Historia de la Reformacion del Siglo Decimosesto Vol 1 by Jean Merle Henri D'Aubigne - HTML preview

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Libertad y servidumbre — Tesis — Naturaleza del hombre — Racionalismo —

Suplica a Juan Lange, de Erfurt — Eck — Urbano Regius — Modestia de Lutero.

Lutero volvió al trabajo con ardor. Preparaba seis o siete jóvenes teólogos para sufrir el examen que debía verificarse pronto para ascender a catedráticos. Lo que más le alegraba era que estas promociones debían ser en descrédito de Aristóteles.

Quisiera aumentar sus enemigos, cuanto antes, 1 decía. Al efecto, publicó entonces algunas tesis que merecen nuestra atención.

La libertad, tal fue el grave asunto de que trató. Lo hizo ya ligeramente en las tesis de Feldkirchen y en esta ocasión profundizó más la materia. Desde el principio del cristianismo ha habido una lucha más o menos viva, entre las dos doctrinas de la libertad del hombre y de su sujeción. Algunos escolásticos enseñaron, como Pelagio y otros doctores, que el hombre poseía de sí mismo la libertad, o el poder de amar a Dios y de hacer el bien. Lutero negó esta libertad, no por privar de ella al hombre, sino al contrario, para hacer que la obtuviese. La disputa diferencia en esta grande cuestión, no es pues como se dice generalmente, entre la libertad y la servidumbre, sino entre la libertad que proviene del hombre y la que proviene de Dios. Los que se llaman partidarios de la libertad, dicen al hombre.

Tú tienes el poder de hacer el bien, y no necesitas de mayor libertad. Los llamados partidarios de la servidumbre, le dicen, al contrario, te falta la verdadera libertad y Dios te la ofrece en el Evangelio. Unos hablan de libertad para conservar fe servidumbre, otros de la servidumbre para dar la libertad tal fue la lucha en tiempo de San Pablo, en el de Agustín y en el de Lutero.

Los que dicen no alteréis nada, son los campeones de la servidumbre y los que dicen, romped vuestras cadenas, son los campeones de la libertad.

Sin embargo, nos engañaríamos si quisiésemos resumir toda la Reformación en esta cuestión particular, ella es una de las muchas doctrinas que sostuvo el doctor de Wittemberg, he aquí todo. Sobre todo, sería una ilusión el pretender que la reformación sea un fatalismo, una oposición a la libertad ella fue una magnífica emancipación del espíritu del hombre.

Rompiendo los numerosos lazos con que la jerarquía había ligado el pensamiento humano y restableciendo las ideas de libertad, de derecho y de examen, la Reformación emancipó a su siglo a nosotros mismos y a la posteridad más remota. Y

que no se nos diga que la Reformación libertó al hombre de todo despotismo humano, pero que le esclavizó, proclamando la soberanía de la gracia, no hay duda que ella quiso unir de nuevo la voluntad humana con la divina, someter plenamente aquella a esta y establecer una conformidad entre ambas; pero, ¿qué filósofo ignora que la 163

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto plena conformidad a la voluntad de Dios es la única, la soberana y la perfecta libertad, y que el hombre no será verdaderamente libre sino cuando la suprema justicia y la eterna verdad reinan solas en él?.

He aquí algunas de las noventa y nueve proposiciones que presentó Lutero a la Iglesia, contra el racionalismo pelagiano de la teología escolástica.

Es cierto que el hombre, que ha llegado a ser un mal árbol, no puede sino querer y hacer lo que es mal. Es falso que la voluntad dejada a sí misma, pueda hacer el bien como el mal porque ella no es libre sino cautiva. No está en poder de la voluntad del hombre querer o no querer todo lo que se le presenta. El hombre por su naturaleza no puede querer que Dios sea Dios preferiría ser Dios o el mismo y que Dios no fuese Dios. La excelente, la infalible, la única preparación a la gracia, es la elección y predestinación eterna de Dios. 1 Es falso decir que si el hombre hace todo lo que puede, destruye los obstáculos a la gracia. En una palabra, la naturaleza no posee ni razón pura ni voluntad buena. 3 De parte del hombre nada hay que preceda a la gracia a no ser la insuficiencia y la rebelión. No hay virtud moral sino orgullo, ni sin tristeza, es decir, sin pecado.

Desde el principio hasta el fin, no somos dueños de nuestras acciones, sino esclavos suyos. No llegamos a ser justos haciendo lo que es justo, sino que siendo ya justos, hacemos lo que es justo. El que dice que un teólogo que no es lógico, es un hereje y un aventurero, dice una cosa aventurera y herética. No hay forma de razonamiento (de silogismo), que concuerde con las cosas de Diós.3 Si la forma del silogismo pudiera aplicarse a las cosas divinas, se sabría el artículo de la Santa Trinidad, y no se creería.

En una palabra, Aristóteles es a la teología lo que las tinieblas a la luz. El hombre es más enemigo de la gracia de Dios que de la misma ley. El que esta fuera de la gracia de Dios peca sin cesar, aun cuando no mate, no robe, ni cometa adulterio. Peca, porque no cumple la ley espiritualmente. No matar, no cometer adulterio, solo exteriormente y en acción, es la justicia de los hipócritas. La ley de Dios y la voluntad del hombre, son dos adversarios que, sin la gracia de Dios, no pueden estar de acuerdo. 4 Lo que quiere la ley, no lo quiere jamás la voluntad, a menos que por temor o por amor, no aparente quererlo. La ley es el verdugo de la voluntad pero ésta no recibe por amo más que el Niño que nos ha nacido. 1 (Isaías, IX., 6.) La ley hace abundar el pecado, porque ella irrita y rechaza la voluntad. Pero la gracia de Dios hace abundar la justicia por Jesucristo, quien hace amar la ley. Toda obra de la ley parece buena por el exterior, pero es pecado en el interior. La voluntad, cuando se vuelve hacia la ley sin la gracia de Dios, solo es por su propio interés.

Malditos son todos los que hacen las obras de la ley. Benditos son todos los que hacen las obras de la gracia de Dios. La ley que es buena y en la que se tiene la vida, es el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (Romanos v., 164

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto ver. 5.) La gracia no es concedida, para que la obra se haga más frecuente y fácilmente, sino porque sin la gracia no se puede hacer ninguna obra de amor. Amar a Dios, es aborrecerse a sí mismo y no saber nada fuera de Diós. 2

Así pues Lutero atribuye a Dios todo el bien que puede hacer el hombre. No se trata de rehacer, de remendar, si así puede decirse, la voluntad del hombre es menester darle otra nueva. Dios solo ha podido decir esto, porque Dios solo puede cumplirlo. He aquí una de las mayores y más importantes verdades que el espíritu humano puede reconocer.

Pero Lutero, al proclamar la insuficiencia del hombre, no caía en el extremo contrario. En la octava proposición, dice, no resulta de lo dicho que la voluntad sea mala por su naturaleza, es decir que su naturaleza sea el mismo mal, como enseñaron los Maniqueos. La naturaleza del hombre fue en su origen esencialmente buena, ella se apartó del bien que es Dios y se inclinó hacia el mal. Sin embargo, existe su santo y glorioso origen y ella es capaz, por el poder de Dios y por la obra del Cristianismo, de recobrar el mismo origen.

Es verdad que el Evangelio nos presenta el hombre en un estado de humillación y de insuficiencia pero lo presenta entre dos glorias y dos grandezas, una gloria pasada, de la que fue precipitado y otra gloria futura, a la que es llamado. Esta es la verdad, el hombre lo sabe y por poco que piense en ello, descubre fácilmente que todo lo que se le dice sobre su pureza, su poder, y su gloria actuales, no es más que una mentira con que se quiere alagar y adormecer su orgullo.

Lutero se elevó en sus tesis, no solo contra la pretendida bondad de la voluntad del hombre, sino también contra las supuestas luces de su entendimiento en lo tocante a las cosas divinas. En efecto la teología escolástica exalto la razón al par que la voluntad. Aquella Teología, tal cual la habían compuesto algunos de sus doctores, no era en sustancia más que una especie de racionalismo, las proposiciones que hemos citado, lo indican, se diría que van dirigidas contra el racionalismo de nuestros días.

En las tesis, que anunciaban la reformación, Lutero atacó la Iglesia y las supersticiones populares que habían añadido al Evangelio las Indulgencias, el Purgatorio y otros abusos. En las que acabamos de mencionar, atacó la escuela y el Racionalismo, que habían quitado del mismo Evangelio la Doctrina de la Soberanía de Dios, de su revelación y de su gracia. La Reformación atacó el Racionalismo, antes de atacar la superstición, proclamó los Derechos de Dios antes de condenar las superfluidades del hombre fue positiva antes que negativa: esto es lo que no se ha notado suficientemente, y sin embargo, sin esto no se puede llegar a apreciar justamente aquella revolución religiosa.

Sea lo que fuera eran verdades bien nuevas las que Lutero acababa de expresar con tanta energía. Hubiera sido fácil sostener aquellas tesis en Wittemberg, donde 165

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto dominaba su influencia; pero entonces hubieran dicho que Lutero escogía un campo de batalla donde no comparecería ningún combatiente: presentando el combate en otra universidad, para dar mayor publicidad a aquellas tesis y precisamente por la publicidad se ha obrado la reformación: pensó pues en Erfurt cuyos teólogos se habían mostrado tan irritados contra él.

En efecto, envió sus tesis a Juan Lange, prior de Erfurt, y le escribió, mi impaciencia hasta saber lo que decidiréis sobre estas paradojas, es grande, extrema, demasiado grande, tal vez. Mucho me temo que vuestros teólogos no consideren como paradoja y aun ortodoxa, 1 lo que no puede ser para mí sino muy ortodoxa. Avisadme pues cuanto antes lo que fuere. Tened la bondad de declarar a la Facultad de Teología y a todos, que estoy pronto a ir a Erfurt y sostener públicamente estas proposiciones, sea en la universidad, sea en el monasterio. Parece que no fue aceptado el desafío de Lutero, los frailes de Erfurt se contenta ron con hacerle saber que sus tesis les habían desagradado mucho.

Quiso también enviar las mismas proposiciones a otro punto de Alemania y para ello fijó la atención en un hombre que hace gran papel en la historia de la reformación, y que es digno de ser conocido.

Un distinguido profesor llamado Juan Meyer enseñaba entonces en la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, era nativo de Eck, pueblo de Suabia y le llamaban comúnmente el doctor Eck. Era amigo de Lutero y éste apreciaba sus talentos y conocimientos, había leído mucho, estaba dotado de una memoria feliz y a la erudición juntaba la elocuencia. Su accionar y su voz indicaban la viveza de su genio. En cuanto a talento, Eck era en el sur de la Alemania, lo que Lutero en el norte, ambos eran los teólogos más notables de aquella época, aunque con diferentes tendencias. La Universidad de Ingolstadt, era casi la rival de la de Wittemberg. La reputación de estos dos doctores atrajo de todas partes a las universidades en que enseñaban, una multitud de estudiantes deseosos de escuchar sus lecciones. Sus prendas personales, no menos que su ciencia, les hacían ser queridos de sus discípulos. Se ha vituperado el carácter del doctor Eck un rasgo de su vida mostrará que a lo menos en la época de qué hablamos, su corazón no estaba cerrado a los sentimientos generosos.

Entre los estudiantes que su nombre atrajo a Engoldstadt, se hallaba un joven llamado Urbano Regius, nacido en las márgenes de un lago de los Alpes. Había estudiado en la Universidad de Friburg en Brigau y llegado a Engoldstadt siguió allí su curso de filosofía y captó la voluntad del doctor Eck. Precisado a subsistir con sus propios recursos, tuvo que encargarse de la dirección de algunos jóvenes nobles. No solo debía vigilar su conducta y sus estudios, sino también comprar el mismo los libros y la ropa que necesitaban. Aquellos jóvenes vestían con lujo, y tenían buena mesa; contraían deudas y los acreedores les apuraban: en tal estado, Regius embarazado 166

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto suplicó a los pudres de dichos jóvenes que los retirasen de allí, y la respuesta que le dieron fue, “tened ánimo.” El emperador juntaba entonces un ejército contra los turcos, e iban llegando reclutas a Ingoldstadt. Desesperado como se hallaba, Urbano sentó plaza, y apareció en las filas con uniforme, en los momentos en que pasaban la revista para marchar. El doctor Eck llegó justamente entonces a la plaza, con muchos de sus colegas, y se sorprendió al reconocer a su discípulo entre los reclutas. “¡Urbano Regius!” le dijo, fijando en él una mirada penetrante.

¡Presente!, respondió el conscripto. “¿Cuál es la causa de esta mudanza?”. El joven refirió su historia y el doctor le respondió, yo me encargo del asunto y inmediatamente le arrancó la alabarda y le retiró del servicio, pagando su reemplazo. Los padres de los dos jóvenes, temerosos de caer en la desgracia del príncipe por amenazas que les hizo el doctor, enviaron el dinero necesario para pagar los gastos y las deudas de sus hijos de este modo Urbano Regius fueron salvado, para llegar a ser más tarde uno de los apoyos de la Reformación.

Queriendo Lutero, como se ha dicho, hacer conocer en el sur del imperio sus tesis sobre el Pelagianismo y el Racionalismo, las envió a su excelente amigo (que lo era también de Eck), Cristobal Scheurl, secretario de la ciudad de Núremberg, suplicándole las pasara al mismo Eck, a Engolstadt, ciudad que no dista mucho de Núremberg. “Os envío, le escribía, mis proposiciones enteramente paradójicas y aun ortodoxas, como piensan algunos, comunicadlas a nuestro querido Eck, a ese hombre tan erudito y de tanto talento, a fin de que yo sepa su opinión. * Así hablaba entonces Lutero del doctor Eck, tal era la amistad que reinaba entre ambos y no fue Lutero quien la rompió.

Empero, no era en aquel campo donde debía trabarse el combate. Aquellas tesis versaban sobre doctrinas de mayor importancia quizás que las que, dos meses después, aparecieron incendiarias a la Iglesia y a pesar de esto y las provocaciones de Lutero, dichas proposiciones fueron recibidas con indiferencia, y a penas fueron leídas más que en el gremio de la Escuela es porque no eran otra cosa que proposiciones de universidad y Doctrinas de Teología mientras que las segundas tesis se referían a un mal que se había aumentado y que rebosaba por todas partes en Alemania. Cuando Lutero se limitó a restablecer doctrinas ya olvidadas, callaron pero cuando manifestó abusos que chocaban todo el mundo, prestaron atención. Sin embargo, en uno y otro caso, no se propuso Lutero sino suscitar discusiones teológicas, tan frecuentes entonces, en las universidades. La idea de Lutero no se extendía más, no pensaba en llegar a ser Reformador, era humilde y su humildad llegaba hasta la desconfianza de sí mismo.... Soy tan ignorante, decía, que no merezco más que vivir en un rincón, sin ser conocido de nadie bajo el sol. 2 Pero una mano poderosa le sacó de aquel rincón, en que hubiera querido permanecer desconocido del mundo. Una circunstancia 167

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto independiente de su voluntad, le hizo salir al campo de batalla y empezó la guerra cuya circunstancia providencial nos toca referir en la continuación de esta obra.

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FOOTNOTES

(1)

Cujns vellem hostes cito quam pkirimos fieri. (L. Epp. I., 59.) (2)

Optima et infallibilis ad gratiam preeparatio et unica dispositio, est seterna Dei electio et praedestinatio. (L. Opp. Lat., I., 56.) (3)

Breviter nec rectum dictamen habet natura, nec bonam volunta-tem. (L.

Opp. Lat., I., 56.)

(4)

Nulla forma syllogistiea tenet interminis divinis. (Ibid.) (5)

Lexet voluntas sunt adversarii duo, sine gratia Dei implaeabiles. (U Opp.

Lat.. I.. 57.)

(6)

Lex est exactor voluntatis, qui non superatur nisi per Parvulum qui natus est nobis. (Ibid.)

(7)

L. Opp. Lips. XVII., p. 143, et Opp. Lat. I.

(8)

Nec ideó sequitur quod sit naturaliter mala, id est natura mali, spcimdum Manichaos. (L. Opp. Lips. XVII., p. 143, et Opp. Lat. I.) (9)

Ref. Span. 11

(10) Imb cacodoxa (mala doctrina) videri suspicor. (L. Epp. I., 6.) (11) Eccio n ostro, erudutissimo et ingeniosissimo viro exhíbete, ut audiam et videam quid vocet illas. (L. Epp. I., p. 63.)

(12) L. Opp. (W.), XVni., 1944.

LIBRO TERCERO - LAS INDULGENCIAS Y LAS TESIS. 1517 - MAYO

1518.

CAPÍTULO I

168

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Agitación — Comitiva — Tezel — Su discurso — Confesión — Venta —

Penitencia pública — Una carta de indulgencia — Excepciones — Diversiones y disoluciones.

Una gran agitación reinaba entonces entre el pueblo de Alemania. La Iglesia había abierto un gran mercado en la tierra y al ver la multitud de compradores y al oír los gritos y las chocarrerías de los vendedores, se hubiera dicho que era una feria, pero feria abierta por los frailes. La mercancía que ponderaban y ofrecían con rebaja era, según decían, la salud eterna de las almas.

Los mercaderes recorrían el país en hermosos carruajes, acompañados de tres lacayos, ostentando grandeza y haciendo mucho gasto, se parecían más bien a un cardenal, viajando con sus oficiales y acompañamiento que no a un tratante vulgar o a un fraile limosnero. Cuando la comitiva se acercaba a una ciudad, un diputado se presentaba al magistrado y le decía: "La gracia de Dios y la del Padre Santo están a las puertas de la ciudad”, y al punto se ponía todo en movimiento, el clero, los frailes, las monjas, el ayuntamiento, los maestros de escuela, los discípulos, los gremios de artesanos con sus estandartes, hombres y mujeres, jóvenes y viejos iban al encuentro de los mercaderes, llevando velas encendidas y avanzando al son de la música y de todas las campanas, de manera, dice un historiador, que no hubieran podido recibir más dignamente al mismo Dios.

Hechas las primeras salutaciones, la comitiva se dirigía hacia la Iglesia, la bula de gracia del Pontífice iba al frente en un cojín de terciopelo o en un brocado, seguía el jefe de los mercaderes de indulgencias, con una cruz roja de madera en la mano, toda la procesión caminaba así, en medio de los canticos de las oraciones y del humo del incienso y en el templo recibían al fraile mercader y a su acompañamiento, con órgano y música estrepitosa, colocaban la cruz delante del altar, colgaban en ella las armas del papa y durante todo el tiempo que ella estaba allí, el clero de la ciudad, los penitenciarios, subcomisarios, iban, todos los días, después de vísperas o antes del ángelus a rendirle homenaje, teniendo en las manos unos bastoncitos blancos. 1 Este gran acontecimiento causaba una profunda sensación en las tranquilas ciudades germánicas. Un personaje llamaba sobre todo la atención del público en aquella feria y era el que llevaba la gran cruz roja y hacia el principal papel. Revestido del hábito de los dominicanos, se presentaba con arrogancia, su voz era retumbante y parecía todavía vigoroso, aunque tenía ya sesenta y dos años. 2 Este hombre, hijo de un platero de Leipzig, nombrado Dies, se llamaba Juan Diesel o Tezel, había estudiado en su ciudad natal, fue nombrado bachiller en 1487, y entró, dos años después, en la orden de los dominicos. Reunía en sí muchos títulos, Bachiller en Teología, prior de los 169

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto dominicos, comisario apostólico, inquisidor, hcereticce pravitatis inquisitor y con todo no había cesado, desde el año 1502, de llenar el oficio de mercader de indulgencias.

La habilidad que adquirió, siendo subalterno, le valió pronto el puesto de comisario en jefe. Tenía de salario ochenta florines al mes y todos sus gastos pagados, además le proporcionaban un carruaje y tres caballos pero se comprende fácilmente que sus ganancias accesorias eran mucho más que su sueldo. En 1507

ganó en dos días en Freiberg, dos mil florines si tenía oficio de charlatán, también tenía costumbres de tal declarado en Innsbruck de adultero y de conducta depravada, estuvo a pique de espiar sus vicios con su muerte pues, el emperador Maximiliano había mandado que le metieran en un saco y le echaran al rio. El elector Federico de Sajonia interpuso su influjo y obtuvo su perdón 1 pero esta elección no le corrigió. Llevaba consigo dos de sus hijos cuyo hecho lo cita Miltitz, legado del papa, en una de sus cartas. 3 Hubiera sido difícil encontrar en todos los claustros de Alemania un hombre más adecuado que Tezel para el comercio de que le habían encargado a la Teología de un fraile, al celo y al espíritu de un inquisidor, reunía el mayor descaro y lo que le facilitaba sobre todo el desempeño de su cargo era el arte de inventar las historias peregrinas con que se cautivaba el espíritu del pueblo, todos los medios eran buenos para él con tal que llenasen su caja esforzando su voz y haciendo uso de la elocuencia de los charlatanes, ofrecía a todo el mundo sus indulgencias, y sabia, mejor que ningún mercader de feria, hacer valer su mercancía. 3

Cuando Tezel subía al púlpito, mostrando la cruz de la que colgaban las armas del papa, se ponía a ponderar con tono firme el valor de las indulgencias, a la multitud de gentes que atraía la ceremonia al santo lugar, el pueblo le escuchaba, y abría el ojo al oír las admirables virtudes que anunciaba.

Un historiador jesuita, hablando de los religiosos dominicos asociados con Tezel, dice, Algunos de aquellos predicadores no faltaron, según costumbre, de exagerar el asunto de que trataban y de preconizar tanto el precio de las indulgencias que dieron motivo al pueblo para creer que tenían segura su salvación y el rescate de las almas del purgatorio, al punto que daban dinero. 1 Si tales eran los discípulos bien se puede pensar lo que sería del maestro. Oigamos una de las arengas que pronunció después de la elevación de la cruz.

Las indulgencias, dijo, son la dadiva más preciosa y la más sublime de Dios.

Esta cruz (mostrando la cruz roja) tiene tanta eficacia, como la misma cruz de Jesucristo. 2 Venid, oyentes, y yo os daré bulas, por las cuales se os perdonaran hasta los mismos pecados que tuvieseis intención de cometer en el futuro. Yo no 170

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto cambiaría por cierto mis privilegios, por los que tiene San Pedro en el cielo; porque yo he salvado más almas con mis indulgencias que el apóstol con sus discursos.

No hay pecado tan grande, que la indulgencia no pueda perdonar y aun, si alguno (lo que es imposible sin duda), hubiese violado a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, que pague, que pague bien nada más, y se le perdonara la violación. Ni aun el arrepentimiento es necesario, pero hay más, las indulgencias no solo salvan a los vivos, sino también a los muertos. Sacerdote ¡noble!,

¡mercader!, ¡mujer!, ¡muchacha!, ¡mozo!, escuchad a vuestros parientes y amigos difuntos, que os gritan del fondo del abismo. Estamos sufriendo un horrible martirio, ¡una limosnita nos libraría de él, vosotros podéis y no queréis darla!

Se estremecían al oír estas palabras, pronunciadas con la voz formidable del fraile charlatán.

s Tezel defiende y sostiene esta aserción en sus antítesis, publicadas por él mismo. Th. 99, 100, et tOl. “Subcommissariis insuperac prsedicatoribus verfíarum imponere, ut si quis perimpossibile Dei genitricem sempervirginem violasset, quod eundem indulgentiarum vigore absolvere possent, luce clarius est.”

(Positiones fratris J. Tezelii quibus defendit índulgentias contra Lutherum.) En el mismo instante, continuaba Tezel, en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio y vuela libre al cielo. 1 ¡Oh gentes, torpes y parecidas casi a las bestias, que no comprendéis la gracia que se os concede tan abundantemente!....Ahora que el cielo está enteramente abierto, ¿No queréis entrar en él? ¿Pues, cuándo entrareis ?.... ¡Ahora podéis rescatar tantas almas!

¡Hombre duro e indiferente! con un real puedes sacar a tu padre del purgatorio,

¡y eres tan ingrato quo no quieres salvarle! Yo seré justificado en el día del juicio pero vosotros seréis castigados con tanta más severidad, cuanto que habéis descuidado tan importante salvación. Yo os digo que, aun cuando no tengáis más que un solo vestido, estáis obligados a venderlo, ¡a fin de obtener esta gracia!....Dios, nuestro Señor, no es ya Dios pues ha abdicado su poder en el papa.

