Historia de la Reformacion del Siglo Decimosesto Vol 1 by Jean Merle Henri D'Aubigne - HTML preview

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L. Opp. Leips. VII., 1086.

(2)

R«formation Sp.

(3)

Nicht die Werke treiben die Sünde aus; sondern die Austreibung der Sünile thut gute Werke. (L. Opp. L. XVII., p. 162.) (4)

Cbristus dein Gott wird dir nicht lügen, noch wanken. (L. Opp. L. XVII., p. 162.)

(5)

Ob es schon ein Weib oder ein Kind ware. (Ibid ) (6)

Also sieüt au dass die ganze Kirche voll von Vergebung der Sünde isL

(Ibid.)

(7)

Und Hauptmann im Felde bleibe. (Ibid.)

244

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 245

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO XI

Temores de los amigos de Lutero — Viage a Heidelberg — Bibra — El palacio palatino — Rompimiento — Las paradojas — Controversia — El auditorio —

Bucer — Brenz — Snepf — Conversaciones con Lutero — Trabajos de estos jovenes doctores — Efecto producido en Lutero — El viejo profesor — La ver dadera luz. — Llegada.

La llama encendida en Wittemberg debía necesariamente propagarse a otras partes. Lutero, no contento con anunciar la verdad del Evangelio en el lugar de su residencia, tanto la juventud académica, como al pueblo, deseaba esparcir en otros sitios la semilla de la Santa Doctrina. La orden de los agustinos debía convocar su capítulo general en Heidelberg, la primavera del año 1518, Lutero fue llamado a él, como uno de los hombres más distinguidos de su orden, sus amigos hicieron todo lo posible por disuadirle de emprender aquel viaje. En efecto, los frailes habían procurado hacer odioso el nombre de Lutero en todos los puntos por donde debía pasar a los insultos, juntaban las amenazas poco se necesitaba para escuchar en su tránsito un tumulto popular, cuya victima hubiera podido ser.

Sus amigos le decían, lo que no se atrevan hacer con violencia, lo harán a traición, Impero Lutero, no se detenía jamás en el cumplimiento de un deber, por el temor del peligro, aun el más inminente desechó pues los tímidos consejos de sus amigos, haciéndoles ver que confiaba enteramente en Aquel, bajo cuya protección quería emprender aquel viaje tan temible y luego que pasaron las fiestas de Pascua, se puso en marcha tranquila mente, a pie el 13 de Abril 1518.

Llevaba consigo un guía, llamado Urbano, que conducía su pequeño equipaje, y debía acompañarlo hasta Wurzbourg.

¡Cuántos pensamientos debieron presentarse en la mente del servidor del Señor durante aquel viaje! en Weissenfels, el pastor, que le era desconocido, lo reconoció al punto por el doctor de Wittemberg y le hizo buena acogida. En Erfurt, se le reunieron otros dos hermanos de la orden de los agustinos. En Judenbach, encontraron los tres al consejero intimo del elector, Degenhard Pfeffinger, que les hizo los honores de la posada en que le hallaron. He tenido el gusto, escribía Lutero a Spalatin, de hacer a este rico Señor más pobre de algunos cuartos, ya sabéis cuanto me agrada en toda ocasión hacer alguna brecha a los ricos, en beneficio de los pobres, principalmente si los ricos son amigos míos. Llegó a Cobourg, rendido de fatiga. Todo va bien, por la gracia de Dios, escribía, pero siento haber pecado en emprender a pie este viaje con todo, pienso que para tal pecado no necesito la 246

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto remisión de las indulgencias porque la contrición es perfecta y la satisfacción plena.

Estoy agobiado del cansancio y todos los carruajes están ocupados. ¿No es bastante y aun demasiada penitencia, contrición y satisfacción? El Reformador de la Alemania, no encontrando asiento en los carruajes públicos, ni ninguno que quisiese cederle el suyo, se vio precisado, en la mañana siguiente, y a pesar de su cansancio, a continuar desde Cobourg, humildemente a pie, llegó a Wurzbourg, el segundo domingo después de Pascua, hacia el anochecer; allí despachó su guía.

Hallábase en aquella ciudad, el obispo de Bibra, que había acogido con tanta aprobación las tesis de Lutero, quien llevaba para él una carta del elector de Sajonia.

El obispo, celebrando la ocasión que se presentaba de conocer personalmente aquel atrevido campeón de la verdad, se apresuró a hacerle llamar al palacio episcopal, fue a su encuentro, le habla con mucho afecto y ofreció darle un guía hasta Heidelberg pero Lutero había encontrado en Wurzbourg sus dos amigos, el vicario general Staupitz, y Lange, prior de Erfurt, quien le ofreció un asiento en su carruaje, dio pues las gracias a Bibra por su oferta y el día siguiente partieron de Wurzbourg, los tres amigos viajaron así por tres días conversando juntos y el 21 de Abril, llegaron a Heidelberg, donde Lutero fue a alojarse en el convento de loa agustinos.

El elector de Sajonia le había dado también una carta para el conde Palatino Wolfgang, duque de Baviera, Lutero pasó a su soberbio palacio, cuya situación es aun hoy día la admiración de los extranjeros el fraile de los llanos de Sajonia tenía un corazón que sabía admirar aquella posición de Heidelberg, en que se reunían los dos hermosos valles del Rhin y del Necker. Entregó su carta a Santiago Simler, intendente de la corte el cual, habiéndola leído, le dijo.

Por cierto, habéis traído una muy estimable carta de crédito. 1 El conde Palatino recibió a Lutero con mucha benevolencia y le convidó muchas veces a su mesa, igual mente que a Lange y Staupitz. Un recibimiento tan amistoso, causó el mayor consuelo a Lutero. Nos alegramos y divertimos unos y otros, en dulces y agradables conversaciones, dice, comiendo, bebiendo, pasando en revista todas las magnificencias del palacio Palatino, y admirando los ornatos, las armaduras, las corazas y en fin todo lo que contiene de notable este ilustre y verdaderamente real palacio. 3

Sin embargo, Lutero tenía que ocuparse en otra obra, debía trabajar mientras era tiempo. Trasladado a una universidad que ejercía un gran influjo en el oeste 247

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto y el sur de Alemania, debía descargar un golpe que conmoviese las iglesias de aquellos países.

Se dedicó pues a escribir tesis que se proponía sostener en un certamen público, esta clase de certámenes eran entonces bastante comunes pero Lutero creyó que, para que fuese útil el presente, debía cautivar viva mente los espíritus. Su carácter le inclinaba, por otra parte, presentar la verdad bajo un aspecto paradojal. Los profesores de la universidad no quisieron permitir que tuviese lugar la controversia en el grande oratorio de la misma, por lo que se tuvo que destinar una sala del convento de los agustinos. El 26 de abril fue el día fijado para el combate.

Heidelberg recibió más tarde la Palabra evangélica, el que hubiese asistido a la conferencia del convento, hubiera podido prever desde entonces, que la semilla del Evangelio daría frutos en aquella ciudad.

La reputación de Lutero atrajo un gran concurso de oyentes profesores, cortesanos, estudiantes, etc., asistieron en gran numero. He aquí algunas de las Paradojas del doctor; es el nombre que dio a sus tesis puede ser que aun en el día se le diese el mismo nombre, sin embargo sería fácil convertir estas Paradojas en proposiciones evidentes.

1a. La ley de Dios es una saludable doctrina de la vida; no obstante ella no puede ayudar al hombre en la investigación de la justicia; al contrario ella le perjudica

3a. Las obras del hombre, por buenas y bellas que puedan ser, no son sin embargo, según toda apariencia, más que pecados mortales.

4a. Las obras de Dios, por malas y deformes que puedan parecer, tienen no obstante un merito inmortal

7a. Las obras de los mismos justos serían pecados mor tales, si, llenos de un santo respeto al Señor, no temiesen que sus obras fuesen pecados mortales 1

9a. Decir que las obras hechas sin Cristo son, si, muertas, pero no mortales, es un olvido peligroso del temor de Dios

13a. El libre árbitrio, después de la caída del hombre, no es más que una mera palabra y, si el hombre hace lo que le es posible hacer, peca mortalmente 16a. Un hombre que cree llegar a conseguir la gracia, haciendo todo lo que le es posible hacer, añade un pecado a otro, y es dos veces culpable 248

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 18a. Es cierto que el hombre debe desesperar enteramente de sí mismo, a fin de hacerse capaz de recibir la gracia de Cristo

21a. Un teólogo de honor llama mal a lo que es bien y bien a lo que es mal; pero un teólogo de la cruz habla justamente de la cosa.

22a. La sabiduría que enseña a conocer las perfecciones invisibles en sus obras, hincha al hombre, lo ciega, y le endurece

23a. La ley provoca la cólera de Dios, mata, maldice, acusa, juzga, y condena todo lo que no está en Cristo 1

24a. Sin embargo, esta sabiduría (§ 22) no es mala, y la ley (§ 23) no es de desechar pero el hombre que no estudia la ciencia de Dios en la Cruz, cambia en mal todo lo que es bueno

25a. No es justificado el que hace muchas obras, sino el que, sin obras, cree mucho en Jesucristo

26a. La ley dice, ¡haz esto! y lo que ella manda no se hace jamás. La gracia dice,

¡cree en este! y ¡desde entonces todas las cosas están cumplidas.'

28a. El amor de Dios no encuentra nada en el hombre pero crea en él lo que el mismo hombre ama. El amor del hombre proviene de su bien-amado 3

Cinco Doctores en Teología atacaron aquellas tesis que habían leído con la extrañeza que causa la novedad. Aquella Teología les parecía muy extraordinaria, sin embargo, discutieron, según el testimonio del mismo Lutero, con una afabilidad que le inspiró mucho aprecio hacia ellos, pero al mismo tiempo con fuerza y discernimiento. Lutero, por su parte, mostró una dulzura admirable en sus respuestas, una incomparable paciencia en escuchar las objeciones de sus adversarios, y toda la vivacidad de san Pablo en resolver las dificultades que se le proponían. Sus respuestas, cortas, pero llenas de la Palabra de Dios, causaban admiración en todos los que las escuchaban. Es en todo semejante a Erasmo, decían muchos, pero le supera en una cosa, y es en que el profesa abiertamente lo que Erasmo no hace más que insinuar. 1

La controversia se acercaba a su fin. Los adversarios de Lutero se habían retirado con deshonor del campo de batalla el más joven de entre ellos, el doctor Jorge Niger, quedaba solo luchando con el vigoroso atleta y asustado de las proposiciones atrevidas del fraile agustino, no sabiendo ya a que argumentos apelar, gritó con el acento del temor, ¡sí nuestros aldeanos oyesen tales cosas, os 249

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto apedrearían y matarían!. 2 Estas palabras excitaron una risa general en el auditorio.

Nunca sin embargo hubo oyentes que escuchasen con tanta atención una controversia teológica. Las primeras palabras del reformador despertaron los espíritus, cuestiones, que poco antes hubieran mirado con indiferencia, inspiraban entonces mucho interés. En los rostros de muchos de los asistentes, se leían las nuevas ideas que hacía nacer en su espíritu, las atrevidas aserciones del doctor Sajón.

Tres jóvenes principalmente estaban vivamente conmovidos, uno de ellos, llamado Martin Bucer, era dominico, de 27 años de edad, quien, a pesar de las preocupaciones de su orden, parecía no querer perder ni siquiera una palabra del doctor. Nacido en una pequeña ciudad de Alsacia, entró a los 16 años en el convento y manifestó pronto tales disposiciones, que los frailes más instruidos concibieron grandes esperanzas del. 1 El será un día la honra de nuestra orden, decían ellos. Sus superiores le habían enviado a Heidelberg, a estudiar la filosofía, la teología, el griego y el hebreo. En aquel tiempo, estaba Erasmo publicando mu chas de sus obras y Bucer las leyó con avidez.

Poco después aparecieron los primeros escritos de Lutero. El estudiante alsaciano se dedicó a comparar la doctrina del reformador con las santas Escrituras, y algunas dudas nacieron en su espíritu, tocante a la verdad de la religión del papa.2 De este modo se esparcía la luz en aquel tiempo.

El elector Palatino distinguió al joven estudiante: su fuerte y sonora voz, el agrado de sus modales, la elocuencia de su palabra, y la libertad con que atacaba los vicios dominantes, hacían de él un predicador distinguido: fue nombrado capellán de la corte, y desempeñaba sus funciones cuando anunciaron el viaje a Heidelberg. ¡Qué alegría para Bucer! nadie fue tan solicito como él, en asistir a la sala del convente de los agustinos; llevó papel, plumas, y tintero, con idea de poner por escrito todo lo que dijese el doctor y, cuando su mano trazaba con rapidez las palabras de Lutero, la mano de Dios escribía en su corazón, con caracteres más indelebles, las grandes verdades que oía los primeros resplandores de la doctrina de la gracia se derramaron en su alma, en aquellos momentos memorables, 2 y el dominico fue convertido a Cristo.

No lejos de Bucer se hallaba Juan Brenz, o Brentius, que contaba entonces 19

años. Brenz, hijo de un magistrado de una ciudad de la Suabia, había sido inscrito a los 13 años en el registro de los estudiantes de Heidelberg. Nadie era más aplicado que él a media noche se levantaba y se ponía trabajar contrajo tal 250

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto costumbre de ello, que en toda su vida no pudo dormir después de dicha hora. Más tarde, consagró sus momentos tranquilos a la meditación de las Escrituras. Brenz fue uno de los primeros que apercibieron la nueva luz que parecía entonces en Alemania la acogió con una alma llena de amor, leyó con ansia los escritos de Lutero, ¡pero, cuál fue su dicha, cuando pudo oír al mismo en Heidelberg!, una de las proposiciones del doctor causó principalmente sensación en el joven Brenz, y fue esta

No es justificado delante de Dios el que hace muchas obras, sino el que, sin obras, cree mucho en Jesucristo.

Una piadosa mujer de Heilbronn, sobre el rio Necker, esposa de un senador de dicha ciudad, llamado Snepf, había consagrado al Señor, a imitación de Ana, su hijo primogénito, con el vivo deseo de verle entregado a la teología. Este joven, nacido en 1495, hizo rápidos progresos en las letras pero, sea por inclinación, sea por ambición, o por cumplir el deseo de su padre, se dedicó al estudio de la jurisprudencia. La piadosa madre veía con dolor a su hijo, a su Ehrard, seguir otra carrera que aquella a que le había consagrado. Ella le advertía, le instaba, le intimaba sin cesar que se acordara del voto que ella había hecho en el día de su nacimiento. En fin, vencido por la constancia de su madre, Ehrard Snepf se sometió y pronto se aficionó a sus nuevos estudios de tal modo, que nada hubiera podido separarlo de ellos.

Era íntimo amigo de Bucer y Brenz y conservó toda su vida la misma amistad, porque dice uno de sus historiadores, las amistades fundadas sobre el amor a las letras y la virtud, no se extinguen jamás. Ehrhard asistía, con sus dos amigos, a la conferencia de Heidelberg. Las Paradojas y la animosa lucha del doctor de Wittemberg le inspiraron un nuevo fervor abandonado la vana opinión de los meritos humanos, abrazó la doctrina de la justificación gratuita del pecador.

El día siguiente, Bucer fue a ver a Lutero. Tuve con él, dice, una conversación familiar y sin testigos, y la comida más exquisita, no por los platos de manjares, sino por las verdades que se me proponían. Cualquiera que fuese la objeción que yo hiciese, el doctor respondía a todo, y todo lo explicaba con la mayor claridad.

¡Oh, pluguiese Dios que tuviese tiempo para escribirte más!. 1 El mismo Lutero se enterneció al ver los sentimientos de Bucer.

Es el único hermano de su orden, escribía a Spalatin, que tenga buena fe es un joven de grandes esperanzas me ha tratado con sencillez, y tomado mucho interés en mi conversación es digno de nuestra confianza y de nuestro amor.

251

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Brenz, Snepf y otros más, impelidos por las nuevas verdades que empezaba a nacer en su espíritu, van también a ver a Lutero hablan, conferencian con él, y le piden aclaraciones sobre lo que no han comprendido: el reformador les responde, apoyándose en la Biblia cada palabra suya hace brotar en ellos una nueva luz, y un mundo nuevo se presenta a su vista.

Después de la partida de Lutero, aquellos hombres generosos empezaron a enseñar en Heidelberg. Era menester proseguir lo que el hombre de Dios había comenzado y no dejar apagar la antorcha que había encendido. Brenz, aunque muy joven todavía, explicó el Evangelio según san Mateo, al principio en su propia habitación y después llegando ella a ser demasiado pequeña, en la sala de filosofía.

Los teólogos, llenos de envidia al ver el gran concurso de oyentes que atraía aquel joven, se irritaron en extremo. Brenz tomó entonces las órdenes, y estableció sus lecturas en el colegio de los canónigos del Espíritu Santo. De este modo el fuego encendido en Sajonia, lo fue también en Heidelberg la luz multiplicaba sus focos era, como se ha dicho, la estación de siembra para el Palatinado.

Pero no fue solo el Palatinado el que recogió los frutos de la conferencia de Heidelberg. Aquellos briosos amigos de la verdad llegaron a ser pronto grandes luminares en la Iglesia; ocuparon todos puestos eminentes, y tomaron parte en muchos debates a los que dio lugar la reformación. Strasbourg, y más tarde Inglaterra, debieron a los trabajos de Bucer un conocimiento más puro de la verdad. Snepf la profesó desde luego en Marbourg, después en Stuttgard, en Tubingue, y en Gena. Brenz, después de haber enseñado en Heidelberg, lo hizo largo tiempo en Halle, en Suabia, y en Tubingue. Volveremos a hablar todavía de estos tres hombres.

Aquella conferencia produjo adelantos en Lutero, el cual progresaba de día en día en el conocimiento de la verdad. Soy, decía, de los que han adelantado escribiendo y instruyendo a otros, y no de los que de nada llegan a ser de repente grandes y sabios doctores.

Se regocijaba de ver con que ansia recibía la verdad naciente, la juventud de las escuelas, y se disipaba su desconsuelo de ver a los viejos doctores arraigados en sus opiniones.

Tengo la magnífica esperanza, decía, de que, del mismo modo que Cristo, rechazado por los judíos, se fue hacia los gentiles, veremos también ahora la verdadera teología que rechazan estos ancianos, de opiniones vanas y fantásticas, acogida por la nueva generación. 1

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Habiéndose cerrado el capítulo, trató Lutero de volver a Wittemberg. El conde Palatino le entregó, para el elector, una carta fechada el 1ro de Mayo, en la que decía, que Lutero había mostrado tanta habilidad en la conferencia, quedaba mucha gloria a la universidad de Wittemberg. ¡No quisieron permitir que volviese a pie:! los agustinos de Núremberg le condujeron hasta Wurzbourg, de allí pasó a Erfurt, con los hermanos de la misma ciudad. Apenas hubo llegado, se fue a la casa de Jodocus, su antiguo maestro. El viejo profesor, muy afectado y muy escandalizado del rumbo que había tomado su discípulo, acostumbraba poner, al frente de todas las sentencias de Lutero, un theta, letra de que se servían los griegos para indicar la condenación. 3 Había escrito Jodocus al joven doctor, haciéndole reconvenciones, y éste quería responder de palabra a sus cartas. No habiendo sido recibido, escribió a Jodocus.

“Toda la universidad, excepto un solo licenciado, piensa como yo hay más, el príncipe, el obispo, otros muchos prelados y todos los ciudadanos instruidos que tenemos, declaran unánimemente que hasta ahora no habían conocido, ni oído a Jesucristo y su Evangelio. Estoy pronto a recibir vuestras correcciones, y aun cuando sean duras, me parecerán suaves, desahogad pues vuestro corazón sin temor, descargad vuestra cólera yo no quiero ni puedo irritarme contra vos; Dios y mi conciencia me son testigos. 3

El viejo doctor quedó enternecido de los sentimientos de su antiguo discípulo: quiso probar si no habría medio de borrar el theta condenador; maestro y discípulo tuvieron una explicación, pero sin resultado. A lo menos, le he hecho comprender, dice Lutero, que todas sus sentencias son parecidas a aquel animal que, según dicen, se come a sí mismo. Pero es en vano hablar a un sordo: estos doctores se atienen testarudamente a sus frívolas distinciones, aunque confiesan no tener en su apoyo más que las luces de la razón natural, como ellos dicen, caos tenebroso, que no anunciamos otra luz que Jesucristo, única y verdadera luz. 4

Lutero salió de Erfurt, en el carruaje del convento, el que le condujo a Heisleben de allí, los agustinos del lugar, envanecidos con un doctor que daba tanto esplendor a su orden y a su ciudad, en que había nacido Lutero, le hicieron llevar.

Wittemberg, con sus propios caballos y a su costa. Todos querían dar una muestra de afecto y estimación a aquel hombre extraordinario, que cada día se hacía más celebre.

Llegó a Wittemberg el sábado después de la Ascensión. El viaje le hizo provecho y sus amigos le hallaron más fuerte y de mejor semblante que antes de su partida.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 1 Se alegraron de todo lo que les refirió. Lutero descansó algún tiempo de las fatigas de su viaje, y de la conferencia de Heidelberg pero aquel reposo no fue más que una prepa ración para emprender trabajos más rudos.

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FOOTNOTES

(1)

L. Epp. I., p. 98.

(2)

Pedester veniam. (L. Epp. I., p. 98.)

(3)

L. Epp. I., p. 105.

(4)

Ibid., p. 104.

(5)

Ibid., p. 106.

(6)

Ihr babtbei Gott einen kostlichen Credenz. (L. Epp. I., p. 111.) (7)

Ibid

(8)

Justorum opera essent mortalia nisi pio Dei timore, ab ipsismet jiistis, ut mortalia timerentur. (L. Qpp., Lat. L, p. 55.)

(9)

Lexiram Dei operatur, occidit, maledicit, reum facit, judicat, damnat, quicquid non est inChristo. (L. Opp., Lat., I., p. 55.) (10) Lex dicit: Fac hoc ! et numqiiam fit. Gratia dicit: Crede ¡n hune ! et jam Jacta sunt orania. (Ibid.)

(11) Amor Dei non invenit, sed ereat suurn diligibile; amor hominis fit a suo diligibili. (Ibid.)

(12) Bucer, dans Scultetet. Annal. evange]. renovat., p. 22.

(13) Si rustici hsec audirent, cene lapidibus vos obruerent et interfice-rent. (L.

Epp. I., p. 111.)

(14) Prudentioribus monachis spem de se prseclaram excitavit. (Melch., Adam., Vit. Buceri, p. 211.)

(15) Cum doctrinam ineis traditam cum sacris litteris contulisset, quaedam inpontificia religióne suspecta habere caepit. (Melch., Adam Vit. Buceri, p.

211.

(16) Prímam lucem purioris sententis de justificatione insuu pectore sensit.

(Ibid)

254

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (17) Ingens Dei beneficium laetus Brentius agnovit, et grata mente amplexus est. (Ibid.)

(18) Crebris interpellationibus eum voti quod de nato ipso fecerat, ad-rr.oneret; et a studio juris ad theologíam quasi conviciis avocare!. (Melch., Adami Snepfii Vita.)

(19) Gerdesius, Monument. antiq., etc.

(20) L. Epp., I., p. 412.

(21) L. Epp. L, p. 412.

(22) Veni autem curra qni ieram pedester. (L. Epp. I., p. 1 10.) (23) Omnibus placitis meis nigrum theta praefigit. (Ibid , p. 111.) (24) L. Epp., p. 111.

(25) Nisi dictamine rationis naturalis, quod apud nos idem est quod chaos tenebratum, qui non praedicamus aliam lucem, quam Christus Jesumlucem veram et solam. (L. Epp. I., p. 111.) (26) Lia ut nonnullis videar factus habitor et corpulentior. (Ibid.) 255

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto LIBRO CUARTO - LUTERO ANTE EL LEGADO. MAYO - DICIEMBRE, 1518.

CAPÍTULO I

Arrepentimiento — El Papa — León X — Lutero a su obispo — Lutero al papa —

Lutero al vicario general — Rovere al elector — Discursos sobre la excomunión —

Influencia y fuerza de Lutero.

La verdad levantó, por fin, la cabeza en el seno del cristianismo victorioso de los órganos inferiores del papado, ella debía entrar en lucha con su mismo jefe, vamos a ver a Lutero debatiéndose con Roma.

A su regreso de Heidelberg fue, cuando tomó este vuelo. Sus primeras tesis fueron mal comprendidas por lo que, resolvió exponer, con más claridad, el sentido de ellas.

Los clamores que un ciego odio arrancaba a sus enemigos, le hicieron conocer cuán importante era ganar, para la verdad, la parte más instruida de la nación y se decidió a apelar su dictamen, presentándole las bases sobre las que descansaban sus nuevas convicciones. Era preciso ya provocar las decisiones de Roma y no titubeó en enviar allá sus explicaciones mostrándolas con una mano, a los hombres imparciales e ilustrados de su pueblo, las ponía con la otra, ante el trono del soberano pontífice.

