Marianela
Por
Benito Pérez Galdós
Imprenta y Litografía de La Guirnalda
Madrid
1878
Capítulos:
-I-,-II-,-III-,-IV-,-V-,-VI-,-VII-,-VIII-,-IX-,-X-,-XI-,-XII-,
-XIII-,-XIV-,-XV-,-XVI-,-XVII-,-XVIII-,-XIX-,-XX-,-XXI-,-XXII-
-I-
Perdido
Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura lanoche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de latierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino,apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba por angostavereda, de esas que sobre el césped traza el constante pisar de hombresy brutos, y subía sin cansancio por un cerro en cuyas vertientes sealzaban pintorescos grupos de guinderos, hayas y robles. (Ya se ve queestamos en el Norte de España.)
Era un hombre de mediana edad, de complexión recia, buena talla, anchode espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto defacciones, de mirar osado y vivo, ligero a pesar de su regular obesidad,y (dígase de una vez aunque sea prematuro) excelente persona pordoquiera que se le mirara. Vestía el traje propio de los señoresacomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe asu fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de unacorrea, y grueso bastón que, entre paso y paso, le servía para apalearlas zarzas cuando extendían sus ramas llenas de afiladas uñas paraatraparle la ropa.
Detúvose, y mirando a todo el círculo del horizonte, parecía impacientey desasosegado. Sin duda no tenía gran confianza en la exactitud de suitinerario y aguardaba el paso de algún aldeano que le diese buenosinformes topográficos para llegar pronto y derechamente a su destino.
—No puedo equivocarme—murmuró—. Me dijeron que atravesara el río porla pasadera... así lo hice. Después que marchara adelante, siempreadelante. En efecto, allá, detrás de mí queda esa apreciable villa, aquien yo llamaría Villafangosa por el buen surtido de lodos que hay ensus calles y caminos.... De modo que por aquí, adelante, siempreadelante (me gusta esta frase, y si yo tuviera escudo no le pondría otradivisa) he de llegar a las famosas minas de Socartes.
Después de andar largo trecho, añadió:
—Me he perdido, no hay duda de que me he perdido.... Aquí tienes,Teodoro Golfín, el resultado de tu adelante, siempre adelante. Estospalurdos no conocen el valor de las palabras. O
han querido burlarse deti, o ellos mismos ignoran dónde están las minas de Socartes. Un granestablecimiento minero ha de anunciarse con edificios, chimeneas, ruidode arrastres, resoplido de hornos, relincho de caballos, trepidación demáquinas, y yo no veo, ni huelo, ni oigo nada.... Parece que estoy en undesierto... ¡qué soledad! Si yo creyera en brujas, pensaría que midestino me proporcionaba esta noche el honor de ser presentado aellas.... ¡Demonio!, ¿pero no hay gente en estos lugares?... Aún faltamedia hora para la salida de la luna. ¡Ah!, bribona, tú tienes la culpade mi extravío.... Si al menos pudiera conocer el sitio donde meencuentro.... ¿Pero qué más da? (Al decir esto, hizo un gesto propio delhombre esforzado que desprecia los peligros). Golfín, tú que has dado lavuelta al mundo, ¿te acobardarás ahora?... ¡Ah!, los aldeanos teníanrazón: adelante, siempre adelante. La ley universal de la locomoción nopuede fallar en este momento.
Y puesta denodadamente en ejecución aquella osada ley, recorrió unkilómetro, siguiendo a capricho las veredas que le salían al paso y secruzaban y se quebraban en ángulos mil, cual si quisiesen engañarle yconfundirle más. Por grande que fuera su resolución e intrepidez, al fintuvo que pararse. Las veredas, que al principio subían, luego empezarona bajar, enlazándose; y al fin bajaron tanto, que nuestro viajerohallose en un talud, por el cual sólo habría podido descender echándosea rodar.