Después, procurando también hacer uso de otras armas, añadía, ¿Sabéis porque nuestro Señor el papa distribuye una gracia tan preciosa?, es porque se trata de reedificar la iglesia destruida de San Pedro y San Pablo, de tal modo que no tenga igual en el mundo. Esta iglesia encierra los cuerpos de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y los de una multitud de mártires. Estos santos cuerpos, en el estado actual del edificio, son, ¡ay! continuamente mojados, ensuciados, 171

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto profanados y corrompidos perla lluvia, por el granizo.... ¡Ah! ¿Estos restos sagrados, quedaran todavía en el lodo y en el oprobio? 2

Esta pintura no dejaba de hacer impresión en muchos. Ardían en deseos de socorrer al pobre León X, que no tenía con que poner al abrigo de la lluvia, los cuerpos de San Pedro y de San Pablo.

Entonces, el orador declamaba contra los ergotistas y alevosos que contrariaban su obra y gritaba ¡los declaro excomulgados!

Enseguida, dirigiéndose a las almas dóciles y haciendo un uso impío de la Escritura, decía, "Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porque os aseguro que muchos profetas y reyes han deseado ver las cosas que veis y no las han visto y también oír las cosas que vosotros oís y no las han oído”. Y, por último, mostrando la caja en la que recibía el dinero, concluía regularmente su patético discurso, dirigiendo tres veces al pueblo estas palabras.

¡Traed, traed, traed! Pronunciaba estas palabras con tan horrible bramido, escribe Lutero, que parecía un toro furioso, que arremete a las gentes y las estropea a cornadas. 1 Luego que terminaba su discurso, bajaba del púlpito, corría hacia la caja y en presencia de todo el pueblo, echaba en ella una moneda, de manera, que la hacía sonar mucho. 3

Tales eran los discursos que la Alemania oía atónita en los días en que Dios preparaba a Lutero. Luego que era concluido el discurso, se consideraba como que la indulgencia, hubiese establecido su trono en aquel lugar, de un modo solemne.

Se disponían confesionarios adornados con las armas del papa, los subcomisarios y los confesores que ellos elegían, eran reputados como representantes de los penitenciarios apostólicos de Roma, en tiempo del gran jubileo y en cada uno de los confesionarios, escribían con letras grandes sus nombres, apellidos y títulos. 3

Entonces acudían en bandadas a los confesionarios, se acercaban a ellos no con corazones contritos, sino con una moneda en la mano hombres, mujeres, niños, pobres, aun los mismos que vivían de limosna, todos encontraban dinero.

Los penitenciarios, después de haber ponderado de nuevo a cada uno en particular la grandeza de la indulgencia, hacían los penitentes esta preguntas,

¿De cuánto dinero podéis privaros, en conciencia, para obtener tan perfecta remisión?, Esta pregunta, dice la instrucción del arzobispo de Mayence a los comisarios, debe ser hecha en este momento, para que los penitentes estén mejor dispuestos a contribuir.

172

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Estas eran todas las disposiciones que se requerían. En la bula del papa se exigía, a lo menos, el arrepentimiento del corazón y la confesión de boca pero Tezel y sus compañeros se guardaban bien de mencionar tales cosas, porque su bolsa hubiera quedado vacía. La instrucción del arzobispado prohibía aun el hablar de conversión o contrición. Se prometían tres grandes gracias bastara indicar la primera, la primera gracia que os anunciamos decían los comisarios, conforme a la letra de su instrucción, es el completo perdón de todos los pecados y no se puede concebir nada de más grande que una tal gracia, puesto que el hombre que vive en el pecado, está privado del favor divino, y que, por este perdón total, obtiene de nuevo la gracia de Dios. 1 Por tanto, os declaramos que, para conseguir estas gracias excelentes, no es menester más que comprar una indulgencia. Y, en cuanto a los que deseen librar las almas del purgatorio y lograr para ellas el perdón de todas sus ofensas, que echen dinero en la caja y no es necesario que tengan contrición de corazón, ni confesión de boca. Procuren solamente traer pronto su dinero porque así harán una obra muy útil a las almas de los difuntos y a la construcción de la iglesia de San Pedro. No se podían prometer mayores bienes a menos precio.

Acabada la confesión, la que no duraba mucho, los fieles se apresuraban a dirigirse hacia el vendedor, uno solo estaba encargado de la venta y tenía su oficina cerca de la cruz, miraba con atención a los que se acercaban a él, encaminaba su traza, su porte, sus vestidos y pedía una cantidad proporcionada a la apariencia del que se presentaba los reyes, las reinas, los príncipes, los arzobispos y los obispos, debían pagar, según el reglamento, veinte y cinco ducados por una indulgencia común, los abades, los condes y los varones, pagaban diez, los demás nobles, los rectores y todos los que gozaban de una renta de quinientos florines, pagaban seis, los que tenían dos cientos florines de renta por año, pagaban uno, y otros medio solamente. Por lo demás, si esta tarifa no podía ejecutarse a la letra, el comisario apostólico se hallaba revestido de plenos poderes y todo debía ser arreglado según los datos de la “sana razón”, y la generosidad del donatario. 1 Para los pecados particulares, Tezel tenía un arancel particular, la poligamia se pagaba seis ducados, el robo de iglesia y el perjurio nueve ducados, el homicidio, ocho, la magia dos. Sansón, que hacía en Suiza el mismo comercio que Tezel en Alemania, tenía una tarifa poco diferente, por un infanticidio, hacía pagar cuatro libras tornesas por un parricidio o un fratricidio, un ducado. 2

Los comisarios apostólicos encontraban a veces dificultades en su tráfico sucedía con frecuencia, sea en las ciudades o en los pueblos, que los maridos eran opuestos a todo aquel tráfico, y prohibían a sus mujeres el que llevasen nada a aquellos traficantes, ¿que debían hacer sus devotas esposas?.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto

¿No tenéis vuestra dote u otros bienes a vuestra disposición? Las decían los vendedores, en tal caso, podéis disponer de ellos para una obra tan santa, contra la voluntad de vuestros maridos. 3

El individuo que concedía la indulgencia no podía recibir el dinero, esto estaba prohibido, bajo las penas más severas porque tenían bastantes motivos para temer, que el tal individuo no fuese fiel el mismo penitente debía depositar en la caja el precio de su perdón. 1 Miraban con rostro airado a los que tenían osadamente sus bolsas cerradas. 3

Si, entre los que se agolpaban a los confesionarios, se hallaba algún hombre cuyo crimen fuese público, sin que las leyes civiles le hubiesen castigado, debía hacer ante todo penitencia pública le conducían desde luego a una capilla, sacristía, donde le despojaban de sus vestidos, le descalzaban y solo le dejaban su camisa le cruzaban los brazos en el pecho y le ponían una luz en cada mano enseguida el penitente marchaba a la cabeza de la procesión, que se dirigía a la cruz roja permanecía arrodillado hasta que terminasen el canto y la colecta y entonces el comisario entonaba el salmo: miserere mei; luego se acercaban los confesores al penitente, le conducían por en medio de la iglesia hacia el comisario, quien, tomando la vara en la mano y pegándole suavemente tres veces en la espalda, 8 le decía, ¡que Dios tenga lástima de ti y te perdone tu pecado ! y acto continuo entonaba el Kyrie eleison; el penitente era reconducido ante la cruz y el confesor le daba la absolución apostólica y le declaraba reintegrado en la comunión de los fieles. Tristes monerías, coronadas por una palabra santa, la que, ¡en semejante acto, era una profanación!

He aquí una fórmula de absolución que merece la pena conocer el contenido de aquellas cédulas que ocasionaron la Reforma de la Iglesia.

Que nuestro Señor Jesucristo, tenga piedad de ti N. N., y te absuelva por los méritos de su santísima pasión, y yo, en virtud del poder apostólico que se me ha conferido, te absuelvo de todas las censuras eclesiásticas, sentencias y penas que has podido merecer y también de todos los excesos, pecados y crímenes que han podido cometer, por grandes y enormes que puedan ser, y por cualquiera causa que sea, aun cuando fuesen de los reservados a nuestro santísimo padre el papa y a la silla apostólica, borro todas las manchas de incapacidad y todas las notas de infamia, de que hubieras podido cubrirte, te liberto de las penas que hubieses debido sufrir en el purgatorio, te hago de nuevo participante de los sacramentos de la Iglesia, te incorporo otra vez en la comunión de los santos y te restablezco en la inocencia y pureza que tuviste en el acto de tu bautismo de manera que, en la hora de tu muerte, se cerrara para ti la puerta por donde se entra en el lugar de 174

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto los tormentos y de las penas, y al contrario se abrirá la que conduce al paraíso de la alegría y si no has de morir pronto, esta gracia quedara inmutable para la hora de tu último fin. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

Firmado de puño y letra del hermano Juan Tezel, comisario. ¡Con qué habilidad se hallan mezcladas aquí palabras mentirosas y presuntuosas, con otras santas y cristianas!

Todas los fieles tenían que ir a confesarse al mismo citio en que se hallaba puesta la cruz roja y solo se exceptuaban los enfermos, los ancianos y las mujeres encinta, sin embargo, si había en la vecindad algún noble, o algún gran personaje, también tenía excepción porque podía no querer mezclarse con el pueblo y su dinero valía bien la pena que fuesen a buscarlo en su casa.

Si había algún convento, cuyos prelados, opuestos al comercio de Tezel, prohibiesen a sus hermanos subordinados, el visitar los lugares en que había erigido su trono la indulgencia, se hallaba también medio de remediar el mal, enviándoles confesores encargados de absolverlos contra las reglas de su orden y la voluntad de sus superiores no dejaban ni una veta de la mina sin explotarla.

Después de todo lo dicho, se procedía a lo que era objeto y fin del negocio, a contar el dinero para mayor seguridad, la caja tenía tres llaves, la primera estaba en poder de Tezel, la segunda en el del tesorero delegado de la casa, Jugger d'Augsbourg, a la que habían confiado esta vasta empresa y la tercera en el de la autoridad civil, llegado que era el momento, se abría la caja, en presencia de un escribano público y todo se contaba y registraba debida mente. ¡Y no debía levantarse Cristo para arrojar del santuario, a aquellos vendedores profanos!

Concluida la misión, los mercaderes descansaban de sus trabajos, la instrucción del comisario general les prohibía, es verdad, el frecuentar las tabernas y los lugares sospechosos, l pero hacían poco caso de esta prohibición, debían parecer poco temibles los pecados, a gentes que hacían tan fácil tráfico de ellos: los limosneros hacían una mala vida, dice un historiador católico romano; ellos gastaban, en las tabernas, en las casas de juego y en los lugares infames, todo lo que el pueblo cercenaba de sus necesidades. 2 Aun se asegura que, cuando estaban en las tabernas, solían jugar a los dados la salvación de las almas.

_______________________________

FOOTNOTES

(1)

Mit weissen steeblein. (Instrucción del arzobispo de Mayence a los subcomisarios de la indulgencia, etc., articulo 8.) 175

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (2)

Ingenio ferox et corpore robuslus. ( Cochl. 5.)

(3)

Welchen churfürst Friederick vom Sack zu Inspruck erbeten hatte. (Mathes.

10.)

(4)

L. Opp.(w.), xv., 8ea.

(5)

Circumferuntur venales indnlgentiae inhis regiónibus a Tecelio dominicano

¡mpudenlissimo sycophanla. (Melancht, Vita Luth.) (6)

Ref. Span. 1 1*

(7)

Hist. del Luteranismo por el P. Maimbourg, de la compañía de Jesús en 1681, p. 21.

(8)

L. Opp. (W.), XXII., p. 1393.

(9)

Thóse 5b (Positiones fratris Tezelii, etc.)

(10) Instrucción del arzobispo de Mayence, etc.

(11) Resolución sobre la tesis 32.

(12) Tentzel, Reformatiotisgesch. — Myconii, Ref. Hist. — Instrucción del arzobispo de Mayence a los subcomisarios de la indulgencia. — Tesis de Lutero.

(13) Instrucción, etc., 5. 69.

(14) Die erste Gnade ist die volkommene Vergebung aller Sünden, etc.

(Instrucción 19.)

(15) Nur den Beichtbrief zu kaufen. (Ib. 36.)

(16) Auch ist nicht nothig, dass sie indem Herzen zerknirscht sind, und mit dem Mund gebsichtet haben. (Ibid. 38 )

(17) Nach den satzen der gesunden Vernunfl, nach ihrer Magnificenz und Freigebigkeit. (Instrucción, 26.)

(18) Müller's Beliq., III., p. 264.

(19) Instr. 27. Wieder den Willen ihres l^lannes.

(20) Instr. 87, 90 y 91.

(21) Luth. Opp. Leipz. XVII., 79.

(22) Dreimal gelind aufden Rücken. [Instrucción.]

(23) Instr. 9. 3 Insrr. 69.

176

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (24) Instrucción, 4

(25) Sarpi, Concilio de Trento, p. 5

(26) Schrock, K. G. v. d. R. I.. lia

177

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO II

Tezel en Magdeburgo — El alma del cementerio — El zapatero de Haguenau

— Los estudiantes — Miconius — Conversación con Tezel — Astucia de un gentil hombre — Discursos de los sabios y del pueblo — Un minero de Schneeberg.

Vamos a ver ahora a que escenas daba lugar en Alemania aquella venta del perdón de los pecados, hay rasgos que por sí solos pintan los tiempos, queremos dejar hablar a los hombres cuya historia referimos.

En Magdeburgo, Tezel rehusaba el absolver a una mujer rica, a menos, decía, que no le pagase adelantados cien florines, ella consultó a su confesor ordinario, que era franciscano y este le dijo: “Dios concede gratuitamente el perdón de los pecados y no lo vende”. Sin embargo, la suplicó que no hablase a Tezel a cerca del consejo que le había dado; pero, habiendo rastreado algo de esto el mercader, exclamó: “Semejante consejero merece ser expulsado o quemado”. 1

Rara vez encontraba Tezel hombres bastante ilustrados y aun menos hombres bastante animosos para resistirle por lo común, hacía lo que quería de la multitud supersticiosa. Había plantado en Zwickau la cruz roja de las indulgencias y los buenos devotos se apresuraban en ir a hacer resonar en la caja el dinero que debía libertarlos. Cuando Tezel tenía que partir, los capellanes y sus acólitos le pedían, en la víspera, una comida de despedida, la petición era justa, pero ¿cómo acceder a ella, si el dinero estaba contado y sellado?

En la mañana siguiente hacía tocar la campana mayor, la muchedumbre se precipitaba al templo, creyendo que había sucedido algo de extraordinario, porque la fiesta era concluida y luego que estaban todos reunidos, les decía: yo había resuelto partir esta mañana, pero en la noche, me he despertado oyendo gemidos, he aplicado el oído... y era del cementerio de donde salían.... ¡Oh, Dios, era una pobre alma que me llamaba y me suplicaba encarecidamente, que la librase del tormento que la consume!, por esto me he quedado un día más, a fin de mover a lástima los corazones cristianos, en favor de dicha alma desgraciada. Yo mismo quiero ser el primero en dar una limosna y el que no siga mi ejemplo merecerá ser condenado. ¿Qué corazón no hubiera respondido a tal llamada? ¿Quién sabe, por otra parte, que alma es aquella que grita en el cementerio?, dan pues con abundancia y Tezel ofrece a los capellanes y a sus acólitos una buena comida. 1

Los mercaderes de indulgencias se habían establecido en Haguenau en 1517.

La mujer de un zapatero, usando de la facultad que concedía la instrucción del comisario general, había adquirido, contra la voluntad de su marido, una bula de 178

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto indulgencia, que pagó un florín de oro y murió poco después, no habiendo el marido hecho decir misas por el descanso del alma de su mujer, el cura le acusó de impío y el juez de Haguenau le intimó que compareciese a su presencia, el zapatero se fue a la audiencia con la bula de su mujer en el bolsillo y el juez le preguntó: ¡Ha muerto tu mujer!, sí, respondió el zapatero, ¿y qué has hecho por ella?. He enterrado su cuerpo y he encomendado su alma a Dios. ¿Pero has hecho decir una misa por el descanso de su alma? No por cierto, porque sería inútil, pues ella entró en el cielo en el instante que murió. ¿Cómo sabes eso? He aquí la prueba y al decir esto, sacó la bula del bolsillo y el juez, en presencia del cura, leyó en ella, en propias palabras, que la mujer que la compró, no irá al purgatorio cuando muera, sino que entrará derechamente en el cielo.

Si el Señor cura pretende todavía que es necesaria una misa, añadió, 'mi mujer ha sido engañada por nuestro santísimo padre el papa y si no, el Señor cura me engaña a mí. Nada había que responder esto y el acusado fue absuelto, así el buen sentido del pueblo hacía justicia de estos piadosos fraudes. 1

Un día que Tezel predicaba en Leipzig y que mezclaba en su predicación algunas de las historietas, de que hemos dado ya una muestra, dos estudiantes salieron indignados de la iglesia, gritando, es imposible oír más los chistes y las puerilidades de ese fraile. 2 Uno de ellos era, según se asegura, el joven Camerarius, que después fue íntimo amigo de Melanchton y escribió su vida.

Pero, de todos los jóvenes de aquella época él en quien hizo Tezel más impresión fue, sin duda, Miconius, célebre después como reformador, e historiador de la Reformación. Había recibido una educación cristiana, su padre hombre piadoso de la Franconia, le decía muchas veces, hijo mío, ruega a menudo, porque todas las cosas nos vienen gratuitamente de Dios solo la sangre de Cristo es el único rescate de los pecados de todo el mundo aun cuando no hubiese más que tres hombres que debiesen ser salvados por la sangre de Cristo, cree, hijo mío y cree con seguridad, que tú eres uno de los tres hombres es un insulto dudar que salva la sangre del Salvador. Y luego, instruyendo a su hijo del comercio que empezaba entonces a establecerse en Alemania, y procurando preservarle de él, le decía aun.

Las indulgencias romanas son redes de pescar dinero y sirven para engañar a los simples el perdón de los pecados y la vida eterna, no se compran. A la edad de trece años, este joven, llamado Federico, fue enviado a la escuela de Annaberg, para concluir sus estudios, poco después llegó Tezel a aquella ciudad, donde permaneció dos años.

179

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto La gente iba en tropel a oír sus predicaciones. ¡No hay!, gritaba Tezel, con su voz de trueno, otro medio de alcanzar la vida eterna, que la satisfacción de las obras, pero esta satisfacción es imposible al hombre, luego tiene que comprarla del pontífice romano. 1

Cuando se acercó la salida de Tezel de Annaberg, sus discursos fueron más apretados, pronto quitaré la cruz, gritaba en tono amenazador, cerraré la puerta del cielo, 3 y apagaré la luz de este sol de gracia que alumbra a vuestros ojos y luego, usando la tierna voz de la exhortación, decía, ¡ahora es el tiempo favorable para salvarse!, alzando de nuevo la voz, el Stentor pontifical, 3 que se dirigía a los habitantes de un país rico por sus minas, gritaba con fuerza, contribuid, buenas gentes de Annaberg, contribuid abundantemente en favor de las indulgencias y vuestras minas y montañas se llenaran de oro puro. En fin, el día de Pentecostés declaró que distribuiría sus bulas a los pobres gratuitamente y por el amor de Dios.

El joven Miconius era del número de los oyentes de Tezel y concibió un ardiente deseo de aprovechar aquella oferta se fue a los comisarios y les dijo en latín, soy un pobre pecador y necesito un perdón gratuito, pero los mercaderes le respondieron, solo los que socorren a la iglesia, es decir dan dinero, pueden participar de los méritos de Cristo. ¿Qué significan entonces?, replicó Miconius, esas promesas de don gratuito, anunciadas en las puertas y paredes de los templos. Dad a lo menos un real, le volvieron a decir después de haber intercedido por él en vano cerca de Tezel. No puedo. Cuatro cuartos solamente. No los tengo.

Los dominicos, temiendo entonces que Miconius hubiese ido a sorprendedle, le dijeron, escucha, queremos regalarte los cuatro cuartos. Entonces el joven, levantando la voz, respondió con indignación, no quiero indulgencias compradas, si quisiera mercarlas, no tendría más que vender uno de mis libros de escuela, quiero un perdón gratuito y solo por el amor de Dios, vosotros daréis cuenta a Dios de haber dejado, por cuatro cuartos, escapar la salvación de un alma. ¿Quién te ha enviado sorprendedle?, exclamaron los mercaderes. Solo el deseo de recibir la gracia de Dios ha podido hacerme presentar delante de tan grandes señores, respondió el joven, y se retiró.

Me hallaba muy desconsolado, dice, al verme despachado tan sin piedad, pero sentía, sin embargo, en mi interior, un consolador que me decía, que había un Dios en el cielo, que perdonaba sin dinero ni precio, a las almas arrepentidas, por solo el amor de su hijo Jesucristo. Cuando me despedí de aquellas gentes, el Espíritu Santo tocó mi corazón, derramé muchas lágrimas y entre suspiros, hice al Señor esta oración, ¡oh Dios!, ya que los hombres me han negado el perdón de mis 180

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto pecados porque me faltaba dinero para pagarlo, tú, Señor, ten piedad de mí, y perdóname mis culpas por pura gracia. Enseguida fui a mi cuarto, tomé el crucifijo de mi escritorio, lo puse en una silla y me arrodilló delante de él, sería imposible describir lo que yo experimenté entonces pedía a Dios que fuese mi padre, hiciese de mi todo lo que quisiese y sentí cambiarse y convertirse mi naturaleza. Lo que antes me regocijaba llegó a ser para mí un objeto de aberración vivir con Dios y agradarle, era entonces mi más ardiente y único deseo.1

De este modo preparaba la reformación el mismo Tezel con sus abusos escandalosos abría el camino a una doctrina más pura y la indignación que excitaba en una juventud generosa, debía estallar un día con fuerza; se podrá juzgar por el rasgo siguiente.

Un gentil hombre Sajón, que había oído predicar a Tezel en Leipzig, quedó indignado de sus mentiras, se acercó al fraile y le preguntó, si tenía facultad de perdonar los pecados que se pensaban cometer. Seguramente, respondió Tezel, he recibido para ello pleno poder del papa, ¡pues bien!, replicó el caballero, yo quisiera vengarme un poco con uno de mis amigos, sin atentar a su vida y os doy diez escudos si me entregáis una bula de indulgencia que me justifique plenamente.

Tezel puso algunas dificultades pero, sin embargo, quedaron conformes por treinta escudos, poco después salió el fraile de Leipzig, el gentil hombre, acompañado de sus criados, le esperó en un bosque entre Tüterbock y Treblin, cayó sobre él, hizo darle algunos palos y le arranco la rica caja de las indulgencias, que el inquisidor llevaba consigo, este se quejó ante los tribunales, pero el gentil hombre presentó la bula firmada por el mismo Tezel, la que le eximía con anticipación de toda pena.

El duque Jorge, a quien esta acción irritó mucho al principio, mandó, a la vista de aquella bula, que fuese absuelto el acusado. 1

En todas partes aquel comercio agitaba los espíritus y todas se hablaba que él era el motivo de las conversaciones en los palacios, en las academias, en las casas de los particulares, lo mismo que en las posadas, en las tabernas y en todos los lugares de reunión pública, las opiniones estaban divididas, unos creían y otros se indignaban, en cuanto a la parte sana de la nación, ella repetía con desdén el sistema de las indulgencias. Esta doctrina era de tal modo contraria a la Santa Escritura y a la moral, que todos los hombres algo instruidos en la Biblia, o dotados de alguna luz natural, la condenaban interiormente, y solo esperaban una señal para oponerse a ella. Por otro lado, los satíricos hallaban amplia materia para burlarse, el pueblo, a quien la mala conducta de los sacerdotes irritaba hacía muchos años, y a quien solo el temor de los castigos contenía todavía en cierto 181

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto respeto, dejaba entrever todo su odio: no se oían por todas partes más que quejas y sarcasmos, sobre el amor al dinero que devoraba al Clero.

Pero las cosas no paraban en esto, atacaban el poder de las llaves y la autoridad del soberano pontífice. ¿Por qué, decían, no liberta el papa de una vez todas las almas del purgatorio y esto por caridad y en consideración a la gran miseria de dichas almas, y no que rescate un gran número de ellas por amor del dinero, y de la catedral de San Pedro?, ¿por qué celebran siempre fiestas y aniversarios por los difuntos?, ¿por qué el papa no devuelve o permite que se recobren los beneficios y las prebendas que fueron fundadas en favor de los difuntos, supuesto que ya es inútil, y aun reprehensible, el rogar por los que han sido rescatados para siempre en virtud de las indulgencias?, ¿qué nueva santidad de Dios y del papa es esta que, por precio de dinero, concede a un hombre impío y enemigo de Dios, la facultad de librar del purgatorio una alma piadosa y amada del Señor, más bien que librarla ellos mismos gratuitamente, por amor y en consideración a su gran miseria?

