedunt mutationes praesagía. (Vita Luth.)

(3)

Ihr lebet nun oder sterbet, so darff euch Gott inseinem Rathe. (Mathes. 6.) (4)

Neminem nisi Spiritum Sanctum creare posse doctoren) theo-logise, (Weismanni, Hist. Ecc). I., p. 1404.)

(5)

L. Epp. L, p. 11.

(6)

Weismann, Hist. Eccl., p. 1416.

(7)

Weismann, Hist. Eccl., p. 1416.

(8)

Juro me veritatem evangelicam viriliter defensurum.

(9)

Doctor bíblico, et non sentenciarais. (Melanchton.) (10)

L. Opp. ( W.), XVI., p. 3061. Mathesius, p. 7.

(11)

L. Opp. (W.), XXI., p. 2061.

(12)

Aristotelem inphilosophicis, sanctum Thomam intheologicis evertendos susceperat. (Pallavicini, I., 16.)

(13)

Perdita studia nostri sacculi. Epp. I., 15. (8 févr. 1516.) (14)

Ep. L, 57 (du 18 mai 1517.)

(15)

Secundum genium heri sui. (Weismann, Hist. Eccl. I., p. 1431.) (16)

Fideliter et sine strepitu fungens. (Weismann, Hist. Eccl. I., p. 1434.) (17)

Uui cum príncipe inrheda sive lectico solitus est ferri. (Corpus Reformatorum, I. 33.)

(18)

Melch. Ad Vita Spalat., p. 100.

(19)

Foris sapere et domi desipere. (L. Epp. I., p. 8.) 145

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 146

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VIII

La Fe — Declamaciones populares — Enseñanza académica — Pureza moral da Lutero — El fraile Spenlein — Justificación por la fe — Erasmo. — Las obras.

Lutero no se mezcló en aquella disputa. La fe viva en Cristo, he aquí lo que principalmente llenaba su corazón y su vida. “En mi corazón”, decía, “reina y debe reinar sola la fe en mi Señor Jesucristo, que es el único principio, me dio y fin de todos los pensamientos que ocupan mi espíritu día y noche”. 1

Todo su auditorio le oía con admiración hablar de aquella fe en Jesucristo, ya en la cátedra de profesor, ya en el pulpito del templo. Sus enseñanzas difundían la luz.

Se admiraban de no haber conocido antes, verdades que parecían tan evidentes en su boca. El deseo de justificarse a sí mismo, es el origen de todas las angustias del corazón, decía. Pero el que recibe a Jesucristo como salvador, tiene la paz, y no solo la paz, sino la pureza del corazón. Toda santificación del corazón, es fruto de la fe porque la fe es en nosotros una obra divina, que nos muda y nos da un nacimiento nuevo, que emana del mismo Dios. Ella mata a Adán en nosotros y por el Santo Espíritu que nos comunica, ella nos da un nuevo corazón y nos hace hombres nuevos.

Solamente por la vía práctica, y no con vanas especulaciones, decía también, se puede obtener un conocimiento saludable de Jesucristo.

En aquel tiempo, predicó Lutero sobre los Diez Mandamientos unos discursos, que han llegado a nosotros, bajo el título de Declamaciones Populares, en los que, no hay duda, se encuentran todavía errores. Lutero no se ilustraba a sí mismo sino poco a poco.

La senda de los justos, como luz que resplandece, va adelante y crece hasta el día perfecto. Prov. cap. IV., v. 18. ¡Pero cuánta verdad, sencillez y elocuencia en aquellos discursos! ¡Qué bien se comprende el efecto, que debía producir el nuevo predicador en su auditorio y en su siglo! Solo citaremos un pasaje tomado al principio de ellos.

Sube Lutero al pulpito de Wittemberg y lee estas palaras “no tendrás dioses ajenos delante de mí”. Y luego dirigiéndose al pueblo que llenaba el templo, dice, “todos los hijos de Adán son idolatras y culpables contra este primer mandamiento”. 1

Aquella aserción extraña sorprendió sin duda, al auditorio era menester probarla, y el orador prosigue, hay dos géneros de idolatría, una interior y otra exterior. La interior consiste en que el hombre por temor del castigo o por satisfacer sus apetitos, no rinde culto a la criatura, sino que la ama interiormente y se confía en ella...la exterior consiste en que el hombre adora la madera, la piedra, los animales, y las estrellas. ¿Qué religión es esta? No dobláis la rodilla ante las riquezas y los honores, pero les ofrecéis vuestro corazón, la parte más noble de vosotros mismos... ¡Ah!

vosotros adoráis a Dios con el cuerpo, y a la criatura con el espíritu. Esta idolatría 147

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto reina en todos los hombres, hasta que son curados gratuitamente por la fe, que se halla en Jesucristo. ¿Y cómo se efectúa esta curación? De este modo, la fe en Cristo os quita toda confianza en vuestra sabiduría, justicia, y fuerza y os enseña que si Cristo no hubiese muerto por vosotros y no os hubiese salvado así, ni vosotros ni otra criatura hubiera podido hacerlo.

3 Entonces, aprendéis a despreciar todas estas cosas, que os eran inútiles. No os queda ya más que Jesús, Jesús solo, Jesús que basta plenamente a vuestra alma, no esperando ya nada de todas las criaturas, solo tenéis a Cristo, de quien esperáis todo y a quien amáis sobre todas las cosas. Luego Jesús es, él solo, el único y el verdadero Dios desde que lo recibís por Dios, ya no tenéis otros dioses.

