un
milagro),
nos
fusilarán
a
los
dos
sin
remedio.
—¡Fusilarte!
(exclamé.)
¡A
ti!
¡Por
mí!
¡Por
mí,
que
te
debo
la
vida!—¡Ah,
no,
no
querrá
el
cielo!
Dentro
de
15 quince días sabré música[24-1] y tocaré la corneta de llaves.
Ramón se echó a reír.
IX
—¿Qué más queréis que os diga, hijos míos?
En
quince
días
...
¡oh
poder
de
la
voluntad!
En
quince
días
con
sus
quince
noches
(pues
no
dormí
ni
reposé
un
momento
20
en
medio
mes),
¡asombraos!...
¡En
quince
días
aprendí
a tocar la corneta!
¡Qué días aquellos!
Ramón
y
yo
nos
salíamos
al
campo,
y
pasábamos
horas
y
horas
con
cierto
músico
que
diariamente
venía
de
un
lugar
25 próximo a darme lección....
¡Escapar! ...—
Leo
en
vuestros
ojos
esta
palabra....—¡Ay!
Nada
más
imposible!—Yo
era
prisionero,
y
me
vigilaban....
Y Ramón no quería escapar sin mí.
Y yo no hablaba, yo no pensaba, yo no comía....
30
Estaba
loco,
y
mi
monomanía
era
la
música,
la
corneta,
la
endemoniada corneta de llaves....
¡Quería
aprender,
y
aprendí!
(p25)
Y, si hubiera sido mudo, habría hablado....
Y, paralítico, hubiera andado....
Y, ciego, hubiera visto.
¡Porque quería!
05 ¡Oh! ¡La voluntad suple por todo!—QUERER ES PODER.
Quería: ¡he aquí la gran palabra!
Quería...,
y
lo
conseguí.—¡Niños,
aprended
esta
gran
verdad!
Salvé, pues, mi vida y la de Ramón.
10 Pero me volví loco.
Y, loco, mi locura fué el arte.
En tres años no solté la corneta de la mano.
Do-re-mi-fa-sol-la-si;
he
aquí
mi
mundo
durante
todo
aquel
tiempo.
15 Mi vida se reducía a soplar.[25-1]
Ramón no me abandonaba....
Emigré a Francia, y en Francia seguí tocando la corneta.
¡La corneta era yo! ¡Yo cantaba con la corneta en la boca!
Los
hombres,
los
pueblos,
las
notabilidades[25-2]]
del
arte
se
20 agrupaban para oírme....
Aquello era un pasmo, una maravilla....
La
corneta
se
doblegaba
entre
mis
dedos;
se
hacía
elástica,
gemía,
lloraba,
gritaba,
rugía;
imitaba
al
a
la
fiera,
al
sollozo
humano....—Mi pulmón era de hierro.
25 Así viví otros dos años más.
Al cabo de ellos falleció mi amigo.
Mirando su cadáver, recobré la razón....
Y
cuando,
ya
en
mi
juicio,
cogí
un
día
la
corneta
...
(¡qué
asombro!), me encontré con que[25-4] no sabía tocarla....
30 ¿Me pediréis ahora que os haga són[25-5] para bailar?
Madrid, 1854.
(p26)
LAS DOS GLORIAS
Un
día
que
el
célebre
pintor
flamenco
Pedro
Pablo
Rubens[26-1]
andaba
recorriendo
los
templos
de
Madrid
acompañado
de
sus
afamados
discípulos,
penetró
en
la
iglesia
de
un
humilde
convento,
cuyo nombre no designa la tradición.
05
Poco
o
nada
encontró
que
admirar
el
ilustre
artista
en
aquel
pobre
y
desmantelado
templo,
y
ya
se
marchaba
renegando,
como
solía,
del
mal
gusto
de
los
frailes
de
Castilla
la
Nueva,[26-2]
cuando
reparó
en
cierto
cuadro
medio
oculto
en
las
sombras
de
feísima
capilla;[26-3]
acercóse
a
él,
y
lanzó
una
exclamación
de asombro.
Sus discípulos le rodearon al momento,[26-4]] preguntándole:
—¿Qué habéis encontrado, maestro?
—¡Mirad!—dijo
Rubens
señalando,
por
toda
contestación,
al lienzo que tenía delante[26-5].
15
Los
jóvenes
quedaron
tan
maravillados
como
el
autor
del
Descendimiento.[26-6]
Representaba
aquel
cuadro
la
Muerte
de
un
religioso.—
Era
éste
muy
joven,
y
de
una
belleza
que
ni
la
penitencia
ni
la
agonía
habían
podido
eclipsar,
y
hallábase
tendido
sobre
los
ladrillos
20
de
su
celda,
velados
ya
los
ojos
por
la
muerte,
con
una
mano
extendida
sobre
una
calavera,
y
estrechando
con
la
otra,
a
su
corazón, un crucifijo de madera y cobre.
En
el
fondo
del
lienzo
se
veía
pintado
otro
cuadro,
que
figuraba
estar
colgado[26-7]
cerca
del
lecho
de
que
se
suponía
haber
25
salido
el
religioso
para
morir
con
más
humildad
sobre
la
dura
tierra.
