Para tratar sobre este punto, Morsamor llamó a consejo una mañana alpiloto Fréitas, al administrador Vandenpeereboom y hasta a Fray Juan deSantarén y al amigo Tiburcio, con cuyos pareceres quería asesorarse.
Por noticias que en Sofala y en Melinda le habían llegado, Morsamorsabía que los negocios de Portugal en la India andaban harto revueltos.Y aunque presentaban mayor peligro que de ordinario, podían también darocasión a grandes triunfos si la destreza y el brio eran secundados porla fortuna. Tiempo hacía ya que el soldán del Cairo no construíaauxiliado para ello por los venecianos a toda costa en Berenice, puertodel Mar Rojo, naves con que salir a combatir a los portugueses en elGolfo de Omán y en lo más ancho del Eritreo, pero habían corrido rumoresde que el régulo de Ormuz se había rebelado, sacudiendo la pleitesía ynegando el tributo que antes pagaba. Asegurábase además, que el granturco, a quien arrebataban los portugueses en la India el fructuosocomercio que hubiera acrecentado y hecho incontrastable su poder, habíaalentado, por medio de emisarios secretos, y tal vez con promesas deauxilio, a varios rajaes o príncipes soberanos indostaníes, mahometanosunos y gentiles otros, para que contra Portugal se ligasen y armasen.Alma de esta liga era un marino audaz y experto, llamado Aga Mahamud, elcual tenía gran crédito y alto nombre, y había llegado a reunir bajo sumando una poderosa flota de más de cincuenta ligeras y bien artilladasfustas, sin contar varias galeras, almadías, zambucos y otros pequeñosbajeles, cuyos tripulantes, aunque de diversas razas, lenguas ycreencias, eran todos gente desalmada y fiera, avezada a la mar, sufridaen los trabajos y despreciadora de los peligros.
No lejos de Diu, florecía entonces, en el fondo de un estero y a orillasde un río caudaloso, la ciudad de Chaul, emporio del comercio que, parasustraerse al poder marítimo de Portugal, hacían entonces con la India,por tierra, Persia y Arabia. Chaul era singularmente famosa como mercadode caballos, y allí iban a surtirse los grandes señores y príncipesindianos para remontar su caballería.
Los portugueses habían obtenido del príncipe de Chaul el permiso deerigir una gran fortaleza no lejos de la ciudad y al borde del estero,adquiriendo así la llave y el dominio de emporio tan importante.
La fortaleza había empezado a construirse, pero Aga Mahamud habíaacudido a estorbarlo con sus fustas, y se decía que se habían dado yaalgunos combates en que no siempre los portugueses salieron bienlibrados.
Peligroso era ir allí con una nave sola exponiéndose a un encuentro confuerzas superiores enemigas, pero Morsamor, deseoso de señalarse poractos heroicos, propuso a sus compañeros de navegación y de armasdirigir el rumbo hacia Chaul y acudir en auxilio de la flota portuguesaque defendía allí la construcción del castillo y que tal vez en aquellosmomentos estaba sitiada y vigorosamente combatida. Posible era sucumbirallí con gloria, pero si por dicha se vencía, Morsamor gozaba enimaginar la brillantez y la pompa de su entrada en Goa ya victorioso yllevando de presente a Don Duarte treinta o cuarenta caballos árabes ypersas rápidos en la carrera, de pura sangre y de hermosísima estampa.
Habló Morsamor con tanto fuego que logró penetrar y encender con él loscorazones de su pequeño auditorio. El mismo Fray Juan de Santarén hubode entusiasmarse y dijo que, dejando por lo pronto los medios depersuasión, hasta que aprendiese él con facilidad alguna de las lenguasque por allí se hablaban, empuñaría un arcabuz y transmitiría así suscreencias a los infieles por medio de terribles lenguas de fuego.