De esta suerte, muestra Lutero como es dirigida el alma Dios, su soberano bien, por el Evangelio, según esta palabra de Cristo. Yo soy el camino, la verdad, y la vida, nadie viene al padre, sino por mí. (Juan XIV., Ver. 6.) El hombre quo así habla a su siglo, no trata solamente de extirpar algunos abusos sino que quiere ante todo establecer la verdadera religión, su obra es positiva, antes de ser negativa.

Lutero gira su discurso contra las supersticiones que llenaban entonces la cristiandad, contra los signos y caracteres misteriosos, las observancias de ciertos días y meses, los demonios familiares, contra las fantasmas, el influjo de los astros, los maleficios, las metamorfosis, los íncubos y súcubos, el patronado de los santos, etc., etc., etc., atacó uno tras otro todos aquellos ídolos y derribó con fuerza esos falsos dioses.

Pero en la academia era donde principalmente exponía Lutero todos los tesoros de la Palabra de Dios, en presencia de una juventud instruida y ansiosa de la verdad.

“De tal manera explicaba las Escrituras”, dice su ilustre amigo Melanchton, que, según el juicio de todos los hombres píos e ilustrados, parecía que un nuevo día rayaba para la doctrina, después de una larga y profunda noche.

Hacía ver Lutero la diferencia que hay entre la Ley y el Evangelio, refutaba el error, que dominaba entonces en las iglesias y escuelas, que los hombres merecen por sus propias obras la remisión de creatura sus pecados y son justificados ante Dios por una disciplina exterior y de este modo conducir los corazones de los hombres hacia el Hijo de Dios. 1 Cual otro Bautista mostraba el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo y hacia comprender que los pecados son perdonados gratuitamente a causa del Hijo de Dios y que el hombre recibe este beneficio por la fe. No hizo ninguna mudanza en las ceremonias, al contrario, la disciplina establecida no tenía, en su orden, un observador y defensor más fiel, pero se esforzaba, más y más en hacer comprender todas las grandes y esenciales doctrinas de la conversión, de la remisión de los pecados, de la fe y de los verdaderos consuelos que se encuentran en la cruz. La dulzura de aquella doctrina se insinuaba en las almas devotas, y los sabios la recibían 148

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto con gozo.3 Se hubiera dicho que Cristo, los apóstoles, y los profetas salían de las tinieblas y de un calabozo impuro.

La firmeza con que se apoyaba Lutero en la Escritura, daba a su enseñanza una grande autoridad y otras circunstancias aumentaban su fuerza. En él, la vida era conforme las palabras se sabían que sus discursos no nacían en sus labios, 4 sino que provenían del corazón y que los ponía en práctica. Y cuando, más tarde estalló la Reformación, muchos hombres influyentes, que veían con gran dolor los disturbios de la Iglesia, prevenidos ya a favor del reformador por la santidad de sus costumbres y la belleza de su genio, no solo no se opusieron a él, sino que abrazaron la doctrina que sus obras confirmaban. 5 Cuanto más amaban las virtudes cristianas, tanto más se inclinaban hacia el Reformador.

Todos los teólogos honrados estaban a su favor. 1 He aquí lo que dicen los que le conocieron, y en particular el hombre más sabio de su siglo, Melanchton y el ilustre adversario de Lutero, Erasmo. La envidia y las preocupaciones se han atrevido a hablar de su relajación. Wittemberg se cambió enteramente por aquella, predicación de la fe y llegó a ser el foco de la luz, que debía iluminar pronto la Alemania y difundirse en toda la Iglesia.

Lutero, dotado de un corazón tierno y afectuoso, deseaba que las personas a quienes amaba poseyesen la luz que le había guiado en los senderos de la paz. Siendo profesor, predicador, fraile, y teniendo una correspondencia vasta, aprovechaba de todas estas circunstancias, para hacer partícipes de su tesoro a los demás. Uno de sus antiguos hermanos del convento de Erfurt, fray Jorge Spenlein, se hallaba entonces en el convento de Memmingen, después de haber pasado quizás algún tiempo en Wittemberg. Spenlein encargó al doctor que le vendiese varios objetos que le había dejado, como una túnica de tejido de Bruselas, una obra de un doctor de Eisenach, y una capilla y Lutero cumplió exactamente el encargo habiendo obtenido, dice a Spenlein en una carta de 1 de Abril 1516, un florín por la túnica, otro por la capilla y medio por el libro, lo entregó todo al padre vicario a quien Spenlein debía tres florines.

Pero Lutero pasó pronto de aquella cuenta de despojos monacal, a un objeto más importante.

Quisiera saber, escribe a fray Jorge, qué es de tu alma, ¿No está cansada de su propia justicia? ¿No respira en fin y no confía en la justicia de Cristo? En nuestros días la propia justicia seduce a muchos y sobre todo a los que se empeñan con todas sus fuerzas en ser justos. No comprendiendo la justicia de Dios que se nos da gratuitamente en Jesucristo, quieren subsistir en su presencia con sus méritos pero no es posible cuando tú vivías con nosotros, te hallabas en este error y yo también todavía batallo y no he triunfado enteramente de él.

149

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Oh ¡querido hermano! aprende a conocer a Cristo, a Cristo crucificado aprende a cantar un nuevo cantico en su alabanza, a desesperar de ti mismo y a decirle, tú, Jesús, Señor mío, eres mi justicia, y yo soy tu pecado, tú tomaste lo que es mío y me diste lo que es tuyo, l lo que no fuiste, te hiciste, ¡para que yo fuese lo que no era!