Referían la conducta grosera y inmoral de los traficantes de indulgencias para pagar, decían, lo que deben a los carreteros que los conducen con sus mercancías, a los posaderos en cuyas casas se alojan, o a cualquiera que le haga algún servicio, les dan una bula de indulgencia para cuatro o más almas, según los casos, así es que las bulas de salvación tenían, en las posadas y en los mercados, el mismo curso que los billetes de banco o papel moneda. ¡Traed, traed!, decía la gente del pueblo, esta es la sustancia de sus sermones. 2

Un minero de Schneeberg, encontró un vendedor de indulgencias y le dijo, se podrá creer lo que habéis dicho muchas veces acerca del poder de la indulgencia y de la autoridad del papa y que, echando un cuarto en la caja, se pueda rescatar una alma del purgatorio. El vendedor le contestó que sí y el minero le replicó, ¡Que hombre tan cruel debe ser el papa, que deja por un miserable cuarto, arder tanto tiempo en las llamas una pobre alma!, si no tiene dinero en caja, que tome prestados algunos cientos de miles de escudos y que rescate de una vez todas las almas, nosotros, aunque pobres, le pagaremos de buena gana el capital o intereses.

Así la Alemania estaba cansada del tráfico vergonzoso que se hacía en ella ya no podían sufrir las imposturas de aquellos pícaros dueños de Roma, como dice Lutero. 1 Sin embargo, ningún obispo ni teólogo se atrevía a oponerse a su charlatanismo y a sus fraudes, los espíritus estaban perplejos se preguntaban unos a otros, si Dios no enviaría algún hombre, de bastante poder, para la obra que había que hacer, pero no se veía salir este hombre por ningún lado.

182

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Fessi erant Germani omnes, ferendis explicationibus, nundinatio-nibus, et infinitis impostaría Romanensium nebulonum. (L. Opp. Lat. inpraef.) __________________________________

FOOTNOTES

(1)

Scultet, Annal. evangel., p. IV.

(2)

Lóschers Ref. Acta, I., 404. L. Opp. XV., t ¡'i, ele.

(3)

Musculi Loci communes, p. 362.

(4)

Hoffman's Reformationsgesch., V., Leipz., p. 33.

(5)

Si tantum tres homines essent slvandi persanguinera Christi, certo statueret unum se esse ex tribus illis. (Melch., Adam, Vita Mycon.) (6)

Si nummis redimatur a pontífice romano. (Melch., Adam, Vita Myeon.) (7)

Clausurum januam cceIí. (Ibid.)

(8)

Stentor pontificius. (Melch., Adam, Vita Mycon.) (9)

Carta de Mvcon. a Eberus en Hechtii, Vita Tezelii, 'Wittemb., p. 114.

(10)

Albinus, Meissn. Chronik. L. W. (W.,) XV., 446, etc. Hechtms inVit Tezelii.

(11)

L Opp. (Leipz.), XVII., p. 111, v. 116.

(12)

Luther, tesis sobre las indulgencias. Th. 82, 83 y 84.

(13)

L. Opp. (Leipz.), XVII., 79.

(14)

Ref. Spao- 12

183

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO III

León X — Alberto de Mayence — Arriendo de las indulgencias — Los franciscanos y los dominicanos.

El papa que ocupaba entonces el trono pontificio no era de los Borgias, sino León X, de la ilustra familia de los Medicis era hábil, sincero, lleno de bondad y de dulzura, era afable en su trato y sumamente generoso, sus costumbres personales eran mejores que las de su corte, sin embargo, confiesa el cardenal Pallavicini, que ellas no eran intachables, a tan amable carácter reunía muchas calidades de un gran príncipe era amigo de las ciencias y artes y en su presencia se representaron las primeras comedias italianas hay pocas de su tiempo que no las haya visto representar, era apasionado a la música, todos los días resonaban instrumentos en su palacio y se le oía muchas veces tararear él mismo las piezas que habían ejecutado a su presencia, amaba el Fausto y nada omitía cuando se trataba de fiestas, juegos, teatro, regalos, o recompensas, ninguna corte igualaba a la del soberano pontífice en brillo y placeres, así es que cuando se supo que Julian Medicis trataba de fijar su residencia en Roma con su joven esposa, el cardenal Bibliena, consejero el más influyente de León X, exclamó, ¡Dios sea loado! porque nada nos faltaba aquí sino una corte de damas. 1 Una corte de damas era el complemento necesario de la corte del papa. El sentimiento religioso era completamente desconocido a León.

Tenía tanto agrado en sus modales, que hubiera sido un hombre completo, si hubiese tenido algún conocimiento de las cosas de la religión, y un poco más de inclinación a la piedad, de la que no se ocupó jamás, dice Sarpi. 1

León tenía necesidad de mucho dinero, porque necesitaba hacer frente a sus grandes gastos, a todas sus liberalidades, llenar la bolsa de oro que echaba todos los días al pueblo, sostener las licenciosas representaciones del Vaticano, satisfacer los numerosos pedidos de sus parientes y de sus corte sanos entregados a los placeres, dotar a su hermana, que había casado con el príncipe Cibo, hijo natural del papa Inocencio VIII. Y pagar los gastos ocasionados por su afición a las letras, artes y placeres. Su primo, el cardenal Pucci, tan diestro en el arte de acumular, como León en el de prodigar, le aconsejó que recurriese a la mina de las indulgencias por lo que publicó una bula anunciando una indulgencia plenaria cuyo producto sería destinado, decía, a la construcción de la iglesia de San Pedro, este monumento de la magnificencia sacerdotal. En una letra pontificia, dada en Roma bajo el anillo del pescador, en noviembre de 1517, León pide a su comisario de indulgencias 147 ducados de oro, para pagar un manuscrito del trigésimo tercer libro de Tito Livio, de todos los usos que hizo del dinero de los Germanos, éste fue 184

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto sin duda el mejor, no obstante, es extraño librar almas del purgatorio para comprar el manuscrito de la historia de las guerras del pueblo romano.

Se hallaba entonces en Alemania un joven príncipe, que era, bajo muchos respectos, una viva imagen de León X, era Alberto, hermano menor del elector Joaquín, de Brandeburgo. Este joven, de veinticuatro cuatro años había sido nombrado arzobispo y elector de Mayence y de Magdeburgo y dos años después fue hecho cardenal.

Alberto no tenía ni las virtudes ni los vicios que se encuentran frecuentemente en las altas dignidades de la Iglesia, joven, ligero, mundano pero, no sin algunos sentimientos generosos, conocía muy bien muchos abusos del catolicismo y hacía poco aprecio de los fanáticos frailes que le rodeaban su equidad le inclinaba a reconocer, a lo menos en parte, la justicia de lo que pedían los partidarios del Evangelio, en su interior, no era muy opuesto a Lutero. Capitón, uno de los reformadores más distinguidos, fue mucho tiempo su capellán, su consejero, e íntimo confidente y Alberto asistía regularmente a sus predicaciones. No despreciaba el Evangelio, dice Capitón, al contrario lo apreciaba y durante largo tiempo impidió que los frailes atacasen a Lutero. Pero hubiera querido que este no le comprometiese y que aunque manifestase los errores de doctrina y los vicios de los miembros inferiores del clero se guardase bien de descubrir las faltas de los príncipes y obispos y sobre todo temía ver su nombre figurar en este asunto.

Más tarde, el confiado Capitón, propenso a alucinarse, como sucede muchas veces en situaciones semejantes a la suya, decía a Lutero, Ved el ejemplo de Jesucristo y de los apóstoles, censuraron a los fariseos y el incesto de Corinto, pero nunca nombraron a los culpables. Vos no sabéis lo que pasa en el corazón de los obispos, se encuentra en ellos más bien de lo que pensáis, quizás. Pero el espíritu ligero y profano de Alberto, aun más que las susceptibilidades y los temores de su amor propio, debía alejarle de la reformación. Afable, dotado de talento, bien hecho, suntuoso, disipador, amigo de los regalos de la mesa, de los ricos carruajes, de los magníficos edificios, de los placeres licenciosos y de la sociedad de los literatos, este joven arzobispo, elector, era en Alemania lo que León X en Roma.

Su corte era una de las más magnificas del imperio y no vacilaba en sacrificar, a los placeres y a las grandezas, todos los presentimientos de verdad que podían insinuarse en su corazón sin embargo, se vio en él, hasta el fin, cierta resistencia a sus mejores convicciones, pues más de una vez dio pruebas de su moderación y de su equidad.

Alberto tenía necesidad de dinero, lo mismo que León. Los Juggers, ricos comerciantes de Augsburgo le habían hecho adelantos; era menester pagar sus 185

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto deudas, y a demás, aunque supo acumular dos arzobispados y un obispado, no tenía con que pagar a Roma su palium cuyo ornamento, de lana blanca bordado de cruces negras y bendecido por el papa, quien solía enviarlo a los arzobispos como insignia de su dignidad, les costaba veinte y seis mil, algunos dicen, treinta mil florines. Ocurriese naturalmente a Alberto, la idea de recurrir a los mismos medios que el papa, para obtener dinero y así pidió al mismo papa el arriendo total de las indulgencias, o como decían en Roma, de los pecados de los Germanos.

Algunas veces los mismos papas las explotaban y otras las arrendaban, como arriendan, aun hoy día, algunos gobiernos las casas de juego. Alberto ofreció a León, el partir con él las utilidades del negocio y León, aceptando la escritura de arriendo, exigió, que le pagase inmediatamente el valor del palium. Alberto, que contaba precisamente con las indulgencias para pagarlo, se dirigió de nuevo a los Juggers, quienes, creyendo bueno el negocio, hicieron el adelanto pedido con ciertas condiciones, y fueron nombrados cajeros de la empresa. Ellos eran los banqueros de los príncipes de aquel tiempo, y más tarde fueron hechos condes, por los servicios que habían prestado.

Divididos así, de antemano, entre el papa y el arzobispo, los despojos de las buenas almas de Alemania, se trataba de encontrar los que habían de ser encargados de realizar el negocio, desde luego se pensó en la orden de los Franciscanos, nombrando a su guardián socio de Alberto pero aquellos frailes se negaron, porque dicho negocio estaba ya en mala reputación entre las gentes honradas, los agustinos, entre quienes se encontraban más luces que en las demás órdenes religiosas, no hubieran tenido tanto escrúpulo. Sin embargo, los franciscanos temían disgustar al papa, que acababa de enviar a su general de Forli el capelo de cardenal, que había costado 30.000 florines a aquella pobre orden mendicante, el guardián juzgó pues más prudente no rehusar abiertamente pero suscitó a Alberto mil dificultades nunca podían entenderse por lo que el elector aceptó con gusto la proposición que se le hizo de encargarse solo del negocio. Los dominicos, por su lado, codiciaban una parte en la explotación general que iba a empezar. Tezel, célebre ya en el negocio se presentó en Mayence a ofrecer sus servicios al elector, se acordaban del talento que había mostrado, cuando publicó las indulgencias para los caballeros de la orden Teutónica de la Prusia y de la Livonia aceptaron pues sus proposiciones, y todo aquel tráfico pasó a manos de su orden. 1\

FOOTNOTES

1 Ranke, Roemische Psebste, I., 71.

186

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Concilio de Trento, p. 4. Pallavieini, pretendiendo refutar Sarpi, confirma y aun agrava su testimonio: Suo plane of Eeio defuit (Leo.) .... venationes, facetias.

Pompas adeo frequentes... [Conc. Trid. I., 8 y 9.]

1 Seckendorf, 42.

187

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IV

Se presenta Tezel — Las confesiones — Cólera de Tezel — Lutero sin plan —

Discurso de Lutero — Sueño del elector.

Según podemos pensar, Lutero oyó hablar de Tezel por primera vez en Grimma, en 1516, cuando empezaba su visita de iglesias. Un día que el mismo Lutero se hallaba con Staupitz, fueron a decir a éste, que había en Würzen un mercader de indulgencias, llamado Tezel, que hacía gran ruido y aun citaron algunas extravagantes palabras suyas, Lutero se indignó y exclamó: “Si Dios quiere, yo haré un agujero a su tambor”. 1

Cuando Tezel fue a establecerse a Tüterbock, volvía de Berlín, en donde había recibido la acogida más amistosa del elector Joaquín, hermano del arrendador general. Staupitz, valido de la confianza que tenía en él, el elector Federico le manifestó, muchas veces, los abusos de las indulgencias y los escándalos de los limosneros. Los príncipes de Sajonia, indignados contra aquel comercio vergonzoso, habían prohibido al mercader Tezel la entrada en sus provincias por lo que debía residir en el territorio de su patrón, el arzobispo de Magdeburgo; sin embargo se acercaba cuanto podía a la Sajonia, Tüterbock, no distaba más que cuatro millas de Wittemberg. Este trillador de bolsas, dice Lutero, se puso valientemente a trillar el país, 3 de suerte que el dinero empezó a saltar, a caer, y a sonar en las cajas. El pueblo corrió en tropel de Wittemberg, a la feria de indulgencias de Tüterbock.

Lutero estaba todavía, en aquella época, lleno de respeto la Iglesia y al papa.

Yo era entonces, dice, uno de los papistas más insensatos, de tal modo embriagado y aun abogado, en las doctrinas de Roma, que, si hubiera podido, hubiera ayudado, de buena gana, a matar a cualquiera que hubiese tenido la osadía de negar, en lo más mínimo, la obediencia al papa. 1 Yo era un verdadero Saúl, como lo son muchos todavía. Pero, al mismo tiempo, el corazón de Lutero estaba dispuesto a entusiasmarse de todo lo que conocía ser la verdad, y contra todo lo que era el error.

Yo era un joven doctor, añade, salido recientemente de la fragua, ardiente y gozoso en la Palabra del Señor. Lutero estaba sentado un día en el confesonario, en Wittemberg; muchas personas de la ciudad se presentaron sucesivamente, confesándose reos de grandes desordenes: adulterio, libertinaje, usurea, bienes mal adquiridos, he aquí las cosas que declaraban al ministro de la Palabra, aquellas almas de quienes deberá dar cuenta un día reprende, corrige, instruye, 188

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto pero, ¡cuál es su asombro, cuando aquellas gentes le responden que no quieren renunciar a sus pecados! … lleno de espanto, el piadoso fraile les declara, ya que no quieren convertirse que tampoco él puede darles la absolución, los infelices recurren entonces a sus bulas de indulgencias, las presentan y reclaman ser absueltos en virtud de ellas pero Lutero responde, que le importa muy poco el papel que le enseñan, y añade: Si no os convertís, pereceréis todos gritan, reclaman, pero el doctor está firme, es menester que dejen de hacer mal y aprendan a obrar bien, sino, no hay absolución, guardaos, añade, de escuchar los clamores de los vendedores de indulgencias, tenéis otras cosas mejores en que ocuparos, que en comprar esas licencias que os venden a precio tan vil.

Alarmados los habitantes de Wittemberg, se apresuraron de volver hacia Tezel y le dijeron que un fraile agustino no quería hacer caso de sus bulas al oír aquello, Tezel bramó de cólera y subido al púlpito, gritó, insultó, mal dijo, y para llenar más de terror al pueblo, hizo encender varias veces una hoguera en la plaza mayor y declaró que había recibido del papa la orden de quemar los herejes que osaren levantarse contra sus santísimas indulgencias.

Tal es el hecho que fue, no la causa, pero sí el motivo principal de la Reformación. Un pastor, viendo que las ovejas de su rebaño se descarrían en la vía de perdición, trata de separarlas de ella. Lutero no pensaba todavía en reformar la Iglesia y el mundo vio a Roma y a su corrupción, pero no se sublevó contra Roma, presentía algunos de los abusos bajo los cuales gemía la cristiandad pero no pensaba, en corregir aquellos abusos, no quería hacerse Reformador, 3 no tenía más plan para la Reformación de la Iglesia que para la suya propia. Dios quería la Reforma y a Lutero por Reformador, el mismo remedio que fue tan eficaz para curarle de sus propias miserias, aplicara por la mano de Dios las miserias de la cristiandad.

Lutero se mantuvo tranquilo dentro del círculo que le estaba trazado; no hizo más que ir simplemente a donde su Maestro le llamaba, cumplió en Wittemberg sus deberes de profesor, predicador, y pastor, se sentaba en el templo, a donde iban los miembros de su Iglesia a abrirle sus corazones y allí es donde iba el mal a atacarle y el error a solicitarle, querían impedirle el ejercer su ministerio, pero su conciencia ceñida a la Palabra de Dios, se resistía.

¿No era Dios quién le llamaba?, resistir era un deber, luego también un derecho, debía pues hablar. Así fueron ordenados los acontecimientos por aquel Dios quería restaurar la cristiandad por el hijo de un herrero y hacer pasar por sus fraguas la impura doctrina de la Iglesia, fin de purificarla, dice Mathesius. 1

189

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Después de todo lo dicho no es necesario, sin duda, refutar una falsa imputación, inventada por algunos enemigos de Lutero y aun esto después de su muerte. Se ha dicho que una rivalidad entre las ordenes y el dolor de ver un comercio vergonzoso y reprobado, confiado a los dominicos más bien que a los agustinos, que hasta entonces habían gozado de él, impulsaron a Lutero a atacar a Tezel y sus doctrinas. El hecho bien probado, de que aquel tráfico fue ofrecido primero a los franciscanos, que no lo quisieron, basta para refutar este cuento, reproducido por escritores que se han copiado unos a otros. El mismo cardenal Pallavicini afirma, que los agustinos no habían tenido jamás semejante encargo.

2 Por lo demás, hemos ya visto el combate del alma de Lutero, su conducta no necesita otra explicación; era preciso que confesara altamente la doctrina a la que debía su felicidad. En el cristianismo, cuando se ha hallado un bien para sí mismo, se quiere también comunicarlo a los demás.

En nuestros días no se quieren tales explicaciones, porque se juzga que son pueriles e indignas de la gran revolución del decimosexto siglo. Se pretende que se necesita una palanca más fuerte para levantar el mundo y que la reformación no estaba en Lutero solo, sino que debía producirla su siglo.

Lutero, a quien animaban la sumisión a la verdad de Dios y la caridad hacia los hombres, subió al púlpito, preparó a sus oyentes, como debía, y, según dice el mismo, su príncipe había obtenido del papa, la capilla del palacio de Wittemberg, indulgencias particulares, algunos de los golpes que iba a descargar sobre las indulgencias del inquisidor, podían muy bien caer sobre las del elector, no importa, se expondrá a su desgracia, si hubiera tratado de agradar a los hombres, no hubiera sido siervo de Cristo.

Nadie puede probar por la Escritura, que la justicia de Dios pide una pena o una satisfacción al pecador, dice el fiel ministro de la Palabra, al pueblo de Wittemberg, el único deber que le impone, es un verdadero arrepentimiento, una sincera conversión, la resolución de llevar la cruz de Jesucristo y el consagrarse a las buenas obras. Es un gran error pretender, que puede satisfacer uno mismo la justicia de Dios por sus pecados porque Dios los perdona siempre gratuitamente, por una gracia inestimable. La Iglesia Cristiana, es verdad, puede exigir algo del pecador y por consiguiente, también eximírselo pero esto es todo....Y aun las indulgencias de la Iglesia solo son toleradas, porque hay cristianos perezosos y imperfectos, que no quieren ejercitarse con celo en las buenas obras porque aquellas no excitan a nadie a la santificación, sino que dejan a todos en la imperfección. Enseguida, hablando del pretexto bajo el que se publican las indulgencias, continua: Se haría mucho mejor en contribuir, por el amor de Dios, 190

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto a la construcción de la iglesia de San Pedro, que en comprar indulgencias con este objeto.

Pero, decís vosotros, ¿no las hemos de comprar nunca? Ya lo he dicho y repito, mi consejo es, que nadie las compre, dejadlas para los cristianos que duermen,

¡pero vosotros marchad aparte y por vosotros mismos! Es menester alejar a los fieles de las indulgencias y excitarlos a las obras que descuidan de hacer. En fin, echando una ojeada sobre sus adversarios, Lutero concluyó diciendo, y si algunos dicen que soy hereje (porque la verdad que predico es muy perjudicial a su caja), me importan poco sus dichos; son hombres melancólicos y enfermos, que jamás han comprehendido la Biblia, ni leído la Doctrina Cristiana, ni manejado sus propios doctores y que yacen envueltos en los trapos rotos de sus vanas opiniones.

1 ¡Qué Dios dé a ellos y a nosotros un sentido recto! Amén. Acabadas estas palabras, bajó el doctor del púlpito, dejando a todos sus oyentes, asombrados de su atrevido lenguaje.

Este sermón fue impreso e hizo una profunda impresión en todos los que lo leyeron. Tezel respondió a él y Lutero replicó, pero no se verificaron aquellas discusiones sino más tarde, en 1518.

Se acercaba la fiesta de todos los santos. Las crónicas de aquel tiempo mencionan una circunstancia que, aunque de poca importancia para la historia de aquella época, puede servir, sin embargo, para caracterizarla. Es un sueño del elector, que en sustancia es verdadero sin duda, si bien han podido ser añadidas algunas circunstancias por los que lo han referido. Seckendorf hace mención de él.

3 El temor de que los adversarios de Lutero dijesen que la doctrina de éste estaba fundada en sueños, ha impedido tal vez a varios historiadores el hablar de dicho sueño, observa este notable escritor.

El elector Federico de Sajonia, estaba en su palacio de Schweinitz, a seis leguas de Wittemberg, dicen las crónicas del tiempo. El 31 de Octubre a la madrugada, hallándose Federico con su hermano, el duque Juan, que entonces era corregente y reinó solo después de su muerte y con su canciller, el elector dijo al duque, es menester, hermano mío, que te cuente un sueño que he hecho esta noche y cuyo significado desearía mucho saber, ha quedado también grabado en mi espíritu, que no lo olvidaría aunque viviese mil años porque he soñado tres veces, y siempre con circunstancias diferentes.

El Duque Juan. — ¿Es bueno o malo el sueño?

El Elector. — Yo lo ignoro; Dios lo sabe

191

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto El Duque Juan. — No te inquietas de eso; ten la bondad de referírmelo El Elector. Habiéndome acostado ayer noche triste y fatigado, quedé dormido inmediatamente que hice mi oración, reposé dulcemente, cerca de dos horas y media; habiéndome despertado entonces, estuve hasta media noche entregado a todo género de pensamientos discurría de qué modo celebraría la fiesta de todos los santos rogaba por las pobres almas del purgatorio y pedía a Dios que me condujese, a mí, a mis consejeros y a mi pueblo, según la verdad. Volví a quedarme dormido y entonces soñé que el omnipotente Dios me enviaba un fraile, que era el hijo verdadero del apóstol San Pablo, todos los santos le acompañaban, según la orden de Dios, a fin de acreditarlo cerca de mí y de declarar que no venía a maquinar ningún fraude, sino que todo lo que hacía era conforme a la voluntad de Dios, me pidieron que me dignase a permitir que el fraile escribiese algo a la puerta de la capilla del palacio de Wittemberg, lo que concedí por el órgano del canciller enseguida, el fraile fue allí y se puso a escribir con letras tan grandes, que yo podía leer lo que escribía desde Schweinitz, la pluma de que se servía era tan larga, que su extremidad llegaba hasta Roma y allí taladraba las orejas de un León que estaba echado (León X), y hacia bambolear la triple corona en la cabeza del papa todos los cardenales y príncipes, llegando a toda prisa, procuraban sostenerla, yo mismo y tu, hermano mío, quisimos ayudar también, alargué el brazo pero en aquel momento me desperté con el brazo en alto, lleno de espanto y de cólera contra aquel fraile, que no sabía manejar mejor su pluma, me sosegué un poco....no era más que un sueño. Yo estaba aun medio dormido, y cerré de nuevo los ojos y volví a soñar.

El León siempre incomodado por la pluma, se puso a rugir con todas sus fuerzas, de suerte que toda la ciudad de Roma y todos los estados del sacro imperio, acudieron a informarse de lo que era, el papa pidió que se opusiesen a aquel fraile y se dirigió sobre todo a mí, porque se hallaba en mis dominios, de nuevo me desperté y recité el Padre nuestro, pedía a Dios que preservara su santidad, me dormí de nuevo....

Entonces soñé que todos los príncipes del imperio y nosotros con ellos, acudíamos a Roma y tratábamos unos y otros de romper aquella pluma, pero cuantos más esfuerzos hacíamos, más firme estaba ella rechinaba como si hubiese sido de hierro y nos cansamos al fin, hice preguntar entonces al fraile (porque yo estaba tan pronto en Roma como en Wittemberg), donde había adquirido aquella pluma y porque era tan fuerte, la pluma, respondió, es de un ganso viejo de Bohemia, de edad de cien años yo la he adquirido de uno de mis antiguos maestros de escuela, en cuanto a su fuerza, ella es tan grande, porque no se le puede sacar 192

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto la médula y aun yo mismo estoy admirado....de repente oí un gran grito....de la larga pluma del fraile habían salido otras muchas plumas.... por tercera vez me desperté, era ya día. El duque Juan. Señor canciller, ¿qué os parece? ¡Cómo tuviéramos aquí un José o un Daniel inspirado de Dios!

