La Fontana de Oro by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—Cuidado cómo habla con nadie que venga á esta casa. Trabajará usteden cuanto se le mande—continuó Paz, añadiendo un artículo á aquelcódigo fatal.

—Pero no por, exceso—indicó oficiosamente doña Paulita, que el trabajoes bueno para ahuyentar las ocasiones de pecar; pero con exceso es malo.

—No será con exceso. Además es preciso que procure desechar de sumente todas las cosas que ha pensado hasta aquí. ¡Cuidado con las ideasdel día que trae usted á este santuario de los buenos principios! No seacuerde usted de lo pasado; y ahora que está usted encomendada ánuestra tutela para toda la vida

, no debe pensar sino en portarsebien. Nosotras, ya que usted ha tenido la desgracia de perder á suspadres, procuraremos dirigirla y enmendarla, siendo la autoridad quetanto necesita.

La huérfana bajo los ojos y cayó en profundo abatimiento. ¡Para toda lavida! Hubiera querido morirse en aquel instante. No miró á las tresarpías, ni les contestó. Su terror era tan grande que se lo secaron laslágrimas, y quedó en este estado de perplejidad dolorosa que sigue á lasgrandes crisis del alma.

Dejémosla en su encierro para acudir á Lázaro, que gime en una prisiónde otra clase.

CAPÍTULO XVII

#El sueño del liberal#.

Cuando Lázaro vió cerrarse la puerta de su prisión y sintió perderse enla galería los pasos de su carcelero, miró en torno suyo, y se hallórodeado de la más profunda obscuridad. Luz entraba por una reja que enlo alto de la pared había; pero él, viniendo de la calle, estabadeslumbrado y no veía más que tinieblas. Por un momento le fué difícildarse cuenta de su situación. Aquello le parecía un sueño. ¿Su viaje áMadrid había sido cosa real ó visión percibida en aquel calabozo?

Los pensamientos que en desorden y confusamente se agolparon en la mentedel joven, no son para referidos. El primer sentimiento que en él semanifestó, fué una gran compasión de si mismo, que emanaba de laridiculez con que los hechos anteriores le presentaban á sus propiosojos. El había creído que cada paso dado en la Corte sería un paso dadohacia su futuro engrandecimiento é inmortalidad. El club patriótico máscélebre de España le había abierto sus puertas, ofreciéndole unatribuna, un pedestal: la fortuna parecía haberle allanado todos loscaminos, y después… Pero no podía acusar á la fortuna. Esta le habíadado ocasión, sitio, auditorio; había puesto á su servicio un trastornopopular; había dispuesto tolo para él un inmenso grupo de oyentestrastornado y dispuestos á hacer la apoteosis del primer advenedizo. Lafortuna había organizado para él una manifestación popular, pronta áimprovisar un héroe en cada calle. La fortuna no debía ser acusada: éltenía la culpa, él, que había nacido para una vida obscura tal vez paraser un buen artesano, un buen labrador, y nada más. Y aquel saberpresuntuoso, aquellos conatos de pueril elocuencia, aquella vanidadprematura de grande hombre, eran quizás tan sólo fenómenos nacidos deesa serie de fantasmagorías que acompaña siempre á la juventud hastadejarla á las puertas de la virilidad.

Después de pensar estas cosas, se fijó en su conversación. Estaba preso.

Le formarían causa por alterador del orden público. ¿Qué sería de él?

Además había cometido una gran falta en no visitar inmediatamente á su tío. ¿Qué pensaría Clara?

Al verse sumergido en una especie de sepulcro, su imaginación principióá divagar. Estaba débil y muy fatigado. En cuarenta y ocho horas habíadormido apenas cinco; además la falta de alimento le extenuaba.

Cediendoal cansancio empezó á dormitar; mas no durmió con ese sueño que dareposo al cuerpo y al espíritu, porque su excitación le impedía undescanso profundo. Dormía con el letargo doloroso ó indeciso querepresenta todas las visiones de la vigilia anterior de un modoincoherente y monstruoso.

En su sueño creía escuchar lamentos que resonaban en las bóvedas de laCárcel. La antigua Cárcel de Villa era un mal buhardillón, dividido enceldas, donde los presos no tenían comodidad ni estaban seguros.

