La Cuerda del Ahorcado-Últimas Aventuras de Rocambole: El Loco de Bedlam by Pierre Alexis Vizconde de Ponson du Terrail - HTML preview

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—Muy bien, dijo Tom levantándose. Volveré mañana.

—¡Oh! no, repuso Mr. Simouns, no conviene que volváis aquí.

—¿Por qué?

—Porque nuestros adversarios os creen muerto, y no deben saber quevivís hasta el día en que estéis armado con el testimonio escrito de loscómplices de lord Evandale. Ahora bien, si venís aquí con frecuencia,podéis ser visto y reconocido.

¿Dónde os habéis alojado?

—En ninguna parte aún.

—Pues bien es necesario buscar un barrio extraviado; por ejemplo en elEast-End, por el lado de Mail en Road.

—¿Bueno; pero ¿cuándo saldré para París?

—Tan pronto como tengamos noticias positivas de mistress Bruce y de sushijos.

—¿Y a lord William, no lo volveré a ver antes de partir?

—Es imposible. En primer lugar no se penetra fácilmente en Bedlam.

—¡Oh! el rigor no es tan grande, puesto que se puede obtener unpermiso.

—Sí, pero cuando llegue a saberse que una persona ha visitado a WalterBruce, las sospechas recaerán inmediatamente sobre vos, y, os lo repito,debéis estar muerto para lord Evandale hasta que llegue el momentodecisivo.

Tom se inclinó no encontrando qué responder.

—Pero, a vos... ¿os veré? dijo.

—Mañana, entre diez y once, respondió el solícitor, pasaré en carruajepor Mail en Road. A la altura del work-house, me detendré y echaré pie atierra. Hallaos por allí.

—Muy bien, dijo Tom.

Y partió de seguida, teniendo buen cuidado de salir de la casafurtivamente, y de encubrirse lo mejor que pudo hasta estar fuera de laCity.

Inmediatamente, siguiendo el consejo de Mr. Simouns, fue a buscarhabitación cerca de Mail en Road.

No le fue difícil hallar posada por aquel sitio, y a la mañanasiguiente, a la hora convenida, se hallaba delante del work-house,paseándose por la acera y espiando todos los carruajes que pasaban.

En fin, uno de ellos se detuvo, y un hombre bajó de él.

Aquel hombre era el solícitor.

—¡Albricias! amigo Tom, dijo acercándose a este. Se ha encontrado amistress Bruce.

Tom dejó escapar una exclamación de alegría.

—Tomad, dijo Mr. Simouns, leed.

Y le entregó una carta abierta.

Esta carta era del detective Rogers.

«Muy señor mío;—escribía el agente de policía:—he preferido hacerosesperar algunas horas y confiar mi misiva el correo, en vez de emplearel medio lacónico y poco reservado del telégrafo.

»Os escribo esta carta en la casa misma de mistress Bruce.

»La pobre señora no sabe absolutamente nada. A estas horas cree todavíaque su esposo se halla en París.

»Voy a referiros en pocas palabras todo lo que le ha sucedido.

»Ya sabéis que salió de Londres, hace tres meses, para ir a reunirse consu marido en Folkestone.

»En la supuesta carta de Mr. Bruce, que motivó esta partida, habíanimitado tan maravillosamente su letra, que ella no pudo sospechar lo másmínimo.

»Un hombre la esperaba en la estación de Folkestone.

»Pero, como podéis muy bien imaginar, aquel hombre no era Mr. Bruce,sino un gentleman que decía venir de su parte.

»Como prueba de ello, la presentó otra carta, firmada también WalterBruce, que su señora creyó igualmente auténtica.

»En ella decía Mr. Bruce que a causa del cambio de ciertascombinaciones, se veía obligado a partir solo para París, donde ellairía a reunírsele, previo aviso, dentro de algunas semanas. Deconsiguiente la rogaba que aceptase sin reserva alguna los servicios deaquel gentleman, que gozaba de toda su confianza, y a quien había dadosus instrucciones.

»Mistress Bruce dio crédito a esta segunda carta, como lo había dado ala primera, y no titubeó en seguir al gentleman, que la condujo aBrighton, y la instaló en la casita de campo donde la he encontrado estamañana.