—¡Bonita situación!—exclamó sonriendo y buscando en su buen humorlenitivo a la enojosa contrariedad—. ¿En dónde estás, querido Golfín?Esto parece un abismo. ¿Ves algo allá abajo?
Nada, absolutamente nada...pero el césped ha desaparecido, el terreno está removido. Todo es aquípedruscos y tierra sin vegetación, teñida por el óxido de hierro.... Sinduda estoy en las minas... pero ni alma viviente, ni chimeneashumeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera unperro que ladre.... ¿Qué haré?, hay por aquí una vereda que vuelve asubir.
¿Seguirela? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo! Oyo dejo de ser quien soy, o llegaré esta noche a las famosas minas deSocartes y abrazaré a mi querido hermano. Adelante, siempre adelante.
Dio un paso y hundiose en la frágil tierra movediza.
—¿Esas tenemos, señor planeta?... ¿Con que quiere usted tragarme?... Siese holgazán satélite quisiera alumbrar un poco, ya nos veríamos lascaras usted y yo.... Y a fe que por aquí abajo no hemos de ir a ningúnparaíso. Parece esto el cráter de un volcán apagado.... Hay que andarsuavemente por tan delicioso precipicio. ¿Qué es esto? ¡Ah! Una piedra;magnífico asiento para echar un cigarro, esperando a que salga la luna.
El discreto Golfín se sentó tranquilamente como podría haberlo hecho enel banco de un paseo; y ya se disponía a fumar, cuando sintió una voz...sí, indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un quejidopatético, mejor dicho, melancólico canto, formado de una sola frase,cuya última cadencia se prolongaba apianándose en la forma que losmúsicos llamaban morendo, y que se apagaba al fin en el plácidosilencio de la noche, sin que el oído pudiera apreciar su vibraciónpostrera.
—Vamos—dijo el viajero lleno de gozo—, humanidad tenemos. Ese es elcanto de una muchacha; sí, es voz de mujer, y voz preciosísima. Me gustala música popular de este país....
Ahora calla.... Oigamos, que prontoha de volver a empezar.... Ya, ya suena otra vez. ¡Qué voz tan bella,qué melodía tan conmovedora! Creeríase que sale de las profundidades dela tierra y que el señor de Golfín, el hombre más serio y menossupersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los silfos,ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentada con la loca de lacasa.... Pero, si no me engaña el oído, la voz se aleja.... La graciosacantora se va.... ¡Eh!
Muchacha, aguarda, detén el paso.
La voz, que durante breve rato había regalado con encantadora música eloído del hombre extraviado, se iba perdiendo en la inmensidad tenebrosa,y a los gritos de Golfín, el canto extinguiose por completo. Sin duda lamisteriosa entidad gnómica, que entretenía su soledad subterráneacantando tristes amores, se había asustado de la brusca interrupción delhombre, huyendo a las más hondas entrañas de la tierra, donde moran,avaras de sus propios fulgores, las piedras preciosas.
—Esta es una situación divina—murmuró Golfín, considerando que nopodía hacer mejor cosa que dar lumbre a su cigarro—. No hay mal quecien años dure. Aguardemos fumando. Me he lucido con querer venir solo ya pie a las minas de Socartes. Mi equipaje habrá llegado primero, lo queprueba de un modo irrebatible las ventajas del adelante, siempreadelante.»
Moviose entonces ligero vientecillo, y Teodoro creyó sentir pasoslejanos en el fondo de aquel desconocido o supuesto abismo que ante sítenía. Puso atención y no tardó en adquirir la certeza de que alguienandaba por allí. Levantándose, gritó:
—Muchacha, hombre, o quien quiera que seas, ¿se puede ir por aquí a lasminas de Socartes?
No había concluido, cuando oyose el violento ladrar de un perro, ydespués una voz de hombre, que dijo:
—Choto, Choto, ven aquí.
—¡Eh!—gritó el viajero—. Buen amigo, muchacho de todos los demonios,o lo que quiera que seas, sujeta pronto ese perro, que yo soy hombre depaz!
—¡Choto, Choto!
