Relacion Historial de las Misiones de Indios Chiquitos que en el Paraguay Tienen los Padres de la Compañía de Jesús by Padre Juan Patricio Fernández - HTML preview

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«¡Ay, desdichado de mí, que no quise creer á los Padres! ¡Qué penas, quédolores, qué grandes é insufribles tormentos padezco por haber ofendidoá Dios, sin hacer caso de su doctrina y de sus ministros que lapredicaban! ¿Estos suplicios no han de tener jamás fin? ¡He de padecer yllorar eternamente, sin esperanza de alivio! ¡Felices mil veces vosotrosque podéis esperar la eterna bienaventuranza, y libraros de esteinfinito piélago de amarguras y de las manos de los verdugos, peores quelas mismas penas!»

Esto que ves del desventurado fin de este desdichado (le dijeron losángeles) refiérelo á tus paisanos, y diles que también está en elinfierno el cacique Miguel Matoquí (era éste de nación Piñoca y de losprimeros que sujetaron la cerviz al yugo de Cristo; pero enfadado devivir con las reglas y leyes del cristiano, se huyó entre los gentiles,llevando consigo sus hijos y su mujer; la cual, no pudiendo hacer porentonces otra cosa, le siguió, volvióle de nuevo á San Francisco Xavierel P. Caballero, pero siempre perseveró él en sus primerospen V.I–166 samientos, y en el corazón era gentil, aunque en la apariencia semostraba hombre cristiano.) En la última enfermedad recibió los SantosSacramentos por no dar qué decir; pero en la agonía mostró que, así comohabía vivido como bestia, también como tal quería morir; también secondenó el malvado hechicero Poó, el cual está en lo más profundo delinfierno, atormentado horriblemente por dos demonios, que fueron susinseparables compañeros

mientras

vivió,

y

por

instigación

suya

pretendiódesacreditar la buena fama de los Padres y vituperar la santa ley deDios, incitando á los más neófitos que podía á apostatar y volver á susantiguos vicios.

Da también noticia á los tuyos (prosiguieron los ángeles) de aquéllosque se han salvado y gozan ahora de la eterna bienaventuranza en elParaíso. Salvóse Andrés Zurubi, que después de tres días de Purgatoriovoló al cielo (vivió este neófito una vida ejemplarísima; en lasprivadas disciplinas de los viernes y en las públicas, que en ciertosdías del año en las principales solemnidades se hacen por las calles,era el primero en la frecuencia de los Sacramentos, en las oraciones, enla iglesia y al pie de las cruces contínuo; lloraba tan amargamente suspecados, que no pocas veces sacaba lágrimas á los ojos de losmisioneros; llevó la última enferme V.I–167 dad con grandísima paciencia,mostrando en ella grandes y encendidos deseos de morir para ver á CristoNuestro Señor, sabiendo el buen trueque que muriendo hacía cambiandoesta breve y miserable vida por la eterna y bienaventurada. Estando álos últimos, le envió un Padre la imagen de San Francisco Xavier paraque le pidiese la salud; pero él, en lugar de pedirle la vida, lesuplicó que si aún no se le había llegado su hora, le alcanzase luego deDios se le llegase; y en efecto, fué al punto oído, porque mientrasexplicaba al glorioso apóstol sus deseos, plácidamente espiró; ypreguntando al niño que le había llevado la santa imagen cómo estaba elenfermo, respondió llorando que ya había muerto; y con un modillo, ámanera de quien estaba enojado, añadió: «¿Y cómo no había de morir, sipidió él ir á ver á Jesucristo y Su Madre Santísima?»

Vive también (le añadieron sus guías) en la celestial Jerusalén connosotros Agustín Zurubi y su buena mujer, por medio de los grandes yardientes deseos que tuvo siempre de ver á Dios (era el Agustíncristiano de buen corazón, devoto, humilde, obediente y de concienciadelicada; asaltado de la última enfermedad, gastaba el tiemposolemnemente en rezar el rosario, y en tiernos coloquios con Dios y conlaV.I–168 Reina del cielo; y en la hora de su muerte vió algunos espíritusbienaventurados que le convidaban al Paraíso, de lo cual dió aviso él áun compañero suyo, y con los nombres de Jesús y María en la boca entregóel alma á su criador. La mujer, desde que recibió el santo bautismo,vivió como un ángel, y el confesor no hallaba en ella materia de quéabsolverla).

