—¡Oh!—dijo Meñique;—mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es lacascada!
—Dime ahora—preguntó la princesa, ya con mucho miedo:—
¿quién es elque anda todos los días el mismo camino y nunca se vuelve atrás?
—¡Oh!—dijo Meñique;—mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es el sol!
—El sol es dijo la princesa, blanca de rabia.—Ya no queda más que unenigma. ¿En qué piensas tú y no pienso yo? ¿qué es lo que yo pienso, ytú no piensas? ¿qué es lo que no pensamos ni tú ni yo?
Meñique bajó la cabeza como el que duda, y se le veía en la cara elmiedo de perder.
—Amo—dijo el gigante;—si no adivinas el enigma, no te calientes lasentendederas. Hazme una seña, y cargo con la princesa.
—Cállate, criado dijo Meñique;—bien sabes tú que la fuerza no sirvepara todo. Déjame pensar.
—Princesa y dueña mía—dijo Meñique, después de unos instantes en quese oía correr la luz.—Apenas me atrevo a descifrar tu enigma, aunqueveo en él mi felicidad. Yo pienso en que entiendo lo que me quieresdecir, y tú piensas en que yo no lo entiendo. Tú piensas, como nobleprincesa que eres, en que este criado tuyo no es indigno de ser tumarido, y yo no pienso que haya logrado merecerte. Y en lo que ni yo nitú pensamos es en que el rey tu padre y este gigante infeliz tienen tanpobres...
—Cállate—dijo la princesa;—aquí está mi mano de esposa, marquésMeñique.
—¿Qué es eso que piensas de mí, que lo quiero saber?—
preguntó el rey.
—Padre y señor—dijo la princesa, echándose en sus brazos;—
que eres elmás sabio de los reyes, y el mejor de los hombres.
—Ya lo sé, ya lo sé—dijo el rey;—y ahora, déjenme hacer algo por elbien de mi pueblo. ¡Meñique, te hago duque!
—¡Viva mi amo y señor, el duque Meñique!—gritó el gigante, con una vozque puso azules de miedo a los cortesanos, quebró el estuco del techo, ehizo saltar los vidrios de las seis ventanas.
—VII—
En el casamiento de la princesa con Meñique no hubo mucho de particular,porque de los casamientos no se puede decir al principio, sino luego,cuando empiezan las penas de la vida, y se ve si los casados se ayudan yquieren bien, o si son egoístas y cobardes. Pero el que cuenta el cuentotiene que decir que el gigante estaba tan alegre con el matrimonio de suamo que les iba poniendo su sombrero de tres picos a todos los árbolesque encontraba, y cuando salió el carruaje de los novios, que era denácar puro, con cuatro caballos mansos como palomas, se echó el carruajea la cabeza, con caballos y todo, y salió corriendo y dando vivas, hastaque los dejó a la puerta del palacio, como deja una madre a su niño enla cuna. Esto se debe decir, porque no es cosa que se ve todos los días.
Por la noche hubo discursos, y poetas que les dijeron versos de bodas alos novios, y lucecitas de color en el jardín, y fuegos artificialespara los criados del rey, y muchas guirnaldas y ramos de flores. Todoscantaban y hablaban, comían dulces, bebían refrescos olorosos, bailabancon mucha elegancia y honestidad al compás de una música de violines,con los violinistas vestidos de seda azul, y su ramito de violeta en elojal de la casaca. Pero en un rincón había uno que no hablaba nicantaba, y era Pablo, el envidioso, el paliducho, el desorejado, que nopodía ver a su hermano feliz, y se fue al bosque para no oír ni ver, yen el bosque murió, porque los osos se lo comieron en la noche oscura.
Meñique era tan chiquitín que los cortesanos no supieron al principio sidebían tratarlo con respeto o verlo como cosa de risa; pero con subondad y cortesía se ganó el cariño de su mujer y de la corte entera, ycuando murió el rey, entró a mandar, y estuvo de rey cincuenta y dosaños. Y dicen que mandó tan bien que sus vasallos nunca quisieron másrey que Meñique, que no tenía gusto sino cuando veía a su pueblocontento, y no les quitaba a los pobres el dinero de su trabajo paradárselo, como otros reyes, a sus amigos holgazanes, o a los matachinesque lo defienden de los reyes vecinos. Cuentan de veras que no hubo reytan bueno como Meñique.
