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Si es cruel la verdad, yo la prefiero...
¡Me duele el corazón, pero no quiero
Consolar con mentiras mi dolor!
175
¡Hijo querido, la esperanza mía!
Animaste mi hogar tan sólo un día,
No volvemos á vernos ya los dos...
Pues que la ley se cumpla del destino:
5
Tomo mi cruz y sigo mi camino...
¡Luz de mi hogar y mi esperanza, adiós!
DON IGNACIO GUTIÉRREZ PONCE
DOLORA
El ángel de mi cielo, mi María,
Que á la primera vuelta de las flores
Tres años cumplirá, medrosa un día
10
Buscó refugio en mis abiertos brazos,
Y cuando entre caricias y entre abrazos,
Que prodigué, con paternal empeño,
Hubo al fin disipado sus temores,
Trocando así en sonrisas sus clamores,
15
Cerró los ojos en tranquilo sueño.
En silencio quedó la estancia mía;
Y sintiéndome ansioso
De no turbar el infantil reposo
De mi bien, en mi pecho reclinado,
20
Inmóviles mis miembros mantenía,
Y mi amoroso corazón latía
Al ritmo de su aliento sosegado.
176
Sobre su faz serena,
Regadas como límpido rocío
En el cáliz de pálida azucena,
Brillaban gotas del reciente lloro,
5
Y las guedejas de oro
Del undoso cabello
Caían arropando su albo cuello.
Así nos sorprendió mi tierna esposa.
Que á la par temerosa
10
De interrumpir mi sueño de ventura,
Con paso leve recorrió el estrado
Y sin sentirla yo, vino á mi lado.
Aquella dulce calma
Que reinaba entre mí y en torno mío,
15
Llenóme al fin de arrobamiento el alma.
Y se quedó mi mente
Enajenada en éxtasis creciente.
Absorto siempre en ella,
Con íntimo lenguaje la decía:
20
«Eres botón de flor embalsamado
Con aromas del cielo todavía.»
Y al verla así, tan bella,
Con plácido embeleso
Á su rosada frente
25
Fuíme inclinando para darla un beso;
177
Pero escuché, de súbito, á mi lado,
Algo como un sollozo;
Y mirando con ojos sorprendidos,
Hallé los de mi esposa humedecidos
5
Por inefable gozo...
«No la despiertes,» díjome sencilla,
Y me acercó su cándida mejilla.
DON JOSÉ MARÍA GARAVITO A.
VOLVERÉ MAÑANA
I
—¡Adiós! ¡adiós! Lucero de mis noches,
—Dijo un soldado al pie de una ventana,—
10
¡Me voy!... pero no llores, alma mía,
Que volveré mañana.
Ya se asoma la estrella de la aurora,
Ya se divisa en el oriente el alba,
Y en mi cuartel tambores y cornetas
15
Están tocando diana.
II
Horas después, cuando la negra noche
Cubrió de luto el campo de batalla,
Á la luz del vivac pálida y triste,
Un joven expiraba.
20
Alguna cosa de ella el centinela
178
Al mirarlo morir, dijo en voz baja...
Alzó luego el fusil, bajó los ojos
Y se enjugó dos lágrimas.
III
Hoy cuentan por doquier gentes medrosas,
Que cuando asoma en el oriente el alba,
5
Y en el cuartel tambores y cornetas
Están tocando diana...
Se ve vagar la misteriosa sombra,
Que se detiene al pie de una ventana
Y murmura: no llores, alma mía,
10
Que volveré mañana.
179
CUBA
DON JOSÉ MARÍA HEREDIA
EN EL TEOCALLI DE CHOLULA
¡Cuánto es bella la tierra que habitaban
Los aztecas valientes! En su seno
En una estrecha zona concentrados
Con asombro se ven todos los climas
5
Que hay desde el polo al ecuador. Sus llanos
Cubren á par de las doradas mieses
Las cañas deliciosas. El naranjo
Y la piña y el plátano sonante,
Hijos del suelo equinoccial, se mezclan
10
Á la frondosa vid, al pino agreste,
Y de Minerva al árbol majestuoso.
