La Cuerda del Ahorcado-Últimas Aventuras de Rocambole: El Loco de Bedlam by Pierre Alexis Vizconde de Ponson du Terrail - HTML preview

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—Nuestra situación no es muy ventajosa que digamos, prosiguióRocambole, pero en fin, no es enteramente desesperada.

—¡Ah!... ¿Lo creéis así? dijo Milon con ansiedad y abriendo su pecho ala esperanza.

—Escúchame bien, añadió Rocambole: Marmouset y los demás, se hallabanmuy lejos de nosotros cuando tuvo lugar la catástrofe; de consiguientees probable que no han sido víctimas de ella.

—Es posible; pero están encerrados como nosotros.

—Con la probabilidad de ser socorridos.

—¿Por quién?

—Por los policemen que andan en mi busca.

—¡Bah! pero entonces los llevarán a la cárcel.

—No digo que no; más no tardarán en soltarlos.

—¿Creéis?

—Estoy seguro.

—¿Y entonces?

—Entonces Marmouset, que es, como tú sabes, un chico de recursos, yVanda que daría por mí hasta la última gota de su sangre; Marmouset yVanda, digo, pensarán en nosotros y hallarán el medio de venir ennuestro socorro.

—Muy bien, dijo Milon, pero de aquí a allá se pasará un buen trozo detiempo.

—No diré que no.

—Dos días tal vez.....

—Y aun tres, repuso Rocambole.

—Es decir que tendremos el tiempo de morirnos de hambre.

—En rigor, un hombre puede pasar cuatro días sin comer, dijotranquilamente Rocambole.

Y hablando así fue a sentarse con la mayor calma en una piedra.

Milon no conservaba la misma tranquilidad. Iba y venía por elsubterráneo con una inquietud marcada, y andaba de un lado a otro sindescanso, como una fiera que da vueltas en su jaula.

—No te desesperes antes de tiempo, le dijo Rocambole; supongo que notienes todavía hambre.

—¡Oh! no, dijo Milon, pero tengo sed.

—Dentro de cuatro o cinco horas podrás beber.

—¿Cómo pues?

—Al volver la marea, el Támesis entrará de nuevo en la galería.

—¡Ah! bien.

—Y no creo tengamos tan poca suerte que no encontremos algunafiltración.

—De agua salada.....

—No, de agua dulce.

—Sin embargo, estando el Támesis sometido a la marea.....

—Eso no importa. El flujo del mar rechaza las aguas del río y hace quese aumente su volumen, pero no tienen tiempo para mezclarse.

—¡Ah! dijo Milon.

—Entre tanto, ven a sentarte a mi lado, prosiguió Rocambole.

Milon obedeció haciendo un gesto de resignación forzada.

—Y como se puede muy bien hablar sin luz, añadió Rocambole, no veo lanecesidad de gastar inútilmente nuestra antorcha, que más tarde nos seránecesaria.

Y diciendo y haciendo, apagó la antorcha y continuó:

—¿Sabes por qué yo no desespero, a pesar de la gravedad de lasituación?

—¡Oh! lo que es vos, capitán, dijo Milon, yo os he visto siempreimpasible como el destino.

—No es eso, repuso Rocambole.

—¿Qué es pues?

—Tengo la convicción de que, mientras me quede que hacer alguna cosa eneste mundo, la Providencia velará sobre mi y me sacará en bien de todoriesgo.

—¿Tenéis de veras esa idea? exclamó Milon. Pero entonces,

¿es que nopensáis reposaros jamás?

—No, dijo Rocambole.

—Paréceme sin embargo, prosiguió Milon, que ya sería hora de quevolvierais a París y de que tratarais de vivir allí tranquilo.

—Me queda algo que hacer aquí.

—¡Ah! sí. Volvemos a los fenians.....

—No.

—¡A fe mía! añadió Milon, no sé qué atractivo pueda tener para vos laInglaterra.

—Eso depende de la manera de ver de cada uno, dijo Rocambole. Y además,te lo repito, me queda un deber que cumplir.

—Pero, ¿no se trata de esos estúpidos fenians que nos han traído a estemal paso?

—De ningún modo.

Milon no añadió una palabra más, y pareció esperar que Rocambole seexplicase. Este guardó silencio por algunos instantes, y al fin dijo derepente:

—¿Crees tú en la cuerda del ahorcado?

