Al cabo de un rato, y como para entrar en conversación, llamó el guardaá Mariquita; pero ésta, en lugar de acudir, se refugió al lado de suhermana, y se abrazó á sus faldas, en cuyos pliegues desapareció sudiminuta persona, sin que de ella se percibiese más que su carita,{87-2}que miraba con ceño y desconfianza al que la había llamado.
—¡Esquiva! dijo el guarda; ¡eso es de casta!
Varmen permaneció callada.
—Oiga Vd., prosiguió su interlocutor: no es de ahora que noto yo que mehuye Vd.
la cara.
—No huyo la cara ni á Vd. ni á nadie, contestó Varmen; pero no soyamiga de dar
conversación á los hombres.
—Ni yo de sembrar para no coger: ¿está Vd., Varmen?
—Pues para eso, mire Vd. antes en{87-3} la tierra que siembra; que latierra que sirve para viña, no sirve para olivar, contestó Varmen.
—¿Vd. me desprecia á mí?
—No, señor; yo no acostumbro á bajar á nadie de su estado.
—Pues ábrame Vd. la ventana{88-1} esta noche, que tengo que{88-2}decirle.
—¿Yo? No, señor: yo no abro mi ventana.
—Á otro se la abrirá Vd.
—No, señor; ni al lucero del alba que viniese con una torta en la mano.
—Pues por eso digo, que en cambio de mi voluntad que le he dado, me daVd. un
desprecio.
—Yo no desprecio á Vd.
—¡Pero no me quiere dar oídos!
—Eso no; ni pasarse, ni llegarse.{88-3}
—Si no es hoy, mañana será; ó he de poder poco.
—Señor, exclamó azorada y ofendida Varmen. No exprima Vd. tanto lanaranja que
amargue el zumo;{88-4} y déjese de andar tras de aquello queno ha de alcanzar.
—¡Á carrera larga nadie escapa!, repuso el guarda, cogiendo su escopetay
alejándose.
La pobre Varmen quedó atribulada; y al domingo siguiente, cuando fué allugar, le
contó al cura, que era su confesor, lo que le había pasado conel guarda, y tenía perturbado su ánimo, hasta entonces tan sereno.
El cura, sin tener un talento sobresaliente, ni una santidad que llamasela atención, era uno de esos sacerdotes, cuyo carácter, inclinaciones,estudios, educación, ocupaciones y hábitos los hacen perfectamente aptospara el desempeño de su ministerio. Con él{88-5} estaba hacía{88-6}muchos años tan identificado el cura, que unido esto{88-7} alconocimiento individual que tenía de cuantos componían su rebaño lehacían{88-8} un pastor modelo. Hemos dicho modelo, y no ideal,porque los ideales son escasos. Por esto se haría mal en no apreciar loque es muy bueno, sólo porque no llega al apogeo ó ideal de laperfección, en vista de que esto sólo lo hallamos, en realidad, en lavida de los entes privilegiados que han merecido el dictado de Santos, yficticiamente, en las creaciones de los poetas, que hacen bien enpresentarlo para enaltecer á la humanidad, pero que harían mal si lopresentasen para desprestigiar y deprimir á aquello que no se eleva átanto.
—No te inquietes, ni temas, le dijo el cura, pues no tienes por qué;que «Culpa no
tiene quien hace lo que debe.» Y tú{89-1} lo que debeshacer, es no dar oídos á ese hombre.
Al domingo siguiente volvió á hablarle al cura, más asustada, másacongojada aún, y
le dijo que el guarda la perseguía y hostigaba con suamor, de manera que no la dejaba vivir,{89-2} y hasta había llegado áamenazarla, si se mantenía en no darle oídos.
—Sosiégate, hija, y no temas, la contestó el cura. Todas esas sontretas de que se valen los hombres para perder á las inocentes como tú.«Obra bien... ¡Que Dios es Dios!»
Al tercer domingo, la pobre joven se mostró más afligida y atemorizadaque nunca;
la obstinación del guarda, su vehemencia y sus amenazas, lahacían temer una desgracia si le exasperaba más con sus negativas.
«Haz lo que debas y suceda lo que suceda.» Así terminó el cura losconsejos paternales que le dió, para que siguiese impávida en la sendade la virtud.
