IV. ESQUEMA CONCEPTUAL PARA EL ANÁLISIS DE LA CULTURA SEXUAL
El surgimiento del Construccionismo Social
La teoría del construccionismo social es reciente. Su origen se da en la década de los setentas y guarda una estrecha relación con el cuestionamiento a las "normas" que por mucho tiempo rigieron la conducta sexual de Occidente. Carol Vance, en su artículo "Anthropology Rediscovers Sexuality: A Theoretical Comment" ofrece una explicación sobre el aporte de algunas ramas del conocimiento al construccionismo social (Vanee, 1991).
La escuela feminista, por ejemplo, empieza a hacer aportes importantes a partir de 1975, con los estudios sobre la dicotomía sexo-género. En 1975, Gayle Rubin propone el término Asexo-sistema de género en su ensayo ATraffic in Women. Con ello describe los arreglos sociales para transformar la sexualidad biológica en actividades humanas. En una obra posterior, en 1984, rediseña su propuesta, exponiendo sexo y sistema de género como dos sistemas separados que requieren marcos explicativos distintos. Ello sin menoscabo del hecho que están ambos relacionados entre sí. Del estudio de la construcción del sistema de género se comprende el papel de subordinación de la mujer en las sociedades y se cuestiona la noción de lo que es "natural" (Vanee, 1991). De esta manera, se atacó el determinismo biológico que asumía a los roles como una consecuencia de las diferencias sexuales naturales y se consideró necesaria la introducción de la cultura en los análisis de las diferencias entre los sexos.
La investigación que se desarrolló sobre la sexualidad, principalmente del homosexualismo, en Europa y América en el siglo XIX, también produjo aportes importantes (Vanee, 1991). Una de las contribuciones mayores fue la de Micheli Foucault y Jeffrey Weeks quienes cuestionaron la existencia de la Ahorno s exualidad antes del siglo XIX y postularon que ésta ha sido una construcción historie a-cultural. Según Weeks, una cosa son los actos homosexuales y otra la conciencia de que éstos actos tengan una relación con una identidad. Únicamente hasta que la psiquiatría moderna, en el siglo XIX, empezó a hacer distinciones entre actos sexuales y conductas es que podemos hablar de que los practicantes de la Asodomía fueron lentamente encasillados en la categoría moderna del Ahomosexual (Weeks, 1979).
Estos hallazgos comenzaron a tomarse en consideración hasta mediados de los setentas, cuando empieza una fuerte revisión de fuentes biográficas, hasta entonces escondidas, de personajes gay y lésbicos. Ante el desconocimiento del tema fueron abundantes los cuestionamientos que surgieron: )han existido siempre las categorías homosexual y lesbiana?, y si no, ) cuáles fueron sus puntos de origen y condiciones para su desarrollo? Si los actos físicos idénticos tienen significados subjetivos diferentes, )cómo se construyó el significado sexual?, )cómo se forman las sub culturas? (Vanee, 1991).
Los investigadores reconocen así la contribución de la cultura a la formación de categorías sexuales fijas (heterosexuales, homosexuales y bisexuales, por ejemplo). Esto se hizo profundizando en el estudio del papel de la práctica y su relación con la cultura sexual en períodos históricos diferentes. (Weeks, 1979). Del análisis histórico se aprendió, por ejemplo, que los griegos no dividían a la gente entre heterosexuales u homosexuales y que el sentido moderno de orientación sexual era totalmente ajeno a su cultura. En esta civilización, las personas eran activas o pasivas y un hombre era tal mientras fungiera como penetrador en sus relaciones con mujeres, esclavos o amantes masculinos.
Las deducciones obtenidas dieron base para afirmar que hombres y mujeres no nacen con instintos para ser acreedores a una determinada sexualidad, sino que mas bien responden a la orientación sexual, llámese homosexual o lésbica, por aprendizaje. Es decir, que la cultura sexual donde se desarrollan los individuos promueve la construcción de las sexualidades (Weeks, 1979). En el caso de los griegos, la cultura permitía una práctica homosexual, bajo ciertas condiciones, sin que ésta determinara la identidad de las personas, ni se les reprimiera por ello.