Pero no hay que decir que Meñique era bueno. Bueno tenía que ser unhombre de ingenio tan grande; porque el que es estúpido no es bueno, yel que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón; elque tiene buen corazón, ése es el que tiene talento. Todos los pícarosson tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Y el que saque deeste cuento otra lección mejor, vaya a contarlo en Roma.
Fábula nueva del filósofo norteamericano Emerson La montaña y la ardilla
Tuvieron su querella:
—«¡Váyase usted allá, presumidilla!»
Dijo con furia aquélla;
A lo que respondió la astuta ardilla:
—«Sí que es muy grande usted, muy grande y bella; Mas de todas las cosas y estaciones
Hay que poner en junto las porciones,
Para formar, señora vocinglera,
Un año y una esfera.
Yo no sé que me ponga nadie tilde
Por ocupar un puesto tan humilde.
Si no soy yo tamaña
Como usted, mi señora la montaña,
Usted no es tan pequeña
Como yo, ni a gimnástica me enseña.
Yo negar no imagino
Que es para las ardillas buen camino
Su magnífica falda:
Difieren los talentos a las veces:
Ni yo llevo los bosques a la espalda,
Ni usted puede, señora, cascar nueces.»
Hace dos mil quinientos años era ya famoso en Grecia el poema de laIlíada. Unos dicen que lo compuso Homero, el poeta ciego de la barba derizos, que andaba de pueblo en pueblo cantando sus versos al compás dela lira, como hacían los aedas de entonces. Otros dicen que no huboHomero, sino que el poema lo fueron componiendo diferentes cantores.Pero no parece que pueda haber trabajo de muchos en un poema donde nocambia el modo de hablar, ni el de pensar, ni el de hacer los versos, ydonde desde el principio hasta el fin se ve tan claro el carácter decada persona que puede decirse quién es por lo que dice o hace, sinnecesidad de verle el nombre. Ni es fácil que un mismo pueblo tengamuchos poetas que compongan los versos con tanto sentido y música comolos de la Ilíada, sin palabras que falten o sobren; ni que todos losdiferentes cantores tuvieran el juicio y grandeza de los cantos deHomero, donde parece que es un padre el que habla.
En la Ilíada no se cuenta toda la guerra de treinta años de Greciacontra Ilión, que era como le decían entonces a Troya; sino lo que pasóen la guerra cuando los griegos estaban todavía en la llanura asaltandoa la ciudad amurallada, y se pelearon por celos los dos griegos famosos,Agamenón y Aquiles. A Agamenón le llamaban el Rey de los Hombres, y eracomo un rey mayor, que tenía más mando y poder que todos los demás quevinieron de Grecia a pelear contra Troya, cuando el hijo del reytroyano, del viejo Príamo, le robó la mujer a Menelao, que estaba de reyen uno de los pueblos de Grecia, y era hermano de Agamenón. Aquiles erael más valiente de todos los reyes griegos, y hombre amable y culto, quecantaba en la lira las historias de los héroes, y se hacía querer de lasmismas esclavas que le tocaban de botín cuando se repartían losprisioneros después de sus victorias. Por una prisionera fue la disputade los reyes,
porque
Agamenón
se
resistía
a
devolver
al
sacerdotetroyano Crises su hija Criseis, como decía el sacerdote griego Calcasque se debía devolver, para que se calmase en el Olimpo, que era elcielo de entonces, la furia de Apolo, el dios del Sol, que estabaenojado con los griegos porque Agamenón tenía cautiva a la hija de unsacerdote: y Aquiles, que no le tenía miedo a Agamenón, se levantó entretodos los demás, y dijo que se debía hacer lo que Calcas quería, paraque se acabase la peste de calor que estaba matando en montones a losgriegos, y era tanta que no se veía el cielo nunca claro, por el humo delas piras en que quemaban los cadáveres. Agamenón dijo que devolvería aCriseis, si Aquiles le daba a Briseis, la cautiva que él tenía en sutienda. Y Aquiles le dijo a Agamenón «borracho de ojos de perro ycorazón de venado», y sacó la espada de puño de plata para matarlodelante de los reyes; pero la diosa Minerva, que estaba invisible a sulado, le sujetó la mano, cuando tenía la espada a medio sacar. Y Aquilesechó al suelo su cetro de oro, y se sentó, y dijo que no pelearía más afavor de los griegos con sus bravos mirmidones, y que se iba a sutienda.
