Marianela by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—Vaya un disparate. ¿Y las estrellas, qué son?

—Las estrellas son las miradas de los que se han ido al cielo.

—Entonces las flores....

—Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todavía alcielo—afirmó la Nela, con la convicción y el aplomo de un doctor—. Losmuertos son enterrados en la tierra. Como allá abajo no pueden estar sinechar una miradilla a la tierra, echan de sí una cosa que sube en formay manera de flor. Cuando en un prado hay muchas flores es porque allá...en tiempos de atrás, enterraron en él muchos difuntos.

—No, no—replicó Pablo con seriedad—. No creas desatinos. Nuestrareligión nos enseña que el espíritu se separa de la carne y que la vidamortal se acaba. Lo que se entierra, Nela, no es más que un despojo, unbarro inservible que no puede pensar, ni sentir, ni tampoco ver.

—Eso lo dirán los libros, que según dice la Señana, están llenos dementiras.

—Eso lo dicen la fe y la razón, querida Nela. Tu imaginación te hacecreer mil errores. Poco a poco yo los iré destruyendo, y tendrás ideasbuenas sobre todas las cosas de este mundo y del otro.

—¡Ay, ay, con el doctorcillo de tres por un cuarto!... Ya... cuando hasquerido hacerme creer que el sol está quieto y que la tierra da vueltasa la redonda!... ¡Cómo se conoce que no lo ves!

¡Madre del Señor! Que memuera en este momento, si la tierra no se está más quieta que un peñón,y el sol va corre que corre. Señorito mío, no se la eche de tan sabio,que yo he pasado muchas horas de noche y de día mirando al cielo, y sécómo está gobernada toda esa máquina....

La tierra está abajo, todallena de islitas grandes y chicas. El sol sale por allá y se esconde porallí.

Es el palacio de Dios.

—¡Qué tonta!

—¿Y por qué no ha de ser así? ¡Ay! Tú no has visto el cielo en un díaclaro: hijito, parece que llueven bendiciones.... Yo no creo que puedahaber malos, no, no los puede haber, si vuelven la cara hacia arriba yven aquel ojazo que nos está mirando.

—Tu religiosidad, querida Nelilla, está llena de supersticiones. Yo teenseñaré ideas mejores.

—No me han enseñado nada—dijo María con inocencia—pero yo, cavila quecavilarás, he ido sacando de mi cabeza muchas cosas que me consuelan, yasí cuando me ocurre una buena idea, digo: «esto debe de ser así, y node otra manera». Por las noches, cuando me voy sola a mi casa, voypensando en lo que será de nosotros cuando nos muramos, y en lo muchoque nos quiere a todos la Virgen Santísima.

—Nuestra madre amorosa.

—¡Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de mí comocuando nos acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de surespiración. Ella nos mira de noche y de día por medio de... no terías... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el mundo.

—¿Y esas cosas hermosas...?

—Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderías si tuvieras los tuyos.Quien no ha visto una nube blanca, un árbol, una flor, el aguacorriendo, un niño, el rocío, un corderito, la luna paseándose tan majapor los cielos, y las estrellas, que son las miradas de los buenos quese han muerto....

—Mal podrán ir allá arriba si se quedan debajo de tierra echandoflores.

—¡Miren el sabihondo! Abajo se están mientras se van limpiando depecados; que después suben volando arriba. La Virgen les espera. Sí,créelo, tonto. Las estrellas, ¿qué pueden ser sino las almas de los queya están salvos? ¿Y no sabes tú que las estrellas bajan? Pues yo, yomisma las he visto caer así, así, haciendo una raya. Sí, señor, lasestrellas bajan cuando tienen que decirnos alguna cosa.

—¡Ay, Nela!—exclamó Pablo vivamente—. Tus disparates, con serlo tangrandes, me cautivan y embelesan, porque revelan el candor de tu alma yla fuerza de tu fantasía. Todos esos errores responden a una disposiciónmuy grande para conocer la verdad, a una poderosa facultad tuya, quesería primorosa si estuvieras auxiliada por la razón y la educación....Es preciso que tú adquieras un don precioso de que yo estoy privado; espreciso que aprendas a leer.

