Goff y Lorm
( preámbulos )
Las cuatro Centinelas se situaron a lo largo de la frontera diurna/nocturna vigilando y observando cómo los escarabajos terminaban su espeluznante festín. El firmamento estaba completamente encapotado con los nubarrones gordos lánguidamente flotando por él, augurando la lluvia inminente. La luz menguaba pues la noche ya casi llamaba a la puerta.
Lorm no apareció, tampoco se había conectado más con Goff, y eso le vino bien. No tenía ganas de verlo, ni de hablar con él, es decir, que no tenía ganas de hablar con nadie. Tenía sus propios problemas, su estado de salud se empeoró mucho.
Estaba tumbado en una de las camillas bajas evitando las arcadas que le invadían cada dos por tres e intentando al mismo tiempo parar las vueltas rápidas que le daba la cabeza. Por ahora no le molestaba la voz de Flegg ya que éste aún seguía nadando en el río salvaje de la droga. Tampoco su cuerpo temblaba, sólo los ojos le escocían y tenía la parte interior de la boca muy seca como si las salivas cogieron un día libre.
Se rascó la mano herida, comenzaba a supurarle. Gruñó un poco y despacio se levantó, no quería provocar el mareo. Traspasó la habitación y encontró una venda más o menos limpia. Luego la metió en una de las garrafas que contenían desinfectante y esperó a que se mojara.
Unos pensamientos siniestros se insinuaron dentro de su mente: “Se está preparando un levantamiento y tú serás el primero a quien maten. Te odian, todos los que están aquí te aborrecen desde el primer día que llegaste a Rhod. Se burlan de ti a tus espaldas y tú no lo sabes. Piensas que tienes autoridad, pero eres sólo una mierda pinchada en un palo en sus ojos falsos. Ahora mismo están agrupados allá afuera urdiendo sus planes malvados y cuando salgas, alguien arrojará un cuchillo o apretará el gatillo y acabará contigo. A no ser que tú les pilles por sorpresa antes y les muestres lo contrario. Reflexiona sobre esto o ¿quieres que tus despojos se conviertan en un bocado para los que viven en la zona nocturna? ¿Acaso no sientes que ahora tienes más poder, más fuerza? ¡Esclavízalos!
¡Tortúralos! ¡Deja que sufran! ¡CONTAGÍALOS! Y luego observa cómo se cambian.”
Sacó la venda de la garrafa, la escurrió impasiblemente y la puso en la herida. Acto seguido, miró cómo el desinfectante coloraba su piel.
Meditaba, cavilaba y planeaba. El mareo y las vueltas cesaron. Se acercó a la mesa y ausentemente cogió una herramienta parecida a un destornillador. Los pensamientos regresaron: “Muy bien. ¡Hazlo!
Demuéstrales quién manda aquí. Oblígales que se arrodillen enfrente de ti, que agachen sus orgullosas cabezas y reconozcan que tú eres el Rey, que te rindan un homenaje y te sirvan como vasallos. ¿Y si no obedecen?
¡MÁTALOS! Y después arrastra sus cadáveres tras la frontera y deja que se pudran mientras los bichos estén devorando su carne.”
Asintió con la cabeza, sonrió y luego dijo en voz alta: -Tienes mucha razón.
Uno de los tres Kuxs que estaban tumbados en las camillas le preguntó: -¿Quién tiene razón, subteniente?
Le miró y aún sonriendo se aproximó a su cama. Acto seguido, le tapó con una mano la boca para evitar que gritara y hundió la punta roma del destornillador en su ojo derecho, el acero penetró dentro con facilidad. El globo ocular explotó y varias gotas salpicaron su uniforme.
El herido se comenzó a agitar forcejeando pero Goff sacó el destornillador, lo incrustó dentro de su otro ojo y terminó así con su resistencia. Los otros dos que se llamaban Pitreux y Yloop empezaron a chillar.
