La Aldea Perdida - Novela - Poema de Costumbres Campesinos by Armando Palacio Valdés - HTML preview

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Nolo permaneció un instante fuera. Luego, en vez de tomar el camino dela Braña, se salió de la aldea á toda prisa por el extremo opuesto.Buscó el sendero del monte y se emboscó por los castañares que enaquella hora estaban lóbregos y medrosos. El mozo los atravesaba conpaso vivo y resuelto, más emboscado aún en sus propios pensamientos yrecelos. La primavera, pródiga siempre en aquel valle, amontonaba lahoja en los árboles y la fronda de los helechos en el suelo, de tal modoque ni un rayo de luz penetraba en los parajes que recorría. Pero Noloera hombre de las montañas y si no conocía los senderos los adivinaba.

Cuando salió de los castañares y se encontró en el monte descubierto, elresplandor pálido de las estrellas le pareció una gran iluminación. Conpaso aún más rápido ascendió en poco tiempo hasta divisar la cabaña dela Pura. No vió luz y le sorprendió, porque contaba que le estuvieseesperando. Se acercó: la puerta estaba cerrada.

Detúvose, un momentolleno de confusión y al cabo llamó dando un golpe.

—¿Quién está ahí?—preguntó la mujer como si despertase sobresaltada.

—Soy yo, Pepa.

—¿Quién es?—volvió á preguntar como si no le reconociese.

—Soy yo, Nolo.

—Perdona, Nolo, pero ya estoy en la cama.

—¿No acabas de decirme que volviese en seguida? Pues ya estoy aquí...¡Abre!—

profirió el mozo irritado.

—Aguarda un momento—respondió ella con acento de mal humor.

Se echó sus pobres vestidos encima, encendió el candil y abrió lapuerta.

—¿No me has dicho hace un momento que tenías que hablarme? ¡Dí!

—¡Ya no me acordaba, rapaz!... No era más que una chanza...—respondióella, humilde al ver el rostro contraído del mancebo.

—¿Cómo chanza?—exclamó él rebosando ya de cólera.—Esto no es asuntode chanza. Demetria ha desaparecido y tú debes de saber algo de ella.¡Dí lo que sepas ahora mismo!

—No sé de ella ni la he visto hace tres días—respondió la Pura con voztemblorosa.

—¿Entonces por qué me has mandado venir?

—Ya te he dicho que era una chanza.

El rostro del mozo se contrajo aún más terriblemente. Clavó una largamirada amenazadora en Pepa que abatió la suya al suelo. Luego,encogiéndose de hombros, dijo sordamente:

—Está bien... Desde aquí voy á la Pola á despertar al señor juez paraque envíe por ti... Ya dirás en la cárcel lo que sabes.

El rostro de la Pura se cubrió de intensa palidez y balbuceó:

—Haz lo que quieras... Yo nada sé...

—Pues adiós... ¡Hasta pronto!

Nolo dió unos cuantos pasos precipitados monte abajo...

—¡Ven acá!—le gritó Pepa.

Tornó á subir y acercándose á ella con semblante airado le preguntó:

—¿Quieres hablar?

La Pura guardó silencio unos instantes; luego dijo:

—Si te doy alguna noticia, ¿me juras que no dirás de quién la hassabido, que nunca saldrá de tu boca mi nombre?

—Lo juro.

—¿Por qué lo juras?

—Por lo que tú quieras.

—Júralo por la salud de tus padres.

—Lo juro por la salud de mis padres.

—Que no te cases jamás con Demetria ni vuelvas siquiera á verla.

—Que todo eso suceda si llego á declarar tu nombre.

La Pura vaciló todavía. Le parecían pequeños aquellos juramentos. Al finencontró otro más terrible.

—¡Que se os muera de la peste todo el ganado que tenéis en la cuadra!

—¡Que se nos muera!

—Pues bien... te diré que esta tarde, mientras recogía un poco deárgoma para encender el fuego, vi en el castañar del tío Goro á Demetriacortando hoja... Luego vi que se acercaba á ella Plutón... ese minerotan malo que ya conocerás...

—Sí, sí; ¡adelante!