Exhorta á sus paisanos (prosiguieron los ángeles) que tengan granrespeto y reverencia á los Misioneros, ministros de Dios, y á que,depuestas y olvidadas las discordias y rencores, se amen como buenoscristianos.

Explica al pueblo la terribilidad de los suplicios eternos, porque nopocos perseveran todavía, obstinados en sus vicios, y se hacen sordos álos avisos de los Padres y al llamamiento de Dios.

Dí que se mude cuanto antes la Reducción á paraje más vecino y cercano álos infieles, porque Jesucristo, por la desobediencia de los tuyos haenviado aquí la peste y nunca cesará hasta que os rindais de buena ganaá su voluntad, pues es cosa fuera de razón que los obreros Evangélicospierdan el tiempo en cultivar pocas almas, mientras se pierden tantosmillares por falta de quien les enseñe el camino de salvación. V.I–169

Dí á los cristianos que fueron á anunciar el Nombre de Dios á losinfieles, que su misión agradó mucho á Jesucristo, y que por lostrabajos é incomodidades que en ella sufrieron, les tiene prevenido enel cielo un premio incomparable; que no teman nada las saetas, lasmacanas y la muerte á manos de los gentiles, porque recibirán de Diosgloria y galardón correspondiente; y para que se te dé crédito y fe,verás ahora alguna cosa de la eterna bienaventuranza.

Entonces, en un momento, desapareció el condenado y aquellaterribilísima representación del infierno, y luego le pusieron losángeles á las puertas de la Celestial Jerusalén, de tal riqueza yhermosura, cual las pinta el apóstol San Juan en su Apocalypsi.

Apenas había metido dentro el pie, cuando le salieron al encuentro dosbellísimos jóvenes, trayendo en las manos cruces resplandecientes, loscuales le introdujeron en un ameno jardín, donde por la fragancia de lasflores, que no se puede comparar con ninguna de acá, y con la belleza delo que veía, estaba como en extásis admirado; y siendóle presentada unafruta semejante á la granada, con sólo llegarla á sus labios, se leinundó el corazón de tanto gozo y consuelo, que creía que en él estabalo mejor y aun el todo del don de los ciudadanos del cielo; pero V.I–170 le fuédicho al oído, que estaba muy lejos el piélago de la bienaventuranza, enque engolfándose los Bienaventurados, se hallan plenamente hartos,satisfechos y contentos; y que lo que tenía delante, no era otra cosamás que un asomo, una muestra de lo que quedaba que gozar, bueno y sólopara hacer bienaventurados los sentidos, y la inferior porción delhombre, incapaz de los deleites que trae consigo al entendimiento elconocimiento y la vista clara de la divina esencia.

No acababa el buen Lucas de echar los ojos por todas partes, donde veíanuevas delicias y bellezas; y hubiera querido detenerse algún tanto aquíó pasar adelante, pero le atajó sus designios y embarazó su gusto unescuadrón de espirítus bienaventurados; y el más autorizado entre ellosque en el aire del semblante, en la majestad de sus pasos y en la cruzresplandeciente que traía, creyó era príncipe de la milicia celestial;el cual, volviéndose á mirar á Lucas, le dijo con palabras algo severas:

¿Y tú? ¿Cómo estás aquí? ¿Te has confesado? Respondió que sí, á queañadió: ¿Y estos tres pecados? y nombróselos.

Enmudeció el pobre, porque decía era verdad, que no había hecho caso deellos en la confesión, por ignorancia suya.

Entonces le dijo el ángel: Estos afean mucho V.I–171 tu alma, y la impiden elvenir á gozar cara á cara de la vista de Dios. Dí á la gente, que no hayotro modo de venir al cielo, sino manifestando sinceramente las culpasen la confesión, como os lo dicen los Padres; las cuales palabraspronunció con tanta fuerza y eficacia, que como un gran trueno lehicieron temblar todo.

