—Sólo de oírlo—prosiguió Rafael—me horripilo. No hay género que menosconvenga a la índole española que el llorón.
El sentimentalismo es tanopuesto a nuestro carácter, como la jerga sentimental al habla deCastilla.
—Pues entonces—dijo la condesa—, ¿qué es lo que vamos a hacer?
—Hay dos géneros que, a mi corto entender, nos convienen: la novelahistórica, que dejaremos a los escritores sabios, y la novela decostumbres, que es justamente la que nos peta a los medias cucharas comonosotros.
—Sea, pues; una novela de costumbres—repuso la condesa.
—Es la novela por excelencia—continuó Rafael—, útil y agradable. Cadanación debería escribirse las suyas. Escritas con exactitud y converdadero espíritu de observación, ayudarían mucho para el estudio de lahumanidad, de la Historia, de la moral práctica, para el conocimiento delas localidades y de las épocas. Si yo fuera la reina, mandaríaescribir una novela de costumbres en cada provincia, sin dejar nada porreferir y analizar.
—Sería, por cierto, una nueva especie de geografía—dijo Steinriéndose—. ¿Y los escritores?
—No faltarían si se buscaran—respondió Rafael—, como nunca faltanhombres para toda empresa, cuando hay bastante tacto para escogerlos. Laprueba es que aquí estoy yo, y ahora mismo vais a oír una novelacompuesta por mí, que participará de ambos géneros.
—Así saldrá ella—dijo la marquesa—. Don Federico, ya veréis algoparecido a Bertoldo.
—Puesto que mi prima quiere algo bueno y sencillo; mi tía algo moral,sin pasiones, flaquezas, crímenes ni textos de la Escritura, y mi primaRita algo festivo, voy a tomar por asunto la vida honrada y moral de mitío el general Santa María.
—No faltaba más—dijo la marquesa—sino que fueras a hacer burla de mihermano. No me parece que da margen a ello.
¡Vaya!
—No por cierto—replicó Rafael—; respeto y aprecio a mi tío más quenadie en este mundo y sé que sus virtudes militares, que a veces pasande raya, le han merecido el dictado del Don Quijote del Ejército. Peronada de esto impide que también tenga su historia, porque si madameStaël ha dicho que la vida de una mujer es siempre una novela, creo quecon igual derecho puede decirse que la vida de un hombre es siempre unahistoria.
Escuchad, pues, incomparable doctor, la historia de mi tío encompendio. Santiago León Santa María nació predestinado para la noblecarrera de las armas, porque vio la luz del día, o por mejor decir, lassombras de la noche, en el momento mismo en que la retreta pasaba pordelante de los balcones de la casa, de modo que hizo su entrada en elmundo a son de caja.
—Eso es cierto—dijo la marquesa, sonriéndose.
—Yo no miento jamás... cuando digo la verdad—continuó gravementeRafael—. Como señal de aquella predestinación, nació con una espadacolor de sangre en el pecho, dibujada por mano de la naturaleza con lamayor propiedad; de modo que todas las comadres del barrio acudieron asaludar al general in partibus de los ejércitos de S. M. Católica.
—No hay tal cosa—dijo la marquesa—; tiene una señal en el pecho, esverdad; pero es en figura de rábano, un antojo que había tenido nuestramadre.
—Observad, doctor—continuó Rafael—, que mi tía desprestigia y despoetiza la historia de su querido hermano. ¡Un rábano en el pechode un valiente, en lugar de una orden militar!
Vaya, tía, ¿hay cosa másridícula?
—¿Qué tiene de ridículo—dijo la marquesa—nacer con una señal en elpecho?
—Prosigue, Rafael—dijo Rita—. Yo no sabía ninguna de esasparticularidades. Prosigue sin tantos paréntesis.