Había recelado Morsamor hallar oposición en el señor Vandenpeereboom,pero se llevó agradable chasco. El señor Vandenpeereboom siempre con lafría suavidad y con la lentitud de sus palabras, dijo de esta suerte,cuando le llegó el turno de hablar:
—En los peligros grandes el temor es casi siempre mayor que el peligro.Mucho aventuramos, pero, ¿quién sabe? Acaso salgamos bien de la empresa,y harto se comprende el provecho y la gloria que de ello nosresultarían. Si somos vencidos, si las fustas de Aga Mahamud echan apique nuestra nave ¿qué le hemos de hacer? Morir tenemos, como dicen loscartujos, y lo mismo es hoy que mañana. Yo aquí, como apoderadocomercial de los señores Adorno y Salvago, sólo debo mirar por susintereses. Y para disipar escrúpulos diré que aunque esta nave se hundaen la mar con toda la riqueza que contiene, si se hunde con gloria y conla conveniente y debida resonancia, los señores Adorno y Salvago saldránganando y no perdiendo. Esto lo calculamos muy bien antes de zarpar deLisboa y por eso se dio el mando militar de la nave a tan atrevidosujeto como el señor Miguel de Zuheros que está presente. Si a nosotrosnos hacen trizas y si descendemos al fondo del mar a que los peces nosdevoren, los señores Adorno y Salvago se afligirán o supondrán que seafligen, pero ya tienen echadas sus cuentas y hechos sus cálculos ysabrán poner alto precio a nuestro heroísmo, impetrando de Su AltezaFidelísima honores, mercedes y privilegios muy provechosos. Con que hagael señor Miguel de Zuheros lo que mejor le convenga, y atrévase a todo,que por nosotros no ha de quedar.
En vista de tan unánime concordancia de pareceres, Morsamor dispuso quese navegase hacia Chaul, y así lo hizo Fréitas, con todo el cautelosoesmero que convenía para esquivar el encuentro de superiores fuerzascontrarias y para acudir en la más oportuna sazón a dar a los amigosinesperado socorro.
-XVII-
Al amanecer de un día del mes de Septiembre, la nave de Morsamor sehallaba a la vista de Chaul, muy cerca de la costa. Densísima nieblaquitaba su transparencia al aire y extendida sobre la superficie delmar, ofuscaba la vista.
Morsamor y los suyos creyeron oír frecuentes estampidos como de disparosde bombardas, y hasta imaginaron columbrar el resplandor siniestro que alos estampidos precedía. Sin temor, no obstante, aunque sí conextraordinarias precauciones, se fueron acercando hacia donde sonabanlos disparos. No soplaba el viento muy en su favor, pero el pilotoFréitas y sus ágiles marineros le dominaban y aprovechaban con diestrasmaniobras.
A pesar de la niebla, descubrieron de repente un esquife que se recatabade ellos y procuraba huir. Echaron entonces al agua el de la nave, en elque izaron la bandera portuguesa, y a todo remo dieron caza y alcanzaronal que huía. Los que le tripulaban, no bien distinguieron la bandera dePortugal, trocaron su recelo en alegría y se pusieron al habla con losde la nave. Pronto el que mandaba el esquife fugitivo subió a bordo dela nave y llegó a la presencia de Morsamor.
Interrogado por él el delesquife fugitivo habló de este modo:
—Yo, que me llamo Antonio Vaz, y los que vienen conmigo, formábamosparte de la tripulación de la galera que mandaba Diego Fernández y quehabía ido a ponerse a la entrada del estero para impedir que las fustasde Aga Mahamud penetrasen en él y fuesen a combatir la fortaleza, yadesde el agua, disparando bombardas, arcabuces y flechas, yadesembarcando gente a fin de tomarla por asalto, con el auxilio de loshombres de armas que Hamet, gran enemigo de los portugueses y dominadorhoy en Chaul, ha enviado contra nosotros. Atacada nuestra galera porcinco fustas de Aga Mahamud había perdido mucha gente. Apenas quedabaesperanza de salvación. La chusma de forzados, moros y gentiles, queestaba al remo empezó a rebelarse, gritando en su lengua a los de lasfustas que se acercasen sin temor, que ya poca resistencia hallarían yque ellos procurarían ayudarlos y salvarse. Entendió el capitán DiegoFernández las palabras y el traidor propósito de los forzados y cayendosobre ellos, porque el cómitre había muerto atravesado por una flecha,mató con su espada a cinco de los más rebeldes y furiosos. Por desgraciauna gruesa bala de bombarda vino a chocar contra el hierro del ancla queestaba allí cerca suspendida, y saltando de rebote, dio tan tremendogolpe en la armadura de acero de Diego Fernández que se la hizo pedazos,hundiéndole en el pecho algunos de sus punzantes y afilados picos. DiegoFernández perdió la vida en el acto. A reemplazarle en el mando acudióoportunamente don Jorge de Meneses. Con él habían venido de refrescocerca de cuarenta soldados que estaban antes en otro navío. Para que nodesmayasen y se acobardasen a la vista del capitán muerto, don Jorge nosmandó que le envolviésemos en la manta de un forzado y que leescondiésemos en el fondo del buque. Así lo hicimos al punto. Lafortaleza entre tanto nos pareció asaltada por la gente de la ciudad queHamet había enviado contra ella. Quiso entonces don Jorge dar a lafortaleza algún auxilio, me consideró más capaz que nadie para tanarriesgada empresa, recibí sus órdenes y lancé al agua el esquife en queme habéis visto venir. Dos fustes y algunos pequeños bateles de AgaMahamud me cerraron el paso y me impidieron saltar en tierra.