Con esto dió la vuelta con sus compañeros y hubiera querido el neófitodetenerlos para ver más de cerca las cosas tan grandes que había oídodecir de Dios y de su gloria, y ver aquel inefable prodigio de cómo lasalmas son bienaventuradas, no menos porque se ven en Dios que porque vená Dios en sí mismo; pero aquel príncipe le hizo entender que ninguno queestá feo con la culpa podía mirarse como en un espejo en Dios, ni hacerde sí mismo espejo en que se mire Dios; antes que saliese de allí yvolviese acá para borrar con la penitencia y confesión aquellas culpas.

Despidióse, pues, el pobre hombre de aquel dichosísimo lugar, mas cuandoempezaba á entrar por el primer camino, vió que le salía al encuentro laReina del cielo, servida de gran multitud de santos, que despedía de surostro tantos rayos y resplandores, que quedó pasmado de la belleza yatónito de la majestad de su semblante; y saludándole su Majestad á élen suV.I–172 lengua, con aire de enojada le preguntó qué llevaba colgado alcuello.

Este rosario no es tuyo, sino de mi hijo (y nombró al mancebo áquien Lucas se lo había quitado por fuerza), el cual, en premio de haberacertado con la saeta al blanco, quiso más mi rosario que otras cosasque se le ofrecían; vuelvéselo cuanto antes, porque con esta tuviolencia le causaste gran pesar; y al decir esto desapareció, y susconductores ó guías le volvieron al mundo, y encontrando á cada pasotropas de espíritus infernales que andaban discurriendo y ahullando ámanera de lebreles que andan en busca de las fieras, se llenó todo deespanto y horror.

Llegado junto á su cuerpo, que poco antes había dejado, no le pareciómás que una disforme masa de barro y se maravillaba consigo mismo y noacababa de creer que aquél era en quien poco antes ejercitaba todas lasoperaciones y facultades naturales, y no cesaba de lamentarse y quejarsecon sus compañeros, sino que éstos, sonriéndose, le dijeron: Aquí conocerás qué cosa eres tú, cargado de esta vil y hendiondamateria.

Con lo cual al punto se desaparecieron de sus ojos, se acabó la visión yLucas Xarupá, ó por mejor decir, su alma, volviendo á entrar enV.I–173 sucuerpo como si despertase de un profundo sueño, ó como él decía, como siresucitase, su primera diligencia fué hacer llamar al dueño del rosario,y pidiéndole perdón de la injuria, luego en aquel punto se vió libre dela fiebre que aún duraba.

Quedaron atónitos los circunstantes de que con tan leve remedio sehubiese librado de aquella penosa enfermedad; mas cuando oyeron lo quepor orden de Dios les refirió, fué increíble la conmoción, las lágrimasy el fruto; ni se quedó aquí solo, sino que en donde quiera que llegó lavoz de este suceso se vieron los mismos efectos; y quien era bueno sealentó á perseverar, y quien malo, con la memoria de aquellos suplicios,corrigió el humor pecante que en él predominaba. Y el resucitado comenzóuna vida tanto mejor, que si antes era bueno, después era un santo.

Quédame ahora, por fin y remate, que decir algo del celo de estos buenoscristianos en anunciar la ley divina y llevar la luz del Evangelio á losque aún duran en las tinieblas y vicios del gentilismo; parece que noviven contentos en la nueva vida que han empezado á profesar si no traená otros á gozar del mismo bien.

Para prueba de lo cual, daré el primer lugar á los Misioneros, que, comotestigos de vista y V.I–174 de experiencia, no acaban de hablar de esteparticular.

«En este caso, y con otros milagrosos sucesos (así concluye una cartasuya un Misionero de la Reducción de San Francisco Xavier, después dehaber escrito la visión que poco ha referí), se ha encedido en estepueblo un gran fuego de caridad y de celo, para llevar el nombre de Diosá los infieles sin hacer caso de os trabajos y fatigas y de la muerte,con que han de encontrarse á cada paso.»

«La fe, á Dios gracias, va cada día en aumento (dice otro) y deseanmuchísimos, sin hacer caso ninguno de su vida, introducirla en losgentiles circunvecinos.

«Estoy esperando (escribe el P. Caballero) á ciertos neófitos que el añopasado recibieron el santo bautismo, los cuales, movidos á compasión desus paisanos se ofrecieron á ir allá para reducirlos al rebaño deCristo, para que sean participantes del bien de que ellos gozan.»