—Nadie nos corre, querida Rita—dijo Rafael—; ¿qué prisa tenemos? Unade las ventajas que llevamos a otras naciones, es no vivir a galope,como corredores intrusos. Conque apenas León Santa María cumplió losdoce años, entró de cadete en un Regimiento y se puso desde entoncesderecho como un huso, serio como un sermón y grave como un entierro.Haciendo el ejercicio, y peleando como valiente muchacho en el Rosellón,fue pasando el tiempo y llegó mi tío a la edad en que el corazón canta ysuspira.
—Rafael, Rafael—dijo su tía—, cuenta con lo que se habla.
—No tengáis cuidado, tía; no hablaré más que de amores platónicos.
—¿Amores qué?... ¿Hay acaso varias clases de amores?
—El amor platónico—contestó Rafael—es el que se encierra en unamirada, en un suspiro o en una carta.
—Es decir—repuso la marquesa—, la vanguardia; pero ya sabes que elcuerpo del ejército viene detrás; con que doblemos la hoja sobre esecapítulo.
—Señora marquesa—repuso Rafael—, no os apuréis. Mi historia será tal,que después de haberla oído cualquiera podrá retratar a mi tío con laespada en una mano y la palma en la otra.
«Sus primeros amores fueron con una guapa moza de Osuna, donde estabaacuartelado su Regimiento. El día menos pensado llegó la orden demarchar. Mi tío dijo que volvería, y ella se puso a cantar Mambrú sefue a la guerra; y lo estaría todavía cantando si un labrador grueso nola hubiera ofrecido su gruesa mano y su gruesa hacienda. Sin embargo, alprincipio estuvo inconsolable.
Lloraba como las nubes de otoño y noparaba de exclamar día y noche: ¡Santa María, Santa María!, tanto queuna criada que dormía cerca, creyendo que su ama estaba rezando lasletanías, no dejaba de responder devotamente: Ora pro nobis.
»Mi tío—siguió Rafael—recibió orden de pasar a América; volvió paratomar parte en la guerra de la Independencia, y no tuvo tiempo parapensar en amoríos. De donde resultó que, no tratando con más bellezasque las que podía hacer marchar a tambor batiente, adquirió tal acritudde temple, que se le quedó el nombre del general Agraz.
—¿Cómo te atreves?...—exclamó la tía.
—Tía—contestó Rafael—, yo no me atrevo a nada; lo que hago esrepetir lo que otros han dicho. Pian pianino llegaron los sesentaaños, trayendo en pos la comitiva ordinaria de reumatismos y catarros,con todas las trazas de convertirse en crónicos. Mi tía y todos losamigos le aconsejaban que se retirase y se casase para vivir tranquilo.Fijad las mientes, doctor, en el remedio: ¡casarse para vivir tranquilo!Ya ve usted que mi tía se siente inclinada a la homeopatía.
—¿Ese sistema nuevo—preguntó la marquesa—que receta estimulantes pararefrescar? No lo creáis, doctor, ni vayáis a dar esa clase de remediosal niño.
—Pues como iba diciendo—continuó Rafael—, había aquí una soltera deedad madura, que no había querido casarse a gusto de su padre, ni supadre la había querido dejar casar a su gusto; este tenía muchos humos,en vista de que su hija se llamaba doña Pancracia Cabeza de Vaca. Ahorabien, esta noble parte del animal...
La marquesa le interrumpió:
—Ríete cuanto quieras, como te ríes de todo; este es un privilegio quela naturaleza te ha dado, como al sol el de brillar.
Pero sabed, donFederico, que ese nombre, tan ridículo a los ojos de mi sobrino, es unode los más ilustres y más antiguos de España. Debe su origen a labatalla de las Navas de Tolosa...
—La cual—añadió Rafael—se dio por los años de 1212, y la ganó el reydon Alfonso IX, llamado el Noble, padre de la reina de Francia Blanca,madre de San Luis; y con aquella hazaña libertó a Castilla del yugo delos sarracenos.