Á los pocos días, habiendo salido Varmen al olivar para buscar unagallina que se había extraviado, se presentó de repente á su vista elguarda. Varmen, asustada, se volvió presurosa{90-1} dirigiéndose haciala hacienda.
—¿Huyes? le dijo su perseguidor. ¡Huyes de mí, porque te acusa laconciencia!
—¿La conciencia? contestó Varmen. «Culpa no tiene quien hace lo quedebe.»
—¿Tú te has parado á considerar, prosiguió el guarda, lo que es, y loque puede resultar de exasperar á fuerza de desprecios á un hombre comoyo? ¿Tú sabes de lo que{90-2} soy capaz? ¿Sabes que puedo perderte?
—«Obrar bien... ¡Que Dios es Dios!» contestó Varmen, con la calmapropia en el
momento de las grandes crisis.
—¡Varmen! por última vez... ¿me desechas?
—Sí, contestó Varmen con la palidez del pavor en el rostro, y lafirmeza del buen
propósito en el acento.
—Pues sábete, ingrata, que en su vida{90-3} este á quien ofendes hadejado hueco entre el agravio y la venganza; que eso en la sangrelo{90-4} tengo, y lo mamé con la leche que me crió.
—Y yo, con la buena enseñanza cristiana que he mamado, tengo en el almaeste otro
propósito: «Haz lo que debas y suceda lo que suceda.»
—¡Hola! ¡ya caigo! dijo con concentrada ira el guarda. El que te dirigees el cura. ¡Á
ése, á ése, es al que{90-5} debo tus repulsas, que no hepodido vencer; tus desdenes que no he podido desarmar, tu dureza que nohe podido ablandar! ¡Pues él pagará por él y
por ti! Mañana me voy; novolverás á verme; ¡pero por estas que me afeito, que te acordarás de mímientras memoria tengas!
Diciendo esto, el guarda se alejó rápidamente y desapareció entre losolivos.
Á la mañana siguiente, vió entrar el cura en su casa á Varmen, la quedeshecha en
lágrimas le refirió lo que le había pasado.
—No te apures, hija, le dijo, cuando hubo concluido de hablar: ésos
sonespumarajos del coraje, que cae cuando la razón vuelve á adquirir suimperio.
—¡Padre, no le conocéis! repuso sollozando Varmen, es un desalmado. ¡Nosalgáis,
por Dios, mañana; que os va á matar!
—Sosiégate, hija, que va mucho de hacer una amenaza á{91-1} cumplirla.
—Padre, repitió acongojada Varmen, no le conocéis; tiene echada el almaatrás,{91-2}
y cumplirá la amenaza; ¡lo ha jurado!
—Pues, hija, repuso el cura, «Haga yo lo que deba, y haga Dios lo quequiera. »{91-3}
IV
Del lado opuesto del pueblo se extiende un pinar, al que se llega por unprado de roja arena, que cubre un césped{91-4} tan corto y espeso, queparece lo ha tejido la naturaleza para avergonzar á los tejedores de lasmás afamadas alfombras. En los parajes más bajos y húmedos en el tiempode las lluvias, este césped se ve salpicado
con tal profusión depequeñas margaritas blancas, miniaturas de esta bella especie, queparecen ser las once mil vírgenes del paraíso de Flora. Por los parajessecos, crece cercana á la tierra una flor pequeña, que lleva el nombrede flor de la abeja, nombre bien apropiado, porque esta florecitatiene con pasmosa exactitud la forma y colores de dicho animalito. Noparece sino que{92-1} bajada á descansar—si es que esa laboriosa éincansable colectora de miel busca jamás descanso,—se ha posado sobreun tallo, y ha quedado adherida al reino vejetal, por hechizo de algúnmaléfico gnomo. Dan impulsos de traer á aquellos parajes una colmena,para probar si la vista del hogar doméstico las hace romper el encantoque las tiene convertidas en pequeñas y mudas
estatuas. Pudiérase pensarque eran{92-2} las flores que lo habían exigido de Flora para dar á lasabejas este castigo, semejante al que recibió la mujer de Lot; si fuesedable atribuir á las flores deseos de venganza, ni resentimiento porquegozasen otros de la miel de su corazón. Pero no lo es; ellas queexpenden con profusión y entregan al inconstante aire su perfume conloca prodigalidad,—porque saben que tienen para dar
y que lesquede,{92-3}—no pueden ser avaras. Es esta flor la singularidad másperegrina que hemos visto. Tiene además la de ser incultivable; todoslos ensayos que se han hecho con este fin han sido infructuosos, lo quenos confirma en nuestro primer aserto de que este fenómeno es un hechizodel maligno gnomo de aquel rojo arenal.