No pudetampoco volver a la galera, porque se interpusieron persiguiéndome. Deellos venía huyendo cuando me habéis encontrado.
Oída esta relación de Antonio Vaz, Morsamor le animó y le tomó por guíapara que le llevase hacia donde estaban las dos fustas y los pequeñosbateles que le habían perseguido.
Con gran rapidez, en silencio, arriada la bandera, y hasta cierto puntooculta por la neblina, la nave de Morsamor cayó de repente sobre las dosfustas, que se habían apartado del grueso de la flota persiguiendo alpequeño esquife, y echó a pique una de ellas con certeros tiros de suartillería, que dirigía Tiburcio con tino verdaderamente diabólico.Pasmados los de la otra fusta y aterrorizados del imprevisto ataque, noacertaron a huir ni a poner resistencia. La nave se acercó a la fusta yla gente de Morsamor la entró al abordaje, pasando a cuchillo a cuantoshabía en ella. Tiburcio tomó entonces el mando de la fusta apresada.
Morsamor y Tiburcio se apresuraron luego a llegar donde combatían lagalera de don Jorge y el grueso de la flota portuguesa contra las fustasde Aga Mahamud, en las cuales hizo Morsamor tremendo estrago con laartillería y arcabucería de su nave, cooperando eficazmente a lavictoria una audaz estratagema de Tiburcio, porque desordenó las fustasde Aga Mahamud penetrando en sus filas como si su fusta fuese aún una deellas y no hubiese pasado a poder del enemigo.
En suma, las fustas de Aga Mahamud tuvieren que retirarse todas congrandísima pérdida y quebranto, y don Jorge, a hora de medio día hizoresonar las trompetas y clarines en señal de victoria, si bien no seresolvió a perseguir la armada de los infieles.
La situación en que estaba la fortaleza le atraía antes que todo. Eramenester libertarla de los sitiadores que Hamet había mandado contraella. Y como ya no había que hacer cara a las fustas de Aga Mahamud, losmás aptos y valerosos de los hombres que tripulaban la flota portuguesadesembarcaron no lejos del castillo, que sólo defendían sesenta hombres,los cuales, de acuerdo con los desembarcados, a quienes desde lasalmenas y saetías vieron llegar, hicieron a tiempo
una
salida
muyvigorosa,
cayendo
sobre
los
sitiadores
a
quienes
los
desembarcadosatacaron por el flanco y por la espalda. Al frente de una tropa de másde cuarenta, entre los que se distinguían Tiburcio dando cuchilladas yFray Juan de Santarén animando a los combatientes con oracionesfervorosas, Morsamor hizo atroz carnicería en los musulmanes y gentilesde Chaul, que pronto abandonaron el campo y huyeron despavoridosrefugiándose en la ciudad.
Para aterrar a Hamet y a los que en la ciudad le obedecían, don Jorge deMeneses les envió un presente horrible: cincuenta cabezas de los quehabían muerto atacando la fortaleza y rechazados por él. Amilanado Hamety temiendo el incendio y saco de la ciudad y muertes innumerables si eraentrada por asalto, pidió la paz, capituló, y dejó entrar a losportugueses que de la ciudad se enseñorearon.