Así empezó la cólera de Aquiles, que es lo que cuenta la Ilíada, desdeque se enojó en esa disputa, hasta que el corazón se le enfureció cuandolos troyanos le mataron a su amigo Patroc quemándoles los barcos a los griegos y lostenía casi vencidos.
No más que con dar Aquiles una voz desde el muro,se echaba atrás el ejército de Troya, como la ola cuando la empuja unacorriente contraria de viento, y les temblaban las rodillas a loscaballos troyanos. El poema entero está escrito para contar lo quesucedió a los griegos desde que Aquiles se dio por ofendido:—la disputade los reyes,—el consejo de los dioses del Olimpo, en que deciden losdioses que los troyanos venzan a los griegos, en castigo de la ofensa deAgamenón a Aquiles,—el combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao,el esposo de Helena,—la tregua que hubo entre los dos ejércitos, y elmodo con que el arquero troyano Pandaro la rompió con su flechazo aMenelao,—la batalla del primer día, en que el valentísimo Diomedes tuvocasi muerto a Eneas de una pedrada,—la visita de Héctor, el héroe deTroya a su esposa Andrómaca, que lo veía pelear desde el muro,—labatalla del segundo día, en que Diomedes huye en su carro de pelear,perseguido por Héctor vencedor,—la embajada que le mandan los griegos aAquiles, para que vuelva a ayudarlos en los combates, porque desde queél no pelea están ganando los troyanos,—la batalla de los barcos, enque ni el mismo Ajax puede defender las naves griegas del asalto, hastaque Aquiles consiente en que Patroclo pelee con su armadura,—la muertede Patroclo,—la vuelta de Aquiles al combate, con la armadura nueva quele hizo el dios Vulcano,—el desafío de Aquiles y Héctor,—la muerte deHéctor,—y las súplicas con que su padre Príamo logra que Aquiles ledevuelva el cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, yguardar los huesos blancos en una caja de oro.
Así se enojó Aquiles, yésos fueron los sucesos de la guerra, hasta que se le acabó el enojo.
A Aquiles no lo pinta el poema como hijo de hombre, sino de la diosa delmar, de la diosa Tetis. Y eso no es muy extraño, porque todavía hoydicen los reyes que el derecho de mandar en los pueblos les viene deDios, que es lo que llaman «el derecho divino de los reyes», y no es másque una idea vieja de aquellos tiempos de pelea, en que los puebloseran nuevos y no sabían vivir en paz, como viven en el cielo lasestrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada una brillaaunque tenga al lado otra. Los griegos creían, como los hebreos, y comootros muchos pueblos, que ellos eran la nación favorecida por el creadordel mundo, y los únicos hijos del cielo en la tierra. Y como los hombresson soberbios, y no quieren confesar que otro hombre sea más fuerte omás inteligente que ellos, cuando había un hombre fuerte o inteligenteque se hacía rey por su poder, decían que era hijo de los dioses. Y losreyes se alegraban de que los pueblos creyesen esto; y los sacerdotesdecían que era verdad, para que los reyes les estuvieran agradecidos ylos ayudaran. Y
así mandaban juntos los sacerdotes y los reyes.
