Relacion Historial de las Misiones de Indios Chiquitos que en el Paraguay Tienen los Padres de la Compañía de Jesús by Padre Juan Patricio Fernández - HTML preview

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Fervor y virtud de la nueva cristiandad, premiada deDios Nuestro Señor con muchos sucesos milagrosos.

Eran verdaderamente grandes, como hemos visto, los trabajos y fatigas delos Padres en domesticar este inculto campo de la gentilidad; pero noobstante eso, les parecía nada, aunque hubieran sido sin comparaciónmucho mayores, viendo cuán bien prendía y se lograba la semilla de lapredicación evangélica, y cuán presto se sazonaba en frutos dignos delParaíso; mas en esto no quiero yo poner nada de mío, sino sólo hacerhablar á los mismos sembradores de esta semilla, que se maravillan deello y se dan el parabién con júbilos de incomparable consolación.

«En el conocimiento de Dios (dice uno de ellos) y en la observancia dela ley divina, se V.I–130 puede con toda verdad, sin rastro de encarecimiento,afirmar que esta selva de bestias y de vicios es ahora un retrato de laprimitiva Iglesia. Bendigo infinitamente las santas llagas del Redentor(dice otro) que comparada la vida pasada y presente de esta gente, sonahora tan diferentes de sí mismos, cuando eran idólatras, que parecen encierta manera reengendrados en la inocencia original.»

Añade el P. Sebastián de Samartín, Superior que fué de aquellasReducciones:

«Todo se puede sufrir por ellos, por el afecto que tienen á la fe, á ladevolución y á lo que es Dios ó de Dios.»

Pero más por extenso habla el Padre Misionero de la Reducción de SanJoseph de la piedad de su pueblo, en la Cuaresma del año de 1705.

«No es fácil de decir el fervor que estos santos días mostraron losnuevos cristianos en las cosas de Dios; oían la paladra de Dios con grangusto y no con menor fruto y compunción, de suerte que me parecía estarentre españoles muy piadosos. El acto de contricción que se usa al finde los sermones, le hacían con tanto sentimiento, que llorabanmuchísimo. El cual mostraron también en la disciplina largaverdaderamente no poco, pero noV.I–131 tanto que satisfaciese á su fervor, porlo cual costaba mucho el hacerles cesar, pidiendo á gritos misericordiaá Nuestro Señor, y repitiendo fervorosísimos actos de contricción ypropósitos de no ofender más á su Divina Majestad, principalmente en suinnato vicio de la embriaguez, del cual, con el favor de Dios, se hanolvidado totalmente, pero donde se conocía más claramente su piedad y elverdadero dolor y arrepentimiento de sus culpas, era en el acto de laconfesión sacramental á que se llegaban llorando tan amargamente que mesacaban lágrimas á los ojos y me llenaban de increíble consuelo, dandogracias á la Divina Misericordia que obra en gente de suyo tan bárbara ynueva en la fe tan prodigiosos efectos.»

Así aquel Misionero que prosigue diciendo otras mil cosas de bondad ydevoción de sus cristianos, que sirven de no pequeña confusión y rubor áquien ha nacido y vivido en el gremio de la Santa Iglesia.

Bien que por lo que toca á la pureza de su conciencia dan otrosMisioneros relación más distinta, diciendo que hacen mucho escrúpulo deretener cosa ajena por pequeña que sea, que muchas veces apenas se leshalla materia suficiente para la absolución;

que

luego

que

sien V.I–132 ten

elmenor

remordimiento de cualquiera culpa, por ligera que sea, y sólo enapariencia á veces, corren volando á llorarla delante de Dios y pedirremedio á sus ministros, aunque estén actualmente ocupados en laslabores del campo, ó de noche reposando, y singularmente se refiere deuna buena mujer que pareciéndole aún esto poca parte para mantenerseinocente, importunó tanto al cielo con sus plegarias para que la pusiesedonde estuviese más segura de manchar su alma, que al fin logró felizdespacho de sus súplicas, porque el día solemne de la Ascensión,asaltada de un accidente casi repentino, recibidos todos losSacramentos, fué por la muerte á gozar la gracia que deseaba.