—¿En qué sentido? preguntó el coloso sorprendido de la pregunta.

—Dicen que la cuerda del ahorcado es una especie de talismán que nosprocura buena suerte.

—Sí, eso dicen, respondió Milon, pero yo no lo creo..... ¿y vos?

—Yo empezaré a creerlo, si nos saca de aquí.

—¿Eh? exclamó Milon aturdido, ¿lleváis con vos una cuerda de.....

—Sí.

—¿En el bolsillo?

—En el bolsillo.

—¡Bah! entonces es buena ocasión para probar su virtud, como habéisdicho.—Esperemos.

Y Milon bajó la cabeza y volvió a guardar silencio.

—Esperemos, repitió Rocambole pasados algunos instantes, pero como creoque esperaremos largo espacio y que de consiguiente tenemos tiemposobrado..... en vez de lamentarnos inútilmente, voy a contarte unahistoria.

—¿Una historia de cuerda?

—La historia de la cuerda y la del ahorcado que me ha nombrado

sualbacea

o

ejecutor

testamentario,

repuso

Rocambole.

—Hablad, capitán, soy todo oídos.

VII

Rocambole se reclinó como pudo sobre su duro asiento, y continuó de estemodo:

—¿Recuerdas, buen Milon, cómo empezó nuestra amistad?—

Nos hallábamosen presidio y éramos compañeros de cadena. Un día me hablaste de doshuérfanos, a quienes amabas con toda tu alma, y que habían sido causainocente de tu condena.....

—Sí, sí, respondió Milon enternecido, y recuerdo más todavía, y es quedespués salvasteis a mis pobres niños, y por eso os soy adicto como unperro fiel.....

—Pues bien, amigo mío, una cosa semejante me ha sucedido por segundavez.

—¿Cómo?

—Con la diferencia de que no ha sido en el presidio de Toulon, sino enla cárcel de Newgate.

—¡Ah!

—Y de que el hombre de que se trata ha muerto.

—¿Ha sido ahorcado?

—¡Ay! sí.

Y Rocambole dejó escapar un suspiro.

—Escucha, prosiguió. Yo acababa de ser preso y me había dejado conducirsin la menor resistencia. Tenía mis razones para obrar así, pues a serde otro modo, hubiera podido escaparme mil veces, antes de que sehubiesen cerrado tras mí las puertas de Newgate.

Por lo demás, no fue a esa prisión adonde me condujeron desde luego.

Lleváronme en primer lugar a Drury Lane, y me presentaron al comisariode policía de aquel barrio.

El comisario me interrogó por la forma, y me hizo encerrar en elcalabozo que sirve de depósito en el piso bajo de la comisaría.

Todas las mañanas pasa un coche cerrado por todos los puestos depolicía, recoge los presos detenidos durante la noche, y los conduce seaa Newgate, sea a Bath-square o a cualquiera otra cárcel central.

Yo pasé de consiguiente seis horas en el calabozo de la comisaría deDrury Lane.

En ese mismo calabozo se hallaba una pobre mujer en harapos, ya vieja,pero cuyo rostro conservaba vestigios de una rara hermosura.

Cuando entré, me miró al principio con desconfianza, y después concierta curiosidad.

En fin, su mirada encontró la mía, y sin duda experimentó el encantomisterioso que mi fluido magnético ejerce sobre ciertas personas, puesme dijo en seguida:

—Creo que sois el hombre que busco.

Y como yo la mirase con extrañeza:

—¿Os han preso por algún crímen grave? me preguntó.

—Soy fenian, la respondí brevemente.

La pobre vieja se estremeció, y una viva expresión de alegría iluminópor un momento su rostro.

—¡Ah! exclamó, entonces os conducirán mañana a Newgate.

—Indudablemente.

—No me he equivocado pues al deciros que sois el hombre que buscabahace tiempo.

Yo continuaba mirándola fijamente, procurando adivinar el sentido de suspalabras.

Ella siguió en tanto diciendo:

—Me llamo Betzy-Justice y soy escocesa.

—Muy bien ¿y qué más? la contesté.

—Hace un mes que me hago prender todas las noches por delito deembriaguez. Y sin embargo, ya podéis comprender que no estoyembriagada...

—Entonces.....

