Marianela by Benito Pérez Galdós - HTML preview

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—Que su hijo de usted sufra una operación dolorosa, y después se quedetan ciego como antes.... Yo dije a usted: «La imposibilidad no estádemostrada, ¿hago la operación?»

—Y yo respondí, y ahora respondo: «Hágase la operación, y cúmplase lavoluntad de Dios.

Adelante.»

—¡Adelante! Ha pronunciado usted mi palabra.

Levantose D. Francisco y estrechó entre sus dos manos la de Teodoro, tanparecida a la zarpa de un león.

—En este clima la operación puede hacerse en los primeros días deOctubre—dijo Golfín—.

Mañana fijaremos el tratamiento a que debesujetarse el paciente.... Y nos vamos, que se siente fresco en estasalturas.

Penáguilas ofreció a sus amigos casa y cena, mas no quisieron estosaceptar. Salieron todos, juntamente con la Nela, a quien Teodoro quisollevar consigo, y también salió D. Francisco para hacerles compañíahasta el establecimiento.

Convidados del silencio y belleza de la noche, fueron departiendo sobrecosas agradables; unas relativas al rendimiento de las minas, otras alas cosechas del país. Cuando los Golfines entraron en su casa, volviosea la suya don Francisco solo y triste, andando despacio y con la vistafija en el suelo. Pensaba en los terribles días de ansiedad y deesperanza, de sobresalto y dudas que iban a venir. Por el caminoencontró a Choto y ambos subieron lentamente la escalera de palo. Laluna alumbraba bastante, y la sombra del patriarca subía delante de élquebrándose en los peldaños y haciendo como unos dobleces que saltabande escalón en escalón. El perro iba a su lado. No teniendo D. Franciscootro ser a quien fiar los pensamientos que abrumaban su cerebro, dijoasí:

—Choto, ¿qué sucederá?

-XII-

El doctor Celipín

El señor Centeno, después de recrear su espíritu en las borrosascolumnas del Diario, y la Señana, después de gustar el más embriagadordeleite sopesando lo contenido en el calcetín, se acostaron. Habíanmarchado también los hijos a reposar sobre sus respectivos colchones.Oyose en la sala una retahíla que parecía oración o romance de ciego;oyéronse bostezos, sobre los cuales trazaba cruces el perezoso dedo....La familia de piedra dormía.

Cuando la casa fue el mismo Limbo, oyose en la cocina rumorcillo como dealimañas que salen de sus agujeros para buscarse la vida. Las cestas seabrieron y Celipín oyó estas palabras:

—Celipín, esta noche sí que te traigo un buen regalo; mira.

Celipín no podía distinguir nada; pero alargando su mano tomó de la deMaría dos duros como dos soles, de cuya autenticidad se cercioró por eltacto, ya que por la vista difícilmente podía hacerlo, quedándosepasmado y mudo.

—Me los dio D. Teodoro—añadió la Nela—para que me comprara unoszapatos. Como yo para nada necesito zapatos, te los doy, y así prontojuntarás aquello.

—¡Córcholis!, ¡que eres más buena que María Santísima!... Ya poco mefalta, Nela, y en cuanto apande media docena de reales... ya verán quiénes Celipín.

—Mira, hijito, el que me ha dado ese dinero andaba por las callespidiendo limosna cuando era niño, y después....

—¡Córcholis! ¡Quién lo había de decir!... D. Teodoro.... ¡Y ahora tienemás dinero!... Dicen que lo que tiene no lo cargan seis mulas.

—Y dormía en las calles y servía de criado y no tenía calzones... enfin, que era más pobre que las ratas. Su hermano D. Carlos vivía en unacasa de trapo viejo.

—¡Jesús! ¡Córcholis! Y qué cosas se ven por esas tierras.... Yo tambiénme buscaré una casa de trapo viejo.

—Y después tuvo que ser barbero para ganarse la vida y poder estudiar.

—Miá tú... yo tengo pensado irme derecho a una barbería.... Yo me pintosolo para rapar....

¡Pues soy yo poco listo en gracia de Dios! Desde queyo llegue a Madrid, por un lado rapando y por otro estudiando, he deaprender en dos meses toda la ciencia. Miá tú, ahora se me ha ocurridoque debo tirar para médico.... Sí, médico, que echando una mano a estepulso, otra mano al otro, se llena de dinero el bolsillo.