Laprisión no tenía aquel horror majestuoso con que los poetas nos hanpintado todos los calabozos. Pero á Lázaro antojábasele un sombríoedificio, gigantesco sepulcro de vivos, de altísimas y negras paredes,de gruesos é inaccesibles torreones, con un gran foso lleno de aguascenagosas y verdes, con largas filas de mazmorras, de las cuales la máslóbrega y subterránea era la suya. Se le figuraba estar á muchos piesbajo tierra; creía que aquella reja daba á algún conducto misterioso, yque detrás de los muros habría una presa de agua. En su sueño creyósentir el ruido de un torrente: el agua entraba con lentitud; enormesratas corrían buscando entre los pies del preso refugio contra elnaufragio. Todo se le representaba según las siniestras relaciones delas cárceles de la Inquisición que había leído en sus libros.

Después le parecía que los muros se apartaban: se encontraban en elinterior de una gran sala, cuyas paredes estaban tendidas de negro; enel fondo había una mesa con un crucifijo y dos velas amarillas, ysentados alrededor de esta mesa cinco hombres de espantosa mirada, cincoinquisidores vestidos con la siniestra librea del Santo Oficio. Aquelloshombres le hacían preguntas á que no podía contestar. Después seacercaban á él cuatro sayones, le desnudaban, le ataban á la rueda deuna máquina horrible, la movían, rechinaban los ejes, crujían sushuesos. El lanzaba gritos de dolor, es decir, ponía en ejercicio susórganos vocales: pero el sonido no se oía.

Después la decoración y las figuras cambiaban; se le representaban dosfilas de hombres cubiertos con capuchón negro y agujereado en la caraen el lugar de los ojos. Por el fondo venían los mismos que leinterrogaron, y uno de ellos traía enarbolado el mismo Santo Cristoque presidió al tormento. Cantaban con voz lúgubre una salmodia queparecía salir de lo más profundo de la tierra, y avanzaban todos, éltambién, en pausada procesión. Gentío inmenso le contemplaba impasibley frió: un fraile, también impasible, iba á su lado, pronunciando á suoído palabras santas que él no pudo comprender. Le hablaba de la otravida y del alma.

Después le pareció que la comitiva se detenía. Frente á frente vió unaclaridad extraña, como toda claridad que brilla durante el día. Aquellaclaridad se convirtió en llama, que brotaba de un montón de leña. Lallama crecía, crecía hasta llegar á una altura enorme; crujían losleños, saltaban chispas; una columna de humo negro subía hasta tocar elcielo. Después algunos hombres feroces, vestidos también con diabólicouniforme, le ataban fuertemente de pies y manos, le acercaban á lahoguera, le echaban en ella. En un momento de súbito é indescriptiblehorror sintió arder rechinando sus cabellos, consumidos en un segundo;sus ropas en otro segundo. Rechinó tenuemente el vello de toda su piel:hirvió su carne con el chirrido intenso y discorde de todo cuerpo húmedoque cae en el fuego. Respira fuego, bebió fuego, se convirtió en fuegosensible y animado con los dolores de su propia combustión. Quisogritar: la llama no conduce el sonido. Quiso huir: no tenía movimiento,no tenía cuerpo, no era más que una mecha. Quiso orar: no teníapensamiento; no era ya más que una pavesa, una masa de ceniza. El vientole desmoronaba: se sentía difundirse en el espacio ardiente, se quemabaya quemado. No era más que humo: se consideraba subiendo en espiralrenegrida, y siempre quemándose, siempre quemándose y consumiéndose;difundido ya, aniquilado, evaporado, acabado… hasta que al findespertó, cubierto todo con el sudor de la agonía.

Despertó, porque un ruido de voces resonaba á su lado. La puerta de laprisión se había abierto. Era la caída de la tarde. Un carcelero, quetraía una linterna, alumbraba y guiaba á otro hombre que venía á visitaral preso. Este hombre era Coletilla.

CAPÍTULO XVIII

#Diálogo entre ayer y hoy#.

Elías se paró delante de su sobrino. Este balbució algunas palabras, lesaludo de un modo incoherente, y le dijo al fin, después de comenzarmuchas frases, que estaba seguro de tener delante á su buen tío; pero alver que éste no le daba contestación ni desarrugaba el ceño, se calló,quedándose cabizbajo y lleno de vergüenza.

Por último, el realista habló.