Nieve eternal corona las cabezas
De Iztaccíhual purísimo, Orizaba
Y Popocatepec; sin que el invierno
15
Toque jamás con destructora mano
Los campos fertilísimos, do ledo
Los mira el indio en púrpura ligera
Y oro teñirse, reflejando el brillo
Del Sol en occidente, que sereno
20180
En hielo eterno y perennal verdura
Á torrentes vertió su luz dorada,
Y vió á naturaleza conmovida
Con su dulce calor hervir en vida.
Era la tarde: su ligera brisa
5
Las alas en silencio ya plegaba
Y entre la hierba y árboles dormía,
Mientras el ancho sol su disco hundía
Detrás de Iztaccíhual. La nieve eterna
Cual disuelta en mar de oro, semejaba
10
Temblar en torno de él: un arco inmenso
Que del empíreo en el cenit finaba
Como espléndido pórtico del cielo
De luz vestido y centellante gloria,
De sus últimos rayos recibía
15
Los colores riquísimos. Su brillo
Desfalleciendo fué: la blanca luna
Y de Venus la estrella solitaria
En el cielo desierto se veían.
¡Crepúsculo feliz! Hora más bella
20
Que la alma noche ó el brillante día.
¡Cuánto es dulce tu paz al alma mía!
Hallábame sentado en la famosa
Choluteca pirámide. Tendido
El llano inmenso que ante mí yacía,
25
Los ojos á espaciarse convidaba.
¡Qué silencio! ¡qué paz! ¡Oh! ¿quién diría
Que en estos bellos campos reina alzada
181
La bárbara opresión, y que esta tierra
Brota mieses tan ricas, abonada
Con sangre de hombres, en que fué inundada
Por la superstición y por la guerra?...
Bajó la noche en tanto. De la esfera
5
El leve azul, obscuro y más obscuro
Se fué tornando: la movible sombra
De las nubes serenas, que volaban
Por el espacio en alas de la brisa,
Era visible en el tendido llano.
10
Iztaccíhual purísimo volvía
Del argentado rayo de la luna
El plácido fulgor, y en el oriente
Bien como puntos de oro centellaban
Mil estrellas y mil... ¡Oh! yo os saludo,
15
Fuentes de luz, que de la noche umbría
Ilumináis el velo,
Y sois del firmamento poesía.
Al paso que la luna declinaba,
Y al ocaso fulgente descendía
20
Con lentitud, la sombra se extendía
Del Popocatepec, y semejaba
Fantasma colosal. El arco obscuro
Á mí llegó, cubrióme, y su grandeza
Fué mayor y mayor, hasta que al cabo
25
En sombra universal veló la tierra.
Volví los ojos al volcán sublime,
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Que velado en vapores transparentes,
Sus inmensos contornos dibujaba
De occidente en el cielo.
¡Gigante del Anáhuac! ¿cómo el vuelo
De las edades rápidas no imprime
5
Alguna huella en tu nevada frente?
Corre el tiempo veloz, arrebatando
Años y siglos como el norte fiero
Precipita ante sí la muchedumbre
De las olas del mar. Pueblos y reyes
10
Viste hervir á tus pies, que combatían
Cual hora combatimos, y llamaban
Eternas sus ciudades, y creían
Fatigar á la tierra con su gloria.
Fueron: de ellos no resta ni memoria.
15
¿Y tú eterno serás? Tal vez un día
De tus profundas bases desquiciado
Caerás; abrumará tu gran ruina
Al yermo Anáhuac; alzaránse en ella
Nuevas generaciones y orgullosas,
20
Que fuiste negarán...
Todo perece
Por ley universal. Aun este mundo
Tan bello y tan brillante que habitamos,
Es el cadáver pálido y deforme
De otro mundo que fue...
25
En tal contemplación embebecido
Sorprendióme el sopor. Un largo sueño,
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De glorias engolfadas y perdidas
En la profunda noche de los tiempos,
Descendió sobre mí. La agreste pompa
De los reyes aztecas desplegóse
Á mis ojos atónitos. Veía
5
Entre la muchedumbre silenciosa
De emplumados caudillos levantarse
El déspota salvaje en rico trono,
De oro, perlas y plumas recamado;
Y al son de caracoles belicosos
10
Ir lentamente caminando al templo
La vasta procesión, do la aguardaban
Sacerdotes horribles, salpicados
Con sangre humana rostros y vestidos.