Goff sacó el arma y les advirtió: -Seguid berreando y lo último que veréis al final de vuestras putas vidas será este cañón.- Los gritos cesaron. -Bien, ahora os voy a poner una inyección y si escucho un ruido más alto que un jyttx degustáis el sabor férreo de las balas. ¿Me he explicado claramente?
No respondieron, guardaron silencio.
El subteniente, tomó una jeringa que estaba en una mesita redonda al lado de la cama de la primera víctima de la matanza de hoy y se quitó la venda. A continuación, metió la aguja dentro de la herida y comenzó a rellenar el tubo de la jeringa con su líquido corporal, era viscoso y oscuro.
Pitreux saltó de la cama e intentó huir. Goff le disparó en la pantorrilla.
Él lanzó un grito agudo y luego se calló temblando.
-¡Sube a la cama y no juegues a ser un puto héroe!
/
Los nubarrones se agruparon encima de la zona frontera y las primeras ráfagas de viento gélido atacaron la tierra. El Maar ya se había puesto y la luz desvaneció casi por completo.
Las Centinelas cambiaron sus posiciones. Los escarabajos desaparecieron en sus colmenas subterráneas. Un grupo de cinco soldados recogió los restos de los seres que habían entrado por las brechas y se reunieron con otros para darles palique y esperar las siguientes órdenes, pero Goff estaba en el cobertizo. En un momento, se escuchó desde dentro un sonido tenue parecido a un tiro y luego un grito. No obstante, nadie quería entrar.
Nadie quería saber que había pasado. Nadie quería discutir con el subteniente. En eso tenían razón sus pensamientos, casi todos lo odiaban.
Pinchó la aguja dentro del cuello de Yloop y apretó el pistón, el líquido lentamente desapareció dentro. Yloop se resignó y se quedó tranquilo, parecía imposible pero el líquido corporal funcionaba como un sedante fuerte. El subteniente se volteó y se acercó al que antes le había agujereado la pierna con un tiro.
-Chitón-susurró pastosamente y le inyectó el resto de su líquido.
“¡Bien! ¡Vas muy bien!” de sopetón, le elogiaron los pensamientos. “¿Pero ahora me interesa que vas a hacer con el resto de ellos, con los traidores?
¿También les vas a amenazar con esta jeringa ridícula o vas a coger un arma de verdad y cargártelos como un hombre digno de ser un monarca?
Y te digo una cosa, me gustaría verlos ardiendo. Me gustaría ver las llamas infernales lamiendo sus raquíticos cuerpos y oírlos implorar deshechamente que termines con ellos. ¿Qué me dices tú?”
El subteniente, no dijo nada, simplemente se encaminó hacia la habitación contigua y cogió un lanzallamas. Eso le parecía una idea maravillosa.
-Vamos a encender las luces e iluminar esta noche oscura-exclamó jovialmente y salió del cobertizo.
/
El viento soplaba desde el norte y las primeras gotas de la lluvia ácida cayeron en su uniforme. Los Kuxs estaban tras el cobertizo todos apiñados juntos como gusanos. Goff encendió el arma y lo apoyó contra su hombro.
Uno de las Centinelas le divisó y le gritó: -Señor, deberíamos ponernos a cubierto. Otra vez empieza a llover.
Goff le miró, luego bajó el lanzallamas y abrió fuego. -¿Tienes miedo del agua? ¿Y qué tal un poco de calor?
Las llamas cubrieron completamente la cara y el pecho de la Centinela sin darle oportunidad aunque mínima de chillar. Goff aflojó el gatillo y se giró a la izquierda. Después apuntó el arma contra los Kuxs.
Sólo dos de ellos desenfundaron y sólo uno disparó. La única bala de esa noche pasó velozmente por encima de la cabeza de Goff y se incrustó dentro de un mástil de titano. Luego vino el ardor, las llamas, los gritos y la muerte, pero antes de la muerte vino el dolor, las quemaduras y el terror.