—No debiera venir á verte, ni acordarme de ti. Mereces lo que te pasa.No tengo lástima de tu miseria, y vengo á conocerte, nada más que áconocerte.

—Señor, yo…

Lázaro no encontraba, la fórmula de una explicación. Coletilla sabía porel abate don Gil lo que había sucedido á su sobrino.

—Sé por qué te han puesto aquí. Un amigo que siguió tus pasos estamañana me lo ha contado todo. Has levantado la voz en medio de una turbade charlatanes, y te han cogido preso. La justicia te ha puesto dondedebieran estar todos los charlatanes.

Lázaro estaba cada vez más confuso. Aquellas palabras, dichas cuando,más que reprensiones, necesitaba consuelo, concluyeron de abatirle.Representósele el carácter de su tío como el más áspero é inflexible queexistía en la Naturaleza.

—Me contaron tu hazaña—continuó el viejo con su habitual entonacióncavernosa,—y cuando supe que el delincuente era hijo de mi hermana, laindignación y la vergüenza se apoderaron violentamente de mí. No creíque fueras perturbador del orden público. Si tal cosa hubiera sabido, tehabrías quedado en el pueblo. Después he averiguado más. Sé quellegaste, y en vez de ir á mi casa fuistes con unos badulaques al caféde la

Fontana

, donde te hicieron hablar y hablaste … y por ciertoque lo hiciste muy mal. Todos se han reído de ti.

Estuviste despuésalborotando toda la noche con los que apedrearon la casa de Merilleu.

—¡Ah! no, señor; yo no.

—De cualquiera manera que sea, tu conducta es imperdonable. Pero dime:¿desde cuándo te has metido á orador? No sabía yo que en Ateca hubieratanta elocuencia. Te habrán aplaudido los segadores en las eras, y tehas creído por eso un Demóstenes.

El fanático reía con tan maligno acento de sarcasmo, que á Lázaro leparecía tener delante un grotesco demonio. Cada palabra abría en elcorazón del pobre prisionero una nueva herida, y le abatía yavergonzaba más.

—Pero no extraño tus desvaríos—continuó Elías:—el desorden cunde portodas partes. ¿Qué mucho que estos pedantuelos de aldea tengan taleshumos, cuando los sabios de la ciudad ofenden el sentido común con susridículos debates? Sin duda algún garito de Zaragoza ha sido el primerteatro de tu petulancia.

La imaginación de Lázaro midió rápidamente el abismo que en ideas ysentimientos le separaba de su tío.

Pero se sentía dominado por él, y nopodía contradecirle.

—Aquí—continuó el fanático con su espantosa burla, aquí puedes hablar átus anchas: nadie te molestará.

Lo que puede ocurrir es que te creanloco y te lleven á un manicomio. Allí debiera estar media España.

Perono, ¿que digo media España? una pequeña parte, porque casi todos losespañoles conservamos el juicio.

Sólo una porción de hombres mezquinos,mezquinos de juicio, de carácter, de todo, manifiestan con su conductatodo el extravío de que es capaz nuestra naturaleza. Pero estoconcluirá; yo te juro que concluirá, ó es preciso creer que no hay Diosen el cielo, perder la fe y renegar del mundo y del alma. Mira,Lázaro—

continuó con tono vehemente y apretándole el brazo con tantafuerza, que le hizo retroceder inmutado y perplejo;—Lázaro, si tu eresde esos, olvida que por tus venas corre mi sangre, olvida que soyhermano de la que te dió el ser. Un abismo nos separa; no hayreconciliación posible. Es preciso que nos odiemos de muerte. Huye demí; para mí no eres prójimo. Hay cosas que están por encima de losvínculos de la familia.

La vida no se reconcilia con la muerte, ni laluz con la obscuridad. Adiós.

Iba á salir; pero Lázaro, trémulo de asombro, le detuvo, y le dijo conmucha turbación:

—Pero, señor, no me abandone usted, hábleme usted. Yo quiero quepensemos de la misma manera.

A pesar de todo, el anciano le inspiraba respeto y veneración; y al verque reprochaba sus ideas, sintió ese impulso de subordinación tannatural en un joven da temperamento impresionable.

—Si eres de esos—continuó Elías,—vuelve á tu pueblo y no hables demí; no digas que me has visto; no creas que existo; y es verdad: para tihe muerto.

