—Yo te conocí gozosa y al parecer satisfecha de la vida, hace algunosdías. ¿Por qué de la noche a la mañana te has vuelto loca?...
—Quería ir con mi madre—repuso la Nela, después de vacilar uninstante—. No quería vivir más. Yo no sirvo para nada. ¿De qué sirvoyo? ¿No vale más que me muera? Si Dios no quiere que me muera, me moriréyo misma por mi misma voluntad.
—Esa idea de que no sirves para nada es causa de grandes desgraciaspara ti, ¡infeliz criatura!
¡Maldito sea el que te la inculcó o los quete la inculcaron, porque son muchos!... Todos son igualmenteresponsables del abandono, de la soledad y de la ignorancia en que hasvivido. ¡Que no sirves para nada! ¡Sabe Dios lo que hubieras sido tú enotras manos! Eres una personilla delicada, muy delicada, quizás deinmenso valor; pero ¡qué demonio!, pon un arpa en manos toscas... ¿quéharán?, romperla.... Porque tu constitución débil no te permita romperpiedra y arrastrar tierra como esas bestias en forma humana que sellaman Mariuca y Pepina, ¿se ha de afirmar que no sirves para nada?¿Acaso hemos nacido para trabajar como los animales?... ¿No tendrás túinteligencia, no tendrás tú sensibilidad, no tendrás mil dotes preciosasque nadie ha sabido cultivar? No: tú sirves para algo, aún podrás servirpara mucho si encuentras una mano hábil que te sepa manejar.
La Nela, profundamente impresionada con estas palabras, que entendió porintuición, fijaba sus ojos en el rostro duro, expresivo e inteligente deTeodoro Golfín. Asombro y reconocimiento llenaban su alma.
—Pero en ti no hay un misterio solo—añadió el león negro—. Ahora sete ha presentado la ocasión más preciosa para salir de tu miserableabandono, y la has rechazado. Florentina, que es un ángel de Dios, haquerido hacer de ti una amiga y una hermana; no conozco un ejemplo devirtud y de bondad como las suyas... ¿y tú qué has hecho?... huir deella como una salvaje....
¿Es esto ingratitud o algún otro sentimientoque no comprendemos?
—No, no, no—replicó la Nela con aflicción—yo no soy ingrata. Yo adoroa la señorita Florentina.... Me parece que no es de carne y hueso comonosotros y que no merezco ni siquiera mirarla....
—Pues, hija, eso podrá ser verdad, pero tu comportamiento no quieredecir sino que eres ingrata, muy ingrata.
—No, no soy ingrata—exclamó la Nela, ahogada por los sollozos—. Bienme lo temía yo... sí, me lo temía... yo sospechaba que me creeríaningrata, y esto es lo único que me ponía triste cuando me iba amatar.... Como soy tan bruta, no supe pedir perdón a la señorita por mifuga, ni supe explicarle nada....
—Yo te reconciliaré con la señorita... yo, si tú no quieres verla más,me encargo de decirle y de probarle que no eres ingrata. Ahoradescúbreme tu corazón y dime todo lo que sientes y la causa de tudesesperación. Por grande que sea el abandono en que una criatura viva,por grande que sean su miseria y su soledad, no se arranca la vida sinocuando hay un motivo muy poderoso para aborrecerla.
—Sí, señor, eso mismo pienso yo.
—¿Y tú la aborreces?...
Nela estuvo callada un momento. Después cruzando los brazos, dijo convehemencia:
—No, señor, yo no la aborrezco, sino que la deseo.
—¡A buena parte ibas a buscarla!
—Yo creo que después que uno se muere tiene todo lo que aquí no puedeconseguir.... Si no,
¿por qué nos está llamando la muerte a todas horas?Yo tengo sueños, y soñando veo felices y contentos a todos los que sehan muerto.
—¿Tú crees en lo que sueñas?
—Sí, señor. Y miro los árboles y las peñas que estoy acostumbrada a verdesde que nací, y en su cara....
—¡Hola, hola!... ¿también los árboles y las peñas tienen cara?...
—Sí, señor.... Para mí todas las cosas hermosas ven y hablan.... Poreso cuando todas me han dicho: «ven con nosotras; muérete y vivirás sinpena»...