Morsamor, cuyo inesperado auxilio había sido parte tan principal en lavictoria, gozó del triunfo a par de don Jorge, siendo vitoreado yensalzado por los de la hueste.
El contento de los vencedores llegó a su colmo cuando pudieronapoderarse, como tributo, de parte de las riquezas allí reunidas yrepartírselas entre todos. Morsamor, persistiendo en su propósito, nodejó de tomar veinte hermosos caballos ricamente enjaezados, parallevárselos de presente a don Duarte, cuando se presentase ante él enGoa, como pensaba hacerlo, con la noticia de aquel triunfo.
-XVIII-
Pronto llegó al puerto de Goa la nave de Morsamor: este y Tiburcio, muyorondos y satisfechos de la gloria militar que habían adquirido; elpiloto Fréitas no menos pagado del aumento de su crédito como hábilnavegante, y contento el señor Vandenpeereboom de las compras y ventasque iba haciendo y que pensaba hacer, aprovechándose de los triunfos ysin perder las buenas ocasiones.
Don Duarte de Meneses recibió con grande aprecio al aventurerocastellano que tan bien le había servido y aceptó gustoso el ricoobsequio de los veinte hermosos caballos.
Por aquellos días todo era júbilo en Goa, porque de Ormuz llegarontambién muy buenas nuevas. Amedrentado el rey rebelde, había entrado entratos con los portugueses para entregarles la plaza, pero su visir, queera un rumí, o griego renegado, se puso de acuerdo con la princesahija del monarca que había reinado allí en tiempo del grandeAlbuquerque. El rumí la tomó por mujer o por amiga y movido por laambición y excitado por la princesa, asesinó al rey y se apoderó enlugar suyo de aquellos Estados. Los portugueses entonces lucharon contrael usurpador, lograron vencerle y entraron en Ormuz a saco, apoderándosede un botín espléndido.
Poco después de llegar a Goa la nueva de la victoria de Chaul, llegótambién la nueva de esta victoria.
Goa resplandecía entonces en su mayor auge como centro y capital delimperio lusitano en Oriente; imperio que se extendía desde Sofala aMalaca, por todas las costas del Océano Índico y del Golfo de Bengala, ydilatándose además por muchas islas del mar del Sur, como Ceilán,Sumatra, Java y las Molucas, donde el rey de Portugal había levantadofortalezas e imponía tributos.
A Goa acudían agentes o enviados de muchos soberanos a negociar alianzasy a mendigar el favor y el auxilio del virrey. Los rajaes de Cambaya yde Narsinga, el samori, los príncipes y sultanes de Aracan, de Bengala ydel Pegu, y hasta el propio shah de Persia, anhelaban la amistad de losportugueses, les enviaban presentes o les rendían parias.
Los portugueses, sin embargo, no penetraban por punto alguno en lointerior de las tierras y sólo de la mar eran señores. Carecían defuerzas suficientes para hacer incursiones y conquistas en lo interiorde aquellos dilatados países, que seguían para ellos, no sóloindependentes, sino casi desconocidos. Los príncipes y señoresorientales, cuando la victoria encumbraba a los portugueses, sepostraban ante ellos y se les sometían medrosos; pero la sumisión erainsegura y falsa. De aquí que el imperio portugués en la India fuese másbrillante que sólido. Era como árbol frondoso, rico en flores y frutos,cuyas raíces no penetraban hondo en la tierra y que el ímpetu de losvientos podía sacar fácilmente de cuajo. Era como la estatua simbólica,que Nabucodonosor vio en sueños, con la cabeza de oro y los pies debarro y que una piedrecilla, que de improviso rodó de la montaña,desmenuzó y redujo a polvo.
Morsamor aplicaba a veces al imperio portugués la visión de este sueño yalgo de la interpretación que el profeta Daniel le había dado.
Los portugueses, con terrible heroísmo, habían hecho y seguían haciendo más de lo que prometía fuerza humana. Espléndidas páginas habían dedar aún para su historia virreyes tan ilustres como don Juan de Castro ydon Luis de Ataide; pero la piedrecilla había de sobrevenir derribandopor último el coloso y engrandeciéndose luego como ingente montaña quesobre firme y arraigado cimiento se erguiría sobre la tierra y ladominaría.