Cuidado, querido Jorge, que no pretendas una pureza tal, que no quieras reconocerte pecador porque Cristo no habita más que en los pecadores. Del cielo, donde habitaba, ha bajado a los justos, para habitar también en los pecadores. Medita detenidamente este amor de Cristo, y disfrutaras de su consuelo inefable. Si nuestras penas y trabajos hubieran podido darnos la tranquilidad de la conciencia, ¿Por qué hubiera muerto Cristo? No hallarás la paz sino en él, desesperando de ti y de tus obras, y aprendiendo con que amor te abre Cristo los brazos, tomando sobre sí todos tus pecados y dándote toda su justicia.

De este modo la poderosa doctrina que había salvado al mundo en tiempo de los apóstoles y que debía salvarlo segunda vez en tiempo de los reformadores era expuesta por Lutero con fuerza y claridad. Pasando por encima de los numerosos siglos de ignorancia y superstición, reuniese con San Pablo.

No fue solo Spenlein a quien Lutero procuró instruir sobre esta doctrina fundamental. La poca verdad que hallaba en este punto, en los escritos de Erasmo, le inquietaba. Importaba mucho iluminar a un hombre de ingenio tan admirable y de tan grande autoridad, ¿pero cómo hacerlo?

Su amigo de la corte, el capellán del elector, era respetado de Erasmo y a él fue a quien se dirigió Lutero, querido Spalatin, le escribió, lo que me desagrada en Erasmo, en este hombre de tan vasta erudición, es, que por la justicia de las obras o de la ley, de que habla el apóstol, entiende el cumplimiento de la Ley Ceremonial. La justificación de la ley no consiste solamente en las ceremonias, sino en todas las obras del decálogo. Cuando ellas se cumplen fuera de la fe en Cristo, pueden, es verdad, hacer Fábricos, Regios y otros hombres perfectamente íntegros a los ojos del mundo pero merecen tan poco ser llamados justicia, como el fruto del níspero merece ser llamado higo porque no llegamos a ser justos, como pretende Aristóteles, haciendo obras de justicia sino que hacemos tales obras cuando ya somos justos es preciso que primero se cambia la persona y después las obras. Abel fue primero agradable a Dios, y después su sacrificio. Lutero continua, os suplico que llenéis el deber de un amigo y de un cristiano, haciendo conocer estas cosas a Erasmo. Esta carta está fechada así.

A priesa, en el rincón de nuestro convento el 19 de Octubre 1516. Ella hace ver las relaciones de Lutero con Erasmo y muestra el sincero interés que tenía a lo que creía ser verdaderamente útil a aquel ilustre escritor. Más tarde, la oposición de Erasmo a la verdad obligó sin duda a Lutero combatirle abiertamente pero no lo hizo, sino después de haber procurado instruir a su antagonista.

150

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Se oía, pues, por fin, exponer ideas a la vez claras y profundas sobre la naturaleza del bien, al fin proclamaba el principio, que lo que constituye la bondad real de una obra, no es su forma exterior, sino el espíritu en que está hecha. Esto era dar un golpe mortal a todas las prácticas supersticiosas, que desde tantos siglos ahogaban la Iglesia, e impedían que creciesen y prosperasen en ella las virtudes cristianas.

Leo a Erasmo, escribía aun Lutero, pero de día en día pierde en mi opinión. Me gusta verle censurar con tanta ciencia y firmeza la crasa ignorancia de los curas y frailes; pero temo mucho que rinde pocos servicios a la doctrina de Jesucristo.

Prevalecen más en él las cosas humanas, que las divinas.1 Vivimos en tiempos peligrosos. Con saber el griego y el hebreo, no es un buen cristiano. Gerónimo, que sabía cinco lenguas, es inferior a Agustín, que solo comprendía una; aunque Erasmo piensa lo contrario. Yo guardo con cuidado mi opinión tocante a Erasmo, por no dar armas a sus adversarios. Puede ser que el Señor le ilumine a su tiempo. 2

La insuficiencia del hombre y la omnipotencia de Dios, tales eran las dos verdades que Lutero quería restablecer. ¡Cuán tristes son la religión y la filosofía, que entregan el hombre a sus fuerzas naturales! Los siglos han ensayado estas fuerzas tan preconizadas, y, mientras que el hombre ha llegado por sí mismo a cosas admirables en lo concerniente a su existencia terrestre, no ha podido jamás disipar las tinieblas que ocultan a su espíritu la conciencia del verdadero Dios, ni cambiar una sola propensión de su corazón.

La mayor sabiduría a que han llegado las inteligencias ambiciosas o las almas ardientes y deseosas de la perfección ha sido la de desesperar de si mismo.3 Es pues una doctrina generosa, consolante, y soberanamente verdadera la que nos descubre nuestra insuficiencia, para anunciarnos el poder de Dios por el que podemos todas las cosas. Grande es la Reformación, que reivindica en la tierra la gloria del cielo, y defiende entre los hombres los derechos del Dios fuerte.

Nadie conoció mejor que Lutero, la alianza íntima e indisoluble que une la salvación gratuita de Dios y las obras libres del hombre. Ninguno mostró mejor que él, que solo recibiendo todo de Cristo puede al hombre dar mucho a sus Es imposible, se dice hermanos. Siempre presentaba estas dos acciones, la de Dios y la del hombre, en el mismo cuadro. Así es que después de haber expuesto al hermano Spenlein, cual es la justicia que salva, añade, si crees firmemente, como debes, estas cosas (porque maldito es el que no las cree), acoge a tus hermanos ignorantes y errantes, como Jesucristo te acogió a ti mismo. Súfralos con paciencia, aprópiate de sus pecados, y, si tienes algo de bueno, hazles partícipes. Por tanto recibíos los unos a los otros, como Cristo os recibió para gloria de Dios, dice el apóstol. (Rom. XV., ver.