Ni esta inocencia es solamente de algunos á quien Dios Nuestro Señormira con ojos más piadosos, y cuyas almas fortalece con mayor copia debendiciones celestiales, sino que es común en todas las Reducciones, álo menos en lo exterior, porque algunos de los regidores del pueblotienen por oficio sindicar las costumbres de los demás, y cuando tal vezalguno, por sugestiones de la carne se rinde al vicio sensual,vistiéndole primero de penitente, le hacen confesar su culpa y pedirperdón á Dios en medio de la iglesia, de donde llevado á la plaza, leazotan ásperamente delante de todos. V.I–133

Pero no me causa tanta maravilla la penitencia que estos culpados hacen,siendo descubiertos por ajenas diligencias, cuanto la sincera confesiónde un Cathecúmeno y de una india.

Supo aquél que un cristiano había sidocastigado con el rigor que he dicho, y parecióle tan bien esta justicia,que instantáneamente suplicó se usase con él de semejante castigo,porque yo, dijo, soy reo

del

mismo

pecado;

y

la

india,

habiendo

caídosecretísimamente en una fragilidad, no paró hasta que con gransentimiento manifestó su culpa á los Regidores, pidiéndoles con muchosruegos y súplicas se ejecutase en ella el público castigo, afirmando quele movía á hacer esto la ofensa cometida contra Dios, y el no haberseguido los ejemplos de tantos que habían resistido al incentivo de lacarne con la consideración de la presencia de Dios que en todas partesasiste, con la memoria de las penas eternas del infierno y con los otrosmedios que les han enseñado los Padres.

Y lo que es más en unos bárbaros hechos á vivir en su libertad sinfrenos de castigos y penas, que ninguno de ellos se siente de estaseveridad que se usa para corregir sus deslices. Mas lo que parecemilagro es que los Chiquitos de tal suerte han depuesto las enemistadescon los confinantes, mamadas con la leche, fomen V.I–134 tadas del genio,defendidas con las armas y hechas implacables con la sangre derramada,que cuando antes no podían sufrir ni aun ver á sus enemigos en el mundo,ahora están con ellos en una misma Reducción, viven en una misma casa ycomen á una mesa, convirtiendo los odios y rencores en otro tanto amorde unos con otros, como si no tuvieran otro padre que á Dios y todosfueran una familia de Jesucristo.

Esto pudiera parecer lo sumo de la virtud en unos cristianos nuevos sino hubieran pasado adelante á dejarse despedazar á gusto de losgentiles, por no faltar, como á ellos les parecía en un punto, á lasanta ley de Dios. Oyeron ellos que Dios mandaba no se volviese mal pormal, y que á los ultrajes é injurias, aun en la vida, no se respondiesesino con mansedumbre y sufrimiento.

A poco tiempo fueron algunos neófitos (como adelante diremos) á buscarinfieles para reducirlos al conocimiento de Dios, y encontrándose deimproviso con una Ranchería, los paisanos dieron sobre ellos con susmacanas y flechas; pero los cristianos, aunque muy animosos y bienpertrechados de armas con que fácilmente se hubieran podido defender, noobstante, por no hacerles mal alguno, se dejaron quitar las vidas. V.I–135

Otros, habiendo salido á otra empresa semejante, ni aun quisieron llevararmas consigo, y entrando en una tierra enarbolaron en ella la imagen deNuestra Señora, exhortando á la gente la hiciese reverencia; pero larespuesta que tuvieron fué ver caer sobre sí una tempestad de saetas, deque muchos quedaron allí muertos. Supieron esto los Misioneros ylloraron de consuelo pareciéndoles un prodigio de la gracia en unanación tan soberbia y vengativa.

Y á la verdad, afecto tan tierno á las cosas de Dios, horror tan grandeal pecado y á todo lo que huele á vicio, se debe atribuir á la santavida que observan y á los contínuos ejercicios de piedad que todos,indiferentemente, sin distinción de sexo ni condición, practican.

Tres veces al día, al romper del alba, á medio día y á la noche, juntoslos niños y las niñas cantan á coros distintos gran número de oracionesy decoran de memoria lo que el Misionero les ha explicado del Catecismo.