Cada rey tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o sobrino, onieto de un dios, que bajaba del cielo a protegerlo o a castigarlo,según le llevara a los sacerdotes de su templo muchos regalos o pocos; yel sacerdote decía que el dios estaba enojado cuando el regalo erapobre, o que estaba contento, cuando le habían regalado mucha miel ymuchas ovejas. Así se ve en la Ilíada, que hay como dos historias enel poema, una en la tierra, y en el cielo otra; y que los dioses delcielo son como una familia, sólo que no hablan como personas biencriadas, sino que se pelean y se dicen injurias, lo mismo que loshombres en el mundo. Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sinsaber qué hacer; porque su hijo Apolo quería proteger a los troyanos, ysu mujer Juno a los griegos, lo mismo que su otra hija Minerva; y habíaen las comidas del cielo grandísimas peleas, y Júpiter le decía a Junoque lo iba a pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo,el sabio del Olimpo, se reía de los chistes y maldades de Apolo, el depelo colorado, que era el dios travieso.
Y los dioses subían y bajaban,a llevar y traer a Júpiter los recados de los troyanos y los griegos; opeleaban sin que se les viera en los carros de sus héroes favorecidos; ose llevaban en brazos por las nubes a su héroe para que no lo acabase dematar el vencedor, con la ayuda del dios contrario. Minerva toma lafigura del viejo Néstor, que hablaba dulce como la miel, y aconseja aAgamenón que ataque a Troya. Venus desata el casco de Paris cuando elenemigo Menelao lo va arrastrando del casco por la tierra: y se lleva aParis por el aire. Venus también se lleva a Eneas, vencido por Diomedes,en sus brazos blancos. En una escaramuza va Minerva guiando el carro depelear del griego, y Apolo viene contra ella, guiando el carro troyano.Otra vez, cuando por engaño de Minerva dispara Pandaro su arco contraMenelao, la flecha terrible le entró poco a Menelao en la carne, porqueMinerva la apartó al caer, como cuando una madre le espanta a su hijo dela cara una mosca. En la Ilíada están juntos siempre los dioses y loshombres, como padres e hijos. Y
en el cielo suceden las cosas lo mismoque en la tierra; como que son los hombres los que inventan los dioses asu semejanza, y cada pueblo imagina un cielo diferente, con divinidadesque viven y piensan lo mismo que el pueblo que las ha creado y las adoraen los templos: porque el hombre se ve pequeño ante la naturaleza que locrea y lo mata, y siente la necesidad de creer en algo poderoso, y derogarle, para que lo trate bien en el mundo, y para que no le quite lavida. El cielo de los griegos era tan parecido a Grecia, que Júpitermismo es como un rey de reyes, y una especie de Agamenón, que puede másque los otros, pero no hace todo lo que quiere, sino ha de oírlos ycontentarlos, como tuvo que hacer Agamenón con Aquiles. En la Ilíada,aunque no lo parece, hay mucha filosofía, y mucha ciencia, y muchapolítica, y se enseña a los hombres, como sin querer, que los dioses noson en realidad más que poesías de la imaginación, y que los países nose pueden gobernar por el capricho de un tirano, sino por el acuerdo yrespeto de los hombres principales que el pueblo escoge para explicar elmodo con que quiere que lo gobiernen.
Pero lo hermoso de la Ilíada es aquella manera con que pinta el mundo,como si lo viera el hombre por primera vez, y corriese de un lado paraotro llorando de amor, con los brazos levantados, preguntándole al cieloquién puede tanto, y dónde está el creador, y cómo compuso y mantuvotantas maravillas. Y otra hermosura de la Ilíada es el modo de decir lascosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque lessuenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando Júpiterconsintió en que los griegos perdieran algunas batallas, hasta que searrepintiesen de la ofensa que le habían hecho a Aquiles, y «cuando dijoque sí, tembló el Olimpo». No busca Homero las comparaciones en lascosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que élcuenta no se olvida, porque es como si se lo hubiera tenido delante delos ojos. Aquellos eran tiempos de pelear, en que cada hombre iba desoldado a defender a su país, o salía por ambición o por celos a atacara los vecinos; y como no había libros entonces, ni teatros, la diversiónera oír al aeda que cantaba en la lira las peleas de los dioses y lasbatallas de los hombres; y el aeda tenía que hacer reír con las maldadesde Apolo y Vulcano, para que no se le cansase la gente del canto serio;y les hablaba de lo que la gente oía con interés, que eran las historiasde los héroes y las relaciones de las batallas, en que el aeda decíacosas de médico y de político, para que el pueblo hallase gusto yprovecho en oírlo, y diera buena paga y fama al cantor que le enseñabaen sus versos el modo de gobernarse y de curarse. Otra cosa que entrelos griegos gustaba mucho era la oratoria, y se tenía como hijo de undios al que hablaba bien, o hacía llorar o entender a los hombres. Poreso hay en la Ilíada tantas descripciones de combates, y tantas curasde heridas, y tantas arengas.
