magnificat,
y
se
retiran,acompañando hasta su casa al alférez real.
A la tarde, después de dados dos repiques de campanas para anunciar lasvísperas, va el cabildo, montados y acompañados de los oficiales realesy demás concurrentes, a casa del gobernador, o teniente gobernador, asacarlo para el paseo del estandarte, donde concurren todos losadministradores y demás españoles concurrentes, como asimismo loscorregidores y cabildos de otros pueblos; y todos montados van desdeallí a casa del alférez real, al que acompañan y llevan a que tome elreal estandarte; y al recibirlo repite el «viva el Rey» al son de cajas,clarines, campanas y varios tiros de camaretas; y dispuestos en buenorden dan vuelta la plaza, caminando delante los oficiales militares dea pie con las banderas, picas y demás insignias, jugando y batiendo lasbanderas de trecho a trecho, y repitiendo
«viva el Rey». Llegan a lapuerta de la iglesia, donde esperan los curas a todos los religiososconcurrentes, los que, después de dada el agua bendita, acompañan hastael presbiterio al real estandarte, el que recibe el cura o el que ha decelebrar la misa, y coloca dentro del presbiterio, al lado delevangelio, en un pie de madera, y al alférez real le ponen silla, tapetey almohada, al mismo lado de afuera del presbiterio, enfrente de la queocupa el gobernador o teniente gobernador; y, en acabándose lasvísperas, vuelven a retirarse en la misma forma y, dando antes vuelta ala plaza, colocan el real estandarte en su lugar.
Al otro día se repite el paseo, y se canta la misa como la tarde anteslas vísperas, y a las doce del día se reserva el real estandarte; peroel real retrato permanece descubierto todo el día, el que ocupan encorrer en la plaza, en bailes, sortija a la tarde y otras diversiones.En la forma dicha continúan lo mismo el día siguiente, en el que suelencorrer algunos toros, cortadas las aspas para que no lastimen a lostoreros, que son muy torpes y atrevidos. En algunos pueblos representana las noches óperas o comedias truncadas, pero, como los representantesson indios, y los más de ellos muchachos, y no entienden lo que dicen nipueden pronunciar bien el castellano, se les entiende poco y tienen pocagracia estas representaciones para los españoles y para ellos.
Al mediodía juntan las mesas en la plaza para la bendición en la formadicha; regularmente pasan este día de veinte mesas las que se disponen,y en algunos pueblos ricos aun llegan a ciento, y todas muy abundantesde carne, pues el pueblo más económico es preciso gaste este día cuandomenos 50 toros, porque de los pueblos inmediatos concurre mucha gente, ya todos dan de comer con abundancia.
En esos días se reparten, al tiempo de los bailes, sortija y toros,varias menudencias de las que se trabajan en los pueblos, como sonrosarios, vasos, cucharas, peines de aspa y lienzo de algodón; tambiénse les da, si hay en el almacén, agujas, cintas, cuchillos y otrasmenudencias que ellos estiman mucho. De esto, unas cosas se dan porpremio a los que bailan o llevan la sortija, y otras se tiran a que lascojan, que es en lo que ellos tienen más diversión, y se juntan todos acogerlas; hasta los cabildantes, si cae alguna cosa hacia donde estánsentados, olvidan la formalidad con que están y se arrojan como niños acoger lo que pueden; aunque ya en el día se contienen algo.
Todo el año trabajan gustosos sólo con la esperanza de que la fiesta sehaga con grandeza; y si se les quiere cercenar algo, contestan que ellostrabajan contentos sólo con el fin de gastarlo ese día; y si a pesarsuyo se moderan los gastos, se reconoce desmayo en adelante en laaplicación al trabajo.
Aunque por la costumbre que tienen de acudir a sus distribuciones sabenel día y hora de todo, están tan acostumbrados a no hacer nada sin quese lo manden, que para todo aguardan la señal del tambor, o la voz delpregonero o publicador; y así en todo el día se oyen repetidos toques decajas y publicar por las calles lo que deben hacer. Al alba, luego quela campana hace señal, corresponden los tambores, y se reparten por lascalles algunos indios, que a voz alta les dicen se levanten a alabar aDios, a disponerse para ir a la iglesia a oír misa, después al trabajo,y que así harán la voluntad de Dios, se proporcionarán el sustento yagradarán a sus superiores. En todas las horas del día repiten estamisma diligencia conforme lo que tienen que hacer; lo mismo para queacudan al rosario, sin embargo de que la campana les avisa.