Aquellas explicaciones de sus tesis, que llamó resoluciones, 1 estaban escritas con mucha moderación.

Lutero procuraba atenuar los pasajes que más irritación habían causado, y en ello daba pruebas de una verdadera modestia pero, al mismo tiempo, se mostraba inalterable en sus convicciones y defendía con valor todas las proposiciones que la verdad le obligaba a sostener, repetía de nuevo, que todo cristiano que tiene un verdadero arrepentimiento, posee, sin indulgencia, la remisión de los pecados que el papa, lo mismo que el último de los sacerdotes, no puede más que declarar simplemente lo que Dios ha perdonado que el tesoro de los méritos de los santos, administrado por el papa, era una quimera y que la Santa Escritura era la única regla de la fe. Pero oigámosle a él mismo sobre algunos de estos puntos.

Empieza por establecer la naturaleza de la verdadera penitencia y opone este acto de Dios, que renueva al hombre, a las monerías de la iglesia romana. La palabra griega fie Tavo&Tte, dice, significa revestíos de un nuevo espíritu, de un nuevo sentimiento, tened una nueva naturaleza, de suerte que, dejando de ser terrestres, lleguéis a ser hombres del cielo. Cristo es un doctor del espíritu y no de la letra y sus palabras son espíritu y vida. El enseña, pues, un arrepentimiento según el espíritu y la verdad, y no esas penitencias exteriores, que pueden cumplir sin humillarse, los pecadores más orgullosos. El quiere un arrepentimiento que pueda cumplirse en 256

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto todas las situaciones de la vida, bajo la purpura de los reyes, lo mismo que bajo la sotana de los sacerdotes en medio de las pompas de Babilonia en donde se halló Daniel, igualmente que bajo los andrajos de los mendigos. 1

Más adelante se encuentran estas atrevidas palabras, Me cuido muy poco de lo que puede agradar o desagradar al papa, es hombre como los demás y ha habido muchos papas, que han amado no solo los vicios y los errores, sino también cosas más extraordinarias escucho al papa como papa, es decir cuando habla en los cánones, según los cánones, o cuando establece algún artículo en unión con un concilio pero no, cuando habla según su sentir.

¿Si yo obrase de otro modo?, ¿no debería decir, como los que no conocen a Jesucristo que los horribles asesinatos de cristianos, con los que se manchó Julio II, han sido beneficios de un piadoso pastor para las ovejas del Señor?

Extraño mucho, continua, la simplicidad de los que dicen, que las dos espadas del Evangelio representaban el poder espiritual y el poder material. Sí, el papa tiene una espada de acero y se presenta con ella a la cristiandad, no como un tierno padre, sino como un tirano temible. ¡Ah, Dios!, en su enojo, nos ha dado la espada que hemos querido y nos ha quitado la que hemos desdeñado. En ninguna parte del mundo hay guerras más terribles que entre los cristianos. ¿Por qué el espíritu hábil, que ha discurrido este bello comentario, no ha interpretado de un modo tan sutil la historia de las dos llaves entregadas a San Pedro y establecido como dogma de la Iglesia, que una de ellas sirve para abrir los tesoros del cielo y la otra los del mundo?

Es imposible, dice también, que un hombre sea cristiano, sin poseer a Cristo y si lo posee tiene al mismo tiempo, todo lo que está en Cristo. Lo que da la paz a nuestras conciencias, es que por la fe nuestros pecados no son ya nuestros, sino de Cristo, sobre quien los ha echado Dios y que, por otra parte, toda la justicia de Cristo esta en nosotros, a quienes nos la ha dado Dios. Cristo pone su mano en nosotros y somos sanos hecha sobre nosotros su manto y estamos cubiertos porque él es el Salvador de gloria, bendito eternamente.'

Con tal perspectiva de la riqueza de la salud eterna de Jesucristo, ya no había necesidad de indulgencias. Lutero, al mismo tiempo que atacaba el papado, hablaba ventajosamente de León X.

Los tiempos en que vivimos son tan malos, dice, que aun los mayores personajes no pueden socorrer a la Iglesia. Tenemos en el día un excelente papa en León X, su sinceridad y su ciencia no tiene regocijados, ¿Pero, qué puede hacer solo este hombre, tan amable y agradable?, era digno por cierto de ser papa en tiempos mejores en nuestros días no merecemos más que Julios II, y Alejandro VI. Contrayéndose luego al asunto, dice, voy a decirlo todo en dos palabras y animosamente. La Iglesia tiene 257

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto necesidad de una Reformación. Acaso no es esta obra de un solo hombre, como el papa, ni de muchos hombres, como los cardenales y los padres de los concilios sino que debe ser la del mundo entero o más bien es una obra que pertenece a Dios solo. En cuanto al tiempo en que debe empezar una tal reformación, solo lo sabe el que ha creado los tiempos. El dique está roto y no está ya en nuestro poder el contener las olas que se precipitan con ímpetu.

Tales son algunas de las declaraciones e ideas, que dirigía Lutero a los hombres instruidos de su patria. La fiesta de Pentecostés se acercaba y en aquella época, en que los apóstoles dieron el primer testimonio de su fe en Jesucristo, fue cuando el nuevo apóstol Lutero publicó aquel libro, lleno de vida, en el que imploraba de todo corazón una resurrección de la Iglesia. El sábado 22 de Mayo, 1518, víspera de Pentecostés, envió su obra al obispo de Brandeburgo, su ordinario, escribiéndole: Dignísimo Padre en Dios, hace tiempo que una nueva e inaudita doctrina, tocante a las indulgencias apostólicas, empezó a resonar en estos países y los sabios y los ignorantes se alteraron en tales circunstancias muchas personas, de las que algunas me eran conocidas y otras enteramente desconocidas, me solicitaron para que publicase, de viva voz o por escrito, mi opinión sobre dicha novedad, por no decir sobre la impudencia de aquella doctrina no quise romper el silencio y me mantuve retirado pero las cosas llegaron a tal punto, que la santidad del papa se halló comprometida.

¿Qué debía yo hacer?, pensé que no debía aprobar ni reprobar aquellas doctrinas, sino entablar una controversia sobre aquel punto importante, hasta que se hubiese pronunciado la santa Iglesia.

No habiéndose presentado nadie al combate, al que convoqué a todos y, habiendo sido consideradas mis tesis, no como materia de discusión, sino como proposiciones resueltas, 1 me veo obligado a publicar una explicación de ellas. Dignaos pues recibir estas inepcias 2 que os presento, cruentísimo obispo y, para que todo el mundo pueda ver que no obro con audacia, suplico a Vuestra Reverencia, que se digne tomar la pluma, y borrar o quemar todo lo que pueda desagradar. Sé que Jesucristo no tiene necesidad de mi trabajo y de mis servicios, y que sabrá bien, sin mí, anunciar buenas nuevas a su Iglesia. No es decir que las bulas y las amenazas de mis enemigos me espanten; muy al contrario si ellos no fueran tan impudentes y desvergonzados, nadie oiría hablar de mí; me encerraría en un rincón y estudiaría para mí solo. Si este asunto no es el de Dios, tampoco será el mío, ni el de ningún hombre, sino cosa de nada. Que se den gloria y honor a Aquel a quien pertenecen únicamente.

Lutero estaba lleno de respeto por el jefe de la Iglesia, suponía en León la justicia, y el amor sincero de la verdad, quiso pues dirigirse también a él ocho días después, el domingo de la Trinidad, 30 de Mayo 1518, le escribió una carta, de la que copiamos algunos pasajes.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Al muy bienaventurado Padre León X, soberano obispo, el hermano Martín Lutero, agustino, desea la salud eterna.

He sabido, santísimo Padre, que corren malos rumores tocantes a mí y que ponen mi nombre en mal olor ante vuestra santidad. Llámenme hereje, apostata, pérfido, y con otros mil nombres injuriosos. Lo que veo me asombra y lo que oigo me espanta pero el único fundamento de mi tranquilidad permanece inalterable es la conciencia pura y sosegada. Dignaos oírme, Santísimo Padre, a mí que no soy más que un niño y un ignorante.

Lutero refiere el origen de todo el asunto y luego continua así.

No se oían en todas las tabernas más que quejas sobre la avaricia de los sacerdotes, más que ataques contra el poder de las llaves y del soberano obispo toda la Alemania es testigo de ello y al oír tales cosas, mi celo por la gloria de Cristo me parece que se ha inflamado o si se quiere explicar de otro modo, mi joven y ardiente sangre se ha alborotado.

Advertí algunos príncipes de la Iglesia pero unos se burlaron de mí y otros se hicieron sordos el temor de vuestro nombre parecía retener a todos y entonces publiqué esta controversia. Y ved aquí, oh Santísimo Padre, el incendio que dicen haber convertido en llamas al mundo entero.

En tal estado, ¿qué debo hacer?, no puedo retractarme y veo que aquella publicación me atrae de todas partes un inconcebible odio. No me gusta parecer a la luz del mundo, porque carezco de ciencia y de espíritu y soy demasiado pequeño para cosas tan grandes, principalmente en este ilustre siglo en que el mismo Cicerón, si viviese, tendría que ocultarse en un rincón obscuro. 1

Pero, a fin de aplacar a mis adversarios y de responder las solicitaciones de muchas personas, publico mis pensamientos y los publico, Santo Padre, por estar más seguro al abrigo de vuestras alas. Así pues todos los que quieran, podrán comprender con que sencillez de corazón he pedido a la autoridad eclesiástica que me instruya y que respeto he manifestado al poder de las llaves. 5

Si yo no me hubiera conducido como se debe en el asunto, fuera imposible que el serenísimo señor Federico, duque y elector de Sajonia, que brilla entre los amigos de la verdad apostólica y cristiana, hubiese sufrido jamás, en su universidad de Wittemberg, a un hombre tan peligroso como pretenden que lo soy. Por tanto, Santísimo Padre, me pongo a los pies de vuestra santidad y me someto a ella, con todo lo que tengo y soy. Arruinad mi causa, o abrazadla, concededme la razón o negádmela dadme la vida o quitádmela, según os plazca reconoceré vuestra voz por la de Jesucristo, que preside y habla por vuestra boca si he merecido la muerte, no esquivo 259

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto el morir la tierra pertenece al Señor, con todo lo que contiene que él sea loado por toda la eternidad Amén ¡qué os mantenga eternamente! Amén.

Dado el día de la Santa Trinidad, año de 1518. Fray Martín Lutero, Agustino.

Cuanta humildad y verdad en aquel temor de Lutero, 6 más bien en la confesión que hace, de que su joven y ardiente sangre se ha inflamado quizás demasiado pronto.

En esto se ve el hombre sincero, que, no confiando en sí mismo, teme el influjo de las pasiones en sus acciones, aun las más conformes a la Palabra de Dios. Este lenguaje dista mucho del de un fanático orgulloso. Se ve en Lutero el deseo que tenía de atraer a León a la causa de la verdad de precaver todo rompimiento y de hacer dimanar de la cumbre de la Iglesia, aquella reformación cuya necesidad proclama. Ciertamente, no es a Lutero a quien se puede acusar de haber roto en Occidente aquella unidad, que tantos hombres de todos los partidos han echado de menos después por mantenerla, todo lo sacrificó Lutero todo, menos la verdad. Fueron sus adversarios y no él, quienes, negándose a reconocer la plenitud y suficiencia de la salvación obrada por Jesucristo, desgarraron, al pie de la cruz, la túnica del Señor.

En el mismo día que escribió la citada carta, Lutero se dirigió también a su amigo Staupitz, vicario general de su orden; pues quería hacer llegar a León sus Resoluciones, por conducto de dicho amigo.

Suplicaos, le dice, que aceptéis con benignidad las miserias 1 que os enviéis y que hagáis lleguen al excelente papa León X, no es mi ánimo comprometeros con esto en el peligro en el que me hallo, pues quiero sufrir solo las con secuencias. Jesucristo, sin cuya voluntad no puede moverse la lengua del papa, ni el corazón de los reyes resolver nada, Jesucristo verá si lo que digo viene de El o de mí.

En cuanto a los que me amenazan, solo tengo que responderles las palabras de Reuchlin. El pobre nada tiene que temer, porque nada tiene que perder. 2 Yo no tengo bienes ni dinero y tampoco pido nada de esto. Si tuve en otro tiempo alguna honra y buena fama, el que ha empezado a quitármelas acabe su obra. Todo lo que queda más que este miserable cuerpo, debilitado con tantas pruebas ¡qué lo maten por fuerza o con astucia, a la mayor gloria de Dios!, así abreviaran tal vez, de una o dos horas, el tiempo de mi vida me basta tener un precioso Redentor, un poderoso Sacrificador, Jesucristo mi Señor, a quien alabaré mientras tenga un soplo de vida si hay alguno que no quiera alabarlo conmigo, ¡qué me importa!, Estas palabras nos hacen leer perfectamente en el corazón de Lutero.

En tanto que él dirigía así, con confianza, sus miradas hacia Roma, Roma pensaba ya en venganzas contra él. El 3 de abril escribió el cardenal Rafael de Rovere al elector Federico, en nombre del papa, que se tenían algunas sospechas tocante a su fe, y que debía guardarse de proteger a Lutero. El cardenal Rafael, dice este, hubiera tenido 260

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto gran placer en verme quemado por el duque Federico. 1 De este modo empezaba Roma a afilar sus armas contra Lutero y quiso descargar el primer golpe, en el espíritu de su protector si Roma hubiese conseguido privar a Lutero del abrigo bajo el cual descansaba, fácilmente hubiera llegado a hacer su presa.

Los príncipes alemanes eran muy celosos de su reputación de príncipes cristianos la más leve sospecha de herejía, les atemorizaba y la corte de Roma supo aprovechar hábilmente de aquella disposición. Por otra parte Federico había sido siempre muy adicto a la religión de sus padres. La carta de Rafael hizo una viva impresión en su ánimo pero tenía por principio no precipitar las cosas, sabiendo que la verdad no está siempre de parte del más fuerte. Los asuntos del imperio con Roma, le habían enseñado a desconfiar de las miras interesadas de esta corte había llegado conocer que para ser príncipe cristiano, no era necesario ser esclavo del papa. No era el elector uno de aquellos espíritus profanos, dice Melanchton, que pretenden sofocar todas las innovaciones, luego que se ve el principio de ellas. 3 Federico se sometió a Dios, leyó con atención los escritos que se publicaban, y no permitió destruir lo que juzgaba verdadero.

Tenía poder para ello; soberano en sus estados, gozaba en el imperio de una consideración, por lo menos tan grande como la que tributaban al mismo emperador.

Es probable que Lutero hubiese sabido algo de la citada carta del cardenal Rafael, entregada al elector el 7 de Julio y la perspectiva de la excomunión que parecía presagiar esta misiva romana, fue acaso la que le hizo subir al púlpito en Wittemberg, el 15 del mismo mes y a pronunciar sobre aquel asunto un discurso que hizo una profunda impresión. Distinguió en él la excomunión interior de la exterior, la primera, que excluye de la comunión de Dios, de la segunda que solo excluye de las ceremonias de la Iglesia. Nadie puede, dice, reconciliar con Dios al alma decaída, si no es el Eterno. Nadie puede separar a un hombre de la comunión con Dios, si no es el mismo hombre, por sus propios pecados. ¡Bienaventurado el que muere excomulgado injustamente! porque al mismo tiempo que sufre un gran castigo de parte de los hombres, por amor de la justicia, recibe de la mano de Dios la corona de la felicidad eterna.

Algunos aprobaron mucho aquel lenguaje atrevido, pero otros lo desaprobaron más.

Empero ya no se hallaba Lutero solo, pues aunque su fe no tuviese necesidad de otro apoyo que del de Dios, se formó En torno de él una falange que le defendía contra sus enemigos. El pueblo alemán había oído la voz del reformador de sus discursos, y de sus escritos, salían centellas, que despertaban y iluminaban a sus contemporáneos la energía de su fe se precipitaba en torrentes de fuego sobre los corazones adormecidos la vida que Dios puso en aquella alma extraordinaria, se comunicaba al 261

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cuerpo muerto de la Iglesia. La cristiandad, inmóvil hacia tantos siglos, se animaba de un religioso entusiasmo la devoción del pueblo a las supersticiones de Roma, disminuía de día en día cada vez había menos manos que ofreciesen dinero para comprar el perdón, 1 y al mismo tiempo, la fama de Lutero no cesaba de aumentar, se volvían hacia él y lo saludaban con amor y respeto, como al intrépido defensor de la verdad y de la libertad sin duda no todos descubrían la profundidad de las doctrinas que anunciaba, bastaba al mayor numero el saber, que el nuevo doctor predicaba contra el papa, y que su poderosa palabra conmovía el imperio de los sacerdotes y Lutero de los frailes.

El ataque de Lutero era para ellos como uno de aquellos fuegos que se encienden en los montes, para anunciar a toda una nación el momento de romper sus cadenas.

El reformador poco consideraba aun todo lo que había hecho, cuando todo lo que había de generoso entre los suyos lo había ya reconocido con aplauso por su jefe pero, para muchos, la aparición de Lutero fue todavía más. La Palabra de Dios, que manejaba con tanto poder, penetró en los espíritus como una espada de dos filos. Se vio encender en muchos corazones un ardiente deseo de obtener la seguridad del perdón y la vida eterna. Desde los primeros siglos, no tuvo la Iglesia tanta hambre y sed de la justicia.

Si la palabra de Pedro el ermitaño y de Bernardo había influido en los pueblos de la edad media para hacerles tomar una cruz perecedera la palabra de Lutero contribuyó, en los de su tiempo, a que abrazaran la verdadera cruz, la verdad que salva. Las formas de la Iglesia habían destruido la vida, y la palabra poderosa, concedida a Lutero, esparció un soplo vivificante sobre el suelo de la cristiandad.

Al principio, los escritos de Lutero sedujeron tanto a los creyentes como a los incrédulos a estos, porque las doctrinas positivas, que debían establecerse más tarde, no estaban todavía plenamente desenvueltas en dichos escritos y a aquellos, porque las tales doctrinas se hallaban en germen en la fe viva, que se exponía en ellos con tanta fuerza así es que la influencia de dichos escritos fue inmensa, y ellos inundaron prontamente la Alemania y el mundo. En todas partes reinaba el íntimo sentimiento de que se presenciaba, no el establecimiento de una secta, sino un renacimiento de la Iglesia y de la sociedad. Los que nacieron entonces del soplo del Espíritu de Dios, se colocaron al rededor del que era su órgano. Lo cristiandad fue dividida en dos campos, unos combatieron con el Espíritu contra la forma, y otros con la forma contra el Espíritu. Al lado de la forma estaban, es verdad, todas las apariencias de la fuerza y de la grandeza y al lado del Espíritu la insuficiencia y la pequeñez pero la forma, destituida del espíritu, no es más que un cuerpo vacio, que puede ser abatido por el primer soplo la apariencia de su poder no sirve más que para causar la irritación contra ella y precipitar su fin. Se ve pues que la simple palabra de la verdad creó un poderoso ejército para Lutero.

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262

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto FOOTNOTES

(1) L. Opp. Leipz. XVII., p. de 29 a 113.

(2) Sobre la primera tesis

(3) Tesis 26. « Tesis 80. • Tesis 37

(4) Non ut disputabilia sed aaserta acciperentur. (L. Epp. I., p. 114.) * Ineptias.

(5) Sed cogit necesitas, me anserem strepere inier olores, añade (L. Epp. I., p. 21.) (6) Duam puré simpliciterque ecclesiastieam potestatem et reveren-tiam clavium quse sierim el coluerim. (Ibid.)

(7) Quaré, beatissime Pater, prostratum me pedibus tuse Beatitudinig offero, cum omnibus quse sum et habeo: vivifica, occide; voca, revoca; approba, reproba, ut placuerit. Vocem tnam, vocem Christi inte prasidentis et loquentis agnoscam.

Si mortem merui, mori non recusabo. (L. Epp., I., p. 121.) (8) Rcformation Bp. Q

(9) Sus Resoluciones.

(10) Aui pauperest nihil timet, nihil potest perdere. (L. Epp., 1., p. 118.) (11) L. Opp. (W.) XV., p. 339.

(12) Nec piofana judicia sequens quae tenera initia omnium mutatio-mim celerrimé opprimi jubent. (Melancht., Vita Luth.)

(13) Deo cessit, eteaquse vera esse judicavit, deleri non voluit. (Ibid.) (14) autem contra augebatur auctoritas, favor, fides, existima-tio, fama: qnod tam liber acerque videretur veritatis assertor. (Ibid.) (15) Rarescebant manus largentittm. (Cochlaeus, 7.) 263

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO II

Dieta en Augsbourg — El emperador al papa — El elector a Rovere — Lutero emplazado para Roma — Paz de Lutero — Intercesión de la universidad — Breve del papa — Indignación de Lutero.

Bien se necesitaba tal ejército, porque los grandes empezaban a inquietarse, y el imperio y la Iglesia unían ya sus esfuerzos, para desembarazarse de aquel importuno fraile. Si hubiera ocupado entonces el trono imperial un príncipe fuerte y animoso, hubiera podido aprovecharse de aquellas agitaciones religiosas, y, apoyado en la Palabra de Dios y en la nación, para dar un nuevo aliento a la antigua oposición contra el papa pero Maximiliano tenía demasiada edad y además estaba dispuesto a hacer todo sacrificio para conseguir lo que miraba como el objeto de su vida, que era la grandeza de su casa, y por consiguiente la elevación de su nieto.

El emperador Maximiliano celebraba entonces una dieta imperial en Augsbourg, a la que habían acudido seis electores en persona todos los estados germánicos se hallaban representados en ella, igualmente que los reyes de Francia, de Hungría, y de Polonia. Todos aquellos príncipes y embajadores, desplegaban una gran magnificencia. La guerra contra los turcos era uno de los motivos por los que se había reunido la dieta, a la cual exhortó vivamente el legado de León X. Los Estados, enterados del mal uso que habían hecho antes de sus contribuciones, y prudentemente aconsejados por el elector Federico, se contentaron con declarar que pensarían sobre el asunto, y expusieron al mismo tiempo nuevos agravios contra Roma. Un discurso Latino, publicado durante la dieta, indicaba valerosamente a los príncipes alemanes el verdadero peligro. Pretendéis, decía el autor, poner en fuga al Turco, está muy bien pero temo mucho que os equivoquéis acerca de su persona es en Italia y no en Asia, donde debéis buscarla. 1

Otro asunto no menos importante debía ocupar a la dieta. Maximiliano deseaba hacer proclamar rey de los Romanos y sucesor suyo en la dignidad imperial, a su nieto Carlos, que también era rey de España y de Nápoles. El papa conocía demasiado bien sus intereses, para desear ver el trono imperial ocupado por un príncipe cuyo poder en Italia, hubiese podido ser temible para él. El emperador creía haber atraído su favor la mayor parte de los electores y Estados pero encontró una enérgica oposición en Federico en vano le solicitó en vano los ministros y los mejores amigos del elector unieron sus ruegos a los del emperador se mantuvo firme y mostró en aquella ocasión, como se ha dicho, que estaba dotado de una alma fuerte y no desistía jamás de una resolución tomada, una vez reconocida su justicia. El plan del emperador se frustró y desde entonces procuró captivarse la benevolencia del papa, a fin de que favoreciese sus planes y, para darle una prueba particular de su adhesión, le inscribió, el 5 de Agosto, la siguiente carta:

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Santísimo Padre, hemos sabido, hace algunos días, que un hermano de la orden de los agustinos, llamado Martín Lutero, se ha puesto a sostener varias proposiciones sobre el comercio de las indulgencias lo que nos desagrada tanto más, cuanto que dicho hermano halla muchos protectores, entre los cuales hay personajes poderosos.

2 Si vuestra Santidad y los dignísimos Padres de la Iglesia (los cardenales), no emplean pronto su autoridad en poner fin a tales escándalos, dichos perniciosos doctores no solo seducirán a las gentes sencillas, sino que arrastraran a grandes príncipes en su ruina. Nosotros cuidaremos de que todo lo que vuestra Santidad ordene tocante a esto, para la gloria de Dios omnipotente, sea observado por todos en nuestro imperio.

Esta carta debió ser escrita a consecuencia de alguna discusión un poco viva entre Maximiliano y Federico. El mismo día escribió el elector a Rafael de Rovere había sabido sin duda que el emperador se dirigía al pontífice Romano, y, para parar el golpe, se ponía también en comunicación con Roma.

Nunca tendré otra voluntad, que la de mostrarme su miso a la Iglesia universal por lo que no he defendido jamás los escritos y sermones del doctor Martín Lutero, aunque he sabido que él se ha siempre ofrecido a comparecer, con un salvo conducto, ante los jueces imparciales, sabios y cristianos, para defender su doctrina, y someterse, en el caso en que se le convenciese por la misma Escritura.