Goff, que por entonces había perdido hasta la última miga de su cordura, había carbonizado a todos aquellos de su raza que había en ese momento allí. El hedor a chamusquina era atroz y se desprendía por todas partes.
Apagó el lanzallamas y contempló un montón de cadáveres calcinados (si hubiera vivido en la Tierra esta vista le recordaría las imágenes terribles de los campos de concentración). Pero él, en ese momento, estaba totalmente ido y ensimismado, escuchando sólo sus pensamientos: “ ….. Y se había levantado el Rey y todos se habían agachado y todos le habían aclamado pues había conquistado el trono y se había puesto la corona. Y luego había gozado del poder…´
Una punzada tremenda de dolor atravesó súbitamente sus sienes. Soltó el arma y se apretó con sus palmas la cabeza. El dolor disipó, los pensamientos volvieron.
“A pesar de que sus manos estaban empapadas y manchadas de la sangre de los caídos e inocentes víctimas de su ira insaciable, se sentía feliz. Le gustaba matar. Le gustaba sembrar pavor……….”
Goff quería seguir escuchando, hundiéndose más y más dentro de sus aberraciones que ahora se anidaban dentro de su cerebro, pero el trabajo aún no se había acabado. Faltaban tres Centinelas más y él quería capturarlos.
(y convertirlos posteriormente en sus títeres) Se inclinó y cogió el arma. La lluvia se intensificó y las gotas grandes e impetuosas le comenzaron a picar, pero eso, en ese instante, no tenía importancia alguna.
Miró alrededor, las Centinelas desaparecieron.
-¿Queréis jugar al escondite, chiquillos, bueno, pues porque no? En este día tan soleado no me sorprende nada-gritó y se echó a reír. La risa se parecía a un lunático pervertido.
El viento le metió más gotas ácidas en la cara. Internó en el cobertizo.
Sabía muy bien que tarde o temprano las Centinelas vendrían, sus cuerpos no eran tan resistentes a la lluvia como los de Kuxs, y el único refugio en esta zona era aquí dentro.
Echó un somero vistazo a los infectados. Seguían tumbados en las camillas con ojos cerrados. Sus extremidades se levemente sacudían. La transformación había empezado con sus reformas drásticas.
/
Transcurrió un rato, no muy largo y la puerta del cobertizo se abrió.
Entraron dos de las tres restantes Centinelas completamente mojados y con quemaduras feas por toda la piel. El más joven dijo con voz casi audible: -Por favor, no nos mate. Haremos todo lo que diga, pero no nos mate.
Goff, que ahora estaba sentado en una silla grande jugando con el destornillador, el mismo con que había matado el primer Kux, respondió plácidamente: -Bienvenido a casa, chicos. ¿Y el tercero, dónde está?
-Huyó-susurró el más joven.
-Bueno, seamos sinceros, va a tener una muerte bastante desagradable.
Eso os puedo decir con absoluta certeza. Pero qué más da si vosotros vivís, ¿no?- Luego escupió una flema verde y espesa al suelo y continuó: -No obstante, os veo un pelín tensos. Por qué no os sentáis aquí al lado mío.
Tenemos que charlar un poco.
Las Centinelas se acercaron indecisamente a la mesa y se sentaron. Todo el rato se estaban rascando las quemaduras y Goff podía ver que algunas de ellas se habían abierto y expulsaban un flujo blanco y muy claro.
Arrugó la nariz y lo comentó: -Ya lo sé que esto tiene que picar como mil demonios, pero cuando acabemos y vosotros os reuniréis conmigo todo se arreglará. Hay que tener un poco de confianza, ¿verdad? Mirad, chicos os voy a explicar cuál será el siguiente plan. Ahora os voy a aplicar unos quince mililitros de mi especial y valioso líquido corporal y luego os dejaré que os atendáis vuestras heridas. Será como coser y cantar. ¿De acuerdo?