Aquel
segundo
cuadro
representaba
a
una
difunta,
joven
hermosa,
tendida
en
el
ataúd
entre
fúnebres
cirios
y
negras
y
suntuosas
colgaduras....
(p27)
Nadie
hubiera
podido
mirar
estas
dos
escenas,
contenida
la
una
en
la
otra,
sin
comprender
que
se
explicaban
y
completaban
recíprocamente.
Un
amor
desgraciado,
una
esperanza
muerta,
un
desencanto
de
la
vida,
un
olvido
eterno
del
mundo:
05
he
aquí
el
poema
misterioso
que
se
deducía
de
los
dos
ascéticos
dramas que encerraba aquel lienzo.
Por
lo
demás,
el
color,
el
dibujo,
la
composición,
todo
revelaba
un genio de primer orden.
—Maestro,
¿de
quién
puede
ser
esta
magnífica
obra?—preguntaron
10
a
Rubens
sus
discípulos,
que
ya
habían
alcanzado
el cuadro.
—En
este
ángulo
ha
habido
un
nombre
escrito
(respondió
el
maestro);
pero
hace
muy
pocos
meses
que
ha
sido
borrado.—En
cuanto
a
la
pintura,
no
tiene
arriba
de
treinta
años,
ni
15 menos de veinte.
—Pero el autor....
—El
autor,
según
el
mérito
del
cuadro,
pudiera
ser
Velazquez,[27-1]
Zurbarán,
Ribera,
o
el
joven
Murillo,
de
quien
tan
prendado
estoy....
Pero
Velazquez
no
siente
de
este
modo.
20
Tampoco
es
Zurbarán,
si
atiendo
al
color
y
a
la
manera
de
ver
el
asunto.
Menos
aún
debe
atribuirse
a
Murillo
ni
a
Ribera:
aquél
es
más
tierno,
y
éste
es
más
sombrío;
y,
además,
ese
estilo
no
pertenece
ni
a
la
escuela
del
uno
ni
a
la
del
otro.
En
resumen:
yo
no
conozco
al
autor
de
este
cuadro,
y
hasta
juraría
25
que
no
he
visto
jamás
obras
suyas.—Voy
más
lejos:
creo
que
el
pintor
desconocido,
y
acaso
ya
muerto,
que
ha
legado
al
mundo
tal
maravilla,[27-2]
no
perteneció
a
ninguna
escuela,
ni
ha
pintado
más
cuadro
que
éste,
ni
hubiera
podido
pintar
otro
que
se
le
acercara
en
mérito....
Ésta
es
una
obra
de
pura
inspiración,
30
un
asunto
propio,[27-3]
un
reflejo
del
alma,
un
pedazo
de
la
vida....
Pero....
¡Qué
idea!—¿Queréis
saber
quién
ha
pintado
ese
cuadro?—¡Pues
lo
ha
pintado
ese
mismo
muerto
que veis en él!
—¡Eh!
Maestro....
os
burláis!
(p28)
—No: yo me entiendo....
—Pero
¿cómo
concebís
que
un
difunto
haya
podido
pintar
su agonía?
—¡Concibiendo
que
un
vivo
pueda
adivinar
o
representar
su
05
muerte!—Además,
vosotros
sabéis
que
profesar
de
veras[28-1]
en
ciertas Órdenes religiosas es morir.
—¡Ah! ¿Creéis vos?...
—Creo
que
aquella
mujer
que
está
de
cuerpo
presente[28-2]
en
el
fondo
del
cuadro
era
el
alma[28-3]
y
la
vida
de
este
fraile
que
agoniza
10
contra
el
suelo;
creo
que,
cuando
ella
murió,
él
se
creyó
también
muerto,
y
murió
efectivamente
para
el
mundo;
creo,
en
fin,
que
esta
obra,
más
que
el
último
instante
de
su
héroe
o
de
su
autor
(que
indudablemente
son
una
misma
persona),
representa
la
profesión
de
un
joven
desengañado
de
alegrías
15 terrenales....
—¿De modo que puede vivir todavía?...
—¡Sí,
señor,
que
puede[28-4]
vivir!
Y
como
la
cosa
tiene
fecha,
tal
vez
su
espíritu
se
habrá
serenado[28-5]
y
hasta
regocijado,
y
el
desconocido
artista
sea
ahora
un
viejo
muy
gordo
y
muy
20
alegre....—Por
todo
lo
cual
¡hay
que
buscarlo!
Y,
sobre
todo,
necesitamos
averiguar
si
llegó
a
pintar
más
obras....—Seguidme.
Y
así
diciendo,
Rubens
se
dirigió
a
un
fraile
que
rezaba
en
otra capilla y le preguntó con su desenfado habitual:
25
—¿Queréis
decirle
al
Padre
Prior
que
deseo
hablarle
de
parte del Rey?
El
fraile,
que
era
hombre
de
alguna
edad,
se
levantó
trabajosamente,
y respondió con voz humilde y quebrantada:
—¿Qué me queréis?—Yo soy el Prior.
30
—Perdonad,
padre
mío,
que
interrumpa
vuestras
oraciones
(replicó
Rubens).
¿Pudierais
decirme
quién