Del estudio del comportamiento sexual homosexual en la historia se dedujo que las relaciones sexuales no pueden ser tomadas como la única evidencia de una identidad gay o lésbica, sino que depende también del significado de tales actos para la gente que participa en ellos, dada la cultura y la época en que vivieron. Se establece, por lo tanto, la diferencia entre el comportamiento homosexual, que es universal, y la identidad homosexual, que es vista como una construcción que depende del momento histórico y de la cultura sexual en que se desarrolle. Si bien es cierto que estos estudios contribuyeron al conocimiento de la formación de la identidad homosexual, es claro que también empezó a aclarar la formación de la identidad heterosexual (Vanee, 1991).
Por otra parte, en esta misma época, el construccionismo aprovecha el incremento del interés por regular la sexualidad mediante las políticas públicas y legislativas. Debido a que el Estado incrementó su intervención con el fin de "mejorar la salud del pueblo, los médicos y los científicos entrarían en el sector privilegiado de los que regulan la moralidad, hasta la fecha monopolizada por políticos y clérigos. En el caso del Adescubrimiento de la patología sexual, los psiquiatras obtendrían un enorme poder por su prerrogativa de dictaminar ante las cortes, los Aenfermos de los sanos. Al ser la sexualidad un terreno simbólico en el que grupos diferentes pretenden desarrollar sus programas, alterar ideologías y propiciar arreglos, el construccionismo se preocupa por explicar cómo tales luchas forman parte de una mayor: la lucha política para definir la sexualidad (Vanee, 1991). De ahí que la sexualidad no solo se concibió como un proceso que se construye, sino como un sistema de poder y de lucha.
La literatura que se enmarca como construccionista es vasta y los principios básicos de la teoría son concebidos o aceptados de manera diferente. No obstante, es posible analizar algunos puntos de convergencia.
Los construccionistas sociales concuerdan, en primera instancia, en que el ejercicio de la sexualidad no es una función natural, sino que está mediatizada por factores históricos y culturales (Vanee, 1991). La teoría biologista del instinto, que propone una base principalmente genética para explicar las conductas, es rechazada. Es decir, se ataca la idea de que los instintos determinan formas particulares de comportamiento (el instinto maternal en la mujer, por ejemplo). Esto es así ya que para cada instinto asumido se encontró, principalmente por medio del estudio en otras culturas, mucha evidencia de conductas contrarias a las esperadas (mujeres que voluntariamente no tienen hijos, hombres que muestran características vistas como femeninas en Occidente) (Laumann, Gagnon y Michael, 1994). Otras teorías, como la del impulso o la libido (Lauman, Gagnon y Michael, 1994: p. 7-10) corrieron igual suerte y fue así, que ante muchas de las explicaciones biologistas de la conducta se propuso que la explicación de lo sexual debe hacerse concibiendo un sistema social que transforma, adapta y organiza al individuo en una cultura y período determinado.
Otro aspecto donde se converge es en el que establece que los actos sexuales físicamente idénticos pueden tener significados subjetivos o una significancia social diferente, dependiendo de cómo son definidos y entendidos en diferentes culturas y períodos históricos (Vanee, 1991). Para Gagnon, no existen similitudes entre el significado de la conducta sexual entre individuos de distintas eras históricas o de diferentes marcos culturales. En otras palabras, debido a que los actos sexuales no tienen un significado social universal, la relación entre actos sexuales y significados sexuales no es fija (Gagnon, 1984). Los ritos religiosos homosexuales de las religiones paganas no eran vistos como parte de una sexualidad fuera de lo normal. La sodomía en el período medieval era severamente condenada, pero no implicaba una división de la población por orientación sexual. Cualquier hombre podía incurrir en ella y hacerlo con una mujer, hombre o bestia. Nadie era tachado como Ahomosexual antes del siglo XIX por practicarla (Weeks, 1984).
El construccionismo explica, al respecto, que las culturas construyen categorías, esquemas y nombres diferentes para encuadrar las experiencias sexuales y afectivas. Esto, con el objeto de influir en la subjetividad, en el comportamiento individual, en la organización social y en el significado de la experiencia sexual (Vanee, 1991).