No hubo respuesta. Las Centinelas le estaban mirando aturdidamente.
Goff repitió la pregunta. Esta vez con voz más alta y más severa: -¿DE ACUERDO? No sabía que la lluvia os causara también la sordera aparte de las escaldaduras.
Las Centinelas asentaron lentamente con la cabeza.
-Bien.- dijo el subteniente. Acto seguido, cogió la jeringa que tenía preparada al lado del lanzallamas, se la metió dentro de la herida y miró al más joven. -Tú serás el primero. Quédate quieto y mi arma hará lo mismo. Muévete y no tendrás que preocuparte más de tus lesiones. ¿Me has entendido?
La Centinela afirmó.
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La lluvia se convirtió en un chaparrón, relampagueaba y el viento arreciaba. La última Centinela logró trascurrir un kilómetro y 127 metros antes de caer muerto en un charco poco profundo. Por entonces, su piel ya se había cubierto de unas grandes y dolorosas ampollas.
Más tarde lo encontrarían los escarabajos.
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Goff esperó cuando las Centinelas se desinfectaran las quemaduras y luego les ordenó que se tumbasen en las camillas al lado de los dos Kuxs ya contagiados. Quería verlos todos juntos, su nueva pequeña familia.
Obedecieron.
Un trueno ruidoso hizo sonar todo el cobertizo. Acto seguido, relampagueó. Goff de pie miraba a través de la ventana. Las tormentas le encantaban. Le llenaban de energía y le sosegaban. Se sentía fuerte y poderoso. De manera que, abrió su mente y escuchaba. A veces en este estado, semejante a la meditación, podía captar algunos rasgos de pensamientos nítidos de otras personas a larga distancia.
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La temperatura exterior bajó a –57,4ºC. La noche había entrado en su última cuarta parte. El firmamento se comenzaba a despejar y las primeras estrellas que se habían asomado, lo adornaban.
Estaba temblando y sufría de frío. El uniforme que llevaba puesto no era térmico y por eso casi no le calentaba. El casco del aerodeslizador tenía un grosor de sólo doce centímetros y además a través de dos fisuras causadas por el impacto entraba dentro el aire álgido desde afuera.
La luz roja de emergencia se apagó hace poco. Se encontraba en la oscuridad casi total. El chichón le dolía y empezaba a supurar, y cuando lo apretó, expulsaba un flujo espeso y pegajoso. También el hombro dislocado se le había hinchado y para colmo necesitaba segregar. Ese proceso tan común si uno se hallaba bajo condiciones normales no presentaba dificultad ninguna, pero ahí con la rasca tan rigurosa que hacía, significaba una tarea más que chunga.
Como sabíamos, los Xibogs tenían tres órganos de reproducción. Y si necesitaban segregar tenían que desnudarse de cintura a abajo y sentarse.
Los residuos líquidos (orina) se expulsaban mediante dos de ellos (el tercero tenía un uso muy distinto). Ese proceso duraba aproximadamente una octava séptima parte de la salida (o sea unos 20 minutos terrestres).
Nada grave se podía decir, claro. Sin embargo, si la temperatura interior dentro de la nave marcaba –25,5ºC eso sí que cambiaba un poco la situación.
Intentó calmar el temblor y se enderezó. La inclinación de la nave no le permitía erguirse completamente. Tenía que apoyarse contra las paredes y el techo usando alternativamente sus tres manos y así desplazarse a la parte trasera del aerodeslizador dónde estaba la habitación de segregación. Por su frente le corrían gotas de sudor gélido. Probablemente también tenía fiebre. ´Más tarde tengo que mirar los fármacos e intentar bajar la calentura si quiero salir de este lío más o menos bien.Śe acercó al servicio y abrió la puerta. La pared interior estaba abollada y abajo se extendía una fisura no muy grande.