¡Qué lástima de fantasía!—murmuró Golfín—. Alma enteramente pagana.
Y luego añadió en voz alta:
—Si deseas la vida, ¿por qué no aceptaste lo que Florentina te ofrecía?Vuelvo al mismo tema.
—Porque... porque... porque la señorita Florentina no me ofrecía sinola muerte—dijo la Nela con energía.
—¡Qué mal juzgas su caridad! Hay seres tan infelices que prefieren lavida vagabunda y miserable, a la dignidad que poseen las personas de unorden superior. Tú te has acostumbrado a la vida salvaje en contactodirecto con la Naturaleza, y prefieres esta libertad grosera a losafectos más dulces de una familia. ¿Has sido tú feliz en esta vida?
—Empezaba a serlo....
—¿Y cuándo dejaste de serlo?
Después de larga pausa, la Nela contestó:
—Cuando usted vino.
—¡Yo!... ¿Qué males he traído?
—Ninguno: no ha traído sino grandes bienes.
—Yo he devuelto la vista a tu amo—dijo Golfín, observando con atenciónde fisiólogo el semblante de la Nela—. ¿No me agradeces esto?
—Mucho, sí, señor; mucho—replicó ella, fijando en el doctor sus ojosllenos de lágrimas.
Golfín sin dejar de observarla, ni perder el más ligero síntoma facialque pudiera servir para conocer los sentimientos de la mujer—niña,habló así:
—Tu amo me ha dicho que te quiere mucho. Cuando era ciego, lo mismo quedespués que tiene vista, no ha hecho más que preguntar por la Nela. Seconoce que para él todo el Universo está ocupado por una sola persona,la Nela; que la luz que se le ha permitido gozar no sirve para nada, sino sirve para ver a la Nela.
—¡Para ver a la Nela!, ¡pues no verá a la Nela!... ¡la Nela no sedejará ver!—exclamó ella con brío.
—¿Y por qué?
—Porque es muy fea.... Se puede querer a la hija de la Canela cuando setienen los ojos cerrados; pero cuando se abren los ojos y se ve a laseñorita Florentina, no se puede querer a la pobre y enana Marianela.
—Quién sabe....
—No puede ser.... No puede ser—afirmó la vagabunda con la mayorenergía.
—Eso es un capricho tuyo.... No puedes decir si agradas o no a tu amomientras no lo pruebes.
Yo te llevaré a la casa....
—¡No quiero, que no quiero!, gritó ella levantándose de un salto, yponiéndose frente a Teodoro, que se quedó absorto al ver su briosaapostura y el fulgor de sus ojuelos negros, señales ambas cosas de uncarácter decidido.
—Tranquilízate, ven acá—le dijo con dulzura—. Hablaremos.... Esverdad que no eres muy bonita... pero no es propio de una joven discretaapreciar tanto la hermosura exterior. Tienes un amor propio excesivo,mujer.
Y sin hacer caso de las observaciones del doctor, la Nela, firme en supuesto como lo estaba en su tema, pronunció solemnemente esta sentencia:
—No debe haber cosas feas.... Ninguna cosa fea debe vivir.
—Pues mira, hijita, si todos los feos tuviéramos la obligación dequitarnos de en medio, ¡cuán despoblado se quedaría el mundo! ¡Pobre ydesgraciada tontuela! Esa idea que me has dicho no es nueva. Tuviéronlapersonas que vivieron hace siglos, personas de fantasía como tú, quevivían en la Naturaleza como tú, y que como tú carecían de cierta luzque a ti te falta por tu ignorancia y abandono, y a ellas porque aún esaluz no había venido al mundo.... Es preciso que te cures de esa manía;es preciso que te hagas cargo de que hay una porción de dones másestimables que el de la hermosura, dones del alma que ni son ajados porel tiempo, ni están sujetos al capricho de los ojos. Búscalos en tu almay los encontrarás. No te pasará lo que con tu hermosura, que por muchoque en el espejo la busques, jamás la hallarás. Busca aquellos donespreciosos, cultívalos, y cuando los veas bien grandes y florecidos, notemas; ese afán que sientes se calmará. Entonces te sobrepondrásfácilmente a la situación desairada en que te ves, y elevándote tendrásuna hermosura que no admirarán quizás los ojos, pero que a ti misma teservirá de recreo y orgullo.