7.)

151

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Triste justicia es la que no quiere soportar a los demás, porque los encuentra malos y que solo piensa en buscar la soledad del desierto, en lugar de hacerles bien con la paciencia, la oración y el buen ejemplo. Si eres el lirio y la rosa de Cristo, sabe que tu vergel es entre las espinas. Cuida solamente que por tu impaciencia, tus juicios temerarios y tu orgullo secreto, no te conviertas tú mismo en espina.

Cristo reina en medio de sus enemigos si solo hubiera querido vivir entre los buenos, y morir solo por los que le aman, te pregunto, ¿por quién hubiera muerto y entre quienes hubiera vivido?

Es digno de ver como ponía Lutero en práctica aquellos preceptos de caridad. Un agustino de Erfurt, fray Jorge Leiffer, se hallaba en grandes tribulaciones. Lutero lo supo y ocho días después de haber escrito la carta a Spenlein, compadecido del pobre Jorge Leiffer, le escribió, he sabido que estáis agitados por muchas tempestades y que vuestro espíritu es impelido aquí y allí por las olas. La cruz de Cristo está dividida en toda la tierra y a cada uno le toca su parte. No desechéis pues la que os ha caído en suerte recibidla más bien como una santa reliquia, no en vaso de oro o plata, sino, lo que es mejor, en un corazón lleno de dulzura. Si el leño de la cruz ha sido de tal modo santificado, por la carne y sangre de Cristo, que lo consideramos como la reliquia más augusta ¿Cuánto más deben serlo para nosotros las injurias, las persecuciones, los padecimientos y el odio de los hombres?, puesto que no han sido tocados solamente por la carne de Cristo, sino que han sido abrazados, besados, y benditos por su inmensa caridad. 1

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FOOTNOTES

(1) Praf. ad gal.

* Non perspeculationem, sed perhanc viam practican).

(2) Omnes filii Adse sunt idolatra. (Decem precepta Wittembergensi populo pradicata perR. P. D. Martinum Luterum Aug. Anno 1516.) Esos sermones fueron predicados en alemán; citamos la edición latina, I., p. 1.

* Nisi ipse prote mortnus esset, teque servaret, nec tu, nec omnis (3) Omnes filii Adse sunt idolatra. (Decem precepta Wittembergensi populo pradicata perR. P. D. Martinum Luterum Aug. Anno 1516.) Esos sermones fueron predicados en alemán; citamos la edición latina, I., p. 1.

* Nisi ipse prote mortnus esset, teque servaret, nec tu, nec omnis (4) Tibi posset prodesse. (Por R. P. D. Mart. Luth., edición Latina I., p. 1.

152

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (5) At Jesús est veras, unus, solus Deus, quem cum habes, non habes alienum deum. (Decem pracepta Wittembergensi populo practíca la, I., p. 1.

(6) Revocabit igitur Lutherus hominum mentes ad Füium Dei (Me-lancht, Vit.

Luth.)

(7) Hujus doctrinae dulcedine pii omnes valdé capiebantur, et eruditis gratum erat. (Ibid.)

* Cluasi ex tenebris carcere, squalore educi Chrístum, prophetas, apostolos.

(Melancht., VitaL.)

(8) Orarlo non inlabris nasci, sed inpectore. (Ibid.) (9) Eique propter auctoritalem, quam sanctitate mornm antea peperat.

adsensenint. (Ibid.)

(10) Puto et hodié theologos omnes probos favere Luthero. (Erasmi, Epp. 1., 652.) (11) Tu, Domine Jesu, es justitia mea; ego autem sum peccatum tuum: tu assumpsisti raeum, et dedisti mihi tuum. (L. Epp. I., p. 17).

(12) Nonenim justa agendojusti effieimur: sed justifiendo etessendo operaraur justa, (L. Epp. I., p. 22.)

(13) Humana prcevalent ineo plus quam divina. Dabit ei Dominus intellectum suo forte tempore. (L. Epp. I., p. 52.)

(14) Due! i es posible el no pecari pregunta Epietéte, (IV., 12, 19).

(15) Sanctissimae reliquise deificae volontatis suse charitatae implexos, esculatse.

(L. Epp. L, 18.

153

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IX

Primeras tesis — Visitas de los conventos — Dresde — Erfurt — El prior Tornator —

Resultados de su viaje — Trabajos — Peste.

La enseñanza de Lutero producía sus efectos muchos de sus discípulos se sentían ya inclinados a profesar públicamente las verdades que las lecciones del maestro les habían revelado. Entre sus oyentes se hallaba un joven sabio, Bernardo de Feldkirchen, profesor de la Física de Aristóteles en la universidad, y que, cinco años después, fue el primer eclesiástico evangélico que abrazó el estado del matrimonio.

Lutero deseó que Feldkirchen sostuviese, bajo su presidencia, las tesis en las que estaban expuestos sus principios. Las doctrinas profesadas por Lutero adquirían así una nueva publicidad. La disputa tuvo lugar en 1516.

Este es el primer ataque de Lutero contra el reinado de los sofistas, y contra el papismo, como lo dice él mismo. Este ataque aunque fue débil, le causó más de una inquietud. Permito que se impriman estas proposiciones, dice muchos años después, publicándolas en sus obras, principalmente a fin de que la grandeza de mi causa y el suceso de que Dios la ha coronada, no me envanezcan porque mis proposiciones manifiestan plenamente mi ignominia, es decir, la enfermedad y la ignorancia, el temor y el temblor, con que empezó aquella lucha. Como yo estaba solo, me mezclé imprudentemente en aquel negocio. No pudiendo recular, concedí al papa muchos puntos importantes, y aun le adoré. 1

Hé aquí algunas de dichas proposiciones.