Entró dentro. Debido a la poca luz no se fijó en el charco congelado que se había creado en el suelo y se resbaló. Acto seguido, se golpeó fuertemente la nuca y se desplomó.
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Las estribaciones estaban llenas de cuevas. Una de ellas habitaba un tun-cay. El ruido del impacto de la nave le había despertado. Se arrastró más profundo y se escondió en un rincón. No quería ser descubierto.
Transcurrió algo de tiempo. Seguía lloviendo. La cosa (aerodeslizador) que estaba afuera no se movía. El tun-cay salió de su escondite y sigilosamente se acercó a la boca de la cueva. Luego comenzó a escanear el terreno.
Al cabo un rato, captó una ligera diferencia de la temperatura proveniente desde dentro de la cosa. Algo vivo acechaba allá. Su cerebro primitivo, que pesaba 1,1 kg, calculó las posibilidades y llegó a esta conclusión: El ser que está dentro no puede salir por la lluvia. Es peligroso.
Y decidió esperar.
Transcurrió más tiempo. La lluvia cesó. El tun-cay escaneó de nuevo el terreno. El ser dentro de la cosa dormía. Su temperatura corporal lo indicaba. El tun-cay llegó a otra conclusión: Está herido y por eso no sale.
Se podría cazar.
Decidió esperar más.
Aún era de noche pero quedaba ya poco para amanecer.
/
Cuando cobró la conciencia, los primeros rayos del Maar ya estaban haciendo cosquillas al casco del aerodeslizador.
Lo primero que notó era el dolor pulsativo en la cabeza. Lo segundo era la humedad en sus pantalones. No hacía falta indagar la razón porque estaban mojados.
´Tengo que tomarme una medicina. Tengo que conectarme con alguien y salir de aquí.Śe levantó pesadamente. Su órgano de digestión dio un brinco y vomitó.
Luego se limpió la boca con una mano y apoyándose contra las paredes se fue a la búsqueda del botiquín.
/
El tun-cay se asomó por la cueva. La cosa se hallaba a unos 50 metros a la derecha. El ser que estaba dentro se movía, pero muy lentamente. Se escuchaba el ruido de sus pasos. Salió de su refugio y empezó a arrastrarse hacia la nave. La superficie lodosa dificultaba su movimiento.
Hurgando entre los frascos encontró Kiarr. Tragó tres pastillas en seco y regresó a la sala de mandos. Ahora con la luz diurna podía ver los daños considerables que la colisión había causado dentro: la ventana frontal estaba agrieta y amenazaba con romperse a cada momento, el monitor de un ordenador había estallado y encima la puerta corrediza estaba totalmente destrozada. Para poder salir había que utilizar la escotilla de emergencia que estaba en el techo justo al lado de un pequeño ventilador.
Se acercó a ella y probó girar con la válvula que la abría, pero esa se atascó después de dar tres vueltas.
-¡Maldita sea, caray!- maldijo en voz baja y miró a su alrededor.
En la pared colgaba un extintor de dos ganchos. Lo descolgó y golpeó con él la escotilla. Nada, la posición de la válvula seguía igual. La golpeó con más fuerza. El resultado era el mismo. De repente, se apoderó de él un arrebato de furia.
/
Los golpes fuertes y los gritos frenéticos del ser, intimidaron al tun-cay que ahora estaba a unos cinco metros de la cosa. ´
Éscóndete por si logra salir.ĺe aconsejó su instinto. És necesario cogerle desprevenido y atacar rápidamente.´
De modo que, se acercó hasta el casco plateado de la cosa y se quedó allí.
El ángulo de la inclinación de la nave no permitiría al ser que le viera.
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Dejó de gritar y arrojó el extintor a un lado. Le dolían las manos debido a los golpetazos enloquecidos. No obstante, consiguió que la válvula se aflojara un poco.