—Así es—repuso la marquesa—; todo eso se lo he oído contar a micuñada. El Miramamolín, según ella cuenta, se había retirado a unaaltura donde se atrincheró con sus tesoros en una especie de recintoformado con cadenas de hierro. Un río separaba esta altura del ejércitocristiano. El rey, que no podía pasarlo, estaba desesperado. Entonces sele presentó un pastor viejo, con su hopalanda y su capucha, y ledescubrió un sitio por donde podría vadear el río sin dificultad:«Seguid la orilla—le dijo—, aguas abajo, y donde veáis la cabeza deuna vaca, que han devorado los lobos, allí está el vado.» De resultas deeste aviso
se
ganó
aquella
memorable
batalla.
El
rey,
agradecido,ennobleció al que le había hecho un servicio tan señalado y le dio a ély a sus descendientes el nombre de Cabeza de Vaca. Mi cuñada dice queaún se conservan en la catedral de Toledo la estatua del pastor patriotay las cadenas del campo del Miramamolín.
—Seiscientos años de nobleza—dijo Rafael—son un moco de pavo encomparación de la nuestra, porque ha de saber usted, doctor, que elnombre de Santa María eclipsa a todas las Cabezas de Vaca, aun cuandoarranque su árbol genealógico de los cuernos de la que Noé llevó a suarca. Para que usted lo sepa, somos parientes de la Santa Virgen, nadamenos; y en prueba de ello, una de mis abuelas, cuando rezaba el rosariocon sus criadas, según la buena costumbre española...
—Costumbre que se va perdiendo—interrumpió suspirando la marquesa.
—Decía—prosiguió Rafael—: «Dios te salve MARÍA, prima y señora mía»,y los criados respondían: «Santa MARÍA, prima y señora de usía.»
—No digas esas cosas delante de extranjeros, Rafael—dijo la condesa—,porque o están bastante preocupados contra nosotros para creerlas, o sincreerlas tienen bastante mala fe para repetirlas. Lo que acabas decontar es una cosa que todo el mundo sabe; un chiste inventado paraburlarse de las exageradas pretensiones de antigüedad que nuestrafamilia tiene.
—A propósito de lo que dicen los extranjeros, ¿sabes, prima, que lordLondonderry ha escrito su Viaje a España, en el que dice que no haymás que una mujer bonita en Sevilla, y es la marquesa de A...,desfigurando, por supuesto, su nombre del modo más extraño?
—Tiene razón—dijo la condesa—; Adela es lindísima.
—Es lindísima—prosiguió Rafael—, pero decir que es la única, meparece un disparatón de tomo y lomo. El mayor está furioso, y va aponerle pleito como calumniador, con plenos poderes de la Giralda, quese tiene y se califica por la mejor moza de toda Sevilla.
—Eso es ser más realista que el rey—dijo Rita, con un graciosodesdén—; y bien puedes asegurar al mayor, en nombre de todas lassevillanas, que tanto nos da que ese lord nos encuentre feas comobonitas. Pero sigue con tu historia, Rafael; te quedaste en lospreliminares del casamiento del tío.
—Antes que Rafael tome la ampolleta—interrumpió la marquesa—diré austed, don Federico, que la nobleza de nuestra familia estaba yareconocida en el año 737, porque uno de nuestros abuelos fue el que matóal oso que quitó la vida al rey godo don Favila, y por eso tenemos unoso en nuestro escudo de armas.
Rafael se echó a reír con tan estrepitosa carcajada que cortó el hilo ala narración de su tía.
—Vaya—dijo—, aquí tenemos la segunda parte de Prima y Señora mía.La marquesa tiene una colección de datos genealógicos, tan verídicosunos como otros. Sabe de memoria la de los duques de Alba, que vale unPerú.
—Si quisierais tener la bondad, señora marquesa, de referírmela—dijoStein—, os lo agradecería infinito.
—Con mucho gusto—respondió la marquesa—; y espero que daréis máscrédito a mis palabras que ese niño, tan preciado de saber más que losque nacieron antes que él. Sabéis que nada ennoblece tanto al hombrecomo los rasgos de valor.
—Por esa cuenta—dijo Rita—, José María podía ser noble y algo más,grande de España de primera clase.