León X, que hasta entonces había dejado correr el asunto, movido por los gritos de los teólogos y de los frailes, instituyó en Roma una corte eclesiástica encargada de juzgar a Lutero, y en la que era a la vez juez y acusador Silvestre Prierio, el grande enemigo del Reformador. Se instruyó pronto la causa y la corte intimó a Lutero a comparecer en persona ante ella, en el término de sesenta días.

Lutero esperaba tranquilamente, en Wittemberg, el buen efecto que pensaba debía producir la carta sumisa que dirigió al papa, cuando, el 7 de Agosto, solo dos días después del envío de las cartas de Maximiliano y de Federico, le entregaron el emplazamiento del tribunal romano. Cuando yo esperaba la bendición, dice, vi caer el rayo sobre mí. Yo era la oveja que enturbiaba el agua al lobo. Tezel escapó, y yo debía dejarme comer.

Aquel emplazamiento esparció la consternación en Wittemberg porque, cualquiera que fuese el partido que tomase Lutero, no podía evitar el peligro si se trasladaba a Roma, debía ser víctima de sus enemigos si rehusaba el ir allá, sería, según costumbre, condenado por contumaz sin poder escapar porque se sabía que el legado había recibido del papa la orden de hacer todo lo posible, a fin de irritar al emperador y a los príncipes alemanes contra el mismo Lutero. Sus amigos estaban consternados.

265

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto

¿Irá el doctor de la verdad a entregar su vida en aquella gran ciudad, embriagada con la sangre de los santos, y con la de los mártires de Jesús?, ¿bastara que se levante una cabeza en medio de la cristiandad subyugada, para que caiga?, ¿Lutero, a quien Dios parece haber formado para resistir a un poder al que hasta entonces nadie pudo resistir, será también inmolado? El mismo Lutero no veía más que el elector que pudiese salvarle pero prefería morir antes que comprometer a su príncipe, sus amigos imaginaron, por fin, para no exponer a Federico que niegue a Lutero un salvo conducto y éste tendrá un motivo legítimo para no comparecer en Roma.

El 8 de Agosto escribió Lutero a Spalatin, suplicándole que interpusiese el elector su influjo, para hacerle emplazar en algún punto de Alemania más bien que en Roma.

Ved, escribió también a Staupitz, de que ardides se valen para acercarse a mí, y como estoy rodeado de espinas. Pero Cristo vive y reina, ayer, hoy, y eternamente. Mi conciencia me asegura que es la verdad que he enseñado, aunque ella sea más odiosa todavía, por ser yo quien la enseño. La Iglesia es el vientre de Rebeca es menester que las criaturas se empujen hasta poner la madre en peligro. 1 Por lo demás pedid al Señor, que yo no me gloríe demasiado en esta prueba. ¡Qué Dios no les impute este mal!

Los amigos de Lutero no se contentaron con solo consultas y quejas. Spalatin escribió, de parte del elector a Renner, secretario del emperador, el doctor Martín consiente gustoso en tener por jueces a todas las universidades de Alemania, exceptuando las de Erfurt, de Leipzig y de Fráncfort sur l'Oder, que se han hecho sospechosas: le es imposible comparecer en Roma personalmente.

La Universidad de Wittemberg escribió al mismo papa una carta de intercesión, la debilidad del cuerpo de Lutero, decía ella hablando del mismo y los peligros del viaje le dificultan y aun imposibilitan para obedecer la orden de vuestra Santidad. Su pena y sus ruegos nos mueven a tener compasión de él. Os suplicamos pues, Santísimo Padre, como hijos obedientes, que os dignéis tener a Lutero por un hombre que no ha sido jamás manchado con doctrinas opuestas a la opinión de la iglesia universal.

La universidad, en su solicitud, se dirigió el mismo día a Carlos de Miltitz, gentil hombre sajón y camarero del papa, muy amado de León X. Ella rendía a Lutero, en dicha carta, un testimonio más fuerte todavía que el que había osado tributarle en la primera. El digno Padre Martín Lutero, agustino, decía ella, es el más noble y más honrado miembro de nuestra universidad. Hace muchos años que vemos y conocemos su habilidad, su saber, su alta inteligencia en las artes y en las letras, sus costumbres irreprehensibles y su conducta enteramente cristiana. 1

Esta activa caridad de todos los que rodeaban a Lutero, es su más bello elogio.

Mientras que esperaban con ansia el éxito de aquel asunto, su terminación se verificó más fácilmente de lo que se hubiera podido esperar el legado de Vio, humillado de no 266

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto haber logrado su fin en la comisión que había recibido de preparar una guerra general contra los turcos, deseaba real zar o ilustrar su embajada en Alemania con algún otro acto ruidoso creía que si sofocaba la herejía, podría reaparecer en Roma con gloria, pidió pues al papa que le confiase el asunto de Lutero. León por su parte agradecía a Federico, el haberse opuesto tan fuertemente a la elección del joven Carlos conocía que aun podría tener necesidad de su auxilio. Sin hablar más del emplazamiento, encargó a su legado, por un breve datado el 23 de Agosto, que examinara el asunto en Alemania. El papa no perdía nada en obrar de aquel modo y aun en caso de obligar a Lutero a una retractación, se evitaba el ruido y el escándalo que hubiera ocasionado su comparecencia en Roma.

Os encargamos, decía, que hagáis comparecer personalmente a vuestra presencia a Lutero, que le persigáis y constriñáis sin demora, y tan pronto como hayáis recibido este nuestro escrito, por cuanto dicho Lutero ha sido declarado hereje por nuestro caro hermano Gerónimo, obispo de Asculan.

Enseguida el papa prescribía contra Lutero las medidas más severas, Invocad al efecto el brazo y el auxilio de nuestro carísimo hijo en Cristo, Maximiliano y de los demás príncipes de la Alemania, de todas las comunidades, universidades, y potentados, eclesiásticos o seculares. Y si os apoderáis del dicho Lutero, hacedle guardar con seguridad, a fin de que sea conducido a nuestra presencia.

Se ve que aquella indulgente concesión del papa era una vía más segura para llevar a Lutero a Roma, luego siguen las medidas suaves, si vuelve a entrar en sí mismo y pide perdón por un tal crimen, espontáneamente y sin ser invitado a ello, os damos el poder de recibirle en la unidad de la santa madre Iglesia.

El papa vuelve luego a sus maldiciones, si persiste en su obstinación y que no podáis apoderaros de él, os damos el poder de proscribirle de todos los puntos de Alemania, de desterrar, maldecir, y de excomulgar a todos sus adherentes, y de mandar a todos los cristianos que eviten su presencia.

Sin embargo no es bastante todavía.

Y a fin, continúa el papa, de que el contagio se expire más fácilmente, excomulgareis a todos los prelados, órdenes religiosas, universidades, ayuntamientos, condes, duques y potentados, excepto al emperador Maximiliano, que no capturaren a dicho Martín Lutero y a sus adherentes y no os los enviasen bajo buena y fiel custodia.

Y si, lo que Dios no plegue, los dichos príncipes, ayuntamientos, universidades y potentados, o cualquiera que de ellos dependiese, ofreciesen de alguna manera asilo 267

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto al dicho Martín y a sus adherentes, le diese públicamente o en secreto, por si o por otros, auxilios y consejos, ponemos en entredicho a tales príncipes, ayuntamientos, universidades y potentados, con sus ciudades, villas, pueblos y aldeas, igualmente que a las mismas ciudades, villas, pueblos y aldeas en las que pudiera refugiarse el dicho Martín, y por todo el tiempo que permaneciere en ellos y tres días más después que se haya ausentado.

Este trono audaz, que pretende representar en la tierra al que ha dicho, Dios ha enviado su Hijo al mundo no para condenar el mundo, sino para que el mundo sea salvado por él, continúa sus anatemas y después de haber dictado las penas contra los eclesiásticos, dice:

Por lo que toca a los laicos, si no obedecen al punto, sin demora ni oposición, a vuestras órdenes, los declaramos infames, a excepción del dignísimo emperador, inhábiles para cumplir todo acto legitimo, privados de la sepultura eclesiástica y despojada de todos los feudos que tengan, sea de la silla apostólica, o de cualquier Señor que puede ser. 1

Tal era la suerte reservada a Lutero. El monarca de Roma todo lo conjuró para su pérdida; todo lo removió, hasta la paz de los sepulcros; su ruina parecía inevitable;

¿Cómo se sustraerá a aquella inmensa conjuración? Pero Roma se engañó; el movimiento producido por el espíritu de Dios, no podía ser paralizado por los decretos de la cancillería.

No observaron ni aun las apariencias de una justa 6 imparcial sumaria. Lutero fue declarado hereje, no solo antes de ser oído, sino también antes de la expiración del plazo que se le dio para comparecer. Las pasiones, y en ningún caso se muestran tan fuertes como en las discusiones religiosas, se desentienden de todas las formas de la justicia. No solo en la Iglesia romana, si que también en las iglesias protestantes, se han desviado del Evangelio y en todas partes donde no se halla la verdad, se ven tan injustos procedimientos. Todo es bueno contra el Evangelio, frecuentemente se ven hombres que tienen escrúpulo de cometer la menor injusticia, pero que tratándose del cristianismo y del testimonio que se le rinde, no temen hollar bajo sus pies todas las reglas y todos los derechos.

Algún tiempo después, cuando tuvo Lutero conocimiento del citado breve, manifestó su indignación, he aquí, dice, lo más particular del asunto, el breve fue dado el 23 de Agosto y yo fui emplazado el 7 del mismo, de suerte que entre el emplazamiento y el breve han trascurrido diez y seis días, ahora bien, hágase la cuenta y se verá que el ilustrísimo Gerónimo, obispo de Asculan, ha procedido contra mí, sentenciándome, condenándome y declarándome hereje, antes que yo recibiese el emplazamiento o a lo más diez y seis días después que me fue comunicado; luego, pregunto, ¿dónde están los sesenta días que se me concedieron en el emplazamiento?

268

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Ellos empezaron el 7 de Agosto y debían concluir el 7 de Octubre emplazar, exhortar, acusar, juzgar, condenar y declarar condenado, en un mismo día, a un hombre que vive tan distante de Roma y que ignora todas estas cosas, ¿es acaso el estilo y la moda de la corte de Roma? Que responden a todo esto sin duda que ha olvidado el purgarse la cabeza con el dedo, antes de poner en ejecución tales mentiras. 1

Pero al mismo tiempo que Roma confiaba clandestinamente sus rayos a su legado, ella procuraba, con suaves y lisonjeras palabras, separar de la causa de Lutero, al príncipe cuyo poder tenía.

El mismo día, 23 de Agosto 1535, escribió el papa al elector de Sajonia, valiéndose de los ardides de la vieja política que hemos indicado ya y esmerándose en lisonjear el amor propio del príncipe, caro hijo, decía el pontífice de Roma, cuando pensamos en vuestra noble y loable prosapia, de la que sois el jefe y ornamento cuando recordamos como habéis deseado siempre, vos y vuestros antepasados, mantener la fe cristiana y el honor y la dignidad de la santa Sede, no podemos creer que un hombre que abandona la fe, pueda apoyarse en el favor de vuestra Alteza, y soltar audazmente la rienda a su malignidad. Sin embargo, nos avisan de todas partes, que un cierto hermano Martín Lutero, ermitaño de la orden de San Agustín, ha olvidado, como hijo de malicia y menospreciador de Adiós, de su hábito y de su orden, que consiste en la humildad y en la obediencia, y que se jacta de no temer ni a la autoridad ni al castigo de ningún hombre, seguro como está de vuestro favor y protección.

Pero como sabemos que él se engaña, tenemos a bien escribir a vuestra Alteza, y exhortaros, según el Señor, a velar por el honor del nombre de un príncipe tan cristiano como vos, a defenderos de las calumnias de dicho hermano Lutero, Vos, el ornamento, la gloria, y el buen olor de vuestra noble prosapia, y a guardaros no solo de una falta tan grave como la que se os imputa, sino aun de la sospecha misma que la insensata osadía de dicho hermano, hace caer sobre vos.

León X anunciaba, al mismo tiempo a Federico, que había encargado al cardenal de San Sixto que examinara el asunto y le ordenaba que entregase a Lutero en manos del legado, por temor, añadía, volviendo aun a su argumento favorito, de que las gentes piadosas, de nuestro tiempo o del venidero, no puedan lamentarse un día y decir, la herejía más perniciosa de que haya sido afligida la Iglesia de Dios, se ha levantado con el auxilio y favor de esta alta y loable casa. 1

De este modo tomó Roma todas sus medidas con una mano hacia respirar el aroma siempre agradable de la alabanza y con la otra ocultaba sus venganzas y sus terrores.

Todos los poderes de la tierra, emperador, papa, príncipes y legados, empezaban a moverse contra el humilde hermano de Erfurt, cuyos combates interiores hemos presenciado. Los reyes de la tierra se reunieron, y trataron juntos contra el Señor y contra su ungido. (P. II., ver. 2.)

269

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto ________________________________

FOOTNOTES

(1)

Schróck, K. Gesch. n. d. R. I., p. 156.

(2)

Defensores et patronos etiam potente quos dictus frater consecutus est.

(Raynald., ad. ann. 1518.)

(3)

L. Opp. (L.), XVTI. p, 169.

(4)

Reformatioa 9p. 16*

(5)

Uterus RebeccEB est: parvulos ineo collidi necesse est, etiam cisque ad periculum malris. (L. Epp., I., p. 138.)

(6)

L Opp. (L.), XVII., p. 173.

(7)

L. Opp. fLat.), I., 183 y 184. L. Opp. (L ), XVII., 171 y 172.

(8)

Dictum Lutherum haereticum perpraedictum auditorem jam declaratum.

(Breve Leonis X. ad Thomam.)

(9)

Brachio cogas atque compellas, eteo inpotestale tua redacto eum subfideli custodia retineas, ut coram nobis sistatur. (Ibid.) (10) Infamiae et inhabilitatis ad omnes actus legítimos, eclesiásticae sepulturae, privationis quoque feudorum, (Breve Leonis X. ad Thomam) (11) L. Opp. (L.), XVII., p. 176.

(12) L. Opp. (L ), p. 173.

CAPÍTULO III

El armero Schwarzerd — Su mujer — Felipe — Su talento — Sus estudios — La Biblia — Llamada a Wittemberg — Partida y viaje de Melanchton — Leipsig. —

270

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Equivocación — Gozo de Lutero — Paralelo — Revolución en la enseñanza — Estudio del griego.

Aquella carta y aquel breve de que hemos hablado, no habían llegado aún a Alemania, cuando un feliz suceso vino a consolar el corazón de Lutero, que temía verse obligado a comparecer en Roma. Le hacía falta un amigo en quien pudiese desahogar sus penas, y cuyo fiel afecto le consolara en los momentos de abatimiento y Dios le hizo encontrar todo esto en Melanchton.

Jorge Schwarzerd, era un maestro armero hábil de Bretten, pequeña ciudad del Palatinado. El 14 de Febrero 1497 tuvo un hijo, a quien hizo poner el nombre de Felipe y se hizo ilustre después, bajo el nombre de Melanchton. Bien visto de los príncipes palatinos y de los de Baviera y de Sajonia, Jorge estaba dotado de la más perfecta rectitud. Muchas veces rehusaba el precio que le ofrecían los compradores y si sabía que eran pobres, les devolvía su dinero. Tenía costumbre de levantarse a media noche y hacer de rodillas su oración si veía por casualidad llegar la mañana sin haberla hecho, estaba desazonado todo el día. Bárbara, mujer de Schwarzerd, era hija de un magistrado honrado, llamado Juan Reuter, ella era de un tierno carácter, algo inclinada a la superstición, por lo demás muy honesta y prudente. De ella son estas antiguas rimas alemanes:

(a) Faire aumóne n'appauvrit pas. Etre au temple n'empéche pas. Graisser le char n'arréte pas, Bien mal acquis ne produit pas. Liyre de Dieu ne trompe pas.

(b) Y estas otras: Ceux qui veulent plus dépenser Que leur champ ne peut rendre, Devront finir par se ruiner, Plus d'un se fera pendre.'

El joven Felipe aun no tenía once años, cuando murió su padre: dos días antes de su muerte hizo acercar a su hijo a donde se hallaba postrado, y le exhortó a conservar siempre la presencia de Dios: Preveo, dijo el moribundo armero, que llegaran terribles tempestades a conmover el mundo: yo he visto grandes cosas, pero mayores son las que se preparan.

¡Qué Dios te conduzca y te dirija! Después que Felipe hubo recibido la bendición paterna, fue enviado a Spiro, para que no presenciara la muerte de su padre, se alejó, derramando lágrimas.

El abuelo del muchacho, el digno alcalde Reuter, que también tenía un hijo, sirvió de padre a Felipe y le recibió en su casa con su hermano Jorge. Poco tiempo después, dio por preceptor a los tres muchachos a Juan Hungarus, excelente hombre, que después y hasta la edad más avanzada, anunció el Evangelio con gran fervor. No perdonaba nada a los jóvenes, antes bien los castigaba por cada falta, pero con prudencia, así es, decía Melanchton en 1554, como ha hecho de mí un gramático me 271

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto quería como a un hijo, yo le amaba como a un padre y espero que nos volveremos a ver en la vida eterna. 2

Felipe se distinguió por la excelencia de su espíritu, por su facilidad de aprender y en recitar lo que había aprendido. No podía estar ocioso y buscaba siempre alguno con quien discutir sobre lo que había oído. Pasaban con frecuencia extranjeros instruidos por Bretten, y visitaban a Reuter y al punto el nieto del alcalde se acercaba a ellos, entablaba conversación y les apuraba de tal modo en la discusión, que quedaban admirados. Reunía el vigor del talento y la dulzura del carácter, conciliándose así el afecto de todos. Era tartamudo pero, como el ilustre orador de los griegos, se aplicó con tanto empeño a corregir aquel defecto, que al fin consiguió a extirparlo radicalmente.

Habiendo fallecido su abuelo, el joven Felipe fue enviado, con su hermano y su joven tío Juan, a la escuela de Pforzheim. Aquellos jóvenes vivían en casa de una pariente suya, hermana del famoso Reuchlin. Ansioso de instruirse, Felipe hizo, bajo la dirección de Jorge Simler, rápidos progresos en las ciencias, y principalmente en el estudio de la lengua griega, a la que tenía mucha inclinación. Reuchlin solía ir a menudo a Pforzheim y conoció, en casa de su hermana, a los jóvenes pupilos no tardó en quedar sorprendido de las respuestas de Felipe y le dio una gramática griega y una biblia, dos libros que debían hacer el estudio de su vida.

Cuando Reuchlin volvió de su segundo viaje de Italia, su joven pariente, de edad de doce años, celebró el día de su arribo, representando en su presencia, con algunos amigos, una comedia latina, compuesta por él mismo, Reuchlin, encantado del talento del joven, le abrazó tiernamente, lo llamó su amado hijo y le dio, riendo, el bonete encarnado que recibió cuando fue nombrado doctor. Entonces fue cuando Reuchlin cambió a Felipe, su apellido de Schwarzerd, en el de Melanchton. Estas dos palabras significan tierra negra en alemán, y la otra en griego. Los más de los sabios traducían entonces sus nombres en griego o en latín.

A la edad de doce años Melanchton entró en la Universidad de Heidelberg, donde empezó a apagar la sed de ciencia que le devoraba y fue recibido bachiller a la edad de catorce años. En 1512, Reuchlin le llamó a Tubingue, donde se hallaban reunidos muchos sabios distinguidos.

Melanchton asistía a un tiempo a las lecciones de los teólogos, a las de los médicos y a las de los jurisconsultos. No había conocimiento que creyese deber ignorar y no buscaba en la ciencia la vanidad, pero sí su posesión y sus frutos. La santa Escritura le ocupaba principalmente. Los que frecuentaban la iglesia de Tubingue, habían notado que tenía muchas veces entre manos un libro, en el que leía durante el servicio divino. Aquel desconocido volumen parecía mayor que los manuales de oraciones y se divulgó el rumor de que Felipe leía entonces obras profanas pero se vio que el libro 272

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto que había inspirado tal sospecha, era un ejemplar de las Santas Escrituras, impreso hacía poco tiempo en Bale, por Juan Frobenius. Continuó toda su vida aquella lectura con la más asidua aplicación siempre llevaba consigo aquel precioso volumen a todas las asambleas públicas a las que era llamado. 1 Despreciando los sistemas de los escolásticos, se atenía a la simple palabra del Evangelio.

Erasmo escribía entonces a Ecolampadio, tengo los sentimientos más distinguidos y las esperanzas más magnificas de Melanchton que Cristo haga solamente que nos sobreviva largo tiempo y eclipsara totalmente a Erasmo. 2 Sin embargo, Melanchton participaba de los errores de su siglo. Me estremezco,” dice en una edad avanzada de su vida, cuando pienso en la adoración que yo daba a las estatuas, cuando pertenecía aun al papismo. 3

En 1514, de edad de 17 años, fue nombrado Doctor en Filosofía y empezó a enseñar. La gracia, el atractivo, que sabía dar a sus enseñanzas, hacía un gran contraste con el método falto de gusto que los doctores y en especial los frailes, habían seguido hasta entonces. Tomó mucha parte en el combate en el que Reuchlin se hallaba comprometido con los ignorantes de su siglo. De una conversación agradable, de modales afables y elegantes, querido de todos los que le conocían, gozó pronto entre los sabios de una grande autoridad, y de una sólida reputación.

En aquel tiempo concibió el elector Federico, la idea de llamar un sabio distinguido para profesor de lenguas antiguas, a su Universidad de Wittemberg se dirigió a Reuchlin y éste le indicó a Melancthon. Federico conoció que este joven helenista daría mucho brillo a la institución que tan cara le era. Reuchlin, gozoso de ver presentarse tan bella perspectiva para su joven amigo, le escribió estas palabras del Eterno a Abraban, sal de tu país, de tu parentela, y de la casa de tu padre y yo ensalzaré tu nombre y serás bendito. Sí, continua el anciano, espero que suceda lo mismo contigo, mi querido Felipe, mi obra y mi consuelo.1

Melanchton reconoció en aquella vocación una llamada de Dios. La universidad sintió mucho su separación aun que tenía en ella envidiosos y enemigos. Dejó su patria exclamando: Cúmplase la voluntad del Señor l Tenía entonces 21 años.

Melanchton hizo el viaje a caballo, agregándose con algunos mercaderes sajones, como se suele reunir a una caravana en el desierto porque dice Reuchlin, no conocía el país ni los caminos. 3 Presentó sus respetos al elector, que se hallaba en Augsburg.

En Núremberg vio al excelente Pirckheimer, a quien conocía ya y en Leipzig hizo amistad con el docto helenista Mosellanus. La universidad dio en esta última ciudad un festín en su obsequio. Era un banquete verdaderamente académico, con abundancia de platos y cada vez que presentaban uno, se levantaba uno de los profesores y dirigía a Melanchton un discurso en latín, preparado de antemano este improvisaba al punto una respuesta al fin cansado de tanta elocuencia, ilustrísimos 273

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto señores, les dijo, permitidme que responda de una vez a todas vuestras arengas porque no estando preparado, no podría variar tanto mis respuestas como vosotros vuestras alocuciones. Desde entonces llegaron los platos, sin acompañamiento de discurso. 1

El joven pariente de Reuchlin, llegó a Wittemberg el 25 de Agosto, 1518, dos días después que León X. hubo firmado el breve dirigido a Cayetano, y la carta al elector.

Los profesores de Wittemberg no recibieron a Melanchton con tanta consideración como lo habían hecho los de Leipzig. La primera impresión que produjo en ellos, no correspondió a lo que se figuraban: vieron un joven que aparentaba ser aun más joven de lo que era, de una estatura poco aventajada, de un genio corto y tímido. ¿Es éste el ilustre doctor que los mayores hombres del día, Erasmo y Reuchlin, ensalzan tanto?

Ni Lutero, con quien se relacionó desde luego, ni sus colegas, concibieron grandes esperanzas de él, viendo su juventud, su cortedad, y sus modales.

Cuatro días después de su llegada, el 22 de Agosto, pronunció un discurso de inauguración toda la universidad se hallaba reunida, el muchacho, como le llama Lutero, 2 habló con un latín tan elegante, y descubrió tanta ciencia, un entendimiento tan cultivado, y un juicio tan sano, que todos sus oyentes quedaron admirados.

Terminado el discurso, todos se apresuraron a felicitarle pero nadie se alegró tanto como Lutero, el cual comunicó a sus amigos los sentimientos que llenaban su corazón.

