Tras haberles seguido la pista a varios concejales, ayer conseguimos intervenirle el móvil al
de Cultura. Esta mañana teníamos pues el primer micrófono dentro del Ayuntamiento. El
concejal en cuestión habla con un funcionario y éste, a su vez, mantiene una conversación en
su presencia, a través de otro teléfono, probablemente uno fijo, con una tercera persona. Me
tendió los auriculares. Se oían distintamente pasos, el chasquido de un picaporte, el crujido de
una puerta que se cierra. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Pues pasa que esto va a acabar como el
rosario de la aurora. Eso es lo que pasa. Mira, otra factura. Y no es una bagatela. Ochocientos
cincuenta y cinco mil euros. Adivina esta vez en concepto de qué. Champán y vinos
franceses. Se gastó la friolera de ochocientos cincuenta y cinco mil euros nada menos que en
champán y vinos franceses. Pero no creas que hay para parar un tren. Echa un vistazo.
Trescientas cincuenta botellas a dos mil euros cada una. El resto es por el estilo. Cargó todo a
la cuenta del Ayuntamiento. Nos va a perder. Te digo que nos va a perder. No tiene control.
Éste es el peor. Peor incluso que el Pajuel, el que empezó todo el cacao. ¿Y ahora qué hago yo
con este toro? Pues mira, llámale y díselo. A ver él qué dispone…. Que lo escuche yo
también. Pausa. Pitido. ¿Juanjo? Oye Juanjo, mira, acaba de llegar una factura de ochocientos
cincuenta y cinco mil ciento cuarenta y cinco euros en concepto de vinos y champán a la
atención de Juan José Ruano. ¿Qué hago? Pues lo incluyes en gastos de protocolo y santas
pascuas. Pero Juanjo… ¿no te das cuenta de que eso es inverosímil….botellas de vino a dos
mil euros…en gastos de protocolo? ¿A quién hemos invitado, al rey de Jauja y a todo su
cortejo? Mira, Serafín, no me toques los cojones, que he tenido un día muy puto. Lo cargas en
gastos de protocolo y aquí paz y allá gloria. En caso de que surgieran problemas, ya me
encargaría yo de solucionarlos a su debido momento. Zumbido. Vuk también cortó la
grabación. Deja de lado todo lo demás. Convoca gabinete de crisis en la atalaya. ¿Y Milos? Está en el
teatro de operaciones. Que venga. Quiero decir, que vaya. Yo me encamino ya hacia allí.
Mefiboshet, al abrirme la puerta, adivinó enseguida que se había declarado el estado de
emergencia, levantó mucho las cejas y dio un paso atrás con las blandas suelas de sus
zapatillas para dejarme pasar. ¿Hay alguien en casa? Nicolai. Está en su habitación. Llámale.
A medida que vayan llegando los demás, los vas dirigiendo al despacho. Apenas cinco
minutos después, el comité en pleno se hallaba alrededor de la mesa de juntas.
¿Quién diablos es ese Juan José Ruano? Vuk respondió. Lo están averiguando. Les he dicho
que, en cuanto sepan algo, me llamen de inmediato. A ver, pásame a Bugs Bunny. Vuk apretó
unas cuantas teclas y me entregó el aparato. ¿Se sabe ya algo de Juan José Ruano? Se trata de
un asesor de urbanismo. ¿Un asesor de urbanismo? ¿Y se permite hablar así a un funcionario
de plantilla? No figura con ningún otro cargo. Utilicen otros canales, quiero un informe
completo de todo lo que se pueda saber en este preciso momento de la vida y milagros de ese
Juan José Ruano. Colgué.