Todos los días de fiesta se junta el pueblo á oir algún punto de ladoctrina cristiana ó sermón, después de haber cantado solemnemente lamisa. Al levantarse y acostarse se encomiendan á Dios, á la Reina de losÁngeles y al Santo Ángel de la Guarda, con devotas oracionesV.I–136 que enbautizándose aprenden; de otras usan al entrar en la Iglesia y cuando elSacerdote eleva la Sagrada Hostia ó el Cáliz. Antes de sentarse á comerechan en pie la bendición, y fuera de eso no comen ninguna vianda fuerade la mesa sin que primero la bendigan con la santa cruz.

Cuando sonadmitidos á la participación de los divinos misterios, no es fácil deexplicar con cuánta devoción y tiernos coloquios se llegan á comulgar ycuánto después procuran mantener su corazón puro y limpio de toda manchade pecado.

Pudiera traer muchos ejemplos en confirmación de esto, pero por nocausar fastidio á los lectores, me contentaré con referir uno sólo.Deseaban ciertos mozos recibir el Pan de los Ángeles; mas el Padre lesdió á entender que no se lo concedería jamás si primero no corregían yenmendaban cierta libertad que tenía algún resabio de gentilismo; ellos,sin otra diligencia, obedecieron luego; y aunque les costaba no poco, seenmendaron totalmente de la dicha costumbre. Preguntóles después sihabían vuelto á recaer y admirándose mucho, respondieron que cómo eraposible ofender á su Señor después de haberle dado acogida en sucorazón.

Pero cuando estas Reducciones parecen un paraíso (dice un sujeto que lasha visto), es por V.I–137 la noche, cuando todos cantan las cosas de nuestraSanta fe, puestas en cierto modo de música muy llano, lo cual hacen losniños y niñas en las calles públicas al pie de las cruces, y los hombresen sus casas y en lugar separado de las mujeres; después rezan elrosario y concluyen esta devota función con cánticos en alabanza deCristo Señor Nuestro, y de su Santísima Madre Nuestra Señora la VirgenMaría, á quien profesan afecto tiernísimo, no llamándola con otro títuloque de Madre; todos los sábados y las vísperas de las festividadesconsagradas á su nombre, cantan la misa á son de instrumentos músicos,cuales se usan entre ellos, y jamás van á trabajar al campo ó vuelven desu labor sin que primero entren en la iglesia á hacer oración delante desu imagen.

Lo mejor de sus pobres haberes emplean en servicio de esta Señora, yquieren antes ser pobres que faltar un punto en su culto; y una vez queun Padre quería que vendiesen la cera de las abejas llamadas Opemús,que es blanquísima, y la mejor, le respondieron resueltamente: «Noquiera Dios que se expenda en provecho nuestro lo que hemos ofrecido ásu Madre Santísima, pues si nosotros nos privamos de esta cera por amorsuyo, á ella le tocará socorrer nuestra pobreza.»V.I–138

Finalmente, para última prueba de la devoción de estos nuevoscristianos, daré noticia de ciertas precesiones públicas suyas, lascuales, si á algunos parecieren menudencias de que no se debe hacercaso, digo que en otros pudiera parecer así pero no en gente para quienfué necesario un oráculo del Vaticano para creer que eran capaces de laley de Dios: «Pues los primeros descubridores de las Indias juzgaronfalsa y temerariamente que no eran racionales sino brutos, incapaces derazón; y fundados en este error los españoles de la isla de SantoDomingo y las demás, teniéndolos por animales, los cargaban tres ycuatro arrobas acuestas, los sacaban y llevaban muchas leguas y estaopinión se entendió después con harto daño de los naturales, de suerteque en Nueva España, juzgándoles imprudentemente por bestias con formahumana, los trataban como si lo fueran, negando, por el consiguiente,ser capaces de la Bienaventuranza y de los Santos Sacramentos, y llegó átanto esto, que obligó á D. Fr. Juan Garcés, primer Obispo de Haxcala,Dominico, año 1636[V.] á escribir una carta llena de piedad y erudición,informando la verdad al Sumo Pontífice Paulo III, quienV.I–139 con Breve yBula especial, definió y declaró á los indios por hombres racionales ycapaces de la fe católica, como todas las demás naciones de la Europa yde todo el mundo: Indos ipsos utpoté veros homines, non solúmchristianæ, fidei capaces existere decernimus et declaramus,etcétera.[VI.] Siendo, pues, tales los indios, que ha habido quien loshaga irracionales, aun á los menos bárbaros, y siendo estos Chiquitosunos de los de la clase de los más bárbaros ( P. Acosta in Proœm. adlib. de Procur.