Melanchton, escribió a Spalatin el 31 de Agosto, ha pronunciado, cuatro días después de su llegada, una tan sabía y bella arenga, que todos la han oído con aprobación y sorpresa pronto nos hemos desengañado de las ideas que habíamos formado de él por su exterior; elogiamos y admiramos sus palabras y damos gracias al príncipe y a vos, por el servicio que nos habéis hecho.

No pido otro maestro de lengua griega pero temo que su delicado cuerpo no pueda soportar nuestros alimentos, y que no le conserváremos mucho tiempo, a causa de la modicidad de su sueldo. Sé que los habitantes de Leipsig se jactan ya de atraerlo a su seno. ¡Oh, mi querido Spalatin!, guardaos de despreciar la edad y la persona de éste joven, el cual es digno de todo honor.

Melanchton se dedicó luego con mucho ardor a explicar Homero, y la epístola de San Pablo a Tito. Haré todos mis esfuerzos,” escribía a Spalatin, “para merecer, en Wittemberg, la estimación de todos los que aman las letras y la virtud. Cuatro días después de la inauguración, Lutero escribía todavía a Spalatin. Os recomiendo muy particularmente al muy sabio y muy amable griego Felipe. Su auditorio es siempre numeroso todos los teólogos principalmente vienen a oírle inspira tal gusto a las lenguas griegas que todos, grandes y chicos, se dedican a aprenderla. 2

274

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Melanchton sabía apreciar y corresponder al afecto de Lutero. Pronto descubrió en él una bondad de carácter, una fuerza de espíritu, un valor y una sabiduría que no encontró hasta entonces en ningún hombre. Le veneró y le amó. Si hay alguno,” decía,

“a quien yo ame de lo íntimo del corazón, es Martín Lutero.*

Así se encontraron Lutero y Melanchton, cuya amistad se conservó hasta su muerte. No se puede admirar bastante la bondad y la sabiduría de Dios, al ver que reunían dos hombres tan diferentes y sin embargo tan necesarios el uno al otro. Lo que Lutero tenía de ardiente, de vehemente y fuerte, Melanchton tenía de claro, de prudente y de afable. Lutero animaba a Melanchton, y Melanchton moderaba a Lutero:eran como las capas de materia eléctrica, que unas tienen de más y otras de menos, y todas se atemperan mutuamente.

Si Melanchton hubiese faltado a Lutero, puede ser que el rio hubiese desbordado cuando Lutero faltó a Melanchton, éste vaciló, y aun cedió, allá donde no hubiera debido ceder. Lutero hizo mucho con su fuerza y energía y Melanchton, no hizo tal vez menos por una vía más lenta y más pacífica. Ambos eran rectos, francos, generosos, y llenos de amor hacia la Palabra de la vida eterna, a la que sirvieron con una fidelidad y una abnegación que no desmintieron durante su vida.

Por lo demás, la llegada de Melanchton causó una revolución, no solo en Wittemberg, sino en toda la Alemania y entre todos los sabios. El estudio que había hecho de los clásicos griegos y latinos, y de la filosofía, le dio un orden, una claridad, y una precisión en las ideas, que derramaba, sobre todos los puntos de que trataba, una nueva luz y un encanto indecible. El dulce espíritu del Evangelio fecundaba, animaba sus meditaciones y las ciencias más áridas se hallaban adornadas, en sus exposiciones, de una gracia infinita que cautivaba a todos los oyentes. Desapareció la esterilidad que había producido la escolástica en la enseñanza un nuevo método de enseñar y de estudiar empezó con Melanchton.

Gracias a él, dice un ilustre historiador alemán, 2 Wittemberg llegó a ser la escuela de la nación. Era en efecto muy importante que un hombre que conocía fondo el griego, enseñase en aquella universidad, en la que los nuevos desarrollos de la Teología llamaban maestros y discípulos a estudiar, en la lengua original, los documentos primitivos de la fe cristiana. Desde entonces se dedicó Lutero, con celo, a este trabajo.

El sentido de tal o cual palabra griega, que había ignorado hasta entonces, aclaraba de repente sus ideas teológicas. ¡Qué alivio y que gozo no Calvino!, escribe a Sleidan, Dominus eum fortiore spiritu instruat, ne gravem ex ejus timiditate jacturam sentiat posteritas.

Flank sintió cuando supo por ejemplo, que el termino griego leiuvoeiu, que, según la iglesia Latina designaba una penitencia, una expiación humana, significaba una transformación o una conversión del corazón. !Se disipó entonces la espesa nube que 275

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cubría sus ojos! Los dos sentidos dados a dicha palabra, bastan para caracterizar las dos iglesias.

El impulso que Melanchton dio a Lutero, para la traducción de la Biblia, es una de las circunstancias más notables de la amistad de aquellos dos grandes hombres.

En 1517 empezó ya Lutero a ensayarse en dicha traducción, procuraba adquirir todos los libros griegos y latinos que podía y luego que se vio ayudado de su querido Felipe, su trabajo tomó un nuevo vuelo él obligaba a Melanchton a tomar parte a sus indagaciones, le consultaba sobre los pasajes difíciles y aquella obra, que debía ser uno de los grandes trabajos del reformador, avanzaba con más prontitud y seguridad.

Melanchton, por su parte, aprendía a conocer una nueva teología. La bella y profunda doctrina de la justificación por la fe, le llenaba de asombro y de gozo pero recibía con independencia este sistema que profesaba Lutero, amoldan dalo a la forma particular de su inteligencia porque aunque no tenía más que 21 años, era uno de aquellos talentos precoces que adquieren antes de tiempo todas sus fuerzas.

Pronto se comunicó el celo de los maestros a los discípulos. Se pensó en reformar el método, suprimieron, con el beneplácito del elector, ciertos cursos que solo tenían una importancia escolástica y al mismo tiempo dieron un nuevo giro a los estudios clásicos. La Escuela de Wittemberg se iba transformando, y el contraste que formaba con las demás universidades, era cada vez más notable. Sin embargo, todavía se mantenían dentro de los límites de la Iglesia, y no se figuraban estar en vísperas de una gran batalla con el papa.

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FOOTNOTES

(1)

Almosen geben armt nicht, etc. Wer mehr wúl verzehren, etc. (Müller's iteliquien.)

(2)

Dilexitme ut filiumetegoeumat patrem: etconveniemus, spero, inviia eterna (Melanch., Explicat. Evang.)

(3)

Duiescere non poterat, sed quaerebat ubique aliquera enm quo de auditis disputaret. (Camerarius, Vit. Melanch., p. 7.)

(4)

Camerarius, Vita Melancht., p. 16.

(5)

Is prorsius obscurabit Erasmum. (Er. Epp., I., p. 405.) (6)

Cohorresco quandó cogito quomodo ipse accesserim ad statuas inpapatu.

(Explicat. Evangel.)

276

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (7)

Meum opus et meum solatium. (Corp. Ref., I., 33.) (8)

Des Wegsund der Orte unbekannt. (Corp. Ref., I., 30.) (9)

Camer., Vil. Mel., 26.

(10) Puer et adolescentulus, si setatem consideres.

(11) L. Epp., I., p. 141

(12) Ibid. L, p. 135.

(13) Ut Wittembergam litteratis ac bonis omnibus conciliem. (Corp. Ref., I., 51.) (14) Sumraos cum mediis et infimis, studiosos l'acit gracitatis. (L. Epp.,1, 140.) (15) Martinum, si omninó inrebus humanis quidquam, vehemenlis-simedilieu et animo integerrimo complector. (Me! Epp., I. 411.) 277

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IV

Sentimientos de Lutoro y de Staupitz — Orden de comparecer — Alarmas y animo

— El elector en casa del legado — Salida para Augsbourg — Permanencia en Weimar

— Núremberg — Llegada a Augsbourg.

La llegada de Melanchton causó sin duda una agradable distracción a Lutero, en momentos tan críticos para él en los dulces desahogos de una amistad naciente y en medio de los trabajos bíblicos, a que se entregaba con nuevo celo, olvidaba sin duda, a veces, a Roma, a Prierio, a León y a la corte eclesiástica, ante la cual debía comparecer. Sin embargo no eran aquellos más que momentos fugaces y sus pensamientos se dirigían siempre hacía el temible tribunal, al que le habían emplazado enemigos implacables. ¡De qué terrores no hubiera llenado aquella idea, a cualquiera que hubiese buscado otra cosa que la verdad! Pero Lutero no temía lleno de fe, en la fidelidad y en el poder de Dios, se mantuvo firme y dispuesto a afrontar solo la cólera de enemigos, más terribles que los que habían encendido la hoguera de Huss.

Pocos días después de la llegada de Melanchton y antes que pudiese saberse la resolución del papa, que señalaba Augsburgo, en lugar de Roma, para el emplazamiento de Lutero, este escribió a Spalatin. No pido, le dice, que nuestro soberano haga lo más mínimo en defensa de mis tesis quiero ser entregado en manos de todos mis adversarios. Que deje estallar sobre mi toda la tempestad, lo que he emprendido defender, espero poder sostener con el auxilio de Cristo. En cuanto a la violencia, es preciso ceder a ella, pero sin abandonar la verdad. 1

El valor de Lutero se comunicaba. Los señores más tímidos, viendo el peligro en que se hallaba el testigo de la verdad, hallaban palabras llenas de fuerza y de indignación. El prudente, el pacífico Staupitz escribió a Spalatin el 1 de Setiembre, no dejéis de exhortar al príncipe, vuestro amo y el mío, a no dejarse espantar por el rugido de los leones que defienda la verdad, sin inquietarse ni de Lutero ni de Staupitz, ni de la orden que haya un lugar donde se pueda hablar libremente y sin temor, se que la peste de Babilonia, casi iba a decir de Roma, ataca a todo el que se opone a los abusos de los que venden a Jesucristo, yo mismo he visto en el precipitar del pueblo a un predicador que enseñaba la verdad, amarrarle y arrestarle a una cárcel y esto en un día de fiesta, otros han visto cosas todavía más crueles. Por tanto, caro amigo, procura que su Alteza persista en sus sentimientos. 1

Llegó por fin la orden de comparecer en Augsburgo, ante el cardenal legado. Era un príncipe de la Iglesia romana, con quien Lutero tenía que habérselas entonces.

Todos sus amigos le instaron a que no partiese, 3 temían que aun durante el viaje, le preparasen lazos y atentasen a su vida al unos se ocupaban en buscar un asilo para él y el mismo Staupitz, el tímido Staupitz, se alteró al pensar en los peligros a que iba 278

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto a exponerse el hermano Martín, a quien sacó de la oscuridad del claustro y lanzándole a un teatro agitado, que amenazaba su vida. ¡Ah!, ¿no hubiera sido mejor para el pobre hermano, el haber permanecido siempre desconocido? Ya no era tiempo.

Staupitz quiso a lo menos hacer todo lo posible por salvarle y al efecto le escribió de su convento de Salzbourg el 15 de Setiembre, instándole a que huyera y fuera a donde él estaba. Me parece, le decía, que todo el mundo está enojado y coligado contra la verdad. Jesús crucificado fue también aborrecido. Veo que no debéis esperar otra cosa que la persecución. Nadie podrá en adelante, sin permiso del papa, sondear las Escrituras y buscar en ellas a Jesucristo, a pesar de que así lo ordena el mismo.

Tenéis pocos amigos, ojalá que el temor de vuestros adversarios no impidiese, aun a estos pocos, ¡el declararse en vuestro favor! Lo más prudente es que dejéis por algún tiempo a Wittemberg y que vengáis a donde estoy entonces viviremos y moriremos juntos este es también el consejo del príncipe. 1

De varias partes recibía Lutero los avisos más alarmantes. El conde Alberto de Mansfield le hizo saber que se guardara de ponerse en camino porque algunos grandes señores habían jurado apoderarse de él y ahogarle. 3 Pero nada podía arredrar a Lutero y no pensó en aceptar la oferta del vicario general. No irá a ocultarse en la oscuridad del convento de Salzbourg permanecerá fiel en aquel teatro tempestuoso en que le ha puesto la mano de Dios. Perseverando a pesar de los adversarios, proclamando en alta voz la verdad en medio del mundo, es como se avanza el reino de esta verdad.

¿Por qué ha de huir?, No es de los que se retiran para perecer sino de los que guardan su fe para salvar su alma. Resuena sin cesar en su corazón esta palabra del Maestro, que quiere servir y amar más que la vida. El que me confesara delante de los hombres, yo lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Se ve, por todas partes, en Lutero V en la Reformación, aquel valor intrépido, aquella alta moralidad, aquella caridad inmensa, que la primera aparición del cristianismo hizo ver al mundo. Yo soy como Jeremías, dice Lutero, en el tiempo de que tratamos, el hombre de las disputas y de las discordias pero cuanto más aumentan sus amenazas, más acrecienten mi alegría, mi mujer y mis hijos están bien provistos, mis tierras, mis casas y todos mis bienes, están en buen orden. 3 Han destrozado ya mi honor y mi reputación una sola cosa me queda, y es mi miserable cuerpo que lo tomen, abreviaran así mi vida de algunas horas en cuanto a mi alma ellos no me la tomaran.

El que quiere propagar la Palabra de Cristo en el mundo, debe esperar la muerte a cada instante porque nuestro Esposo es un Esposo de sangre. 1 El elector se hallaba entonces en Augsburgo y poco antes de dejar aquella ciudad y la dieta, juzgó conveniente hacer una visita al legado. El cardenal, muy satisfecho de esta atención de un príncipe tan ilustre, prometió al elector, que si el fraile se presentaba ante 61, 279

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto le oiría paternalmente y lo despacharía con benevolencia. Spalatin escribió a su amigo, de parte del príncipe, que el papa había nombrado una comisión para oírle en Alemania que el elector no permitiría que lo llevasen a Roma, y que debiera prepararse para ir a Augsburgo. Lutero se resolvió a obedecer. El aviso que le había comunicado el conde de Mansfield, le indujo a pedir a Federico un salvo conducto; este respondió que no era necesario, y le envió solamente recomendaciones, para algunos de los consejeros más distinguidos de Augsburgo; le hizo entregar algún dinero para su viaje, y el reformador pobre y sin defensa, partió a pie, para ir a entregarse a sus adversarios.*

¡Qué sentimientos serían los suyos al salir de Wittemberg, y dirigirse hacia Augsburgo, donde le esperaba el legado del papa!, el objeto de aquel viaje no era como el del que hizo a Heidelberg, una reunión amistosa iba a comparecer a la presencia del legado de Roma, sin salvo conducto caminaba quizás a la muerte pero su fe no era aparente sino real así es que, con la paz que ella le daba, pudo avanzar sin temor, en nombre del Dios de los ejércitos, para dar testimonio al Evangelio.

Llegó a Weimar el 28 de Setiembre y se hospedó en el convento de los franciscanos.

Uno de los frailes no podía apartar la vista de él era Miconius, veía por primera vez a Lutero, quería acercarse a él, decirle que le era deudor de la paz de su alma, y que todo su deseo era trabajar con él, pero Miconius estaba vigilado por sus superiores y no le permitieron el hablar a Lutero. 1

El elector de Sajorna tenía entonces su corte en Weimar, fue probablemente por esto por lo que los franciscanos acogieron al doctor. El día siguiente de su arribo se celebraba la fiesta de San Miguel. Lutero dijo la misa y aun fue invitado a predicar en la capilla del palacio era una gracia que su príncipe quería hacerle. Predicó decapite, en presencia de la corte, sobre el texto del día que era sacado del Evangelio según San Mateo, CAPÍTULO XVIII, ver. 1 y 2. Habló con fuerza contra los hipócritas y contra los que se jactan de su propia justicia pero nada habló de los ángeles, aunque se acostumbrase hacerlo en el día de San Miguel.

Aquel valor del doctor de Wittemberg de acudir tranquilamente y a pie a una llamada que a tantos otros antes de él condujo a la muerte, asombraba a los que lo veían el interés, la admiración y la compasión reinaban en los corazones. Juan Kestner, provisor de los franciscanos, lleno de espanto a la idea de los riesgos que corría su huésped, le dijo: Hermano, en Augsburgo hallareis italianos, sabios y sutiles antagonistas, que os darán mucho que hacer temo que no podáis defender vuestra causa contra ellos os echaran al fuego y sus llamas os consumirán. Lutero respondió con gravedad: Querido amigo, rogad a Dios, nuestro Señor, que está en el Cielo, diciéndole un Padre nuestro por mi y por su querido Hijo Jesús, cuya causa es la mía, 280

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto a fin de que me proteja. Si sostiene su causa, la mía está sostenida pero si no quiere sostenerla, seguro que no seré yo quien la sostendré y es Él quien sufrirá el oprobio.

Lutero continuó su viaje a pie y llegó a Núremberg y como iba a presentarse a un príncipe de la Iglesia, quiso vestirse convenientemente el hábito que llevaba estaba viejo y además había sufrido mucho en el viaje le prestó pues otro su fiel amigo Venceslao Link, predicador de Núremberg. Lutero no visitó sin duda únicamente a Link, sino también otros amigos de Núremberg, tales como Scheurl, el secretario de la ciudad, el ilustre pintor Alberto Durer, a quien Núremberg levanta actualmente una estatua, y algunos otros.

Estos excelentes amigos le animaron mucho, mientras que muchos frailes y seglares se asustaban y procuraban amedrentarle, instándole a que retrocediese. Las cartas que escribió entonces de aquella ciudad, muestran el espíritu de que estaba animado. He encontrado, dice, hombres pusilánimes que quieren persuadirme que no vaya a Augsburgo pero estoy resuelto a llegar allá. Que se cumpla la voluntad del Señor Jesucristo que reina en Augsburgo lo mismo que entre sus enemigos. ¡Qué viva Cristo, ¡qué muera Lutero y todo pecador según está escrito!, ¡qué sea ensalzado el Dios de mi salvación!, Pasadlo bien, perseverad, manteneos firme, porque es necesario ser reprobado por los hombres, o por Dios, pero Dios es verdadero y el hombre falaz.

Link y un fraile agustino llamado Leonardo, no pudieron decidirse a dejar partir solo a Lutero, al encuentro de los peligros que le amenazaban conocían su carácter y sabían que, resuelto y valiente como era, podría, quizás, no tener bastante prudencia así es que le acompañaron ambos. Estando ya a cinco leguas de Augsburgo, Lutero, que sin duda estaba agobiado por las fatigas del viaje y por las agitaciones de su corazón, sintió tan fuertes dolores de estómago, que creyó morir sus dos amigos, muy inquietos, alquilaron un carro, en el cual trasportaron al doctor, llegaron a Augsburgo el viernes 5 de Octubre en la noche y se apearon en el convento de los agustinos.

Lutero estaba muy cansado, pero se repuso pronto sin duda su fe y la viveza de su espíritu, restablecieron pronto su debilitado cuerpo.

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FOOTNOTES

(1)

L. Epp. I., p. 139

(2)

Aug. I. p. 384.

(3)

¡Contra omnium amicorum consilium compara!

(4)

L. Epp. [., p. 61. ! Ut vel stranguler, vel baptizer ad mortem. (Ibid., 129.) (5)

Uxor mea et liberi mei provisi sunt. (Ibid.) Nada tenía de esto.

281

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (6)

Sic enimsponsns noster, sponsus sanguinum nobis est. (L. Epp., 1., p.

129.) Vease el Exodo cap. IV., 25.

(7)

Veni igitur pedester et pauperAugustam... (L. Opp. lat. inproef.) (8)

Ibi Myeonius primum vidit Lutherum: sed ab accessu et collo-quio ejus tuncest prohibitus. (M. Adami Vita Myconii, p. 176.) (9)

Piofectó inignem te conjieient et flammis exurent. (M. Adami Vita Myconii, p. 176. Myconis ref. hist., p. 30.)

(10) Vivat Christus, moriatur Martinus...(Weismann Hist. sacr. novi Test. p.

1463.) Weismanu había leído esta carta en manuscrito No consta en la recopilación de M. de Wette.

282

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO V

De Vio — Su carácter — Serralonga — Conversación preliminar — Visita de los consejeros — Regreso de Serralonga — El prior — Prudencia de Lutero — Lutero con Serralonga — El salvo conducto— Lutero a Melanchton.

Luego que llegó Lutero a Augsburgo y antes de ver a nadie, quiso presentar al legado todos los respetos que le eran debidos y, para ello, rogó a Venceslao Link, que fuse anunciar su llegada a dicho legado Link lo hizo, declarando humildemente al cardenal, de parte del doctor de Wittemberg que éste se hallaba pronto a comparecer en su presencia, cuando lo ordenase. De Vio se alegró con esta noticia, ¡ya tenía por fin en su poder al fogoso hereje! y esperaba firmemente que el tal hereje no saldría de Augsburgo como había entrado. Al mismo tiempo que Link iba en casa del legado, el fraile Leonardo se dirigía a anunciar a Staupitz, la llegada de Lutero a Augsburgo.

El vicario general había escrito al doctor, que iría ciertamente a verle, luego que supiese haber llegado a dicha ciudad. Lutero no quiso retardar un instante el instruirle de su arribo. 1

Habiéndose ya cerrado la Dieta, el emperador y los electores se había separado es verdad que aun no había partido el emperador, sino que se hallaba a la caza en las cercanías así es que solo el embajador de Roma quedaba en Augsburgo. Si Lutero hubiese ido allá durante la permanencia de la Dieta, hubiera encontrado poderosos defensores pero, en la actualidad, todo parecía deber ceder al peso de la autoridad papal.

El nombre del juez ante el cual debía comparecer Lutero, no era propio para inspirarle confianza. Tomás de Vio, sobre nombrado Cayetano, nacido en 1469 en la ciudad de Gaeta, reino de Nápoles, había dado grandes esperanzas desde su juventud.

A la edad de 16 años entró en la orden de los dominicos, contra la expresa voluntad de sus padres después llegó a ser general de su orden y cardenal de la iglesia romana.

Pero lo peor para Lutero era, que aquel sabio doctor era uno de los más celosos defensores de aquella Teología Escolástica, que el Reformador había tratado siempre tan implacablemente. Aseguraban que su madre, hallándose encinta, había soñado que santo Tomás en persona instruiría al niño que diese a luz y le dirigiría al ciclo por lo que, cuando se hizo dominico, cambió de Vio. Su nombre de Jacobo, en el de Tomás. Había defendido con celo las prerrogativas del papado y las doctrinas de Tomás de Aquino, a quien tenía el papel más perfecto de los teólogos. 1 Amigo de la pompa y del Fausto, tomaba casi al pie de la letra la máxima romana, de que los legados son superiores a los reyes y en consecuencia se hacía rodear de grande aparato.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El primero de agosto había celebrado una misa solemne en la catedral de Augsburgo y en presencia de todos los príncipes del imperio, había puesto el capelo de cardenal en la cabeza del arzobispo de Mayence, arrodillado ante el altar y entregado al mismo emperador el sombrero y la espada consagrados por el papa. Tal era el hombre ante quien iba a comparecer el fraile de Wittemberg, vestido de un hábito que ni aun era suyo. Por lo demás, la ciencia del legado, la severidad de su carácter y la pureza de sus costumbres, le aseguraban en Alemania una influencia y una autoridad, que no hubieran conseguido fácilmente otros cortesanos romanos.

Sin duda fue a esta reputación de santo a la que debió sumisión sabiendo Roma que semejante reputación sería muy útil a sus miras así pues, las mismas calidades de Cayetano le hacían más temible todavía, aunque el asunto de que estaba encargado era poco complicado, Lutero estaba ya declarado hereje si no quería retractarse, él legado debía encerrarle, y si se escapaba, debía excomulgar a todo el que osase darle asilo he aquí lo que tenía que hacer, de orden de Roma, el príncipe de la Iglesia, ante el cual estaba emplazado Lutero. 1

Lutero había recobrado sus fuerzas en la noche y el sábado por la mañana, 8 de Octubre, ya repuesto de su viaje, Se puso a considerar su extraña situación, estaba sumiso y esperaba que la voluntad de Dios se manifestase por los acontecimientos no estuvo mucho tiempo esperando un personaje que le era desconocido, le avisó, como si fuera enteramente adicto a él, que iba a pasar a su casa y que se guardase de parecer ante el legado antes de la entrevista. Aquel mensaje era de un cortesano italiano, llamado Urbano de Serralonga, que había estado muchas veces en Alemania, como enviado del margrave de Montserrat; había conocido al elector de Sajonia, cerca del cual había estado acreditado, y, después de la muerte del margrave, se había adherido al cardenal de Vio.

Los modales y la astucia de aquel hombre hacían un visible contraste con la noble franqueza y la generosa rectitud de Lutero. El italiano llegó pronto al monasterio de los agustinos el cardenal le enviaba a sondear al reformador y a prepararle a la retractación que esperaba de él, Serralonga creía que la permanencia que había hecho en Alemania, le daba grandes ventajas sobre los demás cortesanos de la comitiva del legado y esperaba hacer lo que quisiese del fraile alemán se presentó, acompañado de dos criados y como que daba aquel paso de sí mismo, a causa de la amistad que le inspiraba un favorito del elector de Sajonia y de su apego a la santa Iglesia. Después de haber hecho a Lutero las demostraciones más cordiales, añadió afectuosamente el diplomático.