El Canciller. Vuestras altezas saben el proverbio vulgar que dice, que los sueños de las jóvenes, de los sabios y de los grandes señores tienen ordinariamente alguna significación oculta pero la de este sueño no se sabrá sino de aquí a algún tiempo, cuando lleguen las cosas que tienen relación con él por lo que, dejad su cumplimiento a Dios y encomendadlo todo en su mano.

El duque Juan. Pienso como vos, Señor canciller, no es necesario que nos rompamos la cabeza para descubrir lo que esto puede significar, Dios sabrá dirigir todo para su gloria. El Elector. Hágalo así, nuestro fiel Dios. Sin embargo, yo no olvidaré nunca este sueño me había ocurrido una interpretación. Pero la guardo para mí el tiempo dirá tal vez si acerté. Así pasó, según el manuscrito de Weimar, la mañana del 31 de Octubre en Schweinitz; veamos cual fue la tarde en Wittemberg, aquí entramos de lleno en el campo de la historia.

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FOOTNOTES

(1)

Lingke, Reisegesch., Luthers, p. 27.

(2)

Instillansejuspectori frequentes indulgentiarum abusus. (Coch-laeus, 4.) (3)

En alemán, trillar, dreschen. Luthers Opp. XVII.

(4)

Inpraef. Opp. Witt., I. Monachum, et papistam insanissimum, ita ebrium, imó submersum indogmatibus papae, etc.

(5)

L. Opp. (W.), XXII.

(6)

Caepi dissuadere populis et eos dehortari ne inindulgentiariorum clamoribus aurem praeberent....(L. Opp., Lat. inprcef.) (7)

Wütet, schildt und maledeit grseulich auf dem Predigstuhl. (Myconius Reformationsgesch.)

(8)

Haec initia fuerunt hujas controversise, inqua Lutherus nihil ad-huc suspicans aut somnians de futura mutatione rituum. (Melanch, Vita Luth.)

(9)

Reí Sps.n. 12*

193

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (10)

Die verseurte Lehr durch den Ofen gehen. (P. 10.) (11)

Falsum est consuevisse hoc munus injungi Eremitanis S. Augustini....p.

14. Sauberlich.

(12)

Sondern inihren locherlichen und zerrissenen opinien, vie] nahe verwesen. (L. Opp. (L.), XVII., p. 119.)

(13)

También se halla en Loscher, l., 46, etc., Tenzels Anf. und Fortg. der Ref.

— Tünkers Erenged., p. 148. — Lehmanns Beschr. d. Meissn. Erzgeb., etc.; y en un manuscrito de los archivos de Weimar, escrito según el cuento de Spalatin. Es según ese manuscrito, publicado en el último jubileo de la reformación (1817), que referimos este sueño.

(14)

Juan. Este es una circunstancia que ha sido tal vez añadida después, por aludir a la palabra de Juan que ya hemos citado. Veas el primer libro.

194

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO V

Fiesta de todos los santos — Las tesis — Su fuerza — Moderación —

Providencia — Carta a Alberto — Indiferencia de los obispos — Propagación de las tesis.

Las palabras de Lutero produjeron poco efecto, Tezel, sin alterarse, continuaba en su comercio, pronunciando sus discursos impíos, ¿guardará silencio Lutero, resignándose ver correr aquellos culpables abusos?, como pastor, escoltaba vivamente a los que recurrían a su ministerio, como predicador hacía resonar del púlpito sus avisos pero aun le quedaba el hablar como teólogo, necesita dirigirse no ya a algunas almas en el confesionario, ni a la congregación de los fieles, en el templo de Wittemberg, sino también a todos los que, como él, eran doctores de la Palabra de Dios, se resolvió pues a ello.

No trataba de atacar a la Iglesia ni al papa, al contrario, era el respeto que tenía al papa el que no le permitía callarse más tiempo sobre las pretensiones que le ofendían, era preciso que tomara el partido del papa contra los hombres audaces, que se atrevían a mezclar su venerable nombre en aquel vergonzoso tráfico, muy lejos de pensar en una revolución que destruyese la primacía de Roma, Lutero creía tener por aliados el papa y el catolicismo contra los frailes descarados. 3

La fiesta de todos los santos era un día muy importante para Wittemberg y aun más para la capilla que el elector había hecho construir allí y llenándola de reliquias. Solían sacar aquellas reliquias, adornadas de oro, plata y piedras preciosas, y ponerlas de manifiesto a la vista del pueblo, atónito y deslumbrado con tanta magnificencia. 1 Todos los que visitaban aquel día la capilla y se confesaban en ella, ganaban una rica indulgencia, así es que iba una muchedumbre de gente a aquella gran solemnidad de Wittemberg. Lutero, decidido ya, se encamina valerosamente, en la tarde del 31 de Octubre, 1517, hacia la capilla a la que se dirigía la multitud supersticiosa de los peregrinos, y fija en la puerta de aquel templo noventa y cinco tesis, o proposiciones, contra la doctrina de las indulgencias, ni el elector, ni Staupitz, ni Spalatin, ni ninguno de sus amigos, aun los más íntimos, habían sido prevenidos de ello. 3

En ellas declaraba Lutero, en forma de preámbulo, que había escrito aquellas tesis con un espíritu de verdadera caridad y con el deseo expreso de exponer la verdad al público y anunciaba hallarse dispuesto a defenderlas el día siguiente, en la misma universidad, a pesar y contra todos; fue grande la atención que 195

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto excitaron, ellas fueron leídas y releídas, y en poco tiempo, los peregrinos, la universidad y toda la ciudad se pusieron en movimiento.

He aquí algunas de dichas proposiciones:

1.a Cuando Nuestro Maestro y Señor Jesucristo, dice, arrepentíos, quiere que toda la vida de sus fieles en la tierra sea un constante y continuo arrepentimiento 2.a Esta palabra no puede entenderse por el sacramento de la penitencia (es decir por la confesión y la satisfacción), según es administrado por el sacerdote 3.a Sin embargo, el Señor no quiere hablar aquí solamente del arrepentimiento interior, ella es nula si no produce exteriormente todo género de mortificación de la carne

4a. El arrepentimiento y el dolor, es decir, la verdadera penitencia, duran hasta que el hombre se disgusta de sí mismo, es decir, hasta que pase de esta vida a la eterna

5a. El papa no puede ni quiere eximir ninguna otra pena más que la impuesta por el mismo según su voluntad, conforme a los cánones, es decir a los decretos pontificios

6a. El papa no puede anular ninguna sentencia, sino solamente declarar y confirmar la remisión hecha por Dios, a menos que sea en los casos que le pertenecen, de lo contrario, la sentencia queda siempre la misma 8a. Las leyes de la penitencia eclesiástica no deben ser impuestas a los muertos, sino a los vivos

21a. Los comisarios de indulgencias se equivocan cuando dicen, que por la indulgencia del papa, se liberta el hombre de todo castigo y se salva 25a. El mismo poder que tiene el papa sobre el purgatorio en toda la Iglesia, lo tiene cada obispo en particular en su diócesis, y cada cura en su parroquia 27a. Los que pretenden que, en el acto en que suena el dinero en la caja, sale el alma del purgatorio, predican locuras humanas.

196

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 28a. Lo que sí es cierto es saber que, al punto que el dinero suena, llega la avaricia, crece y se multiplica. Pero el auxilio y las oraciones de la Iglesia no dependen más que de la voluntad y del beneplácito de Dios 32a. Los que creen estar seguros de su salvación por las indulgencias, irán al diablo con los que se las venden

35a. Los que pretenden que, para librar un alma del purgatorio o comprar una indulgencia, no es menester dolor ni arrepentimiento, enseñan doctrinas anticristianas

36a. Todo cristiano que siente un verdadero arrepentimiento de sus pecados, consigue una completa remisión del castigo y de la culpa, sin que para esto se necesiten indulgencias

37a. Todo verdadero cristiano, muerto o vivo, participa de todos los bienes de Cristo o de la Iglesia, por el don de Dios y sin bula de indulgencia 38a. Sin embargo, no se debe desechar la distribución y el perdón del papa; porque su perdón es una declaración del perdón de Dios 40a. El dolor y el arrepentimiento verdaderos solicitan y aman el castigo, pero la benignidad de la indulgencia absuelve del castigo y lo hace aborrecible 42a. Conviene enseñar a los cristianos, que el papa no piensa ni quiere que se compare en nada el acto de comprar las indulgencias, con una obra cualquiera de misericordia

43a. Conviene enseñar a los cristianos, que el que da a los pobres o presta a los necesitados, obra mejor que el que compra una indulgencia 44a. La obra de la caridad hace aumentar la caridad y vuelve el hombre más piadoso; mientras que la indulgencia no lo hace mejor, sino solamente más confiado en sí mismo y estar más resguardado del castigo 45a. Conviene enseñar a los cristianos, que el que, a pesar de ver a su prójimo a la necesidad, compra una indulgencia, no compra la indulgencia del papa, sino se atrae la ira de Dios

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 46a. Conviene enseñar a los cristianos, que, si no tienen superfluo, están obligados a guardar lo necesario para sus casas, sin prodigarlo en indulgencias 47a. Conviene enseñar a los cristianos, que el comprar una indulgencia es un acto libre y no obligatorio

48a. Conviene enseñar a los cristianos, que, teniendo el papa más necesidad de oración hecha con fe que con dinero, desea más aquella que éste, cuando reparte las indulgencias

49a. Conviene enseñar a los cristianos, que la indulgencia del papa es buena, si no se confía en ella pero que no hay cosa más perjudicial, si ella destruye la piedad

50a. Conviene enseñar a los cristianos, que, si el papa conociese las exacciones de los predicadores de las indulgencias, preferiría que la metrópoli de San Pedro fuese quemada y reducida a cenizas, que verla edificada con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas

51a. Conviene enseñar a los cristianos, que el papa, en cumplimiento de su deber, distribuiría su propio dinero entre las pobres gentes, que los predicadores de indulgencias despojan hoy hasta del último octavo, aunque para ello tuviese que vender la metrópoli de San Pedro

52a. La esperanza de salvarse por las indulgencias, es una esperanza errónea y ilusoria, aun cuando el comisario de indulgencias, ¿qué digo? el mismo papa quisiese sostener lo contrario, poniendo su alma en garantía 53a. Son enemigos del papa y de Jesucristo, los que prohíben la predicación de la Palabra de Dios, porque se opone la predicación de las indulgencias 55a. El papa no puede tener otro pensamiento que este, si se promulga la indulgencia, que es menos que el Evangelio, con una campana y una ceremonia, con mucha más razón deberá promulgarse el mismo Evangelio, que es más que la indulgencia, con cien campanas y cien ceremonias.

62a. El verdadero y precioso tesoro de la Iglesia es el santo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto 65a. Los tesoros del Evangelio son redes, con las que se pescaban antes a las gentes ricas

66a. Pero los tesoros de la indulgencia son ahora redes, con las que se pescan las riquezas de las gentes

67a. Es obligación de los obispos y de los pastores el recibir, con todo respeto, a los comisarios de las indulgencias apostólicas 68a. Pero, lo es más aun, el que se aseguren con sus propios ojos y oídos, de que los tales comisarios no predican más que sueños de su imaginación, en lugar de predicar las órdenes del papa

71a. El que hable contra la indulgencia del papa, que sea maldito 72a. Pero el que hable contra las palabras locas e imprudentes de los predicadores de indulgencias, que sea bendito

76a. La indulgencia del papa no puede quitar el más leve pecado, en lo que respecta a la culpa o a la ofensa

79a. Decir que la cruz, guarnecida con las armas del papa, es tan poderosa como la cruz de Cristo, es una blasfemia.

80a. Los obispos, pastores y teólogos que permiten que se digan tales cosas al pueblo, tendrán que dar cuenta de ello.

81a. La descarada predicación, los impudentes elogios, hacen que sea difícil a los sabios el defender la dignidad y el honor del papa, contra las calumnias de los predicadores, y las preguntas sutiles y astutas de las gentes del pueblo.

86a. ¿Por qué dicen estas, no hace construir el papa la metrópoli de San Pedro, con su propio dinero, más bien que con el de los pobres cristianos, teniendo una fortuna mayor que la de los más ricos Crassus?

92a. ¡Ojala que pudiésemos librarnos de todos los predicadores que dicen a la Iglesia de Cristo, paz, paz y no hay paz!

94a. Conviene exhortar a los cristianos, a que se dediquen seguir a Cristo, su jefe, llevando su cruz, y sin temer la muerte y el infierno 95a. Porque es mejor que entren en el reino de los cielos, sufriendo muchas tribulaciones, que descansar en una seguridad carnal, producida por los consuelos de una falsa paz

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto He aquí el principio de la obra. Los gérmenes de la Reformación estaban envueltos en estas tesis de Lutero, en ellas se atacaban los abusos de las indulgencias y lo que más llamó la atención; pero aquellos ataques contenían además, un principio que, aunque menos notado de la multitud, decía derribar un día el edificio del papado.

La Doctrina Evangélica de la remisión libre y gratuita de los pecados, se proclamaba públicamente por primera vez en dichas tesis y desde entonces debía entenderse la obra. En efecto, era evidente que todos los que creyesen en la remisión de los pecados, del modo que lo anunciaba el doctor de Wittemberg y tuviesen el arrepentimiento, la conversión, y la santificación, cuya necesidad exponía, era evidente que no harían ya mucho caso de los mandamientos humanos y que se des prenderían de los pañales y de los vínculos de Roma, y con seguirían la libertad de los hijos de Dios. Todos los errores debían ser disipados por aquella verdad; por la cual había empezado a entrar la luz en el alma de Lutero y propagarse también en la Iglesia. Un conocimiento claro de aquella verdad faltó a los precedentes reformadores; y de aquí la esterilidad de sus esfuerzos. El mismo Lutero reconoció más tarde, que al proclamar la justificación por la fe, había puesta el hacha en la raíz del árbol.

Atacamos la doctrina de los sectarios del papado, dice, Huss y Wiclef, solo atacaron su vida pero haciendo lo primero, agarramos el ganso por el pescuezo, todo depende de la palabra que el papa nos ha quitado y falsificado: yo he vencido al papa, porque mí doctrina es según Dios y la suya según el diablo. 1

En nuestros días hemos olvidado también esta doctrina capital fue la justificación por la fe, aunque en sentido contrario al de nuestros padres. En tiempo de Lutero, dice uno de nuestros contemporáneos, la remisión de los pecados costaba a lo menos dinero pero actualmente cada uno se la administra gratis a sí mismo. Ambas extravagancias se parecen mucho, y hay acaso más olvido de Dios en la nuestra, que en la del decimosexto siglo.

El principio de la justificación por la gracia de Dios, que sacó 4 la Iglesia de tantas tinieblas en la época de la Reformación, es la única que puede también renovar nuestra generación, poner fin a sus dudas y oscilaciones, destruir el egoísmo que la consume, establecer la moralidad y la justicia entre los pueblos, en una palabra, unir a Dios el mundo que se ha separado de él.

Pero si las tesis de Lutero eran sólidas por la fuerza de la verdad, que en ellas resplandecía, no lo eran menos por la fe del que se declaraba defensor suyo, había 200

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto desenvainado con valor la espada de la Palabra, la fuerza de la verdad le indujo a hacer este acto de fe, comprendió que apoyándose en las promesas de Dios podía aventurar algo, según el lenguaje del mundo. El que quiere emprender alguna cosa buena, dices hablando de aquel ataque atrevido, “que la emprenda confiado en la bondad de ella, y de ninguna manera en el auxilio y en el consuelo de los hombres: además, que no tema a los hombres ni al mundo entero; porque no mentira esta Palabra, es bueno confiarse en el Señor, y seguramente, ninguno de los que se confíen en él, será confundido; pero el que no quiere ni puede arriesgar alguna cosa, confiándose en Dios, que se guarde bien de emprender nada.1 Lutero, después de haber fijado sus tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos, se retiró, sin duda su tranquila celda, lleno de la paz y alegría que da una acción hecha en nombre del Señor y por la Eterna verdad.

Por más atrevidas que sean las indicadas tesis, se encuentra sin embargo en ellas al fraile; que se resiste a admitir ninguna duda sobre la autoridad de la Sede de Roma. Em pero, combatiendo la doctrina de las indulgencias, Lutero atacó, sin saberlo, muchos errores, cuya manifestación no podía agradar al papa, por cuanto que ella debía conducir, tarde o temprano, a poner en cuestión su supremacía.

Lutero no veía entonces tan lejos pero conociendo cuan atrevido era el paso que acababa de dar, creyó consiguientemente deber atenuarlo, todo cuanto lo permitiese el respeto debido a la verdad, así es que presentó sus tesis como proposiciones dudosas, sobre las que solicitaba las opiniones de los sabios, y, conformándose al uso establecido, unió a dichas tesis una solemne protesta en la que declaraba, que no quería decir ni afirmar nada, que no estuviese fundado en la Sagrada Escritura, y en los Padres de la Iglesia y en los derechos y decretales de la Sede romana.

En lo sucesivo, Lutero, viendo las inmensas y inesperadas consecuencias de aquel animoso ataque, se asombró muchas veces de sí mismo, y no pudo comprender que se hubiese atrevido a tanto; es que una invisible y más poderosa mano que la suya, tenía el hilo conductor, y dirigía al heraldo de la verdad a la senda que le ocultaba todavía, y cuyas esperanzas le hubieran hecho retroceder quizás, si las hubiese conocido, y si se hubiese avanzado solo y de sí mismo.

He entrado en esta disputa, dice, sin determinación fija y sin saberlo ni quererlo ni estar preparado para ella; tomo por testigo al Dios, que conoce todos los corazones. 1

Lutero aprendió a conocer el origen de aquellos abusos le llevaron un librito adornado con las armas del arzobispo de Mayence y de Magdebourg, el cual 201

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto contenía las reglas que se debían observar en el despacho de las indulgencias; luego el que había prescrito, o a lo menos sancionado todo, aquel charlatanismo, era el mismo joven prelado príncipe de Elegante. Lutero no veía en él, más que un superior a quien debía temer y venerar, 2 no queriendo exponer nada la casualidad, pero si dirigirse a los que están encargados de gobernar la Iglesia, envió a Alberto una carta, llena de franqueza y humildad a un tiempo fue en el mismo día en que fijó sus tesis.

Perdonadme, reverendísimo Padre en Cristo y muy ilustre príncipe, si yo que no soy más que la escoria de los hombres, tengo la temeridad de escribir a vuestra sublime grandeza. El señor me es testigo, que, conociendo cuan pequeño y miserable soy, he dudado mucho tiempo el hacerlo. Que vuestra alteza, sin embargo, deje caer una mirada sobre un poco de polvo, y según su benignidad episcopal, reciba bondadosamente esta mi petición.

Andan llevando de una parte a otra las indulgencias pontificias, bajo el nombre de vuestra gracia. No quiero quejarme tanto de los clamores de los predicadores, a quienes no he oído, como de las ideas erróneas, de la sencilla y tosca gente del pueblo, que, comprando las indulgencias, cree estar segura de su salvación.

¡Gran Dios! las almas confiadas a vuestra dirección, Excelentísimo Padre, las instruyen no para la vida sino para la muerte. La justa y severa cuenta que se os pedirá, se aumenta de día en día. No he podido callar más tiempo. ¡No! el hombre no se salva por la obra o por el ministerio de su obispo. El justo mismo se salva difícilmente y el camino que conduce a la vida es estrecho. ¿Por qué pues los predicadores de indulgencias, con cuentos ridículos, inspiran al pueblo una seguridad carnal?

Si se les cree, la indulgencia sola debe ser proclamada, exaltada. ¡Y qué! ¿No es el principal y único deber de los obispos, enseñar al pueblo el Evangelio y la caridad de Jesucristo? 1 Jesucristo no ha ordenado en ninguna parte la promulgación de las indulgencias, pero si ha mandado con vehemencia predicar el Evangelio. 3 ¡Qué horror y que riesgo para un obispo, si consiente que no se hable del Evangelio y que solo el ruido de las indulgencias suene sin cesar a los oídos de su pueblo!

Dignísimo Padre en Dios, en la instrucción de los Comisarios publicada en nombre y seguramente sin conocimiento de vuestra Gracia se dice que la indulgencia es el tesoro más precioso, que por medio de ella se reconcilie el hombre con Dios y que los que la compran no necesitan arrepentirse.

202

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto

¿Qué puedo y que debo pues hacer, dignísimo obispo, serenísimo príncipe? ¡Ah!

suplico a vuestra Alteza, por nuestro Señor Jesucristo, que se digne a mirar este asunto con un paternal cuidado, anular dicho libro, y mandar a los predicadores que anuncien otra doctrina al pueblo. Si no lo hacéis, temed que se levante, un día, alguna voz que refute dichos predicadores, a la confusión de vuestra Alteza Serenísima.

Lutero envió al mismo tiempo sus tesis al arzobispo, invitándole en postdata a leerlas, a fin de que se convenciera de la poca certidumbre que había en la doctrina de las indulgencias.

Se ve pues que todo el deseo de Lutero era, que se despertasen los centinelas de la Iglesia y tratasen en fin de disipar los males que la desolaban. Nada de más noble, ni más respetuoso, que aquella carta de un fraile a uno de los mayores príncipes de la Iglesia y del imperio nunca se obró más. Conforme al espíritu del precepto de Jesucristo.

Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. No es este el modo de los fogosos revolucionarios, que desprecian todas las autoridades y censuran todas las dignidades es el grito de la conciencia de un cristiano y de un sacerdote que venera y respeta unas y otras, pero que ante todo es temeroso de Dios.

Empero, todos los ruegos y suplicas fueron inútiles. El joven Alberto, ocupado en sus placeres y planes ambiciosos, no dio respuesta a una llamada tan solemne. El obispo de Brandeburgo, prelado ordinario de Lutero, hombre sabio y piadoso, a quien envió también sus tesis, respondió que atacaba el poder de la Iglesia, que se atraería sobre sí desazones y disgustos; que el asunto era superior a sus fuerzas, y que le aconsejaba mucho no se mezclara en ello.1 Los príncipes de la Iglesia cerraban los oídos a la voz de Dios, que se manifestaba de un modo tan enérgico y tierno por el órgano de Lutero: no querían comprender las señales del tiempo, experimentaban 1 Er sollte still halten; es ware einé groase Sache. (Matth. 13.) Aquella ceguedad que ha causado la ruina de tantas potencias y dignidades.

“Así el príncipe como el obispo pensaron entonces”, dice Lutero más tarde, “que el papa sería demasiado fuerte para un miserable mendigo como yo”.

Sin embargo, Lutero podía juzgar, mejor que los obispos, del efecto desastroso de las indulgencias en las costumbres y vida del pueblo, porque estaba en directa relación con él veía, constantemente y de cerca, lo que los obispos no conocian sino por relaciones infieles. Si los obispos le abandonaron, Dios no le abandonó. El mismo jefe de la Iglesia, que mora en el cielo y a quien ha sido dado todo poder sobre la tierra, había preparado el terreno, y depositó la se milla en su servidor; 203

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto dio alas a la semilla de la verdad y la esparció en un instante por toda la extensión de su Iglesia.

Nadie se presentó en el día señalado en la universidad, para atacar las proposiciones de Lutero el comercio de Tezel era demasiado vergonzoso y desacreditado, para que ningún otro más que él mismo, o alguno de los suyos se atreviese a tomar el guante. Mas, aquellas tesis estaban destinadas a resonar más allá de las bóvedas de una sala académica apenas habían sido clavadas en la puerta de la capilla del palacio de Wittemberg, cuando al débil sonido de aquellos martillazos respondió en toda la Alemania un golpe tal, que llegó hasta los cimientos de la arrogante Roma, amenazando con una pronta ruina las paredes, puertas y columnas del papado; aturdiendo y espantando a sus héroes, y despertando al mismo tiempo a muchos miles de hombres, del sueño del error. 1

Aquellas tesis se propagaron con la velocidad del rayo antes de un mes llegaron a Roma. “En quince días”, dice un historiador contemporáneo, se divulgaron en toda la Alemania; y en treinta, recorrieron casi toda la cristiandad, como si los mismos ángeles hubiesen sido sus mensajeros y las hubiesen llevado a la vista de todos los hombres nadie podría creer el ruido que hicieron.