—¡Qué amigos de contradecir son mis sobrinos!—exclamó la marquesa conalguna impaciencia. Pues bien: sí, señorita. José María podía ser noblesi no fuera ladrón.
—Ya que se trata de José María—dijo Rafael—, voy a contar a donFederico un rasgo de valor de aquel personaje. Lo sé de buena tinta.
—No queremos saber las hazañas de los héroes del trabuco—
dijo lamarquesa—. Rafael, tú hablas sin punto ni coma...
—Escuchad mi aventura de José María—continuó Rafael—.
Un ladrónhéroe, caballeroso, elegante, galán y distinguido, es fruta que no nacesino en nuestro suelo. Vosotros los extranjeros podréis tener muchosduques de Alba, pero seguramente no tendréis un José María.
—¿Qué dices tú?—dijo la marquesa—, ¿que los extranjeros podrán tenermuchos duques de Alba? ¡Pues ya!, ¡fácil era!
Escuchad, don Federico:cuando el santo rey don Fernando estaba delante de los muros de Sevilla,viendo que el sitio se prolongaba, propuso al rey moro...
—Que se llamaba Axataf por más señas—interrumpió Rafael.
—Poco importa el nombre—continuó la marquesa—; propúsole, pues, comoiba diciendo, que se decidiese la suerte de la ciudad sitiada en combatesingular, cuerpo a cuerpo, entre los dos monarcas. El moro tuvovergüenza de rehusar el reto. El rey Fernando ocultó a todo el mundo sudesignio, y cuando llegó la hora convenida, salió solo y de noche de susreales, encaminándose al puesto señalado. Un soldado de su guardia quele vio salir, tuvo algunas sospechas de su intento y temeroso de que elrey cayese en alguna asechanza, se armó y le siguió de lejos. Llegadoque hubo el monarca al sitio que todavía se llama la Fuente del Rey, yque era entonces un lugar muy agreste, se detuvo aguardando a que sepresentase el moro.
Pero por más que aguardaba, el otro en lo menos que pensaba era enacudir a la cita. Así pasó la noche, y al clarear el alba, convencidode que su contrario no vendría, iba a retirarse cuando oyó ruido en laenramada y mandó que saliese al frente, quienquiera que fuese.
Era el soldado y obedeció.
«¿Qué haces ahí?», preguntó el rey.
«Señor—respondió el soldado—, he visto a vuestra majestad salir solodel campo, e inferí su intento; he temido algún lazo y he venido adefender a su persona.»
«¿Solo?», preguntó el rey.
«Señor—continuó el soldado—, ¿vuestra majestad y yo, acaso no bastamospara doscientos moros?»
«Saliste de mis reales soldado—dijo el rey—y entras en ellos duque deAlba.»
—Ya veis, don Federico—dijo Rafael—, que esa leyenda popular arregladesafíos a medianoche y crea duques a pedir de boca.
—Calla por Dios, Rafael—dijo la condesa—, y déjanos esta creencia,pues me gusta esa etimología.
—Sí—respondió Rafael—; pero el duque de Alba no le agradecerá a tumadre la ilustración que quiere darle. Ahora veréis lo que hay en elasunto.
Diciendo estas palabras y echando a correr Rafael, volvió muy pronto conun libro en folio y en pergamino, que sacó de la librería del conde.
—He aquí—dijo—la creación, privilegios y antigüedad de los títulos deCastilla, por don José Berni y Catalá, abogado de los Reales Consejos.Página 140. «Conde de Alba, hoy día duque. El primer fue don FernandoÁlvarez de Toledo, creado conde de Alba por Juan II, 1439. Don EnriqueIV lo hizo duque en 1469.
Esta ilustre y excelsa familia es de sangrereal y ha tenido los primeros empleos de España en guerra y en política.El duque mandó todo el ejército en la conquista de Flandes y en la dePortugal, donde hizo maravillas. Esta ilustrísima familia tiene tantolustre y tantos méritos, que para enumerarlos sería necesario escribirvolúmenes.» Ya veis, tía, que la historia que nos habéis contado, aunquemuy propagada, es apócrifa.