—D. Teodoro—dijo la Nela—tenía menos que tú, porque tú vas a tenercinco duros, y con cinco duros parece que todo se ha de venir a la mano.Aquí de los hombres guapos. Don Teodoro y D. Carlos eran como lospájaros que andan solos por el mundo. Ellos con su buen gobierno sevolvieron sabios. D. Teodoro leía en los muertos y D. Carlos leía en laspiedras, y así los dos aprendieron el modo de hacerse personas cabales.Por eso es D. Teodoro tan amigo de los pobres.

Celipín, si me hubierasvisto esta tarde cuando me llevaba al hombro.... Después me dio un vasode leche y me echaba unas miradas como las que se echan a las señoras.

—Todos los hombres listos somos de ese modo—observó Celipín conpetulancia—. Verás tú qué fino y galán voy a ser yo cuando me ponga milevita y mi sombrero de una tercia de alto. Y

también me calzaré lasmanos con eso que llaman guantes, que no pienso quitarme nunca como nosea sino para tomar el pulso.... Tendré un bastón con una porra dorada yme vestiré... eso sí, en mis carnes no se pone sino paño fino...¡Córcholis! Te vas a reír cuando me veas.

—No pienses todavía en esas cosas de remontarte mucho, que eres máspelado que un huevo—

le dijo ella—. Vete poquito a poquito; hoy meaprendo esto, mañana lo otro. Yo te aconsejo que antes de aprender esode curar a los enfermos, debes aprender a escribir para que pongas unacarta a tu madre pidiéndole perdón y diciéndole que te has ido de tucasa para afinarte, hacerte como D. Teodoro y ser un médico muy cabal.

—Calla, mujer.... ¿Pues qué creías que la escritura no es lo primero?...Deja tú que yo coja una pluma en la mano y verás qué rasgueos de letrasy qué perfiles finos para arriba y para abajo, como la firma de D.Francisco Penáguilas.... ¡Escribir!, a mí con esas... a los cuatro díasverás qué cartas pongo.... Ya las oirás leer y verás qué concéitos losmíos y qué modo aquel de echar retólicas que os dejen bobos a todos.¡Córcholis! Nela, tú no sabes que yo tengo mucho talento.

Lo siento aquídentro de mi cabeza, haciéndome burumbum, burumbum, como el agua dela caldera de vapor.... Como que no me deja dormir, y pienso que es quetodas las ciencias se me entran aquí, y andan dentro volando a tientascomo los murciélagos y diciéndome que las estudie.

Todas, todas lasciencias las he de aprender, y ni una sola se me ha de quedar.... Verástú...

—Pues debe de haber muchas. Pablo Penáguilas que las sabe todas, me hadicho que son muchas y que la vida entera de un hombre no basta para unasola.

—Ríete tú de eso.... Ya me verás a mí...

—Y la más bonita de todas es la de D. Carlos.... Porque mira tú que esode coger una piedra y hacer con ella latón. Otros dicen que hacen platay también oro. Aplícate a eso, Celipillo.

—Desengáñate, no hay saber como ese de cogerle a uno la muñeca ymirarle la lengua, y decir al momento en qué hueco del cuerpo tieneaposentado el maleficio.... Dicen que don Teodoro le saca un ojo a unhombre y le pone otro nuevo, con el cual ve como si fuera ojo nacido....Miá tú que eso de ver un hombre que se está muriendo, y con mandarletomar, pongo el caso, media docena de mosquitos guisados un lunes conpalos de mimbre cogidos por una doncella que se llame Juana, dejarlebueno y sano, es mucho aquel.... Ya verás, ya verás cómo se porta D.Celipín el de Socartes. Te digo que se ha de hablar de mí hasta en laHabana.

—Bien, bien—dijo la Nela con alegría—: pero mira que has de ser buenhijo, pues si tus padres no quieren enseñarte es porque ellos no tienentalento, y pues tú lo tienes, pídele por ellos a la Santísima Virgen yno dejes de mandarles algo de lo mucho que vas a ganar.