1 Ellas fueron después traducidas al holandés y al español, y un viajero las vendió en Jerusalén. “Todos”, dice Lutero, “se quejaban de la indulgencias, y, como todos los obispos y doctores habían guardado silencio, y nadie quiso interrumpirlo el primero, el pobre Lutero llegó a ser un famoso doctor; porque a pesar de todo, decían, salió por fin uno atreviéndose a ello pero no me gustaba aquella gloria y el elogio me parecía superior al mérito”. 3

Una porción de los peregrinos que habían acudido de todas partes a la fiesta de Todos los Santos de Wittemberg, llevaron a sus casas, en lugar de indulgencias, las famosas tesis del fraile agustino con lo que contribuyeron a propagarlas; todos las leían, las meditaban y comentaban, ocupase de ellas en todos los conventos, y en todas las universidades 3 todos los devotos frailes, que habían entrado en el claustro para salvar su alma, y todos los hombres rectos y honrados, se regocijaban de aquella simple y admirable confesión de la verdad, y deseaban, de todo su corazón, que Lutero continuase la obra que había empezado, Erasmo, uno de los grandes rivales del reformador y muy digno de fe, decía a un cardenal. Observo que cuanta más pureza de costumbres y piedad evangélica tiene un hombre, es menos opuesto

Lutero, alaban su vida, los mismos que no pueden soportar su doctrina el mundo estaba disgustado de una doctrina en la que hallaban tantos cuentos 204

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto pueriles y decretos humanos y tenía sed de aquella agua viva, pura y oculta, que sale de los veneros de los evangelistas y de los apóstoles, el genio de Lutero era propio para realizar aquellas cosas y su celo para una empresa tan bella debía entusiasmarle.

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FOOTNOTES

(1)

Cujus impiis et nefariis conciónibus incitaras Lutherus, studio pietatis ardens, edidit propositiones de indulgentiis. {Melancht., Vita Luth.) (2)

Et iniis cerras mihi videbar, me habiturum patronum papam, cujus fiducia tune fortiter nitebar. (L. Opp., Lat. inpraef.) (3)

Quas magnifico apparatu publicé populis ostendi curavit, (Cochlaeus, 4.) (4)

Cum hujus disputationis nullus etiam intimorum amicornm fue-rit conscius. (L. Epp. 1., p. 186.)

(5)

Wenn man die Lehre angreiñl, so wird die Gans am Krage gegriffen. (L.

Opp. (W.), XXII., p. 1369.)

(6)

Harms de Kiel.

(7)

L. Opp. Leip. VI., p. 5I8

(8)

Casu enim, non voluntate nec studio, inhas turbas incidí: Deum ipsum testor. [L. Opp., Lat inpraef.]

(9)

II Domino suo et pastori inChristo venerabiliter metuendo. Sobre de la carta. [Epp. I., p. 68.] * Fex hominum. [Epp. I., p. 68.]

(10)

Ut popnlus Evangelium discat atque charitatem Christi. (Ibid.) (11)

Veheinenter praecipit. (Epp. I., p. 68.)

(12)

Walther, Nachr. V., Luther, p. 45.

(13)

Myconius, Hist. Ref., p. 23.

(14)

Das Lied wollte meiner Stimme zu hoch werden. (L. Opp.) (15)

Inalie hohe Schulen und Klóster. (Matth. 13.)

(16)

Ad hoc preestandum mihi videbatur ille, et naturS composilus et accensus studio. (Erasm. Epp. Campegio Cardinali, I, p. 650.) 205

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VI

Reuchlin — Erasmo — Fleck — Bibra — El emperador — El papa — Micomus

— Recelos — Adelmann — Un anciano sacerdote — El obispo — El elector — Las objeciones de Firfurt — Respuesta de Lutero — Combates interiores — El móvil de Lutero.

Conviene seguir a aquellas proposiciones por todas las partes a donde penetraron en el gabinete de los sabios, en la celda de los frailes y en el palacio de los príncipes, para formarse alguna idea de los distintos y prodigiosos efectos que produjeron en Alemania.

Reuchlin las recibió, estaba cansado del rudo combate que tuvo que sostener contra los frailes la fuerza que el nuevo atleta desplegaba en sus tesis, reanimó el espíritu abatido del antiguo campeón de las letras, e infundió la alegría en su corazón angustiado. “¡Gracias sean dadas a Dios!”, exclamó después de haber leído las tesis, “ya por fin han encontrado un hombre que les dará tanto que hacer, que se verán obligados a dejar que acabe en paz mi vejez”.

El prudente Erasmo se hallaba en los Países Bajos, cuando recibió las tesis se alegró interiormente de ver manifestados, con tanto valor, sus deseos secretos de que se corrigiesen los abusos aprobó dichas tesis, aconsejando únicamente a su autor, a más moderación y prudencia, sin embargo, ha viéndose quejado algunos en su presencia de la violencia de Lutero, dijo, “Dios ha dado a los hombres un medico, que corta así las carnes, porque sin él, la enfermedad hubiera sido incurable”. Y más tarde, habiéndole pedido el elector de Sajonia, su opinión sobre el asunto de Lutero respondió, sonriéndose, nada extraño que hay causado tanto ruido, porque ha cometido dos faltas imperdonables, que son, haber atacado la tiara del papa y el vientre de los frailes.

El doctor Fleck, prior del convento de Steinlausitz, no celebraba misa hacia tiempo y nadie sabía el porqué; un día halló, fijadas en el refectorio de su convento, las tesis de Lutero se acercó a ellas, para leerlas, y apenas hubo recorrido algunas, cuando, sin poder contenerse de alegría, exclamó: “¡Oh, oh! al fin ha venido el que esperábamos hace mucho tiempo y que os hará ver a vosotros, frailes!” Después, leyendo en lo futuro, dice Mathesius y comentando el sentido de la palabra

“Wittemberg,” dijo, todos vendrán a esta montaña a buscar la sabiduría, y la hallaran. ‘Escribió al doctor que continuara con valor aquel glorioso combate, Lutero le llama un hombre lleno de alegría y de consuelo.

206

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Ocupaba entonces la antigua y celebre silla episcopal de Würzbourg, un hombre piadoso, honrado, y sabio, según el testimonio de sus contemporáneos era Lorenzo de Bibra, que hemos tenido ya ocasión de nombrarlo. Cuando iba un gentil hombre a decirle que destinaba su hija al claustro, le decía: "dadle más bien un marido y luego añadía, ¿necesitáis dinero para ello? yo os lo prestaré. El emperador y todos los príncipes le estimaban mucho: se dolía de los desordenes de la Iglesia y más aun de los de los conventos.

Las tesis llegaron también a su palacio, las leyó con gran júbilo, y declaró públicamente, que aprobaba a Lutero. Más tarde, escribió al elector Federico, no dejéis partir al piadoso doctor Martín Lutero, porque le culpan sin razón. El elector, satisfecho de esta atestación, escribió de su propio puño al reformador, dándole parte de ello.

El mismo emperador Maximiliano, predecesor de Carlos Quinto, leyó con admiración las tesis del fraile de Wittemberg, conoció la capacidad de aquel hombre, previó que aquel oscuro agustino podría llegar a ser un poderoso aliado para la Alemania en su lucha contra Roma así es que hizo decir al elector de Sajonia, por un enviado, Conservad con cuidado al fraile Lutero, porque podrá llegar un tiempo en que haya necesidad de él. 1 Y poco tiempo después, hallándose en la Dieta con Pfeffinger, intimo consejero del elector, le dijo, y bien, ¿qué hace vuestro agustino? ¡Verdaderamente no son de despreciar sus proposiciones ya tendrán que habérselas los frailes con él!. 3

Aun en Roma y en el Vaticano, no fueron recibidas las tesis tan mal, como podría creerse. León X las juzgó como literato, más bien que como papa la diversión que le causaron, le hizo olvidar las severas verdades que contenían; y, cuando Silvestre Prierias, maestro del Sacro Palacio, encargado de examinar los libros, le aconsejó que declarase a Lu tero hereje, le respondió, este hermano Martín Lutero, tiene un grande ingenio, y todo lo que se dice contra él, no es más que envidia de frailes”. 8

Pocos hombres hubo, en quienes influyesen más las tesis de Lutero que en el escolar de Annaberg, a quien Tezel había rechazado tan implacablemente.

Myconius había entrado en un convento y en la misma noche de su llegada a él, creyó ver en sueños un inmenso campo, todo cubierto de espigas maduras, “Siega,”

le dijo el que le guiaba pero como le dijese que no sabía hacerlo, su guía le enseñó un segador que trabajaba con increíble actividad y le dijo: Vete allá y haz como él. 4 Myconius, ansioso de santidad como Lutero, se entregó en el convento a las vigilias, a los ayunos, a las maceraciones, y a todas 207

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto las obras inventadas por los hombres pero, al fin de todo, desesperó de llegar nunca al objeto que se propuso, abandonó los estudios y solo se dedicó a los trabajos manuales ya encuadernaba libros, ya torneaba, o bien hacía cualquiera otra obra. Aquella actividad exterior no podía aplacar sin embargo a su consciencia agitada Dios le había hablado y no podía recaer en su antiguo letargo.

Aquel estado de ansiedad duró muchos años. Creen, algunos que las sendas de los reformadores eran fáciles de andar y que, abandonado las practicas de la Iglesia, no les quedaba más que gusto y comodidades; no saben los tales que aquellos reformadores llegaron a la verdad, después de muchos combates interiores, mil veces más penosos que las practicas a las que se sujetaban fácil mente los espíritus serviles.

En fin, llegó el año 1517; fueron publicadas las tesis de Lutero, las que recorrieron toda la cristiandad, y llegaron también al convento en el que se hallaba entonces el escolar de Annaberg, este se fue con otro fraile llamado Juan Voit, un rincón del claustro, a leer dichas proposiciones con toda libertad ;1 reconoció en ellas la verdad que había aprendido de su padre, se abrieron sus ojos, oyó en su interior una voz parecida a la que resonaba entonces por toda la Alemania, llenando su corazón de un gran consuelo. Veo bien, dice, que Martín Lutero es el segador que vi en sueños, y él que me ha enseñado a coger las espigas.

Luego empezó a predicar la doctrina que había proclamado Lutero, los frailes se asustaron al oírle, lo combatieron, se levanta ron contra Lutero y su convento.

Este convento, respondía Myconius, es como el sepulcro del Señor, quisieran impedir que Cristo resucitare en él, pero no lo conseguirán. Por último, viendo sus superiores que no podían convencerle, le prohibieron durante año y medio, toda comunicación exterior, no permitiéndole escribir, ni recibir cartas, y amenazándole con una cárcel perpetua.

Sin embargo, llegó para él la hora de su libertad. Nombrado después pastor en Zwickau fue el primero que se pronunció contra el papado, en las iglesias de la Thuringe. Entonces pude ya, dice, trabajar con mi venerable padre Lutero, en la siega del Evangelio. Jonas, le ha llamado hombre que podía lo qué quería.1 Hubo también sin duda otras almas para las cuales las tesis de Lutero fueron el signo de la vida. Ellas introduje ron una nueva luz en muchas celdas, chozas, y palacios.

Mientras que los que entraron en los conventos para disfrutar en ellos de una buena mesa, de una vida holgazana, o de consideraciones y honores, dice Mathesius, trataron de cubrir de injurias el nombre de Lutero, los religiosos que vivían en la oración, en el ayuno y en las mortificaciones, dieron gracias a Dios desde que oyeron e] grito de aquella águila que Huss anunció un siglo antes. 3 El 208

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto mismo pueblo que no comprendía casi nada la cuestión teológica, y que solo sabía que Lutero se levantaba contra los limosneros y frailes ociosos, le acogió con demostraciones de alegría. Las proposiciones de Lutero produjeron en Alemania una sensación inmensa, sin embargo, algunos contemporáneos del reformador, previeron las graves consecuencias que podrían acarrear y los muchos obstáculos que debían encontrar, manifestaron claramente sus temores, y no se atrevían casi a alegrarse.

El excelente canónigo de Auxbourg, Bernardo Adelmann, escribiendo a su amigo Pirckheimer, le decía, Temo que el digno hombre no tenga que ceder a la avaricia y al poder de los partidarios de las indulgencias, las representaciones del mismo producen tan poco efecto, que el obispo de Auxbourg, nuestro primado y metropolitano, 3 acaba de ordenar en nombre del papa, nuevas indulgencias para san Pedro de Roma: que se apresure a buscar el apoyo de los príncipes, que se guarde de tentar a Dios, porque sería menester estar falto de juicio, para no conocer el inminente riesgo en que se halla. Adelman se alegró mucho cuando se dijo que Enrique VIII, había llamado a Lutero a Inglaterra porque creyó que allí podría enseñar en paz la verdad.

Muchos creyeron igualmente que la Doctrina del Evangelio sería apoyada con el poder de los príncipes ignoraban sin duda que ella anda sin tal poder y que, al contrario, cuando el poder la apoya, no hace las más veces otra cosa que embarazarla y debilitarla.

El famoso historiador, Alberto Kranz, se hallaba en Hamburgo, en su lecho de muerte, cuando le llevaron las tesis de Lutero. Tienes razón, ¡hermano Martín!

exclamó el moribundo, ¡pero no conseguirás tu intento pobre fraile!

Vete a tu celda y di, ¡Oh Dios, ten misericordia de mí!. Un anciano sacerdote de Hexter en Westphalia, habiendo recibido y leído las tesis en su presbiterio, dijo en alemán, meneando la cabeza, ¡Querido fray Martín!, si tú consigues destruir el purgatorio y todos los mercaderes de papel, serás verdaderamente un gran caballero. Erbenius, que vivió un siglo después, escribió este dístico al pie de dichas palabras.

Quid vero nunc si viveret, Bonus iste clericus diceret.

No solo muchos amigos de Lutero concibieron temores sobre el paso que acababa de dar, sino que otros muchos le manifestaron también su desaprobación.

El obispo de Brandeburgo, afligido de ver trabada en su diócesis tan importante contienda, quiso sofocarla y se resolvió hacerlo por medios suaves en 209

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto consecuencia, envió decir a Lutero, por el avade de Lenin que no encontraba en las tesis sobre las indulgencias nada que fuese contrario Si el buen clérigo hoy viviera, l ¡qué es lo que decir pudiera la verdad católica, que al contrario reprobaba él mismo aquellas indiscretas proclamaciones! pero que, por el amor de la paz y por respeto a su obispo, dejase de escribir sobre aquel asunto. Lutero quedó confuso al ver que un tan gran avade y tan grande obispo, se dirigiese a 61 con tanta humildad, enternecido, impelido por el primer movimiento de su corazón, respondió, me conformo, más quiero obedecer, que hacer aunque fuesen milagros, si pudiera. 1

El elector vio con sentimiento el principio de un combate, legitimo sin duda, pero cuyo fin nadie podía prever. Ningún príncipe deseaba más que Federico, la conservación de la paz pública por lo que, cuando conoció el inmenso incendio que podía causar aquel pequeño fuego, las grandes discordias y los destrozos que podía ocasionar en los pueblos aquella disputa de frailes, hizo saber a Lutero, repetidas ve ces, el sentimiento de que estaba poseido. 3

En su misma orden y hasta en su convento de Wittemberg, encontró Lutero reprobadores. El prior y subprior se asustaron de los clamores que despedían Tezel y sus compañeros. Fueron a la celda de fray Martin alterados y trémulos y le dijeron, ¡por Dios, no cubráis de vergüenza nuestra orden!. Ya las demás y principalmente la dominicana, saltan de alegría al ver que no son solas en llevar el oprobio. Estas palabras conmovieron a Lutero, pero, serenándose luego, respondió: Queridos padres, si la cosa no se ha hecho en nombre de Dios, caerá, sino, dejadla andar. El prior y subprior no replicaron. La cosa anda todavía, añade Lutero después de haber citado aquel rasgo, y si place a Dios, andará de mejor en mejor hasta el fin. Amén. 8

Lutero tuvo que sostener también otros ataques. En Erfurt le acusaron de violento y orgulloso en el modo con que condenaba las opiniones ajenas es la reconvención que se hace ordinariamente a los hombres que tienen la fuerza de convicción que da la Palabra de Dios. También le acusaban de precipitación y ligereza.

Exigen modestia de mí, respondió Lutero, y ellos la desconocen en el juicio que forman de mí. Vemos siempre la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro. La verdad no ganara por mi modestia ni perderá por mi temeridad. Deseo saber, continuó dirigiéndose a Lange, ¿cuáles son los errores que vos y vuestros teólogos habéis hallado en mis tesis? ¿Quién no sabe, que rara vez se proclama una idea nueva sin ser tildado de orgulloso y sin ser acusado de buscar disputas?

210

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Si la misma humildad emprendiese algo de nuevo, los que son de opinión contraria, ¡dirían que aquella es orgullosa! 1

¿Por qué fueron inmolados Jesucristo y todos los mártires?, porque parecieron orgullosos, menospreciadores de la sabiduría mundana y porque anunciaron otra nueva, sin haber consultado previa y humildemente a los órganos de la opinión contraria.

Que no esperen, pues los sabios del día, que yo tenga bastante humildad, o más bien hipocresía para pedirles su consejo, antes de publicar lo que mi deber me obliga hacerlo en este caso, no debo consultar la prudencia humana, sino el consejo de Dios. Si la obra es de Dios, ¿quien la contendrá?, si no lo es ¿quién la adelantara?, no, mi voluntad, ni la suya ni la nuestra, sino la tuya, oh ¡Padre Santo, que estas en el cielo! "Qué valor, qué noble entusiasmo, qué confianza en Dios y sobre todo, qué verdad en estas palabras y verdad de todos los tiempos!.

No obstante, las quejas y acusaciones que de todas partes iban a Lutero, no dejaban de hacer alguna impresión en su espíritu. Sus esperanzas fueron frustradas había creído que los jefes de la Iglesia y los sabios más distinguidos de la nación, se hubieran unido públicamente a él pero sucedió de otro modo apenas consiguió de unos pocos adictos su doctrina, algunas palabras de aprobación, soltadas en el primer entusiasmo, muchos de los que hasta entonces fue ron venerados de él, le censuraron altamente. Se vio, pues, solo en toda la Iglesia, solo contra Roma, solo al pie de aquel antiguo y formidable edificio, cuyos cimientos penetraban en las entrañas de la tierra, cuyos muros se elevaban hacia las nubes, contra el cual acababa de descargar un golpe atrevido. 1

Cayó en la turbación y en el abatimiento, renacieron con fuerza en su espíritu las dudas que creía disipadas, la idea que tenía contra si, de la autoridad de toda la Iglesia, le hacía temblar, sustraerse de aquella autoridad, recusar aquella voz a la que habían obedecido humildemente los pueblos y los siglos, oponerse a aquella iglesia que acostumbró venerar desde su infancia, como la madre de los fieles....él, fraile miserable....era un esfuerzo superior a las fuerzas humanas. 3

Ningún paso le costó más que aquel pero también fue el que decidió de la Reforma.

Nadie puede describir mejor que él, la lucha que reinaba entonces en su alma.

Yo empezó esta obra, dice, con gran temor y temblor, ¿quién era yo entonces, yo, pobre, miserable, despreciable hermano, más parecido a un cadáver que a un hombre?, 3 ¿quién era yo para oponerme a la majestad del papa, a cuya presencia temblaban?, ¡No solo los reyes de la tierra, sino también, si así puedo expresarme, el cielo y el infierno, obligados a obedecer a sus menores movimientos!. Nadie 211

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto puede saber lo que sufrió mi corazón en los dos primeros años, y en que abatimiento, en que desesperación caí muchas veces.

No pueden hacerse una idea de ello, los espíritus orgullosos que han atacado después al papa con gran audacia, bien que no hubieran podido, con toda su habilidad, hacerle el más pequeño mal, si Jesucristo no le hubiese hecho ya por mí, su débil y indigno instrumento, una herida de la que no sanara jamás. Pero, mientras que ellos se contentaban con mirar y me dejaban solo en el peligro, no me hallaba tan gozoso, tranquilo y seguro del buen éxito, como lo estoy ahora, porque no sabía entonces muchas cosas que sé al presente, gracias a Dios. Es verdad que hubo muchos cristianos piadosos que aprobaron y apreciaron mucho mis proposiciones pero yo no podía reconocerlos y considerarlos como órganos del Espíritu Santo, yo no consideraba como tales, sino al papa, a los cardenales, obispos, teólogos, jurisconsultos, curas, frailes de estos esperaba yo el soplo del Espíritu.

Sin embargo, después de haber triunfado, con la escritura, de todos los argumentos contrarios, he superado por fin, con la Gracia de Cristo, y con muchas angustias, penas, y trabajos, el único argumento que me detenía todavía, a saber, que es menester escuchar a la Iglesia 1 porque yo honraba de todo corazón la iglesia del papa, como la verdadera Iglesia y lo hacía con más sinceridad y veneración que los vergonzosos o infames corruptores que, por contradecirla, la ensalzan tanto ahora. Si yo hubiera despreciado al papa, como le desprecian los que le alaban tanto con los labios, hubiera temido que se abriese la tierra y me hubiese tragado vivo, como a Coré y todos los que estaban con él.

Cuanto honran estos combates a Lutero, ¡que sinceridad, que rectitud de alma manifiestan! y ¡cuánto más digno de nuestro respeto le hacen aquellos asaltos penosos que tuvo que sostener interior y exteriormente, ¡que lo hiciera una intrepidez sin semejante combate!

Aquel trabajo de su alma nos muestra bien la verdad y la divinidad de su obra se ve que el principio y la causa estaban en el cielo. En vista de todos los rasgos que hemos indicado. ¿Quién se atreverá a decir que la Reformación fue un asunto de política? No por cierto, no fue efecto de la política de los hombres, sino el del poder de Dios. Si Lutero hubiera sido impelido por paciones humanas, hubiera sucumbido a sus temores sus equivocaciones y sus escrúpulos, hubieran ahogado el fuego que se encendió en su alma, y no hubiera producido en la Iglesia, más que un resplandor pasajero, como lo han hecho tantos hombres fervientes y piadosos, cuyos nombres han llegado hasta nosotros.

212

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Pero ya había llegado el tiempo de Dios la obra no debía detenerse y la emancipación de la Iglesia debía cumplirse. Lutero debía, cuando menos, preparar la completa emancipación y las grandes manifestaciones que están prometidas al reino de Jesucristo así es que experimentó la verdad de esta magnífica, promesa, desfallecerán los jóvenes y se fatigaran, y los mancebos caerán de flaqueza más los que esperan en el Señor, hallaran nuevas fuerzas, tomaran alas como águilas, correrán y no se fatigaran, andarán y no se desfallecerán. (Isaías, cap. XL., VER.

30 y 31.) Este divino poder que llenaba el corazón del doctor de Wittemberg, y que le lanzó al combate, le devolvió pronto toda su primera Resolución.

_________________________________

FOOTNOTES

(1)

Müllers Denckw. IV., 256.

(2)

Alie Welt von diesem Weissenberg, Weissheit holen unii bekom-men. (p.

13.)

(3)

Dass er uns den Munch Luther fleissig beware. (Matth. 15.) ' Sehmidt, Brand. Reformationgesch., p. 124.

(4)

Che fratre Martino Luthero aveva un bellissimo ingegno, e che-coteste erano invidie fratesche. (Brandelli, contemporaneo de Leon y dominicano, Hist. trag., pars 3.)

(5)

Melch., Adami Vita Myconii.

(6)

Legit tune cum Joanne Voito, inangulum abditus, libellos Lu-iheri.

(Melch. Adam.)

(7)

Dui potuit quod voluit.

(8)

Darvon Magister Johann Huss geweissaget. (Matth, 13.) (9)

Totque uxorem vir, añade el mismo. (Humani Documenta Litt, p: 167.) (10)

Frater, abi incellam, et dic: Miserere mei. (Lindner inLu-thers Leben., p.

93.)

(11)

Bene sum contentus: malo obedire quam miracula faceré etiamsi possem.

(Epp. I., 71.)

(12)

Suumque dolerem saepé significavit, metuens discordias majores (Melancht., Vita Luth.)

213

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (13)

L. Opp. (L.), VI., p. 518.)

(14)

Finge enim ipsam humilitatem nova conari, statira superbia> subjicirtTir ab ifs qui aliter sapinnt. (L. Epp. I , p. 73.)

(15)

Solus primó eram. (L. Opp., Lat. inprsef.)

(16)

Concilium immanis audacise plenum. (Pallavicini, I., 17.) (17)

Miserrimus tune fraterculus, cadaveri similior quam homini. (L. Opp. Lat, I., p. 49.)

(18)

Et cum omnia argumenta superassem perscripturas, hoc unum cum summl dificultate et angustia, tandem Christo favente, vix su-peravi, ecclesiam scilicet esse audiendam. (L. Opp., Lat. I, p. 49.) 214

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VII

Ataque de Tezel — Respuesta de Lutero — Buenas obras — Lutero y Spalatin

— Estudio de la Escritura — Scheurl y Lutero — Lutero y Staupitz — Lutero y su Pueblo — Un hábito nuevo.