—Pero deje usted que me explique…

—¿Qué vas á decir?

—Yo pienso … usted comprenderá que yo tengo mis ideas … he leído ytengo convicciones, sí, señor; estoy profundamente convencido….

—Tú, pobre niño, ¿qué puedes saber?… ¿qué convicciones puedes tener?No sabes otra cosa más que las falsedades leídas en cuatro libros quedebieran arder en llamas alimentadas con los huesos de sus autores.

A cada palabra se hundía más Lázaro.

—¿Será posible—dijo con desconsuelo,—que usted me pueda arrancar miscreencias, que yo he alimentado con tanto cariño y que me dan la vida?No, no podrá usted: y si al fin, con la fuerza de su talento, pudieraconseguirlo, yo le ruego que no lo haga y me abandone. Que nos separeese abismo que usted dice: y si yo estoy en el error… Pero no loestoy, yo sé que no lo estoy…

—Iluso, fanático, vano … porque sólo vanidad es eso, vanidad deSatán—dijo Elías con severidad; y después añadió con más fuerza:—Peroyo te sacaré de esa miseria.

Estas palabras fueron pronunciadas con tan profundo acento deconvicción, que el sobrino no pudo contestarlas, y se hundió más.

—¿Qué intentas hacer? ¿Qué esperas? ¿Piensas que esto va á continuarasí por mucho tiempo? Te equivocas, que España está á punto de reconocersu error. Mira cómo rebulle por todas partes. El odio á la Constituciónlate en todos los corazones honrados. Pronto verás al Rey recobrar sussagrados privilegios, que sólo Dios con la muerte puede quitarle.

—¡Oh, señor! ¿Y lo que este pueblo ha conquistado con tanta sangre,será perdido por el orgullo de un solo hombre? Si así fuera, yorenegaría de nuestro linaje; y si España se dejara ultrajar de ese modo,sería digna de mejor suerte.

—¡Digna de mejor suerte,—dijo Elías con la más horrible expresión deque era capaz su rostro abominable; digna de aniquilarse y desaparecer dela tierra si no lo hiciera.

—No, no lo puedo creer aunque usted me lo diga. Cuando yo no crea enla libertad, no creeré en nada, y seré el más despreciable de loshombres. Yo creo en la libertad que está en mi naturaleza, para que lamanifieste en los actos particulares de mi vida. Yo, ciudadano de estanación, tengo derecho á hacer las leyes que han de regirme; tengoderecho á reunirme con mis hermanos para elegir un legislador.

—Para darte leyes y obligarte á cumplirlas existe un hombre sagrado,ungido por Dios.

—No: yo y mis hermanos le ungimos. Es Rey porque nosotros queremos. Essagrado para mí si cumple el pacto solemne que ha hecho con todos y cadauno. Si no, no. Pero lo cumplirá, lo ha jurado.

—Hay juramentos—contestó sobriamente Coletilla,—cuyo cumplimiento esun crimen.

Lázaro sintió frío en el corazón. El aplomo con que aquellas palabrasfueron pronunciadas le anonadó más, y le hundió más.

—Y todos esos héroes—se atrevió á decir el preso después demeditar.—todos esos héroes, santificados por la Historia, que viven enel recuerdo de los buenos y serán siempre orgullo del género humano;todos esos que han vivido por la libertad, que han muerto por ella,mártires deshonrados en su último día por la mano del verdugo, peroenaltecidos después por la humanidad… ¿no quiere usted que yo les ame?Y les venero; mi pequeñez no me permite imitarlos; pero por tenerocasión de parecerme á ellos, diera toda mi vida, lo confieso. ¡Oh! sila libertad no fuera la cosa más buena, sería la cosa más bella con lamemoria de tantos héroes.

—¿Y esos son tus héroes? ¿Eso es lo que admiras? dijo Elías.

—¿Pues á quién he de admirar? ¿á quién he de admirar? ¿A los tiranos?

¿A Nerón, matando á Séneca; á Felipe II, asesinando á Egmont y á Lanuza; á Luis XV, descoyuntando á Damiens?

—Era preciso enseñar á los franceses que no debía haber otro Ravaillac.

—Pues la lección no hizo efecto, porque hace treinta años que un Reymurió en un patíbulo.