Bien, no vamos a esperar hasta mañana para lanzar la ofensiva. Esta misma noche no hay
sino allanar con todo sigilo las moradas del Juan José Ruano de marras, del concejal de
urbanismo, de la teniente de alcalde y de la propia alcaldesa, para ver hasta dónde remonta el
chanchullo. Felipe, ¿disponemos del material y el tiempo necesario? Con respecto al material,
la respuesta es afirmativa; por lo que se refiere al tiempo, ya dije que sólo necesito un cuarto
de hora, como mucho, y un ayudante para efectuar las operaciones requeridas. Así que, en lo
tocante a este último aspecto, no me corresponde responder a mí. Milos… Habitualmente
efectuamos un reconocimiento previo del terreno y eso suele llevar varios días. Pero si
movilizo a todos mis hombres… Vamos a ver… Son las once. A las once de la noche
podemos tener recolectada y tratada la información requerida para alcanzar el estado
operativo. De todos modos, si no hubiera suficientes garantías, siempre se podría tomar, a las once de la noche, la decisión de aplazar el ataque. Al fin y al cabo, una dilación de unos
cuantos días, tal vez no suponga un cambio substancial en el resultado y sí en las
probabilidades de alcanzarlo con éxito. Tres días y lo tendría todo atado y bien atado. Prefiero
hacerlo cuanto antes, porque esos ochocientos cincuenta mil euros son susceptibles de crear,
ahora mismo, en estos precisos instantes, un cierto revuelo intra muros, por lo que considero
conveniente desplegar de inmediato nuestros oídos para saber hasta dónde llega la marea.
Aparte de que ese Serafín, quien quiera que sea, mueve algo de razón. Cuando alguien se
gasta ochocientos cincuenta mil euros en botellas de vino, a dos mil euros la pieza, es porque
comienza a perder los estribos. Y nosotros necesitamos hacerles pasar a todos por taquilla
antes que intervenga la Policía Judicial.
En una segunda fase vamos a tener que apañar los ordenadores del Ayuntamiento, por lo
menos los que se encuentran en determinados despachos, para cotejo o complemento de
información. ¿Es factible eso, Milos? Tal vez… En cualquier caso es una operación de
envergadura que requiere madurar un buen plan. Felipe intervino. Aparte del dispositivo que
transmite todas las actividades de un ordenador, o de una red de ellos, existen modelos de
llaves USB que aspiran en pocos minutos, con sólo ponerlas en posición, el contenido de un
disco duro. Perfecto, ya tenemos trazada una vía, reflexionemos todos en esa dirección a partir
de mañana. Por el momento tenemos un buen puchero en el fuego, no hay que perder ni un
segundo. Por mi parte, permaneceré en la atalaya hasta que nos volvamos a reunir, a las once
en punto. Salieron todos con cierta precipitación, excepto Nicolai, quien se dirigió
cachazudamente a su habitación. Al poco rato, comenzó a sonar su violín. Juan, tráeme un
zumo de naranja con hielo y luego bajas a comprar la prensa. Salí a la terraza, hacía ya mucho
calor y de repente noté que tenía una sed de extraviado en el desierto. Apenas si tuve
paciencia para dejar que los hielos enfriaran un poco el líquido. Fui a sentarme en un
balancín, debajo del toldo, donde me quedé transpuesto hasta que regresó Mefiboshet con los periódicos. Otro zumo de naranja, Juan, por favor, con mucho hielo. Instalado ante la mesa,
comencé la lectura. Pasé rápidamente las primeras páginas y me detuve en la información
relativa a la urbe, la cual venía encabezada con una entrevista a Pilar Cencillo, primera
teniente de alcalde, “un año después de la moción de censura, puede afirmarse que he ganado
mi litigio contra el PSOE, la ciudad tiene lo que no había tenido desde hace mucho, un
Ayuntamiento digno y presentable, limpio de polvo y paja. Si para ello tuve que perder mi
carné del partido, lo doy por bien empleado…”
Alguien ha venido a traer esto. El sigiloso Mefiboshet estaba rodeando ya la mesa con una
carpeta en la mano. Unos cuantos cabeceos más del velero en que parecía navegar y el viento
acabó empujándolo hasta mi lado. Entregó la carpeta, levando anclas de inmediato. En el
interior de la misma había unas cuantas fotografías de Juan José Ruano publicadas por la
prensa con sus correspondientes artículos; entre ellas, me llamó la atención una en la que
aparecía cenando con Javier Huertas, antiguo alcalde, conocidísimo de todos los medios de
comunicación por razones diversas y variadas, quien le introdujo, según pude leer en el
cuerpo del artículo aferente, en el Ayuntamiento. Más abajo se le califica de “consejero
influyente en materia de urbanismo” y se revelan sus orígenes humildes, es decir, obrero de la
construcción en paro, situación en la que se encontraba cuando se levantó ante su cabeza la
mano providencial de Huertas para bendecirle. El alcalde siguiente, en cambio, lo destituyó,
pero al progresar la moción de censura que llevó a Marisol Herrera a la alcaldía, el equipo de
ésta lo rescató. En resumidas cuentas, controló desde su llegada en 1992, con sólo una breve
interrupción, Planeamiento Urbano, la sociedad municipal que gestiona el suelo.
