Los Traileros y la Vida Loca by Jácobo Schifter Sikora - HTML preview

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El discreto atractivo del viajero

Sabemos que los traileros desean tener aventuras sexuales en sus viajes y que parte del encanto de su trabajo es la gran facilidad de conocer mujeres en el camino. Sin embargo, quisimos profundizar en las razones particulares de su preferencia por las prostitutas.

Alberto, un camionero hondureño de 34 años, nos dice que gusta de las prostitutas porque

“tiene mucho de qué hablar con ellas”. Cuando le preguntamos cuáles son las cosas que le gusta conversar, nos dice que “ellas son golondrinas, igual que nosotros, hoy estamos aquí y mañana no”. El hombre nos especifica que las “golondrinas” tienen temas en común, principalmente sobre los viajes. Según él, estas mujeres son una fuente de información muy acertada sobre las condiciones en los países. “¿Cómo están las cosas en Nicaragua?”, le pregunta a una trabajadora sexual que encuentra en el camino. “Mejor compre agua para llevar porque no hay en la frontera”, ella responde. Alberto nos dice que este tipo de información le es muy útil. “Las prostitutas son expertas en cuestiones del tiempo, la situación política y económica”, nos dice para terminar.

No solo consejos prácticos dan estas mujeres. Las trabajadoras sexuales son internacionales “que no les preocupa tanto las cosas locales” y que son conocedoras del mundo. “Es un placer oír sus cuentos cuando han viajado a los Estados Unidos. Uno aprende muchísimo de cómo jugársela en un país extraño”, nos dice él. Para Mario, son conocedoras de otras culturas y listas para dar muy buenos consejos: “Recuerde que los nicaragüenses son muy violentos, le dice una mujer, no se meta en líos de falda con ellos”. Pepe admite que aprende desde cosas del clima hasta dónde comprar mercancías en cada país. “Lleve bastante papel higiénico a Chinandega, le dice una, porque si no se tendrá que limpiar el rabo con hojas de plátano”.

José nos cuenta que le sirven para hacer buenos negocios. Él busca alguna trabajadora sexual que venga de los pueblos a los que él se dirige y le ofrece una comisión si le cuenta qué productos escasean. “Lleve veneno para las pulgas porque hay una epidemia en el camino. Los hoteles están desesperados por la invasión de estos bichos”, le aconseja alguna. José compra litros de pulguicida y hace su agosto en el camino. “Le doy un 3% a la mujer que me dio el santo”, nos dice con seriedad. Julio está muy atento a las noticias de las trabajadoras del sexo sobre la devaluación de las monedas. “Paquita sale con un banquero y éste le contó que no hay dólares en el banco”, nos dice. “Pues me fui a comprar dólares e hice mucha plata con el negocio”, dice con orgullo. Aníbal las utiliza para averiguar dónde comprar más barato la ropa. “Estos calzoncillos, nos informa, los compré en un remate en Paso Canoas (frontera entre Panamá y Costa Rica) por la información que me dio Cecilia”.

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Luis acostumbra levantar prostitutas porque le consiguen algunas cosas que él necesita.

“Cuando las mujeres vienen de Panamá, nos dice el trailero, traen artículos importados muy baratos, como perfumes, cámaras de fotografía o radiocaseteras”, nos admite. Suelo comprarles porque me sirven para llevar de regalo”. Pepe adquiere las toallas sanitarias de las trabajadoras del sexo. “Carmen se acuesta con el distribuidor en San Salvador de las toallas y las consigue más baratas que en el supermercado”, nos cuenta.

Las trabajadoras sexuales también son pequeñas farmacias ambulantes. Pedro las monta en su trailer cuando necesita, y se ha olvidado comprar, pastillas para la presión. “En algunos países se necesita receta médica para adquirirlas”, nos confiesa. “Es más fácil comprarlas en el camino y evitar los trámites. Las muchachas suelen vender todo tipo de pastillas, desde las legales hasta las ilegales”, nos advierte. “Algunos traileros necesitan pastillas para dormir y las adquieren de ellas”, nos dice para terminar. “¿No puede dormir? le pregunta Ana Lía. “Te recetaré estas pastillas Dormicún que te duermen de un güevazo”, le prescribe la mujer.

Otros prefieren la compañía de las trabajadoras del sexo porque las miran terapeutas populares. Cristian considera que cuando tiene preguntas sobre “las cosas de las mujeres”, él recurre a las trabajadoras sexuales. “¿Creés que deba tener relaciones sexuales con mi mujer si está embarazada”, les pregunta. Cirino es de la opinión que cuando pelea con su mujer, las prostitutas son su mejor escucha. “Les cuento que la vieja está muy malcriada y que no sé por qué no me quiere ni hablar y alguna de las trabajadoras del sexo me da un consejo de lo que puede estar pasando”, nos admite.