La naturaleza, no contenta con extasiarnos con sus obras maestras, secomplace á veces con admirarnos, ya con sus encantadores caprichos, yacon misterios llenos de alto sentido. ¡De cuántos modos nos llama Dios áadorarle con sus obras! ¡Oid el himno que entonan todos esos susurros,todos esos sonidos que no comprendemos, y
que en diferentes tonos, yagraves, ya alegres, ya dulces, ya austeros, difunden el aire, el agua,el fuego, las plantas, todo lo que creemos inanimado. Oid atentos y osconvenceréis de que dicen: «¡Venite, adoremus!»
Aquel pinar era el sitio en que indefectiblemente paseaba el cura todaslas tardes.
Aquélla á la que había precedido su conversación{93-1} con Varmen, saliócomo de costumbre tenía.
Cuando se hubo internado en el pinar, vió de repente salir de entre laenramada el guarda que traía su escopeta, el cual, parándose á cortadistancia, se la echó á la cara, clavando en él sus ardientes yamenazadores ojos.
El cura se paró igualmente; pero con ánimo tan sereno, que al mirar alque le amenazaba, su rostro sólo expresaba la más completa calma, y lamás pura dignidad.
Un rato se estuvieron viendo fijamente ambos,inmóviles y en silencio; lentamente se
inclinó hacia tierra la direcciónde la escopeta del guarda, que en seguida bajó sus ojos, y después de unmomento de indecisión, dijo en honda voz,
—¡Vaya Vd. con Dios, Padre! y desapareció bruscamente en la espesura.
—¡Dios bendiga tu primer paso en la senda del bien, hijo! repuso enrecia y conmovida voz el Cura, y salve tu alma, que pierdes entregándolaá tus malas pasiones.
Si esta bendición llevó su fruto, se ignora; pues nunca se volvió ásaber de aquel á
quien fue aplicada.[P]
Footnotes to Obrar Bien ... Que Dios Es Dios:
[P] NOTA. Este sucedido, tan pequeña cosa en el hecho, y tangrande en su significación, fue comunicado con la más sincera sencillezal que lo refiere, por el mismo cura que en él actúa, que lo relatabasólo para probar que el hombre no cumple tan fácilmente como lo concibeun mal propósito;{93-2} y sin hacer valer que al digno apóstol de lapalabra de Dios, al firme sostenedor de las virtudes evangélicas, lerespeta el hombre, por perverso que sea, si no ha renegado del bautismoque le hizo cristiano. (Fernán Caballero.)
EL TEN-CON-TEN
POR DON ANTONIO DE TRUEBA{94-1}
I
En un pueblo de Castilla llamado Animalejos, erigieron los labradoresuna ermita á
San Isidro, á poco tiempo de ser canonizado el santolabrador matritense, y aquel santuario fué adquiriendo gran fama en todala comarca, por los favores que otorgaba
el Santo á los que los pedíancon verdadera fe.
Andando el tiempo, la ermita se arruinó, y en tal estado se hallabahacia mediados
del siglo presente. Los vecinos de Animalejos, pocoperitos en efemérides histórico-religiosas, decían que la ermita searruinó en el primer tercio del siglo XVI, con motivo de la guerra delas Comunidades, que tantos desastres causó en Castilla la Vieja, y aunen Castilla la Nueva; pero los vecinos de los pueblos cercanos les dabanmatraca llamándoles, no se sabe por qué, «los que arcabucearon alSanto»; insulto que sacaba de sus casillas á los animalejeños y dabaocasión á tremendas palizas.
Es verdad que hacía siglos no quedaba de la ermita más que unmontoncillo de ruinas; pero se conservaba por tradición, así enAnimalejos como en los pueblos inmediatos, la devoción al santo patronode los labradores.
Dícese que cuando el río suena, agua lleva;{94-2} pero aquella devociónde los animalejeños á San Isidro bastaba para desmentir, si no bastarasu propia y sacrílega enormidad, la acusación de haber arcabuceado á SanIsidro los animalejeños.