El hombre viejo es la vanidad de las vanidades, él es la universal vanidad y hace vanas a las demás criaturas, por buenas que sean. El hombre viejo es llamado la carne, no solo porque es conducido por la concupiscencia de los sentidos, sino también porque aun cuando fuese casto, prudente y justo, no es nacido de nuevo, de Dios, por el Espíritu. Un hombre que vive fuera de la gracia de Dios no puede observar el mandamiento de Dios, ni prepararse en todo o en parte a recibir la gracia, sino queda necesaria mente bajo el pecado. La voluntad del hombre sin la gracia, no es libre, sino esclava y lo es de su propia voluntad. Jesucristo, nuestra fuerza, nuestra justicia, el que sondea los corazones y los riñones, es el único escrutador y juez de nuestros méritos. Puesto que todo es posible por Cristo al que cree, es supersticioso buscar otros alusivos, sea en la voluntad humana, o sea en los santos.*

Aquella disputa hizo gran ruido y fue considerada como el principio de la reformación. Se acercaba el momento en que esta reformación iba a estallar. Dios se apresuraba a preparar el instrumento de que quería servirse. Habiendo hecho construir el elector una nueva iglesia en Wittemberg, a la que dio el nombre de Todos los Santos, envió a Staupitz a los Países Bajos para recoger allí las reliquias con las 154

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto que quería adornar el nuevo templo. El vicario general encargó a Lutero que le reemplazara durante su ausencia y en particular que hiciese la visita de cuarenta monasterios de la Misnia y de la Thuringe.

Lutero pasó primero a Grimma y de allí a Dresde. Por todas partes se esmeraba en establecer las verdades que había reconocido y en instruir a los miembros de su orden.

No os adhiráis a Aristóteles ni a otros doctores de una filosofía errónea, decía a los frailes, sino leed asiduamente la Palabra de Dios. No busquéis vuestra salvación en vuestras fuerzas y buenas obras, sino en los méritos de Cristo, y en la gracia divina.

1

Un fraile agustino de Dresde, se fugó de su convento y se fue a Mayence, donde fue recibido por el prior de los agustinos. Lutero escribió a este prior, pidiéndole aquella oveja descarriada y añadió estas palabras llenas de verdad y de caridad. Yo sé que es necesario que haya escándalos en el mundo. No es milagro que caiga el hombre, pero sí lo es el que el hombre se levante y se mantenga en pie. Pedro cayó para que supiese que era hombre. Se ven aun hoy día caer los cedros del Líbano, y, lo que excede toda imaginación, los ángeles mismos han caído en el cielo y Adán en el Paraíso, ¿por qué admirarse pues si una caña es agitada por el torbellino, y si la luz de la mariposa se apaga?

De Dresde, pasó Lutero a Erfurt y reapareció, para llenar las funciones de vicario general, en aquel mismo convento donde, once años antes, había dado cuerda al reloj, abierto la puerta, y barrido la iglesia. Nombró prior del convento a su amigo el bachiller Juan Lange, hombre sabio y piadoso, pero severo, y le exhortó a la paciencia y a la afabilidad. Revestíos, le escribió poco después, de un espíritu de dulzura hacia el prior de Núremberg esto es conveniente, porque el prior se halla revestido de un espíritu áspero y amargo. El amargor no se quita con el amargor, es decir, el diablo con el diablo, sino que lo dulce quita lo amargo, es decir, que el dedo de Dios ahuyenta los demonios. 5 Quizás debe sentirse que Lutero no se haya acordado de este excelente consejo en varias ocasiones.

No había más que divisiones en Neustadt sobre el rio Orla. En el convento reinaba la discordia y todos los frailes estaban en guerra con su prior y abrumaron a Lutero con sus quejas el prior Miguel Dressel o Tornator, como le llama Lutero traduciendo su nombre en latín, manifestó por su parte al doctor todas sus angustias. ¡La paz!, la paz!” decía. Buscáis la paz, respondió Lutero, pero buscáis la paz del mundo y no la de Cristo. ¿Ignoráis acaso que nuestro Dios ha colocado su paz en medio de la guerra?

No tiene paz el que por nadie es incomodad, pero el que, inquietado por todos los hombres y por todas las cosas de la vida, lo soporta todo con tranquilidad y alegría, ese tal posee la verdadera paz. Vosotros decís con Israel, ¡la paz, la paz! y no hay paz.

155

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Decid más bien con Cristo, ¡la cruz, la cruz! y no habrá cruz porque la cruz deja de ser cruz, desde que se dice con amor, ¡oh ¡bendita cruz! no hay leño semejante al tuyo. 1

Vuelto a Wittemberg, Lutero, queriendo poner fin a las disensiones de los frailes, les permitió que eligiesen otro prior.

Lutero volvió a Wittemberg después de una ausencia de seis semanas. Estaba entristecido por todo lo que había visto pero aquel viaje le hizo conocer mejor la Iglesia y el mundo le dio más seguridad en sus relaciones con los hombres y le ofreció muchas ocasiones de fundar escuelas, de instar con eficacia sobre esta verdad fundamental que, solo la Escritura Santa nos muestra el camino del cielo y de escoltar a los hermanos a vivir juntos santa, casta, y pacificamente. 11 No hay duda que durante este viaje derramó el reformador abundante semilla en los diversos conventos agustinos. Las ordenes monásticas, que fueron largo tiempo el apoyo de Roma, hicieron quizás más por la reformación que contra ella y esto es cierto, sobre todo con respecto de los agustinos. Casi todos los hombres de piedad, y de un espíritu libre y elevado, que vivían en los claustros, se volvieron hacia el Evangelio. Una sangre nueva y generosa, circuló pronto en aquellas ordenes que eran como las arterias de la catolicidad alemana.