—Pues hablaron algunas palabras y mientras yo me entretuve en atar lacarga desaparecieron... No volví á ver ni á uno ni á otro. Pensé quehabían tomado por el monte abajo y se habían ido á Carrio... Me admiróporque no creía que Demetria tuviese amistad con ese pícaro...

Guardó silencio. Nolo, inmóvil y pálido, esperó todavía algunosinstantes á que prosiguiese.

—¿Es eso todo?

—Todo.

—¿No sabes más?

—Nada más.

—Bien... pues muchas gracias y hasta la vista.

La Pura le retuvo cuando se disponía á marchar y le dijo temblando:

—Acuérdate, Nolo, del juramento que me has hecho. Mira, hijo mío, quesi ese malvado llega á saber lo que te he dicho, cualquier noche vieneacá y me asesina.

—Pierde cuidado: vuelvo á jurarte que nada sabrá.

Bajó de nuevo á saltos por el monte y se internó por los castañares. Ádespecho de la agilidad y soltura con que marchaba, llevaba el corazónoprimido, muy oprimido. Se representaba, aunque vagamente, cosashorrendas. Aquel bandido era muy capaz de abusar de ella y asesinarla.

Llegó á Canzana agitado, convulso. Sin pasar por casa del tío Goro ánoticiar lo que sabía se dirigió á la del vecino que albergaba á Plutón.Estaba cerrada y todos durmiendo. No se arredró por eso. Llamósuavemente en el ventanillo que estaba contiguo á la cocina, dondesupuso que dormiría el minero. No respondieron. Llamó de nuevo y oyó lavoz del tío José, el dueño de la casa:

—¿Quién anda ahí?

—Soy yo, tío José.

—¿Quién eres tú?

—Nolo de la Braña. Vengo de parte del tío Goro á decirle á usted dospalabras. Es cosa muy urgente.

Se abrió el ventanillo, que además de la compuerta tenía una reja dehierro, y asomó las narices el tío José, un paisanuco viejo y narigudo.

—¿Qué ocurre?—preguntó con sorpresa.

—Ya sabrá usted—respondió Nolo bajando cuanto pudo la voz—queDemetria ha desaparecido...

—Sí, eso me han dicho antes de acostarme.

—Pues bien, dicen que la han visto hablando con Plutón. Tenemos miedoque le haya sucedido algo malo... ¡Ya sabe usted quién es!

—Descuida, Nolo—respondió el tío José bajando todavía más la voz.—Esoque dices no puede ser. Plutón estuvo todo el día trabajando en la mina:por cierto que le cayó una piedra sobre la cabeza y le hizo bastantedaño. Tuvo que ir á la Pola y se curó en la botica: llegó bastante tardey se acostó en seguida. Arriba está durmiendo... No le despiertes porquetiene malas pulgas el hombre, como sabes... y pudiera ocurrir cualquierchascarrillo.

—No, no le despertaré—replicó Nolo con sonrisa irónica.—No sea cosade que nos mate á los dos. Aguardaré á mañana para decirle dos palabras.Adiós, tío José; buenas noches.

Se alejó el mozo y cuando se vió solo acudieron á su mente mil dudas.¡Era extraño aquel percance de Plutón! Mas por otra parte, si habíaestado en la mina trabajando todo el día, la noticia de la Puraresultaba falsa.

En estas cavilaciones enfrascado estuvo algún tiempo. Miró al cielo; vióque era tarde ya para ir á la Braña y volver á la mañana: tampoco quisollamar en casa del tío Goro. Entonces, resuelto á pasar la noche enCanzana, escaló la primer tinada que halló al paso, se metió en ella yse acostó sobre la yerba.

Cuando la luz del día le dió en el rostro se alzó precipitadamente ysaltó á la calle.

Procuró que no le viesen y se puso á rondar la casadel tío José. En efecto, como esperaba, vió salir al cabo á Plutón conla frente vendada y la lámpara colgada del brazo en disposición demarchar á la mina. Se adelantó á él sin ser visto y en cuatro saltosbajó por los prados á un sendero por donde forzosamente tenía que pasarel minero. Se ocultó detrás de un árbol y esperó. Pocos momentos despuéspasaba Plutón.