—¡Esos son tus semidioses, esos!—exclamó Elías con furia.

—No: mis semidioses no son el exterminio, el terror ni el asesinato.Lamento los desvaríos de todos; mas no extraño que, al huir da lasviolencias de un extremo, se toque en las violencias de otro, pagandolos crímenes de siglos enteros con el crimen de un día.

—No me hables más—dijo Coletilla con voz reposada y lúgubre:—ya séque eres de esos

, de

esos

á quienes no tengo palabras bastante durascon que calificar. Tu Dios es un ciego espíritu de libertinaje; la normade tu conducta es el escándalo. Dime, insensato, ¿cuál es tu fin? ¿Quéves tú en ese porvenir?

Supón que fueras un hombre notable entre los detu calaña, el más ciego de los ciegos, el más loco de los locos: ¿quéharías, cuál sería tu aspiración?

—Yo no tengo aspiraciones bastardas; no quiero medrar á la sombra de untirano que pague la adulación con dinero; yo no aspiro más que á lagratitud del género humano, á la gloria.

—¿Gloria por ese camino? La gloria no se consigue sino por el camino dela lealtad, sirviendo á Dios y al Rey. No hay más gloria que la que Diosda en su Paraíso, de la cual es simulacro é imperfecto remedo el cultoque da en los altares el linaje humano á los escogidos de Dios. Además,la gloria en la tierra consiste en ser súbdito sumiso y obediente, no envociferar por calles y plazuelas. De esa gloria que tú has soñado nopueden salir héroes, sino charlatanes y bandoleros. La gloria consisteen cumplir el deber.

—Pues yo cumplo mi deber tratando de emancipar á mis hermanos de unaodiosa tiranía, diciéndoles y probándoles que son libres, iguales anteDios y ante la ley.

—El primero de los deberes es obedecer lo que la ley te mande.

—¿Ciegamente?

—Ciegamente.

—Yo obedezco la ley que es tal ley, la que han hecho los que puedenhacerla, elegidos por mí y mis hermanos, elegidos por todos.

—A ti no te toca examinar la ley, sino obedecerla.

—¿Y si me mandan una infamia?

—No te la mandarán.

—¿Y si me la mandan?

—Te digo que no te la mandarán. Y si acaso Dios permitiera que tu Reyte mandara alguna cosa contraria á la justicia, hazla, que Dios lecastigará á él y te premiará á ti en la otra vida. Serás mártir. ¿Quémayor gloria? El martirio del deber es grande y sublime.

Lázaro se hundió más.

—Observa—continuó Elías,—el espectáculo de esa nación. Unos cuantosdesalmados le dan leyes en nombre de un principio absurdo, contrario ála Naturaleza. Sólo al Rey ha dado Dios soberanía. ¡Qué desorden! ¡ElRey obligado por una turba de soldados rebeldes á jurar aquel Códigoabominable! Lo juró; pero en el fondo de su alma lo detesta. No podíaser de otra manera. Está prisionero, prisionero de sus vasallos quejuegan con él. El Rey se ve obligado á representar la más horriblefarsa. Jamás la dignidad real ha descendido tanto. Pero él se librará deesta horrible tutela, porque Europa, si es preciso, se coaligará parasalvar á España. Ya España ha salvado á Europa.

—No, no puedo creer—contestó Lázaro,—semejante iniquidad. Estainvasión sería más odiosa que la de 1808, y también mejor castigada.

—No lo creas: el Rey será restituido á su trono. Además, España no selevantará; y si lo hace, será en favor de la intervención. ¿No vescómo manifiesta su voluntad? ¿No ves las facciones que aparecen portodas partes? Todas las provincias se arman para proclamar al Soberanoabsoluto, y aún no han aparecido las principales facciones. España sealzará contra ese absurdo sistema, y Fernando volverá á ser nuestroRey amado.

—¿Será posible?—dijo Lázaro con desaliento; y entonces se hundió más.

—Tan posible, que no pasará mucho tiempo sin que lo veas. Ahora se va áconocer el temple de las almas.

Todos esos charlatanes que te hanllenado la cabeza de desatinos huirán avergonzados, yendo á esconder suignominia en tierra extranjera. Entonces se cubrirán de gloria loshombres de corazón recto; los leales y patriotas lucharán contra unaplebe desenfrenada; lucharán por el derecho, por Dios y por el Rey;vivirán eternamente en la memoria de todos, y sus nombres serán en lovenidero un emblema de justicia y de honradez. Estos son los héroes,Lázaro; éstos.