Morsamor se desalentaba al pensar así, no veía plan ni concierto entodas aquellas bizarrías, ni acertaba a traslucir que pudieran tener findichoso. Sólo veía horrores, estragos y muertes, y volvía a arrepentirsede haberse remozado y de haber huido del convento. Imputaba luego aquelarrepentimiento suyo a cansancio y a flaqueza de ánimo. Y entoncesrenacía en él el ansia de señalarse y de probar su valor, volviendo alanzarse en las más peligrosas aventuras.
Las buenas ocasiones no habían de faltarle. La primera que se le ofreciófue la de ir a la grande y hermosa isla, donde se crían la canela y elclavo y abundan las perlas en el mar que la ciñe. Los antiguos griegos yromanos la llamaron Trapobana, Lanca los indios, los árabes Serendib, ypor último se llamó Ceilán. En sus Costas habían fundado los portuguesesvarios fuertes y factorías, desde donde procuraban dominar toda la isla.Reinaba en ella, sobre la raza indómita y guerrera de los singaleses, unrey tan valiente como astuto llamado Rayasinga. Lejos del alcance delpoder portugués estaba la capital y residencia de este rey a donde sólopodía llegarse salvando enriscadas montañas a través de peligrososdesfiladeros.
Imaginaban los portugueses que aquel reino había sido cristiano en loantiguo, gracias a las predicaciones del apóstol Santo Tomás que hastaél había llegado, pero imaginaban también que el cristianismo de lossingaleses se había pervertido y maleado con el transcurso del tiempo,turbando la pureza de su doctrina mil absurdas supersticiones. La verdadera que lo que creían los portugueses cristianismo viciado era lareligión fundada por Sidarta, príncipe de las sakias de Kapilabastu, ypredicada en Ceilán algunos siglos antes de Cristo. La moral de estareligión no podía ser más santa ni más hermosa, pero su metafísica eraerrónea y desconsoladora. En el amor y en la compasión por el infelizlinaje humano, sin distinción de castas ni de jerarquías, estribabaaquella moral, pero no tenía un Dios misericordioso. Su Dios, si talpodía llamarse, era el ser único, infinito e indeterminado en quien todocuanto es y en quien todo cuanto puede ser se contiene. El término de laaspiración, la suprema bienaventuranza de religión tan extraña eraromper el límite que nos separa del todo, y perdiendo tal vez laconciencia individual, hundirnos en la inmensidad de la sustancia única,acabada ya la serie de transmigraciones del alma y gozando de inefablereposo. A tales dogmas, sin embargo, el amor y la compasión prestabancomo ya hemos dicho, una moral muy pura.
Entre la teoría y la práctica hay a menudo gran contradicción y no erapequeña la del caso de que hablamos. El piadoso rey Rayasinga, con laaprobación acaso o con la indulgencia al menos del gran sacerdoteSumangala, había destronado a un hermano suyo, que andaba forajido, yhabía envenenado a otro de sus hermanos, reinando así en lugar de losdos y dando unidad a su reino.
Para darle también completa independenciay gloria combatía con frecuencia a los portugueses.
Estos
combates,sangrientos
y
obstinados,
eran
estériles
siempre.
Ni
Rayasinga
lograbaapoderarse de ningún fuerte de los portugueses, ni estos, salvando lasmontañas y atravesando los desfiladeros, llegaban a asediar la capitalde Rayasinga.
Poniéndose a las órdenes de Juan Silveira, que mandaba en Cananor,Miguel de Zuheros fue a Ceilán a combatir y a escarmentar al mencionadorey; en varios encuentros que tuvo con sus huestes alcanzó siempre lavictoria y contribuyó no poco a que cansados de luchar por una y otraparte, se sentasen paces de nuevo.
Morsamor pasó luego a Sumatra y tomó parte en otra expedición guerreracontra el monarca de Pacen, que los portugueses consideraban intruso y aquien destronaron dando su trono y reino a un sobrino suyo que habíaganado el favor y auxilio de los portugueses declarándose vasallo delrey don Manuel.
Alentado con esta conquista del reino de Pacen, en la que tuvo nopequeña parte, Morsamor se puso a las órdenes de Jorge Brito y fue conél a una expedición contra el rey de Achin, cuyos súbditos, inquietos ybelicosos, infestaban con sus piraterías aquellos mares.