Habían desanimado a Lutero las quejas, la timidez o el silencio de sus amigos los ataques de sus enemigos produjeron en él un efecto contrario y esto sucede muchas veces. Los adversarios de la verdad, creyendo servir su causa con su violencia, sirven la del mismo Dios. 1 Tezel recogió, pero con mano tímida, el guante que le arrojaron. El sermón de Lutero que había sido, para el pueblo, lo que fueron las tesis para los sabios, fue el objeto de la primera respuesta de Tezel, refutó aquel discurso punto por punto y a su modo y anunció enseguida que se preparaba para combatir más largamente a su adversario, en las tesis que sostendría en la universidad de Francfort sur l'Oder.

Entonces, dice, respondiendo con estas palabras a la conclusión del sermón de Lutero, entonces podrán conocer todos quien es el heresiarca, hereje, cismático, erróneo, temerario y calumniador. Entonces verán todos quienes son los melancólicos y enfermos, los que jamás han comprendido la Biblia, ni leído las doctrinas cristianas, ni manejado sus propios doctores. Por sostener las proposiciones que avanzo, estoy pronto a sufrir todo, cárcel, tormento, agua, y fuego.

Leyendo aquel escrito de Tezel, se nota y extraña la diferencia que hay entre el alemán que usan él y Lutero, parece que una distancia de siglos los separa un extranjero tiene principalmente mucho trabajo para comprender a Tezel mientras que el lenguaje de Lutero, es casi el mismo que el de nuestros días basta comparar los escritos de ambos, para conocer que Lutero es el creador de la lengua alemana este es sin duda uno de sus menores meritos, pero no deja de serlo.

Lutero respondió sin nombrar a Tezel, porque tampoco le nombró éste pero no había ninguno en Alemania que no pudiese escribir, al frente de sus publicaciones, los nombres que ellos juzgaban conveniente callar. Tezel procuraba confundir el arrepentimiento que Dios pide, con la penitencia que la Iglesia impone, por dar más merito a sus indulgencias y Lutero se contrajo a aclarar este punto.

Para ahorrar palabras, dice en su lenguaje pintoresco, doy al viento (que está más desocupado que yo), sus demás palabras, que solo son flores artificiales y hojas secas, y me limitaré a examinar las bases de su edificio de lampazo.

215

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto La penitencia que impone el santo padre, no puede ser la que pide Jesucristo; porque el santo padre puede dispensar aquello mismo que impone; y si ambas penitencias fuesen una sola y misma cosa, se seguiría que el santo padre quita, lo que Jesucristo pone, anulando el mandamiento de Dios.

Ah, ¡qué me maltrate si quiere!, continua Lutero, después de haber citado otras falsas interpretaciones de Tezel, que me llame hereje, cismático, calumniador y todo lo que guste no por esto seré su enemigo y rogaré por él como por un amigo.

Pero no es posible sufrir que trate a la Santa Escritura, nuestra consolación (Rom.

XV., Ver. 4), como una mar rana trata un saco de avena. 1

Es menester acostumbrarse a ver a Lutero servirse, a veces, de expresiones acerbas y demasiado familiares, para nuestro siglo era el uso de aquel tiempo, y bajo aquellas palabras, que en nuestros días serían opuestas a la propiedad del lenguaje, se encuentran ordinariamente una fuerza y una precisión, que hacen olvidar la crudeza de ellas. Continua así.

El que compra las indulgencias, dicen también los adversarios, hace mejor que el que da limosna a un pobre que no se halla en extrema necesidad. Ahora pues, bien podríamos saber sin estremecernos, que los Turcos están profanando nuestros templos y nuestras cruces, porque tenemos en casa Turcos cien veces peores, que profanan y destruyen el único verdadero santuario, la Palabra de Dios, que santifica todas las cosas. El que quiere seguir dicho precepto, tenga cui dado de no dar de comer al hambriento, ni de vestir al desnudo, hasta que haya exhalado el alma y no tenga por consiguiente necesidad de su socorro.

Importa comparar este celo de Lutero por las buenas obras, con lo que dice sobre la justificación por la fe. Por lo demás, cualquiera que tenga alguna experiencia y algún conocimiento, no necesita de esta nueva prueba de una verdad cuya evidencia conoce, es decir, que cuanto más se adhiere uno a la justificación por la fe, tanto más conoce la necesidad de las obras y se dedica a su práctica, mientras que la relajación, en cuanto a la doctrina de la fe, conduce necesaria mente a la relajación tocante a las obras Lutero, y, antes y después de él, san Pablo, y Howard, son prueba de la primera aserción todos los hombres sin fe, de que está lleno el mundo, son pruebas de la segunda.

Después, llegando a las injurias de Tezel, Lutero se las vuelve a su modo. Al oír estas invectivas, dice, me parece oír rebuznar un gran jumento contra mí mucho me alegro de ello, oh ¡sentiría que semejantes hombres me llamasen buen cristiano! Es menester presentar a Lutero tal cual es, y con sus debilidades su propensión a la chanza, pero chanza grosera, es una de ellas, el reformador era un 216

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto grande hombre, un hombre de Dios sin duda, pero al fin era hombre y no ángel, ni tampoco un hombre perfecto. ¿Quién tiene el derecho de exigir de él la perfección?.

Por lo demás, añade, provocando a sus adversarios al combate, aunque no se acostumbra quemar a los herejes por tales motivos, ¡heme aquí en Wittemberg, yo, doctor Martin Lutero!. ¿Hay algún inquisidor que quiera preparar la palanca y hacer saltar las rocas? pues le hago saber que tiene un salvo conducto para venir, las puertas abiertas, la casa y mesa seguras, todo por los cuidados liberales del loable príncipe y duque Federico, elector de Sajonia, quien no protegerá nunca la herejía. 1

Se ve que no faltaba valor a Lutero se apoyaba en la Palabra de Dios y esta es una roca que no puede destruir la tempestad. Pero Dios, en su fidelidad, le concedía también otros auxilios. A los aplausos con que la multitud recibió las tesis de Lutero, sucedió pronto un triste silencio. Los sabios se retiraron tímidamente, al oír las calumnias y los insultos de Tezel y de los dominicos. Los obispos que habían condenado altamente los abusos de las indulgencias, cuando las vieron atacadas, no dejaron (por una contradicción de que no faltan ejemplos), de hallar inoportuno el ataque: la mayor, parte de los amigos del reformador se amedrentaron, y muchos de ellos huyeron. Mas, cuando hubo pasado el primer terror, se efectuó un movimiento contrario en los espíritus; el fraile de Wittemberg, que por algún tiempo se halló casi solo en medio de la Iglesia, se halló poco después rodeado nuevamente de muchos amigos y aprobadores.

Uno hubo sin embargo que, aunque tímido, le fue fiel en toda aquella crisis, y cuya amistad le sirvió de consolación y de apoyo dicho amigo era Spalatin. Nunca cesó la correspondencia entre ambos. Lutero, hablando a su amigo de una particular señal de amistad que había recibido de él, le decía, ¡te doy las gracias pero, que no te debo! Era el once de noviembre 1517, once días después de la publicación de las tesis, y por consiguiente en los momentos en que la efervescencia de los ánimos estaba sin duda en su colmo, cuando Lutero quiso desahogar su reconocimiento en el corazón de su amigo.

Es interesante ver a Lutero, a este hombre fuerte, que acababa de hacer la acción más animosa, declarar en la misma carta a Spalatin, de donde proviene la fuerza. Nada podemos por nosotros mismos, y sí todo por la gracia de Dios. Toda ignorancia es invencible por nosotros, y ninguna por la gracia de Dios. Cuanto más nos esforzamos a llegar, por nosotros mismos a la sabiduría, más nos acercamos a la locura. 1 No es cierto que esta ignorancia invencible disculpa al pecador, porque si así fuera, no habría ningún pecado en el mundo.

217

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Lutero no envió sus proposiciones ni al príncipe, ni a ninguno de sus cortesanos y parece que el capellán manifestó su amigo alguna extrañeza por ello. No he querido, respondió Lutero, que mis tesis llegasen a nuestro ilustrísimo príncipe o a alguno de los suyos, antes que los que se creen señalados en ellas las hubiesen recibido por otra parte, por temor de que no creyesen que yo las publiqué de orden del príncipe o para merecer su favor y oponerme al obispo de Mayence, sé que hay muchos que piensan tales cosas pero ahora puedo jurar, con toda seguridad, que mis tesis fueron publicadas sin conocimiento del duque Federico. 3

Si Spalatin consolaba su amigo y le sostenía con su influjo, Lutero, por su parte, procuraba responder a las preguntas que le dirigía el modesto capellán, el cual, entre otras cuestiones, le puso entonces una, que aun en nuestros días se repite muchas veces, y ¿cuál es el mejor modo de estudiar la Santa Escritura?

Hasta ahora, respondió Lutero, no me habéis pedido, excelente amigo Spalatin, sino cosas que estaban a mi alcance pero el guiaros en el estudio de las Santas Escrituras, es superior a mis fuerzas, sin embargo, si absolutamente queréis conocer mi método, no os lo ocultaré.

Es muy cierto que no se puede llegar a comprender las Escrituras, ni con el estudio, ni con la inteligencia vuestro primer deber es pues empezar por la oración pedid al Señor que se digne, por su gran misericordia, concederos el verdadero conocimiento de su Palabra, no hay otro interprete de la Palabra de Dios que el mismo autor de esta Palabra, según lo que ha dicho. Todos serán enseñados de Dios, nada esperéis de vuestros estudios ni de vuestra inteligencia confiaos únicamente en Dios y en la influencia de su Espíritu, creed a un hombre que ha hecho experiencia de ello. 1 Aquí se ve cómo llegó Lutero a poseer la verdad, cuyo predicador fue, no fue, como algunos pretenden, confiándose en una orgullosa razón, tampoco, como sostienen otros, entregándose a las paciones rencorosas.

En la más pura, santa y sublime fuente, en Dios mismo, interrogado por la humildad, la confianza y la oración, fue donde se instruyó. Pero en nuestro siglo hay pocos hombres que lo imiten y por consiguiente pocos que lo comprendan. Para un espíritu grave, estas solas palabras de Lutero son una justificación de la reforma.

Lutero halló también consuelos en la amistad de seglares respetables el excelente secretario de la ciudad imperial de Núremberg, Cristoforo Scheurl, le dio tiernas muestras de su amistad. 3

Se sabe cuán dulces son al corazón del hombre las pruebas de interés que se le ofrecen, cuando se ve atacado por todas partes. El secretario de Núremberg hacía 218

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto más todavía hubiera querido ganar muchos amigos para su amigo; a quien aconsejó que dedicase una de sus obras.

Geronimo Ebner, célebre jurisconsulto nuremburgués de aquel tiempo, y Lutero le contestó con modestia, tú tienes una alta opinión de mis estudios, pero yo la tengo muy baja, sin embargo, he querido acceder a tus deseos, he buscado, pero en toda mi colección, que nunca he hallado tan mezquina, no he encontrado nada que me parezca digno de ser dedicado a tan grande hombre por un hombre tan pequeño como yo. ¡Tierna humildad!

Lutero, que no había dado ningún paso para propagar sus tesis, no las envió tampoco a Scheurl, ni al elector ni a sus cortesanos y habiéndole manifestado su extrañeza el primero, Lutero le respondió, no era mi intención dar tanta publicidad a mis tesis quería solamente conferenciar sobre su contenido, con algunos de los nuestros, 1 para que sí las hubiesen reprobado, anularlas y sí aprobado, publicarlas. Pero ya están impresas, reimpresas y difundidas mucho más de lo que yo esperaba, y tanto que me arrepiento de dicha producción, 2 no porque tema que el pueblo conozca la verdad (porque esto, y esto solo es lo que he procurado), sino porque no es ese el modo de instruirlo pues se encuentran en ellas cuestiones que son todavía dudosas para mí y si hubiese pensado que mis tesis harían tanta sensación, hay cosas que hubiera omitido y otras que hubiera expuesto con más entera seguridad. En adelante pensó de otro modo Lutero lejos de temer de haber dicho demasiado, declaró que hubiera tenido que decir más toda vía.

Pero los recelos que manifestó Lutero a Scheurl, honran su sinceridad y por ello se ve, que no tenía plan premeditado, ni espíritu de partido, que no abundaba en su sentido y que solo buscaba la verdad cuando la hubo encontrado toda entera, mudó de lenguaje. Notareis en mis primeros escritos, dice muchos años después, que concedí humildemente muchas cosas al papa, y aun cosas importantes, que ahora las juzgo y detesto como abominables y blasfematorias. 1

Scheurl no era el único seglar de consideración, que daba entonces a Lutero pruebas de amistad, el célebre pintor Alberto Durer le envió un regalo, quizás era uno de sus cuadros y el doctor le manifestó todo su agradecimiento. 3

De este modo experimentaba entonces Lutero la verdad de esta palabra de la divina Sabiduría. El íntimo amigo ama en todo tiempo y el nacerá como un hermano en el apuro. Y, también se acordaba de ella, para defender la causa de todo su pueblo. El elector acababa de imponer una contribución y se aseguraba que iba a establecer otra, probablemente por consejo de Pfeffinger, privado del 219

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto príncipe, contra el cual lanzaba muchas veces Lutero palabras picantes. El doctor se puso audazmente en la brecha. No desprecie vuestra Alteza, dice, la suplica de un pobre mendicante. Os pido, en nombre de Dios, que no impongáis nueva contribución, me ha lastimado el corazón, igualmente que a muchos de los que os son más adictos, el ver cuánto ha perjudicado la primera a la buena fama, y a la popularidad de que gozaba vuestra Alteza. Es verdad que Dios os ha dotado de una razón elevada, por lo que alcanzáis en estas cosas más que yo, y sin duda más que todos vuestros súbditos pero acaso es la voluntad de Dios que una pequeña razón instruye a una grande, para que nadie confíe en sí mismo, sino solo en Dios, nuestro Señor, el cual se digne conservar para nuestro bien vuestro cuerpo en salud y vuestra alma para la eterna beatitud. Amén.

Así es como el Evangelio, que hace honrar a los reyes, hace también defender la causa del pueblo enseña a la nación sus deberes y recuerde al príncipe los derechos de la misma.

La voz de un cristiano, como Lutero, resonando en el pala cio de un soberano, podría reemplazar, muchas veces, todo un congreso de legisladores.

En aquella misma carta, en la que Lutero daba una severa lección al elector, no temía hacerle una petición o más bien, recordarle una oferta, la de darle un habito nuevo. Aquella libertad de Lutero, en momentos en que podía temer haber ofendido a Federico, honra tanto al príncipe como al reformador. Pero si es Pfeffinger el encargado para ello, añade, que me de él hábito en realidad y no en protestas de amistad porque sabe tejer buenas palabras, de las que no sale jamás buen paño. Lutero creía que, por los fieles consejos que dio a su príncipe, merecía su hábito de corte pero sea lo que fuere, dos años después no lo había recibido, y lo pedía aun 3 esto parece indicar que no estaba Federico tan a la disposición de Lutero, como han querido decir.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto FOOTNOTES

(1)

Hi furores Tezelii et ejus satellilum imponunt necessilatem Lu-Ihero, de rebus iisdem copiosius disserendi et tuendae veritatis. (Me-lancht. Vita Luth.)

(2)

Dass er die Schrift, unsern Trost, nicht anders behandelt wio die sau einen Habersack.

(3)

L. Opp. Leips. XVII., 133.

(4)

Tibi graiias ago: imó quid tibi non debeo 1 (L. Epp. I., p. 74.) (5)

Gtuantó magis conamur ex nobis ad «ipie^iiai», tanto amplius approprinquamus insipientiae. ( Ibid.)

(6)

Sed salvum est nunc etiam jurare, quod sine scitu rtuc< Fre4e-rici exierint. (L. Epp., I., p. 76.)

(7)

Primuin, id certissimum est, sacras litterai non posse vel studio, vel ingenio penetrari. Ideó primum officium est ut ab oratione in-cipias.

(8)

lgitnr de tuo studio desperes oportet omninó, simul et ingenio. Deo autem soli confidas et influxui spiritus. Experto crede ista. (L. Epp., [., p. 88, del 18 enero.)

(9)

Litterse tuse, le escribe Lutero el 11 diciembre 1517, animumluum erga meam parvitatem candidum et longé ultra merita benevolenüs-sium probaverunt. (L. Epp., I., p. 79.)

(10) Non fuit consilium ñeque votum eas evulgari, sed cum paucis apud et circñm nos habitantibus primüm superipsis conferri. (L. Epp., 1., p. 95.) (11) XJt me pseniteat hujus faeturee. (Epp. I., p. 95.) (12) Gluae istis temporibus prosummi blasphemia et abominatione habeo el execrar. (L. Opp. Lat., Wit. inpraef.)

(13) Aceepi....simul et donum insignis viri Alberti Durer. (L. Epp., I., p. 95.) (14) Mein Hofkleid verdienen

(15) Ibid., p.283.

(16) (Epp. L. L, 77 y 78.)

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO VIII

Disputa de Francfort — Tesis de Tezel — Amenazas — Oposición de Kniptrow

— Tesis de Lutero quemadas — Los frailes — Paz de Lutero — Tesis de Tezel quemadas — Sentimiento de Lutero — Visita del obispo.

Poco a poco se iban calmando los espíritus y el mismo Lutero se hallaba dispuesto a declarar, que sus palabras no tenían el sentido que se les había atribuido nuevas circunstancias podían distraer la atención general y hacer que el golpe dado a la doctrina romana se olvidase, como tantos otros pero los partidarios de Roma fueron la causa de que no sucediese así, pues aumentaron la llama, en lugar de extinguirla.

Tezel y los dominicos respondieron audazmente, al desafío que se les había hecho ardiendo en deseos de acabar con el atrevido fraile, que quería trastornar su tráfico y merecer la benevolencia del pontífice romano, exhalaron un grito de furor pretendían que atacar la indulgencia mandada por el papa, era atacar a este mismo y llamaron en su ayuda a todos los frailes y teólogos de su escuela. 1 En efecto, Tezel conoció bien que un adversario como Lutero era demasiado fuerte para él desconcertado con el ataque del doctor y lleno de cólera, dejó las cercanías de Wittemberg y se fue a Francfort-sur-l'Oder, a donde llegó en noviembre de Hol.

La universidad de aquella ciudad era nueva, como la de Wittemberg y fundada por el partido contrario, Conrado Wimpina, hombre muy elocuente, antiguo rival de Pollich de Mellerstadt y uno de los teólogos más distinguidos de aquel tiempo, era profesor en dicha universidad. Wimpina miraba con ojos envidiosos al doctor y a la Universidad de Wittemberg su reputación le hacía sombra Tezel le pidió una res puesta a las tesis de Lutero y Wimpina escribió dos series de antítesis, que tenían por objeto defender la doctrina de las indulgencias y la autoridad del papa.

El 20 de Enero, 1518, se verificó aquella controversia, preparada muy de antemano, anunciada con ostentación y en la que fundaba Tezel tantas esperanzas. Tocó la llamada y acudieron más de trescientos frailes de los conventos circunvecinos. Leyó Tezel sus tesis, en las que se reproducía hasta esta declaración, que cualquiera que diga, que el alma no sale del purgatorio, en el mismo instante en que suena el dinero en la caja, está en el error. 1

Pero, sobre todo, establecía proposiciones, según las cuales parecía verdaderamente estar el papa sentado como Dios en el templo de Dios, conforme al ¡lenguaje de un apóstol! Era fácil a aquel impudente mercader el refugiarse, con 222

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto todos sus desordenes y escándalos, bajo la capa pontificia. He aquí lo que dijo estar pronto a defender en presencia del numeroso auditorio que le rodeaba.

3a. Conviene enseñar a los cristianos, que el papa, por la grandeza de su poder, es superior a toda la Iglesia universal y a los concilios, y que se deben obedecer a todos sus mandamientos, con toda obediencia

4a. Conviene enseñar a los cristianos, que solo el papa tiene el derecho de decidir en puntos de la fe cristiana, y el de explicar, según su entender, el sentido de la santa Escritura, como también el de aprobar o desaprobar todas las palabras u obras de los demás

5a. Conviene enseñar a los cristianos, que en puntos de fe cristiana y necesaria a la salvación del género humano, la decisión del papa no puede ser errónea, en ningún caso

6a. Conviene enseñar a los cristianos, que en puntos de fe se debe apoyar y descansar, más bien en los juicios del papa, según se manifiestan en sus decisiones, que en los juicios de todos los hombres sabios, según los sacan de la escritura

8a. Conviene enseñar a los cristianos, que los que ofenden a la honra y a la dignidad del papa, se hacen culpables del crimen de Lesa Majestad y merecen la maldición

17a. Conviene enseñar a los cristianos, que hay muchas cosas, que la Iglesia considera como artículos ciertos de la verdad universal, aunque no se encuentren en el canon de la Biblia, ni en los antiguos doctores 44a. Conviene enseñar a los cristianos, que deben ser reputados herejes obstinados los que declaren, con sus palabras, hechos o escritos, que no retractarían sus heréticas proposiciones, aunque lloviesen sobre ellos excomuniones sobre excomuniones

48a. Conviene enseñar a los cristianos, que los que protegen el error de los herejes y impiden con su autoridad, que dichos herejes sean llevados ante el juez competente, son excomulgados que si en el espacio de un año, no se abstienen de hacerlo, serán declarados infames y atormentados cruel mente con muchos castigos, conforme al Derecho y para espanto de todos los hombres.

50a. Conviene enseñar a los cristianos, que los que ensucian tanto papel y libros, los que predican o disputan pública y malignamente sobre la confesión de boca, sobre la satisfacción de obras, sobre las ricas y grandes indulgencias del 223

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto obispo de Roma y sobre su poder que los que se adiaren a quienes predican o escriben tales cosas, complaciéndose en estos escritos, y propagándolos en el pueblo y que, en fin, los que hablan de tales cosas en secreto, de un modo despreciable y sin pudor, todos ellos deben temer el hacerse reos de las penas que hemos indicado, y precipitarse ellos juntamente con otros, en el día venidero en la eterna condenación, y acá abajo en gran oprobio desde luego porque todo el que llegue a la montaña será apedreado.

Se ve que Tezel no atacaba solo a Lutero, pues en la 48a. tesis, aludía probablemente al elector de Sajonia por lo de-más dichas proposiciones huelen bien a dominico. Amenazar todos los adversarios con crueles castigos, era un argumento de inquisidor, al cual no era posible responder. Los trescientos frailes que reunió Tezel, abrían mucho el ojo y admiraban lo que él había dicho. Los teólogos de la universidad temían demasiado ser puesto en el número de los fautores de la herejía, o estaban demasiado apegados a los principios de Wimpina, para atacar francamente las extrañas tesis que acababan de leerse.

Todo aquel asunto, de que habían hecho tanto ruido, parecía pues no deber ser más que un combate simulado pero, entre la multitud de estudiantes que asistían a la controversia, se hallaba un joven de cerca veinte años, llamado Juan Knipstrow el cual había leído las tesis de Lutero y hallándolas conformes con las doctrinas de la Escritura, indignado de ver hollada la verdad públicamente, sin que nadie se presentara a defenderla, aquel joven alzó la voz, con grande admiración de toda la asamblea, y atacó al presuntuoso Tezel. El pobre dominico, que no había contado con tal oposición, quedó confuso del todo, y después de algunos esfuerzos, abandonó el campo de batalla y cedió su lugar a Wimpina, ésta resistió con más vigor pero Knipstrow le apretó de tal modo, que para terminar una lucha impropia a sus ojos, Wimpina, que presidia, declaró cerrada la discusión y pasó, sin más, a la promoción de Tezel al grado de doctor, recompensa de aquel glorioso combate.

Wimpina, para desembarazarse del joven orador, lo hizo enviar al convento de Pyritz, en Pomerania, con orden de que lo custodiaran severamente. Pero aquella luz naciente no fue arrancada de las orillas del Oder, sino para que resplandeciese más tarde en Pomerania. 1 Dios, cuando quiere, se vale de los escolares, para confundir a los doctores.

Tezel, queriendo reparar el descalabro que había sufrido, apeló a la última ratio de Roma, y de los inquisidores, es decir al fuego. Hizo construir, en un paseo de los arrabales de Fráncfort, un pulpito y un cadalso de dirigió allá en solemne procesión, con sus insignias de inquisidor de la fe descargó del pulpito todo su 224

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto furor, lanzó rayos, y gritó con su fuerte voz, que el hereje Lutero debía ser quemado y, en seguida, colocando las proposiciones y el sermón del doctor en el cadalso, los quemó. 2

Mas diestro era en esto que en defender las tesis. En aquella ocasión no halló contradictores y su victoria fue completa. El impudente dominico volvió a entrar triunfante en Fráncfort. Cuando los partidos poderosos son vencidos, recurren a ciertas demostraciones que es menester concederles, como una consolación a su vergüenza.

