De diez años andaba Metastasio improvisando por las calles de Roma; yGoldoni, que era muy revoltoso, compuso a los ocho su primera comedia.Muchas veces se escapó Goldoni de la escuela para irse detrás de loscómicos ambulantes. Su familia logró que estudiase leyes, y en pocosaños ganó fama de excelente abogado, pero la vocación natural pudo másen él, y dejó la curia para hacerse el poeta famoso de los comediantes.
Alfieri demostró cualidades extraordinarias desde la juventud.
De niñoera muy endeble, como muchos poetas precoces, y en extremo meditabundo ysensible. A los ocho años se quiso envenenar, en un arrebato detristeza, con unas yerbas que le parecían de cicuta; pero las yerbassólo le sirvieron de purgante.
Lo encerraron en su cuarto y lo hicieronir a la iglesia en penitencia, con su gorro de dormir. Cuando vio el marpor primera vez, tuvo deseos misteriosos, y conoció que era poeta.
Suspadres ricos no se habían cuidado de educarlo bien, y no pudo poner enpalabras las ideas que le hervían en la mente.
Estudió, viajó, vivió sinorden, se enamoró con frenesí. Su amada no lo quiso y él resolvió morir,pero un criado le salvó la vida. Se curó, se volvió a enamorar, volvióla novia a desdeñarlo, se encerró en su cuarto, se cortó el pelo de raízy en su soledad forzosa empezó a escribir versos. Tenía veintiséis añoscuando se representó su tragedia Cleopatra: en siete años compusocatorce tragedias.
Cervantes empezó a escribir en verso, y no tenía todo el bigote cuandoya había escrito sus pastorales y canciones a la moda italiana. Wieland,el poeta alemán, leía de corrido a los tres años, a los siete traducíadel latín a Cornelio Nepote, y a los dieciséis escribió su primer poemadidáctico de El Mundo Perfecto.
Klopstock, que desde niño fueimpetuoso y apasionado, comenzó a escribir su poema de la Mesíada alos veinte años.
Schiller nació con la pasión por la poesía. Cuentan que un día detempestad lo encontraron encaramado en un árbol adonde se había subido«para ver de dónde venia el rayo, ¡porque era tan hermoso!» Schillerleyó la Mesíada a los catorce años, y se puso a componer un poemasacro sobre Moisés. De Goethe se dice que antes de cumplir los ocho añosescribía en alemán, en francés, en italiano, en latín y en griego, ypensaba tanto en las cosas de la religión que imaginó un gran «Dios dela naturaleza», y le encendía hogares en señal de adoración. Con elmismo afán estudiaba la música y el dibujo, y toda especie de ciencias.El bravo poeta Koerner murió a los veinte años como quería él morir,defendiendo a su patria. Era enfermizo de niño, pero nada contuvo suamor por las ideas nobles que se celebran en los versos. Dos horas antesde morir escribió El Canto de la Espada.
Tomás Moore, el poeta de las Melodías Irlandesas, dice que casi todaslas comedias buenas y muchas de las tragedias famosas han sido obras dela juventud. Lope de Vega y Calderón, que son los que más han escritopara el teatro, empezaron muy temprano, uno a los doce años y otro a lostrece.
Lope cambiaba sus versos con sus condiscípulos por juguetes yláminas, y a los doce años ya había compuesto dramas y comedias. A losdieciocho publicó su poema de la Arcadia, con pastores por héroes. Alos veintiséis iba en un barco de la armada española, cuando el asalto aInglaterra, y en el viaje escribió varios poemas. Pero los centenares decomedias que lo han hecho célebre los escribió después de su vuelta aEspaña, siendo ya
sacerdote.
Calderón
no
escribió
menos
de
cuatrocientosdramas. A los trece años compuso su primera obra El Carro del Cielo. Alos cincuenta se hizo sacerdote, como Lope, y ya no escribió más quepiezas sagradas.