Nolo le salió al paso y poniéndole una mano sobre elhombro le dijo:

—Hola, amigo; buenos días.

Plutón dió un salto atrás y lanzándole una mirada de odio y de recelocontestó sordamente:

—Yo no soy tu amigo ni tengo gana de serlo.

—No importa. Aunque no quieras que seamos amigos, vamos á hablar uninstante como si lo fuéramos. Vamos á hablar de Demetria.

Si el feroz minero no tuviese el rostro como siempre embadurnado se lehubiera visto palidecer. Se repuso pronto, sin embargo, y exclamó:

—Vaya, vaya, parece que tienes gana de reir. Ya sabrás que no soyaficionado á chanzas. Déjame en paz antes que otra cosa sea.

Nolo le dirigió una larga mirada de curiosidad. Era gracioso el tonoamenazador que aquel renacuajo usaba frente á él.

—No es broma, amigo—dijo lentamente apoyando sobre cada una de suspalabras.—Es que Demetria ha desaparecido de casa y quiero que me digassi sabes algo de ella.

—¡Quieres, quieres!... No sé nada de ella; pero aunque supiese, lo quemenos me importaría á mí es que tú quisieras ó dejaras de querer...

Una ola de indignación subió al rostro del mozo y lo tiñó de carmín. Susojos chispearon y clavando en el monstruo una mirada irritada le dijo:

—¿Sabes que me está apeteciendo agarrarte por las piernas y batirte lacabeza contra ese árbol?

—¡Prueba á hacerlo!—replicó el minero llevando la mano al bolsillo.

—No lo hago porque siendo malo como eres tendría que pagarte porbueno... Sé que has hablado con Demetria ayer. Si algo malo le hasucedido y eres tú quien se lo ha hecho no tengas miedo de ir á lacárcel... ¡Ya me encargaré yo de impedirlo! Adiós.

—¡Al diablo, grandísimo zopenco!... ¡Si creerás, palurdo, que por sertan espigado te tengo miedo! Los árboles más altos son los que caen conmás facilidad cuando sopla el viento recio.

Nolo, que ya se había alejado unos pasos, se volvió y dijo:

—¡Al caer este árbol te aplastará como lo que eres, como unescarabajo!... Cuenta conmigo si le ha pasado algo á Demetria.

—¡Y tú conmigo!—le gritó Plutón.

Cuando el mozo de la Braña llegó á casa del tío Goro había ya enderredor un tropel de gente. Se comentaba con calor la desaparición deDemetria. Todas las comadres hablaban á un tiempo y nadie se entendía.Dentro se hallaba la tía Felicia hecha un mar de lágrimas. Á su ladoestaba Flora hecha un mar mucho mayor aún. Y era cosa en verdad queimpresionaba ver llorando á aquella criatura traviesa y vivaracha,nacida para la risa. Ni ella ni tía Felicia querían aceptar el supuestode que Demetria se hubiera fugado. Entre las comadres de la aldeatampoco hallaba gran aceptación semejante idea. Pero los hombres engeneral se inclinaban á pensarlo. El mismo D.

Félix, que estaba rodeadopor el tío Goro y otros cuantos paisanos, aunque con las debidasreservas para no causar pena al padre adoptivo de la joven, tambiénmanifestaba sus sospechas de que se hallase ya en Oviedo. Era menesteraguardar, sin embargo, á Manolete. Suponiendo que llegase á la capitalantes de amanecer y diese la vuelta en seguida como se le habíaordenado, al mediodía debía de estar en Entralgo.

En el grupo de los hombres encontrábase también el intrépido Celso. Ésteno dudaba: se le conocía perfectamente en la sonrisa de mordaz ironíaque vagaba por sus labios. Á él no se la daba nadie. Un hombre que habíaestado en Sevilla y había recorrido las provincias de Badajoz y deCáceres y había entrado un poco también en la de Salamanca, no era fácilque creyese en la virtud y en la inocencia de las mujeres.