Las segundas tesis de Tezel forman una época importante de la reformación: ellas trasladaron la controversia a otro terreno, es decir, de los mercados de indulgencia, a las salas del Vaticano, y la desviaron de Tezel sobre el papa, a aquel despreciable corredor que Lutero tomó cuerpo a cuerpo, las tesis substituyeron la sagrada persona del jefe de la Iglesia. Lutero extrañó mucho aquello es probable que más tarde hubiese dado él mismo espontáneamente aquel paso; pero sus enemigos le ahorraron el trabajo. Desde entonces no se trató ya de un comercio desacreditado, sino de Roma y el golpe con que una fuerte mano quiso derribar la tienda de Tezel, fue a conmover hasta los cimientos del trono del pontífice rey.

Por lo demás, las tesis de Tezel solo fueron una señal dada la turba de Roma; se levantó un grito contra Lutero entre los frailes, furiosos de ver parecer un adversario más temible aun que Erasmo y Reuchlin, el nombre de Lutero resonó de lo alto de los pulpitos de los dominicos, los cuales se dirigían las paciones del pueblo, llamando al valiente doctor insensato, seductor, y endemoniado; calificaban su doctrina de herética, y añadían, esperad solamente quince días, o cuatro semanas a lo más, y veréis quemado este insigne hereje. Si esto no hubiera dependido más que de los dominicos, la suerte del doctor Sajón hubiera sido la misma de Huss y de Geronimo, pero Dios velaba sobre él, su vida debía cumplir lo que empezaron las cenizas de Huss porque unos sirven a la obra de Dios con su vida y otros con su muerte. Muchos se quejaban ya de que toda la universidad estaba contagiada de herejía, y la declaraban infame. 1

¡Persigamos a este malvado y a todos sus secuaces!. Añadían. En muchos lugares conseguían sublevar las paciones del pueblo con aquellos gritos los que participaban las opiniones del Reformador, eran señalados a la atención pública, y en todas partes, en donde los frailes eran los más fuertes, los amigos del Evangelio experimentaban los efectos de su odio. Así empezaba a cumplirse para la Reformación esta profecía del Salvador, ¡os maldecirán, os perseguirán y dirán todo mal contra vosotros mintiendo, por mi causa!. (Math. V., Ver. 11.) Esta 225

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto retribución del mundo no falta en ningún tiempo a los discípulos decididos del Evangelio.

El valor de Lutero se inflamó, cuando tuvo conocimiento de las tesis de Tezel, y del ataque general que ellas anunciaban, conoció que era preciso resistir de frente a tales adversarios y para resolverse a ello, no le costó trabajo a su intrépida alma, pero al mismo tiempo la debilidad de ellos le reveló su fuerza, y le dio el sentimiento de lo que era.

Sin embargo, no se dejó arrastrar por aquellos movimientos de orgullo, tan naturales al corazón del hombre. Tengo más trabajo, escribía entonces a Spalatin, en contenerme para no despreciar a mis adversarios y para no pecar contra el Señor, que el que tendré en vencerlos son tan ignorantes en las cosas divinas y humanas, que me causa rubor tener que luchar contra ellos y sin embargo es esta misma ignorancia la que causa su increíble audacia y su imperturbabilidad. 1 Pero lo que fortalecía principalmente su corazón en medio de aquel desencadenamiento general, era la íntima convicción de que su causa era la de la verdad. No extrañéis, escribía a Spalatin, al principio del año 1518, que me insulten tanto recibo con gusto las injurias si no nos maldijeran, no podríamos creer tan firmemente que la causa que he emprendido es la del mismo Diós. 3

Cristo ha sido enviado como signo que ha de ser contradicho. Yo sé, añadía, que la Palabra de Dios ha sido de tal naturaleza, desde el principio del mundo, que todos los que han querido propagarla en el mundo, han debido, como los apóstoles, abandonar todas las cosas, y esperar la muerte si no fuere así, no sería la Palabra de Jesucristo. 3 Esta paz, en medio de la agitación, es una cosa desconocida a los héroes del mundo. Se ven hombres, colocados al frente de un gobierno o de un partido político, sucumbir bajo el peso de sus trabajos y penas; pero el cristiano adquiere, por lo común, nuevas fuerzas en la lucha y es porque conoce una fuente misteriosa de tranquilidad y animo, que ignora el que tiene cerrados los ojos al Evangelio.

Una cosa no obstante agitaba y veces a Lutero era la idea de las disensiones que podría ocasionar su enérgica oposición sabía que una palabra puede ser suficiente para inflamar todo el mundo veía a veces príncipes contra príncipes, y acaso pueblos contra pueblos su corazón alemán estaba afligido su caridad cristiana estaba alarmada deseaba la paz, empero era preciso hablar así lo quería el Señor. Tiemblo, decía, me estremezco a la idea de qué podré ser causa de discordia entre tan grandes príncipes. 1 Guardó silencio todavía algún tiempo sobre las proposiciones de Tezel, concernientes al papa si la pación le hubiera guiado, se hubiera arrojado sin duda inmediatamente y con ímpetu, sobre aquella 226

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto extraña doctrina, a cuyo abrigo pretendía ocultarse su adversario; pero no lo hizo: hay en su espera, en su reserva y en su silencio, algo de grave y solemne, que revela bastantemente el espíritu que le animaba; esperó, más no por debilidad, porque el golpe no fue sino más fuerte.

Tezel, después de su auto de fe de Francfort-sur-l'Oder, se apresuró a enviar sus tesis a Sajonia, allí servirán de antídoto, decía, a las de Lutero. Llegó un hombre de Halle Wittemberg, con encargo del inquisidor para divulgar allí sus proposiciones, los estudiantes de la universidad, que se hallaban todavía indignados de que Tezel hubiese quemado las tesis de su maestro, apenas supieron la llegada del mensajero, cuando fueron a buscarlo, le rodearon, apuraron, y asustaron, ¿cómo te atreves a traer aquí tales cosas?. Le dijeron. Algunos le compraron parte de los ejemplares que llevaba otros se apoderaron del resto y de este modo le des pojaron de toda la factura que se componía de ocho cientos ejemplares y en seguida, sin conocimiento del elector, del senado, del rector, de Lutero, y de todos los profesores, 3 fijaron en los pilares de la universidad estas palabras: “El que guste asistir a la quema y funerales de las tesis de Tezel, puede acudir a la plaza del mercado, a las dos de la tarde”.

Luego que se reunió la muchedumbre a la hora indicada, entregaron a las llamas las proposiciones del dominico, en medio de grandes algazaras; un ejemplar, que escapó del incendio, fue enviado después por Lutero a su amigo Langa de Erfurt. Aquella juventud, generosa pero imprudente, siguió el precepto de los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente, y no él de Jesucristo. Pero, cuando los doctores y los profesores daban tal ejemplo en Francfort, ¿Se extrañará que lo imitasen los jóvenes estudiantes de Wittemberg?. La noticia de aquella ejecución académica, se divulgó por toda la Alemania, o hizo gran ruido de lo que recibió Lutero un gran sentimiento.

Me admiro, escribía a su antiguo maestro Jodocus a Er furt, de que hayáis podido creer que era yo quien había hecho quemar las tesis de Tezel. ¡Pues qué!

¿Pensáis que he perdido el juicio hasta tanto?, pero, ¿qué puedo hacer?. Cuando se trata de mí, todos creen todo de todos. ¿Puedo atar las lenguas de todo el mundo?. ¡Pues bien!, que digan, que oigan, que vean, que pretendan lo que quieran yo obraré, mientras el Señor me dé fuerzas y con el favor de Dios, nada temeré jamás. Lo que ha de suceder, dice a Lange, no lo sé y sí solo, que el peligro en que me hallo se vuelve mayor por lo mismo. Este hecho manifiesta con que ardor se adherían ya los jóvenes a la causa que defendía Lutero era un indicio de alta importancia porque un movimiento que se efectúa en la juventud, se extiende pronto necesariamente en toda una nación.

227

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Las tesis de Tezel y de Wimpina, aunque poco estimadas, produjeron cierto efecto ellas extendían el círculo de la controversia, ensanchaban la rasgadura hecha a la capa de la Iglesia, presentaban en la contienda cuestiones del mayor interés.

Por lo mismo los jefes de la Iglesia empezaron a ocuparse más del asunto y a declararse con fuerza contra el Reformador. No sé verdaderamente en que confía Lutero, dice el obispo de Brandeburgo, para atreverse atacar así el poder de los obispos. Conociendo el obispo que aquella nueva circunstancia pedía nuevos pasos, fue él mismo a Wittemberg pero encontró a Lutero animado del gozo interior, que da una buena conciencia, y resuelto a presentar batalla comprendió el obispo que el fraile agustino obedecía a un poder superior al suyo y se volvió enojado a Brandeburgo. Un día, y era durante el invierno de 1518, estando sentado dicho obispo delante de su chimenea, y volviéndose a los que le rodeaban, dijo: No quiero dejar mi cabeza en paz, hasta que no haya echado a Martin al fuego, como este tizón y arrojó el tizón al fuego.

La Revolución del siglo XVI no debía cumplirse por los jefes de la Iglesia, como no lo fue la primera por el Sanhedrin y por la Sinagoga. Los jefes del clero, en el siglo XVI, fueron opuestos a Lutero, a la Reformación y a sus ministros, así como lo fue ron a Jesucristo, al Evangelio, y a sus apóstoles y como lo son en todos tiempos a la verdad, os obispos, dice Lutero hablando de la visita que le hizo el prelado de Brandeburgo, “empiezan a conocer, que hubieran debido hacer lo que yo hago y están avergonzados: me llaman orgulloso y audaz y no niego que lo soy pero ellos no pueden saber lo que es Dios y lo que somos nosotros.1

_____________________________________

FOOTNOTES

(1)

Suum senatum convocat; monauhos aliquot et theologos suí so-phistici utcunque tinctos. (Melancht., Vita Luth.)

(2)

Reformation 8p. 1

(3)

Quisquís ergó dicit, non citiús posse animam volare, quam ¡n fun do cistse denarius possit tinnire, errat (Positiones fratría Joh. Tezelii. pág. 56. L.

Opp. I., p. 94.

(4)

Proinfamibus sunt tenendi, quietiamperjuris capitula terribili-ter multis plectentur pcenis inomnium hominum terrorem. (Positio-nes fratris Joh.

Tezelii, pos. 56, L. Opp. I. p. 98.)

228

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (5)

Spieker, G sch. Dr. M. Luthers. Beckmani Notitia Univ. Pran-cofurt, VIII., etc.

(6)

Fulmina inLutherum torquet: vociferatur ubique hunc heereti-cum igni perdendum esse: propositiones etiam Lutheri et conciónem de indulgentiis publicé conjicit inflammas. (Melancht., Vita Luth.) (7)

Eó furunt usqué, ut Universitatem Witlembergenseui propter me infamem conantur facere et haereticam. (L. Epp. I., p. 92.) (8)

Furunt üsque, ut Universitatem Wittembergensem propter me infamem conantur facere et haereticam. (L. Epp. I., p. 92.) (9)

Nisi maledicerer, non crederemex Deoesse quse tracto. (L. Epp. I , p.85.) (10) Morte eraptum est (verbum Dei), prosigue él con un lenguage lleno de energía, mortibus vulgatum, mortibus servatum, mortibus quoque servandum aut referendum est.

(11) Intertantos principes dissidii origo esse valde horreo et timeo. (L. Epp. I., p. 93.)

(12) Hace inscio príncipe, senatu, rectore, denique omnibus nobis. (L. Epp.I., p 99.)

(13) Fit ex ea reingens undique fabula. (Ibid.) (14) Omnes omnibus omnia credunt de rae. (L. Epp. I., p. 109.1 3 Ihid., r. 98.

(15) Reformation flp. 14*

(16) Duid vel Deus vel ipsi sumus. (L. Epp. I., p. 224.) 229

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPÍTULO IX

Prierio — Sistema de Roma — El diálogo — Sistema de la Reforma —

Respuesta a Prierio — La palabra — El papa y la Iglesia Hochstraten — Los frailes — Responde Lutero — Eck — La Escuela — Los obeliscos —

Sentimientos da Lutero — Los asteriscos — Ruptura.

Una resistencia, más grave que la de Tezel, se manifestó contra Lutero. Roma respondió una réplica salió de entre los muros del sacro palacio, no era León X, el que se contrajo a hablar de Teología, disputa de frailes, dijo un día, lo mejor es no hacer caso, y en otra ocasión, es un alemán ebrio quien ha escrito las tesis cuando haya pasado su embriaguez, hablara de otro modo. 1 Un dominico de Roma, Silvestre Mazolini de Prierio o Prierias, maestro del sacro palacio, ejercía las funciones de censor y en calidad de tal, fue el primero que tuvo conocimiento en Italia de las tesis del fraile sajón.

Un censor romano y las tesis de Lutero que encuentro. La libertad de la Palabra, la libertad de examen y la libertad de la fe van a tropezar, en la ciudad de Roma, con aquel poder que pretende tener en sus manos el monopolio de las inteligencias y abrir y cerrar a su gusto la boca del cristianismo. La lucha de la libertad cristiana, que engendra hijos de Dios, con el despotismo pontifical que produce esclavos de Roma, esta como simbolizada, desde los primeros días de la reformación, en el encuentro de Lutero y de Prierio.

El censor romano, prior general de los dominicos, encargado de decidir lo que debe decir o callar, saber o ignorar la cristiandad, se apresuró a responder. Publicó un escrito, dedicado a León X, en que hablaba con desprecio del fraile alemán y declaraba con presunción enteramente romana, que sería curioso cerciorarse si el tal Martín tiene nariz de fierro o cabeza de bronce, que no se puedan romper. 1 Y, en seguida, en forma de dialogo, atacaba las tesis de Lutero, haciendo uso ya de la burla, ya de las injurias o ya de amenazas.

Aquel combate entre el agustino de Wittemberg y el domínico de Roma, se dio sobre la cuestión misma, que es el principio de la reforma, a saber, ¿cuál es la única autoridad infalible para los cristianos?. He aquí el sistema de la Iglesia, expuesto según sus órganos más independientes.

La letra de la Palabra escrita es muerta sin el espíritu de interpretación, que hace conocer el sentido oculto es así que este espíritu no se ha concedido a cada cristiano, sino a la Iglesia, es decir a los sacerdotes luego es gran temeridad pretender, que el que ha prometido a la Iglesia de estar siempre con ella hasta el fin del mundo, haya podido abandonarla, a la influencia del error. Se dirá tal vez 230

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto que la doctrina y la constitución de la Iglesia no son ya las mismas que constan en los santos oráculos sin duda es así pero esta diferencia no es más que aparenta y solo afecta la forma y no al fondo, hay más, esta alteración es un progreso, la fuerza vivificante del Espíritu divino, ha dado realidad a lo que no era más que idea en la Escritura, ha dado cuerpo a las formas de la Palabra, perfeccionado sus bosquejos y ha completado la obra para la cual no había presentado la biblia más que diseños es menester pues comprender el sentido de la santa Escritura del modo que lo ha determinado la Iglesia, dirigida por el Espíritu Santo. Aquí los doctores católicos discrepan unos de otros.

Los cónclaves generales, dicen unos y Gerson entre ellos, son los representantes de la Iglesia, el papa, dicen otros, es el depositario del espíritu de interpretación, y nadie tiene derecho de interpretar la Escritura sino conforme a lo dispuesto por el pontífice romano. Esta era la opinión de Prierio.

Tal fue la doctrina que opuso el maestro del sacro palacio la naciente reformación. Tocante al poder de la Iglesia y del papa, avanzó tales proposiciones, que los aduladores más desvergonzados de la corte de Roma se hubieran sonrojado de establecer. He aquí uno de los puntos que sentó al frente de su escrito: Todo el que no se apoye sobre la doctrina de la iglesia romana y del pontífice romano, como sobre la infalible regla de la fe, de la que la misma Santa Escritura saca su fuerza y su autoridad, es un hereje. 1

Después, en un dialogo, cuyos interlocutores son Lutero y Silvestre, este trata de refutar las proposiciones de aquel. Los sentimientos del fraile sajón eran una cosa enteramente nueva para un censor romano, así es que hizo ver que no comprendía ni las emociones del corazón de Lutero, ni los móviles de su conducta.

Prierio media al doctor de la verdad con la pequeña medida de los lacayos de Roma. ¡Oh, querido Lutero! Le dijo, si tú recibieses del papa, nuestro Señor, un buen obispado, y una indulgencia plenaria, para la reparación de tu Iglesia, andarías con más tiento y aun ensalzarías la misma indulgencia que ahora denigras. El italiano, tan pagado de su elegante educación usa a ve ces el estilo más grosero, si es propiedad de los perros el morder, dice a Lutero, creo que tu padre fue un perro. 3 El dominico tiene tal opinión de sí mismo que casi se admira de haber tenido la condescendencia de hablar con un fraile rebelde y concluye mostrando a su adversario los crueles dientes de un inquisidor.

La iglesia romana, dice, cuyo supremo poder espiritual y temporal reside en el papa, puede compeler, por el brazo secular, a los que han recibido la fe y se apartan de ella, la iglesia no está obligada a usar razones, para combatir y vencer a los rebeldes. 1

231

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Estas palabras, escritas por una de las dignidades de la corte romana, tenían un sentido muy positivo pero, sin embargo, no espantaron a Lutero creyó, o aparentó creer, que aquel dialogo no era de Prierio, sino de Ulrich de Hütten, de uno de los otros autores de las Cartas de algunos hombres obscuros, el cual, decía, en su satírico humor, había compilado aquel montón de necedades, para enfrentar a Lutero contra Prierio. 3 No deseaba ver la corte de Roma airada contra él, sin embargo, después de haber callado algún tiempo, sus dudas, si las tenía, fueron disipadas, se puso a la obra, y dos días después su respuesta estaba preparada.3

La Biblia había formado al reformador y empezado la reformación. Lutero no tuvo necesidad del testimonio de la Iglesia para creer, su fe provenía de la misma Biblia, de dentro y no de fuera. Estaba tan firmemente convencido, de que la doctrina evangélica estaba incontrastablemente fundada sobre la Palabra de Dios, que toda autoridad exterior era inútil a su entender. Aquella experiencia que había hecho Lutero, prometía a la Iglesia un nuevo porvenir. El vivo manantial que acababa de brotar para el fraile de Wittemberg, debía llegar a ser un rio que refrigerase los pueblos. Para comprender la Palabra, es menester que el Espíritu de Dios nos dé la inteligencia de ella, dijo la Iglesia, y tuvo razón hasta aquí pero su error consistió en considerar el Espíritu Santo como un monopolio concedido a cierta casta, y en pensar que podía ser encerrado exclusivamente en ciertas asambleas, en ciertos colegios, en una ciudad, y en un conclave. El Espíritu sopla donde quiere, dijo el Hijo de Dios, (S. S. Juan, cap. III., ver. 8), y en otra ocasión eran todos enseñados de Dios. (S. Juan, VI., ver. 40.) La corrupción de la Iglesia, la ambición de los pontífices, las pasiones de los concilios, las disputas del clero, y la pompa de los prelados, habían arrojado lejos de las mansiones sacerdotales a este Espíritu Santo, a este soplo de humildad y de paz. Había abandonado las asambleas de los soberbios, y los palacios de los príncipes de la Iglesia, y se había refugiado en las moradas de los sencillos cristianos y de los humildes sacerdotes, se separó de una jerarquía dominadora, que vivía de la sangre de los pobres, hollándolos bajo sus plantas; de un clero soberbio y ignorante, cuyos jefes sabían servirse, no de la Biblia, sino de la espada y residía, a veces en las sectas menospreciadas y otras entre los hombres de inteligencia y de saber.

La santa nube que se había alejado de las soberbias basílicas y orgullosas catedrales, había bajado a los pobres lugares habitados por los humildes, o a los gabinetes de estudio, tranquilos testigos de un trabajo concienzudo. La Iglesia degradada por su amor al poder y a las riquezas, des honrada ante los ojos del pueblo por el uso venal que hacía de la doctrina de la vida, la Iglesia, que vendía 232

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto la salvación para acumular tesoros que agotaban su Fausto y sus disoluciones, había perdido toda consideración y los hombres sensatos no daban ya ningún valor a su testimonio. Desprecian do una autoridad tan envilecida, los pueblos se dirigían con gozo hacia la Palabra divina y su autoridad infalible, como hacia el único refugio que les quedaba en un desorden tan general.

El siglo se hallaba pues preparado. El atrevido movimiento, con él que cambió Lutero el punto de apoyo de las más nobles esperanzas del corazón humano, las llevó con mano poderosa de los muros del Vaticano a la roca de la Palabra de Dios, fue saludado con entusiasmo. Es el objeto que se propuso el reformador en su respuesta a Prierio.

Deja a parte los principios que el dominico había sentado al frente de su obra pero, dice, a vuestra imitación, voy también a sentar algunos principios.

El primero es esta palabra de San Pablo Cuando nosotros o un ángel del cielo os evangelicen fuera de lo que nosotros os liemos evangelizado, sea anatema.

(Galatas, cap. L, ver. 8.)

El secundo es este pasaje de San Agustín a san Gerónimo, he aprendido a no honrar más que los libros canónicos, creyendo firmemente que ninguno de ellos ha errado pues en cuanto a lo demás, no creo lo que dicen, solo porque lo dicen.

Lutero establece pues aquí, con mano firme, los principios esenciales de la Reformación la Palabra de Dios, toda la Palabra de Dios, nada más que la Palabra de Dios. Si comprendéis bien estos puntos, continua, comprenderéis también, que todo vuestro dialogo está destruido entera mente por ellos porque no habéis hecho otra cosa más, que repetir las palabras y las opiniones de santo Tomás” Y luego, atacando las acciones de su adversario, declaró francamente que pensaba que los papas y los concilios podían errar se queja de las adulaciones de los cortesanos romanos, que atribuyen al papa ambos poderes declara que la Iglesia no existe virtualmente sino en Cristo y representativamente más que en los concilios. 1

Llegando después a la suposición que había hecho Prierio, le decía, sin duda me juzgáis por vos mismo; pero, si yo aspirase al obispado, segura mente no pronunciaría los discursos que suenan tan mal a vuestros oídos. ¿Pensáis que no sé cómo se consiguen en Roma los obispados y el sacerdocio? Los mismos niños no cantan en todas las plazas de esta ciudad estas palabras tan conocidas.

Hoy el Vaticano es más inmundo, de todo lo que se ve en el mundo. 1 Eran canciones que corrían en Roma, antes de la elección de uno de los últimos papas.

No obstante, Lutero habla de León con aprecio, sé, dice, que tenemos en él, como un Daniel en Babilonia, su inocencia ha puesto más de una vez su vida en peligro.

233

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Concluye respondiendo algunas palabras a las amenazas de Prierio, en fin, decir que el papa es a la vez pontífice y emperador y que es poderoso para compeler por el brazo secular. ¿Tenéis sed de homicidio?. Pues os declaro que no me espantareis, ni con vuestras baladronadas, ni con vuestras amenazas si me matan, Cristo vive, Cristo, mi Señor y el Señor de todos, bendito eternamente. Amén.

Así, pues, Lutero levanta, con mano firme, contra el infiel altar del papado, el altar de la Palabra de Dios, única santa, única infalible, ante la cual quiere que doblen todos la rodilla y sobre el cual esta pronto a inmolar su vida.

Prierio publicó una réplica y después otro tercer libro sobre la verdad irrefragable de la Iglesia y del pontífice romano, y en el cual apoyándose en el derecho eclesiástico, decía que, aun cuando el papa llevase los pueblos en masa al diablo consigo mismo, no por esto podría ser juzgado ni destituido. 3 El papa, al fin, se vio obligado a imponer silencio a Prierio.

Luego se presentó en la palestra un nuevo adversario, que era también un dominico. Jacobo Hochstraten, Inquisidor en Colonia, a quien hemos visto ya levantarse contra Reuchlin y los amigos de las letras, tembló de cólera cuando vio la audacia de Lutero. Era preciso que el oscurantismo y el fanatismo monacal llegasen a las manos, con el que debía darles el golpe mortal. El monarquismo se formó, cuando empezó a perderse la verdad primitiva, y desde entonces los frailes y los errores crecieron a la par el hombre que debía anticipar su ruina había aparecido pero aquellos robustos campeones no podían abandonar el campo de batalla, sin presentarle un rudo combate esto lo hicieron durante toda la vida de Lutero, pero es en Hochstraten en quien está particularmente personificado dicho combate, Hochstraten y Lutero, el cristiano libre y fuerte, y el esclavo fogoso de las supersticiones monacales.