»Cada quince días recibe una supuesta carta de su marido, el cualretarda siempre su ida a París, bajo diferentes pretextos.

»En cada una de esas cartas viene además adjunta una suma de dinero.

»Yo no he creído deber desengañar a mistress Bruce. Me he limitado adecirla que venía de vuesta parte, pues ella sabe que os ocupáis de unatransacción entre su esposo y lord Evandale.

»Creo, salvo vuestro parecer, que sería bueno no decirla nada, hasta queesa transacción se lleve a cabo y que Mr. Bruce haya sido puesto enlibertad.

»De todos modos, espera vuestras órdenes

»Vuestro seguro servidor

ROGERS.»

Tom devolvió esta carta al solícitor, y le dijo:

—¿Y qué habéis resuelto?

—He enviado un telegrama a Rogers, diciéndole solamente:

«Habéis hecho bien. No digáis nada.»

—Bien. ¿Y qué vamos a hacer ahora?

—Vos, saldréis para París hoy mismo. Aquí tenéis una carta de créditosobre la casa Shamphry y Compa., calle de la Victoria.

—Permitidme aún una pregunta, Mr. Simouns, dijo Tom tomando la carta.

—¿Qué es ello? preguntó el solícitor.

—¿Sabe algo lord William de todas nuestras negociaciones?

—Absolutamente nada.

—Debe hallarse en estado de completa desesperación.

—Sin duda. Pero más vale no decirle nada aún.

—¿Por qué?

—Porque podríamos despertar las sospechas de lord Evandale.

—Tenéis razón. Pero obremos con la mayor celeridad a fin de abreviar sumartirio.

—Eso es, repuso Mr. Simouns. Así, ¿vais a partir hoy mismo?

—Sí, señor.

—De ese modo llegaréis a París mañana por la mañana: sin perder unminuto, os pondréis en seguida en relación con el teniente Percy.

—¿Dónde lo hallaré?

—Acaba de enviarme un despacho noticiándome que se ha alojado con suscompañeros en el hotel de Champaña, calle Montmartre.

—Bien.

—Al punto los llevaréis a la embajada. Y tan luego como hayan prestadodeclaración, y esta se halle legalizada en regla, me escribiréis cuatrolíneas.

—¿Y después?

—¡Toma! después, iré a ver a lord Evandale.

Tom se inclinó y saludó a Mr. Simouns, que se volvió a su carruaje.

Una hora después, tomaba Tom el tren correo del Sud-Railway y estaba encamino para París.

Cuarenta y ocho horas más tarde, Mr. Simouns recibía el despachotelegráfico siguiente:

«Declaración

prestada.

Embajador

convencido.

Pieza

legalizada.

»Salida de París esta noche. Mañana en Londres.

Tom.»

—¡Eh!... eh! murmuró Mr. Simouns, empiezo a creer que lord Evandalehará bien en transigir.

L

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

XXXVI

Ocho días habían trascurrido después de la salida de Tom para Francia, yen la mañana del octavo se hallaba de vuelta en Londres.

Dos personas le esperaban en la estación, Mr. Simouns y Betzy.

Betzy, puesta en libertad bajo caución, había vuelto también a lacapital, y esperaba con ansiedad a su marido.

Este venía radiante de alegría.

Traía una declaración en regla, firmada por el teniente Percy y los doscapataces o cabos de presidio; y este documento, legalizado por elcónsul inglés, estaba visado por la embajada.

—Ahora, dijo Mr. Simouns, podemos entrar en campaña. Voy a escribir aMr. Evandale pidiéndole una entrevista.

Tom, que había pasado la noche en camino de hierro, tomó algunas horasde reposo, y a las dos de la tarde, según habían convenido, fue a buscara Mr. Simouns en un cab.

Apenas reunidos, ambos se dirigieron al West-End.

—Me parece, dijo Mr. Simouns cuando llegaron a la puerta de lordEvandale, que es inútil, al menos por el momento, el que entréisconmigo.

—¿Por qué? preguntó Tom.

—Porque temo que se os escape un movimiento de indignación, a vista delord Evandale, y que esto comprometa el éxito de nuestra negociación. Sitengo necesidad de vos, os haré llamar.

—Sea como queráis, respondió Tom.

Mr. Simouns entró pues solo en casa de lord Evandale.