Apenas se sabía algo en el mundo de las nuevas ideas del agustino de Wittemberg, cuando ya era el objeto principal de la conversación en los CAPÍTULOs y monasterios.

Más de un claustro se transformó así, en plantel de Reformadores. Cuando ya fueron establecidos los grandes y verdaderos principios, los hombres piadosos y fuertes salieron de su oscuridad y abandonaron el retiro de la vida monacal, para entrar en la carrera activa de ministros de la Palabra de Dios. En aquella inspección del año de 1516, Lutero despertó con sus palabras muchos espíritus aletargados por lo que fue llamado aquel año la estrella matutina del Día Evangélico.

Lutero se entregó de nuevo a sus ocupaciones ordinarias. En aquella época estaba agobiado de trabajo no solo era profesor, predicador, y confesor, sino que además tenía muchas ocupaciones temporales concernientes a su orden y a su convento. Necesito continuamente, escribía, de dos secretarios porque no hago casi otra cosa que escribir cartas en todo el día. Soy predicador del convento, lector del refectorio, pastor y predicador de la parroquia, director de estudios, vicario del prior (¡es decir once veces prior!), inspector de los estanques de Litzkau, abogado de las posadas de Herzberg en Torgau, lector de San Pablo, comentador de los salmos. Rara vez tengo tiempo para rezar las horas y cantar sin hablar del combate del espíritu contra la carne, con el diablo y el mundo… ¡Por esto verás si soy hombre desocupado!....1

Por aquel tiempo se declaró la peste en Wittemberg muchos estudiantes y doctores salieron de la ciudad, pero Lutero permaneció en ella. No sé, escribía a su amigo de Erfurt, si la peste me permitirá concluir la Epístola a los Gálatas. Esta peste, brusca 156

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto y rápida, hace grandes estragos, principalmente entre la juventud. Me aconsejáis que huya, ¿pero a dónde huiré? Espero que no se desplomara el mundo si cae fray Martín.

2

Si la peste hace progresos, dispersaré los hermanos por todos lados, pero yo, estoy puesto aquí y la obediencia no me permite huir, hasta que me vuelva a llamar el que me llamó a este puesto no es que yo no tema la muerte (porque no soy el apóstol Pablo, solo soy su comentador) pero espero que el Señor me librara del temor. Tal era la firmeza del doctor de Wittemberg. ¿El que no temía a la peste, temerá a Roma?

¿Cederá al terror del patíbulo?

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FOOTNOTES

(1) Sed etiam ultro adorabam. (L. jOpp. Lat., I., p. 50.) (2) L. Opp. (L.), XVII., p. 142, y en las obras latinas, tom. I., p. 51.

* Cum credenti omnia sint, auctore Christo, possibilia, supersti-tiosumest humano arbitrio, alus sanctis, alia deputari auxilia. (L. Opp. (L), XVII., p. 142, rt Opp.

Lat., tom. I., p. 51.)

(3) Hilscher's Luther's Anwesenheit inAlt-Dresden, 1728.

(4) Del primero mayo de 1516, Epp, I., p. 20. * L. Epp. I., p. 36.

(5) Nod enim asperasperum, id est non diabolus diabolum, sed ¡.uavis asperum, id est digitu» Dei ejicit daemonia.

(6) Tam citó enim crux cessat esse crnx, quam citó Isetus dixeris; Crux benedicta

! interligna nullum tale. (Epp. I., 27.)

(7) Heiliglich, friedlich, und züchtig. (Matth., p. 10 ) (8) Epp. I., p. 41, a Lange, a los 26 de Octubre de 1516.

(9) Duó fugíam t spero quod non corruet orbis, ruente fratre Martino. (Epp. I., p.

42. Ibid.)

157

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO X

Relaciones con el elector — Consejos al Capellán — El duque Jorge. — Lutero en la corte — Comida en la corte — Cena en casa de Emser.

El mismo valor que mostró Lutero a la vista de los males más terribles, lo desplegó ante los poderosos del mundo. El elector estaba muy satisfecho del vicario general, quien había hecho en los Países Bajos una buena cosecha de reliquias. Lutero da cuenta de ello a Spalatin. Es una cosa curiosa este asunto de reliquias, en el tiempo en que va empezar la Reformación. Seguramente que los reformadores ignoraban hasta donde debían ir a parar. Un obispado le parecía al elector ser la única recompensa digna del vicario general. Lutero, a quien Spalatin escribió sobre esto, desaprobó mucho esta idea.

Hay cosas que agradan a vuestro príncipe” respondió, y que sin embargo desagradan a Dios. No niego que no sea hábil en las cosas del mundo pero en las que conciernen a Dios y a la salud de las almas, le tengo por siete veces ciego, lo mismo que a Pfeffinger, su consejero. No digo esto a ocultas como un calumniador. No temáis el decírselo a ambos, porque estoy pronto yo mismo, y en toda ocasión, a decirles lo mismo cara a cara. ¿Porque queréis lanzar a ese hombre (Staupitz), al tempestuoso mar de cuidados episcopales?1

No se ofendía el elector de la franqueza de Lutero. El príncipe, le escribía Spalatin, habla de vos a menudo y con mucha consideración. Federico envió al fraile un paño muy fino para hacerse un hábito. Sería demasiado bueno, dijo Lutero, si no fuese un regalo de príncipe.