Indor, salute, según lo que enseña el P. Joseph Acosta,D. Juan Solorzano, Lib. de Politic. Indian. capítulo 9, pág. 41, y elilustrísimo señor Obispo de Quito D. Alonso de la Peña Montenegro, libro2 del Itinerario in Prologo, página 141 y otros muchos autores) nadietendrá por cosa de menos monta estas señales exteriores de devoción queya refiero.»

La noche, pues, del Jueves Santo, después de haber oído un fervorosísimosermón de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se visten un hábitoacomodado á la tristeza de aquel santo tiempo; y para imitar al Redentorpenando, llevan algunos á cuestas cruces muy pesadas; V.I–140 otros se ciñen deagudas espinas la cabeza; quién atadas atrás la manos, va arrastrado portierra; quién derecho con los brazos extendidos en forma de cruz, losmás se azotan ásperamente con terribles disciplinas; cierra la procesiónuna tropa de niños que de dos en dos llevan los instrumentos de laPasión del Señor.

Después, al pie de un devoto Crucifijo puesto delante del santosepulcro, todos por su orden, con lágrimas de tiernísimos sentimientosen los ojos, le ofrecen los frutos de sus sementeras,

«llenándose entretanto (dice un Misionero) de consuelo nuestros corazones al verpostradas estas almas delante del Divino Cordero que las rescató con susangre; las cuales poco antes andaban como fieras descarriadas yperdidas por las selvas.»

La otra procesión hacen el día del Corpus, á la cual convidan lasnaciones confinantes de los gentiles; componen, pues, las calles lo másricamente que á su pobreza es posible, y en lugar de tapices recamadosde oro ó de colgaduras de damasco, adornan con ingenioso artificio lasfachadas de las casas de ramos de palma, hermosamente enlazados unos conotros; á las cabeceras de las calles levantan arcos triunfales quevisten de cuanto hermoso y florido hay en sus huertas y bosques; lomejor de V.I–141 los aderezos y bordaduras labradas hermosa y delicadísimamentede plumas, lo pone cada uno delante de su casa; y á fin de que todas lascriaturas, aun irracionales, rindan homenaje y tributo de reverencia alcomún Señor de todas, salen días antes á caza de pájaros y de fieras,aunque sean tigres y leones, y bien atados los ponen en el camino pordonde ha de pasar el Santísimo Sacramento, y juntamente arrojan por elsuelo el maíz y las demás semillas de que han de hacer sus sementeraspara que sea bendito de Dios y las haga multiplicar á la medida de sunecesidad; pero lo mejor de esta devotísima fiesta es la tiernísimadevoción y fervor con que acompañan aquel trabajo á gloria de suCriador.

Y no piense nadie que Dios Nuestro Señor se deja (á modo de decir)vencer de la piedad de estos sus nuevos fieles, antes bien parece, pordecirlo así, que ha andado con ellos á competencia, de suerte que,cuanto ellos más se emplean en su servicio, tanto más les retorna yrecompensa con beneficios, porque como por experiencia sabemos, sueleser sobremanera amoroso y benéfico en la primera formación de aquellos,que escoge para cimientos de alguna nueva Iglesia entre infieles y usamás largamente en provecho suyo de sus bendiciones, no sólo V.I–142 en lasnecesidades espirituales, sino también en las corporales.

Perdíanse una vez los sembrados por falta de agua, y apenas la pidieronlos neófitos, cuando rompió en abundantísimas lluvias.