El noble personaje le esperaba en su gabinete. No había podido adivinarlo que el solícitor podía tener que decirle; pero como este se habíaocupado largo tiempo de los negocios de la familia Pembleton, supuso quelo traía alguna cuestión de interés.

Lo recibió pues cordialmente y aun le invitó a tomar asiento, pero elsolícitor permaneció de pie.

—¿De qué se trata pues, mister Simouns? preguntó lord Evandale.

—Milord, respondió aquel, me presento como procurador del hermano deVuestra Señoría.

—¿Qué hermano? dijo lord Evandale riéndose.

—Vuestro hermano mayor, lord William Pembleton, repuso Mr. Simounsgravemente.

—Señor procurador, dijo lord Evandale, mi hermano ha muerto hace cercade diez años.

—Eso es lo que cree todo el mundo.

—Y esa es la verdad, señor mío.

—Milord, dijo fríamente Mr. Simouns, hay otros dos hombres que todo elmundo cree también muertos, y que viven sin embargo.

—¡Ah!

—El primero se llama Tom.

Lord Evandale no pudo ocultar un ligero estremecimiento.

—¿Y..... el segundo? dijo.

—El segundo es Percy, el teniente de presidio.

—Yo no conozco a ese hombre.

—Sin embargo, añadió Mr. Simouns, siempre impasible, él fue quien ayudóa sir Jorge Pembleton, vuestro padre, a sustituir el cadáver del forzadoWalter Bruce al cuerpo de lord William aletargado.

—¡Ah! muy bien! dijo lord Evandale, puesto que os creéis tan alcorriente en todos esos supuestos misterios de familia, voy a poneros enla verdadera vía, para que salgáis de vuestro error.

—Veamos pues, milord.

—Hay un astuto bandido, prosiguió lord Evandale, que se llama en efectoWalter Bruce, el cual ha imaginado, para sacarme algún dinero, hacersepasar por lord William, mi desgraciado hermano, que ha muerto de lapicadura de un reptil.

—¿Y..... ese bandido?.....

—Me he contentado con denunciarlo a la justicia.

—Conozco ese detalle.

—Y creo que la justicia, dando prueba de una indulgencia sin igual, seha contentado con encerrarlo en Bedlam.

—¿Estáis seguro de ello, milord?

—¡Oh! no diré que esté absolutamente seguro!.....

—Pero ese hombre tiene mujer..... hijos.....

—Es posible.

—¿Y es por órden vuestra?.....

—¡Ah! ¿qué es esto? exclamó lord Evandale con altivez; ¡se me figuraque os permitís interrogarme!

—No es mi intención, milord, repuso Mr. Simouns con firmeza, el faltara la consideración debida a vuestra clase, pero me es necesario probarosque estoy más al corriente de este negocio de lo que creéis.

—En hora buena, hablad.....

—Un día, hará de esto tres meses, la esposa de WalterBruce,—llamémosle así por la forma,—recibió una carta de su marido...es decir una carta apócrifa en la que se trataba de una transacción.

—¿Con quién?

—Con vos, milord.

—¡Ah! veamos.

—Lord William consentía a no reclamar en justicia su nombre ni sutítulo, y a dejar la Inglaterra; en cambio de la oferta que se le habíahecho de una suma de doscientas cincuenta mil libras y el palacioPembleton de París.

—Muy bien, ¿y qué?

—Esa transacción era razonable,—bajo el punto de vista del honor yconsideración de la familia,—y yo vengo, milord, a proponerla a mi vez.

Y diciendo esto, Mr. Simouns sacó del bolsillo un papel, lo extendiósobre la mesa y añadió:

—Cuando Vuestra Señoría haya tomado conocimiento de esta declaraciónjurídica, creo que no vacilará......

Lord Evandale tomó el papel y lo leyó.

Mr. Simouns, que lo observaba a hurtadillas, lo vio palidecer a medidaque leía.

En fin el noble lord, al acabar la lectura, tuvo un movimiento de cóleray estrujó el papel entre las manos.

—¡Oh! dijo tranquilamente Mr. Simouns, podéis desgarrar ese documento yhasta echarlo al fuego, si así os place, milord. No es más que unacopia. La pieza auténtica, legalizada por la embajada británica, sehalla bajo llave en mi gabinete.

Lord Evandale pareció reflexionar algunos instantes.