En balde reclamó Jorge Brito del rey Achin la entrega de mercancías, dearmas y hasta de portugueses cautivos, de que se había apoderado porsorpresa o aprovechándose del naufragio de dos buques de Portugal enaquellas costas. Esto dio motivo o pretexto a Jorge Brito para romperlas hostilidades, empeñándose imprudentemente en empresa muy peligrosa.En dos fustas y con menos de trescientos hombres de desembarco navegócontra la corriente del río hacia la capital de los achineses. Casi a lamitad del camino tenían estos una fortaleza, donde había bastantesarcabuceros y algunas bombardas, cuyos disparos impidieron a las fustasseguir adelante y mataron a cuatro de los hombres que las tripulaban.
Ansioso Jorge Brito de tomar venganza desembarcó con sus trescientossoldados, entre los cuales había no pocos ilustres y valerososcaballeros de la corte del rey don Manuel. Morsamor estaba entre ellos.
Muy reñidos y sangrientos fueron el ataque y la defensa del fuerte delos achineses, los cuales hicieron vigorosas salidas. En una de ellasestuvieron a punto de desordenar y derrotar por completo la huestelusitana, merced a una inesperada estratagema de que se valieron,lanzando contra los portugueses una manada de búfalos que teníanacorralados.
Los portugueses, no obstante, iban ya triunfando de todo. Los sitiados,casi en fuga, se retiraban al fuerte, y ya Jorge Brito y Morsamor teníanla esperanza de tomarle por asalto cuando el propio rey de Achin llegóen defensa del fuerte con más de dos mil infantes, con algunos caballosy con seis elefantes poderosos adiestrados para la lucha, defendidos pormuy firmes corazas y dirigidos por cornacas hábiles y denodados. Losportugueses estaban todos a pie. Casi envueltos por tan superioresfuerzas enemigas, retrocedieron con espanto hacia la orilla del río.Sólo reembarcándose podían lograr ya salvar las vidas, mas parareembarcarse era menester, no sólo hacer cara al enemigo, sino tenerle acierta distancia durante algún tiempo.
Los valientes caballeros que de esto se encargaron hicieron prodigiosapenas creíbles. En aquel trance murieron más de cincuenta portugueses,no pocos de ilustre familia y entre ellos el mismo Jorge Brito capitánde la hueste, y los cinco músicos que siempre llevaban consigo, Porquegustaba en extremo de que le exaltasen y animasen en el combate cantandoy tocando instrumentos sonoros.
La muerte que amedrantó más a los portugueses fue la de GasparFernández. El elefante más gigantesco le cogió con la trompa, le tirópor el aire, y no bien cayó al suelo, le acabó de matar estrujándole elpecho y rompiéndole el cráneo con sus gruesas patas delanteras.
Morsamor quiso vengar a aquel compañero de armas, que tal vez era el quemás estimaba y quería. Acometió por un lado al elefante y logró derribara su cornac hiriéndole de una estocada.
El elefante se revolvió contraMorsamor y le asió también con la trompa. La espada se le cayó aMorsamor de la diestra; pero, con la rapidez del rayo, y sin dar tiempoa que el elefante le lanzase o le ahogase apretando, le agarró con lamano izquierda de una oreja, y desenvainando con la otra mano elacicalado puñal, que llevaba al cinto, le hundió hasta el puño en lacerviz de aquella fiera, con tino tan eficaz que en el acto perdió lavida, cayendo con estruendo por tierra su espantosa mole. Morsamor cayótambién, pero cauto y ligero, no cayó debajo sino encima de su víctima.
Aunque Morsamor se levantó con rapidez, allí hubiera muerto, circundadode muchos enemigos, si los de la hueste portuguesa, maravillados yreanimados al ver su hazaña, no hubieran acudido en su auxilio. Aquellahazaña de Morsamor contuvo el ímpetu de las gentes del rey de Achin yprestó bríos y dio tiempo a los portugueses para que se reembarcasen, sibien con lamentable pérdida, no completamente derrotados.