—Eso sí lo haré. Miá tú, aunque me voy de la casa, no es que quiera mala mis padres, y ya verás como dentro de poco tiempo ves venir un mozo dela estación cargado que se revienta con unos grandes paquetes; y ¿quéserá? Pues refajos para mi madre y mis hermanas y un sombrero alto parami padre. A ti puede que te mande también un par de pendientes.

—Muy pronto regalas—dijo la Nela sofocando la risa—. ¡Pendientes paramí!...

—Pero ahora se me está ocurriendo una cosa. ¿Quieres que te la diga?Pues es que tú debías venir conmigo, y siendo dos, nos ayudaríamos aganar y a aprender. Tú también tienes talento, que eso del pesquis a míno se me escapa, y bien podías llegar a ser señora, como yo caballero.¡Qué me había de reír si te viera tocando el piano como doña Sofía!

—¡Qué bobo eres! Yo no sirvo para nada. Si fuera contigo sería unestorbo para ti.

—Ahora dicen que van a dar vista a don Pablo, y cuando él tenga vistanada tienes tú que hacer en Socartes. ¿Qué te parece mi idea?... ¿Norespondes?

Pasó algún tiempo sin que la Nela contestara nada. Preguntó de nuevoCelipín, sin obtener respuesta.

—Duérmete, Celipín—dijo al fin la de las cestas—. Yo tengo muchosueño.

—Como mi talento me deje dormir, a la buena de Dios.

Un minuto después se veía a sí mismo en figura semejante a la de D.Teodoro Golfín, poniendo ojos nuevos en órbitas viejas, claveteandopiernas rotas y arrancando criaturas a la muerte, mediante copiosastomas de mosquitos guisados un lunes con palos de mimbre cogidos por unadoncella. Viose cubierto de riquísimos paños, con las manos aprisionadasen guantes olorosos y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, queno caballos, y llamado por reyes o solicitado de reinas, por honestasdamas requerido, alabado de magnates y llevado en triunfo por lospueblos todos de la tierra.

-XIII-

Entre dos cestas

La Nela cerró sus conchas para estar más sola. Sigámosla; penetremos ensu pensamiento. Pero antes conviene hacer algo de historia.

Habiendo carecido absolutamente de instrucción en su edad primera;habiendo carecido también de las sugestiones cariñosas que enderezan elespíritu de un modo seguro al conocimiento de ciertas verdades, habíaseformado Marianela en su imaginación poderosa un orden de ideas muysingular, una teogonía extravagante y un modo rarísimo de apreciar lascausas y los efectos de las cosas. La idea de Teodoro Golfín era exactaal comparar el espíritu de Nela con los pueblos primitivos. Como enéstos, dominaba en ella el sentimiento y la fascinación de lomaravilloso; creía en poderes sobrenaturales, distintos del único ygrandioso Dios, y veía en los objetos de la Naturaleza personalidadesvagas que no carecían de modos de comunicación con los hombres.

A pesar de esto, la Nela no ignoraba completamente el Evangelio. Jamásle fue bien enseñado; pero había oído hablar de él. Veía que la genteiba a una ceremonia que llamaban misa, tenía idea de un sacrificiosublime; mas sus nociones no pasaban de aquí. Habíase acostumbrado arespetar, en virtud de un sentimentalismo contagioso, al Dioscrucificado; sabía que aquello debía besarse; sabía además algunasoraciones aprendidas de rutina; sabía que todo aquello que no se poseíadebía pedirse a Dios; pero nada más. El horrible abandono en que habíaestado su inteligencia hasta el tiempo de su amistad con el señorito dePenáguilas era causa de esto. Y la amistad con aquel ser extraordinario,que desde su oscuridad exploraba con el valiente ojo de su pensamientoinfatigable los problemas de la vida, había llegado tarde. En elespíritu de la Nela estaba ya petrificado lo que podremos llamar sufilosofía, hechura de ella misma, un no sé qué de paganismo y desentimentalismo, mezclados y confundidos. Debemos añadir que María, apesar de vivir tan fuera del elemento común en que todos vivimos,mostraba casi siempre buen sentido y sabía apreciar sesudamente lascosas de la vida, como se ha visto en los consejos que daba a Celipín.La grandísima valía de su alma explica esto.