Estos poetas españoles escribieron sus obras principales antes de llegara los años de la madurez. Entre los poetas de las tierras del Norte lainteligencia anda mucho más despacio. Molière tuvo que educarse por símismo; pero a los treinta y un años ya había escrito El Atolondrado.Voltaire a los doce escribía sátiras contra los padres jesuitas delcolegio en que se estaba educando: su padre quería que estudiase leyes,y se desesperó cuando supo que el hijo andaba recitando versos entre lagente alegre de París: a los veinte años estaba Voltaire preso en laBastilla por sus versos burlescos contra el rey vicioso que gobernaba enFrancia: en la prisión corrigió su tragedia de Edipo, y comenzó supoema la Henriada.
El alemán Kotzebue fue otro genio dramático precoz. A los siete añosescribió una comedia en verso, de una página. Entraba como podía en elteatro de Weimar, y cuando no tenía con qué pagar se escondía detrás delbombo hasta que empezaba la representación. Su mayor gusto era andar conteatros de juguete y mover a los muñecos en la escena. A los dieciochoaños se representó su primera tragedia en un teatro de amigos.
Víctor Hugo no tenía más que quince años cuando escribió su tragedia Irtamene. Ganó tres premios seguidos en los juegos florales; a losveinte escribió Bug Jargal, y un año después su novela Han deIslandia, y sus primeras Odas y Baladas. Casi todos los poetasfranceses de su tiempo eran muy jóvenes. «En Francia», decía en burla elcrítico Moreau, «ya no hay quien respete a un escritor si tiene más dedieciocho años.»
El inglés Congreve escribió a los diecinueve su novela Incógnita, ytodas sus comedias antes de los veinticinco. A Sheridan lo llamaba sumaestro «burro incorregible»; pero a los veintiséis años había escritosu Escuela del Escándalo. Entre los poetas ingleses de la antigüedadhubo muy pocos precoces. Se sabe poco de Chaucer, Shakespeare y Spencer.El mismo Shakespeare llama «primogénito de su invención»al poema Venusy Adonis, que compuso a los veintiocho años. Milton tendría veintiséisaños cuando escribió su Comus. Pero Cowley escribía versos mitológicosa los doce años. Pope «empezó a hablar en versos»: su salud era mísera ysu cuerpo deforme, pero por más que le doliera la cabeza, los versos lesalían muchos y buenos. El que había de idear La Borricada volvió undía a su casa echado de la escuela por una sátira que escribió contra elmaestro. Samuel Johnson dice que Pope escribió su oda a La Soledad alos doce años, y sus Pastorales a los dieciséis: de los veinticinco alos treinta, tradujo la Ilíada. El infeliz Chatterton logró engañarcon una maravillosa falsificación literaria a los eruditos más famososde su tiempo: rebosan genio la oda de Chatterton a la Libertad y su Canto del Bardo. Pero era fiero y arrogante, de carácter descompuesto ydefectuoso, y rebelde contra las leyes de la vida. Murió antes de habercomenzado a vivir.
Robert Burns, el poeta escocés, escribía ya a los dieciséis años susencantadoras canciones montañesas. El irlandés Moore componía a lostrece, versos buenos a su Celia famosa. Y a los catorce había empezado atraducir del griego a Anacreonte. En su casa no sabían qué significabanaquellas ninfas, aquellos placeres alados, y aquellas canciones al vino.Moore se libró pronto de estos modelos peligrosos, y alcanzó fama mejorcon los versos ricos de su Lalla Rookh y la prosa ejemplar de su Vidade Byron.
Keats, el más grande de los poetas jóvenes de Inglaterra, murió a losveinticuatro años, ya célebre. Pero nadie hubiera podido decir en suniñez que había de ser ilustre por su genio poético aquel estudiantueloferoz que andaba siempre de peleas y puñetazos. Es verdad que leía sincesar; aunque no pareció revelársele la vocación hasta que leyó a losdieciséis años la Reina Encantada de Spencer: desde entonces sólovivió para los versos.