Todo lo que se sabe de los primeros tiempos de los griegos, está en la Ilíada. Llamaban rapsodas en Grecia a los cantores que iban de puebloen pueblo, cantando la Ilíada y la Odisea, que es otro poema dondeHomero cuenta la vuelta de Ulises. Y más poemas parece que compusoHomero, pero otros dicen que ésos no son suyos, aunque el griegoHerodoto, que recogió todas las historias de su tiempo, trae noticias deellos, y muchos versos sueltos, en la vida de Homero que escribió, quees la mejor de las ocho que hay escritas, sin que se sepa de cierto siHerodoto la escribió de veras, o si no la contó muy de prisa y sinpensar, como solía él escribir.
Se siente uno como gigante, o como si estuviera en la cumbre de unmonte, con el mar sin fin a los pies, cuando lee aquellos versos de la Ilíada, que parecen de letras de piedra. En inglés hay muy buenastraducciones, y el que sepa inglés debe leer la Ilíada de Chapman, ola de Dodsley, o la de Landor, que tienen más de Homero que la de Pope,que es la más elegante. El que sepa alemán, lea la de Wolff, que es comoleer el griego mismo. El que no sepa francés, apréndalo enseguida, paraque goce de toda la hermosura de aquellos tiempos en la traducción deLeconte de Lisle, que hace los versos a la antigua, como si fueran demármol. En castellano, mejor es no leer la traducción que hay, que es deHermosilla; porque las palabras de la Ilíada están allí, pero no elfuego, el movimiento, la majestad, la divinidad a veces, del poema enque parece que se ve amanecer el mundo,—
en que los hombres caen comolos robles o como los pinos,—en que el guerrero Ajax defiende alanzazos su barco de los troyanos más valientes,—en que Héctor de unapedrada echa abajo la puerta de una fortaleza, en que los dos caballosinmortales, Xantos y Balios, lloran de dolor cuando ven muerto a su amoPatroclo,—y las diosas amigas, Juno y Minerva, vienen del cielo en uncarro que de cada vuelta de rueda atraviesa tanto espacio como el que unhombre sentado en un monte ve, desde su silla de roca, hasta donde elciclo se junta con el mar.
Cada cuadro de la Ilíada es una escena como ésas. Cuando los reyesmiedosos dejan solo a Aquiles en su disputa con Agamenón, Aquiles va allorar a la orilla del mar, donde están desde hace diez años los barcosde los cien mil griegos que atacan a Troya: y la diosa Tetis sale aoírlo, como una bruma que se va levantando de las olas. Tetis sube alcielo, y Júpiter le promete, aunque se enoje Juno, que los troyanosvencerán a los griegos hasta que los reyes se arrepientan de la ofensa aAquiles.
Grandes guerreros hay entre los griegos: Ulises, que era tanalto que andaba entre los demás hombres como un macho entre el rebaño decarneros; Ajax, con el escudo de ocho capas, siete de cuero y una debronce; Diomedes, que entra en la pelea resplandeciente, devastando comoun león hambriento en un rebaño:—pero mientras Aquiles esté ofendido,los vencedores serán los guerreros de Troya: Héctor, el hijo de Príamo;Eneas, el hijo de la diosa Venus; Sarpedón, el más valiente de los reyesque vino a ayudar a Troya, el que subió al cielo en brazos del Sueño yde la Muerte, a que lo besase en la frente su padre Júpiter, cuando lomató Patroclo de un lanzazo. Los dos ejércitos se acercan a pelear: losgriegos, callados, escudo contra escudo; los troyanos dando voces, comoovejas que vienen balando por sus cabritos. Paris desafía a Menelao, yluego se vuelve atrás; pero la misma hermosísima Helena le llamacobarde, y Paris, el príncipe bello que enamora a las mujeres, consienteen pelear, carro a carro, contra Menelao, con lanza, espada y escudo:vienen los heraldos, y echan suertes con dos piedras en un casco, paraver quién disparará primero su lanza. Paris tira el primero, peroMenelao se lo lleva arrastrando, cuando Venus le desata el casco de labarba, y desaparece con Paris en las nubes.