Así cuentan de un tal indio llamado Ignacio que no sabe vivir sin andaren busca de infieles y ganando almas á Cristo; y el P.

Juan Bautista deZea, en su ida á los Zamucos, le escogió por capitán de los demás, y áél singularmente fiaba los negocios más graves del bien de aquellagente.V.I–175

Otro tanto escribe el P. Agustín Castañares de otro indio del pueblo deSan Rafael, llamado Antonio, que procuraba librar cuantas almas podía delas garras de los Mamalucos y ponerlas en cobro en su Reducción.

Apenas se serena el cielo, después del tiempo de las lluvias, cuandoluego se previenen para sus misiones, y se tiene por dichoso quien máspadece y quien más almas trae al conocimiento de Dios, y gastan en estaempresa tres y cuatro meses, hasta que encuentran paraje donde poderhacer cosecha de almas.

Después es cosa de ver las fiestas y alegrías que hace el pueblo altiempo de su vuelta, y la caridad y amor con que reciben á sus nuevoshuéspedes, aunque sean antiguos, implacables enemigos suyos, mueven ádevoción y á lágrimas á los Padres.

Dánles parte de su pobreza, admítenlos en su casa y quisieran meterlostambién en su corazón, de suerte que presto se olvidan los bárbaros desu nativo suelo y se enamoran de la santa ley divina, de la cual ven ensus huéspedes ingerida tan bella virtud entre hombres tan salvajes comoellos, pues es un gran milagro que aun en las necesidades extremas usen,cuando son gentiles, de piedad unos con otros, aun aquellos á quien laNaturaleza ha es V.I–176 trechado con los fuertes lazos de la sangre.

Y á la verdad, esta nueva cristiandad se debe á sí misma gran parte desu esplendor y aumento; pues se extiende á tanto su ardiente celo que,sin reparar en peligros evidentes de la vida, se entran por las selvas,ya solos, ya con los Padres Misioneros, á solicitar la conversión de losinfieles, siendo ya más de ciento los que han derramado su sangre yofrecido gustosos sus vidas por dilatar los reinos de Jesucristo entreaquellas bárbaras naciones.

Como lo verá claramente quien atentamenteleyere esta relación.

Y ayuda Nuestro Señor á estos sus siervos muchas veces, aun conmilagros, á fin de confirmarlos más en la fe y de que viéndolos losinfieles corran á pedir el bautismo.

Contaré dos solos por no alargarme ni cansar á los lectores.

El primero es de ciertos neófitos que habiendo salido á llevar el nombrede Dios á una Ranchería de indios Penoquís, mientras que con fervor deespíritu exhortaban á aquellos bárbaros á dejar su patria, abandonar elgentilismo y entrar en el rebaño de Cristo, vinieron algunas mujeresespantadas, gritando: «Desgracia, desgracia, que el agua de una lagunacercana que servía para el abasto del pueblo ha V.I–177 bía tomado forma y colorde sangre», pronóstico para ellos de mala ventura.

Empezaron luego los paisanos á discurrir sobre el caso haciendo diversasinterpretaciones, según la pasión de cada uno; mas los cristianos alpunto les descifraron el caso, diciendo que aquella era fraude y trazadel demonio para apartarlos de que abrazasen la ley del verdadero Dios,y en señal de eso fueron allá todos juntos, y vista la extraña mutación,tomando los cristianos con gran fe el rosario en la mano, bendijeron elagua y le metieron dentro de ella; al punto, desvanecida aquellaapariencia, volvió el agua á su antiguo color y sabor que antes tenía.

Aún es más maravilloso otro caso que sucedió á estos mismos, los cuales,repartidos por muchas Rancherías distantes unas de otras cosa de unalegua, juntaban gente para reducirla á la santa fe y conducirla á laReducción.