Habiendo yo notado que en varias horas de la noche tocaban las cajas,particularmente a la madrugada, me movió la curiosidad a preguntar a quéfin eran aquellos toques; y me respondieron que siempre habían tenidoaquella costumbre de recordar toda la gente en algunas horas de lanoche, y que por eso lo hacían. Apurando más esta materia y su origen,me dijeron que los jesuitas, conociendo el genio perezoso de los indios,y que, cansados del trabajo de todo el día, luego que llegaban a suscasas y cenaban, se dormían hasta el otro día, que al alba les hacíanlevantar para ir a la iglesia y de allí a los trabajos; así no sellegaban los maridos a sus mujeres en mucho tiempo, y se disminuía lapopulación; y que por eso dispusieron el que en algunas horas de lanoche los recordaran para que cumplieran con la obligación de casados.
No se nota en estos pueblos aquel bullicio que ocasionan las gentes enlas poblaciones; cada uno en su casa observa un profundo silencio, no sejuntan a conversación ni diversión alguna, ni aunque estén juntos se lesofrece qué hablar, porque están faltos de especies; ni tienen juegospara pasar el tiempo desocupado, ni aun los muchachos juegan ni sedivierten en las plazas y calles, como es propio de su edad; no se oyencantares en su idioma, ni en castellano, y así no se les oye cantar ensus faenas ni ocupaciones, como lo acostumbran los trabajadores paraaliviar el trabajo; ni tampoco cantan las indias, ni aun saben ellos niellas hablar alto. Desde chicos los crían tan encogidos que, si lesmandan llamar a alguno, aunque lo tengan a la vista, no saben levantarla voz para llamarlo, y van donde está, y allí le dicen que lo llaman;tampoco acostumbran ni les permitían el tocar en sus casas guitarras niotro instrumento, y menos el tener bailes caseros; en el día se lespermite, aunque con bastantes limitaciones.
Esto es lo más particular del gobierno político y económico de estosindios, cuya noticia podrá contribuir a formar cabal concepto de lo queson y del estado en que se hallan.
Ya que he referido a usted lo que me ha parecido más particular de estaprovincia y sus naturales, discurro no le será desagradable el que,antes de pasar a tratar de otros puntos, le hable a usted algo de lasnaciones de indios infieles, confinantes con estos pueblos, así por loque pueden con el tiempo aumentar esta provincia, como porque con sunoticia se podrá formar más cabal concepto de todo lo dicho, y de lo quedespués propusiere para los fines de mejorarla. Y omitiendo la nación delos Guaicurus, que antes molestaba los pueblos más inmediatos alParaguay, porque ya en el día se considera distante, mediante lasacertadas providencias del actual gobernador, el señor don Pedro Melo dePortugal, que con haber establecido las poblaciones de Ñembuá, y tomadootras providencias, ha sujetado aquella nación, de modo que no ha dejadoni el menor recelo de invasión en estos pueblos, hablaré solamente delos Guayanás, los Tupís, los Minuanes y Charrúas.
Bajo de la nominación de Guayanás comprenden estos naturales a otrasmuchas naciones, que tienen cierta relación entre sí, y cuyo genio,costumbres y lenguaje se diferencian poco; éste es semejante al guaraní,y probablemente tiene el mismo origen; y, aunque alterado y desfiguradocon distinto acento y pronunciación, los entienden con poca dificultadlos indios de estos pueblos.