Bueno queaquellos infelices que no habían visto más tierra que la que se divisabadesde el pico de la Vara se tragaran la castaña; ¡pero él! ¡Celso! ¡unmilitar!

¡un macareno que había corrido más juergas orilla delGuadalquivir que pelos tenía en la cabeza!... «¡Vamo, hombre!» Y escupíapor el colmillo con pesimismo tan desolador que el mismo Budha sehubiera estremecido si le viese.

Cuando se hubo hartado de escupir, de sonreir y de lanzar resoplidosescépticos en torno de los grupos estacionados ante la casa del tíoGoro, entró en la suya, tomó la macona y la guadaña y se marchó alprado de la Tejera á segar el verde para el ganado.

Estaba el pradolejos y mientras caminaba hacia allá no cesaba de pensar en el lancemurmurando con la penetración que le caractirizaba:

—¡Rediós! Lo siento por Nolo, porque al fin y al cabo es un amigo y unmozo cabal.

Pero ¿quién que tuviera los sesos en su sitio había depensar que Demetria pudiera comer con gusto ya las farrapas y losnabos?... ¡Vamo, hombre!... Al que prueba las tajadas se le hincha labarriga con el verde... Y mayormente que no semos caballerías para jamartanto forraje... Luego la chavalilla ¿pa qué más de la verdad? merecíaotra cosa que un paisano. Quedándose en Oviedo no le faltaría algúnseñorón de levita que la tuviera en casa como una imagen comiendocaramelos y haciendo calceta. Y si á mano viene, acaso podría casarhasta con un teniente... ¡Rediós, un teniente!... ¡Hay que ver lo que esun teniente!... ¡Un gachó que manda sobre diez escuadras de hombres!...¡Casi na!...

Y silbando fagina y después retreta llegó hasta el prado, dejó la maconaen el suelo y se puso á segar el verde. Pronto se le olvidó el caso deDemetria y volvieron á su imaginación las dulces memorias del país dondeflorecen los naranjos. Una soleá muy gitana se le escapó de lagarganta. Y como allí no podía oirle su abuela, cantó con todo elaliento de sus pulmones.

Á mi me gusta, me gusta

entrarme por las tabernas.

¡Vengan cañas de Sanlúcar!

Mas apenas había salido de sus labios la última palabra de la coplacuando oyó un grito extraño que llegaba del fondo de la tierra por unrespiradero que la empresa de las minas había abierto en el prado. Porcierto que el tal boquete le había valido á su abuela más de trescientosreales. Habían pronunciado su nombre y la voz era de mujer.

Quedóestupefacto. Se acercó al boquete y gritó á su vez repetidas veces:«¿Quién llama? ¿quién llama?» Nadie le respondió. Entonces sospechó quese trataba de una broma que algún minero quería darle imitando vozfemenina. Se alejó del agujero y tomó de nuevo la guadaña. Pero en aquelinstante una idea terrible cruzó por su mente.

Creía reconocer la voz:se parecía á la de Demetria. Y el grito que había sonado más que dealegría era de angustia. Fué de nuevo al boquete y llamó con toda lafuerza de sus pulmones: «¡Demetria, Demetria!» Tampoco obtuvo respuesta.Sin embargo, la creencia de que la voz que había sonado era la de lahija del tío Goro penetraba cada vez con más fuerza en su espíritu. Dejóla guadaña y la macona en el prado y emprendió una carrera veloz haciaCanzana.

Todavía se hallaba mucha gente delante de casa del tío Goro. Entre loshombres divisó á Nolo. Se acercó á él y le dijo algunas rápidas palabrasal oído. El mozo se puso horriblemente pálido. Y sin responderle se fuérecto al tío Goro y le habló también al oído. El desgraciado padreempalideció también igualmente.

—¡Vamos! ¡vamos!—gritó con voz ronca.

Y seguido de los dos mozos se lanzó, á la carrera.

—¿Qué hay?... ¿qué sucede?—gritaron varias voces.

Celso, sin dejar de correr, volvió la cabeza y dijo:

—Demetria se ha caído á la mina por un pozo.