Estas sensatas palabras o no fueron entendidas o no fueron aceptadas porla Nela, que, ocultándose otra vez junto a Golfín, le mirabaatentamente. Sus ojos pequeñitos, que a los más hermosos ganaban enelocuencia, parecían decir:—¿Pero a qué viene todas esas sabidurías,señor pedante?
—Aquí—continuó Golfín, gozando extremadamente con aquel asunto, ydándole a pesar suyo un tono de tesis psicológica—hay una cuestiónprincipal y es....
La Nela le había adivinado y se cubrió el rostro con las manos.
—No tiene nada de extraño; al contrario, es muy natural lo que te pasa.Tienes un temperamento sentimental, imaginativo; has llevado con tu amola vida libre y poética de la Naturaleza siempre juntos, en inocenteintimidad. Él es discreto hasta no más, y guapo como una estatua....Parece la belleza ciega hecha para recreo de los que tienen vista.Además su bondad y la grandeza de su corazón cautivan y enamoran. No esextraño que te haya cautivado a ti, que eres niña casi mujer, o unamujer que parece niña. ¿Le quieres mucho, le quieres más que a todas lascosas de este mundo?...
—Sí, sí, señor—repuso la chicuela sollozando.
—¿No puedes soportar la idea de que te deje de querer?
—No, no, señor.
—Él te ha dicho palabras amorosas y te ha hecho juramentos....
—¡Oh!, sí, sí, señor. Me dijo que yo sería su compañera por toda lavida, y yo lo creí...
—¿Por qué no ha de ser verdad?...
—Me dijo que no podría vivir sin mí, y que aunque tuviera vista mequerría mucho siempre.
Yo estaba contenta, y mi fealdad, mi pequeñez ymi facha ridícula no me importaban, porque él no podía verme, y allá ensus tinieblas me tenía por bonita.... Pero después....
—Después...—murmuró Golfín traspasado de compasión—. Ya veo que yotengo la culpa de todo.
—La culpa no... porque usted ha hecho una buena obra. Usted es muybueno.... Es un bien que él haya sanado de sus ojos.... Yo me digo a mímisma que es un bien... pero después de esto, yo debo quitarme de enmedio... porque él verá a la señorita Florentina y la compararáconmigo... y la señorita Florentina es como los ángeles, y yo...compararme con ella es como si un pedazo de espejo roto se comparara conel sol.... ¿Para qué sirvo yo? Yo soñé que no debía haber nacido,
¿paraqué nací?... ¡Dios se equivocó!, hízome una cara fea, un cuerpecillochico y un corazón muy grande, ¿de qué me sirve este corazón muy grande?De tormento nada más. ¡Ay!, si yo no le sujetara, él se empeñaría enaborrecer mucho; pero el aborrecimiento no me gusta, yo no sé aborrecer,y antes que llegar a saber lo que es eso, quiero enterrar mi corazónpara que no me atormente más.
—Te atormenta con los celos, con el sentimiento de verte humillada.¡Ay! Nela, tu soledad es grande. No puede salvarte ni el saber que noposees, ni la familia que te falta, ni el trabajo que desconoces. Dime,la protección de la señorita Florentina ¿qué sentimientos ha despertadoen ti?...
—¡Miedo!... ¡vergüenza!—exclamó la Nela con temor, abriendo mucho susojuelos—. ¡Vivir con ellos, viéndoles a todas horas... porque secasarán, el corazón me ha dicho que se casarán; yo he soñado que secasarán!...
—Pero Florentina es muy buena, te amaría mucho....
—Yo la quiero también; pero no en Aldeacorba—dijo la de la Canela conexaltación y desvarío—. Ha venido a quitarme lo que es mío... porqueera mío, sí, señor.... Florentina es como la Virgen María... yo lerezaría, sí, señor, le rezaría; pero no quiero que me quite lo que esmío... y me lo quitará, ya me lo ha quitado.... ¿A dónde voy yo ahora,qué soy, ni de qué valgo? Todo lo perdí, todo, y quiero irme con mimadre.
La Nela dio algunos pasos; pero Golfín, como fiera que echa la zarpa, ladetuvo fuertemente por la muñeca. Haciendo esto observó el agitado pulsode la vagabunda.