Con profundo estupor el pueblo esclavo
15
Las bajas frentes en el polvo hundía,
Y ni mirar á su señor osaba,
De cuyos ojos férvidos brotaba
La saña del poder.
Tales ya fueron
Tus monarcas, Anáhuac, y su orgullo:
20
Su vil superstición y tiranía
En el abismo del no ser se hundieron.
Sí, que la muerte, universal señora,
Hiriendo á par al déspota y esclavo,
Escribe la igualdad sobre la tumba.
25
Con su manto benéfico el olvido
Tu insensatez oculta y tus furores
Á la raza presente y la futura.
184
Esta inmensa estructura
Vió á la superstición más inhumana
En ella entronizarse. Oyó los gritos
De agonizantes víctimas, en tanto
Que el sacerdote, sin piedad ni espanto,
5
Les arrancaba el corazón sangriento;
Miró el vapor espeso de la sangre
Subir caliente al ofendido cielo
Y tender en el sol fúnebre velo,
Y escuchó los horrendos alaridos
10
Con que los sacerdotes sofocaban
El grito del dolor.
Muda y desierta
Ahora te ves, Pirámide. ¡Más vale
Que semanas de siglos yazgas yerma,
Y la superstición á quien serviste
15
En el abismo del infierno duerma!
Á nuestros nietos últimos, empero,
Sé lección saludable; y hoy al hombre
Que ciego en su saber fútil y vano
Al cielo, cual Titán, truena orgulloso,
20
Sé ejemplo ignominioso
De la demencia y del furor humano.
EL NIÁGARA
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡cuánto tiempo
25185
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz!... Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
5
Torrente prodigioso, calma, calla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan;
Déjame contemplar tu faz serena,
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
10
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
15
Palpitando gocé: vi al Océano,
Azotado por austro proceloso,
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviendo abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
20
En mi alma no produjo
La profunda impresión que tu grandeza.
Sereno corres, majestuoso; y luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
25
Como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
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De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mía
En vago pensamiento se confunde
Al mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
5
En su vuelo seguir al borde obscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan, y se enfurecen,
Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
10
Y entre espuma y fragor desaparecen.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
15
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, y al éter
20
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.
Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con inútil afán? ¿Por qué no miro
25
Al rededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
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Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol á la sonrisa, y crecen,
Y al soplo de las brisas del Océano
Bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo á mi pesar me viene...
5
Nada ¡oh Niágara! falta á tu destino,
Ni otra corona que el agreste pino
Á tu terrible majestad conviene.
La palma y mirto y delicada rosa
Muelle placer inspiren y ocio blando
10
En frívolo jardín: á ti la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
Viene, te ve, se asombra,
El mezquino deleite menosprecia
15
Y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡Omnipotente Dios! En otros climas
Vi monstruos execrables,
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error y fanatismo impío,
20
Los campos inundar con sangre y llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra,
Y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó á su vista
En grave indignación. Por otra parte
25
Vi mentidos filósofos, que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
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Y de impiedad al lamentable abismo
Á los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre á ti; tu mano siente
5
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena
10
Y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
15
No rebose en la tierra el Océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dió su voz á tus aguas despeñadas,
Y ornó con su arco tu terrible frente.
20
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente obscuro de los siglos
En insondable eternidad!... ¡Al hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,
25
Y despierta al dolor!... ¡Ay! agostada
189
Yace mi juventud; mi faz, marchita;
Y la profunda pena que me agita
Ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y mísero abandono
5
Y lamentable desamor... ¿Podría
En edad borrascosa
Sin amor ser feliz? ¡Oh! si una hermosa
Mi cariño fijase,
Y de este abismo al borde turbulento
10
Mi vago pensamiento
Y ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
De leve palidez, y ser más bella
En su dulce terror, y sonreirse
15
Al sostenerla mis amantes brazos...
Delirios de virtud... ¡Ay! ¡Desterrado,
Sin patria, sin amores,
Sólo miro ante mí llanto y dolores!
¡Niágara poderoso!
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¡Adiós! ¡adiós! Dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
Á tu débil cantor. ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso,
Viéndote algún viajero,
25
Dar un suspiro á la memoria mía!