Lázaro se acabó de hundir. Las palabras de su tío le impresionaban detal modo, que no tuvo aliento más que para decir tímidamente:

—¿Esos nada más?

—Nada más. La gloria es muy divina para que pueda coronar otra cosa quela justicia y el deber. No esperes nada fuera de esto. El torbellino deesa turba ciega te arrastra: ve con él. No te digo más. Camina á ladeshonra y la muerte. Adiós. Algún día te acordarás de mí.

—No—exclamó Lázaro deteniéndole:—yo quiero que usted me aconseje yme guíe…. Yo … aunque tengo bastante fuerza de convicciones….

—¿Fuerza de convicciones?—dijo el fanático, deteniéndose y mirando ásu sobrino con desprecio.

—Sí—contestó éste,—y no puedo perderlas, no quiero perderlas.

—Bien: sigue por ese camino. Lejos de mí no esperes otra cosa quedeshonra, obscuridad. Yo te abandono á tu suerte. Hágame la cuenta deque no te conozco. Te pondrán tal vez en libertad, irás con ellos, serásvencido, y entonces … ó huirás con ignominia, ó te entregarás á lavenganza de tus enemigos, que no tendrán perdón para ti, y harán bien.

—¿Pero usted me abandona?

—Sí: ya te he conocido. Vine sólo por conocerte. Ya sé quién eres. Enmi casa te espero; pero no vayas á ella sino convertido.

—¡Ah, imposible! No iré.

—Pues adiós—dijo Elías con decisión.

—Adiós—repitió Lázaro con angustia.

Coletilla salió. El joven no se atrevió á detenerle. No creyó que semarchaba hasta que le vió fuera, y sintió que el carcelero cerraba lapuerta. Entonces tuvo impulsos de llamarle; gritó; no fué oído; llorólágrimas de desesperación; golpeó violentamente con sus manos la puertay el cerrojo, y al fin, cediendo á la fatiga y al trastorno mental, cayóde nuevo en aquel letargo extraviado y doloroso de que le sacaramomentos antes la llegada de su tío.

CAPÍTULO XIX

#El abate#.

Al día siguiente, la casa de las tres ruinas contenía en su estrechacapacidad seis personas: las tres Porreñas, Clara y dos visitas.

Clara y la devota estaban encerradas en la habitación interior,destinada á las prácticas ascéticas. La santa, concluida la oraciónmental, se había sentado en un taburete, y poniendo un gran libro sobresus rodillas, leía con la cabeza inclinada á un lado, arqueadas lascejas, bajos los párpados, y cruzadas las manos en ademán muy humilde.Clara estaba á su lado, y como no debía llegar, en su flaca naturaleza,á aquel alto grado de perfección, cosía como una pecadora, como unainfeliz mujer no acrisolada por las inflamaciones de amor divino. Ladevota no se permitió otra expansión que referir á su compañero losgozos y visiones que aquella noche había tenido. Después empezó unexamen de doctrina, y le hizo varias preguntas morales y teológicas, áque contestó Clara con sencillez, guiándose por lo poco que sabíapositivamente y por lo que su buen sentido le sugería. Pero es el casoque á doña Paulita siempre le parecían mal las respuestas de sudiscípula. La reprendía, le explicaba con escolásticos giros y frasesnada comunes, y, por último, la llamaba ignorante y hereje, causándolegran turbación y susto.

De repente interrumpe sus lecturas y sus reprimendas, y exclama:

—¡Ah! se me olvidaba una parte de mi rezo. Ya se ve, me he distraídocon los errores de usted, hija. Es preciso que usted piense de otro modoy deseche esas ideas…. Pero digo que me olvidé de rezar …

por….—¿Qué ha olvidado usted?—le dijo Clara.—Me olvidé de rezar dos Padrenuestros

por el sobrino de nuestro buen amigo don Elías.

—Jesús; ¿Qué le ha pasado? ¿Qué es de él?—exclamó vivamente Clara sinpoderse contener.

—No se asuste, hermana, que no ha muerto—contestó fríamente la devota.

—¿Pues qué le ha pasado?—continuó Clara, que se había puesto pálida ytemblorosa.