Para los construccionistas, hasta el mismo placer físico está mediatizado por la cultura. El examen de mamas, por ejemplo, para detectar el cáncer de pecho, o el ginecológico, se practica con técnicas similares a los actos sexuales, pero debido al contexto distinto en que se realiza, no se interpreta como sexualmente placentero. Para muchas niñas premestruale s, por ejemplo, sus senos no tienen mucho de erogenidad. Sin embargo, cuando se dan cuenta que a los muchachos les atraen, empiezan a sentirlas como eróticas. En el caso de los varones, la cultura hace lo contrario. Se sabe que en algunos casos, el pectoral y los pezones también pueden ser muy sensibles al tacto. Sin embargo, algunas culturas consideran esta excitación como poco masculina, lo que hace que muchos hombres tengan miedo o vergüenza de reconocerlo. Las sensaciones provenientes de los denominados órganos sexuales viene también mediatizada tanto por la cultura como por las terminales nerviosas. No existe un órgano con más terminales nerviosas que las manos, pero pocos las consideran como órganos sexuales. Ni siquiera la fantasía sexual es independiente del contexto social. Para tener una fantasía se usan imágenes de personas y situaciones del medio en que vivimos.
Un principio construccionista aún más radical plantea, incluso, que el deseo sexual mismo no es intrínseco, sino que es construido por la cultura y la historia a partir de las energías y capacidades del cuerpo (Vanee, 1991). El deseo sexual que se despierta por atributos particulares es un ejemplo. Aspectos de color de la piel, peso, estatura y forma, o la forma de la cara, el color del pelo, el tamaño de los senos, la anchura de las caderas y las piernas, son algunas de las características vinculadas con el deseo sexual en los hombres o en las mujeres. Estas han variado significativamente en la historia y lo que ayer podía mirarse como sexualmente atractivo, hoy podría ser lo opuesto.
Otros construe ci onistas dan un paso más allá al establecer como principio que la dirección del interés erótico en sí mismo (heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad, como los sexólogos contemporáneos podrían conceptual izarlo), no es inherente o intrínseco al individuo, sino que se construye a partir de posibilidades más amplias (Vanee, 1991). Para ellos, las personas no nacen homosexuales o heterosexuales, sino que son producto de las culturas sexuales occidentales que han establecido la importancia del objeto del deseo. En otros tiempos o en otras latitudes, en que no existe esta misma preocupación, se incentivan deseos y conductas opuestas.
Los principios del construccionismo social enunciados son básicos para vincular las culturas sexuales a los discursos que las crean. En este sentido, los discursos sobre el sexo son más importantes que la biología o la anatomía. De ahí que detrás de cada conducta, práctica, deseo, orientación o placer, exista un discurso o varios que lo promueven, fortalecen o rechazan.
El aprendizaje de la cultura sexual se hace por medio de los discursos sexuales. Como "discurso sobre el sexo" entendemos todas aquellas ideas, principios, nociones, mitos y simbolismos que distintas culturas formulan en distintos espacios y tiempos sobre la sexualidad. Los discursos sobre el sexo están presentes en toda cultura y son el factor predominante para determinarla. Esto significa que el comportamiento sexual específico de un individuo, en una cultura determinada, es el resultado de la asimilación que él mismo hace de los discursos.
Los discursos sobre el sexo se traducen en mensajes. Pueden ser formales, en el sentido de que son promovidos por las instituciones oficiales (generalmente, el Estado), o informales, en el sentido de que son contestatarios y se diseminan utilizando la misma estructura social que los rechaza u otras paralelas (como por ej empio, universidades, centros de investigación u organizaciones no gubernamentales).
Entre los discursos formales están los que promueve la ciencia -por medio de la medicina, la salud reproductiva, la psiquiatría o la sexologia-, la religión -fundamentalistas o no fundamentalistas-, las leyes, los medios de comunicación y el sistema educativo. Entre los informales están los discursos del género -que promueve la creación de las sexualidades masculinas y femeninas con actitudes, comportamientos, deberes y derechos diferentes entre hombres y mujeres-, el del amor romántico y el erótico, entre otros.
Los discursos sobre el sexo también se dan en un plano interpersonal y pueden ser inmediatos, como en la comunicación cara a cara que se establece entre padres e hijos, adultos y jóvenes, educadores y educandos, médico y paciente, sacerdote y feligrés; o mediatizados, como en la escritura, la poesía, la música y los objetos de arte. Se pueden comunicar tanto verbalmente -una frase, por ejemplo- como en forma no verbal -una mirada o un silencio, por ejemplo.