Vieron que allí cerca se levantaba en alto gran nublado de humo y grandefuego, sin saber de dónde venía ni quién le hubiese encendido (y porventura también esta fué astucia del enemigo infernal), y que venía ádar sobre ellos; y porque hacía gran viento se podía mal asegurar lavida y la hacienda con la fuga; y más que las llamas prendían ya en laprimera Ranchería.V.I–178

Entonces los paisanos, todos juntos, recurrieron á algunos neófitos,rogándoles con lágrimas en los ojos que si eran verdaderas las cosas queles predicaban de Cristo y de su Santísima Madre, los llamasen ahora ensu ayuda en lance tan peligroso; y puestos todos de rodillas pidieron áDios favor y misericordia, prometiendo los infieles recibir el bautismoy su santa ley.

¡Oh, caso milagroso! El fuego pasó adelante sin hacer el menor daño enla casa donde se habían recogido, y ellos lo tuvieron induvitablementepor milagro, porque la dicha casa estaba en el centro del lugar y todaslas otras se redujeron á ceniza. Ni paró aquí el prodigio, porqueacercándose el fuego á la segunda Ranchería puso á sus moradores en granespanto; mas los cristianos echaron luego mano del remedio. Hallábaseaquí el capitán de todos, quien llevaba la imagen de la reina del cielo;á éste, pues, ordenaron que saliese á encontrar el incendio y le pusiesepara defensa la santa imagen delante de su furia.

¡Cosa maravillosa! Partiéronse por medio las llamas sin hacer allí elmás mínimo daño, siendo así que todas las casas eran de paja. Y paraprueba más manifiesta del milagro se llegaron las llamas á una casa yformaron sobre ella un arco, pero sin lesión alguna. V.I–179

Con esto se confirmaron los cristianos en la fe y en la devoción á laMadre de Dios, y los bárbaros, vencidos más del prodigio que de supromesa, se alistaron en el número de los fieles. V.I–180

CAPÍTULO VIII

Preténdese descubrir el río Paraguay para comunicarseestas Misiones con las Reducciones de los Guaraníes.

Desde los primeros años en que se dió principio á la Conversión de losChiriguanás y Chiquitos, con intento de penetrar al Chaco para reducir ánuestra santa fe las naciones que viven en el vastísimo espacio detierra que hay entre Torija y el Paraguay, se juzgó siempre llevar alfin pretendido, el abrir camino por aquel río y hacer escala á lasMisiones del Paraguay ó Guaraníes, á fin de que fuesen más fácilmenteproveídas estas Reducciones de los Chiquitos, y los nuestros tuviesencomodidad de conferir á boca con el Padre Provincial y recibir lossocorros más oportunos á su necesidad, fuera de que no sería menor elconsuelo de los Provinciales en ver las fatigas y sudores de sussúbdi V.I–181 tos en la conversión de los gentiles, y acabar en poco menos de unaño la visita de esta tan vasta provincia; pues cuando ahora esnecesario caminar dos mil y quinientas leguas para visitarla toda,descubierto este camino por el río Paraguay, sólo se andarían mil yquinientas leguas en visitar Misiones y provincia.

Consideradas estas utilidades, han puesto por obra los medios másconcernientes al fin pretendido, aunque por secretos juicios de Diosnunca se pudieron llevar á cabo, sino después de mucho tiempo, y eso sinfruto.

Pero no por eso debo pasar en silencio las fatigas y trabajos que enesta empresa padecieron y sufrieron nuestros Misioneros, por noprivarlos de aquella gloria, que aun acá en la tierra se debe á quientodo se ocupa en promover la gloria Divina.

Dije ya arriba que el principal motivo de fundar la Reducción de SanRafael junto al río Guabys fué por la vecindad con el río Paraguay, ácuyo descubrimiento partieron por el mes de Mayo del año de 1702 los PP.Francisco Hervás y Miguel de Yegros, llevando por guías, ó como aquídecimos por vaqueanos, cuarenta indios, sin otra provisión que laconfianza en Dios y fiados en la protección de la Reina del cielo y delos Arcángeles San Miguel y San Rafael. V.I–182

Ni les salieron fallidas sus esperanzas, porque en todo el viaje sehallaron provistos de montería y de pesca con tal providencia, que enlas mayores angustias era más abundante y de mejor cualidad el socorro.