Algunos de estos consejos son muy acertados. “Tu mujer está celosa, le indicó una de ellas, porque sabe que cuando viajas, tienes sexo con nosotras”. Muchos recurren a ellas con preguntas sobre la sexualidad de los adolescentes. “El carajillo tiene trece años,

¿debería tener relaciones sexuales ya?”, pregunta el hombre. “Si se la está sobando mucho, le dice una trabajadora sexual, mejor es llevarlo a un burdel”.

Heriberto es de la opinión que las mujeres les ayudan a iniciar sexualmente a sus hijos o amigos jóvenes. “Si un muchacho mío me dice que quiere tener relaciones sexuales, prefiero traerlo en un viaje y echarle a una trabajadora del sexo”, admite él. El trailero es de la opinión que la iniciación sexual “no es cualquier carajada y que se necesita estar con alguien que sepa”. “Cuando los mierdosos cogen con sus novias, hacen un desastre porque ninguno sabe nada de nada. Generalmente las dejan embarazadas y arruinan sus vidas. Prefiero una profesional del sexo”, alega con firmeza.

No solo son terapeutas sino que filósofas de la postmodernidad. Alberto nos admite que gusta de ellas porque son mujeres que tienen un sentido muy realista de la vida. “Las putas saben que todo es relativo. No están convencidas de que el mundo se divide en blanco y en negro, como mi señora”, nos dice el trailero. Le preguntamos qué cosas

“relativas” le gusta que las trabajadoras del sexo le enseñen. El hombre nos dice que a él no le gusta pensar que debe querer a todo el mundo, como sostiene su mujer. “Existe el odio en mi corazón hacia algunas personas y mi mujer no me lo acepta. Una puta sabe lo que uno siente”, nos asegura él. Emilio encuentra que con las trabajadoras sexuales se 131

puede hablar abiertamente “de lo agüevado que me siento con mi mujer en la cama”, nos dice con tristeza. La trabajadora del sexo entiende lo que es estar “aburrido de una persona y no poder hacer nada al respecto”.

¿Típicas o no?

Las trabajadoras del sexo no son mujeres típicas, si por el término entendemos aquellas que aceptan la doble moral y los valores religiosos. Son mujeres fuertes e independientes que han decidido optar por una mayor libertad de movimiento y de acción. Esta capacidad de viajar no es solo geográfica. Pueden viajar desde sus cabezas hasta las de los hombres y compartir así una sexualidad erótica.

Carla, una trabajadora sexual de Costa Rica, nos dice que maneja ahora su propio dinero.

“Como esposa nunca supe qué se podía hacer con la plata o comprarme algo para mí porque mi esposo me lo daba a cuentagotas”, nos dice. “Ahora como puta tengo mi platita en el banco y no dependo de ningún imbécil para que me diga lo que tengo qué hacer. Cuando me canso de un hombre lo dejo tirado para siempre, no como mi mamá que se tuvo que aguantar al borracho con que vivía”.

Lo mismo expresa Tomasita, una trabajadora sexual panameña. “Soy más libre puta que señora”, nos dice. “Los hombres piensan que me explotan pero les saco el dinero y los dejo en la calle. Antes tenía que darles sexo cuando me invitaban a salir. Ahora me tienen que sacar a comer y a tomar y además, pagarme”. Georgina está convencida de que las trabajadoras del sexo “vestimos, comemos y vivimos mejor que las señoras” y además

“tenemos más derecho a escoger a los hombres”. Alba dice que come carne todos los días, no como antes de ser puta que lo único que tenía era “para arroz y frijoles”.

Emperatriz nos muestra su ropa: “Tengo vestidos finos ahora y no los trapos que usaba cuando era sirvienta”, nos indica. Luisa creé que tiene más control de su sexualidad:

“Decido tener el orgasmo con el cliente que quiera y si uno no me gusta, me espero al siguiente. Le puedo decir cómo y cuándo quiero las cosas. Con mi novio, tenía que quedarme viendo para el techo y esperar a que se regara”.

En las clases populares latinoamericanas las prostitutas son las mujeres más cercanas a las profesionales de los países desarrollados. Constituyen uno de los grupos de mujeres más independiente en lo económico y en lo social. Pagarán un precio de marginalidad ante los otros grupos pero aún con este precio, tienen más campo de acción que sus contrapartes “honorables” de su misma clase. En vez de quedarse en los hogares cuidando los niños y haciendo las labores domésticas, han optado por irse con los hombres al mundo y a compartir con ellos el discurso de la calle y el Eros. “No, no, nos dice Cristina, no pude quedarme con la vida aburrida en el pueblo y terminar de empleada de los hombres. Preferí hacerme puta que vestir santos”.