Y al abismarse Febo en occidente,
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Feliz yo vuele do el Señor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama,
Alce en las nubes la radiosa frente.
«PLÁCIDO» (DON GABRIEL DE LA CONCEPCIÓN VALDÉS)
PLEGARIA Á DIOS
¡Ser de inmensa bondad! ¡Dios poderoso!
 vos acudo en mi dolor vehemente...
5
Extended vuestro brazo omnipotente;
Rasgad de la calumnia el velo odioso;
Y arrancad este sello ignominioso
Con que el mundo manchar quiere mi frente.
¡Rey de los Reyes! ¡Dios de mis abuelos!
10
¡Vos solo sois mi defensor! ¡Dios mío!...
Todo lo puede quien al mar sombrío
Olas y peces dio, luz á los cielos,
Fuego al sol, giro al aire, al norte hielos,
Vida á las plantas, movimiento al río.
15
Todo lo podéis vos; todo fenece,
Ó se reanima á vuestra voz sagrada;
Fuera de vos, Señor, el todo es nada
Que en la insondable eternidad perece;
Y aun esa misma nada os obedece,
20
Pues de ella fué la humanidad creada.
191
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia;
Y pues vuestra eternal sabiduría
Ve al través de mi cuerpo el alma mía
Cual del aire á la clara transparencia,
5
Estorbad que humillada la inocencia
Bata sus palmas la calumnia impía.
Estorbadlo, Señor, por la preciosa
Sangre vertida, que la culpa sella
Del pecado de Adán, ó por aquella
10
Madre cándida, dulce y amorosa,
Cuando envuelta en pesar, mustia y llorosa,
Siguió tu muerte como helíaca estrella.
Mas si cuadra á tu suma omnipotencia
Que yo perezca cual malvado impío,
15
Y que los hombres mi cadáver frío
Ultrajen con maligna complacencia...
¡Suene tu voz, y acabe mi existencia!...
¡Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!
DOÑA GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
Á WÁSHINGTON
No en lo pasado a tu virtud modelo,
20
Ni copia al porvenir dará la historia,
Ni otra igual en grandeza á tu memoria
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Difundirán los siglos en su vuelo.
Miró la Europa ensangrentar su suelo
Al genio de la guerra y la victoria,
Pero le cupo á América la gloria
De que al genio del bien le diera el cielo.
5
Que audaz conquistador goce en su ciencia
Mientras al mundo en páramo convierte,
Y se envanezca cuando á siervos mande;
¡Mas los pueblos sabrán en su conciencia
Que el que los rige libres sólo es fuerte;
10
Que el que los hace grandes sólo es grande!
AL PARTIR
¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
La noche cubre con su opaco velo,
Como cubre el dolor mi triste frente.
15
¡Voy á partir!... La chusma diligente
Para arrancarme del nativo suelo
Las velas iza, y pronta á su desvelo
La brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós, patria feliz, Edén querido!
20
Doquier que el hado en su furor me impela,
Tu dulce nombre halagará mi oído.
¡Adiós!... ¡ya cruje la turgente vela...
El ancla se alza... el buque estremecido
Las olas corta y silencioso vuela!
193
ECUADOR
DON JOSÉ JOAQUÍN OLMEDO
LA VICTORIA DE JUNÍN
Canto á Bolívar
El trueno horrendo, que en fragor revienta
Y sordo retumbando se dilata
Por la inflamada esfera,
Al Dios anuncia que en el cielo impera.
5
Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta
La hispana muchedumbre,
Que más feroz que nunca amenazaba
Á sangre y fuego eterna servidumbre,
Y el canto de victoria
10
Que en ecos mil discurre, ensordeciendo
El hondo valle y enriscada cumbre,
Proclaman á Bolívar en la tierra
Árbitro de la paz y de la guerra.
Las soberbias pirámides que al cielo
15
El arte humano osado levantaba
194
Para hablar á los siglos y naciones,
Templos, do esclavas manos
Deificaban en pompa á sus tiranos,
Ludibrio son del tiempo, que con su ala
Débil las toca, y las derriba al suelo,
5
Después que en fácil juego el fugaz viento
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