—Ven acá—le dijo—. Desde este momento, que quieras que no, te hago miesclava. Eres mía y no has de hacer sino lo que yo te mande. ¡Pobrecriatura, formada de sensibilidad ardiente, de imaginación viva, decandidez y de superstición, eres una admirable persona nacida para todolo bueno; pero desvirtuada por el estado salvaje en que has vivido, porel abandono y la falta de instrucción, pues careces hasta de la máselemental! ¡En qué donosa sociedad vivimos, que se olvida hasta estepunto de sus deberes y deja perder de este modo un ser preciosísimo!...Ven acá, que no has de separar de mí; te tomo, te cazo, esa es lapalabra, te cazo con trampa en medio de los bosques, fierecitasilvestre, y voy a ensayar en ti un sistema de educación.... Veremos sisé tallar este hermoso diamante.... ¡Ah!, ¡cuántas cosas ignoras! Yo tedescubriré un nuevo mundo en tu alma, te haré ver mil asombrosasmaravillas que hasta ahora no has conocido, aunque de todas ellas has detener tú una idea confusa, una idea vaga. ¿No sientes en tu pobrealma?... ¿cómo te lo diré?, el brotecillo, el pimpollo de una virtud quees la más preciosa y la madre de todas, la humildad, una virtud por lacual gozamos extraordinariamente ¡mira tú qué cosa tan rara!, al vernosinferiores a los demás? Gozamos, sí, al ver que otros están por encimade nosotros. ¿No sientes también la abnegación, por la cual noscomplacemos en sacrificarnos por los demás y hacernos pequeñitos paraque los demás sean grandes? Tú aprenderás esto, aprenderás a poner tufealdad a los pies de la hermosura, a contemplar con serenidad y alegríalos triunfos ajenos, a cargar de cadenas ese gran corazón tuyo,sometiéndolo por completo, para que jamás vuelva a sentir envidia nidespecho, para que ame a todos por igual, poniendo por encima de todos alos que te han causado daño.
«Entonces serás lo que debes ser por tu natural condición y por lascualidades que posees desde el nacer. ¡Infeliz!, has nacido en medio deuna sociedad cristiana, y ni siquiera eres cristiana; vive tu alma enaquel estado de naturalismo poético, sí, esa es la palabra y te la digoaunque no la entiendas... en aquel estado en que vivieron pueblos de queapenas queda memoria. Los sentidos y las pasiones te gobiernan, y laforma es uno de tus dioses más queridos.
Para ti han pasado en vano diezy ocho siglos consagrados a la sublimación del espíritu. Y esta sociedadegoísta que ha permitido tal abandono, ¿qué nombre merece? Te ha dejadocrecer en la soledad de unas minas, sin enseñarte una letra, sin hacerteconocer las conquistas más preciosas de la inteligencia, las verdadesmás elementales que hoy gobiernan al mundo; ni siquiera te ha llevado auna de esas escuelas de primeras letras, donde no se aprende casi nada;ni siquiera te ha dado la imperfectísima instrucción religiosa de queella se envanece. Apenas has visto una iglesia más que para presenciarceremonias que no te han explicado; apenas sabes recitar una oración queno entiendes; no sabes nada del mundo, ni de Dios, ni del alma.... Perotodo lo sabrás; tú serás otra, dejarás de ser la Nela, yo te lo prometo,para ser una señorita de mérito, una mujer de bien.»
No puede afirmarse que la Nela entendiera el anterior discurso,pronunciado por Golfín con tal vehemencia y brío que olvidó un instantela persona con quien hablaba. Pero la vagabunda sentía una fascinaciónextraña, y las ideas de aquel hombre penetraban dulcemente en su almahallando fácil asiento en ella. Parece que se efectuaba sobre la toscamuchacha el potente y fatal dominio que la inteligencia superior ejercesobre la inferior. Triste y silenciosa recostó su cabeza sobre el hombrode Teodoro.
—Vamos allá—dijo este súbitamente.
La Nela tembló toda. Golfín observó el sudor de su frente, el glacialfrío de sus manos, la violencia de su pulso; pero lejos de cejar en suidea por causa de esta dolencia física, afirmose más en ella,repitiendo:
—Vamos, vamos; aquí hace frío.