—No sé lo que quiere decir—continuó la marquesa—, esa palabra griegao francesa; pero volviendo a los Santas Marías, este nombre les fue dadocon motivo de...
—Tía, tía—exclamó Rita—, hacednos el favor de dispensarnos de oírnuestra historia genealógica. ¿No tenemos bastante con la de los Cabezasde Vaca y los Albas? Cuando penséis contraer segundas nupcias, entoncespodréis lucir estas galas genealógicas a los ojos del favorecido.
—El apellido de los duques de Alba—dijo Stein—es Álvarez, y así sellama también mi patrón, que es un buen hombre, lleno de honradez ytendero retirado. Me causa mucha extrañeza ver que en este país losnombres más ilustres son comunes a las clases más elevadas y a las másínfimas. ¿Será cierto lo que se dice en mi país, que todos los españolesse creen de noble sangre?
—Esa es una confusión de ideas—contestó Rafael—, como todas las quegeneralmente tienen los extranjeros sobre las cosas de España; y así nohay ninguno que no crea a puño cerrado que cada gañán arando, llevacolgada a su lado la espada distintiva de caballero. Hay muchosapellidos generales y como mancomunes en España, no hay duda; peroesto nace en gran parte de que, en tiempos pasados, los señores quetenían esclavos les daban sus apellidos al emanciparlos. Estos nombres,usados por los moros ya libres, debieron multiplicarse, en particularlos de los magnates, a medida que más esclavos tenían. Algunas de esasnuevas familias se ilustraron y fueron ennoblecidas, porque muchasdescendían de moros nobles. Pero los grandes de España, que tienenaquellos mismos nombres, llevan tan a mal ser confundidos con estasfamilias, como con las de los artesanos que se hallan en el mismo caso.También hay que observar que muchos han tomado los nombres de laslocalidades de donde provienen, y así tenemos centenares de Medinas,Castillas, Navarros, Toledos, Burgos, Aragonés, etc. En cuanto a esasaspiraciones a sangre noble que están tan propagadas entre losespañoles, es observación que no carece de fundamento, porque es ciertoque este pueblo tiene orgullo y propensiones delicadas y distinguidas;pero no deben confundirse estos rasgos de carácter nacional con lasridículas afectaciones nobiliarias que hemos visto en tiempos modernos.El pueblo español no aspira a engalanarse con colgajos ni a salir de laesfera en que le ha colocado la providencia; pero da tanta importancia ala pureza de su sangre, como a su honra; sobre todo en las provinciasdel Norte, cuyos habitantes se jactan de no tener mezcla de sangremorisca. Esta pureza se pierde por un nacimiento ilegítimo; por la menory más dudosa alianza con sangre mulata o judía, así como por los oficiosde verdugo y pregonero, o por castigos infamantes.
—¡Válgame Dios—dijo Rita—, qué fastidiosos están ustedes con sunobleza! ¿Quieres, Rafael, hacernos el favor de continuar la historiadel tío?
—¡Dale!—exclamó la marquesa.
—Tía—respondió Rafael—, no hay cuento desgraciado, como el que locuente sea porfiado. Conque, don Federico, Santa María y Cabeza de Vacase unieron como dos palomos. Muchas veces he oído decir que mi tía, queestá aquí presente, lloró de placer y de ternura al ver tan bienconcertada unión. Mi tío tranquilizó los recelos que hubiese podidoinspirarle el nombre de su cara mitad sólo con verla.
—¡Rafael, Rafael!—exclamó la marquesa.
—Pero quien quedó asombrado—prosiguió Rafael fue todo el mundo, y másque nadie, mi tío, cuando al cabo de nueve meses la Cabeza de Vaca dio aluz un pequeño Santa María, tamaño como un abanico, y que parecíaengendrado por una X y una Z, La Cabeza de Vaca se puso más oronda quela de Júpiter cuando produjo a Minerva. Hubo, con este motivo, un grandebate matrimonial. La señora quería que el dulce fruto de su amor sellamase Pancracio, nombre que, desde la batalla de las Navas de Tolosa,había sido el de los primogénitos de la familia. Mi tío se empestilló enque el futuro representante de los venerables Santa María no llevaseotro nombre que el de su padre, nombre sonoro y militar. Mi tía los pusode acuerdo, proponiendo que se bautizase la criatura con los nombres deLeón Pancracio, de lo que ha resultado que su padre lo ha llamadosiempre León y su madre siempre Pancracio.