Shelley sí fue precocísimo. Cuando estudiaba en Eton, a los quince años,publicó una novela y dio un banquete a sus amigos con la ganancia de laventa. Era tan original y rebelde que todos le decían «el ateo Shelley»,o «el loco Shelley». A los dieciocho publicó su poema de la Reina Mab,a los diecinueve lo echaron del colegio por el atrevimiento con quedefendió sus doctrinas religiosas; a los treinta años murió ahogado, conun tomo de versos de Keats en el bolsillo. Maravillosa es la poesía deShelley por la música del verso, la elegancia de la construcción y laprofundidad de las ideas. Era un manojo de nervios siempre vibrantes, ytenía tales ilusiones y rarezas que sus condiscípulos lo tenían pordestornillado; pero su inteligencia fue vivísima y sutil, su cuerpofrágil se estremecía con las más delicadas emociones, y sus versos sonde incomparable hermosura.
Byron fue otro genio extraordinario y errante de la misma época deShelley y de Keats. Desde la escuela se le conoció el carácterturbulento y arrebatado. De los libros se cuidaba poco; pero antes delos ocho años ya sufría de penas de hombre. Tenía una pierna más cortaque la otra, aunque eso no le quitaba los bríos, y se hizo el dueño dela escuela a fuerza de puños, como Keats: él mismo cuenta que de sietebatallas perdía una. Cuando estaba en Cambridge de estudiante, tenía ensu casa un oso y varios perros de presa, y cada día contaban de él unahistoria escandalosa: aquél era sin embargo el niño sensible que a losdoce años había celebrado en versos sentidos a una prima suya. Leía conafán todos los libros de literatura, y a los dieciocho años publicó parasus amigos su primer libro de versos: Horas de Ocio. La Revista deEdimburgo habló del libro con desdén, y Byron contestó con su célebresátira sobre los Poetas Ingleses y los Críticos de Escocia. Cumplíalos veinticuatro cuando salió al público el primer canto de su poema Childe Harold. «A los veinticinco años», dice Macaulay,
«se vio Byronen la cima de la gloria literaria, con todos los ingleses famosos de laépoca a sus pies. Byron era ya más célebre que Scott, Wordsworth, ySouthey. Apenas hay ejemplo de un ascenso tan rápido a tan vertiginosaeminencia.» Murió a los treinta y siete años, edad fatal para tantoshombres de genio.
Coleridge, escribió a los veinticinco su himno del Amanecer, donde seven en unión completa la sublimidad y la energía.
Bulwer Lytton teníahecho a los quince su Ismael. A los diecisiete había publicado suprimer tomo la poetisa Barrett Browning, que desde los diez escribía enverso y prosa. Robert Browning, su marido, publicó el Paracelso a losveintitrés. A los veinte había escrito Tennyson algunas de las poesíasmelodiosas que han hecho ilustre su nombre. Se ve, pues, que en el fuegotumultuoso de la juventud han nacido muchas de las obras más nobles dela música, la pintura y la poesía. Suele el genio poético decaer con losaños, aunque Goethe dice que con la edad se va haciendo mejor el poeta.Es seguro que si no hubieran muerto tan temprano los poetas precoces,habrían imaginado después obras más perfectas que las de su juventud. Lafuerza del genio no se acaba con la juventud.
Pero las dotes especiales que hacen más tarde ilustres a los hombres serevelan casi siempre entre los diecisiete y veintitrés años. Puede irsedesarrollando poco a poco el talento poético; pero el que es poeta deveras, siempre lo mostrará de algún modo. Crabbe y Wordsworth, quedescubrieron el genio tarde, escribían versos desde la niñez. Crabbellenó de versos toda una gaveta, cuando estaba de aprendiz de cirujano;y Wordsworth, que era agrio y melancólico de niño, empezó a hacercuartetas heroicas a los catorce. Shelley dice de Wordsworth que «notenía más imaginación que un cacharro», lo que no quita que seaWordsworth un poeta inmortal. No fue precoz como Shelley; pero creciódespacio y con firmeza, como un roble, hasta que llegó a su majestuosaaltura.