Se alejó al pasillito. Cerca del armario empotrado había una barra de hierro que servía como una palanca en situaciones de emergencia. La cogió y volvió. Después metió un extremo de ella dentro de la ranura de la escotilla y la apretó hacia abajo. La válvula crujió y la ranura se abrió un poco más. Repitió el proceso. La escotilla, por fin, se soltó y chocó contra el casco del aerodeslizador.
El aire fresco entró dentro. La temperatura exterior había subido ya a +2ºC. El Maar brillaba y el viento estaba moderado. Sujetó con la mano central y la derecha los cantos de la escotilla y pasó por ella. Gracias a sus ventosos dedos eso era pan comido.
El tun-cay se encogió y se preparó.
/
Una vez liberado, se sentía mejor. Se incorporó y observó el paisaje desolado. Luego desvió la vista y vio el morro de la nave incrustado en el saliente de la roca.
-Vaya aterrizaje-dijo y se empezó a reír, simplemente no podía evitarlo.
Cuando se tranquilizó un poco, se sentó en el casco.´Podría saltar de la parte frontal del aerodeslizador a la parte de arriba del saliente y después trepar un poco más alto. Aquí hay un bloque plano desde dónde podría probar la conexión.Śe puso en pie y fue entonces cuando el tun-cay le atacó.
Tres de sus siete colas se lanzaron desde debajo y azotaron el casco sólo a unos cinco centímetros del tobillo de Lorm. El teniente, se giró bruscamente y desenfundó. Pero el arma no estaba en la vaina. Tenía que haberlo perdido antes en alguna parte dentro de la nave.
El tun-cay salió de su escondite y arrojó otra vez las colas. Sus dos cabezas daban rugidos furiosos. Una de las colas hostigó la pantorrilla de Lorm. El dolor ardiente estalló en su pierna y él saltó torpemente a través de la escotilla adentro del aerodeslizador. La gravedad intervino y se golpeó contra la silla. Por un momento, se quedó inmóvil. Después se incorporó y comenzó a buscar el arma. Lo encontró echado en un rincón y lo tomó. Luego nuevamente pasó por la escotilla y miró alrededor. Pero el tun-cay ya no estaba.
-¿Dónde estás, cabrón? ¡Sal, que te vea!- gritó.
La respuesta vino desde atrás. Tres colas aparecieron velozmente y flagelaron su espalda. Lanzó un grito y disparó. La bala se hundió en un charco.
-¡Sal, joder! No tengo todo el día para jugar contigo.
Esta vez las colas aparecieron desde la derecha. Lorm las esquivó. Luego se inclinó un poco y apretó el gatillo. Otra vez falló. El tun-cay era rápido.
Corriendo se desplazó a la parte frontal de la nave y saltó hacia el saliente. A continuación, se sujetó fuertemente con las manos central y derecha y se flexionó hacia arriba. Jadeaba. El tun-cay se escondió tras el casco, era bastante listo. Lorm se sentó con el arma en la mano izquierda esperando.
El Maar ya había comenzado a calentar el aire. La temperatura subió a +11,5ºC y el viento seguía moderado.
Probó la conexión: -Aquí Lorm, he tenido un accidente y necesito ayuda.
Mis coordenadas son 578-285, cuadrante seis.- Emitió varias veces aquel mensaje pero sin respuesta ninguna.
´Tendré que subir aún más alto.śe dijo mohínamente, pues sabía que eso sería considerablemente peligroso.
/
Sin embargo, Goff aquel mensaje captó.
Aún estaba de pie con la vista clavada en la ventana pero totalmente ensimismado como si estuviera dormido con los ojos abiertos y sin la noción de la realidad. Los pensamientos malvados que habían nacido en su cabeza, después de su transmutación, crecían y le continuaban susurrando cosas que le irritaban y le inquietaban. Le incitaban y le instigaban:
“Hasta ahora has capturado sólo cuatro raquíticos y enfermos vasallos, pero ser EL REY de verdad, significa tener muchos siervos y dominarlos.