Esta vez, la presencia de Mefiboshet fue anunciada por unos tintineos de cristal y de loza.
Acudía con una bandeja cargada de platos y cubiertos. No sé cuántos vendrán a comer hoy.
Me temo que sólo nos encontremos los tres. Ya me imaginaba yo que esto iba a ocurrir, según
se han ido todos, como alma que lleva el diablo, a las once de la mañana. Por eso he dejado para mañana el arroz al horno que iba a preparar. Lo he reemplazado por un sencillo filete con
patatas y un huevo frito, lo que se puede hacer a medida que vayan llegando, si llegan….
Perfecto, llama a Nicolai y empecemos a comer.
Tras el café, hice una larga siesta en una tumbona. La noche será larga, me dije. Desperté a
las seis. La terraza permanecía desierta. Recogí los periódicos y tomé asiento en el balancín,
dispuesto a leer esta vez todas las secciones de todos ellos. Anocheció y no había venido
nadie, únicamente se oía el violín de Nicolai. A eso de las nueve y media, apareció
Mefiboshet con la misma bandeja cargada de cubiertos. Cenamos. A las diez y media, le pedí
a Nicolai que interpretara “El doctor Zivago”. A las once en punto, se presentó el comité en
bloque. Con la mirada interrogué a Milos. Todo está listo. Pero, si no hay inconveniente,
saldremos de aquí dentro de una hora. Es verano y la gente suele acostarse bastante más tarde.
Luego hay que darles tiempo para entrar en el sueño profundo. Muy bien, tenéis la posibilidad
de cenar antes.
Vuk, Ouissene y Moussa salieron los primeros. Milos, Felipe y yo mismo aguardamos cinco
minutos antes de bajar a la calle. Felipe se dirigió a una furgoneta en la que se anunciaba con
grandes caracteres azules, amén de algún que otro símbolo característico por añadidura, una
empresa de construcción y subió por la puerta trasera. Milos hizo un gesto para indicarme el
Mercedes que se hallaba aparcado justo detrás. ¿Es un coche robado? Naturalmente, la
furgoneta sólo tiene la matrícula falsa y el maquillaje, claro. Pero la furgoneta tiene dentro
cosas que no se improvisan, aparte de que no hay que perderla por nada del mundo. Una vez
instalado ante el volante, se puso una especie de tapón en la oreja y una pinza metálica en el
cuello de la camisa. Felipe nos ha equipado con un material de alta tecnología, así todo resulta
más fácil. La furgoneta arrancó y nosotros detrás. Atravesamos una ciudad todavía bastante
animada. Sin embargo, a medida que nos internábamos en la periferia, los transeúntes se iban
haciendo más raros, aunque no infrecuentes. Nos detuvimos en un barrio residencial. Milos habló. Unidad de control en posición. Durante diez minutos nada ocurrió. Al fin vi
que alguien bajaba por la acera opuesta. Vestía informalmente, podía ser cualquiera, por
ejemplo un joven que regresara de la discoteca o de un local de moda. Eso es lo que acabé
creyendo, tras un instante de duda. Sin embargo, se detuvo ante una valla que le llegaba a
nivel del pecho, a partir de ahí continuaba con unos barrotes metálicos hasta una altura de
unos dos metros, detrás se hallaba una barrera de tuyas que la sobrepasaba de unos cincuenta
centímetros. El joven sólo permaneció unos segundos parado, luego siguió avanzando, cruzó
la calle por delante de la furgoneta, entregó algo al conductor, pasó junto a nosotros sin mirar
y por el espejo retrovisor vi que dobló la primera esquina. Diez minutos más tarde, hacía el
recorrido inverso, recogía algo de manos del conductor de la furgoneta, cruzaba la calle,
permanecía dos segundos ante la valla reforzada con tuyas y seguía adelante su camino. La
furgoneta arrancó de nuevo y nosotros detrás.