Llevaban consigo un Cathecúmeno, de cierta nación, que los años pasadoshabía sido impedimento para descubrir este río; procuró éste con grandeeficacia que sus paisanos recibiesen la ley divina, y que los Misionerosfuesen recibidos y bien tratados en tres Rancherías, de Curuminas,Batasiz y Xarayes, donde se quedó, por estar mal proveído de ropa y porhabérsele clavado una espina en un pie, y después de pocos días pasó ála otra vida sin recibir el Santo Bautismo, siendo así que se habíaempleado con fervor en que otros lo recibiesen.

Vencidas, pues, muchas dificultades y pasadas no pocas incomodidades quese hicieron precisas por haber de caminar por espesos bosques y agriasmontañas, y pasar pantanos y lagunas, á más del contínuo susto y temorde caer en manos de enemigos, llegaron á plantar una cruz en las riberasde un río, que juzgaron era el del Paraguay, ó á lo menos un brazo de él(en lo cual padecieron grande engaño, porque no era río, sino un granlago que iba á rematar en un espesísimo bosque de palmas). V.I–183

En este ínterin maquinaron ciertos indios dar la muerte á su salvo á losPadres cuando diesen la vuelta por sus tierras; pero disuadidos de estatraición por otros de mejor conciencia, les salieron al encuentro y sefueron con toda la gente de aquellas Rancherías en compañía de losPadres al pueblo de San Rafael, donde tomaron casa.

Con la noticia de este descubrimiento, determinó el P. Joseph de Tolú,Superior á la sazón de estas Reducciones, que veniese á la provincia elP. Francisco Hervás á dar esta noticia al Padre Provincial Lauro Núñez,que ya segunda vez la gobernaba.

No se puede creer el júbilo y gozo que éste tuvo con semejante aviso; ycon toda presteza escogió cinco Misioneros antiguos de los Guaranís, conun hermano coadjutor, para que por la banda del Paraguay descubriesen elcamino que ya juzgaban se había descubierto por la banda de losChiquitos. Estos fueron el P.

Bartolomé Ximénez (que habiendo idoProcurador á Roma de vuelta á esta provincia, voló, cargado de años ymerecimientos al cielo, el día 22 de Julio de 1717 en el puerto deBuenos Aires), los PP. Juan Bautista de Zea, Joseph de Arce, JuanBautista Neuman, Francisco Hervás y el hermano Silvestre González.V.I–

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Y porque á alguno no le desagradará leer los sucesos de este viaje,tomaré el trabajo de transladar fielmente una relación diaria de todo loque hizo uno de los sujetos que iban, la cual, después de muchadiligencia que puse en hallarla, llegó finalmente á mis manos y es comosigue:

«Salimos (dice) á 10 de Mayo del año 1703, del puerto de nuestraReducción de la Candelaria, para dar fondo en el de Atinguí; y de allí á27 del mismo mes, tomamos tierra en el Itatí, donde nos recibió consingular afecto el P. Fray Gervasio, de la venerable orden de SanFrancisco, cura que era del aquel pueblo.

De aquí, tiramos hacia el río Paraminí, por donde en el río Paranádesemboca el río Paraguay, y montamos aquel cabo, no sin gran dificultadpor la furia de los vientos que nos dieron que hacer muchos días.

Finalmente á 22 de Junio, aferramos en el puerto de la Asunción, dondenos recibieron con la acostumbrada caridad que usa la Compañía, losPadres de aquel colegio, y después de cuatro días partimos de allí,llevando una barca grande, cuatro balsas, dos piraguas y una canoa.

Habiendo caminado las balsas cuarenta leguas, descubrieron á lo lejosalgunas canoas de indios Payaguás, que se creyó eran espías de estanación. V.I–185

Deseamos hablarles y dárnosles á conocer para quitarles todo miedo ysospecha y exhortarles á que ya de una vez ajustasen paces con losespañoles y quisiesen hacerse cristianos.

Entróse para este fin, en una canoa el P. Neuman con el hermanoSilvestre González y llegando cerca de ellos quería eficazmente entablarcon ellos tratados de acuerdo. Pero no surtió efecto el deseo de queellos quiesen llegarse, gritando en alta voz: Pée pemomba ore camaradaBuenos-Ayres viarupi, que en castellano quiere decir, que temían denuestra gente, quienes habían destruído á sus paisanos en los confinesde Buenos Aires.