—Pero finjo estarlo. De ese modo me conducen a un puesto de policía, meencierran hasta el día siguiente, y por la mañana me amonesta elcomisario y me condena a dos chelines de multa, poniéndome en seguida enlibertad.

—Entonces ¿por qué razón, la pregunté, si no estáis embriagada...fingís estarlo?

—¡Toma! ya os lo he dicho, para hacer que me prendan..... y eso hoy enun barrio, mañana en otro. A esta hora he estado ya encerrada en todoslos puestos de policía de Londres.

—Pero en fin, ¿por qué razón?

—Porque busco un hombre en quien yo pueda tener confianza, y a quienvayan a encerrar en Newgate.

—¿Y en qué puede serviros ese hombre?

La vieja clavó en mí la vista y pareció reflexionar por algunosinstantes.

—Vuestra fisonomía, me dijo, es la de un hombre honrado ybondadoso.—¿Cómo os llamáis?

—El Hombre gris, le respondí.

Al oír este nombre, la buena mujer se levantó sorprendida, y exhaló ungrito ahogado.

—¡Ah! exclamó, ¿sois vos al que llaman el Hombre gris?

—Sí.

—¿Y os habéis dejado prender?

—Sí.

—Pero entonces lleváis en ello algún objeto, y saldréis de la prisióncuando os parezca.

—Tal vez.....

—¡Oh! eso es seguro, añadió. Me han hablado mucho de vos, y sé quepodéis hacer todo lo que se os antoje.

—Entre tanto, dije sonriéndome, lo seguro por ahora es que voy aNewgate.

—¡Oh! puesto que sois el Hombre gris, prosiguió, puedo decíroslo todo.

—Veamos.

—Mi marido está preso.

—¿En Newgate?

—Sí. Y está condenado a muerte..... y será ahorcado el 17 del mespróximo.

—¿Qué crímen ha cometido?

—Ha matado a un lord.

—¿Por qué razón?

—¡Oh! dijo Betzy-Justice, esa es una historia larga de contar.

Notendríamos tiempo para ello. Pero, puesto que vais a Newgate, mi pobremarido os lo dirá todo.

—Sea como queráis. ¿Y en qué puedo serviros?... ¿Deseáis darme algúnencargo para él?

—Sí.

—Dádmelo entonces.

—¡Oh! no es una carta. Ya comprendéis que os la cogerían en elregistro: es solamente una palabra.

—Decid.

—Ya encontraréis el medio de ver a mi pobre marido en Newgate. Aunquecondenado a muerte, sé que le dejan pasearse todos los días en el patiocon las demás presos.

—Bien, ¿y qué debo decirle?

—Le diréis solamente estas breves palabras:—«He visto a vuestra mujerBetzy. Morid en paz; tiene en su poder los papeles.»

—¿Y es eso todo?

—Todo, dijo Betzy.

Y bajando la cabeza, lloró silenciosamente, sin curar de enjugar suslágrimas.

Procuré distraer su dolor y saber algo más; pero por más preguntas quela hice, no logré arrancarle una palabra.

A la mañana siguiente, apenas apuntaba el día, vinieron a buscarme paraconducirme a Newgate.

Durante tres días me tuvieron incomunicado, y así me fue imposible elver desde luego al reo de muerte.

En fin, al cabo de ese tiempo me pusieron en comunicación y dulcificaronel régimen que me habían impuesto, con la esperanza de hacerme entrar enla vía de las revelaciones.

Es verdad también que yo insinué indirectamente que tal vez hablaría sime trataban de una manera menos dura.

Desde ese momento hicieren casi todo lo que yo quería, y pude, como losdemás presos, bajar al patio dos veces por día.

La primera vez que me presenté en él, no formé parte de ningún grupo, nihablé con nadie; pero busqué con la vista al condenado a muerte.

Pronto lo descubrí, paseándose solo en un rincón del patio, con lacabeza inclinada sobre el pecho, y las manos enlazadas con fuertesesposas.

Dirigí mis pasos hacia aquel sitio, aunque sin acercarme a él, y loexaminé con atención.

Era un hombre de cerca de sesenta años.

Pequeño, rechoncho, ancho de espaldas, y con una cabeza enormesostenida por una cerviz de toro, aquel hombre debía ser de una fuerzaextraordinaria.

