Las Solteronas by Claude Mancey - HTML preview

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2 de febrero.

Descarrilo, positivamente.

Esta mañana, después de misa, me he encontrado delante de la imagen deSan Antonio con la de Aimont. San Antonio es menos comprometedor que SanJosé y las muchachas casaderas pueden rezarle sin que todo el pueblo seainformado inmediatamente de que están en instancia con el Cielo paraobtener un marido.

La de Aimont estaba confusa y yo también. Ella rezaba por el señor deMartimprey a fin de que el santo favoreciese el matrimonio de su hija.Yo suplicaba a San Antonio en favor del señor Baltet. Pero sin precisar.

—He perdido unas llaves que me hacen mucha falta y vengo a encomendarmi causa a San Antonio—me dijo la de Aimont al oído.

—Yo he extraviado un pañuelo de valor—respondí con la mismasinceridad,—y espero que San Antonio...

Cambiamos un apretón de manos y no hubo más.

La de Ribert, a quien encontré al salir de la Catedral, me dio bromaamablemente sobre mi repentino desencanto respecto de nuestrosestudios...

Protesté, pero débilmente y sin convicción. Para explicar mi cambio deactitud alegué unos trabajos urgentes de pintura. La abuela, que sereunió con nosotros en este momento, cambió con la de Ribert una miradade inteligencia que me ruborizó... Por fortuna, la conversación tomóotro sesgo.

¡Dios mío, te lo ruego, haz que ni la abuela ni la de Ribert adivinen miniñería!