Luego es la tregua; hastaque Minerva, vestida como el hijo del troyano Antenor, le aconseja conalevosía a Pandaro que dispare la flecha contra Menelao, la flecha delarco enorme de dos cuernos y la juntura de oro, para que los troyanosqueden ante el mundo por traidores, y sea más fácil la victoria de losgriegos, los protegidos de Minerva. Dispara Pandaro la flecha: Agamenónva de tienda en tienda levantando a los reyes: entonces es la gran peleaen que Diomedes hiere al mismo dios Marte, que sube al cielo con gritosterribles en una nube de trueno, como cuando sopla el viento del sur;entonces es la hermosa entrevista de Héctor y Andrómaca, cuando el niñono quiere abrazar a Héctor porque le tiene miedo al casco de plumas, yluego juega con el casco, mientras Héctor le dice a Andrómaca que cuidede las cosas de la casa, cuando él vuelva a pelear. Al otro día Héctor yAjax pelean como jabalíes salvajes hasta que el cielo se oscurece:pelean con piedras cuando ya no tienen lanza ni espada: los heraldos losvienen a separar, y Héctor le regala su espada de puño fino a Ajax, yAjax le regala a Héctor un cinturón de púrpura.
Esa noche hay banquete entre los griegos, con vinos de miel y bueyesasados; y Diomedes y Ulises entran solos en el campo enemigo a espiar loque prepara Troya, y vuelven, manchados de sangre, con los caballos y elcarro del rey tracio. Al amanecer, la batalla es en el murallón que hanlevantado los griegos en la playa frente a sus buques. Los troyanos hanvencido a los griegos en el llano. Ha habido cien batallas sobre loscuerpos de los héroes muertos. Ulises defiende el cuerpo de Diomedes consu escudo, y los troyanos le caen encima como los perros al jabalí.Desde los muros disparan sus lanzas los reyes griegos contra Héctorvictorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos, los de Troya ylos de Grecia, como los pinos a los hachazos del leñador. Héctor va deuna puerta a otra, como león que tiene hambre. Levanta una piedra depunta que dos hombres no podían levantar, echa abajo la puerta mayor, ycorre por sobre los muertos a asaltar los barcos. Cada troyano lleva unaantorcha, para incendiar las naves griegas: Ajax, cansado de matar, yano puede resistir el ataque en la proa de su barco, y dispara de atrás,de la borda: ya el cielo se enrojece con el resplandor de las llamas. YAquiles no ayuda todavía a los griegos: no atiende a lo que le dicen losembajadores de Agamenón: no embraza el escudo de oro, no se cuelga delhombro la espada, no salta con los pies ligeros en el carro, no empuñala lanza que ningún hombre podía levantar, la lanza Pelea. Pero le ruegasu amigo Patroclo, y consiente en vestirlo con su armadura, y dejarlo ira pelear. A la vista de las armas de Aquilea, a la vista de losmirmidones, que entran en la batalla apretados como las piedras de unmuro, se echan atrás los troyanos miedosos.
Patroclo se mete entreellos, y les mata nueve héroes de cada vuelta del carro. El granSarpedón le sale al camino, y con la lanza le atraviesa Patroclo lassienes. Pero olvidó Patroclo el encargo de Aquiles, de que no se llegasemuy cerca de los muros. Apolo invencible lo espera al pie de los muros,se le sube al carro, lo aturde de un golpe en la cabeza, echa al sueloel casco de Aquiles, que no había tocado el suelo jamás, le rompe lalanza a Patroclo, y le abre el coselete, para que lo hiera Héctor.
