Liette by Arthur Dourliac - HTML preview

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«El corazón tiene razones que la razón no conoce.»

—¡La amo!—murmuraba Carlos muy bajito.

Y el eco le respondía más bajo todavía:

—¡También te ama ella!

El que no encuentre estas razones suficientes es que no ha tenido nuncaveinte años.

Poseído por la embriaguez de la hora presente, Carlos no miraba más alláni pensaba más que en el momento en que debía reunirse de nuevo con suamada. El señor de Candore había invitado colectivamente a todos loscazadores presentes en Argicourt a una gran batida en sus bosques en lasemana siguiente. Y el joven oficial no esperaba más que la invitaciónparticular fijando el día definitivo, cuando la tía Liette le dijodespués de una ligera vacilación:

—¿Deseas mucho ir a esa cacería?

¿Si lo deseaba? ¡Oh! sí...

Carlos la miró muy sorprendido.

—No te ocultaré, tía Liette, que debo encontrar allí muy buenoscamaradas...

—¿Y si yo te pidiera que me la sacrificases como querías sacrificarmela otra?...

—No podría rehusártelo, pero lo sentiría mucho más.

—¿Por qué? Apenas conoces al señor de Candore.

—No es solamente por él, pero sus bosques son, según se dice, muyabundantes en caza y a mí me gusta mucho esta diversión.

El joven se embrollaba más y más.

—En fin, tía Liette, me sería muy penoso el no ir, confesó francamente.

Por las tranquilas facciones de la solterona se deslizó la sombra de unaduda.

—Entonces, me es doblemente penoso el insistir, hijo mío, pero te loruego, no vayas a esa cacería—dijo con dulce firmeza.

Impresionado por su acento, el joven experimentó una vaga inquietud.¿Había su tía adivinado su secreto? ¿Desaprobaba su conducta?

—¿Tienes algo que reprocharme, tía Liette?—balbució confuso.

Liette hizo un gesto de orgullo.

—¿A ti? No, hijo mío; mis razones son enteramente personales. No me laspreguntes... por el momento.

Asombrado, Carlos se inclinó discretamente.

—Está bien, tía Liette, no aceptaré la invitación—dijo ahogando unsuspiro.

El joven no debía tener este disgusto...

¿Fue olvido voluntario o involuntario? Ello fue que la invitación nollegó...

—Mejor, así no tendrás necesidad de excusarte—dijo la oficinistatranquilamente timbrando la serie de tarjetas de invitación destinadas alas personas de los alrededores.

Pero Carlos no lo veía lo mismo, y se tiraba del bigote, presa de unasorda irritación.

Aquello era más que una falta de política por parte de una persona tancorrecta; se veía una intención ofensiva. ¿Por qué?

El conde no le había sido muy antipático a primera vista. Con eldesprecio inconsciente de la juventud por la edad madura, Carlos nohabía podido ver un rival en aquel cincuentón bien conservado... Peroahora, pensando mejor en el asunto, recordaba pequeños detalles quehabían pasado inadvertidos: su frialdad intencionada, su hostilidadtransparente, su despecho mal disimulado... y se preguntaba si estaomisión más o menos premeditada sería un desquite...

Lo peor era que no podía enfadarse sin ponerse en ridículo. No se puedeprovocar a un caballero para obligarle a que nos invite. Había quetascar el freno en silencio mientras el hábil diplomático ocupaba allado de Eva el sitio reconquistado. El joven, a su vez, sufría el duroescozor de los celos y seguía con mirada de envidia a los convidados másfelices que iban a Candore en carruajes variados.

¡Qué triste día! ¡Qué lúgubre y largo al lado del anterior, tan corto ytan radiante y que no tenía continuación! ¡Todo se había acabado!

Su licencia expiraba dentro de ocho días. Una visita de cumplimiento aArgicourt, donde tendría acaso la suerte de un encuentro fortuito, deuna entrevista rápida, de una despedida trivial, y nada más. ¡Era poco!¡Ah! tía Liette, tía Liette...

No la acusaba, seguramente; debía de tener buenas razones... De otromodo, ¿le hubiera causado semejante pena con mala intención?

Porque Carlos había tenido mucha pena, y ella también de rechazo, peroella se callaba sabiendo por experiencia que la mano más delicada essiempre torpe al tocar ciertas heridas... Y las horas pasabanlentamente; el crepúsculo desplegaba su velo gris por los campos y yacomenzaba el desfile del regreso. Delante del Correo detúvose un coche yapareció en el umbral el anciano general Estry.

—No molestarse—dijo con su franqueza militar,—es la visita de unamigo que pasa.

Quiero felicitar a su tía de usted por el valientesoldado que nos ha dado. Felicito a usted sinceramente, señorita, heconocido mucho a su padre de usted, y su sobrino no ha degenerado.¡Haría falta que hubiera muchas mujeres como usted y muchos hombres comoél...

Marchose el general, y la madre y el hijo no habían vuelto de susorpresa cuando se abrió de nuevo la puerta. Eran dos antiguos camaradasde Saint-Cyr de guarnición en Noyon.

—Dispénsenos usted, señorita, pero queríamos absolutamente presentar austed nuestros respetos y estrechar la mano del capitán antes de supartida. Sabe que no tiene más que amigos en el ejército y que puedecontar con nosotros en todas las ocasiones...

Ni el uno ni los otros hicieron la menor alusión a la ausencia de Carlosa la cita dada. Y continuó el desfile...