La nación Guayaná, junta con las demás naciones sus semejantes, esbastante numerosa; viven a una y otra banda del Paraná, desde unas 20leguas del Corpus, hasta el Salto Grande de dicho Paraná y aún másarriba, extendiéndose hasta cerca del Uruguay, por el Río Iguazú, el deSan Antonio y otros. Su natural es docilísimo, y tan sociable con losindios de estos pueblos que no hay noticia les hayan hecho el más levedaño en los frecuentes viajes que hacen a los yerbales; antes bien lesayudan a trabajarles, buscan y manifiestan los parajes en donde haymuchos árboles de yerba y aun les socorren con alimento cuando lesescasea, contentándose con algunas frioleras que se les da, como sonabalorios, espejitos, algunas hachas chicas y algún lienzo de algodón.
Estos indios viven dispersos por los montes, se alimentan de la caza,que matan con flechas sin veneno, que no lo usan ni conocen; comen detodas sabandijas, pero lo principal de su alimento es la miel de abejasde los montes. También siembran algunas chacras, pero no las cultivan;lo que hacen es derramar la semilla en algún paraje, y al tiempo que yales parece tendrá fruto vuelven por allí y recogen lo que hallan; lassemillas que tienen son: porotos de varias especies, y que algunos danfruto todo el año hasta que el frío consume las matas, el maíz ycalabazas o zapallos de varias especies, algunos de exquisito gusto.
A doce leguas del pueblo de Corpus, hacia la parte del este, hay unapequeña reducción de la nación Guayaná, nombrada San Francisco de Paula,que está a cargo de los religiosos dominicos; y aunque ya hace muchosaños que se fundó, ni se aumenta, ni hay esperanza pueda permanecer confruto; pues, aunque los indios manifiestan mucha inclinación a sercristianos, hay muchos estorbos que dificultan el que se consiga elestablecerlos a vida civil y cristiana.
El número de personas cristianas de que se compone la reducción alpresente son unas 50, entre chicos y grandes; pero éstos no siempreasisten en la reducción, pues, acostumbrados a buscar su alimento en losmontes, se entran por ellos a procurárselo, en donde tratan y conversancon sus parientes y amigos los infieles, estándose con ellos muchosmeses, de lo que resulta el que tal vez no vuelven a la reducción.También los infieles frecuentan ésta a menudo, particularmente cuandolos reducidos tienen qué comer; entonces se llena la reducción deinfieles, y en consumiendo lo que hay se retiran, llevándose consigo amuchos de los cristianos, que, o aficionados del trato, u obligados dela necesidad, se van con ellos.
El paraje en donde está situada la reducción es una de las mayoresdificultades que hay para que se aumente; la cercanía y trato con lossuyos no les deja olvidar sus antiguas costumbres e inclinaciones; elpoco terreno descubierto de bosques no les permite extender sus chacras,y mucho menos el criar animales, pues, además de la falta de terreno,abunda tanto de mosquitos, tábanos y jejenes de diversas especies, queni aun pueden tener un caballo para el servicio del religiosodoctrinero.
Por el mes de octubre del año próximo pasado de 1784, al tiempo que elilustrísimo señor don Fray Luis de Velasco, obispo de esa ciudad delParaguay, visitaba los pueblos de su diócesis, estando en el de Corpusbajaron los indios Guayanás cristianos a confirmarse en aquel pueblo.Con este motivo tuvo ocasión dicho señor ilustrísimo, y la tuve yo, dehablar con ellos, y particularmente con el corregidor, que, aunque denación Guayaná, fue nacido y criado en el pueblo de Corpus; ypreguntándole por las causas que a él le parecían motivaban el pocoadelantamiento de su reducción, dijo que la cortedad de sus terrenos yla inmediación a los montes, donde encontraban lo necesario para sualimento, juntamente con no estar habituados al trabajo, eran losmotivos que distraían de la reducción a los reducidos; y que losinfieles, aunque todos deseaban ser cristianos, viendo que no tenían quécomer en la reducción, no querían venir a ella, y que sólo se acercanpor allí cuando saben que hay qué comer, y en consumiéndolo vuelven alos montes; y que solamente que se les diese terrenos buenos en otraparte se conseguiría el aumento de la reducción. A lo que les dijo elseñor obispo que hablasen a sus parientes y amigos y los persuadiesen asalir de entre los montes, que la piedad del Rey les concedería terrenosy modo de subsistir en otros parajes con las comodidades que veían enlos de aquel pueblo, y les destinarían ministros que los doctrinasen yenseñasen el camino del Cielo; y que esta diligencia la pusiesen enejecución luego que volviesen a la reducción, y que de sus resultas meavisasen a mí, para que yo lo participase al señor obispo y alexcelentísimo señor virrey con el informe que tuviese por conveniente; yaunque quedaron en hacerlo, particularmente el corregidor, hasta ahoranada ha resultado, ni creo resultará por lo que diré a usted.