La más notable tendencia de su espíritu era la que la impulsaba consecreta pasión a amar la hermosura física, donde quiera que seencontrase. No hay nada más natural, tratándose de un ser criado ensoledad profunda bajo el punto de vista de la sociedad y de la ciencia,y en comunicación abierta y constante, en trato familiar, digámoslo así,con la Naturaleza, poblada de bellezas imponentes o graciosas, llena deluz y colores, de murmullos elocuentes y de formas diversas. PeroMarianela había mezclado con su admiración el culto, y siguiendo unaley, propia también del estado primitivo, había personificado todas lasbellezas que adoraba en una sola, ideal y con forma humana. Esta bellezaera la Virgen María, adquisición hecha por ella en los dominios delEvangelio, que tan imperfectamente poseía. La Virgen María no habríasido para ella el ideal más querido, si a sus perfecciones morales noreuniera todas las hermosuras, guapezas y donaires del orden físico, sino tuviera una cara noblemente hechicera y seductora, un semblantehumano y divino al mismo tiempo, que a ella le parecía resumen y cifrade toda la luz del mundo, de toda la melancolía y paz sabrosa de lanoche, de la música de los arroyos, de la gracia y elegancia de todaslas flores, de la frescura del rocío, de los suaves quejidos del viento,de la inmaculada nieve de las montañas, del cariñoso mirar de lasestrellas y de la pomposa majestad de las nubes cuando gravementediscurren por la inmensidad del cielo.

La persona de Dios representábasele terrible y ceñuda, más propia parainfundir respeto que cariño. Todo lo bueno venía de la Virgen María, y ala Virgen debía pedirse todo lo que han menester las criaturas. Diosreñía y ella sonreía. Dios castigaba y ella perdonaba. No es esta últimaidea tan rara para que llame la atención. Casi rige en absoluto a lasclases menesterosas y rurales de nuestro país.

También es común en éstas, cuando se junta un gran abandono a una granfantasía, la fusión que hacía la Nela entre las bellezas de laNaturaleza y aquella figura encantadora que resume en sí casi todos loselementos estéticos de la idea cristiana. Si a la soledad en que vivíala Nela hubieran llegado menos nociones cristianas de las que llegaron;si su apartamiento del foco de ideas hubiera sido absoluto, su paganismohabría sido entonces completo habría adorado la Luna, los bosques, elfuego, los arroyos, el sol.

Esta era la Nela que se crió en Socartes, y así llegó a los quince años.Desde esta fecha su amistad con Pablo y sus frecuentes coloquios conquien poseía tantas y tan buenas nociones, modificaron algo su modo depensar; pero la base de sus ideas no sufrió alteración. Continuaba dandoa la hermosura física cierta soberanía augusta; seguía llena desupersticiones y adorando en la Santísima Virgen como un compendio detodas las bellezas naturales; haciendo de esta persona la ley moral, yrematando su sistema con las más extrañas ideas respecto a la muerte yla vida futura.

Encerrándose en sus conchas, Marianela habló así:

—Madre de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? ¿Por qué cuandomi madre me tuvo no me miraste desde arriba?... Mientras más me miro másfea me encuentro. ¿Para qué estoy yo en el mundo?, ¿para qué sirvo?, ¿aquién puedo interesar?, a uno solo, Señora y madre mía, a uno solo queme quiere porque no me ve. ¿Qué será de mí cuando me vea y deje dequererme?...

porque ¿cómo es posible que me quiera viendo este cuerpochico, esta figurilla de pájaro, esta tez pecosa, esta boca sin gracia,esta nariz picuda, este pelo descolorido, esta persona mía que no sirvesino para que todo el mundo le dé con el pie. ¿Quién es la Nela? Nadie.La Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelvea mí y me ve, caigo muerta... Él es el único para quien la Nela no esmenos que los gatos y los perros. Me quiere como quieren los novios asus novias, como Dios manda que se quieran las personas.... Señora madremía, ya que vas a hacer el milagro de darle vista, hazme hermosa a mí omátame, porque para nada estoy en el mundo. Yo no soy nada ni nadie másque para uno solo.... ¿Siento yo que recobre la vista? No, eso no, esono. Yo quiero que vea. Daré mis ojos porque él vea con los suyos; darémi vida toda.