El segundo asalto se desarrolló de manera similar. La tercera mansión objeto de nuestro
escrutinio aparecía cercada por un muro mucho más alto y espeso, que corría durante un buen
trecho a lo largo de la acera. Esta vez, cuando el sujeto encargado de acercarse por el lado
opuesto de la calle se detuvo ante el tapial, una figura negra como un pegote de alquitrán se
inclinó desde lo alto para entregarle algo. Visto y no visto. Se trata de la casa de Juan José
Ruano, me susurró Milos. Dispone de un parque de cinco mil metros cuadrados
aproximadamente, una piscina de dimensiones olímpicas y un helipuerto. Pues…. qué no ha
pasado este tío de obrero en paro a multimillonario en cuestión de doce años, que se dice
pronto. De repente Milos se irguió, en el silencio de la noche pude escuchar la vibración de
una vocecita metálica que salía de su oreja izquierda. Un coche patrulla se dispone a entrar en
la calle. Simultáneamente, la furgoneta y el Mercedes salieron sin prisas, dimos la vuelta a la
manzana y al enfilar de nuevo la calle divisamos la luz azul desapareciendo a lo lejos, tras
doblar una esquina. Aparcamos en el mismo sitio que antes y la operación continuó. El asalto a la cuarta casa se desarrolló sin incidentes. A partir de ahí, la furgoneta y el Mercedes
tomaron caminos distintos. Nosotros regresamos a la atalaya. En el portal nos aguardaba un
tipo al que no había visto hasta entonces. Milos le entregó las llaves del coche. Mientras
subíamos en el ascensor, me mostró un SMS en el que aparecía únicamente la cifra uno. Es el
cuarto uno que recibo, lo que significa que las cuatro intervenciones han finalizado sin
problemas. Mefiboshet se levantó al oírnos entrar. Prepáranos dos vasos de güisqui con
mucho hielo, tenemos algo que celebrar.
Regresé a casa despacio, distraídamente. La ciudad apuraba los restos de su noche, como si
de los postreros tragos de una borrachera de desespero se tratara. Los últimos taxis de la
vigilia se cruzaban con los primeros de la mañana. Grupos de jóvenes turistas vociferaban en
todas las lenguas un malestar profundo, bien arraigado, siempre el mismo; la mayoría de ellos
volvían bebidos, algunos francamente borrachos, las prostitutas se les ofrecían, les incitaban a
tantear la mercancía con la que comerciaban por si ello les ayudaba a decidirse, exhibiéndose
al propio tiempo ante los coches desorientados. En las cespederas y entre los arbustos de los
parques yacían cuerpos oscuros, anonadados por las drogas duras. Pensé que vivimos tiempos
febriles, incluso en los rescoldos de la noche se respira aún un perfume de ansiedad, un humo
gris que exhalan las cenizas tras la última combustión de nuestras ilusiones marchitas. Pero
poco después, de cristal en cristal, esquivando las moles grises de los rascacielos, siempre
viene una luz nueva para recomponerlo todo, para que pueda dar comienzo, desde el mismo
momento en que empiezan a rutilar los pétalos cuajados de rocío en las escasas islas de
vegetación, un nuevo ciclo de veinticuatro horas. Es el soplo que regenera la esperanza,
Leviatán, en el momento mismo de su muerte.