En el tiempo que el pueblo de Candelaria estaba comprendido en los de micargo, tenía dispuesto que aquellos indios frecuentasen los viajes a losyerbales silvestres; y entre otros puntos que encargaba para que segobernasen en aquella faena, era el que conservasen la mejor armonía conlos infieles, aficionándolos al trato con ellos; y que siempre quetuvieran oportunidad les persuadiesen a ser cristianos y a salir de losmontes, convidándoles con las conveniencias que ellos tenían en suspueblos; y para que les fuesen patentes, vieran si podían persuadir aalgunos caciques a que, como de paseo, vinieran a ver su pueblo; y enefecto vino uno con otros dos indios con algunos de Candelaria, a losque agasajé y regalé bastante. Y
tratándoles del asunto de su conversióny reducción, me respondieron que así ellos, como todos los demás deaquellos montes, deseaban ser cristianos, pero que fuesen allá losreligiosos a enseñarlos, porque ellos no podían salir de allí, porque sivenían a los pueblos se habían de morir; y de esta persuasión, de que nodaban ninguna causa, no los pude disuadir.
Pero me parece que no seríadificultoso el apartarlos de ella, aunque fuera poco a poco, porque comollevo dicho son muy dóciles; y de querer juntarlos en la reducciónprincipiada o a otra en aquellos parajes, me parece que todos losesfuerzos y gastos serían inútiles; porque, aunque la piedad del Rey lesfacilite algunos socorros, al instante que éstos llegasen a la reducciónvendrían a ella cuantos hay en los montes, y permanecerían allí hastaque los consuman o se los escaseen, y les quisieran obligar a trabajar;lo que no sucedería si los trasladasen a otra parte.
La prueba mayor que tengo para convencerme de la docilidad y buenadisposición de estos indios es que hace tres años que se han mantenidosin religioso que los doctrine y gobierne, y en todo este tiempo ni hanabandonado la reducción, ni han dejado de cumplir en lo posible con lasobligaciones de cristianos. Y lo más es que, habiendo visto el señorobispo la desnudez de algunos, determinó socorrerlos, y en efecto lohizo; y haciéndoles cargo que por qué no trabajaban en hilar y tejerpara vestirse, dijo el corregidor que en aquel año habían recogido pocoalgodón, y que aquel poco lo habían hilado y tejido, y lo teníanguardado para tupambae del padre, y que de modo ninguno habían degastarlo hasta que él viniera y dispusiera de él.
A la banda del sur del Uruguay, en los montes que principian desde elpueblo de San Francisco Javier, habita la nación nombrada Tupís. Éstaparece no es muy numerosa, o andan muy dispersos, porque nunca aparecenmuchos juntos; son caribes, y tan feroces que ni aun los tigres lesigualan. Viven siempre en los montes, desnudos enteramente, sus armasson arcos y flechas, que así aquéllos como éstas son de más de dos varasde largo; algunas veces se dejan ver junto al dicho pueblo de San Javiera la banda opuesta del Uruguay; y aunque siempre que esto sucede se lesha procurado hablar y atraerlos, ofreciéndoles y mostrándoles cintas,abalorios, gorros colorados, maíz y otras cosas, nunca han queridollegarse ni esperar, correspondiendo con sus flechas, con las que hanherido algunos indios cuando han visto que las canoas o balsas seacercan hacia donde ellos están, retirándose precipitadamente al monte.