Yo quiero que D. Teodoro haga el milagro que dicen.¡Benditos sean los hombres sabios! Lo que no quiero es que mi amo mevea, no. Antes que consentir que me vea, ¡Madre mía!, me enterraré viva;me arrojaré al río.... Sí, sí; que se trague la tierra mi fealdad. Yo nodebía haber nacido....

Y luego, dando una vuelta en la cesta, proseguía:

—Mi corazón es todo para él. Este cieguito que ha tenido el antojo dequererme mucho, es para mí lo primero del mundo después de la VirgenMaría. ¡Oh! ¡Si yo fuese grande y hermosa; si tuviera el talle, la caray el tamaño... sobre todo el tamaño de otras mujeres; si yo pudiesellegar a ser señora y componerme!... ¡Ay!, entonces mi mayor deliciasería que sus ojos se recrearan en mí... Si yo fuera como las demás,siquiera como Mariuca... ¡qué pronto buscaría el modo de instruirme, deafinarme, de ser una señora!... ¡Oh! ¡Madre y reina mía, lo único quetengo me lo vas a quitar!... ¿Para qué permitiste que le quisiera yo yque él me quisiera a mí? Esto no debió ser así:

Y derramando lágrimas y cruzando los brazos, añadió medio vencida por elsueño:

—¡Ay! ¡Cuánto te quiero, niño de mi alma! Quiéreme mucho, a la Nela, ala pobre Nela que no es nada.... Quiéreme mucho.... Déjame darte un besoen tu preciosísima cabeza... pero no abras los ojos, no me mires...ciérralos, así, así.

-XIV-

De cómo la Virgen María se apareció a la Nela

Los pensamientos que huyen cuando somos vencidos por el sueño, suelenquedarse en acecho para volver a ocuparnos bruscamente cuandodespertamos. Así ocurrió a Mariquilla, que habiéndose quedado dormidacon los pensamientos más raros acerca de la Virgen María, del ciego, yde su propia fealdad, que ella deseaba ver trocada en pasmosa hermosura,con ellos mismos despertó cuando los gritos de la Señana la arrancaronde entre sus cestas. Desde que abrió los ojos, la Nela hizo su oraciónde costumbre a la Virgen María; pero aquel día la oración fue unaretahíla compuesta de la retahíla ordinaria de las oraciones y dealgunas piezas de su propia invención, resultando un discurso que si seescribiera habría de ser curioso. Entre otras cosas, la Nela dijo:

Anoche te me has aparecido en sueños, Señora, y me prometiste que hoy meconsolarías. Estoy despierta y me parece que todavía te estoy mirando yque tengo delante tu cara, más linda que todas las cosas guapas yhermosas que hay en el mundo.

Al decir esto, la Nela revolvía sus ojos con desvarío en derredor desí... Observándose a sí misma de la manera vaga que podía hacerlo, pensóde este modo:—A mí me pasa algo.

—¿Qué tienes, Nela?, ¿qué te pasa, chiquilla?—le dijo la Señana,notando que la muchacha miraba con atónitos ojos a un punto fijo delespacio—. ¿Estás viendo visiones, marmota?

La Nela no respondió porque estaba su espíritu ocupado en platicarconsigo mismo, diciéndose:

—¿Qué es lo que yo tengo?... No puede ser maleficio, porque lo quetengo dentro de mí no es la figura feísima y negra del demonio malo,sino una cosa celestial, una cara, una sonrisa y un modo de mirar que, oyo estoy tonta, o son de la misma Virgen María en persona. Señora ymadre mía, ¿será verdad que hoy vas a consolarme?... ¿Y cómo me vas aconsolar? ¿Qué te he pedido anoche?

—¡Eh!... chiquilla—gritó la Señana con voz desapacible, como el másdestemplado sonido que puede oírse en el mundo—. Ven a lavarte esa carade perro.

La Nela corrió. Había sentido en su espíritu un sacudimiento como el queproduce la repentina invasión de una gran esperanza. Mirose en latrémula superficie del agua, y al instante sintió que su corazón seoprimía.

—Nada...—murmuró—tan feíta como siempre. La misma figura de niña conalma y años de mujer.