Hacía gran estrago en la gente del pueblo de San Rafael una pestilencia;corrió luego el pueblo á la iglesia á pedir á Dios misericordia, y alpunto cesó el contagio, de suerte que ninguno de los tocados de él murióen adelante, ni de los sanos enfermó alguno.

Había también aquí gran carestía de víveres, por cuya causa algunasbuenas mujeres representaron á Dios su necesidad, diciéndole la una:«Señor y Dios Nuestro Jesucristo, dadnos qué comer, porque si no nosmorimos.» Y otra: «Señor ¿queréis que me muera? Mirad que me estoycayendo de hambre», y aquel año fueron abundantísimas las cosechas.

Habían de ir al monte los cristianos del pueblo de San Juan Bautista áhacer provisión de carne, pero por no haberse concluído la fábrica de laiglesia se quedaron trabajando por acabarla de fabricar con todaperfección, fiándose de Dios que los proveería como de hecho sucedió,porque de allí á poco salieron del bosque muchos jabalíes en tropas; ypara que claramente se conociese que era cosa de Dios, se pararonV.I–143

juntoá la Reducción, para que la gente pudiese á su salvo matar los que eransuficientes para socorrer á su necesidad.

Pero sería nunca acabar si quisiésemos referir una por una las finezasque Dios Nuestro Señor ha usado con ellos. Sea solamente última pruebade ellas que estiman más estos neófitos un rosario que cualquiera otracosa, por hermosa y preciosa que sea, y con razón, porque le sirve de unseguro reparo y escudo en las desgracias y peligros que encuentran ensus caminos; y los nombres santísimos de Jesús y de María, los hanlibrado muchas veces de evidentes riesgos de ser hechos pedazos de lasfieras.

Referiré

un

solo

caso,

digno

entre

los

otros

de

particularmemoria.

Andaba á caza por un bosque cierto cristiano llamado Diego, digno de sernombrado por la santa vida que observaba, cuando de improviso vió venirhacia sí una tigre que andaba también por allí á caza, y no se podíaescapar el indio sin que ella le despedazase; antes le acometió con tangran furia para despedazarlo, que no le dió lugar más que á invocar lospoderosos nombres de Jesús y de María, á cuya invocación la fiera, queya le tenía entre sus garras, le soltó y se volvió hacia atrás sinhacerle otro daño que unos rasguños bien ligeros en la V.I–144 cara y en losbrazos para memoria del milagro y del beneficio de haber recibidosegunda vez la vida de mano de la Santísima Virgen; porque habiendoenfermado poco antes y no podido sanar por más medicinas que, según laposibilidad, se le habían aplicado, sólo se afligía por no poder ayudará la fábrica de la Iglesia; volvióse, por tanto, á la Madre demisericordia, pidiéndola con instancia la salud, y al día siguiente,libre de toda enfermedad, se fué á trabajar á la obra, predicando conlas palabras y mucho más con el ejemplo, la devoción con la reina delcielo.

Esta merced fué en provecho de uno solo; pero otra fué hecha á un puebloentero en señal de agradecimiento. Retirábanse una noche, acabado derezar el rosario, á sus casas, cuando de repente descendió del cielo unglobo de luz que esparció por el contorno sus rayos y llenó á un mismotiempo sus corazones de júbilo y reverencia; y que esto fuese cosa másque natural lo demostraron los efectos causados en aquella santacristiandad.

Verdad es que, como siempre sucede, entre tantos buenos no faltabanalgunos malos y perversos que hacían más aprecio del cuerpo que delalma; pero Dios Nuestro Señor usó con ellos del poder de su brazoomnipotente, yaV.I–145 ablandando durísimos pecadores con modosextraordinarios y singulares, ya castigando tal vez con los azotes de sujusticia á los obstinados que á buenas no se rendían, haciendo con esoque otros que lo veían abrazasen la ley de Dios.