Había en Animalejos un sujeto, llamado por mal nombre el tíoTraga-santos,{95-1} y digo que era llamado así por mal nombre, porque selo llamaban por la única razón de
que buscaba en Dios y en sus elegidosel consuelo de sus tribulaciones y las ajenas.
Las ruinas de la ermita de San Isidro estaban en las afueras deAnimalejos, en un cerrillo que dominaba toda la vega. No pasaba una solavez por allí el piadoso Traga-santos sin arrodillarse sobre ellas yllorar la destrucción del templo.
El día de San Isidro el tío Traga-santos cubría de flores aquellassagradas ruinas; colocaba sobre ellas una mesita cubierta con un blancomantel; en este sencillo é improvisado altar ponía, entre dos velas, unatosca imagen de San Isidro hecha de barro, circunstancia que para élconstituía su mayor mérito, pues se la habían llevado de Madrid, ysuponía que aquel barro procedía de la tierra regada con el sudor delsanto labrador, y pasaba casi todo el día rezando entre aquellas ruinas.
El sueño dorado de toda la vida de Traga-santos había sido ir á Madrid,gustar en su
propio manantial el agua brotada milagrosamente al golpedel regatón de Isidro, y orar en el templo erigido al Santo en loscampos que éste regó con el sudor de su frente.
Era ya viejo, y temeroso de dejar este mundo sin realizar aquel piadososueño, determinó al fin emprender su peregrinación á Madrid, y así lohizo, llegando á las orillas del Manzanares víspera de la fiesta delglorioso San Isidro. La emoción que sintió al divisar materialmente loscampos donde se realizó el poema, á la par sencillo, maravilloso ysanto, de la vida de Isidro y su santa compañera María de la Cabeza, espara pensada, y no para referida.{96-1}
—¡Señor—decía para sí,—qué felices son los madrileños, que tienen lagloria de poder llamar compatriota suyo al bendito Isidro, y poco menosá la bendita María de la Cabeza! ¡Qué dicha la suya, pues pueden desdesu propio hogar contemplar todos los
días los campos donde vivieron encarne mortal los santos labradores! ¡Y con qué santo regocijo y piadosorecogimiento de espíritu discurrirán por aquellos campos, pondrán suplanta donde Isidro y María pusieron la suya, y se inclinarán á cadapaso á besar aquella tierra, que Isidro regó con su sudor y los ángelessantificaron con su presencia, bajando á ella para regir el arado delbendito labrador!
Pensando así, el tío Traga-santos esperó el alba del siguiente día, yasí que el alba despuntó, se encaminó á los collados de San Isidro.
Antes de pasar el Manzanares, oyó hacia aquellos collados y la praderainterpuesta
entre el río y ellos, confuso, interminable y atronadormurmullo de la muchedumbre, y dijo, lleno de piadosa emoción:
—¡Ah, qué bien comprende el gran pueblo madrileño la incomparable dichaque goza de ser Madrid cuna de San Isidro, y sus campos teatro de losmilagros del santo
labrador! ¡He ahí á ese piadoso y gran pueblo orandoen alta voz para glorificar al Santo y pedirle el remedio y el consuelode los males de la patria!
El alma se le cayó á los pies al pobre Traga-santos{97-1} cuando, apenaspasó el Manzanares, se encontró con que aquel confuso y atronadormurmullo de la
muchedumbre congregada en torno del santuario y de lamilagrosa fuente se
componía, no de piadosos himnos y plegarias, sino deblasfemias, de obscenidades, de
cantares profanos, y de gritos cuandomenos locos é inspirados por la embriaguez. ¡Y
su corazón se estremecióde espanto cuando supo que en aquellos benditos campos había queestablecer todos los años, al llegar el día consagrado á glorificar alsanto y sencillo labrador, que hasta cuidaba de las avecillas del cielo,un juzgado y un hospital para reprimir el crimen y proteger á susvíctimas!{97-2}
Bebió el agua milagrosa, mezclándola con las lágrimas que arrancaban ásus ojos la
piedad y el dolor, y penetró en el santuario, donde pasóorando y llorando la mayor parte de la mañana.
Cuando salió á recorrer aquellos campos, hollados por la planta delsanto labrador,
vió que el cielo se había nublado, y oyó decir á lasgentes que se le iban á mojar las polainas al Santo.