El pueblo de San Javier mantenía en aquel lado una estanzuela, y por lasinvasiones de estos indios les fue preciso abandonarla; pues, aunque noacometían a las casas, buscaban ocasión de encontrar algún indio solopara acometerle, y no se podían perseguir, porque ganaban el monte, delque jamás se apartaban mucho. En tiempo de los jesuitas pudieron losindios de San Javier aprisionar uno de estos indios, y lo trajeron alpueblo, en el que procuraron agasajarlo con la suavidad del trato; peronada bastó para que depusiese su ferocidad, en la que permaneció sinquerer tomar alimento ni hablar una palabra, hasta que murió.
Estos mismos indios se extienden por aquellos montes hasta cerca delpueblo de Santo Ángel, y por todos los montes que median entre elUruguay y los pueblos del destacamento de San Miguel, conocidos por losde la Banda Oriental del Uruguay.
Cuando los indios de estos pueblos vana los montes a beneficiar la yerba nombrada del Paraguay, es menesterque vivan con la precaución de no separarse uno solo, porque los Tupíslos acechan desde el monte a manera de tigres, y el que ven solo yretirado de los otros le acometen, y si no puede escapar, lo matan, lollevan y lo comen.
De estos indios cuentan los Guaranís algunas patrañas, ocasionadas delmiedo que les tienen; una de ellas es que sus pies no tienen dedos, yque en ellos tienen dos talones o calcañales, y que así no se puedeconocer por las pisadas si van o vienen.
En los campos que se dilatan a la Banda Oriental del Uruguay, desde elrío Negro hasta el Ibicuy, habitan las dos naciones de Charrúas yMinuanes; la primera hacia el lado del río Negro, y la otra hacia elIbicuy y estancias que por allí tienen los pueblos.
Estas dos nacionesson semejantes en su genio, costumbres y modo de vivir, y así lo quedijere de los Minuanes, que son los más inmediatos a estos pueblos,conviene a los Charrúas.
Los indios Minuanes viven en tolderías, compuestas de parcialidades ocacicazgos, aunque regularmente conocen superioridad en alguno de loscaciques de aquellos territorios, ya por tener mayor número de indios asu devoción, o por más valeroso y hábil; ahora el que domina es elcacique Miguel Caray. Estos indios son bastante tratables, guardan fe ensus contratos, castigan a los delincuentes, sin permitir se haga daño anadie, si no han recibido antes algún agravio, y así viven en buenaarmonía con todos los de los pueblos, menos con los de Yapeyú, que,porque éstos les han hecho algunos daños, siempre que pueden se vengande ellos.
Estos indios permiten en sus tolderías, y en todo el terreno en que seextienden, a cuantos indios Guaranís se desertan de sus pueblos yquieren vivir entre ellos; pero han de usar la política de avisarles ydecirles que van a favorecerse de ellos. Del mismo modo permitenespañoles gauderios y changadores, que andan por aquellos campos matandotoros para aprovechar los cueros, los que extraen llevándolos a laciudad de Montevideo, introduciéndolos en ella clandestinamente entrelos que extraen con permiso o de otra forma, o pasándolos al Brasil pormedio de inteligencia con los portugueses del Viamont y Río Pardo, encuyos parajes introducen los mismos gauderios españoles algunasporciones de ganado de los mismos campos. Pero es mucho más lo queextraen los mismos portugueses, a los que ayudan y favorecen mucho losMinuanes, porque los regalan con más frecuencia, dándoles lo que másapetecen, particularmente el aguardiente, por medio de lo cualconsiguen, no tan solamente el que les permitan matar y extraer todo elganado que quieren y sus corambres, sino que, en caso de que algunapartida española los encuentre, los favorecen, no permitiendo se leshaga ningún mal.
Aunque por la buena fe que estos indios observan con los de estospueblos se conserva la paz, son muy perjudiciales; lo primero, por elasilo que dan a los indios que se desertan de estos pueblos; lo segundo,por el favor que prestan a los españoles y portugueses changadores quedestruyen los ganados de aquellos campos; y, por último, porque siemprees preciso contemplar con ellos, regalándolos con yerba, tabaco y otrascosas, a fin de que con cualquier pretexto no impidan las vaquerías,robando las caballadas y haciendo otras extorsiones a los que van aellas.