Vengo a daros un prudente y buen consejo, adheríos a la Iglesia, someteos sin reserva al cardenal, retractad vuestras injurias, acordaos del abad Joaquín de 284

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Florencia que, como sabéis, dijo cosas heréticas y sin embargo no fue declarado hereje porque retractó sus errores.

Lutero trató entonces de justificarse. Serralonga, ¡Guardaos de hacerlo! ¿Queréis combatir como en un torneo al legado de su Santidad? Lutero, si se me prueba que he enseñado alguna cosa contraria a la iglesia cristiana, yo seré mi propio juez y me retractaré al punto todo consiste en saber si el legado se apoya en Santo Tomás, más de lo que la fe le autoriza a ello si es así, yo no cederé. Serralonga, ¡Hola! ¡Hola!, ¿con qué queréis hacer romper lanzas?

Enseguida se puso el italiano que decir cosas que Lutero llama horribles, pretendió que se podían sostener proposiciones falsas, siempre que diesen dinero y que llenasen las arcas que no era menester disputar en las universidades sobre la autoridad del papa que se debía afirmar al contrario que el pontífice puede, en un abrir y cerrar de ojos, mudar y suprimir artículos de fe y otras cosas semejantes. 1 Pero el astuto italiano conoció pronto que había sido demasiado fácil en hablar y volvió a querer persuadir a Lutero, que se sometiese en todo al legado y a que retractase su doctrina, sus juramentos y sus tesis.

El doctor, que al principio dio algún crédito a las encantadoras protestas del orador Urbano (como él le llama en sus relaciones), se convenció entonces que ellas se reducían poca cosa y que él era más del partido del legado que del suyo guardó pues más reserva y se contentó con decir, que estaba enteramente dispuesto a mostrar humildad y obediencia y a dar satisfacción de las cosas en que se hubiese engañado.

A estas palabras, Serralonga exclamó, lleno de gozo. Voy a casa del legado y vos me seguiréis, todo irá perfectamente, y el asunto será concluido pronto.

Salió, dejando al fraile Sajón, que tenía más discernimiento que él, diciendo entre sí, este astuto Simón no ha sido muy bien instruido y adiestrado por sus Griegos. 1

Lutero flotaba entre la esperanza y el temor, sin embargo la esperanza preponderó.

La visita y las extrañas aserciones de Serralonga, a quien llama torpe mediador, le reanimaron.

Los consejeros y demás habitantes de Augsburgo, a quienes el elector había recomendado Lutero, se apresuraron a ir a ver el fraile, cuyo nombre resonaba ya en toda la Alemania. Peutinger, consejero del imperio, uno de los Patricios más distinguidos de la ciudad, que convidó muchas veces Lutero a su mesa, el consejero Langemantel, el doctor Auerbach de Leipzig, los dos hermanos Adelmann, ambos canónigos, y muchos otros, pasaron al convento de los agustinos saludaron cordialmente a aquel hombre extraordinario, que había hecho tan largo viaje para ir a entregarse en manos de los agentes de Roma. ¿Tenéis un salvo conducto?, Le preguntaron.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto No, respondió el intrépido fraile. ¡Qué audacia!, exclamaron entonces. Era, dice Lutero, una palabra razonable para indicar mi temeraria locura. Todos unánimemente le suplicaron que fuese a ver al legado, sin un salvo conducto del mismo emperador. Es probable que el público hubiese sabido ya algo del breve del papa, de que era portador el legado. Pero, replicó Lutero, he venido bien a Augsburgo, sin salvo conducto v sin desgracia. El elector os ha recomendado a nosotros y debéis obedecernos y hacer lo que os decimos, replicó Langemantel, con afecto, pero con firmeza.

El doctor Auerbach añadió a aquellas representaciones, sabemos que, en el fondo de su corazón, el cardenal está enojado en sumo grado contra vos. No se puede fiar en los italianos.*

El canónigo Adelmann insistió también, os han enviado sin defensa y han olvidado precisamente de proveeros de lo que más necesitabais. 1 Aquellos amigos, se encargaron de obtener del emperador el salvo conducto necesario. Luego dijeron a Lutero, que había muchas personas, aun de alta clase, que se inclinaban su favor. El mismo ministro de Francia, que salió hace pocos días de Augsbourg, ha hablado de vos del modo más honroso. * Esta noticia hizo impresión a Lutero y se acordó de ella más tarde. De este modo, lo más respetable de una de las primeras ciudades del imperio, está ya decidido por la Reforma.

Estando en aquello, se presentó de nuevo Serralonga, venid, dijo a Lutero, el cardenal os espera, voy a conduciros yo mismo a él aprended como debéis presentaros en su presencia cuando entréis en la sala en que está, os arrodillareis, pegando la cara contra el suelo; cuando os diga que os levantéis, quedareis de rodillas y para levantaros, esperareis también que os lo ordene. 3 Acordaos qué vais a comparecer ante un príncipe de la Iglesia, por lo demás, nada temáis todo se concluirá pronto y sin dificultad.

Lutero, que había prometido a aquel italiano, que le seguiría luego que le invitase, se halló embarazado sin embargo, no vaciló en comunicarle un consejo de sus amigos de Augsburgo, y le habló de un salvo conducto.

Guardaos de pedirlo, replicó al punto Serralonga, no tenéis necesidad de él, el legado está bien dispuesto a terminar la cosa amigablemente si pedís un salvo conducto, lo echareis todo a perder. *

Mi Ilustre amo, el elector de Sajonia, respondió Lutero, me ha recomendado a muchos hombres honrados de esta ciudad, ellos me aconsejan que nada emprenda sin salvo conducto debo seguir su consejo porque si no lo hago y su ceda alguna cosa, ellos escribirán al elector, que yo no he querido escucharles.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Lutero se mantuvo en su resolución y Serralonga se vio obligado a volver hacia su jefe, para manifestarle el escollo en que había tropezado su misión, cuando se lisonjeaba de verla coronada de un buen éxito.

Así se terminaron las conferencias de aquel día con el orador de Montserrat, Otra invitación hicieron también a Lutero, pero con intención bien diferente. El prior de los carmelitas, Juan Frosch, era su antiguo amigo y dos años antes había sostenido tesis como Licenciado en Teología, bajo la presidencia de Lutero, fue pues a verle y le suplicó encarecidamente que pasase en su convento reclamaba el honor de tener por huésped al doctor de Alemania ya no temían el obsequiarle a la faz de Roma ya el débil se había transformado en el más fuerte Lutero aceptó y pasó del convento de los agustinos al de los carmelitas.

No se acabó el día sin que hiciese serias reflexiones, las solicitaciones de Serralonga y los temores de los consejeros, le hacían ver a un mismo tiempo la posición difícil en que se hallaba, no obstante tenía por protector al Dios que está en el cielo, y, guardado por él, podía dormir sin susto. El día siguiente, era el domingo, 9

de octubre hubo un poco más de reposo, sin embargo, Lutero tuvo que sufrir otro género de fatiga, no se trataba en toda la ciudad más que del doctor Lutero y todo el mundo quería ver, como escribe él mismo a Melanchton, a este nuevo Erostrato, que había causado tan inmenso incendio. 1 Las gentes iban a su encuentro y el buen doctor se sonreía sin duda de aquella curiosidad.

Debía también sufrir otra especie de importunidad. Si estaban deseosos de verle, lo estaban aun más de oírle por todas partes le pedían que predicase. Lutero no tenía mayor gozo que el de anunciar la Palabra, se hubiera complacido en predicar a Jesucristo en aquella gran ciudad y en las solemnes circunstancias en que él se hallaba pero guardó en aquella ocasión, como en muchas otras, los justos mandamientos y el respeto debido a sus superiores, negase pues a predicar, por temor de que no creyese el legado, que lo hacía por causarle pena y por ofenderle. Aquella moderación y aquella prudencia valían, sin duda, tanto como un sermón.

Entre tanto, los familiares del cardenal no le dejaban en paz, ellos volvieron a la carga, y le dijeron, el cardenal os asegura toda su gracia y su favor, ¿Y por qué teméis?, con mil otras razones procuraban hacer que se decidiese a presentarse al cardenal.

Es un padre lleno de misericordia, le dijo uno de los enviados pero otro le dijo al oído, no creáis lo que os dicen no guarda su palabra. Lutero se mantuvo firme en su resolución.

El lunes, por la mañana, 19 de octubre, Serralonga volvió al ataque, el cortesano había tomado a pecho el triunfar en su negociación, apenas se presentó a Lutero, cuando le dijo en latín, ¿por qué no vais al palacio del cardenal?, os espera con la 287

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto mayor benignidad después de todo, solo se trata de seis letras, Revoca, retracta.

Venid, nada tenéis que temer.

Lutero recapacitó que aquellas seis letras eran muy importantes pero, sin entrar en una discusión profunda, respondió, luego que tenga el salvo conducto, compareceré. Serralonga se encolerizó al oír tales palabras, insistió, solícito de nuevo pero halló a Lutero inflexible, entonces, más colérico aun, exclamó, ¿tú crees sin duda que el elector tomará las armas en tu favor y que se expondrá por ti a perder el país que recibió de sus padres?, Lutero. ¡Dios me guarde!, Serralonga. Abandonado de todos, ¿Dónde te refugiarás?, Lutero, elevando hacia lo alto de mirada llena de fe, debajo del cielo.

Serralonga permaneció un instante silencioso, tocado de aquella sublime respuesta, que no esperaba y luego continuó así, ¿qué harías si tuvieses en tu poder al legado, al papa y a todos los cardenales, así como ellos te tienen ahora ti? Lutero.

Les tributara todo respeto y honor pero la Palabra de Dios es para mí antes que todo.

Serralonga, riendo y moviendo uno de sus dedos a la manera italiana, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!,

¡todo honor!, no creo nada. Luego salió y no volvió más a casa de Lutero pero se acordó mucho tiempo de la resistencia que encontró en el Reformador y de la que su mismo amo debía también experimentar pronto. Más tarde le veremos pidiendo a gritos la sangre de Lutero.

No hacía mucho tiempo que Serralonga se había separado del doctor cuando éste recibió en fin el salvo conducto que deseaba sus amigos lo habían obtenido de los consejeros del imperio. Es probable que estos hubiesen consultado el asunto con el emperador que no estaba lejos de Augsburgo y aun podría creerse de lo que el cardenal dijo después, que no queriendo ofenderle, le pidieron su consentimiento, quizás también, por esto mismo, hizo de Vio sondear a Lutero por Serralonga, porque, oponerse abiertamente a que se le diese un salvo conducto, hubiera sido revelar las intenciones que querían tener ocultas, hubiera sido más seguro inducir a Lutero a que se desistiera por sí mismo de su petición pero conocieron pronto, que el fraile sajón no era hombre que se doblegaba.

Enfin Lutero va a comparecer. Al pedir un salvo conducto, no pretendió apoyarse en un brazo carnal, porque sabía muy bien que un salvo conducto imperial no salvó de las llamas a Huss, creyó solamente hacer su deber, sometiéndose a los consejos de los amigos de su amo.

El Eterno decidirá. Si Dios le pide su vida, esta pronto a dársela alegremente. En aquel momento solemne, siente la necesidad de entretenerse aun con sus amigos, principalmente con aquel Melanchton, tan caro ya a su corazón y aprovecha algunos instantes de soledad para escribirle. Compórtate como hombre, le dice, como acostumbras hacerlo. Enseña a nuestra cara juventud lo que es recto y según Dios.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto En cuanto a mí, voy a ser inmolado para ti y para ella, si es la voluntad del Señor. 1

Mas, quiero morir y aun, lo que sería para mí la mayor desgracia, estar privado eternamente de tu dulce sociedad, que retractar lo que he debido enseñar y perder así, quizás por mi falta, los excelentes estudios a los que nos dedicamos actualmente.

La Italia está sumergida, como en otro tiempo el Egipto, en tinieblas tan espesas, que se pueden tocar con la mano. Todos ignoran a Cristo y todo lo que tiene relación con él, y sin embargo, ellos son nuestros señores y amos, en cuanto la fe y a las costumbres. Así la cólera de Dios se cumple en nosotros, como dice el profeta. Les daré jóvenes por gobernantes y los niños dominaran sobre ellos. Compórtate bien según el Señor, mi querido Felipe y aleja la cólera de Dios por medio de ardientes y puras oraciones.

Habiendo sido informado el legado, de que Lutero debía comparecer ante él, el día siguiente convocó los italianos y los alemanes de su mayor confianza, a fin de convenir en el modo de proceder con el fraile sajón. Las opiniones fueron varias, es menester, decía uno, obligarle a que se retracte, es menester echarle mano, decía otro y encerrarle, otro pensó que era mejor deshacerse de él, y otro que se debía procurar ganarle con dulzura y bondad, parece que el cardenal adoptó desde luego el último parecer.

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FOOTNOTES

1 L. Epp. I., p. 144,

1 Divi Thomas summa cum commentariis Thomas de Vio. Lud-guni, 1587.

ftel'oiBuüoa Bp. 17*

* Bula del papa. (L. Opp. (L.) XVII., p. 174.)

1 Et nutu solo omnio abrogare, etiam ea quse fidei essent. (L. Epp. I., p. 144.) 2 L. Opp. (L.), XVII., p. 179.

1 Hunc Sinonem, parúm consulté instructum arte pelasga. (L. Epp. I., p. 144.) Vease Eneida de Virgilio, cantico II.

2 Mediator ineptus. (L. Epp. I., p. 144.)

3 Sciunt enim eum inme exacerbatissimum intús, quicquid simulet foris... (L. Epp.

I.. p. 143.)

4 L. Opp. (L.). XVII., p. 201.

1 L. Opp. (L.), XVII., p.203.

289

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 2 Seckend., p. 114.

3 Scckeud., p. 130.

* L. Opp. (L.), 179.

* Omnes cupiunt videre hominem, tanti incendii Herostratum. (L. Epp. I., p. 146.) 1 L.Epp. (L.)XVll., p.205.

1 Etubi manebis'í Respondí: Subcosio. (L. Opp. inpraef.) 1 Ego proillis ei vohis vado immolari... (L. Epp. 1, p. 14G.) 2 L. Opp. (L.)XVII., p. 183.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VI

Primera comparecencia — Primeras palabras — Condiciones de Roma —

Proposiciones presentadas para su retractación — Respuesta de Lutero — él se retira — Impresión causada en ambas partes — Llegada de Staupitz — Comunicación al legado.

Llegó por fin el día de la conferencia, que fue el martes 11 de octubre. Sabiendo el legado que Lutero había declarado, estar pronto a retractar lo que le probasen ser contrario la verdad, estaba lleno de esperanza, no dudando que sería fácil, a un hombre de su clase y de su saber, el conducir al fraile a la obediencia de la Iglesia.

Lutero pasó al palacio del legado, acompañado del prior de los carmelitas, su hospedero y amigo, de dos hermanos de dicho convento, del doctor Link y de un agustino, probablemente el que había ido de Núremberg con él. Apenas hubo entrado en el palacio del legado, cuando todos los Italianos, que formaban su comitiva, se acercaron a él, todos querían ver al famoso doctor y se agrupaban tanto a su alrededor, que tenía trabajo para avanzar. Lutero encontró al nuncio apostólico y a Serralonga, en la sala en que le esperaba el cardenal. El recibimiento fue frio, pero atento y conforme la etiqueta romana. Lutero, siguiendo el consejo que le había dado Serralonga, se prosternó ante el cardenal cuando este le dijo que se levantara, se quedó de rodillas y a una nueva orden del legado, se levantó enteramente. Muchos de los italianos más distinguidos y adictos al legado, penetraron en la sala para asistir a la entrevista deseaban mucho ver al fraile alemán humillarse ante el representante del papa.

El legado guardó silencio. Aborrecía a Lutero, como adversario de la supremacía teológica de Santo Tomás y jefe de un partido nuevo, activo, contrario, en una universidad naciente, cuyos primeros pasos inquietaban mucho a los tomistas. Se complacía en ver humillado a Lutero en su presencia y pensaba que éste iba a cantar la palinodia, dice un contemporáneo. Lutero, por su parte, aguardaba humildemente, que el príncipe le dirigiera la palabra pero viendo que no lo hacía, tomó su silencio por una invitación a hablar el primero y lo hizo en estos términos.

Dignísimo Padre, en virtud del emplazamiento de su Santidad Pontificia y a petición de mi Ilustre Señor, el elector de Sajonia, comparezco ante Vuestra Eminencia, como un hijo sumiso y obediente de la Santa Iglesia Cristiana y confieso que soy yo quien he publicado las proposiciones y tesis de que se trata. Estoy pronto a escuchar obedientemente aquello de que se me acusa, y si me he engañado, a dejarme instruir según la verdad.

El cardenal, queriendo parecer un padre tierno y compasivo para un hijo extraviado, tomó entonces el tono más amistoso alabó la humildad de Lutero, le 291

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto manifestó todo su gozo, y le dijo, caro hijo, tú has sublevado toda la Alemania con tus doctrinas sobre las indulgencias, he sabido que eres un doctor muy sabio en las Escrituras y que tienes muchos discípulos por lo que, si quieres ser miembro de la Iglesia y hallar en el papa un señor benévolo, escuchadme.

Después de este exordio, no titubeó el legado en manifestar de golpe a Lutero todo lo que esperaba de él tanta era la confianza que tenía en su sumisión. He aquí, le dijo, tres artículos que, por orden de nuestro Santísimo Padre, el papa León X, debo presentarte. Primeramente, es menester que entres en ti mismo, que reconozcas tus faltas y que retractes tus errores, tus proposiciones y tus discursos y en segundo lugar, debes prometer abstenerte en adelante de divulgar tus opiniones y en tercer lugar, es menester que te obligues a ser más moderado, y a evitar todo lo que pueda causar trastorno en la Iglesia.

Lutero, Pido, Dignísimo Padre, que se me comunique al breve del papa por el que habéis recibido pleno poder para tratar este asunto.

Serralonga y los demás italianos, de la comitiva del cardenal, se admiraron al oír semejante petición y aunque el fraile alemán les parecía ser un hombre muy extraño, no podían desechar el asombro, que les causó aquella palabra tan atrevida. Los cristianos, acostumbrados a las ideas de justicia, quieren que se obre justamente hacia los demás y hacia sí mismos pero los que obran habitualmente de un modo arbitrario, se sorprenden cuando se les pide que obren conforme a las reglas, formas y leyes.

De Vio. Esa petición, carísimo hijo, no puede ser concedida, debes reconocer tus errores, tener cuidado en lo sucesivo con tus palabras y no reincidir en las mismas faltas, de suerte que podamos dormir sin inquietud ni cuidado, entonces, según la orden y la autoridad de nuestro Santísimo Padre el papa, yo arreglaré el asunto.

Lutero. Dignaos pues hacerme conocer en que he podido haber errado.

Al oír esta nueva petición, los cortesanos italianos, que esperaban ver al pobre alemán pedir misericordia de rodillas, se asombraron aun más que antes. Ninguno de ellos hubiera querido rebajarse a responder a una petición tan imprudente pero De Vio, que creía haber poca generosidad en aplastar con el peso de toda su autoridad, aquel infeliz fraile y que confiaba además en su ciencia para conseguir fácilmente una victoria, consintió en manifestar a Lutero los hechos de que le acusaban, aún en entrar en discusión con él.

Es menester hacer justicia a aquel general de los dominicos, reconociendo en él más equidad, más miramientos y menos pasión, que otros en iguales circunstancias.

Tomando un tono de condescendencia le dijo, ¡carísimo hijo!, he aquí dos proposiciones que has avanzado, las que debes retractar ante todo, I a. El tesoro de las indulgencias 292

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto no se compone de los méritos y sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo. 2 a. El hombre que recibe los santos sacramentos, debe tener fe en la gracia que se le ofrece.

Estas dos proposiciones daban, en efecto, un golpe mortal al tráfico romano. Si el papa no tenía poder para disponer su gusto de los méritos del Salvador, si, recibiendo los billetes que negociaban los corredores de la Iglesia, no se recibía una parte de la justicia infinita, dichos papeles perdían todo su valor y no se debía hacer más caso de ellos que de cualquier otro pedazo de papel. Otro tanto se puede decir de los sacramentos. Las indulgencias eran más o menos un ramo extraordinario del comercio de Roma y los sacramentos eran su comercio habitual, las entradas que producían no eran pequeñas, pretender que era necesaria la fe para que los tales sacramentos fuesen verdaderamente útiles al alma cristiana, era privarles de todo su atractivo a los ojos del pueblo porque no es el papa quien da la fe, ella está fuera de su poder y procede solo de Dios declararla necesaria, era pues arrancar del poder de Roma la especulación y todas sus utilidades. Lutero, atacando ambas doctrinas, imitó a Jesucristo, el cual, desde el principio de su ministerio derribó las mesas de los cambistas y echó fuera del templo a los mercaderes, no hagáis de la casa de mi Padre un lugar de mercado, dijo Jesucristo.

Para combatir estos errores, continuó Cayetano, no quiero invocar la autoridad de Santo Tomás y demás doctores escolásticos, no quiero apoyarme más que en la Santa Escritura y hablar contigo amistosamente. Pero apenas comenzó De Vio a desenvolver sus pruebas, cuando se separó de la regla que dijo quería seguir. 1 combatió la primera proposición de Lutero por una Extravagante 3 del papa Clemente y la segunda con todo género de opiniones de los escolásticos. La discusión se estableció, desde luego, sobre la constitución del papa en favor de las indulgencias.

Lutero, indignado de ver cuanta autoridad atribuía el legado a un decreto de Roma, exclamó, yo no puedo recibir tales constituciones como pruebas suficientes para cosas tan grandes porque ellas alteran la Santa Escritura y no la citan jamás al caso. De Vio, el papa tiene autoridad y poder sobre todas las cosas. Lutero, con viveza,

¡menos sobre la Escritura!, 1 De Vio, burlándose, ¡Menos sobre la Escritura! ¿No sabéis que el papa es superior a los concilios? recientemente aun ha condenado y castigado al concilio de Bale. Lutero.

La Universidad de Paris ha apelado sobre eso. De Vio, los señores de la Universidad de Paris recibirán la pena.

La discusión entre el cardenal y Lutero siguió después sobre el segundo punto, es decir sobre la fe, que Lutero declaraba ser necesaria para que fuesen útiles los sacramentos. Lutero, según acostumbraba, citó muchos pasajes de la Escritura en favor de la opinión que sostenía pero el legado los acogió con carcajadas. “Sin duda habláis de la fe general”, dijo. ¡No!, respondió Lutero.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Uno de los italianos, maestro de ceremonias del legado, enfadado de la resistencia de Lutero y de sus respuestas, deseaba ardientemente hablar, a cada instante quería tomar la palabra, pero el legado le imponía silencio, al fin hubo de reaprehenderle tan fuertemente, que el maestro de ceremonias salió de la sala todo confuso.*

En cuanto a las indulgencias, dijo Lutero al legado, si se puede mostrarme que me engaño, estoy pronto a dejarme instruir en este punto se puede disimular algo sin ser mal cristiano pero en cuanto al artículo de la fe si yo cediese lo más mínimo, sería renegar de Jesucristo, no puedo pues ni quiero ceder sobre esto y con la Gracia de Dios, no cederé jamás. De Vio, empezando a enojarse.

Que quieras o no quieras, es menester. Que hoy mismo retractes este artículo, o sino, por solo él, voy a condenar toda tu doctrina. Lutero, no tengo más voluntad que la del Señor, él hará de mí lo que quiera pero, aun cuando tu viese mil cabezas, preferiría perderlas todas, antes que retractar el testimonio que he dado a la Santa Fe de los cristianos. De Vio, no he venido aquí a disputar contigo, retracta o prepárate a sufrir las penas que has merecido.*

Bien vio Lutero que era imposible terminar la cosa en una conversación, su adversario estaba delante de él lo mismo que si hubiese sido el mismo papa y pretendía que él (Lutero) aceptase humildemente todo lo que le dijese, mientras que el mismo cardenal no oía sus respuestas, por más fundadas que fuesen en la Santa Escritura, sino levantando los hombros y manifestando con sus gestos la ironía y el desprecio, creyó por tanto, que el partido mejor sería responder por escrito al cardenal, este medio, decía Lutero entre sí, proporciona a lo menos un consuelo a los oprimidos, otros podrán juzgar del asunto y el injusto adversario, que con sus clamores queda dueño del campo de batalla, puede ser atemorizado. 2

Habiendo manifestado Lutero la intención de retirarse, le dijo el legado, ¿quieres que te dé un salvo conducto para ir a Roma?, Hubiera querido Cayetano que Lutero aceptara aquella oferta porque se hubiera librado de una tarea, cuyas dificultades empezaba a tocar y entonces Lutero y su herejía hubieran caído en manos que habrían sabido dar buena cuenta pero el Reformador, que leía todos los peligros de que estaba cercado, aun en Augsburgo, se guardó bien de aceptar una proposición que hubiera tenido por resultado entregarle, atado de pies y manos, a la venganza de sus enemigos, la rechazó pues todas las veces y fueron muchas, que plugo a de Vio renovarla. El legado disimuló la pena que le causaba la negativa de Lutero, apelando a su dignidad y despidió al fraile con una sonrisa de compasión, con la que procuraba ocultar su desengaño y al mismo tiempo con la urbanidad de un hombre que espera obtener mejor resultado en otra ocasión.