No soy digno de que nadie se acuerde de mí y aun menos un príncipe y un tan gran príncipe. Los que me son más útiles son los que tienen peor opinión de mí.1dad gracias a nuestro príncipe por su favor pero sabed que deseo no ser elogiado, ni de vos, ni de ningún hombre, porque toda alabanza de hombre es vana, y la que viene de Dios es la sola verdadera.

El excelente Capellán no quería ceñirse a sus funciones de la corte, deseaba hacerse útil al pueblo, pero, como otros muchos en todos tiempos, quería serlo sin herir los espíritus, sin irritar a nadie y conciliándose el aprecio general. “Indicadme,”

escribía a Lutero, algún escrito que traducir en lengua vulgar, pero un escrito que agrade generalmente y que al mismo tiempo sea útil. ¡Agradable y útil! respondió Lutero, semejante petición me sorprende. Cuánto más buenas son las cosas, tanto menos agradan. ¿Qué hay de más saludable que Jesucristo? y sin embargo es para la mayor parte olor de muerte. Vos me diréis que no que reis ser útil, sino a los que aman lo que es bueno en tal caso, haced solamente oír la voz de Jesucristo, seréis 158

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto agradable y útil, no lo dudéis, pero al menor número porque hay pocas ovejas en esta triste región de lobos. 2

Lutero recomendó sin embargo a su amigo, los sermones del dominicano Tauler.

Nunca he visto, dice, ni en latín ni en nuestra lengua, una teología más sana y más conforme al Evangelio. Estudiadla y veréis cuan dulce es el Señor, pero después que hayáis probado cuan amargo es todo lo que somos. 3

Lutero entro en relación con el duque Jorge de Sajonia en el año 151 7. La casa de Sajonia tenía entonces dos jefes. Dos príncipes, Ernesto y Alberto, arrebatados en su juventud del palacio de Altenbourg, por Kunz de Kaufungen, llegaron a ser, por el tratado de Leipzig, los fundadores de dos casas, que llevan todavía su nombre.

El elector Federico, hijo de Ernesto, era en la época, cuya historia escribimos, el jefe de la rama Ernestina y su primo, el duque Jorge el de la Albertina. Dresde y Leipzig se hallaban en los estados del duque y éste residía en la primera de dichas ciudades. Su madre, Sidonia, era hija del rey de Bohemia, Jorge Podiabrad. La larga lucha que la Bohemia había sostenido con Roma, desde los tiempos de Juan Huss, tuvo alguna influencia sobre el príncipe de Sajonia. Este se había mostrado muchas veces deseoso de una Reformación.

Este deseo le viene de su madre, decían, es por naturaleza enemigo del clero.1

Atormentaba de muchas maneras a los obispos, los abades, los canónigos y los frailes y su primo, el elector Federico, tuvo que intervenir más de una vez en su favor.

Parecía que el duque Jorge debía ser el más ardiente partidario de una Reformación.

El devoto Federico, al contrario, que en otro tiempo se había calzado las espuelas de Godefroy, en el santo sepulcro, que se había ceñido la deforme espada del conquistador de Jerusalén, y hecho el juramento de combatir por la Iglesia, como el valiente caballero de otro tiempo, parecía deber ser el más ardiente campeón de Roma. Pero, cuando se trata del Evangelio, todas las previsiones de la sabiduría humana se engañan muchas veces. Sucedió lo contrario de lo que se podía esperar. Se hubiera complacido el duque en humillar la Iglesia y sus miembros, en abatir también a los obispos, cuyo lujo asiático eclipsaba el suyo; pero recibir en su corazón la doctrina evangélica que debía humillarle, reconocerse pecador, culpable y incapaz de salvarse, a no ser por mera gracia, era otra cosa. Hubiera querido gozoso reformar a los demás: pero no pensaba en reformarse a sí mismo.

Hubiera quizás tratado de obligar al obispo de Mayence a contentarse con un solo obispado y a no tener más que catorce caballos en sus caballerizas, como lo ha dicho más de una vez pero, cuando vio parecer otro Reformador, cuando vi un simple fraile emprender esta obra, y que la reformación hacía muchos prosélitos entre la gente del pueblo, entonces el orgulloso nieto del rey Hussite se declaró el más violento adversario de la Reforma, después de haber sido su partidario.

159

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En el mes de Julio de 1317, el duque Jorge pidió a Staupitz que le enviara un predicador sabio y elocuente y éste le envió Lutero, recomendándole como hombre de gran ciencia y de conducta irreprensible. El príncipe le invitó predicar en Dresde en la capilla del palacio en el día de Santiago el Mayor.

Llegado aquel día, el duque y su sequito fueron a la capilla, para oír al predicador de Wittemberg. Lutero aprovechó con gusto aquella ocasión, para tributar homenaje la verdad en presencia de tan ilustre asamblea. Tomó por texto el evangelio del día, entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos, etc. (San Mateo, Cap. XX., Ver. de 20 a 23.) Habló sobre los deseos y los ruegos insensatos de los hombres, y se expresó con energía sobre la seguridad de la salvación, la que apoyó en el fundamento de que los que oyen con fe la palabra de Dios, son los verdaderos discípulos de Cristo, elegidos para la vida eterna. Trató después de la elección gratuita, y mostró que esta doctrina presentada en unión con la obra de Cristo, tiene gran fuerza para disipar los terrores de la conciencia; de suerte que los hombres, en lugar de alejarse del Dios santo a la vista de sus indignidades, son impelidos con dulzura a buscar en él su refugio. En fin, refirió una parábola de tres vírgenes, de la que dedujo instrucciones edificantes.