—¡A leer!... ¿Y quién me ha de enseñar?

—Mi padre. Yo le rogaré a mi padre que te enseñe. Ya sabes que él no meniega nada. ¡Qué lástima tan grande que vivas así! Tu alma está llena depreciosos tesoros. Tienes bondad sin igual y fantasía seductora. De todolo que Dios tiene en su esencia absoluta te dio a ti parte muy grande.Bien lo conozco; no veo lo de fuera, pero veo lo de dentro, y todas lasmaravillas de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo...¡Hace año y medio! Parece que fue ayer cuando empezaron nuestrospaseos.... No, hace miles de años que te conozco. ¡Porque hay unarelación tan grande entre lo que tú sientes y lo que yo siento!... Hasdicho ahora mil disparates, y yo, que conozco algo de la verdad acercadel mundo y de la religión, me he sentido conmovido y entusiasmado aloírte. Se me antoja que hablas dentro de mí.

—¡Madre de Dios!—exclamó la Nela, cruzando las manos—. ¿Tendrá esoalgo que ver con lo que yo siento?

—¿Qué?

—Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos noservirían para nada si no sirvieran para guiarte y decirte cómo sontodas las hermosuras de la tierra.

El ciego irguió su cuello repentina y vivísimamente, y extendiendo susmanos hasta tocar el cuerpecillo de su amiga, exclamó con afán:

—Dime, Nela, ¿y cómo eres tú?

La Nela no dijo nada. Había recibido una puñalada.

-VII-

Más tonterías

Habían descansado. Siguieron adelante, hasta llegar a la entrada delbosque que hay más allá de Saldeoro. Detuviéronse entre un grupo deviejos nogales, cuyos troncos y raíces formaban en el suelo una serie deescalones, con musgosos huecos y recortes tan apropiados para sentarse,que el arte no los hiciera mejor. Desde lo alto del bosque corría unhilo de agua, saltando de piedra en piedra, hasta dar con su fatigadocuerpo en un estanquillo que servía de depósito para alimentar el chorrode que se abastecían los vecinos. Enfrente el suelo se deprimía poco apoco, ofreciendo grandioso panorama de verdes colinas pobladas debosques y caseríos, de praderas llanas donde pastaban con tranquilidadvagabunda centenares de reses. En el último término dos lejanos yorgullosos cerros que eran límite de la tierra, dejaban ver en un largosegmento azul purísimo del mar. Era un paisaje cuya contemplaciónrevelaba al alma sus excelsas relaciones con lo infinito.

Sentose Pablo en el tronco de un nogal, apoyando su brazo izquierdo enel borde del estanque.

Alzaba la derecha mano para coger las ramas quedescendían hasta tocar su frente, por la cual pasaba a ratos, con elmover de las hojas, un rayo de sol.

—¿Qué haces, Nela?—dijo el muchacho después de una pausa, no sintiendoni los pasos, ni la voz, ni la respiración de su compañera—. ¿Quéhaces? ¿Dónde estás?

—Aquí—replicó la Nela, tocándole el hombro—. Estaba mirando el mar.

—¡Ah! ¿Está muy lejos?

—Allá se ve por los cerros de Ficóbriga.

—Grande, grandísimo, tan grande, que se estará mirando todo un día sinacabarlo de ver, ¿no es eso?

—No se ve sino un pedazo como el que coges dentro de la boca cuando lepegas una mordida a un pan.

—Ya, ya comprendo. Todos dicen que ninguna hermosura iguala a la delmar, por causa de la sencillez que hay en él.... Oye, Nela, lo que voy adecirte.... ¿Pero qué haces?

La Nela, agarrando con ambas manos la rama del nogal, se suspendía ybalanceaba graciosamente.

—Aquí estoy, señorito mío. Estaba pensando que por qué no nos daríaDios a nosotras las personas alas para volar como los pájaros. ¡Qué cosamás bonita que hacer zas, y remontarnos y ponernos de un vuelo enaquel pico que está allá entre Ficóbriga y el mar!...