Golfín vio que se le acercaba un perro negro y grande; mas el animal,después de gruñir junto a él, retrocedió llamado por su amo. En talpunto y momento, el viajero pudo distinguir una figura, un hombre, queinmóvil y sin expresión, cual muñeco de piedra, estaba en pie adistancia como de diez varas más abajo de él, en una vereda trasversalque aparecía irregularmente trazada por todo lo largo del talud. Estesendero y la humana figura detenida en él llamaron vivamente la atenciónde Golfín, que dirigiendo gozosa mirada al cielo, exclamó:
—¡Gracias a Dios!, al fin salió esa loca. Ya podemos saber dóndeestamos. No sospechaba yo que tan cerca de mí existiera esta senda....Pero si es un camino.... ¡Hola!, amiguito, ¿puede usted decirme si estoyen las minas de Socartes?
—Sí, señor, estas son las minas de Socartes, aunque estamos un pocolejos del establecimiento.
La voz que esto decía era juvenil y agradable, y resonaba con lassimpáticas inflexiones que indican una disposición a prestar servicioscon buena voluntad y cortesía. Mucho gustó al doctor oírla, y más aúnobservar la dulce claridad que, difundiéndose por los espacios antesoscuros, hacía revivir cielo y tierra, cual si se los sacara de la nada.
— Fiat lux—dijo descendiendo—. Me parece que acabo de salir del caosprimitivo. Ya estamos en la realidad.... Bien, amiguito, doy a ustedgracias por las noticias que me ha dado y las que aún ha de darme....Salí de Villamojada al ponerse el sol. Dijéronme que adelante, siempreadelante....
—¿Va usted al establecimiento?—preguntó el misterioso joven,permaneciendo inmóvil y rígido, sin mirar al doctor, que ya estabacerca.
—Sí, señor; pero sin duda equivoqué el camino.
—Esta no es la entrada de las minas. La entrada es por la pasadera deRabagones, donde está el camino y el ferro-carril en construcción. Porallá hubiera usted llegado en diez minutos al establecimiento. Por aquítardaremos más, porque hay bastante distancia y muy mal camino.
Estamosen la última zona de explotación, y hemos de atravesar algunas galeríasy túneles, bajar escaleras, pasar trincheras, remontar taludes,descender el plano inclinado; en fin, recorrer todas las minas deSocartes desde un extremo, que es este, hasta el otro extremo, dondeestán los talleres, los hornos, las máquinas, el laboratorio y lasoficinas.
—Pues a fe mía que ha sido floja mi equivocación—dijo Golfín riendo.
—Yo le guiaré a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitiosperfectamente.
Golfín, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aquí y bailoteandomás allá, tocó al fin el benéfico suelo de la vereda, y su primeraacción fue examinar al bondadoso joven. Breve rato estuvo el doctordominado por la sorpresa.
—Usted...—murmuró.
—Soy ciego, sí, señor—añadió el joven—; pero sin vista sé recorrer deun cabo a otro las minas de Socartes. El palo que uso me impidetropezar, y Choto me acompaña, cuando no lo hace la Nela, que es milazarillo. Con que sígame usted y déjese llevar.
-II-
Guiado
—¿Ciego de nacimiento?—dijo Golfín con vivo interés que no era sóloinspirado por la compasión.
—Sí, señor, de nacimiento—repuso el ciego con naturalidad. No conozcoel mundo más que por el pensamiento, el tacto y el oído. He podidocomprender que la parte más maravillosa del universo es esa que me estávedada. Yo sé que los ojos de los demás no son como estos míos, sino quepor sí conocen las cosas; pero este don me parece tan extraordinario,que ni siquiera comprendo la posibilidad de poseerlo.
—Quién sabe...—manifestó Teodoro—¿pero qué es esto que veo, amigomío, qué sorprendente espectáculo es este?