El buen natural de estos indios parece franquearía la entrada a sureducción y conversión, pero en nada menos piensan que en reducirse; y,aunque no les es repugnante nuestra religión, les es la sujeción que venen los indios de estos pueblos reducidos a pueblos, y precisados atrabajar, lo que a ellos no sucede. Nadie determina sus operaciones,cada uno es dueño de las suyas, en el campo tienen su sustento en elmucho ganado que hay en él, y tienen pocas luces para conocer lo felizde la vida civil, y mucha malicia para no dejarse sujetar al yugo de unareducción. A mí me parece que los Minuanes jamás se reducirán con solala persuasión de la predicación evangélica.
Réstame ahora dar a usted una individual noticia del gobiernoeclesiástico y culto divino de estos pueblos; pues, siendo mi ánimo elpresentar al examen y consideración de usted la idea que me ha ocurridode mejorar el gobierno temporal de esta provincia, será preciso mudar enparte el que se observa en la eclesiástico, así para conformarlo con eltemporal, como para que se logren y tengan efecto las piadosasintenciones de Su Majestad y prelados eclesiásticos, y que estosnaturales logren la asistencia, doctrina y sufragios necesarios a lasalvación de sus almas. En esta narración tocaré algo de lo que alcanzocon certeza del tiempo de los expatriados, y me extenderé en elpresente, como que tengo entera noticia, para que con conocimiento de loque ahora se observa puedan conocerse las ventajas del que premedito.
En tiempo de los jesuitas había en cada uno de estos pueblos un cura quepresentaba el gobernador de Buenos Aires, como vicepatrono de lostreinta pueblos, al que daba la colación y canónica institución elobispo de Buenos Aires a los de los diez y siete pueblos del Uruguay, yel del Paraguay a los trece del Paraná. Estos curas tenían de sínodo 476pesos, señalados en los reales tributos, los que percibía su religión,quien señalaba los compañeros y coadjutores que le parecía, poniéndolosy quitándolos a su arbitrio, o a pedimento de los curas, y a unos yotros les suministraba lo preciso para su comodidad y decencia.
El curase hacía cargo y cuidaba principalmente de las temporalidades, y daba alcompañero el cargo el cargo de lo espiritual, sujetándolo en todo a susdisposiciones; y como ya dejo dicho del modo que se gobernaban en lotemporal, diré lo que alcanzo del que practicaban en lo espiritual.
Lo primero que se presenta a la vista son los templos; éstos, aunque noguardan regularidad en su arquitectura y son de poca duración,atendiendo a la pobreza de los pueblos y la de sus naturales, son muysuntuosos y están bien adornados interiormente de retablos, los más deellos muy toscos, y todos dorados, y los bustos de los santos que ocupansus nichos pocos son los que hay de buena escultura. Las pinturas queadornan sus paredes son toscas y desproporcionadas. Las alhajas de platason muchas y grandes, aunque su obra es poco pulida, a excepción dealguna otra pieza. Los vasos sagrados son también muchos y de mejorobra, y algunos de ellos de oro; igualmente los ornamentos son muchos,ricos y costosos. De modo que, aunque para el servicio de Dios y cultodivino ninguna riqueza puede decirse que es excesiva, con todo,atendiendo a la pobreza de los pueblos y sus naturales, parece que seexcedieron en esto. Las torres o campanarios son de madera, formados decuatro pilares u horcones gruesos y altos, con dos o tres entablados quehacen otros tantos cuerpos, y su tejadito. Estos campanarios están enlos patios de las casas principales, contiguos a las mismas iglesias, yen ellos muchas campanas de varios tamaños, y algunas bastante grandes yde buenos sonidos, las más son fundidas en estos pueblos.