—Si Dios no nos ha dado alas; en cambio nos ha dado el pensamiento, quevuela más que todos los pájaros, porque llega hasta el mismo Dios....Dime tú, ¿para qué querría yo alas de pájaro, si Dios me hubiera negadoel pensamiento?

—Pues a mí me gustaría tener las dos cosas. Y si tuviera alas, tecogería en mi piquito para llevarte por esos mundos y subirte a lo másalto de las nubes.

El ciego alargó su mano hasta tocar la cabeza de la Nela.

—Siéntate junto a mí. ¿No estás cansada?

—Un poquitín—replicó ella, sentándose y apoyando su cabeza coninfantil confianza en el hombro de su amo.

—Respiras fuerte, Nelilla; tú estás muy cansada. Es de tanto volar....Pues lo que te iba a decir, es esto: Hablando del mar me hicisterecordar una cosa que mi padre me leyó anoche. Ya sabes que desde laedad en que tuve uso de razón, acostumbra mi padre leerme todas lasnoches distintos libros de ciencia y de historia, de artes y deentretenimiento. Esas lecturas y estos paseos se puede decir que son mivida toda. Diome el Señor, para compensarme de la ceguera, una memoriafeliz, y gracias a ella he sacado algún provecho de las lecturas; puesaunque éstas han sido sin método, yo al fin y al cabo he logrado poneralgún orden en las ideas que iban entrando en mi entendimiento. ¡Quédelicias tan grandes las mías al entender el orden admirable delUniverso, el concertado rodar de los astros, el giro de los átomospequeñitos, y después las leyes, más admirable aún, que gobiernannuestra alma! También me ha recreado mucho la historia, que es un cuentoverdadero de todo lo que los hombres han hecho antes de ahora;resultando, hija mía, que siempre han hecho las mismas maldades y lasmismas tonterías, aunque no han cesado de mejorarse, acercándose todo loposible, mas sin llegar nunca, a las perfecciones que sólo posee Dios.Por último, me ha leído mi padre cosas sutiles y un poco hondas para serpenetradas de pronto; pero que suspenden y enamoran cuando se medita enellas.

Es lectura que a él no le agrada, por no comprenderla, y que a míme ha cansado también unas veces, deleitándome otras. Pero no hay dudaque cuando se da con un autor que sepa hablar con claridad, esasmaterias son preciosas. Contienen ideas sobre las causas y los efectos,sobre la razón de todo lo que pensamos y el modo como lo pensamos, yenseñan la esencia de todas las cosas.

La Nela parecía no comprender ni una sola palabra de lo que su amigodecía; pero atendía profundamente abriendo la boca. Para apoderarse deaquellas esencias y causas de que su amo le hablaba, abría el pico comoel pájaro que acecha el vuelo de la mosca que quiere cazar.

—Pues bien—añadió él—anoche leyó mi padre unas páginas sobre labelleza. Hablaba el autor de la belleza, y decía que era el resplandorde la bondad y de la verdad, con otros muchos conceptos ingeniosos y tanbien traídos y pensados, que daba gusto oírlos.

—Ese libro—dijo la Nela queriendo demostrar suficiencia—no será comouno que tiene padre Centeno, que llaman... Las mil y no sé cuántasnoches.

—No es eso, tontuela; habla de la belleza en absoluto... ¿no entenderásesto de la belleza ideal?... tampoco lo entiendes... porque has de saberque hay una belleza que no se ve ni se toca, ni se percibe con ningúnsentido.

—Como, por ejemplo, la Virgen María—interrumpió la Nela—a quien novemos ni tocamos, porque las imágenes no son ella misma, sino suretrato.

—Estás en lo cierto: así es. Pensando en esto, mi padre cerró el libro,y él decía una cosa y yo otra. Hablamos de la forma y mi padre me dijo:«Desgraciadamente tú no puedes comprenderla».

Yo sostuve que sí; dijeque no había más que una sola belleza y que esa había de servir paratodo.

La Nela, poco atenta a cosas tan sutiles, había cogido de las manos desu amigo las flores, y combinaba sus risueños colores.