El viajero, que había andado algunos pasos junto a su guía, se detuvoasombrado de la fantástica perspectiva que se ofrecía ante sus ojos.Hallábase en un lugar hondo, semejante al cráter de un volcán, de sueloirregular, de paredes más irregulares aún. En los bordes y en el centrode la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engañosoclaro-oscuro de la noche, se elevaban figuras colosales, hombresdisformes, monstruos volcados y patas arriba, brazos inmensosdesperezándose, pies truncados, desparramadas figuras semejantes a lasque forma el caprichoso andar de las nubes en el cielo; pero quietas,inmobles, endurecidas. Era su color el de las momias, un color terrosotirando a rojo; su actitud la del movimiento febril sorprendido yatajado por la muerte. Parecía la petrificación de una orgía degigantescos demonios; y sus manotadas, los burlones movimientos de susdesproporcionadas cabezas habían quedado fijos como las inalterablesactitudes de la escultura. El silencio que llenaba el ámbito delsupuesto cráter era un silencio que daba miedo. Creeríase que mil vocesy aullidos habían quedado también hechos piedra, y piedra eran desdesiglos de siglos.
—¿En dónde estamos, buen amigo?—dijo Golfín—. Esto es una pesadilla.
—Esta zona de la mina se llama la Terrible—repuso el ciego indiferenteal estupor de su compañero de camino—. Ha estado en explotación hastaque hace dos años se agotó el mineral de calamina. Hoy los trabajos sehacen en otras zonas que hay más arriba. Lo que a usted le maravilla sonlos bloques de piedra que llaman cretácea y de arcilla ferruginosaendurecida que han quedado después de sacado el mineral. Dicen que estopresenta un golpe de vista sublime, sobre todo a la luz de la luna. Yode nada de eso entiendo.
—Espectáculo asombroso, sí—dijo el forastero deteniéndose encontemplarlo—, pero que a mí antes me causa espanto que placer, porquelo asocio al recuerdo de mis neuralgias. ¿Sabe usted lo que me parece?Me parece que estoy viajando por el interior de un cerebro atacado deviolentísima jaqueca. Estas figuras son como las formas perceptibles queafecta el dolor cefalálgico, confundiéndose con los terroríficos bultosy sombrajos que engendra la fiebre.
—¡Choto, Choto, aquí!—dijo el ciego—. Caballero, mucho cuidado ahora,que vamos a entrar en una galería.
En efecto, Golfín vio que el ciego, tocando el suelo con su palo, sedirigía hacia una puertecilla estrecha, cuyo marco eran tres gruesasvigas.
El perro entró primero olfateando la negra cavidad. Siguole el ciego conla impavidez de quien vive en perpetuas tinieblas. Teodoro fue detrás,no sin experimentar cierta repugnancia instintiva hacia la importunaexcursión bajo la tierra.
—Es pasmoso—dijo—que usted entre y salga por aquí sin tropiezo.
—Me he criado en estos sitios y los conozco como mi propia casa. Aquíse siente frío; abríguese usted si tiene con qué. No tardaremos mucho ensalir.
Iba palpando con su mano derecha la pared, formada de vigasperpendiculares. Después dijo:
—Cuide usted de no tropezar en los carriles que hay en el suelo. Poraquí se arrastra el mineral de las pertenencias de arriba. ¿Tiene ustedfrío?
—Diga usted, buen amigo—interrogó el doctor festivamente—. ¿Estáusted seguro de que no nos ha tragado la tierra? Este pasadizo es unesófago. Somos pobres bichos que hemos caído en el estómago de un graninsectívoro. ¿Y usted, joven, se pasea mucho por estas amenidades?
—Mucho paseo por aquí a todas horas, y me agrada extraordinariamente.Ya hemos entrado en la parte más seca. Esto es arena pura.... Ahoravuelve la piedra.... Aquí hay filtraciones de agua sulfurosa; por aquíuna capa de tierra, en que se encuentran conchitas de piedra.... Tambiénhay capas de pizarra: esto llaman esquistos.... ¿Oye usted cómo canta elsapo? Ya estamos cerca de la boca. Allí se pone ese holgazán todas lasnoches. Le conozco; tiene una voz ronca y pausada.