—Pues bien, dijo en fin, si yo consiento en lo que me pedís,

¿cuál serámi garantía?

—Se os entregará el original de la copia que acabáis de leer, y que esla sola pieza importante del pleito que intentamos sostener.

—Muy bien. Pero Walter Bruce está en Bedlam.....

—¡Oh! es tan fácil para Vuestra Señoría el hacerlo salir!

—¿Lo creéis así?

—Vuestra Señoría no tiene más que escribir dos líneas al lordpresidente, y Walter Bruce será puesto en libertad.

—¿Y partirá de Londres?

—Inmediatamente.

—¿Y en cambio de mi casa de París y de las doscientas cincuenta millibras, se me entregará esa declaración?

—Milord, dijo Mr. Simouns, soy un hombre conocido en Londres por miprobidad. Jamás he dado mi palabra sin cumplirla.

—Está bien, dijo lord Evandale. Mañana a esta hora, pasaré por vuestracasa, y concluiremos este negocio tal como lo deseáis.

Mr. Simouns saludó a lord Evandale y se retiró sin más palabra.

Tom había permanecido en el carruaje.

—En fin, amigo mío, dijo al incorporarse con él Mr. Simouns, la causaestá ganada.

—¿Consiente en todo?

—En todo absolutamente.

—¿Y lord William saldrá de Bedlam?

—Mañana será puesto en libertad. Por lo demás, venid mañana a las dos ami gabinete. A esa hora todo estará concluido.

Tom y Mr. Simouns se separaron en Leicester-square.

El solícitor se volvió a su oficina, y el buen escocés fue a reunirsecon Betzy, que había tomado un modesto cuarto amueblado en Drury-Lane.

Todo Inglés de pura raza que tiene un motivo fundado de alegría,acostumbra a dar gracias a la Providencia con el vaso en la mano.

Tom veía al fin coronados sus esfuerzos; así pasó todo el resto del díacon Betzy, y corrieron de taberna en taberna hasta la media noche,bebiendo porter, sherry, gin y aguardiente, anegando por completo suregocijo.

A media noche se acostaron completamente borrachos.

Sin embargo, la mañana siguiente, Tom se levantó como de costumbre,enteramente despejado y con toda su lucidez de espíritu.

Toda la mañana la pasó lleno de impaciencia.

En fin, cuando dieron las dos, salió a toda prisa, tomó un cab, y sehizo conducir a Pater-Noster Street.

Pero en el momento en que entraba en esta calle, ordinariamentetranquila, vio una multitud compacta que obstruía el paso a la casa deMr. Simouns.

Tom bajó del carruaje y se aproximó vivamente.

La multitud estaba silenciosa y parecía consternada.

Tom quiso penetrar por medio de ella y abrirse paso hasta la puertagritando: ¡Plaza! plaza!; pero no lo pudo conseguir a pesar de todos susesfuerzos.

—¿Qué es esto? dijo entonces encarándose con un rough que se hallaba asu paso, ¿qué sucede aquí?

—Ha sucedido una gran desgracia, respondió aquel hombre del pueblo.

Tom se estremeció de pies a cabeza y sintió un sudor frío inundar depronto su frente.

LI

DIARIO DE UN LOCO DE BEDLAM.

XXXVII

—Pero, ¿qué ha sucedido? preguntó Tom con ansiedad.

—Una gran desgracia, caballero.

—¿Qué desgracia?

—Mr. Simouns ha muerto.

Tom dejó escapar un grito.

En aquel momento un joven se abrió paso entre la multitud y se acercó aTom.

Este lo reconoció al punto.

Era aquel mismo pasante de Mr. Simouns, que el solícitor había enviado abuscar al teniente Percy algunos días antes.

—¡Ah! señor Tom! exclamó el joven con los ojos arrasados en lágrimas,¡qué desgracia! señor Tom, que desgracia!

Tom se había quedado como estúpido.

—Pero... ¡es imposible! dijo en fin.

—¡Oh! eso es lo mismo que yo decía, señor Tom; yo no quería creerlohace una hora..... Pero lo he visto muerto, bien muerto.

Y entonces el pasante contó a Tom que Mr. Simouns había vuelto a su casala noche anterior, como de costumbre, en perfecta salud y de muy buenhumor.