—Yo tenía una idea sobre esto—añadió el ciego con mucha energía—unaidea con la cual estoy encariñado desde hace algunos meses. Sí, losostengo, lo sostengo.... No, no me hacen falta los ojos para esto. Yole dije a mi padre: «Concibo un tipo de belleza encantadora, un tipo quecontiene todas las bellezas posibles; ese tipo es la Nela». Mi padre seechó a reír y me dijo que sí.

La Nela se puso como amapola y no supo responder nada. Durante un breveinstante de terror y ansiedad, creyó que el ciego la estaba mirando.

—Sí, tú eres la belleza más acabada que puede imaginarse—añadió Pablocon calor—. ¿Cómo podría suceder que tu bondad, tu inocencia, tucandor, tu gracia, tu imaginación, tu alma celestial y cariñosa que hasido capaz de alegrar mis tristes días; cómo podría suceder, cómo, queno estuviese representada en la misma hermosura?... Nela, Nela—añadióbalbuciente y con afán—.

¿No es verdad que eres muy bonita?

La Nela calló. Instintivamente se había llevado las manos a la cabeza,enredando entre sus cabellos las florecitas medio ajadas que habíacogido antes en la pradera.

—¿No respondes?... Es verdad que eres modesta. Si no lo fueras, noserías tan repreciosa como eres. Faltaría la lógica de las bellezas, yeso no puede ser. ¿No respondes?...

—Yo...—murmuró la Nela con timidez, sin dejar de la mano su tocado—nosé... dicen que cuando niña era muy bonita.... Ahora....

—Y ahora también.

María, en su extraordinaria confusión, pudo hablar así:

—Ahora... ya sabes tú que las personas dicen muchas tonterías... seequivocan también... a veces el que tiene más ojos ve menos.

—¡Oh! ¡Qué bien dicho! Ven acá: dame un abrazo.

La Nela no pudo acudir pronto, porque habiendo conseguido sostener entresus cabellos una como guirnalda de florecillas, sintió vivos deseos deobservar el efecto de aquel atavío en el claro cristal del agua. Porprimera vez desde que vivía se sintió presumida. Apoyándose en susmanos, asomose al estanque.

—¿Qué haces, Mariquilla?

—Me estoy mirando en el agua, que es como un espejo—replicó con lamayor inocencia, delatando su presunción.

—Tú no necesitas mirarte. Eres hermosa como los ángeles que rodean eltrono de Dios.

El alma del ciego llenábase de entusiasmo y fervor.

—El agua se ha puesto a temblar—dijo la Nela—y no me veo bien,señorito. Ella tiembla como yo. Ya está más tranquila, ya no semueve.... Me estoy mirando... ahora.

—¡Qué linda eres! Ven acá, niña mía—añadió el ciego, extendiendo susbrazos.

—¡Linda yo!—dijo ella llena de confusión y ansiedad—. Pues esa queveo en el estanque no es tan fea como dicen. Es que hay también muchosque no saben ver.

—Sí, muchos.

—¡Si yo me vistiese como se visten otras!...—exclamó la Nela conorgullo.

—Te vestirás.

—¿Y ese libro dice que yo soy bonita?—preguntó la Nela apelando atodos los recursos de convicción.

—Lo digo yo, que poseo una verdad inmutable—exclamó el ciego, llevadode su ardiente fantasía.

—Puede ser—observó la Nela, apartándose de su espejo pensativa y nomuy satisfecha—que los hombres sean muy brutos y no comprendan lascosas como son.

—La humanidad está sujeta a mil errores.

—Así lo creo—dijo Mariquilla, recibiendo gran consuelo con laspalabras de su amigo—. ¿Por qué han de reírse de mí?

—¡Oh!, miserable condición de los hombres—exclamó el ciego, arrastradoal absurdo por su delirante entendimiento—. El don de la vista puedecausar grandes extravíos... aparta a los hombres de la posesión de laverdad absoluta... y la verdad absoluta dice que tú eres hermosa,hermosa sin tacha ni sombra alguna de fealdad. Que me digan locontrario, y les desmentiré... Váyanse ellos a paseo con sus formas.No... la forma no puede ser la máscara de Satanás puesta ante la faz deDios. ¡Ah!, ¡menguados!, ¡a cuántos desvaríos os conducen vuestros ojos!Nela, Nela, ven acá, quiero tenerte junto a mí y abrazar tu preciosacabeza.