Esta frase causó honda pena á Traga-santos, porque le parecióirrespetuosa, y más{97-
3} proferida en el aniversario del tránsito delbienaventurado labrador al cielo, y mucho más en boca de loscompatriotas de Isidro, y muchísimo más pronunciada en el suelosantificado con la planta y los milagros de tan gran santo.
De repente empezó á llover con violencia, pero cesó la lluvia á cortorato; y ¡cuál no sería el asombro{97-4} del sencillo creyente vecino deAnimalejos cuando vió que una porción de mujeres, cuyos puestos dedulces, juguetes de niños, campanillas y santos
de barro y todo génerode baratijas había averiado la lluvia, se encaminaban irritadas hacia laermita, recogiendo piedras del suelo y se ponían á apedrear á una imagende San Isidro colocada sobre el pórtico de la ermita, llenando deimproperios al Santo porque, según decían, le habían llenado de cuartosel cepillo y habían quemado en su
altar no sé cuántas velas para quehiciera que no lloviese,{98-1} y el Santo era tan desagradecido, quehabía hecho precisamente todo lo contrario!{98-2}
—¡Pero no ven ustedes qué judiada la de esa gente!—exclamóTraga-santos
escandalizado, dirigiéndose á un grupo de lugareños deambos sexos que estaban á su
lado presenciando aquella sacrílega pedrea.
—Pues aguarde usted un poco—le contestó uno de los lugareños conasentimiento
de los demás;—que en cuanto acaben de tirar piedras ésas,vamos á empezar nosotros.
—¿Por qué?—les preguntó Traga-santos sorprendido é indignado, tantomás, cuanto
que entonces reparó que cada lugareño tenía una piedra en lamano.
—¿No ve usted qué claro se vuelve á poner el cielo? ¡Lo que es de estahecha voló
la lluvia!{98-3} ¡Y nosotros, pedazos de burros, que hemosandado diez leguas y hemos gastado un dineral en misas y luces y limosnaal Santo para que lloviera, pues tenemos el campo quemado!... ¡Al fingato de Madrid había de ser él! La culpa tiene ¡voto á bríos! el que sefía...
Traga-santos, horrorizado, no quiso oir el resto de la frase, y seapresuró á volver á la ermita para pedir al Santo, con los ojosarrasados en lágrimas, que detuviese con su intercesión la mano deDios, sin duda levantada ya para castigar terriblemente al puebloespañol por aquellos sacrilegios.....
Y al día siguiente tomó el camino de su tierra, firmemente decidido ádesagraviar al
santo labrador reedificando la ermita de Animalejos yfomentando en ella el culto, que esperaba fuese allí más sincero ydesinteresado que el que recibía San Isidro en Madrid, en el pueblo queal parecer en tan poco tenía el ser{99-1} patria de tan gran santo.
II
Traga-santos vendió hasta los clavos de su casa para realizar supropósito de reedificar la ermita de San Isidro; y como aquello nobastase, anduvo de pueblo en pueblo pidiendo limosna para tan santaobra, por cierto con mucho fruto,
particularmente en Cabezudo yBarbaruelo.
Al fin tuvo el consuelo de ver restablecido en Animalejos el santuariodel bendito labrador, más grande y más hermoso que el antiguo, á juzgarpor los cimientos y las
ruinas que del antiguo quedaban.
Hubiera sido gran dicha para Traga-santos poder colocar en él la antiguaimagen; pero esta imagen había desaparecido, y fueron vanos todos losesfuerzos que hizo para dar con ella.
Traga-santos ideó un medio muy eficaz de reemplazarla ventajosamente.Escribió á
Madrid á persona de toda su confianza, encargándole que leenviase un par de sacos de la mejor arcilla que hallase en los cerros deSan Isidro, y así que recibió esta bendita tierra, se fué con ella áValladolid é hizo que le modelase un buen escultor{100-1} una buenaimagen de San Isidro, que bien cocida y pintada, llevó al señorArzobispo y éste bendijo, concediendo muchas indulgencias á los querezasen delante de ella.
Volvió Traga-santos á Animalejos con tan preciosa imagen, y una vezcolocada en
la ermita con gran solemnidad, se dedicó aquel piadoso ysencillo anciano á fomentar
el culto y la devoción de San Isidro.