Los discursos sobre el sexo poseen una serie de características. A continuación se mencionan algunas de ellas.
El comportamiento sexual está mediatizado por los discursos sobre el sexo y estos discursos, a su vez, si son percibidos como significativos para regular lo que es lícito o ilícito, admisible o inadmisible, acierto o pecado, funcionan como base para fomentar conocimientos, creencias, actitudes, valores y comportamientos que contribuirían, eventualmente, a la diseminación de la epidemia del SIDA.
Un ejemplo claro es el papel del género en América Latina. Este discurso promueve y fomenta dos mentalidades diferentes, que permiten continuar con la subordinación de la mujer. Y esta relación de subordinación se manifiesta, entre otros, en el área sexual. Como resultado, el hombre es incentivado, entre otras muchas cosas, atener múltiples experiencias sexuales. No es de extrañar entonces que el riesgo de infección con el VIH de muchas mujeres, principalmente casadas, esté determinado más por el comportamiento sexual de su compañero, que por su propia iniciativa.
Por otra parte, la prevención depende de los discursos. La recomendación del uso del condón como medio de disminuir el riesgo de infección con el VIH es una proposición establecida por la ciencia para prevenir la epidemia. No obstante, la Iglesia Católica la rechaza y recomienda la fidelidad como estrategia. Los discursos del género también proveen obstáculos para la prevención. La prevención en el campo de la salud, por ejemplo, siempre se ha dejado en las manos de las mujeres pero, en el caso de la sexualidad, éstas tienen poco poder para exigir el uso del condón. De ahí que una campaña de prevención que ignore un análisis de las diferencias de poder fracasará en cumplir su cometido.
Las posiciones distintas de los discursos no solo originan contradicciones, sino que también resistencias. Las resistencias son la adquisición de valores, creencias y comportamientos contrarios a los establecidos.
Bajo esta perspectiva, el uso del condón, y otros anticonceptivos artificiales, pueden ser analizados como resistencias a los discursos que promueve la Iglesia Católica. Y aunque en ocasiones las resistencias pueden beneficiar la salud reproductiva de la población, también la pueden perjudicar. Tal es el caso de las relaciones sexuales que se practican en lugares públicos de sexo anónimo. La premura por el placer que se deriva de la relación hace que no se tomen las precauciones necesarias para evitar el contagio. También, las prácticas sexuales en sitios baldíos tiene un efecto similar.
Los discursos también producen otro efecto igualmente importante que los anteriores: la compartimentalización. Vivir una sexualidad compartimentalizada es mantener pensamientos o sentimientos opuestos que promueven comportamientos sexuales diferentes en situaciones distintas.
Cuando los discursos crean contradicciones entre sí y las personas no tienen la capacidad o el suficiente poder como para resolverlas, la compartimentalización es una estrategia de sobrevivencia. Esta consiste en dejar que opiniones, deseos, prácticas y conductas distintas convivan en una misma persona y que se expresen en lugares o situaciones distintas. Un joven, por ejemplo, que ha asimilado las prohibiciones religiosas contra el deseo, podrá ser una persona en la Iglesia y otra diferente en un paseo de amigos. No es de extrañar que los jóvenes desarrollen diferentes conductas dependiendo de la situación en que se encuentren: una más conquistadora y expresiva de lo sexual cuando se encuentra con amigos(as) lejos de su casa y sin la vigilancia de adultos y otra más tranquila cuando está compartiendo una fiesta familiar o cuando oran en la misa del domingo.
El que existan compartimentaliz acione s hace que las mismas campañas de prevención deban apuntar a distintos espacios y mensajes. Los mensajes preventivos deben estar en los lugares en que la sexualidad se practica y no solo en la escuela o en el hogar o la Iglesia.
Poder y saber se articulan en los discursos
Existe una compleja relación entre el saber y el conocimiento de los discursos y el poder que se ejerce por medio de ellos. Para Foucault, el poder no es poseído sino ejercido (Vanee, 1991). Aunque los discursos establecen relaciones de poder, nadie tiene el control absoluto, ni ninguno está del todo desprovisto de éste. Existen personas y grupos que se benefician más que otros del ejercicio del poder y de la promoción de un discurso. Sin embargo, el poder se traslada hacia los eslabones más pequeños e individuales de la sociedad. El hermano que reprime a su hermana por jugar con carritos, en vez de hacerlo con muñecas, es una muestra de los ejercicios de poder a nivel de micro estructura.