Referiré aquí algunos pocos sucesos de estos más dignos de memoria. Ysea el primero un cierto indio llamado Santiago Quiara, el cual,llevando mal el apartamiento de una concubina suya que había dejado enel bautismo, volvió á admitirla en su casa. Pero luego le fué Dios á lamano con una enfermedad que, privándole de la luz del cuerpo, desterróde su alma las tinieblas del pecado. Hiciéronsele, pues, dos nubes enlos ojos que creciendo poco á poco le privaron totalmente del uso deellos; y por más que la caridad de los Padres se fatigó en aplicarleremedio, no pudo aprovecharle de nada. Con esto entró dentro de sí eldoliente, y adivinando que la causa de esta desventura no era otra cosaque sus pecados, se volvió con mejor consejo al médico divino,suplicándole vivamente le diese remedio, no tanto á él, que no lomerecía, cuanto á su familia, que alrededor de él lloraba sin tener unbocado de pan que llevar á la boca. Estando una noche en su casaexaminando sus pecados y pensando enV.I–146 las miserias de su vida,prorrumpió en esta fervorosísima súplica á Cristo, Señor Nuestro, y á subeatísima Madre.

«Oh, Jesús mío, tened misericordia de mí (así puntualmente lo refirió élá todo el pueblo, á quien por orden de los Padres manifestó su milagrosacuración). Oh, Jesús mío: aunque no lo merezco, perdonadme mis pecados,y restituidme el uso de mis ojos; reconozco, Señor, y confieso que estetrabajo es justísimo castigo de mis culpas; pésame en el alma dehaberlas cometido, y propongo de nunca jamás volver á caer en ellas.Virgen María Madre de Dios y mía, aplacad la indignación de vuestroSantísimo Hijo y alcanzad á mi alma el perdón de mis pecados y á micuerpo la vista perdida. ¡Oh, Dios y Padre mío!

movéos á misericordia ypues podéis tan fácilmente, concededme la gracia que os pido, que yoprometo de jamás ofenderos en adelante, y de observar perfectamente, conla diligencia que me fuere posible, vuestra ley santa.»

Mientras así estaba llorando delante de Dios, oyó una voz, como de quienestaba enojado, que hablaba con él y le decía:

«Por tu amancebamiento y por las confesiones mal hechas, te hasobrevenido esta desgracia.»V.I–147

Al oir estas palabras, que le penetraron hasta el alma, salió como fuerade sí, y en aquel punto se vió cercado de una luz tan bella, que la delsol, en su comparación, era muy tenue y despedía una fragancia tan suaveé incomparable con ninguna cosa odorífera de la tierra, quemanifiestamente se conocía que era don del cielo; sus carnes se lepusieron tan delicadas como de un niño recién nacido, y se movía contanta agilidad como si estuviera despojado de la pesada carga delcuerpo.

Respondió entonces el hombre, deshaciéndose en lágrimas de consuelo yjuntamente de dolor:

«Confieso, Padre y Señor mío, mis pecados, que dejé mi legítima mujer yme volví á mi antigua amistad, de que fuertemente me pesa. Así es (oyóque le replicaban) confiésate y haz penitencia de tus culpas.»

Desapareció la visión; y vuelto en sus sentidos, se halló perfectamentesano.

Pero mirando la fealdad de su cuerpo y la vileza de este mundo comparadacon lo que había visto y gozado, deseaba haberse verdaderamente muerto,y no sólo en apariencia, sino en realidad para continuar en el gozo detanto bien, y se ponía las manos sobre los ojos, que bellos y claroshabía recobrado, para que no fijasen la vista en las miserias de acáabajo; y V.I–148 hasta hoy día, cuando se pone á pensar en este su éxtasis úotro alguno se le trae á la memoria, no puede contener las lágrimas ysollozos.

Fué notable el fruto que causó este milagroso suceso; apenas quedóhombre de conciencia que no ajustase de nuevo todas las partidas conDios con una confesión general; pero quien experimentó mayores losefectos fueron los dos pueblos de San Joseph y de San Francisco Xavier,que muchas veces le habían consolado y servido en aquella enfermedad.

La mudanza de vida que hizo este afortunadísimo neófito, fué la que sepodía esperar de la gracia del Espíritu Santo, que le había tanabundantemente entrado en su corazón.