—Que está preso en la cárcel, y bien merecido.—¿Pues qué ha hecho?

—Alborotar por esas calles y hablar en los clubs una serie de cosas tanpérfidas ó infernales, que horroriza el recordarlas. Anoche nos contódon Elías todo lo que ese desalmado joven ha hecho, y pasé un mal rato.

Clara estuvo un momento sin poder articular palabra. La repentinanoticia la turbó tanto, que no se atrevió á preguntar más.

—Hermana—prosiguió la devota,—¡qué muchachos los del dial! ¡Quéhorrible corrupción! Ese joven debe ser un monstruo. Pero ¡ay! debemostener compasión con los delincuentes que yerran. No es que crea yo,como Orígenes, que hasta el diablo se ha de salvar. Pero debemoscompadecer y amar á los pecadores, aunque éstos sean de los másempedernidos y rebeldes.

—¿Pero qué ha hecho?—repitió Clara, haciendo un gran esfuerzo paradisimular su turbación.

—No lo sé punto por punto; pero son cosas tan horribles…. Ha hecho loque otros tantos desvergonzados que andan por ahí. Esta sociedad estáperdida. A ver, hermana, si aprende usted pronto eso que le he dichosobre la gracia eficaz.

—¿Pero está preso?—añadió Clara con más miedo.—Preso, sí, y no losoltarán tan pronto. Pero está usted inmutada … Ya, le tienecompasión, y es natural. La compasión á los semejantes es una de lasvirtudes que más recomienda Tertuliano. Usted está pálida, hermana.Pero, ya: es efecto de la compasión. Voy á rezar. Y

dejando el libro,tomó el rosario y rezó. Clara bajó la cabeza y siguió cosiendo. Era talsu congoja, que no daba un punto á derechas; picóse los dedos muchasveces, y la costura salió tan mal que pronto fué preciso desbaratarla ycoserla de nuevo.

Dejémoslas y acudamos á las visitas. En la sala estaban María de la Paz,Salomé, y delante de ellas, en pie y respetuosamente, Elías Orejón y elex-abate don Gil Carrascosa.

Nada hemos hablado hasta ahora de la amistad de este singular personajecon las venerables viejas.

Carrascosa, en su calidad de abateentrometido, frecuentaba la casa de Porreño, lo mismo que otras de lamás elevada jerarquía. Aún hemos oído contar á personas de todaveracidad que el intruso y audaz hombrecillo había tenido una parteprincipal en las misteriosas relaciones de Salomé con aquel jovenmilitar, á quien enviaron al Perú después del rompimiento de la dama conel imberbe duque de X….

Carrascosa era hombre de mucha travesura y socaliña, sutil como el aire,capaz de urdir en el seno de las familias las más hábiles marañas; iba yvenía sigilosamente su color de preparar fiestas, de arreglarprocesiones, y era, en resumen, un pícaro tercero. Así le llamamos porno darle otro nombre un poco soez, que alguien le aplicó oportunamente yconservó entre muchos con justicia.

La amistad de las tres viejas se interrumpió con la desgracia, y sólo devez en cuando las visitaba, recordándoles los tiempos pasados con unaelocuencia y un calor que no agradaban á doña Paz.

Últimamente, susvisitas eran más frecuentes y mucho más afectuosas sus demostracionesde amistad.

El día en que los encontramos aquí había ido con Elías; ypor algo extraordinario iba sin duda, porque su vestido era el másescogido y su cara estaba más lavada que de costumbre. Los puntiagudosfaldones de la mejor de sus tres casacas se balanceaban al compás de laspiernas en la parte posterior del cuerpo; el tupé había recibido dobleración de pomada, y la corbata, aumentada con nuevos pliegues, formabaun blanco follaje, una pechuga escarolada debajo de la barba. Cuando elabate se ponía este traje, había pronunciado ya la

última ratio

de supeculiar elegancia.

Coletilla se despedía ya después de haber saludado á las damas. No veníasino á ratificar un tratado que últimamente ajustó con Paz. Ya sabemosque las señoras tenían el segundo piso de la casa simplemente ocupadocon los muebles de familia de que no habían querido deshacerse. Estepiso era muy pequeño y abuhardillado, comunicándose con el principal poruna escalera interior.

Las damas habían propuesto á El