Por lo cual, desconfiando el P. Neuman de poderlos reducir, dió lavuelta, dejando colgados de un árbol de la playa, algunos abalorios yotras cosillas.

Viendo, pues, aquellos bárbaros que las caricias de los nuestros no sequedaban en solas palabras, fueron luego corriendo á coger aquellaschucherías y con más ánimo y seguridad, se llegaron cuatro de ellos alpie de una balsa, donde dejaron algunas esteras labradas con lindo artey tejidas delicadísimamente: prosiguióse muchos días este tratado,siendo el faraute Aniceto Guarie, fervorosísimo cristiano,vice-corregidor de la Reducción de San Cosme; V.I–186 el cual, deseoso de lareducción de aquellos infieles, procuraba, con modo muy afable y cortés,entrar con ellos para salir con la suya.

Es la nación de los Payaguás, de vilísima condición, cobarde, pérfida ypronta á maquinar traiciones y en breve manifestaron estas malascualidades; porque habiéndose acercado nuestro Aniceto el día 12 deJulio á ciertos Payaguás, con algunas bujerías que ellos estiman, paraexhortarlos y reducirlos á recibir el santo bautismo, salió de unaensenada poco distante una manga de estos traidores, dividida en doscanoas y dando sobre él á traición le mataron á él y á otros compañeroscon fieros golpes de macana; y ejecutadas estas bárbaras muertes,echaron á huir desesperadamente para librarse de nuestros cristianos,los cuales advirtieron bien tarde la fatalidad; é ídos al lugar delinsulto, hallaron los cuerpos de los compañeros, sin poder dar con el deAniceto; y al siguiente día celebramos las exequias por sus almas; conque se puede piadosamente creer habrá Dios usado misericordia con ellospor el celo con que se ofrecieron á tratar con estos pérfidos gentiles.

Viendo los Payaguás que nuestra gente no hacía ninguna demostración desentimiento por este suceso, tomando atrevimiento, resolvierondesalojarnos el día siguiente de donde estábaV.I–187 mos, dejándose ver unamultitud de canoas divididas en dos escuadras, de las cuales, llegándoseuna á tierra desembarcó alguna gente y la otra discurría por el río,pero no se atrevieron á ponerse á tiro; antes, poco después seretiraron, no dejándose después ver más, sino á lo lejos, á fin deespiar nuestros pasos: una sóla vez, en la oscuridad de la noche, osaronmolestar por tierra las balsas, tirando contra ellas piedras y flechas;mas nuestros cristianos, con poca diligencia, los pusieron en fuga.

Este fué el único encuentro que tuvimos con estos enemigos, con quienes,si se hubieran coligado los Guaycurús, gente infiel, pero valerosa yenemicísima de la fe católica, difícilmente hubiéramos podido escapar ylibrarnos de sus asechanzas y celadas en un río poblado por todas partesde islas y de ensenadas.

A siete de Agosto llegamos á la boca del río Xexui, por donde antes quelos Mamalucos destruyesen los pueblos de Maracayá, Terecaní y laCandelaria, se conducía todos los años á la Asunción gran cantidad de lacélebre yerba del Paraguay; el día 19, caminando á lo largo de laribera, vimos una tierra de Payaguás, cuyos moradores se habían pocoantes retirado á una grande isla que estaba frente á nosotros.

Apenas dimos allí fondo cuando saltaron enV.I–188 tierra nuestros indios, ysentidos de la muerte de sus compañeros la robaron y saquearon toda; eraesta tierra del cacique Jacayrá, donde él mantiene algunos vasallos parala fábrica de las canoas.

El día 21 encontramos un fortín con empalizada y sobre ella tres grandescruces, y sospechando nosotros que los Mamalucos habrían hecho allíalguna de sus misiones, supimos después que esto había sido traza éinvención de los Payaguás para que Dios los librase de una grandemultitud de tigres que infestaban extrañamente el país.

Vimos poco después andar en la playa doce bárbaros, pero sin darnosmolestia; no obstante, lo que más nos maravilló fué que hasta el día 30de Agosto no se vieron sino dos canoas de Guachicos antes de llegar alTepotii.

La boca de este río dista como cosa de treinta leguas de la del ríoPiray. Más ad