Walter Scott tampoco fue precoz de niño. Su maestro dijo que no teníacabeza para el griego, y él mismo cuenta que fue de muchacho muytravieso y holgazán; pero gozaba de mucha salud, y era gran amigo de losjuegos de su edad. En lo primero en que se le vio el genio fue en sugusto por las baladas antiguas, y en su facilidad extraordinaria parainventar historias. Cuando su padre supo que había estado vagando por elpaís con su camarada Clark, metiéndose por todas partes, y posando enlas casas de los campesinos, le dijo:—«¡Dudo mucho, señor, de que sirvaUd. más que para cola de caballo!» De su facilidad para los cuentos, elmismo Scott dice que en las horas de ocio de los inviernos, cuando notenían modo de estar al aire libre, mantenía muchas horas maravilladoscon sus narraciones a sus compañeros de escuela, que se peleaban porsentarse cerca del que les decía aquellas historias lindas que noacababan nunca.
Dice Carlyle que en una clase de la escuela de gramática de Edimburgohabía dos muchachos: «John, siempre, hecho un brinquillo, correcto yducal; Walter, siempre desarreglado, borrico y tartamudo. Con el correrde los años, John llegó a ser el Regidor John, de un barrio infeliz, yWalter fue Sir Walter Scott, de todo el universo.» Dice Carlyle, conmucho seso, que la legumbre más precoz y completa es la col. A lostreinta años no se podía decir de seguro que Scott tuviera genio para laliteratura. A los treinta y uno publicó su primer tomo del Cancionerode Escocia, y no imprimió su novela Waverley hasta los cuarenta ytres, aunque la tenía escrita nueve años antes.
Hay un cuento muy lindo de una niña que estaba enamorada de la luna, yno la podían sacar al jardín cuando había luna en el cielo, porque letendía los bracitos como si la quisiera coger, y se desmayaba de ladesesperación porque la luna no venía; hasta que un día, de tantollorar, la niña se murió, en una noche de luna llena.
La Edad de Oro no se quiere morir, porque nadie debe morirse mientraspueda servir para algo, y la vida es como todas las cosas, que no debedeshacerlas sino el que puede volverlas a hacer. Es como robar, deshacerlo que no se puede volver a hacer. El que se mata, es un ladrón. Pero La Edad de Oro se parece a la niñita del cuento, porque siempre quiereescribir para sus amigos los niños más de lo que cabe en el papel, quees como querer coger la luna. ¿No les ofreció la Historia de laCuchara, el Tenedor y el Cuchillo para este número? Pues no cupo.
Niotras muchas cosas más que les tenía escritas. Así es la vida, que nocabe en ella todo el bien que pudiera uno hacer. Los niños debíanjuntarse una vez por lo menos a la semana, para ver a quien podíanhacerle algún bien, todos juntos.
Y ahora nos juntaremos, el hombre de La Edad de Oro y sus amiguitos, ytodos en coro, cogidos de la mano, les daremos gracias con el corazón,gracias como de hermano, a las hermosas señoras y nobles caballeros quehan tenido el cariño de decir que La Edad de Oro es buena.
Los pueblos todos del mundo se han juntado este verano de 1889 en París.Hasta hace cien años, los hombres vivían como esclavos de los reyes, queno los dejaban pensar, y les quitaban mucho de lo que ganaban en susoficios, para pagar tropas con que pelear con otros reyes, y vivir enpalacios de mármol y de oro, con criados vestidos de seda, y señoras ycaballeros de pluma blanca, mientras los caballeros de veras, los quetrabajaban en el campo y en la ciudad, no podían vestirse más que depana, ni ponerle pluma al sombrero: y si decían que no era justo que losholgazanes viviesen de lo que ganaban los trabajadores, si decían que unpaís entero no debía quedarse sin pan para que un hombre solo y susamigos tuvieran coches, y ropas de tisú y encaje, y cenas con quincevinos, el rey los mandaba apalear, o los encerraba vivos en la prisiónde la Bastilla, hasta que se morían, locos y mudos: y a uno le puso unamascara de hierro, y lo tuvo preso toda la vida, sin levantarle nunca lamáscara. En todos los pueblos vivían los hombres así, con el rey y losnobles como los amos, y la gente de trabajo como animales de carga, sinpoder hablar, ni pensar, ni creer, ni tener nada suyo, porque a sushijos se los quitaba el rey para soldados, y su dinero se lo quitaba elrey en contribuciones, y las tierras, se las daba todas a los nobles elrey. Francia fue el pueblo bravo, el pueblo que se levantó en defensa delos hombres, el pueblo que le quitó al rey el poder.