Al pasar Lutero por el patio del palacio, se le acercó el italiano charlatán, maestro de ceremonias, a quien las reprimendas de su Señor habían obligado a salir de la sala 294

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto de la conferencia, gozoso de poder hablar, lejos de la mirada de Cayetano y ardiendo en deseos de confundir con sus luminosas razones al abominable hereje, empezó atacarle con sus sofismas, sin dejar de andar pero Lutero, fastidiado de aquel tonto personaje, le respondió con una de aquellas palabras mordaces que le ocurrían tan a menudo y el pobre maestro de ceremonias, avergonzado, se retiró en el palacio del cardenal.

Lutero no había formado muy alta idea de su adversario, quien oyó, según escribió después a Spalatin, proposiciones que eran enteramente contrarias a la Teología y que en boca de otro hubieran sido consideradas como archihereticas: sin embargo, De Vio era reputado como el más docto de los dominicos y el segundo después de él era Prierio.

De aquí se puede inferir, dice Lutero, ¡lo que debían ser los de la décima o centésima clase! 1

Por otra parte, el modo noble y decidido del doctor de Wittemberg, había sorprendido mucho al cardenal y sus cortesanos. En lugar de un pobre fraile pidiendo perdón por favor, encontraron un hombre libre, un cristiano firme, un doctor instruido, que pedía que apoyasen con pruebas las injustas acusaciones y que defendía victoriosamente su doctrina. Todos estaban escandalizados en el palacio de Cayetano del orgullo, de la obstinación y de la impudencia del hereje. Lutero y De Vio aprendieron a conocerse mutuamente y ambos se preparaban para su segunda entrevista.

Una sorpresa muy agradable esperaba a Lutero, a su vuelta, al convento de los carmelitas, el vicario general de la orden de los agustinos, su amigo, su padre, Staupitz, había llegado en Augsburgo.

No habiendo podido impedir que Lutero pasara a dicha ciudad, Staupitz daba a su amigo una nueva y tierna prueba de su afecto trasladándose él mismo allá con la esperanza de serle útil. Aquel excelente hombre preveía, que la conferencia con el legado tendría las más graves consecuencias y la amistad que profesaba a Lutero le causaba temores. Después de una sesión tan penosa, fue un gran alivio, para el doctor, el estrechar en sus brazos a un amigo tan querido. Le refirió como le había sido imposible conseguir una respuesta que valiese algo, y como se había contentado el legado con exigir de él una retractación, sin haber tratado de convencerle. Es preciso, dijo Staupitz, responder al legado por escrito.

Por lo que acababa de saber de la primera entrevista, Staupitz no esperaba nada de bueno de las demás, se resolvió pues a un acto que juzgó ya necesario, se decidió a desatar a Lutero de la obediencia hacia su orden, de este modo creía Staupitz conseguir dos objetos, si, como todo parecía indicarlo, sucumbía Lutero en aquel 295

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto asunto, evitaba que la vergüenza de su condenación manchase la orden, y, si el cardenal le mandaba que obligase a Lutero al silencio o a la retractación, tendría un pretexto para no hacerlo. 1 La ceremonia se efectuó en las formas acostumbradas.

Lutero conoció todo lo que debía esperar en lo sucesivo, su alma se conmovió vivamente al ver rotos los lazos que formó en la exaltación de su juventud, la orden que escogió le desecha, sus protectores natos le abandonan y llega a ser extraño a sus mismos hermanos; sin embargo, aunque estos pensamientos habían entristecido su corazón, recobró toda su alegría, pensando en las promesas del Dios fiel que ha dicho, yo no te desampararé, yo no te abandonaré.

Cuando los consejeros del emperador hicieron saber al legado, por conducto del obispo de Trento, que Lutero estaba provisto de un salvo conducto imperial, y que nada intentase contra él, De Vio se enfureció y contestó bruscamente con estas palabras enteramente romanas, está bien, pero yo haré lo que manda el papa. 1

Sabemos lo que el papa había mandado.

___________________________

FOOTNOTES

(1)

L. Opp. (L.), XVII., p. 180.

(2)

Así llaman ciertas constituciones de los papas, recogidas e insertadas al cuerpo del derecho del canon.

(3)

Salvi ScripturS. 3 L. Opp. (L.), XVII., p. 180.

(4)

L. Opp. (L.), XVII., p. 180, 183, 206, etc.

(5)

Ibid., p.209.

(6)

L. I., p. 173.

(7)

Darinn ihn Dr. Staupitz von dem Kloster-Gehorsam abeolvirt. (Math. 15.) (8)

L. Opp. (L.), XVN., 201.

296

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VII

Segunda comparecencia — Declaración de Lutero — Respuesta del logado —

Volubilidad del legado — Petición de Lutero.

El día siguiente, miércoles 12 de octubre, se prepararon en ambas partes para la segunda entrevista que parecía deber ser decisiva. Los amigos de Lutero resueltos a acompañarle al palacio del legado, se fueron al convento de los carmelitas, el decano de Trento, Peutinger, los dos consejeros del emperador y Staupitz, llegaron sucesivamente, poco después el doctor tuvo la alegría de ver reunidos a ellos el caballero Felipe de Feilitzsch y el doctor Ruhel, consejeros del elector, que habían recibido orden de su amo, para asistir a las conferencias y proteger la libertad de Lutero. Ellos debían estar a su lado, dice Mathesius, como el caballero de Chlum estuvo al lado de Huss en Constanza. El doctor tomó además un notario y acompañado de todos sus amigos, pasó al palacio del legado.

En aquel momento Staupitz se acercó a Lutero, conociendo su situación y sabiendo que si su mirada no estaba fija en el Señor que es el rescate de su pueblo, debía sucumbir y con tono grave le dijo, querido hermano, tened siempre presente que habéis emprendido estas cosas en el nombre del Señor Jesucristo. 1 Así rodeaba Dios, a su humilde servidor de consuelos y estímulos.

Lutero encontró un nuevo adversario en el palacio del legado era el prior de los dominicos de Augsburgo, que estaba sentado al lado de su jefe. Lutero, conforme la Resolución que había tomado, había escrito su respuesta y después de los saludos de costumbre, leyó con voz fuerte la declaración siguiente, declaro, que venero la Santa Iglesia romana y que seguiré en venerarla. He buscado la verdad en las discusiones públicas y todo lo que he dicho, tengo, aun en este momento, por justo, verdadero y cristiano.

Sin embargo soy hombre y puedo engañarme; por lo que estoy dispuesto a dejarme instruir y corregir, en las cosas en que he podido haber errado. Declaro estar pronto a responder, de palabra por escrito, a todas las objeciones y a todas las reconvenciones que pueda hacerme el señor legado. Declaro estar pronto a someter mis tesis a las cuatro universidades de Bale, de Fribourg en Brisgau, de Lovaina y Paris, y a retractar lo que ellas declaren erróneo. En una palabra, estoy pronto a todo lo que se puede exigir de un cristiano. Pero protesto solemnemente contra el giro que se ha querido dar a este asunto, y contra la extraña pretensión de obligarme a retractarme sin haber sido refutado. 1

Nada más equitativo sin duda que estas proposiciones de Lutero, las que debían embarazar mucho al juez, a quien se había prescrito de antemano la sentencia que debía dar. El legado, que no esperaba semejante protesta, procuró ocultar su 297

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto turbación, afectando reír de ella y revistiéndose de la mayor dulzura. Esta protesta, dijo a Lutero sonriendo, no es necesaria, no quiero discutir contigo, ni en público ni en privado pero deseo arreglar el asunto con bondad y como un padre. Toda la política del cardenal consistía, en dejar en un lado las severas formas de la justicia, que protege a los que son perseguidos y en tratar la cosa como un asunto de administración entre un superior y un inferior, ría cómoda que abre a la arbitrariedad el campo más vasto.

Continuando De Vio, con el tono más afectuoso, dijo, caro amigo, te ruego que abandones tu inútil intento, entre más bien en ti mismo, reconoce la verdad y estoy pronto a reconciliarte con la iglesia y con el soberano obispo.

Retrasa amigo, retracta, tal es la voluntad del papa. ¡Qué quieras o no quieras, poco importa!, te sería difícil dar creces contra el aguijón.

Lutero, que se veía tratado como un hijo rebelde y excluido de la Iglesia, exclamó:

¡No puedo retractarme!, pero prometo responder por escrito ayer debatimos bastante.

1

De Vio se enojó de esta expresión, que le recordaba que no había obrado con bastante prudencia pero se repuso y dijo sonriéndose: ¡Debatir! caro hijo, yo no he debatido contigo, ni quiero tampoco debatir pero estoy pronto, por complacer al serenísimo elector Federico, a oírte y exhortarte amistosa y paternalmente.

Lutero no comprendió por que se escandalizó tanto el legado, de la expresión que había usado porque, decía, si yo no hubiera querido hablar cortésmente, hubiera debido decir, no debatir, sino disputar y querellar pues esto es verdaderamente lo que hicimos ayer.

Sin embargo, De Vio, que conocía que en presencia de los testigos respetables que asistían a la conferencia, era menes ter aparentar, a lo menos, que trataba de convencer a Lutero, volvió a las dos proposiciones que le había señalado como errores fundamentales, bien decidido a dejar hablar al reformador lo menos posible. Válido de su volubilidad italiana, le abruma de objeciones y no da lugar a las respuestas, ya chancea, ya sermonea, tan pronto declama con un fervor apasionado, haciendo una mezcla de cosas las más disparatadas y citando a santo Tomás y a Aristóteles, grita y se enfurece contra todos los que no piensan como él, apostrofa Lutero; este quiere tomar la palabra muchas veces, pero el legado le interrumpe al punto y le llena de amenazas: ¡retractación, retractación! es todo lo que pide de Lutero, vocea, manda, quiere hablar solo. 3 Staupitz trató de contener al legado:

“Dignaos, permitir,”, le dijo, que el Doctor Martín tenga tiempo de responderos. Mas el legado recomenzó sus discursos, citó las extravagantes y las opiniones de Santo 298

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Tomás, estaba decidido a perorar durante la entrevista, no pudiendo convencer a su adversario, ni atreverse a condenarlo, quiere a lo menos aturdir, embrollar.

Lutero y Staupitz vieron claramente que era menester renunciar a la esperanza, no solo de instruir a De Vio en una discusión, sino también a hacer una profesión de fe útil, Lutero volvió pues a la demanda que hizo al principio de la sesión y la que fue eludida entonces por el cardenal, ya que no se le permitía hablar, pedía, que a lo menos, se le permitiese escribir y entregar su respuesta escrita al legado. Staupitz lo apoyó, muchos otros asistentes unieron sus instancias a las de él y Cayetano, a pesar de toda su repugnancia a lo escrito, porque sabía que los escritos permanecen, consintió por fin en ello. Así se separaron, viendo postergada la esperanza que tenían de terminar el asunto en aquella conferencia, era preciso esperar los resultados de la siguiente.

El permiso que dio a Lutero el general de los dominicos, para tomar tiempo de responder por escrito sobre las dos acusaciones claramente pronunciadas por él, tocante a las indulgencias y la fe, no era más que mera justicia y sin embargo debemos agradecer a De Vio, como una prueba de moderación y imparcialidad.

Lutero salió del palacio del cardenal, contento por habérsele concedido su solicitud. Tanto 4 la ida como a la vuelta, fue el objeto de la atención pública. Todos los hombres instruidos se interesaban en su asunto, como sí hubiesen debido ser juzgados ellos mismos, conocían que la causa que se litigaba entonces en Augsburgo, era la del Evangelio, de la justicia y de la libertad, la plebe solamente estaba por Cayetano y ella dio sin duda al reformador algunas pruebas significativas porque éste se apercibió de ello. 1

Cada vez se hacía más evidente, que el legado no quería oír de Lutero más que esta palabra: Retracto, y Lutero estaba resuelto a no pronunciarla. ¿Cuál será el resultado de una lucha tan desigual?, ¿cómo creer que todo el poder de Roma, en pugna contra un solo hombre, no conseguirá aplastarlo? Lutero ve esto, siente el peso de aquella terrible mano, bajo la cual ha ido a ponerse, pierde la esperanza de volver jamás a Wittemberg, de volver a ver a su querido Felipe, de hallarse otra vez en medio de aquella generosa juventud, en cuyos corazones amaba tanto esparcir las semillas de la vida, ve la excomunión suspendida sobre su cabeza, y no le queda ninguna duda de que ella le alcanzara pronto, 1 estas previsiones afligen su alma, pero no la abaten, su confianza en Dios no se altera, Dios puede romper el instrumento que ha tenido a bien emplear hasta entonces, pero él sostendrá la verdad, suceda lo que sucediere, Lutero debe defenderla hasta el fin. Se dedicó pues a preparar la protesta que quería presentar al legado, parece que consagró a este trabajo, una parte del día 13.

____________________________________

299

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto FOOTNOTES

(1)

Seckend, p. 137.

(2)

Lóscher, 2, 463. L. Opp. (L.), XVII., 181, 209.

(3)

Digladiatúm, baWillé. (L. Epp., I., p. 181.)

(4)

L. Opp. (L.). XVII., p. 181, 209. Decies feré caept w. Joquere toties rursús tonabat et solus regnabat.

(5)

L. Opp. (L.), XVII. p. 186.

(6)

L. Opp. (L.), XVH., p. 185…

300

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VIII

Tercera comparecencia — Tesoro de las indulgencias — La fe — Humilde petición

— Respuesta del legado — Réplica de Lutero — Cólera del legado — Lutero sale —

Primera defección.

El viernes, 14 de octubre, volvió Lutero al palacio del cardenal, acompañado de los consejeros del elector, los italianos le rodearon como siempre y asistieron en gran número a la conferencia, avanzó Lutero y presentó al legado su protesta, los familiares del cardenal veían con asombro aquel escrito, tan atrevido a su entender.

He aquí lo que el doctor de Wittemberg declaraba en él a su amo. 1

Vos me atacáis sobre dos puntos desde luego me oponéis la constitución del papa Clemente VI, en la que se dice, que el tesoro de las indulgencias es el mérito del Señor Jesucristo y de los santos, lo que yo niego en mis tesis. Panormitanus, (Lutero designaba con este nombre a Ivés, autor de la famosa recopilación del Derecho Eclesiástico intitulado: Panormia y obispo de Chartres al fin del onceno siglo).

Panormitanus declara, en su primer libro, que, en lo concerniente a la santa fe, no solo un concilio general, sino cualquier fiel es superior al papa, si puede citar las declaraciones de la Escritura y mejores razones que las del papa. 1 La voz de nuestro Señor Jesucristo es superior a las de todos los hombres, cualquiera que sean sus nombres. 3

Lo que me causa mayor pena, y me da más que pensar, es que dicha constitución encierra doctrinas enteramente contrarias a la verdad, ella declara que el mérito de los santos es un tesoro, mientras que toda la Escritura atestigua, que Dios recompensa mucho más de lo que hemos merecido.

El profeta exclama, Señor no entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente será justificado delante de ti. 1 Por más honrosa y digna de alabanza que pueda ser la vida de los hombres, desdichados de ellos, dice San Agustín, si se les juzgara sin misericordia. 2

Así pues los santos no son salvados por sus méritos, sino únicamente por la misericordia de Dios, como he dicho. Sostengo esto y me mantengo firme en ello. Las palabras de la Santa Escritura, que declaran que los santos no tienen bastantes méritos, deben ser superiores a las palabras de los hombres, que afirman que tienen de sobra. Porque el papa no es superior, sino inferior, a la Palabra de Dios.

Lutero no se contentó con lo dicho, mostró que si las indulgencias no pueden ser el mérito de los santos, tampoco lo son del de Cristo. Hace ver que las indulgencias son estériles e infructuosas, por cuanto no tienen otro efecto, que el de dispensar a los hombres de hacer buenas obras, tales como la oración y la limosna. No, exclama, el mérito de Cristo no es un tesoro de indulgencias que presenta del bien, sino un tesoro 301

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto de gracia que vivifica. El mérito de Cristo es aplicado al fiel sin indulgencias y sin llaves, solo por el Espíritu Santo y no por el papa. Si hay alguno que tenga opinión mejor fundada que la mía, añade, al terminar lo que toca al primer punto, que la haga conocer y entonces me retractaré.

Yo he afirmado, dice llegando al segundo artículo, que ningún hombre pueda ser justificado delante de Dios, sino por la fe, de tal manera que es necesario que el hombre crea con toda certeza que ha obtenido misericordia. Dudar de esta misericordia, es rechazarla. La fe del justo es su justicia y su vida.

Lutero prueba su proposición con una multitud de declaraciones de la Escritura.

Dignaos pues interceder por mí, cerca de nuestro Santísimo Señor el papa León X, añade, a fin de que no me trate con tanto disfavor. Mi alma busca la luz de la verdad.

No soy tan orgulloso, ni tan codicioso de la vana gloria, que tenga vergüenza de retractarme, si he enseñado cosas falsas. Mi mayor alegría será ver triunfar lo que es según Dios. Solo pido que no se me fuerce hacer nada contra el grito de mi conciencia.

El legado tomó la declaración de manos de Lutero y después de haberla recurrido, le dijo fríamente: Has hecho una parladuría inútil, has escrito muchas vaciedades, has respondido tontamente a los dos artículos y has ensuciado tu papel con muchos pasajes de la Santa Escritura, que no vienen al caso. Y en seguida, con aire desdeñoso, tiró De Vio la protesta de Lutero, como si no hiciese caso de ella y recomenzando en el tono que había producido bastante buen efecto en la última entrevista, se puso a gritar con todas sus fuerzas que Lutero debía retractarse.

Este permaneció incontrastable. ¡Hermano, hermano!, exclamó entonces De Vio en italiano, la última vez fuiste muy bueno, pero hoy eres enteramente malo. Luego empezó el cardenal un largo discurso, sacado de los escritos de Santo Tomás, ensalza de nuevo la constitución de Clemente VI, insiste en sostener que, según dicha constitución, los méritos que se distribuyen a los fieles por medio de las indulgencias son los mismos de Jesucristo. Cree haber reducido a Lutero al silencio, este toma la palabra varias veces, pero De Vio regaña, vocea sin cesar y pretende, como la antevíspera, obrar solo en el campo de batalla.

Este modo de obrar pudo haber producido algún efecto la primera vez pero Lutero no era hombre que sufriese otro tanto la segunda, al fin estalló su indignación, viendo que era su turno de asombrar a los espectadores, que le creían ya vencido por la volubilidad del prelado. ¡Retracta, retracta!, repetía, le vio mostrándole la constitución del papa y entonces, Lutero aceptando la objeción favorita del cardenal, le hizo pagar cara la temeridad que tuvo de entrar en lucha con él. ¡Pues bien!, exclamó con fuerza, si se puede probar, por esa constitución, que el tesoro de las indulgencias es el mérito mismo de Jesucristo, consiento en retractar, conforme la voluntad y el querer de Vuestra Eminencia.

302

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Los italianos, que no esperaban nada de aquello, se animaron y no podían contener su alegría, al ver caído por fin en el lazo el adversario. En cuanto al cardenal, estaba como fuera de sí. Reía a carcajadas, pero con una risa mezclada de indignación y cólera, agarró el libro que contenía la famosa constitución y ufano de la victoria que creía segura, leyó en alta voz y con gran fervor. 1 Los italianos triunfaban, los consejeros del elector estaban inquietos y perplejos, Lutero atendía a su adversario y cuando, por fin, llegó el cardenal a estas palabras, el Señor Jesucristo ha adquirido este tesoro con sus padecimientos, Lutero le cortó diciendo.

Dignísimo Padre, considerad y meditad con atención esta palabra ha adquirido. 1

Cristo ha adquirido un tesoro por sus méritos, luego los méritos no son el tesoro porque, para hablar según los filósofos, la causa es diferente de lo que deriva de ella.

Los méritos de Cristo han adquirido al papa el poder de dar indulgencias al pueblo pero no son los mismos méritos del Señor los que distribuye la mano del pontífice. Así pues, mi conclusión es verdadera y esa constitución, que invocáis con tanto imperio, da testimonio conmigo a la verdad que proclamo.

De Vio tenía todavía el libro en sus manos y sus miradas fijas en el fatal pasaje, nada tenía que responder y se vio cogido el mismo en la red que tendió, en la que le retuvo Lutero con mano fuerte, dejando asombrados a los cortesanos italianos que le rodeaban. Aunque el legado hubiese querido eludir la dificultad, no había medio, porque había abandonado, hacía mucho tiempo, los testimonios de la Escritura y de los Padres, se refugió en la extravagante de Clemente VI, y quedó preso.

Sin embargo, era demasiado fino para dejar ver su turbación, queriendo ocultar su rubor, el príncipe de la iglesia muda bruscamente de objeto y se contrajo con violencia a otros artículos. Lutero, que conoció aquella hábil maniobra, no le permitió escapar, cerrando por todos lados la red que había echado sobre el cardenal.

Reverendísimo Padre, le dijo con una ironía mezclada de respeto, vuestra Eminencia no puede pensar, sin duda, que nosotros los alemanes no sepamos la gramática, ser un tesoro y adquirir un tesoro son dos cosas muy distintas.

¡Retracta, retracta!, le dijo, y si no lo haces, te envío a Roma, para que comparezcas ante los jueces encargados de examinar tu causa. Te excomulgo a ti, a todos tus secuaces y a todos los que te son o fueren favorables y los expulso de la Iglesia. Estoy revestido, por la Santa Sede Apostólica, de plenos poderes para ello. 1 ¿Piensas que tus protectores me contendrán?, ¿crees que el papa se cuida de la Alemania? El dedo meñique del papa es más fuerte que todos los príncipes alemanes. 2 Dignaos, respondió Lutero, enviar al papa León X, con mis humildísimas suplicas, la respuesta que os he entregado por escrito.

El legado, al oír estas palabras, muy contento de hallar un momento de descanso, se revistió de nuevo del sentimiento de su dignidad, y dijo a Lutero con soberbia y 303

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cólera: retractara o no vuelvas. 2 Esta palabra hizo impresión a Lutero, se inclinó y salió resuelto ya a responder de otro modo que por discursos los consejeros del elector le siguieron y el cardenal y los italianos quedan mirándose unos a otros, confusos todos del resultado del debate.

Así despidió orgullosamente, a su humilde adversario, el representante del sistema dominicano, cubierto con el resplandor de la púrpura romana. Pero Lutero sabía que hay un poder, la doctrina cristiana, la verdad, que no podrá ser nunca subyugado por ninguna autoridad temporal o espiritual. De los dos combatientes, el que se retiró quedó dueño del campo de batalla.

Este es el primer paso de la separación de la Iglesia del papado.

Lutero y De Vio no volvieron a verse pero el Reformador hizo en el legado una impresión poderosa, que no se borró jamás enteramente. Lo que Lutero había dicho sobre la fe, y lo que De Vio leyó en los escritos posteriores del doctor de Wittemberg, modificó mucho los sentimientos del cardenal. Los teólogos de Roma vieron con sorpresa y descontento, lo que Lutero avanzó acerca de la justificación, en su comentario de la epístola a los romanos. La Reformación no reculó y se retractó pero su juez, el que no había cesado de gritar, ¡retracta! cambió de ideas y retractó indirectamente sus errores. Así fue coronada la inalterable fidelidad del Reformador.

Lutero volvió al monasterio, en el que halló la hospitalidad. El se mantuvo firme, dio testimonio a la verdad, hizo lo que le tocaba hacer, ¡Dios hará lo demás! Su corazón estaba lleno de paz y de alegría.

_______________________________

FOOTNOTES

(1)

L. Epp. (L.), XVÍÍ., p. 187.

(2)

Ostendit inmateria fidei, non modo generale concilium esse superpapam, sedetiam quemjibet fidelium, si melioribus nitatur auc-toritateet ratione quam papa. (L. Opp. Lat. I., 209.)

(3)

CXLITI. ver. 2. Confes. IX.