Después de lavarse, sobrecogiéronla las mismas extrañas sensaciones quehabía experimentado antes, al modo de congojas placenteras. Marianela, apesar de su escasa experiencia, tuvo tino para clasificar aquellassensaciones en el orden de los presentimientos.

—Pablo y yo—pensó—hemos hablado de lo que se siente cuando va a veniruna cosa alegre o triste. Pablo me ha dicho también que poco antes delos temblores de tierra se siente una cosa particular, y las personassienten una cosa particular... y los animales sienten también una cosaparticular.... ¿Irá a temblar la tierra?

Arrodillándose tentó el suelo.

—No sé... pero algo va a pasar. Que es una cosa buena no puedodudarlo.... La Virgen me dijo anoche que hoy me consolaría.... ¿Qué es loque tengo?... ¿Esa Señora celestial anda alrededor de mí? No la veo,pero la siento, está detrás, está delante.

Pasó por junto a las máquinas de lavado en dirección al plano inclinadoy miraba con despavoridos ojos a todas partes. No veía más que lasfiguras de barro crudo que se agitaban con gresca infernal en medio deláspero bullicio de las cribas cilíndricas, pulverizando el agua yhumedeciendo el polvo. Más adelante, cuando se vio sola, se detuvo, yponiéndose el dedo en la frente y clavando los ojos en el suelo con lavaguedad que imprime a aquel sentido la duda, se hizo esta pregunta:

—¿Pero yo estoy alegre o estoy triste?»

Miró después al cielo, admirándose de hallarlo lo mismo que todos losdías (y era aquél de los más hermosos) y avivó el paso para llegarpronto a Aldeacorba de Suso. En vez de seguir la cañada de las minaspara subir por la escalera de palo, se apartó de la hondonada por elregato que hay junto al plano inclinado, con objeto de subir a laspraderas y marchar después derecha y por camino llano a Aldeacorba. Estecamino era más bonito y por eso lo prefería casi siempre. Había callejaspobladas de graciosas y aromáticas flores, en cuya multitud pastabanrebaños de abejas y mariposas; había grandes zarzales llenos del negrofruto que tanto apetecen los chicos; había grupos de guinderos, en cuyostroncos se columpiaban las madreselvas, y había también corpulentasencinas, grandes, anchas, redondas, hermosas, oscuras, que parece serecreaban contemplando su propia sombra.

La Nela seguía andando despacio, inquieta de lo que en sí misma pasaba yde la angustia deliciosa que la embargaba. Su imaginación fecunda supoal fin hallar la fórmula más propia para expresar aquella obsesión, yrecordando haber oído decir: Fulano o Zutano tiene los demonios en elcuerpo, ella dijo:—«Yo tengo los ángeles en el cuerpo.... VirgenMaría, tú estás hoy conmigo.

Esto que siento son las carcajadas de tusángeles que juegan dentro de mí. Tú no estás lejos, te veo y no te veo,como cuando vemos con los ojos cerrados».

La Nela cerraba los ojos y los volvía a abrir. Habiendo pasado junto aun bosque, dobló el ángulo del camino para llegar a un sitio donde seextendía un gran bardo de zarzas, las más frondosas, las más bonitas ycrecidas de todo aquel país. También se veían lozanos helechos,madreselvas, parras vírgenes y otras plantas de arrimo, que se sosteníanunas a otras por no haber allí grandes troncos. La Nela sintió que lasramas se agitaban a su derecha; miró...

¡Cielos divinos! Allí estabadentro de un marco de verdura la Virgen María Inmaculada, con su propiacara, sus propios ojos, que al mirar ponían en sí mismos toda lahermosura del cielo. La Nela se quedó muda, petrificada, y con unasensación que era al mismo tiempo el fervor y el espanto. No pudo dar unpaso, ni gritar, ni moverse, ni respirar, ni apartar sus ojos de aquellaaparición maravillosa.

Había aparecido entre el follaje, mostrando completamente todo su bustoy cara. Era, sí, la auténtica imagen de aquella escogida doncella deNazareth, cuya perfección moral han tratado de expresar por medio de laforma pictórica los artistas de diez y ocho siglos, desde San Lucashasta los contemporáneos. La humanidad ha visto esta sacra persona condistintos ojos, ora con los de Alberto Dürer, ora con los de RafaelSanzio, o bien con los de Van Eick o Bartolomé Murillo.