Su barba era roja, pero su cabeza enteramente cana.

En una de mis vueltas pasé cerca de él, y entonces se fijó en mí por unmomento.

Su mirada contrastaba singularmente con el aspecto extraño y casirepugnante de su persona, pues era clara, dulce y leal.

Y sin embargo, aquel hombre había asesinado a otro.

Había teñido sus manos en sangre, pero se adivinaba desde luego que nohabía matado para robar.

A la mañana siguiente volví a bajar al patio a la misma hora.

El condenado a muerte se encontraba ya allí; siempre aislado, siempresumido en su mortal tristeza.

Al entrar no emprendí mi paseo como el día anterior, sino me fui derechoa él.

El preso se detuvo bruscamente, y fijó en mí la mirada franca, leal,casi tímida, que me había ya impresionado el día anterior.

—¿Es cierto, como dicen, que habéis asesinado a un lord? le preguntésin más preámbulos.

—Sí, me respondió.

Y pronunció esta sola palabra con una sencillez que me confirmó en miopinión.

Aquel hombre había cumplido o creído cumplir un deber.

—¿No sois el marido de Betzy-Justice? le pregunté de nuevo.

Al oír esto se estremeció y me miró con más atención.

—¿Es que la conocéis? dijo en fin.

—Sí, he pasado algunas horas con ella en el puesto de policía de DruryLane.

—¡Ah! exclamó.

Y me miró de través con aire de desconfianza.

—Y me ha dado un encargo para vos, añadí.

—¿De veras? contestó con un recelo visible.

—Veo que no me conocéis, le repuse.

—¿Quién sois pues?

—Me llaman el Hombre gris.

El preso dio un paso para atrás y me miró con asombro.

—¡Vos! ¿vos? exclamó.

Y su rostro se serenó por completo y perdió su aire de desconfianza.

—Sí, le repliqué, soy el Hombre gris, y Betzy me ha encargado decirosque tiene en su poder los papeles.

El pobre condenado dejó escapar un grito, una exclamación de gozo talque hubiera podido creerse que yo acababa de traerle su perdón.

—¡Ah! dijo, dominando en fin la emoción que se había apoderado de él,ahora puedo morir tranquilo.

Y fijándose de nuevo en mí, añadió:

—Pero.... puesto que sois el Hombre gris, sin duda estáis aquí porvuestra propia voluntad.

—Tal vez.

—Y podréis salir siempre y cuándo os parezca.....

—Es probable.

El marido de Betzy pareció dudar un momento.

—¡Ah! me dijo por último si yo me atreviera..... porque, aun cuando mipobre Betzy es una mujer animosa, al cabo es una mujer, y ¿quién sabe siella sola podrá llevar nuestra empresa a buen fin?

A mi vez yo le miré con extrañeza.

—Será necesario que yo os lo cuente todo, prosiguió. Estoy seguro deque os interesaréis por nosotros.

Y añadió sonriéndose con tristeza:

—Un hombre como vos lo puede todo..... además, yo os legaré mi cuerday, ya sabéis..... eso os dará buena suerte.

En esto punto de su relato Rocambole se detuvo un momento.

—¡A fe mía! dijo Milon, que hasta había olvidado que estamos aquípresos entre peñascos y con la mitad de Londres sobre los hombros.Seguid, capitán, seguid.

VIII

Rocambole guardó silencio por algunos instantes, y después prosiguió deeste modo:

—Aquel día, el condenado a muerte no quiso explicarse más.

—La historia que os voy a contar, me dijo, es demasiado larga, y ademásva a llegar la hora de volver a mi calabozo. Pero mañana.....

—Mañana, le dije, yo sabré encontrar el medio de pasar algunas horas envuestra compañía.

—¡Bah! exclamó mirándome con asombro. Pero, en fin, tenéis razón. Esosería imposible para cualquier otro, pero para vos no hay nadaimposible, puesto que sois el Hombre gris.

Y con esto entró en su calabozo, mientras que yo tomaba el camino delmío.

La promesa que acababa de hacerle, procedía de una idea que me habíaocurrido durante la conversación.

En el momento en que uno de los carceleros iba a encerrarme, le detuveen la puerta y le dije:

—Hacedme el favor de decir al gobernador que deseo hablarle.

El carcelero cumplió con su comisión, y un cuarto de hora después villegar al gobernador a mi calabozo.