Manipular con ellos igual que si fueran las fichas de un ajedrez y decidir si van a morir o no. Ahora, tienes la oportunidad. Lorm está en apuros. ¡Ve a por él, encuentra su punto débil y mátalo! ¡Apodérate del mando! Luego te obedecerán. Todos los que se ríen de ti. Todos los Xibogs que menosprecian tu raza.”
Miró las camillas. Los cuerpos de Kuxs dejaron de temblar hace poco. El color de sus caras se aclaró a matiz grisáceo. La metamorfosis había entrado en su fase final.
A las dos Centinelas les pasaba una cosa completamente diferente: las convulsiones zarandeaban incesablemente sus músculos flácidos; de las bocas les caían las salivas en hilos abundantes y también a través de los ojos se filtraba un flujo transparente. Y para colmo, comenzaban a apestar.
“¡Deshazte de ellos! ¿Acaso no ves que no te servirán para nada? Y creo que tampoco les podrás manejar, son tan frágiles y tan inestables que quizás el cambio les cause daños cerebrales tan profundos e irreparables que, al final, se volverán contra ti. Y cuando menos te lo esperes te traicionarán, te apuñalarán enfrente de todos y dejarán que mueras lentamente. Y luego invitarán a los escarabajos para que te devoren.
¿Sabías que ellos son sus secuaces? ¿Sus amigos íntimos? ¿No? Pues así es y ahora se está preparando algo grande. Ya lo puedo oler desde lejos. Casi lo puedo sentir. Veo tu perdición………”
-¡CÁLLATE YA!- gritó. La cabeza le dolía y de repente, tenía ganas de vomitar y vomitar hasta que llegara su fin.
“¡Pues MÁTA A LORM y te dejaré!”
Una ráfaga leve acarició el cobertizo. Se apoyó contra la pared y respiró hondo. Ya no quería escuchar nada, ni susurros, ni murmullos, ni pensamientos. De pronto, le daban miedo. Le aterrorizaban. Le abatían.
Al incorporarse otra ráfaga de viento sacudió el tejado. Después vino una laguna negra y omnipresente y lo absorbió.
/
Sintió como el suelo se rompía debajo de sus pies. Se hundía en un pantano lleno de lodo verde y ponzoñoso. Unas manos enormes le agarraron violentamente por los tobillos y empezaron a tirarle hacia abajo para sumergirle más profundo. La respiración se convirtió en algo muy difícil. Un peso grande le comprimió aplastantemente el pecho. Las manos intensificaron la fuerza. Comenzó a gritar. El barro le entró en la boca y después a través de su faringe dentro del tórax. Se estaba ahogando. El esfínter se le aflojó, pero no lo notaba…….´me estoy muriendo´….
tic-tac/tic-tac
(el reloj del destino en el vestíbulo del infierno, en el claro de la muerte)
… su cuerpo dio una sacudida y se despertó.
Por supuesto, no estaba dentro de ninguna ciénaga. Eso era sólo el producto fantasmagórico de su mente trastornada. Se encontraba afuera del cobertizo arrastrando uno de las Centinelas (el más joven) hacia la frontera. No sabía la razón porqué lo estaba haciendo, simplemente le parecía que eso era lo correcto.
Dio varios pasos más y dejó caer la Centinela cuyas extremidades temblaban espasmódicamente a la tierra. Luego voceó guturalmente hacia la zona nocturna: -¡Venid! Vuestro amigo ya está aquí. Podéis charlar un poco. Seguramente tendréis un montón de cosas que discutir. Y cuando terminéis, ¡clavad vuestros venenosos dientes dentro de su carne infectada y comedle!
Lanzó un aullido y luego soltó una carcajada loca. Su demencia tocó el clímax. Todos los pasadizos y rincones de su cordura se habían derrumbado. Si antes existía algo bueno dentro de él ahora se pudría debajo de las capas gruesas de la insania, de la ruindad y de la alevosía.