Eso era hace cien años, en 1789. Fue como si se acabase un mundo, yempezara otro. Los reyes todos se juntaron contra Francia. Los nobles deFrancia ayudaban a los reyes de afuera.
La gente de trabajo, sola contratodos, peleó contra todos, y contra los nobles, y los mató en la guerray con la cuchilla de la guillotina. Sangró Francia entonces, como cuandoabren un animal vivo y le arrancan las entrañas. Los hombres de trabajose enfurecieron, se acusaron unos a otros, y se gobernaron mal, porqueno estaban acostumbrados a gobernar. Vino a París un hombre atrevido yambicioso, vio que los franceses vivían sin unión, y cuando llegó deganarles todas las batallas a los enemigos, mandó que lo llamasenemperador, y gobernó a Francia como un tirano. Pero los nobles ya novolvieron a sus tierras. Aquel rey del oro y la seda, ya no volviónunca. La gente de trabajo se repartió las tierras de los nobles y lasdel rey. Ni en Francia, ni en ningún otro país han vuelto los hombres aser tan esclavos como antes. Eso es lo que Francia quiso celebrardespués de cien años con la Exposición de París. Para eso llamó Franciaa París, en verano, cuando brilla más el sol, a todos los pueblos delmundo.
Y eso vamos a ver ahora, como si lo tuviésemos delante de los ojos.Vamos a la Exposición, a esta visita que se están haciendo las razashumanas. Vamos a ver en un mismo jardín los árboles de todos los pueblosde la tierra. A la orilla del río Sena, vamos a ver la historia de lascasas, desde la cueva del hombre troglodita, en una grieta de la roca,hasta el palacio de granito y ónix.
Vamos a subir, con los noruegos debarba colorada, con los negros senegaleses de cabello lanudo, con losanamitas de moño y turbante, con los árabes de babuchas y albornoz, conel inglés callado, con el yanqui celoso, con el italiano fino, con elfrancés elegante, con el español alegre, vamos a subir por encima de lascatedrales más altas, a la cúpula de la torre de hierro. Vamos a ver ensus palacios extraños y magníficos a nuestros pueblos queridos deAmérica. Veremos, entre lagos y jardines, en monumentos de hierro yporcelana, la vida del hombre entera, y cuanto ha descubierto y hechodesde que andaba por los bosques desnudo hasta que navega por lo altodel aire y lo hondo de la mar. En un templo de hierro, tan ancho yhermoso que se parece a un cielo dorado, veremos trabajando a la veztodas las máquinas y ruedas del mundo. De debajo de la tierra, como deun volcán de joyas, vamos a ver salir, en lluvias que parecen de piedrasfinas, trescientas fuentes de colores, que caen chispeando en un lagoencendido. Vamos a ver vivir, como viven en sus países de luz, aljavanés en su casa de cañas, al egipcio cantando detrás de su burro, alargelino que borda la lana a la sombra del palmar, al siamés que trabajala madera con los pies y las manos, al negro del Sudán, que saleojeando, con la lanza de punta, de su conuco de tierra, al árabe quecorre a caballo, disparando la espingarda, por la calle de dátiles, conel albornoz blanco al viento. Bailan en un café moro. Pasan lasbailarinas de Java, con su casco de plumas. Salen de su teatro, vestidosde tigres, los cómicos cochinchinos. Hombres de todos los pueblos andanasombrados por las calles morunas, por las aldeas negras, por el caseríode bambú javanés, por los puentes de junco de los malayos pescadores,por el jardín criollo de plátanos y naranjos, por el rincón donde, de sutecho labrado como un mueble rico, levanta su torre ceñida de serpientesla pagoda. Y para nosotros, los niños, hay un palacio de juguetes, y unteatro donde están como vivos el pícaro Barba Azul y la linda CaperucitaRoja. Se le ve al pícaro la barba como el fuego, y los ojos de león. Sele ve a la Caperucita el gorro colorado, y el delantal de lana. Cien milvisitantes entran cada día en la Exposición. En lo alto de la torreflota al viento la bandera de tres colores de la República Francesa.