(4)

Tustitia jusii et vita ejus, est fides ejus. ( t. Opp. Lat. t, p. Sil.) (5)

Refomation Sp. J Q*

(6)

Legit fervens et anhelans. (L. Epp. I., p. 145.) (7)

Acquisivit. (Ibid.)

304

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (8)

L. Opp. (L.), XVII., p. 197.

(9)

L.Opp. (W.), XXII., p. 1331.

(10) Revoca aut non revertere. (L. Opp. (L.), XVII., p. 202.) 305

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IX

De Vio y Staupitz — Staupitz y Lutero — Lutero a Spalatin — Lutero a Carlstadt

— La comunión — Link y De Vio. — Partido de Staupitz y de Link — Lutero a Cayetano — Silencio del cardenal _ Despedida de Lutero — Partida — Apelación al papa.

Entretanto, las noticias que le anunciaban no eran muy satisfactorias, en toda la ciudad corría el rumor de que, si no quería retractarse, debían agarrarle y encerrarle en un calabozo y aun aseguraban que el mismo Staupitz, vicario general de la orden, había consentido en ello. 1 Lutero no pudo creer lo que se decía de su amigo. ¡No, Staupitz no le traicionará! En cuanto a los designios del cardenal, no se podía casi dudar, en vista de sus propias palabras. Sin embargo, no quiso huir del peligro, su vida, así como la misma verdad, estaba en manos poderosas y a pesar del riesgo en que se hallaba, se decidió a no salir de Augsburgo. El legado se arrepintió pronto de su violencia; conoció que había salido de sus límites, y procuró volver a entrar en ellos.

Apenas acabó de comer Staupitz, (la entrevista se verificó en la mañana, y acostumbraban comer al mediodía), cuando recibió un mensaje del cardenal, invitándole a que pasara a su palacio, Staupitz lo hizo, acompañado de Venceslao Link. 2 El vicario general halló al legado solo con Serralonga, De Vio se acercó al punto a Staupitz y le dijo con tono afable, procurad persuadir a vuestro súbdito a que haga una retractación, fuera de esto, os aseguro que estoy muy contento de él y no tiene mejor amigo que yo. Staupitz, ya lo he hecho y le aconsejaré otra vez, que se someta con toda humildad a la Iglesia. De Vio, será menester que respondáis a los argumentos que saca de la Santa Escritura. Staupitz. Debo confesaros, Eminentísimo Señor, que eso es superior a mis alcances porque el Doctor Martín tiene más espíritu y más conocimiento que yo de las Santas Escrituras.

Esta franqueza del vicario general hizo sonreír, sin duda, al cardenal, aunque por otra parte sabía bien él mismo, lo difícil que era convencer a Lutero. Continuó, diciendo a Staupitz y a Link, ¿y sabéis acaso que, como sectarios de la doctrina herética, estáis expuestos vosotros mismos a las penas de la Iglesia? Staupitz, dignaos continuar la conferencia con Lutero, abrid una discusión pública sobre los puntos controvertidos. De Vio, asustado al oír tal pensamiento. no quiero discutir más con ese animal, porque tiene en la cabeza ojos penetrantes y asombrosas especulaciones.

Staupitz obtuvo, por fin, del cardenal, que entregaría por escrito a Lutero lo que debía retractar. El vicario general volvió a donde se hallaba Lutero y en la perplejidad en que le dejaron las representaciones del cardenal, trató de inducir a Lutero a algún acomodamiento. Para eso es menester, le dijo Lutero, que refutéis las declaraciones de la Escritura que he avanzado. Eso es superior a mis alcances, dijo Staupitz. Pues bien, replicó Lutero, es contra mi conciencia el retractarme, mientras no puedan 306

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto explicarme dichos pasajes de la Escritura. ¡Qué!, continuó, el cardenal pretende, según me aseguráis, que quiere arreglar así el asunto, sin que resulte para mi vergüenza ni desventaja. ¡Ah!, esas son palabras romanas, que en buen alemán significan que sería mi oprobio y mi eterna ruina. ¿Qué otra cosa debe esperar él que, por temor de los hombres y contra la voz de su conciencia, reniega la verdad?

Staupitz no insistió, dijo solamente a Lutero que el cardenal había consentido en entregarle, por escrito, los puntos cuya retractación solicitaba. En seguida, sin duda, le hizo saber su resolución de dejar a Augsburgo, en donde nada tenía ya que hacer.

Lutero le comunicó un designio que había formado, para consolar y fortificar sus almas. Staupitz prometió volver y se separaron por poco tiempo.

Habiendo quedado Lutero solo en su celda, volvió sus pensamientos hacia sus queridos amigos, se trasladó mentalmente a Weimar en Wittemberg, deseaba informar al elector de lo que pasaba y temiendo ser indiscreto dirigiéndose al mismo príncipe, escribió a Spalatin, suplicándole hiciese conocer a su amo el estado de las cosas, le refirió todo el asunto, hasta la promesa hecha por el legado, de dar por escrito las puntos controvertidos y concluyó diciendo, en este estado está la cosa pero no tengo esperanza ni confianza en el legado. Yo no quiero retractar ni una sola sílaba y publicaré la respuesta que le entregué para que, si llegase a la violencia, se cubre de vergüenza en toda la cristiandad.

Después el doctor aprovechó algunos momentos, que le quedaban todavía, para comunicar noticias a sus amigos de Wittemberg.

Paz y felicitad, escribía al doctor Carlstadt, recibid estas dos palabras como si fueran una larga carta, porque el tiempo y los acontecimientos me apuran, en otra ocasión os escribiré y también a otros más extensamente. Hace tres días que se trata de mi asunto y las cosas han llegado a tal punto, que no me dejan ninguna esperanza de volver a veros y solo puedo prometerme el ser excomulgado. El legado no quiere, de ninguna manera, que yo discuta, ni en público ni en privado no quiere ser un juez para mí, dice, sino un padre y sin embargo no quiere oír de mí más palabras que estas, yo me retracto y declaro que me he engañado. Y yo no quiero pronunciarlas.

Los riesgos de mi causa son tanto mayores, cuanto que ella tiene por jueces no solo a enemigos implacables, sino también a hombres incapaces de comprenderla. No obstante, el Señor Dios vive y reina, yo estoy bajo su tutela, y no dudo que, accediendo a las oraciones de algunas almas piadosas, me enviara auxilios, creo sentir que ruegan por mí.

O volveré hacia vos sin lección, o bien, herido de excomunión, tendré que buscar refugio en otra parte. Sea lo que fuere, comportaos animosamente, manteneos firme y exaltad Cristo intrépido y alegremente.

307

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El cardenal me llama siempre su caro hijo, pero sé lo que significa esto; estoy persuadido, sin embargo, que yo sería para él el hombre más agradable y más caro si quisiese pronunciar esta sola palabra, revoco, es decir, me retracto; pero yo no me convertiré en hereje, retractando la fe que me ha hecho cristiano; antes ser arrojado, maldito, quemado, muerto.

Pasadlo bien, mi querido doctor y mostrad esta carta a nuestros teólogos, a Amsdorff, a Felipe, a Otten y demás, a fin de que todos roguéis por mí, y también por vos porque es así mismo vuestro, el negocio que se trata aquí, es él de la fe al Señor Jesucristo, y de la gracia de Dios. 1

Que dulce pensamiento es, ¡La fe en el Señor es nuestro negocio!, él llena siempre de consuelo y de paz a los que han dado testimonio a Jesucristo, a su divinidad y a su gracia, cuando el mundo hace llover sobre ellos por todas partes sus juicios, sus exclusiones y su disfavor. ¡Y cuanta dulzura también en esta convicción, que manifiesta el Reformador, siento que ruegan por mí. La Reformación fue la obra de la oración y de la piedad, la lucha de Lutero y De Vio, fue la del elemento religioso, que reaparecía lleno de vida, contra los restos expirantes de la dialéctica, habladora de la Edad Media.

Así se entretenía Lutero con sus amigos ausentes. No tardó en volver Staupitz, el doctor Ruhel y el caballero de Feilitzsch, ambos enviados del elector, llegaron también al convento igualmente que otros amigos del Evangelio. Lutero, viendo así reunidos aquellos hombres generosos, próximos a dispersarse y de los que quizás iba a separarse el mismo para siempre, les propuso celebrar, todos juntos, la cena del Señor, aceptaron y aquel pequeño rebaño de fieles participó del cuerpo y de la sangre de Jesucristo. ¡Qué sentimientos llenaban los corazones de aquellos amigos del Reformador en el momento en que, celebrando con él la eucaristía, pensaban que era acaso la última vez que podrían hacerlo!, ¡qué alegría y que amor animaban el corazón de Lutero, viéndose recibido por su divino Maestro, con tanta liberalidad, en el momento que los hombres le repudiaban!, ¡qué solemne debió ser aquella cena y que santa aquella noche! 1

El día siguiente, sábado 15 de octubre, esperaba Lutero los artículos que debía enviarle el legado, pero no recibiendo ningún mensaje de él, suplicó a su amigo el Doctor Venceslao Link, que fuese al palacio del cardenal. De Vio recibió Link del modo más afable y le aseguró que quería obrar amistosamente. No miro ya, le dijo, al Doctor Martín Lutero como a hereje, no quiero excomulgarle esta vez, si no me vienen otras órdenes de Roma, he enviado por expreso su respuesta al papa. Luego, para dar pruebas de sus buenas disposiciones, añadió: Si el Doctor Martín Lutero quisiese retractar solamente lo que respecta a las indulgencias, pronto se concluiría el asunto, pues, por lo que toca la fe a los sacramentos, es artículo que cada uno puede 308

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto interpretar y entender a su modo. Spalatin, que refiere estas palabras, hace esta observación maliciosa pero justa. De ahí resulta claramente, que Roma busca más bien el dinero, que la Santa Fe y la salud de las almas. 3

Link volvió a la morada de Lutero donde halló a Staupitz y les dio cuenta de su visita. Cuando habló de la concesión inesperada del legado, dijo Staupitz: Hubiera valido la pena, que el Doctor Venceslao hubiese tenido consigo un notario y testigos para poner por escrito dicha palabra porque si aquella declaración llegase a ser conocida, causaría gran perjuicio a los romanos.

Sin embargo, cuanto más suaves eran las palabras del prelado, tanto menos se confiaban en él los honrados germanos. Muchos de los hombres de bien, a quienes había sido recomendado Lutero, se reunieron en consejo. “El legado,” dijeron, prepara alguna desgracia en el caso del correo de que habla y es muy de temer, que seáis todos agarrados y encarcelados.

Por esta razón, se decidieron Staupitz y Venceslao a dejar la ciudad, abrazaron a Lutero, que se obstinaba en querer permanecer en Augsburgo, y salieron apresuradamente, por dos distintos caminos, para ir a Núremberg, llevando consigo vivas inquietudes sobre la suerte del testigo animoso que dejaban tras sí.

Pasó el domingo bastante tranquilamente. Lutero esperaba un mensaje del legado, pero en vano y como no le hacía saber nada, Lutero resolvió escribirle. Staupitz y Link, antes de partir, suplicaron a Lutero que mostrase al cardenal toda la condescendencia posible. Lutero no había experimentado aun a Roma y sus enviados, aquel era su primer ensayo, si la condescendencia no surtía efecto, que daría advertido por otra vez. Por lo que toca a sí mismo, no hay día en que no se reprehenda y clame por la facilidad con que se deja arrastrar a expresiones demasiado fuertes, ¿y por qué dejara de confesar al cardenal, lo que todos los días confiesa a Dios? Lutero tenía por otra parte un corazón fácil a ablandarse y que no sospechaba el mal. Tomó pues la pluma y con sentimientos de un respetuoso afecto, escribió al cardenal lo que sigue.

Con fecha 11 de octubre:

Dignísimo Padre en Dios,

Vuelvo todavía a suplicar a vuestra bondad paternal, no de viva voz sino por escrito, que me escuchéis con benignidad. El reverendo Doctor Staupitz, mi carísimo Padre en Cristo, me ha invitado a humillarme a renunciar a mi propio dictamen y a someter mi opinión al juicio de los hombres piadosos e imparciales. El ha elogiado también vuestra bondad paternal y me ha convencido enteramente de los sentimientos favorables, de que estáis animados con respeto a mí cuya noticia me ha llenado de gozo.

309

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Ahora pues, Dignísimo Padre, confieso, como lo he hecho ya antes, que no he mostrado, como se suele decir, bastante modestia, dulzura y respeto por el nombre del soberano pontífice y sí bien he sido grandemente provocado, comprendo que hubiera sido mejor para mí, tratar el asunto con más humildad, mansedumbre y veneración y no responder al necio según su necedad, por no hacerme semejante a él.

(Proverbios XXVI., 4.)

Esto me aflige mucho, y pido perdón. Quiero informar de esto al pueblo desde el púlpito, como ya lo he hecho otras veces. Quiero aplicarme, con la gracia de Dios, hablar mejor. Hay más, estoy pronto a prometer, sin que se me pida, no decir una sola palabra tocante las indulgencias, si este punto está arreglado. Pero también, que los que me han forzado a tratar de él, se obliguen por su parte a moderarse en adelante en sus discursos o a callarse.

Por lo que hace a la verdad de mi doctrina, la autoridad de Santo Tomás y de otros doctores no basta para mí, es menester que yo oiga, si soy digno de ello, la voz de la esposa que es la Iglesia porque es cierto, que ella oye la voz del Esposo que es Cristo.

Ruego pues, con toda humildad y sumisión, a vuestro amor paternal, que transmita, toda esta materia, tan incierta hasta hoy, a nuestro Santísimo Señor León X, a fin de que la Iglesia decida, pronuncie, ordene y que yo pueda retractarme con buena conciencia, o creer con sinceridad. 1

Leyendo esta carta se presenta naturalmente una reflexión, se ve que Lutero no obraba en fuerza de un sistema formado de antemano, sino únicamente en virtud de convicciones, arraigadas sucesivamente en su espíritu y en su corazón, bien lejos de que hubiese en él un sistema decidido, una oposición calculada, estaba a veces, sin saberlo, en con tradición consigo mismo, reinaban todavía en su espíritu convicciones antiguas, bien que otras contrarias hubiesen tomado ya lugar en él.

Y, sin embargo, ha venido a buscar, en estas pruebas de sinceridad y de verdad, armas contra la reforma y han escrito la historia de las variaciones de ella, porque ha seguido la ley obligatoria del progreso, impuesta en todas las cosas al espíritu humano, ¡y, en los mismos rasgos que muestran su sinceridad y la hacen por consiguiente honrosa, ha encontrado uno de los más eminentes genios cristianos, sus más fuertes objeciones!, ¡increíbles extravíos del espíritu humano!

No recibió Lutero respuesta de su carta, Cayetano y sus cortesanos, después de haberse agitado tanto, quedaron repentinamente inmóviles, ¿cuál podría ser la razón de ello?, ¿sería acaso la calma que precede a un temporal? Algunos son de la opinión de Palavacini, que dice: El cardenal creía que el orgulloso fraile, a modo de un fuelle inflado, ¡perdería poco a poco el aire de que estaba lleno y se haría enteramente humilde!

310

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Otros que piensan conocer mejor el manejo de Roma, creen estar seguros de que el legado quería apoderarse de Lutero, pero que, no atreviéndose a llegar a tal extremo de su propia autoridad, a causa del salvo conducto imperial, esperaba la respuesta de su mensaje de Roma.

Otros, en fin, no querían admitir, que el cardenal quisiese esperar tanto tiempo.

El emperador Maximiliano, decían ellos y esto podría ser muy bien la verdad, no tendrá más escrúpulo para entregar a Lutero al juicio de la Iglesia, a pesar del salvo conducto, que Segismundo para haber entregado a Huss al concilio de Constancia. El legado se hallaba quizás en negociaciones con el emperador. La autorización de Maximiliano podía llegar por momentos si antes mostraba tanta oposición al papa, ahora, y hasta que la corona imperial ciñese la cabeza de su nieto, parecía querer adularlo. No había un instante que perder.

Preparad, dijeron a Lutero, los hombres generosos que le rodeaban, preparad una apelación al papa y salid de Augsburgo sin demora. Lutero, cuya presencia en aquella ciudad era ya enteramente inútil hacía cuatro días y que había mostrado bastante, quedándose en ella después de la partida de los consejeros sajones, enviados por el elector, para velar sobre, su seguridad, que nada temía y que estaba pronto a responder todo, cedió por fin a los consejos de sus amigos pero, antes quiso instruir a De Vio de su determinación, escribiéndole el martes, víspera de su partida, cuya segunda carta es más firme que la primera parece que Lutero, viendo que todas sus condescendencias eran inútiles, quería levantar la cabeza, poseído del sentimiento de su derecho y de la injusticia de sus enemigos.

Dignísimo Padre en Dios, escribió a De Vio, vuestra paternal bondad ha visto, sí, visto, digo, y suficientemente reconocido mi obediencia. He emprendido un viaje tan largo, rodeado de grandes peligros, con un cuerpo debilitado y a pesar de mi extrema pobreza, en cumplimiento de la orden de nuestro Santísimo Señor León X, he comparecido en persona ante vuestra eminencia, en fin, me he echado a los pies de su Santidad y estoy esperando lo que tenga a bien resolver, dispuesto a aceptar su sentencia, sea de condenación o de justificación. Tengo pues la convicción, de no haber omitido nada de lo que conviene a un hijo obediente a la Iglesia.

En consecuencia, pienso no deber prolongar aquí inútilmente mi permanencia, lo que por otra parte me sería imposible, faltándome recursos; y vuestra paternal bondad me ha mandado, en alta voz, que no parezca más a su vista, si no quería retractarme.

Así, pues, parto en el nombre del Señor, en busca de un asilo, donde pueda vivir en paz, si es posible. Varios personajes, de más valer que yo, me han aconsejado apelar de vuestra paternal bondad, y aun de nuestro Santísimo Señor León X, mal informado, a él mismo mejor informado. Aunque se, que esta apelación será mucho 311

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto más agradable a nuestro serenísimo elector, que una retractación, no obstante, si yo no hubiera debido consultar más que a mí mismo, no lo hubiera hecho. No he cometido ninguna falta, y nada debo temer.

Habiendo escrito Lutero esta carta, que no fue entregada al legado sino después de su partida, se dispuso a dejar Augsburgo; Dios lo guardó allí hasta entonces y su corazón alababa al Señor por ello, pero no debía tentar a Dios, abrazó a sus amigos, Peutinger, Langemantel, los Adelman, Auerbach y al prior de los carmelitas, que le había dado una hospitalidad tan cristiana, el miércoles antes de amanecer, estuvo levantado, y pronto a partir. Sus amigos le recomendaron que tomase muchas precauciones, por temor de que, sabiendo su proyecto, no pusiesen obstáculo a él.

Siguió aquellos consejos en cuanto pudo, un caballito, que Staupitz le dejó, fue llevado a la puerta del convento, volvió a despedirse de sus hermanos y montó y partió, sin tener riendas para su caballo, sin botas, espuelas ni armas.

El magistrado de la ciudad le dio, por guía, un hombre que conocía perfectamente los caminos, el cual le condujo, en medio de la obscuridad, por las silenciosas calles de Augsburgo, dirigiéndose hacia un postigo abierto en la muralla de la ciudad, uno de los consejeros, Langemantel, había dado orden de que le fuese abierto. Todavía se hallaba en poder del legado y la mano de Roma podía extenderse hasta él, sin duda que, si los italianos hubiesen sabido que se les escapaba su presa, se hubieran enfurecido, ¿quién sabe si el intrépido adversario de Roma no será todavía agarrado y puesto en un calabozo? En fin, Lutero y su guía llegaron al postigo, pasaron por él y fuera ya de Augsburgo, lanzaron sus caballos a galope, y se alejaron velozmente.

Lutero, al partir, había dejado su apelación al papa en manos del prior de Pomesaw; sus amigos no querían que se entregara al legado, el prior quedó encargado de hacerla fijar, dos o tres días después de la partida del doctor, en la puerta de la catedral, en presencia de notario y testigos, lo que se efectuó.

Lutero declaraba, en aquel escrito, que apelaba del santísimo Padre el papa, mal informado, al Santísimo Señor y Padre en Cristo, León X, de nombre, por la gracia de Dios, mejor informado. 1 Aquella apelación había sido redactada en estilo y formas debidas, con intervención del notario imperial, Gall de Herbrachtingen, en presencia de dos frailes agustinos, Bartolomé Utzmair y Wenzel Steinbies y estaba fechada del 16 de Octubre. Cuando supo el cardenal la partida de Lutero, se asombró y aun según asegura, en una carta al elector, se irritó y enfureció.

En efecto había motivo para irritarse. Aquella partida, que daba fin tan bruscamente a las negociaciones, frustraba las esperanzas de que se había lisonjeado tanto tiempo su orgullo, ambicionaba el honor de curar las llagas de la Iglesia, de restablecer en Alemania el influjo vacilante del papa y no solo se le escapaba el hereje sin ser castigado, si que también sin que hubiese conseguido el humillarlo. La 312

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto conferencia no sirvió más que para patentizar, por un lado, la sencillez rectitud y firmeza de Lutero y por otro, la imperiosa e irracional conducta del papa y de su embajador. Supuesto que Roma nada ganó en ella debió perder necesariamente, no habiendo sido reafirmada su autoridad, hubo de sufrir nuevo descalabro. Después de aquello, ¿qué debieron decir en el Vaticano?, ¿qué mensajes debieron llegar de Roma?

Se desentenderían, sin duda, de las dificultades de la situación del legado e imputarían a su inhabilidad el mal resultado del negocio. Serralonga y los italianos, que se creían tan hábiles, estaban furiosos de verse burlados por un fraile alemán. De Vio tenía mucho trabajo en ocultar su irritación semejante afrenta pedía venganza y lo veremos pronto exhalar su cólera en su carta al elector.

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FOOTNOTES

(1)

L. Opp. (L.), XVII., p. 210. Ibid , p. 204.

(2)

Ego nolo ampliús cum hac bestia disputare. Habet enim profundos oculos et mirabiles speculationes incapite suo. (Myconius, p.33.) (3)

L. Opp. (L.), XVII., p. 210. • L. Epp. I., p. 149.

(4)

L. Epp., I., p. 159.

(5)

L. Opp., (L.) XVII., p. 178. 3 Ibid. p. 183.

(6)

L. Opp. (L.) 198.

(7)

Historia de las variaciones, de Bossuet. (Libro I., p. 25, etc.) (8)

TTt follis Ule ventosa elatione disten tus... (p. 40.) (9)

Meliús informantlum. (L. Opp. Lat. I., p. 219.)

313

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO X

Huida de Lutero — Admiración — Deseo de Lotero — El legado al elector — F. l elector allegado — Prosperidad de la universidad.

Lutero continuaba con su vía, huyendo de Augsburgo apuraba su caballo y lo hacía andar tanto como lo permitían las fuerzas del pobre animal, se acordaba de la huida real o supuesta de Huss, el modo con que le alcanzaron, y la aserción de sus adversarios, que pretendieron que habiendo Huss anulado, con aquella fuga, el salvo conducto del emperador, tenían el derecho de condenarle a las llamas. 1 Sin embargo, aquellas inquietudes no molestaron sino superficialmente el corazón de Lutero, fuera de la ciudad, en la que pasó diez días bajo el terrible poder de Roma, que inmoló tantos millares de testigos de la verdad, sintiéndose ya libre, respirando el aire puro de los campos, atravesando pueblos y aldeas y viéndose tan admirablemente libertado por el brazo del Señor, toda su alma bendecía al Eterno. Con razón podía decir entonces, nuestra alma como pájaro escapó del lazo de los cazadores, ¡el lazo fue quebrado y nosotros fuimos librados! (Ps. CXXIV. ver. 7.)

El corazón de Lutero se hallaba pues lleno de alegría pero sus pensamientos se volvían también hacia De Vio, el cardenal, se dijo a sí mismo, hubiera querido tenerme en su poder y enviarme a Roma, sin duda esta pesaroso de que yo me le haya escapado, se figuraba que era dueño de mí en Augsburgo, creía tenerme en sus manos, pero tenía la anguila por la cola, ¿no es una vergüenza que esas gentes me estimen tanto? Darían muchos doblones por tenerme entre ellos, mientras que nuestro Señor Jesucristo fue vendido solo por treinta dineros de plata. 1

Lutero hizo catorce leguas en aquel día, cuando llegó a la posada donde quería pasar la noche, estaba tan cansado, (su caballo tenía un trote muy duro, nos dice un historiador,) que, bajando del caballo, no pudo tenerse en pie y se tendió sobre la paja, donde disfrutó sin embargo algún descanso. El siguiente día continuó su viaje, en Núremberg encontró Staupitz, que visitaba los conventos de su orden. En aquella ciudad fue donde vio por la primera vez el breve, que en vio el papa a Cayetano tocante a él, se indignó al leerlo y es muy probable que, si lo hubiese visto antes de su partida de Wittemberg, no hubiera comparecido jamás ante el cardenal. Es imposible creer, dijo, que ninguna cosa tan monstruosa emane de un soberano pontífice. 2

Por todas partes en el camino era Lutero el objeto del interés general. En nada había cedido. Una victoria semejante, conseguida por un pobre fraile sobre un representante de Roma, llenaba de admiración todos los corazones. La Alemania parecía vengada de los desprecios de Italia. La palabra eterna fue más honrada que la del papa. Aquel vasto poder, que hacía tantos siglos, dominaba el mundo, sufrió una formidable derrota. La marcha de Lutero fue un triunfo. Se alegraban de la obstinación de Roma, esperando que ella causara su ruina. Si ella no hubiese querido 314

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto conservar tráficos vergonzosos, si hubiera tenido bastante prudencia para no despreciar a los alemanes, si ella hubiese reformado los abusos intolerables, quizás, según las miras humanas, todo hubiera continuado en el estado de letargo, del que se despertó Lutero pero el papado no quiso ceder y el doctor se vio obligado a descubrir aquellos y otros errores y avanzar en el conocimiento y en la manifestación de la verdad.