La palabra de la verdad hizo una profunda impresión a los oyentes. Dos de ellos principalmente parecían prestar una particular atención, al discurso del fraile de Wittemberg. Una de las dos personas era una dama de un exterior respetable, que se hallaba en los bancos de la corte, y en cuyas facciones se hubiera podido leer una emoción profunda. Se llamaba Madama de la Sale, y era camarera mayor de la duquesa. La otra persona era un licenciado en cánones, secretario y consejero del duque, Gerónimo Emser. Este era hombre de talento y de vastos conocimientos.

Cortesano y hábil político, hubiera querido contentar a la vez dos partidos opuestos, es decir, pasar a Roma por defensor del papado, y al mismo tiempo brillar en Alemania, entre los sabios del siglo pero, bajo este espíritu flexible, se ocultaba un carácter violento. Este personaje y Lutero se encontraron, por la primera vez, en la capilla del palacio; sin pensar que más tarde debían romper más de una lanza.

Llegó la hora de comer para los moradores del palacio y luego se hallaron reunidas en la mesa la familia ducal y las personas allegadas a la corte. La conversación cayó naturalmente sobre el predicador de la mañana. “Que tal os ha parecido el sermón?

dijo el duque a Madama de la Sale.

Si pudiera oír otro discurso semejante, respondió la dama, “moriría en paz.” “Y

yo,” respondió Jorge con cólera, daría una suma de dinero por no haberlo oído tales discursos solo son buenos para hacer pecar a las gentes con seguridad.

Así que fue conocida la opinión del amo, los cortesanos manifestaron sin rebozo su desaprobación, haciendo mil observaciones. Algunos pretendieron que Lutero, en su 160

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto parábola de las tres vírgenes, había hecho alusión a tres damas de la corte, sobre lo cual hubo interminable charla. Chancearon las tres damas que el fraile de Wittemberg, designó públicamente, según decían ellos. 1 Es un ignorante, decían unos, es un fraile orgulloso, decían otros y cada uno comentaba el sermón a su modo y hacía decir al predicador lo que quería. La verdad había sido anunciada a una corte mal dispuesta a recibirla y todos la criticaron. Pero mientras que la Palabra de Dios era así una ocasión de caer, para muchos, por la camarera mayor lo fue de levantarse.

Un mes después se puso enferma, abrazó con confianza la gracia del Salvador y murió llena de gozo. 1

En cuanto al duque, no oyó quizás en vano rendir homenaje a la verdad porque, cualquier que haya sido su oposición a la reforma durante su vida, se sabe que, a la hora de su muerte, declaró no tener esperanza sino en los méritos de Jesucristo.

Era natural que Emser hiciese los honores a Lutero, en nombre de su amo le convidó a cenar, Lutero rehusó, pero Emser insistió y le obligó aceptar. Lutero pensaba no encontrar sino algunos amigos, pero luego vio que le habían preparado un lazo. 3 Un maestro en artes de Leipzig y muchos dominicanos se hallaban en casa del secretario del príncipe. El maestro en artes, lleno de una alta idea de sí mismo, y de odio contra Lutero, le saludó con un aire amistoso y melifluo, pero luego se encolerizó y empezó a gritar. 3 Se trabo la pelea, y se disputó, dice Lutero, sobre las volverías de Aristóteles y de Santo Tomas:* al fin, Lutero desafió al maestro en artes a que definiese con toda la erudición de los tomistas, en qué consistía el cumplimiento de los Mandamientos de Dios. El maestro en artes, aunque se halló embarazado, conservó su serenidad, pagadme mis honorarios, dijo, tendiendo la mano, de Pastum.

Se hubiera dicho que quería empezar a dar una lección, como un maestro de escuela, considerando a los convidados como discípulos suyos. Esta extraña respuesta, añade el Reformador, nos hizo reír a todos y luego nos separamos.

Durante esta conversación, un domínico estuvo escuchando a la puerta, con intención de entrar y escupir a Lutero en su cara; se contuvo no obstante, pero se vanaglorió después. 5 Emser, contento de oír disputar a sus convidados, y que riendo mantenerse neutral, dio muchas disculpas a Lutero por lo que acababa de pasar. 6

Este volvió a Wittemberg.

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FOOTNOTES

(1)

Multa placent principi rao, quee Deo displicent. (L. Epp. I., p. 25.) (2)

Ti mihi maximé prosunt, qui mei pessimémeminerint. (L. Epp. I, p.45.) (3)

Gluó suut aliqua salubriora, eó minus placent. (L. Epp, 1.. p. 46.) 161

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (4)

Quam amaruin est quidquid nos sumus. (Ibid.)

(5)

L. Opp. (W.), XXII, p. 1849.

(6)

L. Opp. (W.), XXII., p. 1849.

(7)

Has tres postea inaula principis a me notatas garrierunt. (L. Epp.I.,85.) (8)

Keith, Leb. Lut., p- 32.

(9)

Intermedias me insidias conjectum. (L. Epp. I., 85.) (10)

Inme acriter et clamose invectus est. (Ibid.)

(11)

SuperAristotelis et Thomae nugis. (Ibid.)

(12)

Ne prodideret etin faciem meam spueret. (L. Epp. I., 85.) (13)

Eniie sese excusavit. (Ibid.)

162

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO XI