Una de las cosas en que he reparado es que, teniendo las iglesias deestos pueblos tantas alhajas de plata, aun para usos poco necesarios, ymuchas de ellas duplicadas en un mismo uso, no hayan empleado parte deesta plata en coronas de las imágenes de la Madre de Dios, resplandoresde crucifijos y laureolas de santos, siendo muy rara la imagen en cuyoadorno hayan empleado plata alguna. Lo mismo digo de los bustos de JesúsNazareno, en los varios pasos de su pasión, el de la Virgen y otrossantos que sacan en las procesiones de Semana Santa; todos éstos sonunos trozos de madera mal labrados y peor pintados, sin ningún adorno ensus cuerpos, ni en las andas en que los colocan, siendo éstas unaespecie de parihuelas mal formadas, y parece que debían haber puesto enesto más que en otra cosa su esmero; pues, siendo la representación deestos pasos quien nos trae a la memoria la obra de nuestra redención, esmuy conveniente que los bustos de Jesús, la Virgen y demás santos seanbien formados y adornados, mayormente entre estas gentes, que les entranlas especies más por la vista que por el oído, y pudieran haber empleadoparte de las ricas telas que emplearon en los ornamentos en vestidosdecentes de estas imágenes y otros adornos de ellas.
Las funciones de iglesia correspondientes al culto divino las hacían conmucha solemnidad, pero no ponían tanto cuidado en lo que pertenecía albien espiritual de las almas de sus feligreses, pues según se explica elseñor don Manuel Antonio de La Torre, obispo que fue de Buenos Aires, enel informe que dio al excelentísimo señor don Francisco Bucareli,gobernador de dicha ciudad, tratando del señalamiento de sínodo a losnuevos curas que sustituyeron a los jesuitas, éstos no aplicaban ningunade las misas por los difuntos, ni las de los días de fiesta por elpueblo, ni la que debían cantar los lunes por las almas del purgatorio,ni tampoco llevaban el Santísimo Sacramento a casa de los enfermos, puesa éstos, cuando se les había de administrar, los llevaban y ponían enuna casa o capilla, frente de la misma iglesia, y allí solosadministraban, sucediendo algunas veces el que al llevarlos o volverlosse morían algunos de frío en el camino. Esta costumbre permaneció algúntiempo después. Yo alcancé todavía en dos de los pueblos de mi cargo, loque cesó a una leve insinuación mía; lo demás que practicaban eraconforme a lo que expresaré adelante, cuando trate del culto divinopresente. Pues en la mayor parte los curas actuales han seguido lacostumbre que encontraron, según la practicaban los mismos indios, aexcepción de tal cual cosa de poca consideración que han alterado; y sitenían alguna otra particularidad, la ignoro.
El lugar que ocupaban los jesuitas fue sustituido por religiosos de lastres órdenes: Santo Domingo, San Francisco y la Merced; para cada pueblofueron nombrados dos religiosos con títulos de cura y compañero,señalando a cada uno distinto sínodo, como ya queda dicho.
Para el nombramiento del religioso que ha de servir el empleo de cura seguardan las formalidades que previenen las leyes del real patronato,haciendo la nominación el provincial, la presentación el vicepatrono, ydándole la institución el diocesano; pero a los compañeros los nombra elprovincial, y con la aprobación y pase del vicepatrono vienen a ocuparsu destino, dejando tomada razón en los tribunales de real hacienda parael abono de sus sínodos.
Luego que el cura se presenta al gobernador de la provincia o tenientedel departamento en cuyo distrito está el pueblo de su destino, vistossus títulos, despacha orden al cabildo y administrador para que por suparte lo reciban y le acudan con el sustento, según está mandado en lasordenanzas. Con esta orden y sus títulos se presenta en el pueblo, y elcura que cesa le hace entrega formal del curato, libros, iglesia,sacristía y ornamentos.
Asistiendo a todo el cabildo y administrador,reconocen si los ornamentos y alhajas de la iglesia están cabales, segúnel primer inventario, anotando lo que deben anotar, y dan parte de laejecución al inmediato superior.
Los compañeros se presentan con la licencia de su provincial y orden delvicepatrono, y mediante ella son admitidos sin hacerles entrega de nada.
Hace dudar, y aún dudo, si estos religiosos son ambos curas, o a lomenos si ambos tienen iguales cargas. Esta duda nace de que, gozandoiguales y distintos sínodos, deben considerarse dos distintosbeneficios, y por consiguiente cada uno debe tener anexas sus cargasparticulares, o repartirse entre sí todas las comunes del curato. A quese agrega que, si sólo el que se nombra cura es el obli