—¿Quién, el sapo?
—Sí, señor. Ya nos acercamos al fin.
—En efecto; allá veo como un ojo que nos mira. Es la claridad de laboca.
Cuando salieron, el primer accidente que hirió los sentidos del doctor,fue el canto melancólico que había oído antes. Oyolo también el ciego;volviose bruscamente y dijo sonriendo con placer y orgullo:
—¿La oye usted?
—Antes oí esa voz y me agradó sobremanera. ¿Quién es la que canta?...
En vez de contestar, el ciego se detuvo, y dando al viento la voz contoda la fuerza de sus pulmones, gritó:
—¡Nela!... ¡Nela!
Ecos sonorosos, próximos los unos, lejanos otros, repitieron aquelnombre.
El ciego, poniéndose las manos en la boca en forma de bocina, gritó:
—No vengas, que voy allá. ¡Espérame en la herrería... en la herrería!
Después, volviéndose al doctor, le dijo:
—La Nela es una muchacha que me acompaña; es mi lazarillo. Al anochecervolvíamos juntos del prado grande... hacía un poco de fresco. Como mipadre me ha prohibido que ande de noche sin abrigo, metime en la cabañade Romolinos, y la Nela corrió a mi casa a buscarme el gabán. Al pocorato de estar en la cabaña, acordeme de que un amigo había quedado enesperarme en casa; no tuve paciencia para aguardar a la Nela, y salí conChoto. Pasaba por la Terrible, cuando le encontré a usted.... Prontollegaremos a la herrería. Allí nos separaremos, porque mi padre se enojacuando entro tarde en casa, y ella le acompañará a usted hasta lasoficinas.
—Muchas gracias, amigo mío.
El túnel les había conducido a un segundo espacio más singular que elanterior. Era una profunda grieta abierta en el terreno, a semejanza delas que resultan de un cataclismo; pero no había sido abierta por laspalpitaciones fogosas del planeta, sino por el laborioso azadón delminero. Parecía el interior de un gran buque náufrago, tendido sobre laplaya, y a quien las olas hubieran quebrado por la mitad, doblándole enun ángulo obtuso. Hasta se podían ver sus descarnados costillajes, cuyaspuntas coronaban en desigual fila una de las alturas. En la concavidadpanzuda distinguíanse grandes piedras, como restos de carga maltratadospor las olas; y era tal la fuerza pictórica del claro-oscuro de la luna,que Golfín creyó ver, entre mil despojos de cosas náuticas, cadáveresmedio devorados por los peces, momias, esqueletos, todo muerto, dormido,semi-descompuesto y profundamente tranquilo, cual si por mucho tiempomorara en la inmensa sepultura del mar.
La ilusión fue completa cuando sintió rumor de agua, un chasquidosemejante al de las olas mansas cuando juegan en los huecos de una peñao azotan el esqueleto de un buque náufrago.
—Por aquí hay agua—dijo a su compañero.
—Ese ruido que usted siente—replicó el ciego deteniéndose—y queparece... ¿cómo lo diré?
¿no es verdad que parece ruido de gárgaras,como el que hacemos cuando nos curamos la garganta?
—Exactamente. ¿Y dónde está ese buche de agua? ¿Es algún arroyo quepasa?
—No, señor. Aquí, a la izquierda, hay una loma. Detrás de ella se abreuna gran boca, una sima, un abismo cuyo fin no se sabe. Se llama laTrascava. Algunos creen que va a dar al mar por junto a Ficóbriga. Otrosdicen que por el fondo de él corre un río que está siempre dando vueltasy más vueltas, como una rueda, sin salir nunca fuera. Yo me figuro queserá como un molino.
Algunos dicen que hay allá abajo un resoplido deaire que sale de las entrañas de la tierra, como cuando silbamos, elcual resoplido de aire choca contra un chorro de agua, se ponen a reñir,se engrescan, se enfurecen y producen ese hervidero que oímos de fuera.