… y renació el Rey NEGRO desde la cuna de la peste…
En ese momento, el cuerpo de la Centinela se arqueó bruscamente hacia atrás y se empezó a desgarrar en dos. Aparecieron las entrañas conforme se abría su pecho. Gemía y agonizaba. Desde su boca salían burbujas espumosas de un flujo coagulado.
Goff contemplaba esa horrible escena completamente impasible. Los pensamientos le atormentaban, le carcomían una y otra vez. Cortaban los últimos hilos que le unían con la racionalidad, le destrozaban desde dentro y le diseccionaban:
“¿Lo has visto? No valen para nada. Hay que levantar el puño y decir: ¡Se acabó! Allí te espera el reino. Sólo tienes que destronar al monarca y asumir el cetro.”
El subteniente, dio dos respingones convulsivos como si algo le hubiera espantado y se alejó. Pasó al lado del montón de Kuxs carbonizados sin ni siquiera alzar la vista, sin darse cuenta. Se dirigió al aerodeslizador, con el que había llegado el comandante Poex cuando aún podía disfrutar de su vida, y abrió la puerta corrediza. No giró la cabeza para dar una última mirada, ni para despedirse, ¡no! Simplemente entró, se sentó en la sala de mandos y encendió los motores protónicos.
La nave despegó sigilosamente. El subteniente, aceleró y programó rumbo hacia las estribaciones.
/
Metió tres dedos de su mano derecha en una pequeña cavidad y se empujó. Con su pierna derecha encontró una prominencia y la pisó esperando que aguantase su peso. Luego cambió el agarre y sujetó otra piedra que sobresalía de la roca. El sudor le corría por la cara. El Maar brillaba implacablemente y la temperatura subió a +29,3ºC. Buscó otro agujero dónde se podía asir. Ya faltaba poco, el bloque plano estaba a unos cinco metros sobre su cabeza.
Ahora venía la parte más difícil. Allí la superficie de la peña era casi lisa.
Estiró la mano central y pegó su ventosa palma en la pared. Lo mismo hizo con la mano derecha. Acto seguido, se empujó y durante un par de segundos pendía en el espacio libre colgado sólo de sus dos extremidades.
Luego chocó contra la roca y pisó un saliente. Faltaban dos metros.
El sudor le picaba en los ojos. Cambió otra vez la posición de los brazos y dio un pequeño salto. Los dedos alcanzaron el bloque plano y encontraron una oquedad. Contuvo la respiración y con toda fuerza se aupó hacia arriba. Hubo un momento que la gravedad le ganaba pero después su peso la superó.
Ahora con la mitad de su cuerpo tumbado en el bloque resoplaba profundamente. Estaba exhausto. El hombro izquierdo que antes se le había dislocado le daba pinchazos. Intentó aflojar un poco el brazo derecho pero sus zapatillas se resbalaron por el basalto plano y estuvo a punto de caer.
El tun-cay salió de su escondite, preparado para atacarle en el momento de su caída.
De pronto, una sombra grande opacó el Maar. Se acercaba un pajaroid.
Lorm lo divisó de reojo.
´¡No me jodas, que voy a morir desgarrado por este puto bicho!´ Gritó para sus adentros y a pesar del dolor tremendo tensó los músculos y comenzó a arrastrarse nuevamente por el bloque.
El pajaroid cobró velocidad. Lorm intentó apoyarse con la rodilla derecha contra la roca sin embargo, el ángulo aún era muy grande. Así que se empujó más y fue entonces cuando se le dislocó el hombro izquierdo por segunda vez.
El dolor era indescriptible. Literalmente al borde del desmayo seguía arrastrándose. No tenía otra opción. Las alas enormes del pajaroid agitaron el aire. El tun-cay abajo rugió.
(“sviiiiiiist”, un movimiento rápido y muy de cerca) Inclinó la cabeza justo a tiempo para esquivar un picotazo. El ave chocó contra la piedra y gra