Cordiales apretones de manos, protestas de estima, señales de respeto,nada faltó, y el corazón de los que eran objeto de estas manifestacionesllegó a oprimirse vagamente. ¿Qué había pasado? ¿Por qué esas muestrasde simpatía que parecían cumplimientos de pésame? ¿Quién se les habíamuerto? ¿Qué desgracia les castigaba?

Un gran ruido de cascabeles, y un break se detiene en la puerta. Losseñores de Argicourt entran a su vez seguidos de Eva, que abrazavalientemente a la tía Liette.

—Señorita—dice la joven castellana, mientras su marido estrecha unavez más la mano de Carlos,—tendríamos mucho gusto en ver a ustedes enArgicourt antes de que se vaya el capitán. Estaremos en toda intimidad;una comida de familia. No nos rehusarán ustedes este favor, que noshonrará mucho, y ustedes elegirán día...

Decididamente, había algo...

Cuando se marcharon, el joven oficial se puso el abrigo con ademánnervioso y cogió el sombrero.

—¿Adónde vas?—le preguntó la tía Liette asustada.

—A dar una vuelta antes de comer; me ahogo aquí.

Carlos salió y se alejó a grandes pasos. Quería saber... El sabría...

Al llegar a Candore, la primera mirada de Eva fue para buscar alcapitán. Raúl lo echó de ver, y sintió un sordo resentimiento, pero secontuvo gracias a ese dominio de sí mismo que da la costumbre delmundo, y siguió mostrando la exquisita cortesía que hacía de él unperfecto caballero cuando quería tomarse ese trabajo. Neris, por suparte, acogió a la joven americana con una amabilidad meritoria dadoslos proyectos matrimoniales de su sobrino, y estaba hablandoamistosamente con ella de los recuerdos comunes traídos de la CiudadEterna cuando este último fue a interrumpirlos dando la señal de lamarcha.

Por segunda vez, Eva echó una mirada circular a la multitud de loscazadores, equipados y armados en razón inversa de su habilidadcinegética, pues los más temibles para la caza no eran los que teníanmejor escopeta ni más profundo morral; pero ella no hizo ningunaprofunda reflexión. Carlos se reuniría con ellos, sin duda, en la Cruzdel Pequeño, donde debía empezar la batida.

Solamente, en lugar de seguir a pie con Jenny y unos cuantos intrépidos,declaró que prefería el coche, con gran contrariedad del diplomático.

—No tengo verdaderamente suerte con usted, miss Darling—dijo coninvoluntaria acritud.—¡Yo que esperaba hacerle a usted tirar la primerapieza!

—No lo sienta usted, porque no la acertaría.

—Pero, en fin, ¿es que le desagrada a usted mi compañía?

—Nada de eso, pero prefiero la del señor Neris—respondió con unasonrisa al anciano, que se quedó encantado;—esta vez no dirá usted:«¡Plaza a los jóvenes!»

—Ahí lo tienes, sobrino, no eres bastante viejo—observó el octogenariocon un dejo de malicia.

El conde se encogió de hombros.

—Al menos aboga por mí—le dijo al oído.

Lo que era quizá mucho pedir.

Además de Eva y el señor Neris, la carretela contenía también al notarioHardoin y al tío Dick.

—Un terceto de inválidos respirando un capullo de rosa—dijogalantemente el anciano Héctor.

—Hable usted por sí mismo—respondió en tono de protesta elnotario.—Yo mato aún con limpieza una liebre cuando se me antoja, ypienso festejar mis bodas de oro con mi despacho cuando la señoritaRaynal festeje las de plata con la oficina de Correos.

Al oír este nombre, un fugitivo rubor coloreó la graciosa cara de Eva.

—Tiene usted una encantadora vecina—dijo con convicción.

—¿A quién se lo cuenta usted, señorita?—exclamó alegremente el señorNeris.—

Hace veinte años que este pobre señor Hardoin es fiel a sudespacho por no renunciar a esa preciosa vecindad, esperando que elmejor día la señorita Raynal se equivoque de puerta y se meta en su casapara no salir más. Hasta se dice que tiene encima de la mesa un contratoenteramente redactado en el que sólo falta una firma...

—Ríase usted, señor Neris. No había más que una mujer para hacermeabjurar el celibato, y esa se ha quedado soltera...

—Su sobrino es enteramente... wery-well—dijo el tío Dick.

—Son dignos el uno del otro—afirmó gravemente el señorHardoin.—Hubiera deseado tener a la una por mujer y al otro por hijo.

—Muy exigente es usted, querido; yo me contentaría con tenerle porsobrino—

suspiró el tío de Raúl.

Eva estaba radiante; sus ojos brillantes y su color animado expresabanel placer que le causaba la conversación. Así fue que cuando el condevolvió a la carga renovando sus instancias para hacerla decidirse ahacer compañía a la juventud, la joven rehusó con viveza y le envióbastante bruscamente a sus ojeadores, que ya estaban haciendo ruido.

¡Qué diablo! No sólo hay éxitos en la carrera diplomática y un solopantalón rojo vence a veces, nada más que con mostrarse, a las sabiascombinaciones de todos los Talleyrand del mundo.

Es probable que si la joven miss hubiera vislumbrado el dormán delcapitán al través de las ramas hubiera encontrado de pronto menosatractivos a la sociedad de los tres inválidos, pero las instancias deldiplomático no tenían el mismo poder. En amor como en la guerra, los máselocuentes no son los más habladores, y Eva hubiera respondido de buenagana como Inés:

Horacio

con

dos

palabras

lo hablara mejor que vos...

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