Tú has visto a ese buen hombre, y sabes hasta qué punto es cándido.

—¡Oh! la simplicidad en persona! dijo Milon.

—Sir Roberto llegó sonriéndose y acariciándome con la mirada, muypersuadido de que iba a oír grandes revelaciones.

Porque no bastaba a la libre Inglaterra el haber puesto la mano sobre elhombre que parecía ser uno de los jefes del fenianismo y tal vez el máspeligroso de todos; lo que más necesitaba sin duda, era penetrar elmisterio en que este hombre se envolvía.

—Señor gobernador, dije entonces a sir Roberto, deseo hablar con vos.

—¡Ah! exclamó con tono alegre, ya sabía yo que acabaríais por serrazonable.

—Jamás he cesado de serlo.

—¡Ah! ¿os burláis?...

Hablando así, sin dejar su eterno tono festivo, tomó una de las dosúnicas sillas que había en mi calabozo y se sentó a mi lado.

—Veamos, amigo mío, mi querido amigo, me dijo, ¿qué es lo que queréisdecirme?

—Mi querido gobernador, le repliqué, ante todo quiero haceros unapregunta.

—Hablad.

—¿Si me condenan a muerte, seré ahorcado?

—¡Ay! mucho lo temo, amigo mío. La horca es el solo género de supliciousado en Inglaterra.

—Bueno, ¿y juzgáis que seré condenado?

—A menos que no hagáis revelaciones de una importancia tal, que osatraigan la indulgencia de vuestros jueces.....

—Eso es precisamente en lo que pienso.

—¡Ah! ya lo sabía yo! exclamó el buen hombre en el colmo de la alegría.

—Pero antes de decidirme, proseguí sonriéndome, necesito fijar miatención sobre ciertas cosas.

—¿Cuáles?... Veamos.

—Voy a decíroslo. No es que yo tenga miedo de la muerte.....

—Sin embargo.....

—Sobre todo de la muerte por estrangulación. Hasta he oído decir.....

—¡Ah! sí, dijo el gobernador guiñando el ojo, ya sé... una preocupaciónvulgar.—Pero no creáis nada de eso, amigo mío, no, mi querido amigo. Nohay más que ver el rostro del ajusticiado cuando le quitan el gorronegro: ¡está entumecido, morado... horrible de ver!... ¿Y la lengua?....¡Oh! es espantoso!

—¿De veras?

—Tal como tengo el honor de decíroslo, mi querido amigo.

Conque así,creedme, confesad, confesadlo todo, empezando por vuestro nombre, el delos otros jefes del fenianismo... en fin todo. Y decid que yo os heconvencido, con el objeto.....

—Esperad, esperad, le repliqué.

—Cuanto más latas y más espontáneas sean vuestras revelaciones, mayorserá la indulgencia de vuestros jueces.

—Ya sé todo eso; pero os lo repito, no me arredra la muerte porestrangulación.

—Hacéis mal.

—En Francia hay la guillotina, lo que es muy diferente. ¡Oh!

esa muertesí que me aterra!... Allí lo confesaría todo de seguida.

—No se pueden cambiar por vos los usos y costumbres de un país. Pero loque os afirmo es que la horca es el suplicio más horrible que existe.

—¡Bah!

—Y a propósito, continuó sir Roberto, aquí tenemos en este momento uncondenado a muerte.

—Ya lo sé.

—Pero no sabéis qué indecible terror se ha apoderado de su alma.

—Sin embargo, me ha parecido bastante tranquilo.....

—Estáis en un error... ¡Ah! si pasarais solamente dos o tres horasencerrado con él!

—¿Creéis que me trasmitiría su temor?

—Estoy seguro.

—¿Os chanceáis?

—¡Toma! si queréis experimentarlo.....

—¡Eh!... ¡eh! no diré que no: ¡sería cosa curiosa!

—Pues bien, prosiguió sir Roberto Mitchels, para que veáis.....

Voy ahacer por vos una cosa inaudita.

—¡Bah!

—Pero que, por otra parte, tengo el derecho de hacer.

—¿Qué es pues?

—Voy a encerraros esta noche mismo con el condenado a muerte.

—¡Ah! ¿queréis ponerme a prueba?

—Precisamente. Y estoy seguro de que mañana me haréis llamar a todaprisa.