Pamplinas, se trata tan sólo de la ley del péndulo, que obliga a recorrer una distancia
simétrica en dirección al otro polo. Y ello únicamente para entrar de lleno, con renovada
fuerza, en el alucinado horror que nos aguarda siempre en la desolada atmósfera de tiniebla. Así, las generaciones caminan sucesivamente hacia su particular hecatombe; sin embargo, a ti
no te habitaba la ansiedad, sino la fuerza. Un empuje que ni tú mismo comprendías, aunque
estabas decidido a no desperdiciar ni una sola de sus migas. Mas ¿qué era tu fuerza, sino una
gota de aceite en un mar de agua salada? Si fuerza era, se trataba de una fuerza prestada, pues
no la había conocido antes. Siembra en invierno y nada logrará atravesar la dura capa de tierra
helada; no obstante, a su debido tiempo, la semilla germinará, saldrá la planta y se hará fuerte.
Por mi parte, conozco muy bien el nombre de esa semilla que llevabas dentro.
Con las primeras luces del alba, abrí la cancela de mi jardín. Los gorriones, pardillos,
herreruelos y mirlos se encontraban ya muy atareados en los múltiples asuntos de la república
plumífera. Un gato, al notar mi presencia, dejó de jugar con su presa y se la llevó entre las
fauces a un rincón tranquilo, más allá del muro del fondo. El frescor de la mañana, la mesa y
las sillas de plástico, el rumor de las hojas de la higuera, movidas suavemente por el aura
matinal, invitaban al trabajo. Pero el peso de tantas y tan largas horas rebosantes de tensión,
bien pobladas de acontecimientos inciertos, se desplomó repentinamente sobre mi cuerpo. Esa
casa sencilla, vetusta, desconchada, constituía, a mi parecer, un lugar ameno. Hay casas
suntuosas, con jardines frondosos y bien cuidados, que no lo son. Parece que ello dependa, en
verdad, del genio que habite el lugar. No debería necesitar más que eso, un lugar ameno, un
rebujo de pan. Estoy seguro que no necesitaría más, a no ser por esa fuerza que se ha
apoderado de mí como si fuera un viento que soplara con ímpetu invencible cuando se
propone encauzarme en determinada dirección y luego amaina para que pueda contemplar el
mar y la costa como lo haría el capitán de un navío ajeno, que ha recibido por adelantado el
porte de una mercancía que no le pertenece. Aun así, fuera de las necesidades de la guerra,
barrio… ¡Ah! Ese era lo que los franceses llaman une tête à claque. Y a la media hora lo tenía
olvidado. Lo nuevo, lo insólito, era la energía que me poseía; fue ella la que derribó con su onda expansiva al mequetrefe ése. En cambio, yo tengo que tener mucho cuidado con los tête
Como puedes ver, las ventanas de mi casa no tienen ni maderas, ni cortinas, ni siquiera
visillos, así que, al rato de estar en la cama, se llenó la habitación de sol. Traté de dormirme
pero, a pesar del cansancio, no lo conseguí enseguida. Tuve la impresión de hallarme dentro
de un crisol, reverberando luz y destellando resplandores de fuego, con lo que mi materia se
estaba refundiendo para conformar un hombre nuevo, ante el cual se abría una vida flamante.
El hombre viejo había sido un error, o mejor, una serie de equivocaciones, ninguna de ellas
grave, ninguna de ellas determinante, pero sí la suma. Disponía de un ejército cuyo jefe me
obedecía como un cadáver y yo les había dado un camino a seguir que nos llevaría lejos y ni
siquiera me vería obligado a molestar demasiado a la gente honrada; con la cantidad de
deshonestos que hay, tan sólo en esta ciudad, basta para sacar sacos y sacos de oro. Además,