Entonces de aquella muchedumbre salió un grito de dolor. Hombres,mujeres y niños, todos se lanzan detrás de los tres hombres, que lesllevaban ya bastante delantera. Nolo y Celso saltaban como corzos por lamontaña. Pero el tío Goro no se quedaba atrás: la fuerza que faltaba álas piernas sobraba al corazón.

Pronto llegaron al prado de la tía Basilisa. Llamaron de nuevo á lajoven por el boquete. Ninguna voz fuerte ni débil les respondió. Algunosdudaron de las palabras de Celso; pero éste, cada vez más firme en suconvicción, propuso descender á la mina. No quisieron que expusiese suvida, pues sólo los mineros muy expertos eran capaces de bajar por lospozos. Alguien propuso avisar al capataz. Todos aprobaron la idea. Se lefué á buscar: se hallaba en la herrería, no lejos de allí. Vino enseguida; le acompañaron algunos mineros. Uno de ellos descendió por elrespiradero. Hubo algunos minutos de silencio. Al cabo se oyó la voz delminero llamando á su jefe.

—¡Ruperto!

—¡Manuel!

—La rapaza está aquí, pero muerta.

Nadie oyó estas palabras más que él y los mineros que se hallabaninclinados sobre la misma boca del pozo.

El capataz se alzó del suelo con el rostro contraído y sin responder ánadie, seguido de sus hombres, se lanzó por la pendiente abajo en buscade la boca de la galería que se hallaba próxima al pueblo de Carrio. Unestremecimiento de terror corrió por aquella muchedumbre. Todosadivinaron algo terrible y los siguieron. Sólo la tía Felicia, Flora yalgunas mujeres permanecieron en el prado. La desgraciada madre, alcomprender lo que pasaba, cayó atacada de un síncope. Largo tiempo lescostó hacer que recobrara el sentido. Quisieron llevarla á casa. Lainfeliz se negó á apartarse de aquella boca maldita, como si esperasever surgir por ella la adorada figura de su hija.

Pero he aquí que cuando ya la habían convencido y se disponían áalejarse de aquellos sitios llega un chico jadeante y le grita:

—¡Demetria vive! ¡Acaban de sacarla de la mina!

En efecto, Demetria, que sólo estaba desmayada, en cuanto la sacaron alaire y le rociaron las sienes con agua volvió á la vida. Se observó conestupor que no estaba magullada siquiera. Se le hicieron numerosaspreguntas, pero no quiso satisfacerlas.

Ya diría más adelante lo que lehabía pasado. Lleváronla á casa y se acostó y estuvo dos días enferma.Manifestó á su madre que se había caído casualmente por el respiraderoabierto en el castañar y cuya existencia ignoraban todos. No dijo unapalabra de Plutón. Creía haberle matado y esta idea la llenaba deterror. Cuando supo casualmente que estaba vivo, su corazón se dilató átal punto que rompió á llorar, se deshizo en un mar de lágrimas. Gransorpresa causó esto en los presentes; pero D.

Nicolás el médico, quetambién se hallaba allí y conocía al dedillo los resortes del organismohumano, manifestó profundamente que no había que alarmarse, que aquellono era más que «una crisis nerviosa».

Desde entonces comenzó Demetria á mejorar tan rápidamente que á loscuatro ó cinco días estaba ya como si no le hubiera pasado nada. Anudósede nuevo la felicidad de aquellas horas que habían de terminar pronto enla de su boda. Sólo turbaba su dicha el recuerdo que alguna vez leasaltaba de la escena con el bandido Plutón.

Cuando le veía, aunquefuese de lejos, el corazón le daba un vuelco. Temía su venganza. Sinembargo, á nadie daba cuenta de sus recelos.