Aquella que a laNela se apareció era según el modo Rafaelesco, que es el mássobresaliente de todos, si se atiende a que la perfección de la bellezahumana se acerca más que ningún otro recurso artístico a la expresión dela divinidad. El óvalo de su cara era menos angosto que el del tiposevillano, ofreciendo la graciosa redondez del tipo itálico. Sus ojos deadmirables proporciones, eran la misma serenidad unida a la gracia, a laarmonía, con un mirar tan distinto de la frialdad como del extremadorelampagueo de los ojos andaluces. Sus cejas eran delicada hechura delmás fino pincel y trazaban un arco sutil y delicioso. En su frente no seconcebían el ceño del enfado ni las sombras de la tristeza, y sus labiosun poco gruesos, dejaban ver al sonreír los más preciosos dientes quehan mordido manzana del Paraíso. Sin querer hemos ido a parar a nuestramadre Eva, cuando tan lejos está la que dio el triunfo a la serpiente dela que aplastó su cabeza; pero la consideración de las distintas manerasde la belleza humana conduce a estos y a otros más lamentablescontrasentidos. Para concluir el imperfecto retrato de aquella visióndivina que dejó desconcertada y como muerta a la pobre Nela, diremos quesu tez era de ese color de rosa tostado, o más bien moreno encendido queforma como un rubor delicioso en el rostro de aquellas divinas imágenes,ante las cuales se extasían lo mismo los siglos devotos que los impíos.

Pasado el primer instante de estupor, lo que primero fue observado porMarianela, causándole gran confusión, fue que la bella Virgen tenía unacorbata azul en su garganta, adorno que ella no había visto jamás en lasVírgenes soñadas ni en las pintadas. Inmediatamente observó también quelos hombros y el pecho de la divina mujer se cubrían con un vestido, enel cual todo era semejante a los que usan las mujeres del día. Pero loque más turbó y desconcertó a la pobre muchacha fue ver que la gentilimagen estaba cogiendo moras de zarza... y comiéndoselas.

Empezaba a hacer los juicios a que daba ocasión esta extraña conducta dela Virgen, cuando oyó una voz varonil y chillona que decía:

—¡Florentina, Florentina!

—Aquí estoy, papá; aquí estoy comiendo moras silvestres.

—¡Dale!... ¿Y qué gusto le encuentras a las moras silvestres?...¡Caprichosa!... ¿no te he dicho que eso es más propio de los chicuelosholgazanes del campo que de una señorita criada en la buena sociedad?...criada en la buena sociedad?

La Nela vio acercarse con grave paso al que esto decía. Era un hombre deedad madura, mediano de cuerpo, algo rechoncho, de cara arrebolada y queparecía echar de sí rayos de satisfacción como el sol los echa de luz;pequeño de piernas, un poco largo de nariz, y magnificado con variosobjetos decorativos, entre los cuales descollaba una gran cadena dereloj y un fino sombrero de fieltro de alas anchas.

—Vamos, mujer—dijo cariñosamente el señor D. Manuel Penáguilas, puesno era otro—, las personas decentes no comen moras silvestres ni danesos brincos. ¿Ves?, te has estropeado el vestido... no lo digo por elvestido, que así como se te compró ese, se te comprará otro...

dígoloporque la gente que te vea podrá creer que no tienes más ropa que lapuesta.

La Nela, que comenzaba a ver claro, observó los vestidos de la señoritade Penáguilas. Eran buenos y ricos; pero su figura expresaba a maravillala transición no muy lenta del estado de aldeana al de señorita rica.Todo su atavío, desde el calzado a la peineta, era de señorita de puebloen día del santo patrono titular. Mas eran tales y tan supinos losencantos naturales de Florentina, que ningún accidente comprendido enlas convencionales reglas de la elegancia podía oscurecerlos. No podíanegarse, sin embargo, que su encantadora persona estaba pidiendo agritos una rústica saya, un cabello en trenzas y al desgaire, conaderezo de amapolas, un talle en justillo, una sarta de corales, ensuma, lo que el pudor y el instinto de presunción hubieran ideado porsí, sin mezcla de ninguna invención cortesana.

Cuando la señorita se apartaba del zarzal, D. Manuel acertó a ver a l