Los traileros gustan tomar en los prostíbulos y una cosa sigue a la otra. Carlos lo confirma:
Todos nos vamos a los burdeles cercanos y nos tomamos unas cervecitas, de vez en cuando. Ahí ponemos a divagar la mente. Uno ve una hembra, aquella cinturita tan linda y cara tan linda y ¡chas! le llama la atención. Las saludamos, nos sentamos a la par, entramos en ambiente, bailamos y más tarde, le atinamos a todas.
Los establecimientos son generalmente de clase baja, con habitaciones oscuras y algunas muy sucias. En ocasiones estos lugares poseen un bar donde sirven bebidas alcohólicas a los clientes. Pudimos visitar un bar en El Salvador. Ahí existe un prostíbulo que puede estar en cualquier país de la región. El lugar que no pudimos esquivar y que además estaba adornado por cuatro flamantes cabezales que nos decían “tienen que entrar...
tienen que entrar” fue el burdel Wellington.
A un costado del Parque, en una zona poco iluminada, se encuentra el que parece ser uno de los más famosos en la zona, sin contar con el Oro Infiel, el cual para mala suerte nuestra se encontraba en remodelación. Volviendo al Wellington, el lugar es un salón como cualquiera de pueblo con barra, música, poca luz, y por supuesto, mujeres que tratan de ver quién se interesa en ellas. Frente al salón, con estrategia muy adecuada, hay una pequeña pensión a la cual entró una pareja que salió del bar.
Las mujeres estaban muy pendientes de todos los hombres que llegaban al lugar.
Algunas tenían edades entre los 20 y los 40 años, la más “veterana” podía tener casi los 50. Como en este salón nadie nos daba “bola” cruzamos una puerta que luego nos enteramos conducía al bar de al lado, llamado Huracán y ahí el clima estaba más pesado. Un trailero le “echaba el caballo” a unas mujeres en la puerta junto a su cabezal, aprovechando para tocarlas e inclusive besarle los senos a una de ellas.
Una mujer que estaba en la barra empezó a fijarse en nosotros. Mi compañero, no informado de los códigos femeninos de seducción, se puso algo nervioso especialmente porque era a él al que la mujer miraba fijamente; para cuando la invitamos a sentarse, solo quedaba medio paquete de cigarrillos.
Al mencionarle nuestras intenciones de hablar, la mujer señaló aquel principio sagrado de los negocios de que “el tiempo es dinero”, y nos dijo que prefería irse al cuarto lo antes posible, especialmente porque estaba trabajando y había ya despreciado a un cliente por
“este par de buenos mozos”. Además, eso de hablar era un “bajonazo” para ella (pérdida de créditos). Cuando le dijimos que le pagaríamos por su tiempo, se mostró muy nerviosa, inmediatamente nos preguntó si “éramos de la ley (policía)” ya que mi compañero se veía como agente de narcóticos, pero que el que escribe tenía “cara de maicero y de andar buscando mujer”.
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Señaló que en general los traileros son “buena gente”. Otra confidencia fue que el negocio es duro ya que los choferes ganan poco dinero y en muchos casos, no les alcanza para pagarle sus honorarios. Algunos prefieren “echarle cinco tejas a una piedrera por una mamada de picha” o “cogérsela en el cabezal y luego ir a tirarla ahí de nuevo. Ni siquiera tienen para el cuarto” señaló indignada. Ésto es lo que ella llama “la competencia desleal de las piedreras”. Además, dijo que era muy frecuente ver choferes comprando piedra en ese sector.
Después de que una cerveza, la mujer nos comentó que sus relaciones sexuales con los traileros son “normales”, además de durar menos de una hora y que le gusta usar condón, pero que si él no quiere ella “no está dispuesta a perder el cliente”; inclusive, y aunque señala que es muy incómodo, le ha tocado tener sexo en un cabezal.
Finalizada la conversación y una vez que se convenció de nuestras intensiones, decidimos quedarnos un rato más. En ese instante, entró un nutrido grupo de choferes que habíamos contactado en la tarde, el saludo fue muy efusivo e inclusive nos enviaron dos cervezas.
Lo más notorio fue que durante su estadía en el bar no interactuaron con ninguna mujer.
Cuando el chino dueño del local, sintiéndose la reencarnación de Bruce Lee, quiso sacar a cadenazos a un débil mendigo, nos dimos cuenta de que era hora de irnos.
También se comprobó que algunos de estos lugares funcionan como “pantallas” para el expendio de drogas. De paso, resultó fácil observar cabezales visitando estos lugares, no solo para visitar a las “piedreras”, sino para comprar drogas.
Las carreteras también son lugares donde los traileros pueden establecer sus contactos con trabajadoras sexuales.
Juan:
He levantado a más de una en la carretera.
Entrevistador:
¿Y a quién levantas?
Juan:
Pues ni modo que a la Madre Teresa. Una mujer decente no va a pedir jalón, busca algún transporte como un bus o un taxi o alguna otra cosa. Una mujer de la vida alegre sí... pide jalón.
Fue posible observar mujeres que generalmente se encuentran a lo largo de la carretera y son recogidas por los traileros. Tanto de noche como de día, ellas buscan a los traileros en los predios o en los muelles. De concretarse la relación sexual, la tendrán en el cabezal.
Sin embargo, la variedad de lugares puede ser más amplia. Durante las entrevistas a profundidad se escuchó que hacen contactos en restaurantes, sodas, esquinas, hoteles, gasolineras, es decir, como afirmó Barbas “en todo lado, donde uno quiera, el lugar es lo de menos”.