Por veintidós puertas se puede entrar a la Exposición. La entradahermosa es por el palacio del Trocadero, de forma de herradura, quequedó de una Exposición de antes, y está ahora lleno de aquellostrabajos exquisitos que hacían con plata para las iglesias y las mesasde los príncipes los joyeros del tiempo de capa y espadón, cuando losplatos de comer eran de oro, y las copas de beber eran como los cálices.Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De rosasnada más, hay cuatro mil quinientas diferentes: hay una rosa casi azul.En una tienda de listas blancas y rojas venden unas mujeres jóvenes laspodaderas afiladas, los rastrillos de acero pulido, las regaderas comode juguete con que se trabaja en los jardines. La tierra está encanteros, rodeados de acequias, por donde corre el agua clara, haciendoa los canteros como islotes. Uno está lleno de pensamientos negros; yotro de fresas como corales, escondidas entre las hojas verdes; y otrode chícharos, y de espárragos, que dan la hoja muy linda. Hay un canterorojo y amarillo, que es de tulipanes. Un rincón es de enredaderas, y elde al lado de helechos gigantescos, con hojas como plumas.
En unlaberinto flotan sobre el agua la ninfea, y el nelumbio rosado delIndostán, y el loto del río Nilo, que parece una lira.
Un bosque es deárboles de copa de pico: pino, abeto. Otro es de árboles desfigurados,que dan la fruta pobre, porque les quitan a las ramas su libertadnatural. Dentro de un cercado de cañas están los lirios y los cerezosdel Japón, en sus tibores de porcelana blanca y azul. Al pie de unpalmar, con las paredes de cuanto tronco hay, está el pabellón de Aguasy Bosques, donde se ve cómo se ha de cuidar a los árboles, que danhermosura y felicidad a la tierra. A la sombra de un arce del Japón,están, en tazas rústicas, la wellingtonia del Norte, que es el pino másalto, y la araucaria, el pino de Chile.
Por sobre un puente se pasa el río de París, el Sena famoso, y ya se venpor todas partes los grupos de gente asombrada, que vienen de losedificios de orillas del río, donde está la Galería del Trabajo, en quecuecen los bizcochos en un horno enorme, y destilan licor del alambiquede bronce rojo, y en la máquina de cilindro están moliendo chocolate conel cacao y el azúcar, y en las bandejas calientes están los dulceros degorro blanco haciendo caramelos y yemas: todo lo de comer se ve en laGalería, una montaña de azúcar, un árbol de ciruelas pasas, una columnade jamones: y en la sala de vinos, un tonel donde cabrían quinceconvidados a la mesa, y un mapa de relieve, que todos quieren ver a untiempo, donde está todo el arte del vino,—
la cepa con los racimos, loshombres cogiendo en cestos la uva en el mes de la vendimia, la artesadonde fermenta la vid machucada, la cueva fría donde ponen el mosto areposar, y luego el vino puro, como topacio deshecho, y la botella dedonde salta con su espuma olorosa el champaña. Cerca está la historiaentera del cultivo del campo, en modelos de realce, y en cuadros ylibros; y un pabellón de arados de acero relucientes; y una colmena deabejas de miel, junto al moral de hoja velluda en que se cría el gusanode seda; y los semilleros de peces, que nacen de los huevos presos encajones de agua, y luego salen a crecer a miles por la mar y los ríosLos más admirados son los que vienen de ver las cuarenta y tresHabitaciones del Hombre.