—¿Y nadie ha bajado a esa sima?
—No se puede bajar sino de una manera.
—¿Cómo?
—Arrojándose a ella. Los que han entrado no han vuelto a salir, y eslástima, porque nos hubieran dicho qué pasaba allá dentro. La boca deesa caverna hállase a bastante distancia de nosotros; pero hace dos añoslos mineros, cavando en este sitio, descubrieron una hendidura en lapeña, por la cual se oye el mismo hervor de agua que por la bocaprincipal. Esta hendidura debe comunicar con las galerías de alládentro, donde está el resoplido que sube y el chorro que baja.
De díapodrá usted verla perfectamente, pues basta trepar un poco por laspiedras del lado izquierdo, para llegar hasta ella. Hay un cómodoasiento. Algunas personas tienen miedo de acercarse; pero la Nela y yonos sentamos allí muy a menudo a oír cómo resuena la voz del abismo. Yefectivamente, señor, parece que nos hablan al oído. La Nela dice y juraque oye palabras, que las distingue claramente. Yo, la verdad, nunca heoído palabras; pero sí un murmullo como soliloquio o meditación, que aveces parece triste, a veces alegre, a veces colérico, a veces burlón.
—Pues yo no oigo sino ruido de gárgaras—dijo el doctor riendo.
—Así parece desde aquí... Pero no nos retardemos, que es tarde.Prepárese usted a pasar otra galería.
—¿Otra?
—Sí, señor. Y ésta, al llegar a la mitad se divide en dos. Hay despuésun laberinto de vueltas y revueltas, porque se hicieron galerías quedespués quedaron abandonadas, y aquello está como Dios quiere. Choto,adelante.
Choto se metió por un agujero, como hurón que persigue al conejo, ysiguiéronle el doctor y su guía, que tentaba con su palo el tortuoso,estrecho y lóbrego camino. Nunca el sentido del tacto había tenido másdelicadeza y finura, prolongándose desde la epidermis humana hasta unpedazo de madera insensible. Avanzaron, describiendo primero una curva,después ángulos y más ángulos, siempre entre las dos paredes de tabloneshúmedos y medio podridos.
—¿Sabe usted a lo que me parece esto?—dijo el doctor, conociendo quelos símiles agradaban a su guía—. Pues se me parece a los pensamientosdel hombre perverso. Parece que somos la intuición del malo, cuandopenetra en su conciencia para verse en toda su fealdad.
Creyó Golfín que se había expresado en lenguaje poco inteligible para elciego; mas éste probole lo contrario, diciendo:
—Para el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galeríasdeben de ser tristes; pero yo, que vivo en tinieblas, hallo aquí ciertaconformidad de la tierra con mi propio ser. Yo ando por aquí como ustedpor la calle más ancha. Si no fuera porque unas veces es escaso el airey otras la humedad excesiva, preferiría estos lugares subterráneos atodos los demás lugares que conozco.
—Esto es la idea de la meditación.
—Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este pordonde voy, y por él corren mis ideas desarrollándose magníficamente.
—¡Oh! ¡cuán lamentable cosa es no haber visto nunca la bóveda azul delcielo en pleno día!—
exclamó el doctor con espontaneidad suma—. Dígameusted, ¿este conducto donde las ideas de usted se desarrollanmagníficamente, no se acaba nunca?
—Ya, ya pronto estaremos fuera.... ¿Dice usted que la bóveda delcielo...? ¡Ah! Ya me figuro que será una concavidad armoniosa, a la cualparece que podremos alcanzar con las manos, sin poder hacerlo realmente.
Al decir esto, salieron; Golfín, respirando con placer y fuerza, como elque acaba de soltar un gran peso, exclamó mirando al cielo:
—Gracias a Dios que os vuelvo a ver, estrellitas del firmamento. Nuncame habéis parecido más lindas que en este instante.