—¿Para que?

—Para revelar todo lo que sabéis e implorar la clemencia de vuestrosjueces.

—Pues bien, le respondí, si tal es vuestra convicción, hagamos laprueba; no tengo inconveniente.

El buen gobernador se levantó enajenado de gozo.

—Voy a dar las órdenes necesarias, me dijo.

Y me estrechó la mano, llamándome de nuevo su muy querido amigo.

Después de lo cual se fue, no sospechando siquiera el pobre hombre queacababa de ofrecerme espontáneamente lo mismo que yo iba a pedirle.

Aquel día me trajeron, como de costumbre, una comida suculenta yabundante.

El carcelero que me servía, y que no era de ordinario muy hablador, medijo en esta ocasión con una guiñada significativa:

—Parece que Vuestra Señoría es excéntrico.

Excéntrico es un vocablo que encierra por si sólo en Inglaterra, elmayor elogio que se puede hacer de un Inglés de pura raza.

Todo espermitido al que sabe merecer ese nombre.

—Un poco, le respondí.

—¿Vuestra Señoría tiene el capricho de dormir esta noche con elcondenado a muerte?

—Sí, amigo mío.

—Sir Roberto Mitchels, nuestro digno gobernador, prosiguió elcarcelero, me ha dado sus órdenes al efecto.

—¡Ah! muy bien!

—Y si Vuestra Señoría lo permite, voy a conducirlo adonde se halla elreo.

Yo hice un signo de cabeza afirmativo, y el carcelero, tan simple ycándido como su jefe, me sacó de mi calabozo, que estaba situado en elprimer piso, me guió hasta el piso bajo, y abrió delante de mí la puertadel calabozo donde estaba encerrado el marido de Betzy-Justice.

Al ruido que hicimos al entrar, el infeliz se levantó sobresaltado.

Yo le hice una seña con disimulo, recomendándole el silencio, y él merespondió con otra, indicando que había comprendido.

Por lo demás, ya había adivinado que iban a darle un compañero, pues unahora antes habían traído a su calabozo un catre y un colchón, con losdemás aprestos de una cama.

Bien pronto nos encontramos solos.

—¿Y bien? le dije, ya lo veis; he cumplido mi palabra y tenemos toda lanoche por nuestra.

—Ya sé que podéis hacer cuanto queréis, me respondió con cándidaadmiración.

—Ahora, le dije, estoy, dispuesto a oír vuestra historia.

Como debes comprender muy bien, no dormimos en toda la noche.

Al día siguiente, al amanecer, vino el carcelero a buscarme.

—Sir Roberto os espera, me dijo.

Y yo le seguí, después de despedirme afectuosamente de mi compañero.

—Pero, ¿y esa historia que os había contado, capitán?

interrumpióMilon.

—La sabrás dentro de poco. Hablemos primero del gobernador.

Y Rocambole, después de un momento de silencio, continuó:

—Como te decía pues, me condujeron al gabinete de sir Roberto.

Yo estaba pálido y fatigado, como un hombre que ha pasado la noche envela.

—¿Y bien? me dijo el gobernador muy alegre, ¿qué opináis ahora de lahorca?..... ¿La miráis siempre con la misma indiferencia?

—¡Bah! respondí, no me inspira el menor temor.

—¿Es posible?

—Podéis creerme.

—Sin embargo, ya habéis visto lo que sufre el que está condenado aella..... Conque, vamos, ¿estáis decidido a hablar?

—Todavía no.

Sir Roberto se mordió los labios, pero no se manifestó irritado.

—¡Oh! yo os convertiré, dijo, ya lo veréis.....

—¿Pretendéis acaso encerrarme de nuevo con el condenado a muerte?

—No; algo mejor que eso.

—¡Bah! ¿qué pensáis hacer?

—Os haré presenciar su suplicio.

Y como yo le mirase con admiración:

—Hace un mes, dijo, eso hubiera sido difícil, sino imposible.

—¡Ah!

—Pero hoy se hacen las ejecuciones en el interior de la prisión.

—¿Y vais a darme palco en el espectáculo?

—Precisamente.

Rocambole iba a continuar su relato, cuando Milon lo interrumpióbruscamente.

—¡Capitán!... ¡Capitán! murmuró con acento de terror.

—¿Qu?