-XIX-
De vuelta Morsamor a Goa para reposar sobre sus laureles, se complacióen ver cundir su fama y crecer el número de sus admiradores, convertidosmuchos de ellos en parciales devotos. La emulación y la envidia hacíanque también sus enemigos se aumentasen. Y a todo contribuía en granmanera Tiburcio de Simahonda que, menos retraído y mucho más expansivoque Morsamor, se mostraba por donde quiera y trataba toda clase degente. Tiburcio, como en Lisboa, sabía ganar amigos en la India, pero subuena fortuna con las mujeres y en el juego le creaba muchos envidiosos.Menester era de toda la prudencia y tino de Morsamor, para evitar riñasentre dichos envidiosos y los del bando que sin pretenderlo él queríanseguirle y cuyo aparente adalid era Tiburcio. Los más desalmadosaventureros y los menos favorecidos de la suerte, acudían a Tiburcio,esperando por su medio ganarse la voluntad de Morsamor y embelesados porlo pronto por el alegre carácter, burlas y chistes de aquel doncelatrevido.
Francisco Pereira Pestana, gobernador de Goa, recelaba de continuo quela rivalidad entre la gente que acaudillaba Tiburcio y los que leenvidiaban y odiaban originase desórdenes sangrientos. El más vivo deseodel gobernador se cifraba en que Miguel de Zuheros y Tiburcioabandonasen la ciudad llevando consigo a los más turbulentos aventurerosy acometiendo alguna arriesgada empresa de la que tal vez sería lo mejorque nunca volviesen.
Aunque movido Morsamor de sentimientos contrarios, coincidía con elgobernador en hallar difícil y enojosa su posición en Goa, ansiandosalir de allí en busca de aventuras, con toda independencia de Portugaly campando por su respeto.
En tal situación de ánimo y después de aconsejar a Tiburcio que fuesecircunspecto y sufrido a fin de vivir en paz, Morsamor le manifestó elansia que tenía de salir de Goa y de buscar honra y provecho por nuevosy no trillados caminos.
Poco tiempo después de esta confidencia de Morsamor, Tiburcio, que alprincipio se había callado, hubo de hacerle el siguiente razonamiento:
—He meditado sobre lo que te trae caviloso y que días pasados meconfiaste. He hecho más: he gustado de tu propósito y he empezado aabrir el camino para que se logre. Para nosotros siempre será aquí elpeligro mayor que la gloria. Debemos, pues, salir de aquí. Fuera de aquíel peligro podrá ser grandísimo, pero la gloria estará en proporción yserá también grande. Para que me entiendas bien, te diré el concepto queformo yo de la tierra en que ahora estamos y de la gente que la habita.Mi trato con ella y mi facilidad para entender su idioma, hacen que yolo comprenda todo con más claridad y exactitud que los portugueses.
Lleno de curiosidad Morsamor, prestó grande atención a Tiburcio quecontinuó diciendo:
—Hay en la India muchas y muy diversas naciones, castas, lenguas ytribus, pero desde hace más de tres mil años, existe en la India unacasta predominante, que se enseñoreó de todo y que supo conservar elimperio por fuerza, por astucia y por sabiduría. Mucho antes de quefloreciesen Atenas y Roma, mucho antes de que Salomón e Hirán enviasensus flotas a Ofir y de que los fenicios fundasen a Cádiz, bajó delmontañoso centro del Asia a las fértiles llanuras que riegan el Indo yel Ganges, un pueblo nobilísimo e inteligente, valientes guerreros losmás y algunos de ellos inspirados y divinos poetas, que los guiaban yentusiasmaban. Este pueblo de superior condición redujo a su obedienciay mandado a los otros pueblos que en la India vivían. Y de allí enadelante, los guerreros del pueblo conquistador fueron los reyes y losnobles de la India, y sus poetas o richis, convertidos en sacerdotes,sabios y filósofos, no sólo prevalecieron sobre las nacionesconquistadas, sino también sobre los reyes y los nobles que las habíansometido. La primitiva y sencilla religión que los richis habíanformulado en sus himnos vino a convertirse en complicadísimo sistema yen sutil teología, cuyos intérpretes y depositarios fueron losdescendientes de los richis a quienes en el día llamamos brahmanes.Estos han conservado su poder, sobreponiéndose durante siglos ainteriores rebeldías y a conquistas e invasiones extrañas.
Amenazado sehalla hoy este poder por los portugueses, pero sólo en el litoral. Lossectarios de Mahoma son qui