María corrió a arrojarse en los brazos de su amigo.

—Chiquilla bonita—exclamó este, estrechándola de un modo delirantecontra su pecho—¡te quiero con toda mi alma!

La Nela no dijo nada. En su corazón lleno de casta ternura, sedesbordaban los sentimientos más hermosos. El joven, palpitante yconturbado, la abrazó más fuerte diciéndole al oído:

—Te quiero más que a mi vida. Ángel de Dios, quiéreme o me muero.

María se soltó de los brazos de Pablo, y este cayó en profundameditación. A la fenomenal mujer una fuerza poderosa, irresistible, laimpulsaba a mirarse en el espejo del agua.

Deslizándose suavemente llegóal borde, y vio allá sobre el fondo verdoso su imagen mezquina, con losojuelos negros, la tez pecosa, la naricilla picuda, aunque no singracia, el cabello escaso y la movible fisonomía de pájaro. Alargó sucuerpo sobre el agua para verse el busto, y lo halló deplorablementedesairado. Las flores que tenía en la cabeza se cayeron al agua,haciendo temblar la superficie, y con la superficie, la imagen. La hijade la Canela sintió como si arrancaran su corazón de raíz, y cayó haciaatrás murmurando:

—¡Madre de Dios!, ¡qué feísima soy!

—¿Qué dices, Nela? Me parece que he oído tu voz.

—No decía nada, niño mío.... Estaba pensando... sí, pensaba que ya eshora de volver a tu casa.

Pronto será hora de comer.

—Sí, vamos, comerás conmigo, y esta tarde saldremos otra vez. Dame lamano, no quiero que te separes de mí.

Cuando llegaron a la casa, D. Francisco Penáguilas estaba en el patio,acompañado de dos caballeros. Marianela reconoció al ingeniero de lasminas y al individuo que se había extraviado en la Terrible la nocheanterior.

—Aquí están—dijo—el señor ingeniero y su hermano, el caballero deanoche.

Miraban los tres hombres con visible interés al ciego que se acercaba.

—Hace rato que te estamos esperando, hijo mío—dijo el padre tomando asu hijo de la mano y presentándole al doctor.

—Entremos—dijo el ingeniero.

—¡Benditos sean los hombres sabios y caritativos!—exclamó el padre,mirando a Teodoro—.

Pasen ustedes, señores. Que sea bendito el instanteen que ustedes entran en mi casa.

—Veamos este caso—murmuró Golfín.

Cuando Pablo y los dos hermanos entraron, D. Francisco se volvió haciaMariquilla, que se había quedado en medio del patio inmóvil y asombrada,y le dijo con bondad:

—Mira, Nela, más vale que te vayas. Mi hijo no puede salir esta tarde.

Y luego, como viese que no se marchaba, añadió:

—Puedes pasar a la cocina. Dorotea te dará alguna chuchería.

-VIII-

Prosiguen las tonterías

Al día siguiente, Pablo y su guía salieron de la casa a la misma horadel anterior; mas como estaba encapotado el cielo y soplaba un airecillomolesto que amenazaba convertirse en vendaval, decidieron que su paseono fuera largo. Atravesando el prado comunal de Aldeacorba, siguieron elgran talud de las minas por Poniente con intención de bajar a lasexcavaciones.

—Nela, tengo que hablarte de una cosa que te hará saltar dealegría—dijo el ciego, cuando estuvieron lejos de la casa—. ¡Nela, yosiento en mi corazón un alborozo!... Me parece que el Universo, lasciencias todas, la historia, la filosofía, la Naturaleza, todo eso quehe aprendido, se me ha metido dentro y se está paseando por mí... escomo una procesión. Ya viste aquellos caballeros que me esperabanayer....

—D. Carlos y su hermano, el que encontramos anoche.