Tomó de la mano a la Nela. El dominio que sobre ella ejercía era ya tangrande, que la muchacha se levantó tras él y dieron juntos algunospasos. Después la Nela se detuvo y cayó de rodillas.
—¡Oh!, señor—exclamó con espanto—no me lleve usted.
Estaba pálida y descompuesta con señales de una espantosa alteraciónfísica y moral. Golfín le tiró del brazo. El cuerpo desmayado de lavagabunda no se elevaba del suelo por su propia fuerza. Era precisotirar de él como de un cuerpo muerto.
Hace días—dijo Golfín—que en este mismo sitio te llevé sobre mishombros porque no podías andar. Esta noche será lo mismo.
Y la levantó en sus brazos. La ardiente respiración de la mujer—niña lequemaba el rostro. Iba decadente, roja y marchita, como una planta queacaba de ser arrancada del suelo, dejando en él las raíces. Al llegar ala casa de Aldeacorba Golfín sintió que su carga se hacía menos pesada.La Nela erguía su cuello, elevaba las manos con ademán de desesperación;pero callaba.
Entró. Todo estaba en silencio. Una criada salió a recibirle, y ainstancias de Teodoro condújole sin hacer ruido a la habitación de laseñorita Florentina.
Hallábase esta sola, alumbrada por una luz que ya agonizaba, de rodillasen el suelo y apoyando sus brazos en el asiento de una silla, en actitudde orar devota y recogidamente.
Alarmose al ver entrar a un hombre tan adeshora en su habitación, y a su fugaz alarma sucedió el asombro,observando la carga que Golfín sobre sus robustos hombros traía.
La sorpresa no permitió a la señorita de Penáguilas usar de la palabracuando Teodoro, depositando cuidadosamente su carga sobre un sofá, ledijo:
—Aquí la traigo... ¿qué tal?, ¿soy buen cazador de mariposas?
-XX-
El nuevo mundo
Retrocedamos algunos días.
Cuando Teodoro Golfín levantó por primera vez el vendaje de PabloPenáguilas, este dio un grito de espanto. Sus movimientos todos eran deretroceso. Extendía las manos como para apoyarse en un punto yretroceder mejor. El espacio iluminado era para él como un inmensoabismo en el cual se suponía próximo a caer. El instinto de conservaciónobligábale a cerrar los ojos. Excitado por Teodoro, por su padre y losdemás de la casa, que sentían la ansiedad más honda, miró de nuevo; peroel temor no disminuía. Las imágenes entraban, digámoslo así, en sucerebro violenta y atropelladamente con una especie de brusca embestida,de tal modo que él creía chocar contra los objetos. Las montañas lejanasse le figuraban hallarse al alcance de su mano, y los objetos y personasque le rodeaban los veía cual si rápidamente cayeran sobre sus ojos.
Teodoro Golfín observaba estos fenómenos con la más viva curiosidad,porque era aquél el segundo caso de curación de ceguera congénita quehabía presenciado. Los demás no se atrevían a manifestar alegría; de talmodo les confundía y pasmaba la perturbada inauguración de las funcionesópticas en el afortunado paciente. Pablo experimentaba una alegríadelirante. Sus nervios y su fantasía hallábanse horriblemente excitados,por lo cual Teodoro juzgó prudente obligarle al reposo. Sonriendo ledijo:
—Por ahora ha visto usted bastante. No se pasa de la ceguera a la luz,no se entra en los soberanos dominios del sol como quien entra en unteatro. Es este un nacimiento en que hay también mucho dolor.
Más tarde el joven mostró deseos tan vehementes de volver a ejercer sunueva facultad preciosa, que Teodoro consintió en abrirle un resquiciodel mundo visible.
—Mi interior—dijo Pablo, explicando su impresión primera—estáinundado de hermosura, de una hermosura que antes no conocía. ¿Qué cosasfueron las que entraron en mí llenándome de terror? La idea del tamaño,que yo no concebía sino de una manera imperfecta, se me presentó clara yterrible, como si me arrojaran desde las cimas más altas a los abismosmás profundos.
Todo esto es bello y grandioso, aunque me haceestremecer. Quiero ver repetidas esas sensaciones sublimes. Aquellaextensión de hermosura que contemplé me ha dejado anonadado: era unacosa serena y majestuosamente inclinada hacia mí como para recibirme. Yoveía el Universo entero corriendo hacia mí y estaba sobrecogido ytemeroso.... El cielo era un gran vacío atento, no lo expreso bien...era el aspecto de una cosa extraordinariamente dotada de expresión.