Los discursos ejercen una enorme influencia en nuestras vidas precisamente porque se entretejen en relaciones de poder que vienen desde abajo. Esto no significa que el poder no se ejerza desde Aarriba. Los Aexpertos en los campos de la medicina o de la psiquiatría también ejercen un poder considerable al Aadquirir los conocimientos de su disciplina y establecer las normas de regulación sexual. Pero para hacerlo, necesitan de las estructuras de poder establecidas en nuestros mismos hogares y nuestras mismas cabezas.
Los discursos ejercen su poder porque son productivos. Si éstos se limitaran únicamente a reprimir, no tendrían el gran poder que ejercen. )Para qué continuar obedeciendo un discurso eminentemente represivo? Los discursos más bien recurren poco a la fuerza para su implantación. La necesidad de recurrir a ella es más bien una señal de falta de poder. Su gran imán es la capacidad productiva que despliegan. Ellos estimulan para que la gente produzca riquezas materiales, artísticas y espirituales. Con solo echar una mirada a la creación artística cristiana podemos evidenciar un ejemplo de su creatividad. Lo mismo podríamos decir de la creación romántica o de la venta de perfumes y artificios para hacer que la gente sea más Aatractiva y Aromántica.
El mecanismo principal del ejercicio de poder de los discursos es la disciplina. Como arguye Foucault, el poder disciplinario incrementa el poder de los individuos para crear y producir cosas pero lo convierte, al mismo tiempo, en cuerpos dóciles (Foucault, 1991). En nuestras sociedades modernas, el poder disciplinario de las fuerzas armadas se ha esparcido por todas las áreas de nuestras vidas y ha traído consigo las técnicas de vigilancia, supervisión, interrogatorios y exámenes que facilita el proceso de obtener información de cada uno.
La confesión de la iglesia cristiana es uno de los mecanismos por los que los discursos ejercen su gran poder de normalización: arranca los pensamientos más íntimos de las personas y al mismo tiempo, castiga y vigila. Esta confesión ha sido adoptada por otras instituciones como la escuela, con sus exámenes, o la psiquiatría, con su terapia. Unos individuos, los expertos, adquieren gran poder por medio de los conocimientos que obtienen de los demás y al mismo tiempo, establecen las normas para estimular que los individuos acudan a ellos para ser examinados.
Las prácticas disciplinarias son las que dividen a la población entre los sanos y los enfermos, los normales y los desviados, el hombre de ley y el criminal, la mujer honesta y la prostituta, el heterosexual y el homosexual. Estas divisiones son las que permiten a unos continuar con sus formas de saber y de ejercer control y poder.
Cómo emergen los discursos sobre el sexo
Los discursos sobre el sexo no han cesado de proliferar desde el siglo XVIII. No obstante, sería un error ver en esa proliferación de los discursos un simple fenómeno cuantitativo, como si fuera indiferente lo que dicen tales discursos (Foucault, 1991).
De acuerdo con Foucault, en el siglo XVIII, una de las grandes novedades en las técnicas del poder fue el surgimiento, como problema económico y político, la población: población-riqueza, población-mano de obra, población-recursos. Los gobiernos ya no tenían que enfrentarse con individuos, ni siquiera con un pueblo, sino con una población y sus problemas específicos ligados con la reproducción humana: natalidad, mortalidad, crecimiento demográfico, morbilidad, formas de alimentación y de vivienda, entre otras (Foucault, 1991).
En el corazón de este problema económico y político de la población, estaba el sexo: debía conocerse la tasa de natalidad, la edad del matrimonio, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la precocidad y la frecuencia de las relaciones sexuales, la manera de tornarlas fecundas o estériles, el efecto del celibato o de las prohibiciones, la incidencia de las prácticas anticonceptivas. El problema de la población se ligó a la manera en que cada cual hace uso de su sexualidad. La conducta sexual de la población se convirtió en objeto de análisis y a la vez, blanco de intervención. Por medio de la economía política de la población se formó toda una red de observaciones sobre el sexo. Nace así el análisis de las conductas sexuales, de sus determinaciones y efectos. También aparecen esas campañas sistemáticas que, más allá de los medios tradicionales -exhortaciones morales y religiosas, medidas fiscales- tratan de