Al cabo se descubrió el secreto. Comenzó á correr por la aldea el rumorde que Demetria no había caído por el pozo, sino que había estado dentrode la mina porque Plutón la había llevado. Sólo los mineros creyeronsemejante patraña. En Canzana nadie la daba crédito. Pero Plutón sejactaba entre sus compañeros y amigotes de haberla tenido algunas horasen su poder y esta noticia llegó á oídos de Nolo. Quedó el mozo aturdidomás que si le hubieran dado con un mazo en la frente. Por desgracia,aquello tenía visos de verosimilitud. La caída de Demetria no podíaexplicarse. Aunque ella decía que había quedado suspendida poco antes dellegar al suelo de uno de los postes y que esto amortiguóconsiderablemente la violencia, sin embargo costaba trabajo creerlo. Porotra parte, cuando la sacaron de la mina se negó á dar pormenores de suaccidente. Además, aquellas lágrimas cuando se habló de Plutón... No sele ocurrió al mancebo que éste pudiera rivalizar con él en el amor deDemetria, porque sería monstruoso. Pero que engañada pudiera llevarla alfondo de la mina y allí abusara de su situación le parecía bien creíble.

Desde que tal idea penetró en su mente no volvió por Canzana. El primerdía se le echó de menos porque todos venía; pero el segundo causóverdadera sorpresa su ausencia. La tía Felicia tuvo miedo que se hubierapuesto enfermo y propuso enviar un recado á la Braña. Demetria se opuso:tenía el presentimiento de lo que había ocurrido.

No se tardó mucho enque quedase confirmado. Un paisano que venía de Villoria les dijo quehabía visto á Nolo. Trascurrieron algunos días. Lo mismo el tío Goro quela tía Felicia sintieron gran indignación cuando observaron que el mozono parecía y se hicieron cargo de que renunciaba al matrimonioproyectado. El tío Goro quiso ir á la Braña á pedirle explicaciones,pero Demetria se mostró tan contraria á este paso y le rogó con tantocalor para que desistiese de él que su padre no se atrevió á ejecutarlo.

La misma sorpresa y casi tanta indignación que en casa del tío Goroprodujo en todo Canzana la conducta de Nolo, por más que muchos sabían áqué atribuirla. En Entralgo lo mismo. Flora se hallaba tan enfurecidaque no hablaba de otra cosa y calentaba las orejas al pobre Jacinto deun modo que éste casi maldecía ya de su parentesco con el ingrato mozode la Braña. Sólo Demetria se mostraba en apariencia tranquila.

Susilencio y su palidez denunciaban, sin embargo, lo que pasaba en sualma.

Así estaban las cosas cuando una tarde Flora pasó recado á Demetria paraque bajase á Entralgo y le hiciese merced de acompañarla á la Pola,donde tenía que comprar algunos objetos. Era un pretexto que latraviesa zagala tomaba para distraer á su amiga. Obedeció ésta singusto, sólo por complacer á la que tantas pruebas le había dado siemprede cariño. Cuando regresaron á casa iba á comenzar el crepúsculo.Detuviéronse orilla del río en un paraje sombreado de avellanos, dondese tomaba la barca, y esperaron que ésta volviese de la otra orilla. Deimproviso se presentó en aquel sitio Nolo, que también quería atravesarel río. Al verlas se inmutó visiblemente, se puso colorado hasta lasorejas y vaciló en dar la vuelta ó quedarse. Al fin se quedó y pronunciólas buenas tardes. En aquel momento llegaba el barquero.

Flora sintióque la cólera le subía á la garganta y dijo en voz baja á su amiga:

—Voy á hablar á este mequetrefe... Verás cómo le ajusto las cuentas.

Pero Demetria, que tenía el rostro demudado, la retuvo con fuerza de lamano.

—¡Déjame á mí!

Flora cedió de buen grado. Saltaron los tres á la barca y aquélla fué ásituarse en la proa para dejar solos á los novios. Nolo hubiera queridoquedarse en tierra, hubiera querido ir también á la proa, hubieraquerido que la barca se hundiese; todo menos quedarse mano á mano conDemetria. Pero no hubo remedio. El barquero en pie empujaba la barca pormedio de la maroma tendida de una á otra orilla.

Demetria clavó sus ojos grandes, límpidos, inocentes en Nolo y le dijo:

—¿Qué tienes conmigo, Nolo? ¿Te he hecho algo malo?

El mozo, turbado hasta lo indecible y sin osar mirarla á la cara,balbució:

—Nada me has hecho, Demetria... pero hay cosas... hay cosas...