Todoaquel conjunto de cielo y montañas me observaba y hacia mí corría...pero todo era frío y severo en su gran majestad. Enséñenme una cosadelicada y cariñosa... la Nela, ¿en dónde está la Nela?
Al decir esto, Golfín, descubriendo nuevamente sus ojos a la luz yauxiliándoles con anteojos hábilmente graduados, le ponía encomunicación con la belleza visible.
—¡Oh! Dios mío... ¿esto que veo es la Nela?—exclamó Pablo conentusiasta admiración.
—Es tu prima Florentina.
—¡Ah!—dijo el joven lleno de confusión—. Es mi prima.... Yo no teníaidea de una hermosura semejante.... Bendito sea el sentido que permitegozar de esta luz divina. Prima mía, eres como una música deliciosa, esoque veo me parece la expresión más clara de la armonía.... ¿Y la Neladónde está?
—Tiempo tendrás de verla—dijo D. Francisco lleno de gozo—. Sosiégateahora.
—¡Florentina, Florentina!—repitió el ciego con desvarío—. ¿Qué tienesen esa cara que parece la misma idea de Dios puesta en carnes? Estás enmedio de una cosa que debe de ser el sol. De tu cara salen unos comorayos... al fin puedo tener idea de cómo son los ángeles... y tu cuerpo,tus manos, tus cabellos vibran mostrándome ideas preciosísimas... ¿quées esto?
—Principia a hacerse cargo de los colores—murmuró Golfín—. Quizás vealos objetos rodeados con los colores del iris. Aún no posee bien laadaptación a las distancias.
—Te veo dentro de mis propios ojos—añadió Pablo—. Te fundes con todolo que pienso, y tu persona visible es para mí como un recuerdo. ¿Unrecuerdo de qué? Yo no he visto nada hasta ahora.... ¿Habré vivido antesde esta vida? No lo sé; pero yo tenía noticias de esos tus ojos. Y
tú,padre, ¿dónde estás? ¡Ah!, ya te veo. Eres tú... se me representacontigo el amor que te tengo....
¿Pues y mi tío?... Ambos os parecéismucho.... ¿En dónde está el bendito Golfín?
—Aquí... en la presencia de su enfermo—dijo Teodoro presentándose—.Aquí estoy más feo que Picio.... Como usted no ha visto aún leones niperros de Terranova, no tendrá idea de mi belleza.... Dicen que meparezco a aquellos nobles animales.
—Todos son buenas personas—dijo Pablo con gran candor—; pero mi primaa todos les lleva inmensa ventaja.... ¿Y la Nela?, por Dios, ¿no traen ala Nela?
Dijéronle que su lazarillo no parecía por la casa, ni podían ellosocuparse en buscarla, lo que le causó grandísima pena. Procuraroncalmarle, y como era de temer un acceso de fiebre, le acostaron,incitándole a dormir. Al día siguiente era grande su postración, pero detodo triunfó su naturaleza enérgica. Pidió que le enseñaran un vaso deagua y al verlo dijo:
—Parece que estoy bebiendo el agua sólo con verla.
Del mismo modo se expresó con respecto a otros objetos, los cualeshacían viva impresión en su fantasía. Golfín después de tratar deremediar la aberración de esfericidad por medio de lentes, que fueprobando uno tras otro, principió a ejercitarle en la distinción ycombinación de los colores; pero el vigoroso entendimiento del jovenpropendía siempre a distinguir la fealdad de la hermosura. Distinguíaestas dos ideas en absoluto, sin que influyera nada en él ni la idea deutilidad, ni aun la de bondad. Pareciole encantadora una mariposa queextraviada entró en su cuarto. Un tintero le parecía horrible, a pesarde que su tío le demostró con ingeniosos argumentos, que servía paraponer la tinta de escribir... la tinta de escribir. Entre una estampadel Crucificado y otra de Galatea navegando sobre una concha con escoltade tritones y ninfas, prefirió esta última, lo que hizo mal efecto enFlorentina, que prometió enseñarle a poner las cosas sagradas cien codospor encima de las profanas. Observaba las caras con la más vivaatención, y la maravillosa concordancia de los accidentes faciales conel lenguaje le pasmaba en extremo. Viendo a las criadas y a otrasmujeres de Aldeacorba, manifestó el más vivo desagrado, porque eran ofeas o insignificantes; y es que la hermosura de su prima convertía enadefesios a todas las demás mujeres. A pesar de esto, deseaba verlas atodas. Su curiosidad era una fiebre intensa que de ningún modo podíacalmarse. Cada vez era mayor su desconsuelo por no ver a la Nela; peroen tanto rogaba a Florentina que no dejase de acompañarle un momento.