De repente interrumpió esta narración el general, entrando en la sala,pálido como un muerto, con los labios apretados y lanzando rayos por losojos.
—¡Santo Dios!—dijo Rafael a Rita en voz baja—, quisiera estar ahorasiete estados debajo de tierra, con las estatuas romanas que sirvieron alos moros para hacer los cimientos de la Giralda.
—Estoy furioso—dijo el general.
—¿Qué tenéis, tío?—le preguntó la condesa, colorada como un tomate.
Rita bajaba la cabeza sobre su bordado, mordiéndose los labios parasofocar la risa.
La marquesa tenía la cara más larga que la de Don Quijote.
—Esto es peor que burlarse de la gente—continuó el general con voztemblona—: ¡es un insulto!
—Tío—dijo la condesa suavizando la voz lo más posible—, cuando no haymala intención, cuando no hay más que ligereza, atolondramiento, gana dereír...
—¡Gana de reír!—interrumpió el general—: ¡reírse de mí!,
¡reírse demi mujer! Por vida mía, que se le ha de pasar la gana.
Ahora mismo voya presentar mi queja a la policía.
—¡A la policía! ¿Estás en tu juicio, hermano?—exclamó la marquesa.
—Si salgo con bien de esta—dijo Rafael a Rita—, hago voto a San Juanel Silenciario de imitarle durante un año y un día.
—Mi querido León—prosiguió la marquesa—, por Dios te ruego que no destanta importancia a una niñería. Cálmate. Yo sé que te ama y te respeta.¿Quieres dar un escándalo? Las quejas de familia no deben salir alpúblico. Vamos, León, hermano, quédese eso entre nosotros.
—¿Qué estás hablando de quejas de familia?—replicó el generalvolviéndose hacia su hermana—. ¿Qué tiene que ver la familia con lasinsolencias inauditas de ese desaforado inglés, que viene a insultar ala gente del país?
Al oír estas palabras, la hermana y los sobrinos del general respiraroncon holgura, como si se les hubiera quitado una piedra de sobre elcorazón. Su temor de que nuestro cronista hubiese sido oído por elinflexible veterano, carecía de fundamento, y Rafael preguntó con lostonos más sonoros de su voz:
—¿Pues qué ha hecho ese gran anfibio?
—¿Lo que ha hecho?—contestó el general—. Voy a decírtelo.
Sabéis que,por desgracia mía, ese hombre vive enfrente de mi casa. Pues bien: a launa de la noche, cuando todo el mundo está en lo mejor de su sueño, elmíster abre la ventana y se pone... ¡a tocar la trompa!
—Ya sé que es furiosamente aficionado a ese instrumento—
dijo Rafael.
—Además de eso—continuó el general—, lo hace malísimamente y el soplode su vasto pecho saca del instrumento sonidos capaces de despertar alos muertos de veinte leguas a la redonda; de modo que se ponen a aullartodos los perros de la vecindad. Con esto tendréis una idea de lasnoches que nos hace pasar.
Todos los esfuerzos que habían hecho hasta allí los oyentes paracontener la risa, fueron infructuosos. La carcajada fue tan simultánea ytan estrepitosa, que el general calló de repente y les echó una miradaindignada.
—¡No faltaba más, sobrinos!, no faltaba más sino que os parezca asuntode risa tan descarada insolencia, tal desprecio de las gentes. ¡Reíos,reíos!, ya veremos si se reirá también tu recomendado.
Dijo, y se salió de la pieza tan denodadamente como en ella habíaentrado, con dirección a la policía.
Rita se desternillaba de risa.