No es de extrañar, entonces, el por qué de la atracción de los camioneros. Son lo más cercano a su cultura que podrán encontrar en el sexo femenino. Podríamos decir que los traileros y las prostitutas son viajeros profesionales que comparten las vicisitudes del camino. Almas gemelas que se atraen entre sí y que no pertenecen a ningún lado. “Las 132

putas y los traileros somos bromelias, cuyas raíces están en el cielo”, nos dijo Ana, una prostituta vieja y sabia. “Somos peregrinos que buscan su destino de forma independiente y que solo pueden darse oídos para escuchar sus historias.

Pero he aquí precisamente la gran paradoja. Ellos están conscientes de que las mujeres quieren su dinero. Sin embargo, como mujeres internacionales, las prostitutas pueden viajar no solo de país en país sino que de género en género. En otras palabras, han aprendido a conocer los secretos de la sexualidad masculina latina y a ponerse en el lugar de los hombres. Saben lo que ellos quieren y cómo lo quieren. “No hablemos de amor, papacito le dijo Irene a Pedro, lo que quiero es que te saqués esa vergota para chuparla toda”. “Este tipo de lenguaje es el que me vuelve loco y el que una mujer “decente”

jamás podría decir”, nos confiesa el macho. Rufina sabe que a los traileros les gusta el sexo “rudo”. Ella está dispuesta a hacer de todo, hasta que la amarren del volante “con tal de que paguen más”. Entre más “degenerada la cosa”, nos dice, “más les cobro”.

Sin embargo, las mujeres usan tanto a los hombres como ellos a ellas 122. Catalina nos

cuenta que no es cierto que disimulan todos los orgasmos y que no devengan ningún placer de sus relaciones con los traileros. “Te voy a contar algo, nos dice confidencialmente, cuando me monto en el trailer de Cirino, que es tan guapo y dulce y lo miro meter los cambios, tengo en el viaje uno o varios orgasmos. Él a veces se da cuenta que me vuelve loca ver sus brazos velludos endurecerse y aflojarse y exagera la cosa. En algunos viajes me echo de tres a cuatro orgasmos”.

Anita puede tener sexo en grupo y no sentir nada pero “cuando me toca con José que está guapísimo, tengo todo para dárselo. Con los tres o cuatro puedo disimular el orgasmo para alborotarlos. Lo que no saben es que el último es el verdadero”. Marita goza mucho con los cuentos de su trailero preferido, Alberto. “Me cuenta sus aventuras sexuales y cuando me doy cuenta, me estoy regando en cualquier momento. Él se pone a reír porque le digo que vaya más rápido porque me estoy viniendo”. Estercita considera que los traileros las complacen en formas que ellos ni se dan cuenta. “Tal vez el polvo es rápido pero una se satisface con las cosas que nos dicen y hasta con los huecos de las carreteras.

Les digo que no se metan en ellos porque me puede dar un orgasmo y más lo hacen.

Siento lo mismo que cuando andaba en bicicleta y ¡pum!, se me viene uno”.

Las trabajadoras del sexo pueden hacer estos viajes intergéneros y disfrutar del sexo más objetal quizás porque su profesión las ha ayudado a poder “distanciarse” o

“compartimentalizarse” de sus distintas gavetas. Quizás la violencia en el pasado de algunas las hizo expertas en estar en dos lugares al mismo tiempo o en ninguno, de acuerdo con la ocasión.

Claudia, por ejemplo, puede en un momento estar hablando de la dolarización de la economía con Alberto, un trailero, y minutos después, hacer sexo anal con él. María puede oír las quejas de Pepe sobre su mujer en una hora y en la otra, darle sexo oral “.

“Te pueden estar hablando en un momento de economía y en el otro, lamerte el culo”, 122 Una perspectiva de la trabajadora del sexo se encuentra en la obra de Wendy Chapkis, Live Sex Acts.

Women Performing Erotic Labor. New York: Routledge, 1997.

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nos dice el trailero. “¿Qué otra mujer puede ser tan versátil y no complicarse tanto por un polvo?, nos hace una pregunta retórica. “Las putas son mujeres formidables, nos dice Ernesto, uno puede hablar con ellas y tener unas cogidas deliciosas. Ésto jamás lo podría hacer uno con la señora”, nos confiesa el trailero.

La compenetración entre los traileros y las prostitutas es, pues, no una muestra más de machismo. Los hombres no las buscan para “explotarlas” como objetos sexuales sino por el contrario, para intimar tanto como para coger con ellas. Éste es un principio ajeno en vez de pertenecer al machismo.

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