Lutero llegó el 26 de octubre a Graefenthal, situado al extremo de las selvas de la Thuringue, donde encontró al conde Alberto de Mansfield, el mismo que le había disuadido tanto de que fuera a Augsburgo. El conde rió mucho al ver su singular tren y le obligó a ser su huésped, poco después siguió su camino.

Se apresuraba con el deseo de estar en Wittemberg el 31 de octubre, pensando que el elector se hallaría allí para la fiesta de todos los santos y que podría verlo. El breve que leyó en Núremberg, le hizo ver todo el peligro de su situación, en efecto, condenado ya en Roma, no podía pensar en permanecer en Wittemberg, ni en conseguir ningún refugio en un convento, ni en encontrar en ninguna otra parte seguridad y paz. La protección del elector podría quizás defenderlo, pero no estaba seguro de ella. Nada podía esperar ya de los dos amigos, que tuvo hasta entonces en la corte de aquel príncipe, Staupitz había perdido el favor de que gozó tan largo tiempo y dejado la Sajonia y Spalatin, aunque amado de Federico, no tenía mucha influencia sobre él. El mismo elector no conocía bastante la doctrina del Evangelio para exponerse, por ella, a peligros manifiestos. A pesar de todo, creyó Lutero que lo mejor que podía hacer era volver Wittemberg, y esperar allí lo que el Dios eterno y misericordioso dispusiese de él. Si, como pensaban muchos, lo dejaban tranquilo, quería consagrarse enteramente al estudio y a la enseñanza de la juventud. 1

Lutero estuvo de vuelta en Wittemberg el 30 de Octubre pero se apresuró inútilmente, porque ni el elector ni Spalatin había ido para la fiesta. Sus amigos se alegraron mucho al verlo. El mismo día de su llegada escribió a Spalatin, he vuelto hoy a Wittemberg sano y salvo, por la Gracia de Dios pero ignoro cuanto tiempo estaré aquí. Estoy lleno de gozo y paz, de suerte que me admiro, de que la prueba que sufro, pueda parecer tan grande a tantos grandes.

De Vio no esperó largo tiempo, después de la partida de Lutero, para manifestar al elector toda su indignación. Su carta respira venganza, da cuenta de la conferencia a Federico, con un aire de confianza: Puesto que el hermano Martín, dice al terminar, no puede ser traído, por vías paternales, a reconocer su error y a permanecer fiel a la iglesia católica, ruego a vuestra Alteza que lo envíe a Roma, lo arroje de sus estados.

Conviene que sepáis que este asunto arduo, malo y lleno de ponzoña, no puede durar ya largo tiempo porque, luego que yo haga conocer a nuestro santísimo señor tanta astucia y malicia, dará pronto fin a él. En un post tariptum escrito de su propia mano, 315

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto el cardenal solicitaba del elector, que no manchase vergonzosamente su honor y el de sus ilustres antepasados, por un miserable fraile. 1

Nunca sintió, quizás, el alma de Lutero más noble indignación, que cuando leyó la copia de aquella carta, que le envió el elector. El sentimiento de los padecimientos que estaba destinado a sufrir, el precio de la verdad por la que combatía y el desprecio que le inspiraba la conducta del legado de Roma, llenaban a la vez su corazón. Su respuesta, escrita en aquella agitación de alma, respira aquel valor, aquella elevación y aquella fe que se encuentran siempre en él, en las épocas más difíciles de su vida.

Da cuenta a su turno, de la conferencia de Augsburgo expone enseguida la conducta del cardenal y luego continúa así:

Si yo fuera el elector, respondería al legado: Prueba que hablas con ciencia, le diría, que pongan por escrito todo el asunto, entonces yo enviaré el hermano Martín a Roma, por mí orden será aprehendido y muerto. Yo tendré cuidado de mi conciencia y de mi honor y no permitiré que sea manchada mi gloria. Pero, mientras tu ciencia cierta huya la luz y solo se de a conocer con clamoreos, no puedo creer en las tinieblas.

Esto es lo que quisiera responder, Excelentísimo Príncipe. Que el reverendo legado o el mismo papa, especifiquen por escrito mis errores, que expongan sus razones que me instruyan, a mí que deseo ser instituido, que lo pido, quiero, y espero con tantas instancias, que un turco mismo no se negaría a hacerlo. Si no me retracto y no me sentencio a mí mismo, luego que se me haya probado, que los pasajes que he citado, deben comprenderse de otro modo que yo los he comprendido, entonces, o Excelentísimo Elector, que vuestra alteza sea el primero en perseguirme y arrojarme de sus estados, que la universidad me repudie y trate con indignación. ¡Hay más, y tomo al cielo y a la tierra por testigos, que el Señor Jesucristo me repela y me condene!

Las palabras que digo no son dictadas por una vana presunción, sino por una indestructible convicción. Quiero que el Señor Dios me retire su gracia, y que toda criatura de Dios me niegue su favor, si, cuando se me muestre una doctrina mejor, no la abrazo.

Si me desprecian demasiado a causa de la humildad de mi estado, a mí, pobre frailezuelo, y si no quieren instruirme en el camino de la verdad, suplique, Vuestra Alteza, al legado que le indique por escrito en que he errado y si niegan este favor a vuestra misma Alteza, que escriban su concepto a su majestad imperial o a algún arzobispo de Alemania. ¿Qué debo o puedo decir más?

Vuestra alteza oiga la voz de su conciencia y de su honor y no me envíe a Roma, porque es imposible que yo pudiese estar con seguridad allí, pues que el papa mismo no lo está. Ningún hombre puede exigir esto de vuestra alteza, sería mandaros que vendieseis la sangre de un cristiano. Ellos tienen papel, plumas y tinta y también 316

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto infinitos notarios y les es fácil escribir en que y porque he errado. Estando yo ausente, les costara menos instruirme por escrito, que inmolarme con astucia hallándome presente.

Me resigno al destierro porque mis adversarios me preparan lazos por todas partes y en ninguna puedo vivir seguro. Para que no os venga ningún mal por mi causa, abandono en nombre de Dios vuestros estados. Voy a donde el eterno y misericordioso Dios quiere que viva. Que haga de mí lo que sea su voluntad.

Así pues, serenísimo elector, os saludo con veneración, os recomiendo al Eterno Dios y os rindo inmortales acciones de gracias, por todos los beneficios que me habéis dispensado. Cualquiera que sea el punto en que fije mi futura residencia, me acordaré eternamente de vos y rogaré incesantemente y con gratitud por vuestra felicidad, y por la de los vuestros 1. Estoy todavía, gracias a Dios, lleno de gozo y le bendigo porque Cristo, su Hijo, me juzga digno de sufrir por una causa tan santa. ¡Qué él mismo guarde a vuestra ilustre Alteza! Amén.

Esta carta tan llena de verdad, hizo una profunda impresión al elector. Fue conmovido por una elocuentísima carta, dice Maimbourg. Nunca pensó el elector en entregar un inocente al poder de Roma, tal vez hubiera invitado a Lutero, a que permaneciese algún tiempo oculto pero no quiso ni aun aparentar el ceder en cierto modo a las amenazas del legado. Escribió a su consejero Pfeffinger, que se hallaba cerca del emperador, que instruyese a dicho príncipe del verdadero estado de las cosas y lo suplicara escribiese a Roma que terminasen aquel asunto o a lo menos que lo hiciesen juzgar en Alemania, por jueces imparciales. 3

Algunos días después, el elector respondió al legado, supuesto que el Doctor Martín Lutero ha comparecido a vuestra presencia en Augsburgo, debéis estar satisfechos. No esperábamos que, sin haberlo convencido, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios, que se hallan en nuestros principados, nos ha dicho que la doctrina de Martín fuese impía, anticristiana y herética. El príncipe rehúsa, enseguida, el enviar a Lutero a Roma y el arrojarlo de sus estados.

Esta carta, que se le comunicó a Lutero, le llenó de alegría. ¡Buen Dios!, escribió a Spalatin, ¡con que gozo la he leído y releído! Sé cuanta confianza se puede tener en estas palabras, llenas de fuerza y de modestia tan admirables.

Temo que los romanos no comprendan todo lo que ellas significan pero comprenderán a lo menos, que lo que creían concluido, no está ni aun empezado.

Dignaos presentar al príncipe mis acciones de gracias. Es extraño que él que (de Vio), hace poco tiempo, todavía era fraile mendicante como yo, no tema dirigirse sin respeto a los más poderosos príncipes, interpelarlos, amenazarlos, ordenarles y tratarlos con 317

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto increíble orgullo. Que aprenda que el poder temporal es de Dios y que no es permitido hollar la gloria. 1

Lo que sin duda animó a Federico a responder al legado, en un tono que éste no esperaba, fue una carta que la universidad le envió. Ella tenía sus buenas razones para pronunciarse en favor del doctor porque cada día florecía más y eclipsaba todas las demás escuelas. Una multitud de estudiantes acudían a ella, de todos los puntos de Alemania, para oír a aquel hombre extraordinario, cuyas enseñanzas parecían abrir, a la religión y a la ciencia, una nueva era. Aquellos jóvenes, llegados de todas las provincias, se pasaban luego que divisaban, de lejos los campanarios de Wittemberg, levantaban entonces sus manos al cielo y alababan a Dios, porque hacia brillar en aquella ciudad, como en otro tiempo en Sion, la luz de la verdad y la enviaba hasta a los países más remotos. 3 Una vida, y una actividad desconocidas hasta entonces, animaban la universidad. Aquí se excitan al estudio como las hormigas, escribía Lutero.

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FOOTNOTES

Weissmann, Hist. Eccles. f., p. 1237.

Reformación Sp

L. Opp. (L.) XVII., p. 202.

Epp. I., p. 106.

L. Opp. (L.), XVII. p. 183.

L. Opp. (L.) XVII., p. 203.

Ego enim ubicnmque ero gentium, illustrisimae Dominalionis tuaj numqnam non ero memor...(L. Epp. 1., p. 187.)

L.Opp. (L-) XVII., p. 244.

L. Epp. I., p. 198.

Scultet. Annal. I., p. 17.

Studium nostrum more formicarum fervet. (L. Epp. I., p. 193.) 318

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO XI

Proyecto de partida — Despedida a la iglesia — Momento crítico — Entrega de Lutero — Valor del mismo — Descontento de Roma — Apelación a un concilio.

Pensando Lutero que podía ser arrojado pronto de la Alemania, se ocupaba de la publicación de las actas de la conferencia de Augsburgo. Quería que dichas actas quedasen como testimonio de la lucha entre Roma y él. Veía acercarse la tempestad, pero no la temía. Esperaba de día en día las maldiciones de Roma y disponía y lo ordenaba todo, a fin de estar listo cuando ellas llegasen.

Habiendo levantado mi hábito y apretado mi cordón, decía, estoy pronto a partir como Abraham, sin saber a dónde iré, o más bien sabiéndolo, porque Dios está en todas partes. Tenía la intención de dejar una carta de despedida. Ten en tal caso valor para leer la carta de un hombre maldito y excomulgado, escribía a Spalatin.

Sus amigos estaban muy solícitos y temerosos por él, le suplicaban que se constituyese prisionero, a fin de que aquel príncipe le hiciese guardar en alguna parte segura. Sus enemigos no podían comprender lo que le inspiraba tanta confianza. Un día hablaban de él en la corte del obispo de Brandeburgo y se preguntaban en que apoyo podía fundarse. Es Erasmo, decían, es Capitán, son otros hombres sabios en quienes confía. No, no, respondió el obispo, el papa se inquietaría muy poco de esos tales, es en la Universidad de Wittemberg y en el duque de Sajorna, en quienes descansa.... Así unos y otros ignoraban cual era el castillo en que se había refugiado el Reformador.

Se presentaban al espíritu de Lutero proyectos de partida, no era el temor de los peligros el que se los sugería, sino la previsión de los obstáculos interminables, que hallada en Alemania la libre profesión de la verdad. Si permanezco aquí, decía, me quitaran la libertad de decir muchas cosas si me ausento, desahogaré libremente los pensamientos de mi corazón y ofreceré mi vida a Jesucristo. 1

La Francia era el país en que esperaba Lutero poder anunciar la verdad sin trabas.

La libertad de que gozaban los doctores y la Universidad de Paris le parecía digna de envidia. Estaba, por otra parte, de acuerdo con ellos sobre muchos puntos. ¿Qué hubiera sucedido si hubiese pasado de Wittemberg a Francia?, ¿se hubiera establecido la Reformación allí como en Alemania?, ¿Hubiera sido destronado el poder de Roma, en aquella Francia que estaba des tinada a ver combatir, en su seno, los principios jerárquicos de Roma y los destructivos de una filosofía religiosa y llegado a ser la misma nación el gran foco de luz evangélica? Inútil es hacer sobre esto vanas suposiciones pero tal vez hubiera producido. Lutero, en Paris, algún cambio en los destinos de la Europa y de la Francia.

319

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El alma de Lutero estaba vivamente agitada. Predicaba muchas veces en la iglesia de la ciudad, en lugar de Simón Heyens Pontanus, pastor de Wittemberg, que estaba casi siempre enfermo. En todo evento, creyó deber despedirse de aquel pueblo, a quien había anunciado con frecuencia la salud eterna. Soy, dijo un día en el pulpito, un predicador poco estable, ¡cuántas veces no he partido de repente sin despedirme de vosotros? Por si llega otra vez tal caso y que no haya de volver, recibid aquí mi despedida. Y luego, habiendo añadido algunas otras palabras, concluyó diciendo, con moderación y dulzura, os advierto, en fin, que no os espantéis, si descargan sobre mí con furia las censuras papales; no lo imputéis al papa, y no deseéis mal ni a él ni a ningún otro mortal, antes bien encomendadlo todo a Dios.

Pareció por fin llegado el momento. El príncipe hizo saber a Lutero, que deseaba verle fuera de Wittemberg. Los deseos del elector eran sagrados para él, para que dejara de conformarse a ellos; hizo pues sus preparativos de partida, sin saber a dónde dirigirla sus pasos; quiso no obstante reunir por última vez a sus amigos y les preparó, con este motivo, una comida de despedida. Sentado con ellos en la mesa, disfrutó todavía de su grata conversación y de su tierna era y de solicita la corte amistad, la abrió y estando y la leyó así, Leo Primio se llevan una su carta corazón, porque contenía una nueva orden de partir.

El príncipe le preguntaba, ¿Por qué tardaba tanto en alejarse?, su alma quedó sumergida en la mayor tristeza, sin embargo se reanimó y levantando la cabeza, dijo con firmeza y alegría, mirando a los que le rodeaban: Padre y madre me abandonan, pero el Señor me recoge. Era urgente partir, sus amigos estaban conmovidos. ¿Qué iba a hacer de él? Si su protector le rechaza, ¿quién querrá recibirle? Y el Evangelio y la verdad y aquella obra admirable. Todo va caer sin duda con el ilustre testigo. La Reformación parecía estar ya pendiente de un hilo y en el momento en que Lutero saliese de Wittemberg, ¿no se rompería aquel hilo?, Lutero y sus amigos hablaban poco. Heridos del golpe que recibía su hermano, derramaban lágrimas sus ojos. Pero, pocos instantes después, llegó otro mensaje; abrió Lutero la carta, no dudando encontrar en ella nueva intimación pero, ¡oh poderosa mano del Señor!, ya es salvo por de pronto. Todo cambió de aspecto, cómo el nuevo enviado del papa espera, le escribían, que todo podrá arreglarse por medio de una conferencia, quedaos todavía.

1

¡Qué importante fue aquella hora!, ¿qué hubiera sido de Lutero, si, obedeciendo como siempre a la voluntad de su príncipe, hubiese salido de Wittemberg luego que recibió su primera carta? Nunca hubo situación más crítica que aquella, para Lutero y para la obra de la Reformación, parecían ya rotos sus destinos y un instante bastó para cambiarlos. Llegado al grado más inferior de su carrera, el Doctor de Wittemberg volvió a subir rápidamente y desde entonces no dejó de acrecentar su influencia. El 320

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto eterno ordena, según la expresión de un profeta y sus siervos bajan los abismos o suben a los cielos.

Spalatin hizo llamar a Lutero a Lichtemberg, para tener una entrevista con él, según las órdenes de Federico. Hablaron en ella largamente sobre el estado de las cosas. Si llegan las censuras de Roma, dijo Lutero, yo, por cierto no permaneceré en Wittemberg. Guardaos, repuso Spalatin, ¡de precipitar demasiado vuestro viaje a Francia! * Se separó de él, diciéndole que esperase sus avisos. Solo os pido que encomendéis mi alma a Cristo, decía Lutero a sus amigos. Veo que mis adversarios se afirman en la idea de perderme pero Cristo me afirma al mismo tiempo en la de no cederles.

Lutero publicó entonces las Actas de la Conferencia de Augsburgo. Spalatin le había escrito, de parte del elector, que no lo hiciese pero era ya tarde. Una vez hecha la publicación, el príncipe dio su aprobación a ella. ¡Gran Dios!, decía Lutero en el prefacio, ¡qué nuevo, que espantoso crimen, el buscar la luz y la verdad! y sobre todo en la Iglesia, es decir en el reino de la verdad. Te envío mis Actas, escribía a Link; ellas son más decisivas de lo que esperaba sin duda el Señor legado pero mi pluma está preparada para producir mayores cosas. Ignoro yo mismo de donde me vienen tales pensamientos. En mi concepto, el asunto ni aun esta empezado, y por consiguiente falta mucho para que los grandes de Roma puedan esperar su fin. Te mandaré lo que he escrito, para que veas si he acertado creyendo que el Anticristo, de que habla San Pablo, reina actualmente en la corte de Roma. Creo poder demostrar que él es hoy peor que los mismos turcos.

Por todas partes llegaban a Lutero malos avisos. Uno de sus amigos le escribía, que el nuevo enviado de Roma había recibido la orden apoderarse de él, y de entregarlo al papa. Otro le refería que, estando de viaje, se encontró en cierta parte con un cortesano y que habiéndose suscitado la conversación sobre los asuntos que agitaban entonces a la Alemania, el tal cortesano le declaró haberse comprometido entregar a Lutero en manos del soberano pontífice. Pero cuanto más aumenta su violencia y furor, escribía el reformador, tanto menos tiemblo. *

Se hallaban en Roma muy descontentos de Cayetano. El despecho que tenían de haber salido mal en el negocio, se descargó desde luego sobre él. Los cortesanos romanos se creyeron autorizados para imputarle la falta de prudencia y sagacidad que, según ellos, debían ser las primeras calidades de un legado y el no haber sabido ablandar, en circunstancias importantes, el rigor de su teología escolástica. Suya es toda la falta, decían, su tosco pedantismo lo ha echado todo a perder; ¿Por qué irritó a Lutero con injurias y amenazas, en lugar de atraerlo con promesas de un buen obispado y aun con las de un capelo de Cardenal V? Aquellos mercenarios juzgaban al Reformador por sí mismos. No obstante era preciso reparar la falta. Por una parte, 321

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Roma debía pronunciarse, por otra debía contemplar al elector, que podía ser muy útil para la elección que debían hacer pronto de un emperador. ¡Cómo era imposible a los eclesiásticos romanos, saber en qué consistía la fuerza y el valor de Lutero!, se figuraban que el elector estaba mucho más implicado en el asunto, de lo que era realmente. Se resolvió pues el papa a seguir otro rumbo. Hizo publicar, por su legado en Alemania, una bula, en la que confirmaba la doctrina de las indulgencias, precisamente sobre los puntos impugnados, pero sin mencionar al elector ni a Lutero.

Cómo el Reformador había dicho siempre, que se sometería a la decisión de la Iglesia romana, creyó el papa que debía, en aquellas circunstancias o mantener su palabra o mostrarse abiertamente perturbador de la paz de la Iglesia y menospreciador de la Santa Sede Apostólica. En cualquiera de los dos casos, parecía que debía ganar el papa pero no se gana nada en oponerse obstinadamente a la verdad. En vano había amenazado el papa, con la excomunión, a todo el que enseñase otra cosa que lo ordenado por él, la luz no se detiene en tales ordenes. Hubiera sido más prudente morigerar, con ciertas restricciones, las pretensiones de los traficantes de indulgencias. Aquel decreto de Roma fue pues una nueva falta. Legalizando errores insoportables, indignó a todos los hombres prudentes e imposibilitó la vuelta de Lutero al seno de la iglesia romana. Se creyó, dice un historiador católico, gran enemigo de la reformación, 1 que aquella bula no fue publicada más que para el interés del papa y de los limosneros, que empezaban a ver, que nadie les quería dar nada por aquellas indulgencias.

El cardenal de Vio publicó el Decreto en Lintz, en Austria, el 13 de Diciembre, 1518 pero ya Lutero se había puesto a cubierto de sus tiros. El 28 de Noviembre había apelado, en la capilla del Cuerpo de Cristo en Wittemberg, del papa a un concilio general de la Iglesia. Preveía la tempestad que iba a descargar sobre él, sabía que solo Dios podía conjurarla pero lo que a él le tocaba hacer, lo hizo. Debía sin duda abandonar a Wittemberg, aunque no fuera más que por el elector, luego que llegasen allí las maldiciones romanas, sin embargo, no quería separarse de Sajonia y de Alemania sin hacer una protesta ruidosa, la que fue redactada en efecto y a fin de que estuviese corriente para ser divulgada, luego que descargaran sobre él los furores de Roma, como dice él mismo, la hizo imprimir bajo la expresa condición de que el librero le entregaría todos los ejemplares; pero aquel hombre, codicioso de ganancia, los vendió casi todos, mientras que Lutero esperaba tranquilamente la entrega, éste se incomodó pero la cosa estaba ya hecha. Aquella protesta atrevida se esparció por todas partes.

Lutero declaraba de nuevo en ella, que no tenía intención de decir nada contra la santa Iglesia, ni contra la autoridad de la Sede Apostólica y del papa bien aconsejado.

Pero, prosigue, atendido que el papa, que es el vicario de Dios en la tierra, puede, como todo hombre, errar, pecar, mentir, y que la apelación a un concilio general es el 322

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto único medio de salvación contra las acciones injustas a las cuales es imposible resistir, yo me veo obligado a recurrir a ella.

He aquí pues la Reformación colocada en un nuevo terreno. Ya no es del papa, ni de sus resoluciones, de quienes se la hace depender pero sí de un concilio universal.

Lutero se dirigió a toda la Iglesia y la voz que salió de la capilla del Cuerpo de Cristo, debe ser oída de todos los rebaños del Señor. No faltaba valor al Reformador y dio una nueva prueba de él. ¿Le faltará Dios?, esto es lo que nos enseñaran los diversos períodos de la Reformación, que deben todavía desenvolverse a nuestra vista.

_________________________________

FOOTNOTES

(1)

Cluia Deus ubiqué. (L. Epp. I., p. 188.)

(2)

Ut principi me incaptivitatem darem. (Ibid., p. 189.) (3)

Si iero totum effundam et vitam ofteram Christo. (L. Epp. I., p. 190.) (4)

Deo rera committerem. (Ibid., p. 191.)

(5)

Valer und Mutter verlassen mich, aber der Herr nimml mich auf.

(6)

L. Opp. XV., 824.

(7)

Ne tam cito inGalliam irem. (L. Epp. I., p. 195.) (8)

Irmat Christus propositum non cedendi inme. (Ibid.) (9)

Resista necdum habet Initium suum meo judicio. (Ibid., p.193.) (10) Sarpi, Concilio de Trenlo, p. 8.

(11) Duo illi magis furunt, et vi affectant viam, eo minus ego terreor. (L. Epp.

I., p. 191.)

(12) Maimbourg, p. 38.

(13)

Loscher, Ref. Act.

FIN DEL TOMO PRIMERO.

323

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