—¿Qué cosas? ¡dí!—articuló impetuosamente la zagala.

—Corren por el valle unos rumores...

—Dí cuáles son. ¡Dílo pronto!

Nolo vaciló; movió los labios repetidas veces sin articular ningunapalabra. Luego profirió rápidamente:

—Se dice que no has caído á la mina; que Plutón te ha llevado engañaday que allí hizo contigo cuanto quiso.

—¿Y tú lo crees?

El mozo guardó silencio.

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—Pues bien, yo te juro que eso no es cierto. Plutón no me ha llevadoengañada: me caí yo y él me sostuvo, pero en vez de sacarme bajó conmigopor la chimenea. Dentro de la mina quiso aprovecharse, pero le saliócaro, porque le di con la hoz en la cabeza y le tumbé en el suelo...Creí que le había matado; escapé por la mina y me perdí...

Nolo guardó silencio unos momentos; luego dijo:

—¿Y por qué no has hablado así cuando saliste de la mina?

—Te he dicho que pensé haberlo muerto. Temía que me llevasen presa...

Nolo, cejijunto, sombrío, se obstinó en callar. Demetria le mirólargamente.

—¿De modo que no me crees?

—¡No! ¡No te creo, Demetria!—manifestó impetuosamente el joven.

El rostro de la doncella se cubrió de intensa palidez. Permanecióalgunos instantes inmóvil y muda. Luego dijo con voz enronquecida:

—Pues bien, Nolo, mi vida dará testimonio de la verdad que te he dicho.Adiós.

Y sin que el mancebo pudiera evitarlo porque estaba mirando á otro ladose dejó caer hacia atrás en medio del río. La corriente la arrastróvelozmente. Nolo se precipitó en pos de ella. Flora gritaba y queríaarrojarse igualmente, pero el barquero la retuvo.

La corriente en aquel sitio, aunque viva, no era impetuosa. Nolo nadabacon todas sus fuerzas para alcanzar á su amada antes que llegase alsitio donde el río se precipitaba en torbellino semejante á una cascada.En efecto, la alcanzó; pero al tocarla con la mano ya no pudo sostenerseél mismo y ambos rodaron envueltos entre las rugientes espumas del agua.Felizmente Nolo no perdió el conocimiento. Cuando llegaron á otroremanso pudo á costa de grandes esfuerzos acercarse á la orilla y asirsede la rama de un árbol, teniendo sujeta á Demetria con la otra mano.

La sacó del agua sin sentido y la dejó sobre el césped esperando á quellegasen Flora y el barquero. Pero antes que esto acaeciese Demetriaabrió los ojos y dibujándose en ellos una sonrisa triste dijo:

—¿Me crees ahora, Nolo?

—Te creo, Demetria.

Y por primera vez el mozo de la Braña estampó un tierno beso en surostro de azucena.

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XXII

La envidia de los dioses.

OY á terminar. La tarde declina y mi mano cansada se niega á sostenerla pluma. ¡Oh valle de Laviana! ¡oh ríos cristalinos! ¡oh verdes pradosy espesos castañares! ¡Cuánto os he amado! Que vuestra brisa perfumadaacaricie un instante mi frente, que el eco misterioso de vuestra vozsuene todavía en mis oídos, que vuelva á ver ante mis ojos las figurasradiosas de aquellos seres que compartieron las alegrías de mi infancia.Voy á daros el beso de despedida y lanzaros al torbellino del mundo.

Mipecho se oprime, mi mano tiembla. Una voz secreta me dice que jamásdebierais salir del recinto de mi corazón.

Era llegada de nuevo la fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Dos díasantes se había celebrado en la pequeña iglesia de Entralgo la unión deJacinto y Flora, de Nolo y Demetria. Con tan fausto motivo el capitáninvitó el día de la romería á todos los próceres de la Pola y á algunostambién de Langreo. Debajo de los manzanos frondosos de la pomarada secolocaron varias mesas. El número de convidados, entre indígenas yforasteros, pasaba de ciento. Para proveer al banquete se mataronalgunos corderos y muchos pollos y gallinas, se cazaron algunas docenasde perdices y se pescaron salmone