Su santo celo no fué inútil, porque antes de un año la ermita deAnimalejos era uno
de los santuarios más concurridos y venerados de todaCastilla la Vieja, á lo que contribuyeron los muchos beneficios que porintercesión de San Isidro y la del mismo
Traga-santos habían obtenido deDios en tan corto tiempo los devotos.
He dicho que la intercesión de Traga-santos había mediado también en laobtención
de estos beneficios, y esto necesita explicarse.
Las gentes que conocían la santidad de Traga-santos y sabían lo muchoque{100-2} San Isidro le debía, eran de parecer que la mediación deTraga-santos era poderosísima y
eficaz para obtener la del Santo paracon Dios.
Así, pues, los que llegaban á la ermita para solicitar algún beneficio,lo primero que hacían era dirigirse á Traga-santos diciéndole:
—Tío Traga-santos, yo necesito esto, ó lo otro, ó lo de más allá.Interceda usted con el Santo para que á su vez interceda con Dios; queestoy seguro de que ni el Santo le niega á usted nada ni al Santo leniega nada Dios.{100-3}
Traga-santos, por más que protestase no ser lo santo que{100-4} sesuponía, sino por el contrario, el mayor de los pecadores, accedía áaquel ruego, y rara era la vez que su intercesión no diese maravillososfrutos.
Lo que cada vez tenía más disgustado á Traga-santos, era el profundoegoísmo y hasta la falta de sentido común con que muchos acudían á laermita, viendo que, por
ejemplo, á un mismo tiempo pedía uno quelloviese á mares y otro que la sequía achicharrase los campos.....
Traga-santos confió estos disgustos é inconvenientes al señor CuraPárroco de Animalejos, que era hombre de mucho consejo, y le pidió elsuyo para salir de los apuros en que los devotos le ponían á él, á SanIsidro y á Dios mismo.
—Tío Traga-santos—le dijo el Párroco,—ésas son cosas muy delicadaspara
hombres de tan poco entendimiento como nosotros. Lo único que haréserá contarle á
usted un cuento, y allá verá usted si le sirve de algopara resolver el problema que tanta guerra le da.
—Venga el cuento, señor Cura; que yo procuraré sacarle toda la miga quetenga.
—Pues, óigale usted. En un pueblo que llaman Adoracuernos, que es comodebían
llamar á Madrid, había corrida de toros, y uno de los toros erade muerte,{101-1} que debía darle un mozo del mismo pueblo muyaficionado al toreo. En el momento en que
estaban lidiando el toro demuerte, un vecino, de muchos años y de mucho
entendimiento, vió á lamadre del torero arrodillada á los pies de un Santo Cristo muy milagrosoque se veneraba en una calle del pueblo.
—¿Qué hace usted ahí?—preguntó á la arrodillada.
—Señor—contestó la buena mujer llorando,—¡qué quiere usted que hagasino
rezar!{101-2} ¡En este instante quizá luchan á muerte mi hijo y eltoro, y naturalmente, rezo para que venza mi pobre hijo!
—Mujer, no llore usted, que al fin su hijo tiene sobre el toro una granventaja.
—¿Y qué ventaja es ésa, señor?
—La de que la madre del toro no sabe rezar.
Traga-santos era hombre que se confundía y embrollaba cuando paraentender las cosas necesitaba cavilar un poco. Así fué que se hizo unovillo cuando se puso á cavilar para entender lo que el señor CuraPárroco le había querido decir con aquel cuento.
Como siguiesen en aumento sus disgustos, hijos de su afán por complacerá todos los devotos, y lo contrapuesto de las peticiones de éstos,volvió á consultar al señor Cura á ver si le daba algún consejo máspráctico y accesible á su comprensión que el
encerrado en el cuento delo ocurrido en Adoracuernos, y el señor Cura le dijo:
—Tío Traga-santos, voy á contarle á usted otro cuento, que de seguro lesaca á usted
de sus apuros si sabe aprovecharle. Un buen anciano quetenía un hijo labrador y otro tratante en granos, era muy devoto deSanta Ana por cuya intercesión había logrado de Dios muchos beneficiospara sus dos hijos.
Un día que el cielo amenazaba lluvia, se le presentaron sucesivamentesus dos hijos,