—Al pasar—dijo el ciego, alargando su mano que mostraba una piedra—hecogido este pedazo de caliza cristalizada; ¿sostendrá usted que estoscristalitos que mi tacto halla tan bien cortados, tan finos, y tan bienpegados los unos a los otros no son una cosa muy bella? Al menos a mí melo parece.
Diciéndolo, desmenuzaba los cristales.
—Amigo querido—dijo Golfín con emoción y lástima—es verdaderamentetriste que usted no pueda conocer que ese pedruzco no merece la atencióndel hombre, mientras esté suspendido sobre nuestras cabezas el infinitorebaño de maravillosas luces que llenan la bóveda del cielo.
El ciego volvió su rostro hacia arriba, y dijo con profunda tristeza:
—¿Es verdad que existís, estrellas?
—Dios es inmensamente grande y misericordioso—observó Golfín, poniendosu mano sobre el hombro de su acompañante—. Quién sabe, quién sabe,amigo mío.... Se han visto, se ven todos los días casos muy raros.
Mientras esto decía, le miraba de cerca, tratando de examinar a laescasa claridad de la noche las pupilas del joven. Fijo y sin mirada, elciego volvía sonriendo su rostro hacia donde sonaba la voz del doctor.
—No tengo esperanza—murmuró.
Habían salido a un sitio despejado. La luna, más clara a cada rato,iluminaba praderas ondulantes y largos taludes, que parecían lasescarpas de inmensas fortificaciones. A la izquierda y a regular alturavio el doctor un grupo de blancas casas en el mismo borde de lavertiente.
—Aquí a la izquierda—dijo el ciego—está mi casa. Allá arriba... ¿sabeusted? Aquellas tres casas es lo que queda del lugar de Aldeacorba deSuso: lo demás ha sido expropiado en diversos años para beneficiar elterreno; todo aquí debajo es calamina. Nuestros padres vivían sobremiles de millones sin saberlo.
Esto decía, cuando se vino corriendo hacia ellos una muchacha, una niña,una chicuela, de ligerísimos pies y menguada estatura.
—Nela, Nela—dijo el ciego—. ¿Me traes el abrigo?
—Aquí está—repuso la muchacha poniéndole un capote sobre los hombros.
—¿Ésta es la que cantaba?... ¿Sabes que tienes una preciosa voz?
—¡Oh!—exclamó el ciego con candoroso acento de encomio—cantaadmirablemente—.
Ahora, Mariquilla, vas a acompañar a este caballerohasta las oficinas. Yo me quedo en casa. Ya siento la voz de mi padreque baja a buscarme. Me reñirá de seguro.... ¡Allá voy, allá voy!
—Retírese usted pronto, amigo—dijo Golfín estrechándole la mano—. Elaire es fresco y puede hacerle daño. Muchas gracias por la compañía.Espero que seremos amigos, porque estaré aquí algún tiempo.... Yo soyhermano de Carlos Golfín, el ingeniero de estas minas.
—¡Ah!... ya.... D. Carlos es muy amigo de mi padre y mío: le espera austed desde ayer.
—Llegué esta tarde a la estación de Villamojada... dijéronme queSocartes estaba cerca y que podía venirme a pie. Como me gusta ver elpaisaje y hacer ejercicio, y como me dijeron que adelante, siempreadelante, eché a andar, mandando mi equipaje en un carro. Ya ve ustedcómo me perdí... pero no hay mal que por bien no venga... le he conocidoa usted y seremos amigos, quizás muy amigos.... Vaya, adiós; a casapronto, que el fresco de Setiembre no es bueno. Esta señora Nela tendrála bondad de acompañarme.
—De aquí a las oficinas no hay más que un cuarto de hora de camino...poca cosa.... Cuidado no tropiece usted en los rails; cuidado al bajarel plano inclinado. Suelen dejar los vagonetes sobre la vía... y con lahumedad, la tierra está como jabón.... Adiós, caballero y amigo mío.Buenas noches.
Subió