Hochstraten se irrita, se arrebata y pide a gritos la muerte del hereje. Con las llamas quiere hacer triunfar a Roma. Es un crimen de alta traición contra la Iglesia, exclama, dejar vivir, una hora más, tan horrible hereje que prepare al punto un cadalso para él. ¡Aquel consejo de sangre, ¡ay! fue demasiado bien seguido en muchos lugares así como en los primeros tiempos de la Iglesia, la voz de no pocos mártires dio, en medio de las llamas, testimonio a la verdad. Pero el hierro y el fuego fueron invocados en vano contra Lutero, el ángel del Eterno velaba continuamente cerca de él y le resguardaba. Lutero respondió a Hochstraten en pocas pero enérgicas palabras, anda, le dice al concluir, ¡delirante asesino!, que solo te sacias con la sangre de tus hermanos.

234

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Mi sincero deseo es, que te guardes bien de llamarme cristiano y fiel y que al contrario, no ceses de tratarme como hereje. ¡Comprende bien estas cosas, hombre sanguinario!, ¡enemigo de la verdad! y, si tu furiosa rabia te arrastra a emprender algo contra mí, ten cuidado de obrar con circunspección, y después de maduro examen. Dios sabe lo que me propongo, si me concede la vida. Mi esperanza y mi paciencia, si Dios quiere, no me engañaran. 1 Hochstraten calló.

Un ataque más penoso esperaba al Reformador. El célebre profesor de Ingoldstadt, el libertador de Urbano Regius, el amigo de Lutero, el doctor Eck en fin, había recibido las famosas tesis. Eck no era hombre que quisiese defender los abusos de las indulgencias pero era doctor de la Escuela y no de la Biblia, versado en los autores escolásticos y no en la Palabra de Dios. Así, como Prierio representaba a Roma, y Hochstraten a los frailes, Eck representaba a la Escuela.

Esta Escuela, que desde cinco siglos atrás dominaba la cristiandad, se alzó con orgullo para aplastar, al que osaba derramar sobre ella, ríos de desprecio. Eck y Lutero, la Escuela y la Palabra, llegaron más de una vez a las manos pero en aquella ocasión fue cuando se abrió el combate.

Eck debió hallar errores en muchas aserciones de Lutero nada nos fuerza a dudar de la sinceridad, defendía con entusiasmo las opiniones escolásticas, así como Lutero las declaraciones de la Palabra de Dios y aun se puede suponer que sintió alguna pena al verse obligado a oponerse a su antiguo amigo; sin embargo, el modo con que lo atacó parece indicar, que la pación y la envidia no fueron extrañas a su determinación.

Dio el nombre de Obeliscos a sus observaciones sobre las tesis de Lutero, al principio, por salvar las apariencias, no publicó su obra, y se contentó con comunicarla confidencial mente a su ordinario, el obispo de Eichstadt pero, ya sea por indiscreción del obispo o por la del doctor, pronto se extendieron los Obeliscos por todas partes; llegó un ejemplar a manos de Link, amigo de Lutero, y predicador en Núremberg, quien no tardó a enviárselo al reformador. Eck era un adversario mucho más temible que Tezel, Prierio, y Hochstraten; cuanto más superior era su escrito en ciencia y sutileza a los escritos de los tres citados, tanto más peligroso era: trataba con un tono de compasión a su “de vil adversario,” sabiendo bien que la compasión hace más mal que la cólera; insinuaba que las proposiciones de Lutero esparcían el veneno bohemio, que sabían a Bohemia, y, con estas malignas alusiones, atraía sobre Lutero el disfavor y odio, unidos en Alemania al nombre de Huss y al de los cismáticos de su patria.

La malignidad que dejaba ver aquel escrito, indignó a Lutero pero la idea de que aquel golpe provenía de un antiguo amigo, le afligía más todavía. ¡Con qué es 235

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto menester defender la verdad con detrimento del afecto de los suyos!. Lutero desahogó su corazón y su tristeza en una carta a Egranus, pastor de Zwickau. Me llaman en los Obeliscos, hombre ponzoñoso, le dice, Bohemio, hereje, sedicioso, insolente, temerario. No hablo de las injurias más leves, como aletargado, imbécil, ignorante, menospreciador del soberano pontífice, y otras. Este libro está lleno de insultos los más feos, sin embargo, el que los ha escrito es un hombre distinguido, de un espíritu lleno de ciencia, de una ciencia llena de espíritu, y, lo que me causa más sentimiento, un hombre que me profesaba una grande amistad recientemente contraída, l es Juan Eck, Doctor en Teología, canciller de Ingoldstadt, hombre celebre y ilustre por sus escritos. Si yo no conociese los pensamientos de Satanás, me admiraría del furor que ha precipitado a este hombre a romper una amistad tan dulce y tan reciente,' y esto sin advertirme, sin escribirme, sin decirme una sola palabra.

Pero si Lutero tenía el corazón destrozado, su valor no había descaecido; se preparaba al contrario, para el combate. Regocíjate, hermano, dice a Egranus, que también había sido atacado por un impetuoso enemigo, ¡regocíjate, y que todas esas hojas volantes no te espanten!. Cuanto más se entregan mis adversarios a su furia, más avanzo. Dejo las cosas que están detrás de mí, para que ladren contra ellas, y sigo las que están delante de mí, para que ladren contra ellas a su turno.

Eck conoció todo lo que tenía de vergonzoso su conducta y procuró justificarse en una carta a Carlstadt, en la que llamaba a Lutero su amigo común, echaba toda la culpa al obispo de Eichstadt, a cuya solicitación, decía haber escrito su obra que su intención no había sido la de publicar los Obeliscos, y que, en tal caso, hubiera respetado más los vínculos de amistad que le unían a Lutero, pedía en fin que, en lugar de luchar públicamente con Lutero, éste volviese sus armas contra los teólogos de Fráncfort. El profesor de Ingolsladt, que no había temido dar el primer golpe, empezó a temer, cuando pensó en la fuerza del adversario a quien tuvo la imprudencia de provocar de buena gana hubiera evitado la lucha, pero ya era tarde.

Todas aquellas bellas palabras no persuadieron a Lutero, sin embargo, estaba resuelto a callar. Tragaré con paciencia, decía, este bocado digno del Can Cervero.

Pero sus amigos fueron de otro parecer, lo solicitaron, y aun le obligaron a responder, respondió pues a los Obeliscos, con sus Asteriscos, oponiendo, dice, jugando con esta palabra, la luz y la blancura resplandeciente de las estrellas del cielo, al moho y al color lívido de los Obeliscos del doctor de Ingolstadt. En aquella obra trataba a su nuevo adversario con menos dureza que a los que había tenido que combatir antes que a él pero su indignación se traslucía en sus palabras.

236

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Mostraba Lutero que, en el caos de los Obeliscos, no había nada de las santas Escrituras, nada de los Padres de la Iglesia, ni de los cánones eclesiásticos; que solo se encontraban en ellos glosas escolásticas, opiniones y más opiniones, y puros sueños, en una palabra, todo aquello que Lu tero había atacado. Los Asteriscos rebosan de movimiento y vida; su autor se indigna de los errores del libro de su amigo pero se compadece del hombre. 1 Profesa de nuevo el principio fundamental, que estableció en su respuesta a Prierio. El soberano pontífice es hombre, y puede ser inducido en error, pero Dios es la verdad, y nadie puede engañarle. Más adelante, valiéndose contra el Doctor Escolástico de un argumento ad hominem, le dice: Seguramente es una impudencia, si alguno enseña, en la filosofía de Aristóteles, lo que no puede probar con la autoridad de este antiguo autor.

Esto lo concedéis. Pues bien y con mayor razón, es la temeridad más impudente afirmar en la Iglesia y entre los cristianos, lo que no ha enseñado el mismo Jesucristo, luego, ¿en qué parte de la Biblia se halla, que el tesoro de los méritos de Cristo esta en las manos del papa? .Añade todavía. En cuanto a la reconvención maliciosa de herejía bohemia, sufro con paciencia este oprobio, por el amor de Jesucristo, vivo en una célebre universidad, en una estimada ciudad, en un considerable obispado, en un pode roso ducado, en donde todos son ortodoxos y en donde no se toleraría sin duda un hereje tan malo.

Lutero no publicó los Asteriscos; solo los comunicó a los amigos; no fue sino más tarde cuando se imprimieron. 4

Aquel rompimiento entre el doctor de Ingolstadt y el de Wittemberg, hizo sensación en Alemania. Tenían amigos que lo eran de uno y otro, Scheurl, sobre todo, que parecía haber sido él por quien se habían unido los dos doctores, Scheurl se alarmó, era de los que deseaban ver efectuarse la reforma en toda la extensión de la iglesia germánica, por medio de sus órganos más distinguidos. Pero, si, desde el principio, llegaron ya a las manos los teólogos más eminentes de aquella época, si, cuando Lutero se presentaba con cosas nuevas, Eck se hacía el representante de las cosas antiguas, ¡qué destrozo no se debía temer!, ¿no iban juntándose muchos adictos al rededor de cada uno de aquellos dos jefes?, ¿y no se vería formarse dos campos enemigos en medio del imperio?.

Scheurl trató pues de reconciliar a Eck y Lutero, éste declaró que estaba pronto a olvidarlo todo, que apreciaba el talento y admiraba la ciencia del doctor Eck, 1 y que lo hecho por aquel antiguo amigo, le había causado más pena que cólera. Estoy dispuesto, dice a Scheurl, para la paz y para la guerra pero prefiero la primera poneos pues a la obra afligíos con nosotros de que el diablo haya sembrado entre nosotros este principio de discordia y regocijaos luego de que Cristo la haya 237

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto disipado por su misericordia”. Escribió hacia el mismo tiempo a Ek, una carta afectuosa, 2 pero Eck no respondió a la carta de Lutero, ni aun le envió ningún recado. Ya no era tiempo de reconciliar los ánimos, el combate se trababa cada vez más, el orgullo de Eck y su espíritu implacable, rompieron pronto los últimos lazos de aquella amistad que se enfriaba de día en día.

______________________________

FOOTNOTES

(1)

Kín voller trunkcner Deutscher. (L. Opp. (W.), XXII.. p. 1337.) (2)

An ferreum rasum aut caput aeueum gerat iste Lutherus, ut ef-fringi non possit. (Sylv., Prieratis Dialogus.)

(3)

Vease Joh. Gersonis Propositiones de sensu litterati S. Scripturw (Opp , tcm. I.)

(4)

A qua etiam sacra Scriptura robur trahit et auctoritatem, haereti-cus est fundamentum tertium.

(5)

Si mordere canum est propium, vereor ne tibí pater cani fuerit. (Sylvestri Prieratis Dialog.)

(6)

Seculari brachio potest eos compescere, nec tenerur rationibus certare ad vincendos protervientes. (Ibid.)

(7)

Convenit ínter nos, esse personarum aliquem sylvestrum ex ob-scuris viris, qui tantas ineptias inhomineal luserit ad provocandum, me adversas eum. (Epp. 1., p. 87, del 14 enero.)

(8)

T.I., Witt. lat., p. 170.

(9)

Ego ecclesiam virtualiter non scio inChristo, representativé non ni»¡

inconcilio. (L. Opp., Lat. p. 174.)

(10)

Cluando hanc pueri inomnibus plateis urbis cantant: Denique nunc facta est... faedissima Roma. (Ibid., p. 183.)

(11)

Si occidor, vivit Chrislus, Dominus meus et omnium. (L. Opp. Lat., p.

186.)

(12)

De jurídica et irrefragabili veritate romanae ecclesiae, lib. tertius, cap: 12.

238

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto (13)

L. Opp. Leips., XVII., p. 140.

(14)

Et quod magis urit, antea mihi magna recenterque contracta amicitia conjunctus. (L. Epp., I., p. 100.)

(15)

Guiofurore Ule amicitias recentissimas et jucundissimas solveret. (L.

Epp., I., p. 100.)

(16)

Voluit tamen hanc offam Cerbero dignam absorbere patientiS. (Ibid.) (17)

Omnia scholasticissima, opiniosissima, meraque somnia. (As terisco Opp.

L. Lat. I., p. 145.)

(18)

Indignorrei et misereor hominis. (Ibid., p. 150.) (19)

Homo est summus pontifex, falli potest. Sed veritas est Deus, qu¡ falli non potest. (Ibid., p. 155.)

(20)

Longé ergo impudentissima omnium temeritas est, aliquid inec-clesia asserere, et interchristianos, quod non docuit Christus. (Ibid., 156.) (21)

Cum privatim dederini Asteriscos meos non fit ei respondendi necessitas.

(L. Epp., p. 126.)

(22)

Diligimus hominis ingenium et admiramur eraditionem. (L. Epp. ad Scheurlum, 15 junio 1518, I., p. 125.)

(23)

Quod ad me attinet, scripsi ad eum ipsum has, ut vides, amicis-simas et plenas litteras humanitate erga eum. (Ibid.)

(24)

Nihü ñeque iitteratum ñeque verborum me participem fecit. (Ibid.) 239

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto CAPITULO X.

Las Indulgencias y las tesis — Escritos populares — Padre Nuestro — Venga tu reino — Hágase tu voluntad. Nuestro pan — Sermón sobre el arrepentimiento

— La remisión viene de Cristo.

Tales eran las luchas que el campeón de la Palabra de Dios tenía que sostener, desde su entrada en la carrera de la Reformación, pero aquellos combates con los sabios de la sociedad, aquellas disputas académicas, son poca cosa para el cristiano. Los doctores humanos creen haber alcanzado el mayor triunfo, si consiguen llenar algunos diarios y salones con el ruido de sus sistemas. ¿Cómo se trata entre ellos de un asunto de amor propio o de partido, más que del bien de la humanidad, aquellos triunfos del mundo les bastan, así es que sus trabajos no son más que humo, que, después de haber ofuscado, pasa sin dejar rastro?, han descuidado de infundir en las masas el fuego sagrado, no han hecho más que instruir superficialmente la especie humana.

No es así con el cristiano, el cual trata de la salvación de las almas y no de un triunfo de la sociedad o de academia, deja pues voluntariamente la brillante pelea que podría tener fácilmente con los campeones del mundo y prefiere los oscuros trabajos que llevan la luz y la vida a las chozas de los campos y a las moradas del pueblo. Esto es lo que hizo Lutero o más bien según el precepto de su maestro, hizo estas cosas, sin dejar aquellas. Sin dejar de combatir a los inquisidores, a los cancilleres de universidad y a los maestros del sacro Palacio, se esforzó en propagar entre la multitud unos conocimientos sanos en materia de religión, a cuyo objeto se dirigían varios escritos populares que publicó entonces, tales como sus discursos sobre los Diez Mandamientos pronunciado dos años antes en la iglesia de Wittemberg y de los que hemos hablado ya y también su exposición de la oración dominical para los seglares simples e ignorantes. 1 ¿Quién no quería saber, como se dirigía entonces al pueblo el Reformador? Citaremos algunas de las palabras que enviaba a correr el país, como dice el mismo en el prefacio del segundo de dichos escritos.

La oración, este íntimo acto del corazón, será sin duda siempre uno de los puntos, por los que deberá empezar una reformación de verdad y de vida y por lo mismo, Lutero se ocupó de ello sin tardanza. Es imposible presentar en una traducción su enérgico estilo y la fuerza de aquella lengua que se formaba, por decirlo así, bajo su pluma, a medida que escribía; sin embargo ensayaremos hacerlo.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Cuando ruegues, dice, hazlo con pocas palabras, pero con muchos pensamientos y efectos, salidos de lo más profundo de tu interior, cuanto menos hables, mejor rogaras, pocas palabras y muchos pensamientos, constituyen el cristiano; y muchas palabras y pocos pensamientos, constituyen el pagano.

La oración exterior y del cuerpo es aquel silbido de los labios, aquella charla sin fundamento, que hiere la vista y los oídos de los hombres pero la oración en espíritu y en verdad, es el íntimo deseo, el movimiento, los suspiros, que salen de lo profundo del corazón. La primera es la oración de los hipócritas, y de todos los que confían en sí mismos: la segunda es la oración de los hijos de Dios, que viven en su temor.

Después, llegando a las primeras palabras de la oración del Señor, Padre Nuestro, se expresa así, entre todos los nombres, no hay ninguno que nos disponga mejor para con Dios que el nombre de Padre, no habría para nosotros tanta dicha y consuelo en llamarle Señor, o Dios, 6 Juez. A este nombre de Padre, las entrañas del Señor se enternecen porque no hay voz más amorosa y más tierna que la de un hijo por su padre.

Que estas en el cielo. El que confiesa que hay un padre que está en el cielo, se reconoce como abandonado en la tierra, de ahí viene que hay en su corazón un ardiente deseo, como el de un hijo que vive apartado de su padre, en país extraño, en la miseria y aflicción; es como si dijese, ay ¡Padre mío! Tu estas en el cielo, y yo, tu miserable hijo, estoy en la tierra, lejos de ti, rodeado de peligros, necesidades, y angustias.

Santificado sea tu nombre. El que es colérico o envidioso, el que maldice y calumnia, deshonra él nombre de Dios, en cuyo nombre fue bautizado. Haciendo un uso impío del vaso que Dios quiere que le sea consagrado, imita al sacerdote que se sirviese del cáliz para dar de beber a una marrana, o para llenarlo de fiemo.

Venga a nos él tu reino. Los que acumulan bienes, los que hacen construir edificios magníficos, los que buscan todo lo que el mundo puede dar y pronuncian con los labios esta oración, se parecen a los grandes cañones de órgano que suenan en las iglesias sin tener sentimiento ni razón.

En otra parte ataca Lutero el error, tan general entonces, concerniente a las peregrinaciones, uno va a Roma, otro en Santiago de Compostela, éste hace construir una capilla, aquel instituye una fundación para alcanzar el reino de Dios pero todos descuidan el punto esencial, que es formarse ellos mismos su reino.

¿Por qué vas a buscar el reino de Dios más allá de los mares?, ¿Cuándo debes encontrarlo en tu propio corazón?

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Es una cosa terrible, prosigue, oír hacer esta oración, hágase tu voluntad.

¿Dónde se ve hacer en la Iglesia esta voluntad de Dios?, un obispo se levanta contra otro obispo, una iglesia contra otra iglesia, curas, fíales y monjas disputan, combaten, guerrean, no se ve más que discordia en todas partes y, sin embargo, cada partido pretende tener una buena voluntad y una recta intención, así es que, en honra y gloria de Dios, Lacen todos juntos una obra del Diablo.

¿Por qué decimos Nuestro pan?, continua explicando estas palabras, ¿el pan nuestro de cada día dánosle hoy?, porque no rogamos por conseguir el pan ordinario, que comen los paganos y que da Dios a todos los hombres, sino por nuestro pan, nosotros que somos hijos del Padre Celestial.

¿Y cuál es este pan de Dios?, es Jesucristo Nuestro Señor, yo soy el pan vivo que descendí del cielo y que da la vida al mundo. (S. S. Juan vi., ver. 51.) Por tanto, repárese bien en ello, todos los sermones y todas las instrucciones que no nos representan ni nos hagan conocer a Jesucristo, no pueden ser el pan cotidiano y el sustento de nuestras almas.

¿De qué sirve que haya sido preparado para nosotros semejante pan, si no nos lo dan, y por consiguiente no podemos saborearlo? Es como si hubieran preparado un magnifico festín y no hubiese nadie para repartir el pan, para llevar los platos y para dar de beber, de suerte que los convidados hubiesen de alimentarse con ver y oler. Por esto es que se debe predicar a Jesucristo solo.

¿Pero qué se entiende por conocer a Jesucristo, dices, que utilidad se saca de ello ?. Respuesta, aprender a conocer a Jesucristo, es comprender a conocer lo que dice el apóstol Jesucristo nos ha sido hecho por Dios, sabiduría, justificación, santificación, y redención, (1ra. Corintios, i., ver. 30).

Por consiguiente tu comprenderás esto, cuando reconozcas que toda tu sabiduría es una locura vituperable, tu justicia una iniquidad reprobable, tu santidad una impureza culpable y tu redención una condenación miserable, si tú conoces que delante de Dios y de los hombres eres verdaderamente un loco, un pecador, un impuro, un hombre condenado y si muestras, no solo con palabras, sino con tus obras y del fondo de tu corazón, que no te queda ninguna consolación ni salvación sino en Jesucristo. Creer no es más que comer el pan del cielo.

Así es como Lutero permanecía fiel a su resolución de abrir los ojos a un pueblo ciego, a quien los sacerdotes llevaban a donde querían. Sus escritos, propagados en poco tiempo en toda la Alemania, producían allí una nueva claridad y sembraban abundantemente la semilla de la verdad en una tierra bien preparada.

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Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto Pero, al mismo tiempo que pensaba en los que estaban lejos, no olvidaba los que se hallaban cerca.

Los dominicos, desde sus pulpitos, anatematizaban al infame hereje. Lutero, hombre del pueblo, y, que si hubiese querido, hubiera podido con cuatro palabras sublevar la muchedumbre, desdeñó siempre tales triunfos y no pensó nunca más que en instruir a su auditorio.

Su reputación que extendía cada día y el valor con que levantó el estandarte de Cristo en medio de la Iglesia avasallada, hacían seguir sus predicaciones cada vez con más interés nunca había sido tan grande el concurso, Lutero iba derecho al fin. Un día, habiendo subido al pulpito de Wittemberg, trató de establecer la doctrina del arrepentimiento, y pronunció un discurso, que después llegó a ser muy célebre y en el que sentó muchas bases de la doctrina evangélica. Opone desde luego el perdón de los hombres, al perdón del cielo: “Hay dos remisiones”, dice, la remisión de la pena y la remisión de la falta, la primera reconcilie posteriormente al hombre con la Iglesia cristiana; y la segunda, que es la indulgencia celestial, reconcilie el hombre con Dios. Si un hombre no halla en sí aquella conciencia tranquila, aquella alegría que da la remisión de Dios, no hay indulgencias que puedan ayudarle, aunque comprase todas las que ha habido en la tierra.

Luego continúa así, quieren hacer buenas obras antes que les sean perdonados los pecados, cuando es menester que sean perdonados los pecados, antes de hacer las buenas obras.

No son las obras las que arrojan el pecado, arroja el pecado y tendrás las obras, 1 Porque las buenas obras deben ser hechas con un corazón alegre y con una buena conciencia hacia Dios, es decir, con la remisión de los pecados.

Después entra en el objeto principal de su sermón, cuyo objeto fue también el de toda la Reformación. La Iglesia había reemplazado a Dios y a su Palabra, Lutero recusa dicha Iglesia, y hace depender todo de la fe y de la Palabra de Dios.

El perdón de la culpa, dice, no está en poder del papa, ni del obispo, ni del sacerdote, ni de ningún otro hombre, si no que descansa únicamente en la Palabra de Cristo y en la propia fe porque Cristo no ha querido edificar nuestra consolación y nuestra salvación sobre una palabra o una obra humana, sino únicamente sobre sí mismo, sobre su obra y sobre su Palabra, tu arrepentimiento y tus obras pueden engañarte, pero Cristo, tu Dios, no te mentira, él no titubeara y el diablo no destruirá sus palabras. 2

Un papa y un obispo no tienen más poder que el menor sacerdote, cuando se trata de perdonar una culpa. Y aun si no es sacerdote, todo cristiano o cristiana, 243

Historia de la Reforma del Siglo Decimosexto aunque sea una criatura, puede hacer la misma cosa porque si un simple cristiano te dice, Dios perdona el pecado en nombre de Jesucristo, y si tú recibes esta palabra con firme fe y como si Dios mismo te la dirigiese, estas absuelto.

Si no crees que tus pecados te son perdonados, haces mentiroso a tu Dios y declaras estar más seguro de tus vanos pensamientos, que de Dios y de su Palabra.

En el antiguo Testamento, ni el sacerdote, ni el rey, ni el profeta, tenían el poder de anunciar el perdón de los pecados; pero en el Nuevo, todo fiel tiene este poder.

La Iglesia está llena de remisiones de pecados. 1 Si un cristiano piadoso consuela tu conciencia con la Palabra de la cruz, que sea hombre o mujer, joven o viejo, recibe esta consolación con una fe tal, que te dejes matar mil veces antes que dudar que sea así delante de Dios arrepiéntete, haz todas las obras que puedas, pero que la fe que tienes en el perdón de Jesucristo, ocupe el primer lugar y mande exclusivamente en el campo de batalla. 2

Así hablaba Lutero a su auditorio asombrado y encantan do: todos los tablados que los impudentes sacerdotes habían levantado, por su interés, entre Dios y el alma del hombre, eran desbaratados, y el hombre puesto cara a cara con su Dios.

La Palabra del perdón descendía pura de lo alto, sin pasar por mil canales corruptores. Para que el testimonio de Dios fuese valido, no era menester el sello falso de los hombres. El monopolio de la casta sacerdotal estaba abolido, y la Iglesia emancipada.

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FOOTNOTES

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