—El cual es un famoso sabio, que ha corrido por toda la América,haciendo maravillosas curas.... Ha venido a visitar a su hermano....Como D. Carlos es tan buen amigo de mi padre, le ha rogado que meexamine.... ¡Qué cariñoso y qué bueno es! Primero estuvo hablandoconmigo; preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas ydivertidas. Después díjome que me estuviese quieto: sentí sus dedos enmis párpados.... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras que noentendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nadade Medicina.

Acercáronme después a una ventana. Mientras me observabacon no sé qué instrumento, ¡había en la sala un silencio!... El doctordijo después a mi padre: «Lo intentaremos». Decían otras cosas en vozmuy baja para que no pudiera yo entenderlas, y creo que también hablabanpor señas.

Cuando se retiraron mi padre me dijo: «Hijo de mi alma, nopuedo ocultarte la alegría que hay dentro de mí. Ese hombre, ese ángelde Dios, me ha dado esperanza, muy poca esperanza; pero la esperanzaparece que se agarra más, cuando más chica es. Quiero echarla de mídiciéndome que es imposible, no, no, casi imposible, y ella... pegadacomo una lapa...» Así me habló mi padre.

Por su voz conocí quelloraba.... ¿Qué haces, Nela, estás bailando?

—No, estoy aquí a tu lado.

—Como otras veces te pones a bailar desde que te digo una cosaalegre.... ¿Pero hacia dónde vamos hoy?

—El día está feo. Vámonos hacia la Trascava, que es sitio abrigado, ydespués bajaremos al Barco y a la Terrible.

—Bien, como tú quieras.... ¡Ay! Nela, compañera mía, si fuese verdad, siDios quisiera tener piedad de mí y me concediera el placer de verte....Aunque sólo durara un día mi vista, aunque volviera a cegar alsiguiente, ¡cuánto se lo agradecería!

La Nela no decía nada. Después de mostrar exaltada alegría, meditaba conlos ojos fijos en el suelo.

—Se ven en el mundo cosas muy extrañas—añadió Pablo—y la misericordiade Dios tiene así... ciertos exabruptos, lo mismo que su cólera. Vienende improviso, después de largos tormentos y castigos, lo mismo queaparece la ira después de felicidades que parecían seguras y eternas,¿no te parece?

—Sí, lo que tú esperas será—dijo la Nela con aplomo.

—¿Por qué lo sabes?

—Me lo dice mi corazón.

—¡Te lo dice tu corazón! ¿Y por qué no han de ser ciertos estosavisos?—manifestó Pablo con ardor—. Sí, las almas escogidas pueden encasos dados presentir un suceso. Yo lo he observado en mí, pues como elver no me distrae del examen de mí mismo, he notado que mi espíritu mesusurraba cosas incomprensibles. Después ha venido un acontecimientocualquiera, y he dicho con asombro: «Yo sabía algo de esto».

—A mí me pasa lo mismo—repuso la Nela—. Ayer me dijiste tú que mequerías mucho.

Cuando fui a mi casa, iba diciendo para mí: «Es cosarara, pero yo sabía algo de esto».

—Es maravilloso, chiquilla mía—cómo están acordadas nuestras almas.Unidas por la voluntad, no les falta más que un lazo. Ese lazo lotendrán si yo adquiero el precioso sentido que me falta. La idea de verno se determina en mi pensamiento si antes no acaricio en él la idea dequererte más. La adquisición de este sentido no significa para mí otracosa más que el don de admirar de un modo nuevo lo que ya me causa tantaadmiración como amor.... Pero se me figura que estás triste hoy.

—Sí que lo estoy... y si he de decirte la verdad, no sé por qué...Estoy muy alegre y muy triste, las dos cosas a un tiempo. Hoy está tanfeo el día.... Valiera más que no hubiese día, y que fuera nochesiempre.

—No, no, déjalo como está. Noche y día, si Dios quiere que yo sepa alfin diferenciaros, ¡cuán feliz seré!... ¿Por qué nos detenemos?

—Estamos en un lugar peligroso. Apartémonos a un lado para tomar lavereda.

—¡Ah!, la Trascava. Este césped resbaladizo va bajando hasta perderseen la gruta. El que cae en ella no puede volver a salir. Apartémonos,Nela; no me gusta este sitio.

