acabé...—contestó
Peñálvez,
verdaderamente
sonámbulo.
El Chucro dejó su asado sobre un madero, acercose, vio que la obraestaba terminada, se rió, tomó la pala de manos de Peñálvez y le asestóun golpe mortal en la cabeza. Luego, hundiole varias veces en el cuerpola misma cuchilla con que comiera, y tiró a la fosa el ensangrentadocadáver del escribiente...
Limpiado que hubo la cuchilla en el césped, volvió a comer su churrasco,mezclando en el acero las mal limpiadas gotas de la sangre de Peñálvezcon el jugo del churrasco. De cuando en cuando se empinaba el porrón deaguardiente de caña, hasta quedarse medio borracho, según su costumbre,a la caída del sol.
Como el crepúsculo se obscurecía ya, fue a tenderse en el rancho. Y vioque la Pepa estaba cortando dos palos.
—¿Qué estás haciendo?—le preguntó.
Después de vacilar un momento, ella contestó, trémula de miedo:
—Una cruz para los muertos.
—¡Dejáte de cruces, gallega, y sacá pronto las ropas del mocito queestá en la zanja todavía vestido!
La Pepa despojó también el cadáver de Peñálvez, y después, creyendo yadormido al Chucro, fue a terminar su cruz. Es que ella sabía que losmuertos se levantan como ánimas en pena cuando no tienen una cruz sobresu tumba, y temía a las ánimas en pena casi tanto como al Chucro...
Extrañando que se retardara tanto afuera, el Chucro salió del rancho abuscarla... La halló de rodillas colocando su cruz al comisario. ¡Era laprimera vez que Pepa le desobedecía! Púsose tan furioso, que tomó lapala allí tirada, y pegó a la mujer el mismo golpe que antes pegase aPeñálvez. La Pepa cayó como muerta, y él la arrojó, refunfuñando, en lamisma fosa de Peñálvez, todavía destapada.
Acostose de nuevo; pero no podía dormirse. ¡Había cometido una granestupidez! ¡Ahora que la borrachera se le despejaba un poco, ibacomprendiéndolo. La Pepa le vendía a los isleños los cueros de lasnutrias y las plumas de los mirasoles que cazara. La Pepa le comprabalas provisiones. La Pepa le hacía la comida...
¿Qué haría él ahora sinla Pepa?
Ocurriósele que la gallega podría no estar muerta, y sólo desmayada,como que no se la había aún cubierto la tierra. Por eso fue a sacarla dela fosa y la tendió en el rancho. Rociole la cara con agua fría, ledesprendió la bata y le volcó en la boca las últimas gotas delaguardiente de caña que quedaban en el porrón.
Pero su corazón parecíano latir de nuevo, ella no recuperaba la vida. Irritado por esaobstinación de morirse, le dio un puntapié, se acostó otra vez bajo suraído poncho y a los pocos instantes irrumpió en ronquidos...
Sin embargo, la mujer no estaba más que desvanecida.
Incomodada por lashormiguitas que invadían su cuerpo e iban a libar en ciertas secrecionesde sus ojos, a media noche ya, hizo un esfuerzo, se apoyó sobre susmanos, se sentó, se puso de pie.
Tomó agua de una vasija, se cerró labata, se arregló el enmarañado cabello y miró al Chucro con una supremamirada de amor y de miedo, castañeteándole los dientes. Con grandesprecauciones para no despertarlo, metiose bajo su poncho, se acostó a sulado, apoyando la cabeza contra su pecho...
El Chucro, como hombre salvaje, tenía el oído alerta aun durante elsueño. Sintiola perfectamente, despertose, y al saberla junto a sí, ledijo, con su recia voz de siempre:
—¿Has resucitao, gallega perra? ¡Esto te enseñará a no morirte otravez!
Diose vuelta al otro lado, y, mientras ella se acurrucaba a susespaldas, como un polluelo friolento bajo el ala de la madre, estallaronde nuevo sus ronquidos.
LA MADRINA DE LITA
I
Lita era una pobre niña que no podía caminar y ni siquiera tenerse enpie. Atacada a la medula por incurable enfermedad, su cintura eradeforme y sufría dolores que le arrancaban diariamente quejas ylágrimas. Toda su vida parecía concentrarse en los dos grandes ojosazules que iluminaban su carita de ángel.
Sentada en su sillita rodante,con un libro de estampas en la mano, fijaba esos dos ojos en su mamá,que bordaba junto a ella...