—¡Válgame Dios, Rita!—dijo la marquesa, que no estaba para fiestas—.Más propio sería que te indignases de tamaña falta de seso, que noreírse de ella.
—Tía—contestó la joven—, bien sé lo que el caso merece; pero aunqueestuviese en el ataúd, me había de reír. Os prometo que, para vengar ami tío, cuando el mayor moscón venga a chapurrearme piropos, no mecontentaré con volverle la espalda, sino que he de decirle: guardadvuestro resuello para tocar la trompa.
—Mejor harías—dijo Rafael—en imitar a las señoritas extranjeras, quese ponen coloradas para dar los buenos días y pálidas para dar lasbuenas noches.
—Eso sería mejor—contestó Rita—; pero yo prefiero hacer lo peor.
—A todo esto—dijo Stein con su perseverancia alemana—, me habíaisprometido, señor de Arias, contarme un rasgo de valor de José María.
—Será para otro día—respondió Rafael—. He aquí a mi general enjefe—añadió sacando el reloj—: son las tres menos cuarto y a las tresestoy convidado a comer en casa del capitán general. Doctor, si yo fueravos, iría a suministrar los socorros del arte a mi tía Cabeza de Vaca enel estado crítico en que la ha puesto la trompa del mayor.
Capítulo XX
Completamente restablecido ya el niño de la condesa, había llegado lanoche que esta señora había fijado para recibir a María. Algunostertulianos estaban ya reunidos, cuando Rafael Arias entróprecipitadamente.
—Prima—dijo—, vengo a pedirte un favor: si me lo niegas, voy aderechura a echarme de cabeza... en mi cama, bajo pretexto de unajaqueca monstruo.
—¡Jesús!—replicó la condesa—. ¿De qué modo puedo yo evitar tamañadesgracia?
—Vas a saberlo—continuó Rafael—. Ayer he tenido carta de uno de miscamaradas de embajada: el vizconde de Saint Léger.
—Quítale el Saint y el vizconde, y deja Léger pelado—repuso elgeneral.
—Bien—dijo Rafael—; mi amigo, que según el tío no es ni vizconde nisanto, me recomienda a un príncipe italiano.
—¡Un príncipe!, ¡pues ya!—dijo con sorna el general—. ¿Por qué no hande llamarse las cosas por sus nombres? Lo que será es un carbonario, unpropagandista, una verdadera plaga. ¿Y de dónde es ese príncipe?
—No lo sé—repuso Rafael—; lo que sé es que la carta dice losiguiente: «Os agradeceré que hagáis conocer a mi recomendado lasmujeres más bellas y amables, las reuniones más escogidas y lasantigüedades más notables de la hermosa Sevilla, ese jardín de lasHespérides.»
—Jardín del Alcázar querrá decir—observó la marquesa.
—Es probable—prosiguió Rafael—. Cuando me vi encargado de esta tarea,sin saber a qué santo encomendarme, se me ocurrió la luminosa idea deacudir a mi prima y pedirle licencia para traer al príncipe a sutertulia, porque de este modo podrá conocer las mujeres más bellas yamables, la sociedad más escogida y—
añadió en voz baja y señalando conel dedo la mesa del tresillo—
las antigüedades más notables de Sevilla.
—Mira que mi madre está ahí—murmuró la condesa echándose a reír apesar suyo—; eres un insolente.—Y añadió en voz alta—: Tendré muchogusto en recibirle.
—¡Bien, muy bien!—exclamó el general, barajando violentamente losnaipes—¡Mimarlos, abrirles las puertas de par en par, ponerlesandadores!; se divertirán a vuestra costa y después se burlarán devosotros.
—Creed, tío—contestó Rafael—, que tomamos la revancha.
Es cierto quese prestan a ello admirablemente. Algunos vienen con el único designiode buscar aventuras, muy persuadidos de que España es la tierra clásicade estos lances. El año pasado tuve uno a cuestas, con esta monomanía.Era un irlandés, pariente de lord W.
—Sí, ¡como yo del Gran Turco!—dijo el general aplicando su muletilla.