La vida del hombre está allí desde que apareciópor primera vez en la tierra, peleando con el oso y el rengífero, paraabrigarse de la helada terrible con la piel, acurrucado en su cueva. Asínacen los pueblos hoy mismo. El salvaje imita las grutas de los bosqueso los agujeros de la roca: luego ve el mundo hermoso, y siente con elcariño deseo de regalar, y se mira el cuerpo en el agua del río, y vaimitando en la madera y la piedra de sus casas todo lo que le parecehermosura, su cuerpo de hombre, los pájaros, una flor, el tronco y lacopa de los árboles. Y cada pueblo crece imitando lo que ve a sualrededor, haciendo sus casas como las hacen sus vecinos, enseñándose ensus casas como es, si de clima frío o de tierra caliente, si pacífico oamigo de pelear, si artístico y natural, o vano y ostentoso. Allí estánlas chozas de piedra bruta, y luego pulida, de los primeros hombres: laciudad lacustre del tiempo en que levantaban las casas en el lago sobrepilares, para que no las atacasen las fieras; las casas altas, cuadradasy ligeras, de mirador corrido, de los pueblos de sol que eran antes lasgrandes naciones, el Egipto sabio, la Fenicia comerciante, la Asiriaguerreadora. La casa del Indostán es alta como ellas. La de Persia es yaun castillo, de rica loza azul, porque allí saltan del suelo las piedraspreciosas, y las flores y las aves son de mucho color. Parece unafamilia de casas la de los hebreos, los griegos y los romanos, todas depiedra, y bajas, con tejado o azotea; y se ve, por lo semejantes, queeran del país la casa etrusca y la bizantina. Por el norte de Europavivían entonces los hunos bárbaros como allí se ve, en su tienda deandar; y el germano y el galo en sus primeras casas de madera, con eltecho de paja. Y cuando con las guerras se juntaron los pueblos, tuvoRusia esa casa de adornos y colorines, como la casa hindú, y losbárbaros pusieron en sus caserones la piedra labrada y graciosa de lositalianos y los griegos. Luego, al fin de la edad que medió entreaquella pelea y el descubrimiento de América, volvieron los gustos deantes, de Grecia y de Roma, en las casas graciosas y ricas delRenacimiento. En América vivían los indios en palacios de piedra conadornos de oro, como ese de los aztecas de México, y ese de los incasdel Perú. Al moro de África se le ve, por su casa de piedra bordada, queconoció a los hebreos, y vivió en bosques de palmeras, defendiéndose desus enemigos desde la torre, viendo en el jardín a la gacela entre lasrosas, y en la arena de la orilla los caprichos de espuma de la mar. Elnegro del Sudán, con su casa blanca de techo rodeado de campanillas,parece moro. El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casade tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas deestera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblossalvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda depieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros yhombres de cara redonda, como los que pintan los niños.
Pero adonde va el gentío con un silencio como de respeto es a la torreEiffel, el más alto y atrevido de los monumentos humanos. Es como elportal de la Exposición. Arrancan de la tierra, rodeados de palacios,sus cuatro pies de hierro: se juntan en arco, y van ya casi unidos hastael segundo estrado de la torre, alto como la pirámide de Cheops: de allífina como un encaje, valiente como un héroe, delgada como una flecha,sube más arriba que el monumento de Washington, que era la altura mayorentre las obras humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en loazul, con la campanilla, como la cabeza de los montes, coronado denubes.—Y todo, de la raíz al tope, es un tejido de hierro. Sin apoyoapenas se levantó por el aire. Los cuatro pies muerden, como raícesenormes, en el suelo de arena.
Hacia el río, por donde caen dos de lospies, el suelo era movedizo, le hundieron dos cajones, les sacaron deadentro la arena floja, y los llenaron de cimiento seguro. De las cuatroesquinas arrancaron, como para juntarse en lo alto, los cuatro piesrecios: con