Que había cenado como todas las noches, y se había metido en la cama unpoco antes de las doce.

La mañana siguiente, a eso de las ocho, viendo que tardaba en llamar asu ayuda de cámara, mistress Simouns se inquietó un poco y fue a tocar asu puerta.

Pero, como nadie le respondiese, abrió y entró.

Mr. Simouns se hallaba extendido en la cama, y estaba muerto.

Un médico, llamado a toda prisa, había declarado que el solícitoracababa de sucumbir a una congestión cerebral, determinada por una causadesconocida.

Durante este relato del pasante, Tom hizo grandes esfuerzos paraconservar su serenidad y recobrar toda su energía.

—Pero, dijo en fin, ¿es aquí donde ha muerto?

—No, señor; ha muerto en su domicilio, fuera de Londres.

Entonces, ¿por qué hay aquí esa aglomeración de gente?

—Porque la justicia está arriba.

—¡La justicia!... ¿Qué viene a hacer aquí?

—Viene a sellar y poner en secuestro los papeles de Mr.

Simouns.

Esta respuesta fue un nuevo golpe para el pobre Tom.

Entre los papeles de Mr. Simouns se encontraba seguramente la famosadeclaración del teniente Percy y consortes, visada por la embajada deParís, único documento por cuyo medio podía obligarse a transigir a lordEvandale.

Y Tom conocía la marcha lenta y tortuosa de la justicia inglesa. Sabíaque una vez puesto un secuestro, había para un tiempo indefinido.

Después de penosos esfuerzos, acabó por abrirse paso y entró en la casasiguiendo de cerca al pasante.

El gabinete del solícitor estaba ya cerrado y habían puesto los sellosen la puerta.

En tanto, las dos de la tarde habían pasado hacía tiempo, y lordEvandale no parecía.

Tom permaneció toda la tarde errando de un lado a otro por la calle dePater-Noster.

Esperaba ver llegar a lord Evandale según había prometido el díaanterior, puesto que no debía conocer todavía la muerte del solícitor;pero lord Evandale no pareció por aquellos parajes.

De entonces Tom supo ya a qué atenerse.

Mr. Simouns no había muerto de muerte natural.

Lo había herido la misma mano misteriosa que dirigía la infernal intrigaen que se hallaban envueltos lord William y todos los suyos.

¡Y Tom se encontraba solo en adelante para combatir con semejantesadversarios!.....

Pero ya lo hemos visto, el honrado escocés estaba dotado de una energíaa toda prueba. Jamás se desalentaba completamente, y tenía la pacienciay la tenacidad de los cazadores americanos.

Esperó quince días, prudentemente escondido con Betzy, en uno de losbarrios extremos de Londres, y de allí espiaba sin embargo todo lo queconvenía a los planes de su conducta futura.

Al cabo de ese tiempo, el gabinete de Mr. Simouns volvió a emprender sustrabajos.

El mismo pasante que había noticiado a Tom la muerte de su principal, yque era su oficial mayor, fue nombrado solícitor, por providenciaministerial, en el oficio vacante de Mr. Simouns.

Tom fue a verlo de seguida.

El nuevo procurador estaba al corriente del negocio y sabía la marchaque había seguido hasta el día.

—Mr. Simouns ha muerto, dijo; pero yo ocupo su lugar y continuaré suobra. Estoy próximo a obtener que se levante el secuestro, y tan luegocomo hayamos encontrado la famosa declaración que nos sirve de base eneste negocio, obligaremos a lord Evandale a que termine la transacción.

Al cabo de ocho días, el nuevo solícitor obtuvo que se levantaran lossellos.

Pero ¡ay! aquí esperaba a Tom un nuevo desengaño, más cruel, másterrible que todos los que ya había sufrido.

Levantado el secuestro, se procedió a un minucioso examen, pero fue envano el registrar todos los papeles de Mr. Simouns; la famosa piezahabía desaparecido.

Una mano criminal la había sustraído sin duda, el día de la visitajudicial en el gabinete de Pater-Noster street.

El nuevo solícitor no se desalentó sin embargo.

Cuando estuvo bien convencido de la desaparición de aquel documento,tomó inmediatamente su partido, y dijo a Tom:

—El teniente Percy continúa en París, ¿no es verdad?

—Así lo creo.

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