No fué menor el efecto (aunque sí diverso el modo) de convertir á unhechicero y gran familiar del demonio. Este, pues, sacado del montedonde vivía como bruto por el infatigable celo del P. Lucas Caballero,apenas había puesto el pie en la reducción de San Joseph, cuando cayóenfermo; é imaginando que aquellos dolores eran otros lamentos ysúplicas de su alma, hambrienta de los placeres y deleites pasados, secondenó á sí mismo de demasiado ligero, y poco á poco se volvió á suspensamientos antiguos, y en sus deseos se volvió infiel en su corazón, ópor mejor decir, bestia. V.I–149

Una noche, pues, ardiendo más en tales deseos, que con la fiebre queinteriormente le abrasaba, sintió que se acercaba una como multitud degente que hacía gran estruendo y ruido, y era una cuadrilla de demoniosque huía de la iglesia maldiciendo aquel santo lugar y á los neófitosque en él se estaban disciplinando, y llegándose á su choza le dijeron:

«Mira, mira cómo se azotan los indios; ¿no ves con cuánta razón tepredicamos que no te dejes engañar de las patrañas de estos malvados?(decíanlo por los Padres); líbrate tú de esto volviéndote á tu bosque,porque sino descargaremos sobre tus espaldas los mismos azotes.»

El indio enfermo no vió á los demonios, sino sólo una sombra espantosade donde salía tan perversa admonición. Pero erraron esta vez, comootras muchas veces, sus tiros los demonios porque en lugar de salir consus intentos, perdieron la presa; llenóse el miserable todo de pavor, ymiedo, porque el corazón le decía que esta era cosa del infierno, y nosabía cómo echarlos de sí; había oído decir que los dulcísimos nombresde Jesús y de María tenían poder contra esta canalla, pero no seofrecían á la memoria, hasta que después de mucho trabajo se leofrecieron y los pronunció: entonces los demonios, como si se vinieseabajo toda la casa, huyeronV.I–150 con gran furia, y él, curado en el alma desus liviandades, entró por el camino de la salvación, con más firmespropósitos y más seso que antes; y con tal mudanza y arrepentimiento desus yerros, que estando aún con la fiebre se levantó de la cama y fuécorriendo á echarse á los piés del P.

Caballero, y con más lágrimas quepalabras le pidió el santo bautismo.

Estos dos casos que he referido no fueron más que visiones, una deconsuelo y otra de terror, para mejorar el alma á los dos á quienes semostraron. Más caro les costó á los dos siguientes el obstinarse contralas saludables admoniciones de los Misioneros: El primero, cristiano recién bautizado, enfadado de vivir como hombre yen la ley de Cristo, en el pueblo de San Rafael, se huyó entre losinfieles, y como es tan violento el vivir sin ningún gusto, no gustandoél ya más de Dios, le fué fácil al demonio inducirle á tomar otrodeleite, y le ofreció al punto ocasión cómoda y oportuna en una mujer demala vida, con quien había estado mal amistado en su gentilidad.

El Misionero de aquella Reducción, que con sus sudores había ganadoaquella alma para Dios, envió al punto tras él á algunos fervorososcristianos, que habiéndole alcanzado en una Ranchería de infieles, lereconvinieron conV.I–151 la promesa que había hecho á Dios en el bautismo ycon la palabra que había dado á los Padres de quedarse en el pueblo deSan Rafael. Él, disimulado, los recibió con una falsa alegría en elsemblante y con palabras fingidas, que ya tenía premeditadas; y, óporque esperase apartarlos de la fe y hacerles renegar ó porque pensópor entonces contemporizar con ellos, les quiso prevenir un expléndidobanquete; para eso se fué á caza, y habiendo muerto un animal, mientrasalegre y contento pensaba cómo llevar al cabo su designio, oyó hacergran ruido detrás de sí, como de quien quería embestir á otro; helóselela sangre con el susto al miserable, y tenía razón, porque era unavíbora de desmedida grandeza que venía á dar sobre él y matarle; vueltoen sí y cobrando aliento, levantó la macana y la detuvo con un golpe.Irritada de esto la víbora, procuró con más furia agarrarle por elpescuezo; retiróse él