El tercer día le dijo Golfín:
—Ya se ha enterado usted de gran parte de las maravillas del mundovisible. Ahora es preciso que vea su propia persona.
Trajeron un espejo y Pablo se miró en él.
—Este soy yo...—dijo con loca admiración—. Trabajo me cuesta elcreerlo.... ¿Y cómo estoy dentro de esta agua dura y quieta? ¡Qué cosatan admirable es el vidrio! Parece mentira que los hombres hayan hechoesta atmósfera de piedra.... Por vida mía que no soy feo... ¿no esverdad, prima? ¿Y tú, cuando te miras aquí, sales tan guapa como eres?No puede ser. Mírate en el cielo trasparente y allí verás tu imagen.Creerás que ves a los ángeles cuando te veas a ti misma.
A solas con Florentina, y cuando esta le prodigaba a prima noche lasatenciones y cuidados que exige un enfermo, Pablo le decía:
—Prima mía, mi padre me ha leído aquel pasaje de nuestra historia,cuando un hombre llamado Cristóbal Colón descubrió el Mundo Nuevo, jamásvisto por hombre alguno de Europa.
Aquel navegante abrió los ojos delmundo conocido para que viera otro más hermoso. No puedo figurármelo aél sino como a un Teodoro Golfín, y a la Europa como a un gran ciegopara quien la América y sus maravillas fueron la luz. Yo también hedescubierto un Nuevo Mundo. Tú eres mi América, tú eres aquella primeraisla hermosa donde puso su pie el navegante. Faltole ver el continentecon sus inmensos bosques y ríos. A mí también me quedará por ver quizáslo más hermoso....
Después cayó en profunda meditación, y al cabo de ella preguntó:
—¿En dónde está la Nela?
—No sé qué le pasa a esa pobre muchacha—dijo Florentina—. No quiereverte sin duda.
—Es vergonzosa y muy modesta—replicó Pablo—. Teme molestar a los decasa. Florentina, en confianza te diré que la quiero mucho. Tú laquerrás mucho también. Deseo ardientemente ver a esa buena compañera yamiga mía.
—Yo misma iré a buscarla mañana.
—Sí, sí... pero no estés mucho tiempo fuera. Cuando no te veo, estoymuy solo.... Me he acostumbrado a verte, y estos tres días me parecensiglos de felicidad.... No me robes ni un minuto. Decíame anoche mipadre que después de verte a ti no debo tener curiosidad de ver a mujerninguna.
—¡Qué tontería!—dijo la señorita ruborizándose—. Hay otras mucho másguapas que yo....
—No, no, todos dicen que no—afirmó Pablo con vehemencia, y dirigía sucara vendada hacia la primita, como si al través de tantos obstáculosquisiera verla aún—. Antes me decían eso y yo no lo quería creer; perodespués que tengo conciencia del mundo visible y de la belleza real, locreo, sí, lo creo. Eres un tipo perfecto de hermosura; no hay más allá,no puede haberlo....
Dame tu mano. El primo estrechó ardientemente entresus manos la de la señorita.
—Ahora me río yo—añadió él—de mi ridícula vanidad de ciego, de minecio empeño de apreciar sin vista el aspecto de las cosas.... Creo quetoda la vida me durará el asombro que me produjo la realidad.... ¡Larealidad! El que no la posee es un idiota.... Florentina, yo era unidiota.
—No, primo; siempre fuiste y eres muy discreto.... Pero no excitesahora tu imaginación....
Pronto será hora de dormir. D. Teodoro hamandado que no se te dé conversación a esta hora, porque te desvelas....Si no te callas me vo