CayóPatroclo, y los caballos divinos lloraron. Cuando Aquiles vio muerto asu amigo, se echó por la tierra, se llenó de arena la cabeza y elrostro, se mesaba a grandes gritos la melena amarilla.
Y cuando letrajeron a Patroclo en un ataúd, lloró Aquiles. Subió al cielo su madre,para que Vulcano le hiciera un escudo nuevo, con el dibujo de la tierray el cielo, y el mar y el sol, y la luna y todos los astros, y unaciudad en paz y otra en guerra, y un viñedo cuando están recogiendo lauva madura, y un niño cantando en una arpa, y una boyada que va a arar,y danzas y músicas de pastores, y alrededor, como un río, el mar: y lehizo un coselete que lucía como el fuego, y un casco con la visera deoro. Cuando salió al muro a dar las tres voces, los troyanos se echaronen tres oleadas contra la ciudad, los caballos rompían con las ancas elcarro espantados, y morían hombres y brutos en la confusión, no más quede ver sobre el muro a Aquiles, con una llama sobre la cabeza queresplandecía como el sol de otoño. Ya Agamenón se ha arrepentido, ya elconsejo de reyes le han devuelto a Briseis, que llora al ver muerto aPatroclo, porque fue amable y bueno.
Al otro día, al salir el sol, la gente de Troya, como langostas queescapan del incendio, entra aterrada en el río, huyendo de Aquiles, quemata lo mismo que siega la hoz, y de una vuelta del carro se lleva adoce cautivos. Tropieza con Héctor; pero no pueden pelear, porque losdioses les echan de lado las lanzas. En el río era Aquiles como un grandelfín, y los troyanos se despedazaban al huirle, como los peces. De losmuros le ruega a Héctor su padre viejo que no pelee con Aquiles: se loruega su madre. Aquiles llega: Héctor huye: tres veces le dan vuelta aTroya en los carros. Todo Troya está en los muros, el padre mesándosecon las dos manos la barba; la madre con los brazos tendidos, llorando ysuplicando. Se para Héctor, y le habla a Aquiles antes de pelear, paraque no se lleve su cuerpo muerto si lo vence. Aquiles quiere el cuerpode Héctor, para quemarlo en los funerales de su amigo Patroclo. Pelean.Minerva está con Aquiles: le dirige los golpes: le trae la lanza, sinque nadie la vea: Héctor, sin lanza ya, arremete contra Aquiles comoáguila que baja del cielo, con las garras tendidas, sobre un cadáver:Aquiles le va encima, con la cabeza baja, y la lanza Pelea brillándoleen la mano como la estrella de la tarde. Por el cuello le mete la lanzaa Héctor, que cae muerto, pidiendo a Aquiles que dé su cadáver a Troya.Desde los muros han visto la pelea el padre y la madre. Los griegosvienen sobre el muerto, y lo lancean, y lo vuelven con los pies de unlado a otro, y se burlan. Aquiles manda que le agujereen los tobillos, ymetan por los agujeros dos tiras de cuero: y se lo lleva en el carro,arrastrando.
Y entonces levantaron con leños una gran pira para quemar el cuerpo dePatroclo. A Patroclo lo llevaron a la pira en procesión, y cada guerrerose cortó un guedejo de sus cabellos, y lo puso sobre el cadáver; ymataron en sacrificio cuatro caballos de guerra y dos perros; y Aquilesmató con su mano los doce prisioneros y los echó a la pira: y el cadáverde Héctor lo dejaron a un lado, como un perro muerto: y quemaron aPatroclo, enfriaron con vino las cenizas, y las pusieron en una urna deoro.
Sobre la urna echaron tierra, hasta que fue como un monte.
YAquiles amarraba cada mañana por los pies a su carro a Héctor, y le dabavuelta al monte tres veces. Pero a Héctor no se le lastimaba el cuerpo,ni se le acababa la hermosura, porque desde el Olimpo cuidaban de élVenus y Apolo.
Y entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días: primerouna carrera con los carros de pelear, que ganó Diomedes; luego una peleaa puñetazos entre dos, hasta que quedó uno como muerto; después unalucha a cuerpo desnudo, de Ulises con Ajax; y