—Tonto, de aquí a la entrada de la cueva hay mucho que andar. ¡Y québonita está hoy!

La Nela, deteniéndose y deteniendo a su compañero por el brazo,observaba la boca de la sima que se abría en el terreno en formaparecida a la de un embudo. Finísimo césped cubría las vertientes deaquel pequeño cráter cóncavo y profundo. En lo más hondo, una gran peñaoblonga se extendía sobre el césped entre malezas, hinojos, zarzas,juncos y cantidad inmensa de pintadas florecillas. Parecía una granlengua. Junto a ella se adivinaba, más bien que se veía, un hueco, untragadero, oculto por espesas yerbas, como las que tuvo que cortar D.Quijote cuando se descolgó dentro de la cueva de Montesinos.

La Nela no se cansaba de mirar.

—¿Por qué dices que está bonita esa horrenda Trascava?—le preguntó suamigo.

—Porque hay en ella muchas flores. La semana pasada estaban todassecas; pero han vuelto a nacer, y está aquello que da gozo verlo. ¡Madrede Dios! Hay muchos pájaros posados allí y muchísimas mariposas queestán cogiendo miel en las flores.... Choto, Choto, ven aquí, noespantes a los pobres pajaritos.

El perro, que había bajado, volvió gozoso llamado por la Nela, y lapacífica república de pajarillos volvió a tomar posesión de sus estados.

—A mí me causa horror este sitio—dijo Pablo, tomando del brazo a lamuchacha—. Y ahora

¿vamos hacia las minas? Sí, ya conozco este camino.Estoy en mi terreno. Por aquí vamos derechos al Barco.... Choto, andadelante; no te enredes en mis piernas.

Descendían por una vereda escalonada. Pronto llegaron a la concavidadformada por la explotación minera. Dejando la verde zona vegetal, habíanentrado bruscamente en la zona geológica, zanja enorme, cuyas paredes,labradas por el barreno y el pico, mostraban una interesanteestratificación, cuyas diversas capas ofrecían en el corte los másvariados tonos y los materiales más diversos. Era aquel el sitio que aTeodoro Golfín le había parecido el interior de un gran buque náufrago,comido de las olas, y su nombre vulgar justificaba esta semejanza.

Perode día se admiraban principalmente las superpuestas cortezas de laestratificación, con sus vetas sulfurosas y carbonatadas, sus sedimentosnegros, sus lignitos, donde yace el negro azabache, sus capas de tierraferruginosa que parece amasada con sangre, sus grandes y regularesláminas de roca, quebradas en mil puntos por el arte humano, y erizadasde picos, cortaduras y desgarrones. Era aquello como una herida abiertaen el tejido orgánico y vista con microscopio. El arroyo de aguassaturadas de óxido de hierro que corría por el centro, parecía un chorrode sangre.

¿En dónde está nuestro asiento?—preguntó el señorito de Penáguilas—.Vamos a él. Allí no nos molestará el aire.

Desde el fondo de la gran zanja subieron un poco por escabroso sendero,abierto entre rotas piedras, tierra y matas de hinojo, y se sentaron ala sombra de una enorme peña agrietada, que presentaba en su centro unalarga hendija. Más bien eran dos peñas, pegada la una a la otra, conirregulares bordes, como dos gastadas mandíbulas que se esfuerzan enmorder.

—¡Qué bien se está aquí!—dijo Pablo—. A veces suele salir unacorriente de aire por esa gruta; pero hoy no siento nada. Lo que sesiente es el gorgoteo del agua allá dentro en las entrañas de laTrascava.

—Calladita está hoy—observó la Nela—. ¿Quieres echarte?

—Pues mira que has tenido una buena idea. Anoche no he dormido,pensando en lo que mi padre me dijo, en el médico, en mis ojos.... Todala noche estuve sintiendo una mano que entraba en mis ojos y abría enellos una puerta cerrada y mohosa.

Diciendo esto sentose sobre la piedra, poniendo su cabeza sobre elregazo de la Nela.

—Aquella puerta—prosiguió—que estaba allá en lo más íntimo de misentido, abriose, como te he dicho, dando paso a una estancia dondeestaba ence