—¿Quieres que te cuente un cuento, Lita?—preguntábale la señora,acariciándole la rubia cabellera.
—No, mamá. Ya sé todos los cuentos.
Muy raro era que Lita no quisiera que le contaran un cuento, porqueprefería los cuentos a las golosinas, a los juguetes y hasta a loslibros de estampas. Por eso su mamá se los contaba todos los días,inventando a veces algunos muy bonitos.
Después de quedarse un rato pensativa, dijo Lita:
—Mamá, quiero que me digas quién es mi madrina...
Los padrinos de Lita habían sido sus abuelos, los padres de su mamá, ylos dos murieron antes de que Lita cumpliera un año.
Así es que la niña,como no llegó a conocerlos, no podía acordarse de ellos.
La mamá no quería decirle que habían muerto, porque Lita era muyimpresionable. Podía pensar: «Los padrinos de mis hermanitos viven, yellos viven y se mueven. Mis padrinos han muerto, y yo, que no puedomoverme, debo morir también.»
Valía más contestarle, como otras veces,cuando hiciera la misma pregunta:
—Lita, tu madrina está de viaje.
Lita pensaba: «Es muy extraño que mi madrina esté siempre de viaje...»Pero, no atreviéndose a decir sus dudas y temores, limitábase apreguntar a su mamá:
—¿Y cómo se llama?
La mamá le contestaba:
—María—porque efectivamente «María» fue el nombre de la abuelita.
—¿Era muy buena?
—Muy buena.
—¿Me traerá muchos juguetes?
—Muchos y muy lindos...
—¿Y por qué no me los trae ya?
—Porque está muy lejos y porque eres una preguntona.
Lita volvía a quedarse pensativa. La madre dejaba entonces el bordado,para mirarla...
—¿Quieres que te saque al patio a jugar con tus hermanitos?—
le decía.
—No, mamá—contestaba Lita, preguntando al rato:—Mamá,
¿las hadaspueden lo que los médicos no pueden?
La mamá miraba a Lita como si fuera a llorar, y le decía, besándola enlos ojos y bañándole la carita con sus lágrimas:
—Dios puede todo lo que quiere, mi hijita del alma... ¿Por qué mepreguntas eso?
—Por nada, mamá.
Pero Lita sabía por qué preguntaba eso. Lo preguntaba porque había oídodecir a los sirvientes que los médicos no podían curar su enfermedad. Yella esperaba que su madrina fuera una hada y la curase. ¿Qué hubierasido de la Bella-Durmiente-en-el-Bosque sin su hada madrina?...
La mamá de Lita, que era muy linda y bien vestida, diole un beso en lamejilla y salió a visitas y compras. Miss Mary, la niñera inglesa, llevóa Lita a la plaza, en su cochecito de manos, con sus hermanitos y susprimos. Más ella no se divertía en la plaza, porque no podía correrdetrás de un arco como los demás niños y porque siempre veía las mismascasas, los mismos árboles, la misma gente.
Cuando sus hermanitos y sus primos se fueron a jugar y la dejaron sola,ella preguntó a la niñera:
—Miss Mary, ¿cree usted que hay hadas?
Sin entenderle, sin escucharla siquiera, miss Mary repuso:
—«Yes, my dear, yes».
—«¡Qué tontas son estas inglesas!—pensó Lita.—Aunque no entiendan unapalabra dicen siempre «yes, yes, yes», alzando y bajando la cabeza comoel asno de cartón que me trajo papá el otro día.»
Después de jugar en el paseo, los niños volvieron a casa muy contentos.Muy contentos todos, menos Lita, que sentía en su cabecita
aletear
unapequeña
preocupación,
como
una
mariposilla prisionera bajo una copa decristal.
Más que todos los paseos del mundo, gustábale que la llevaran, en sucasa, al patio de servicio. Pues allí estaba casi siempre Ramón. Ramónera el hijo de la cocinera, un muchachote de su misma edad, doce años;pero que parecía su padre. Ramón la idolatraba como si fuera una santitade madera, le contaba historias preciosas, y le traía del mercado unosjuguetes tan chuscos, que bastaba verlos para reírse a carcajadas.
Esperábala esa tarde con un saltaperico de retorcidos cuernos y barbasde chivo. Para sorprenderla, lo abrió de repente, pegándose en la narizcon la cabeza del saltaperico. Pero como ella no tenía ganas de reírse,no se rió. Guardó distraída el juguete y dio las gracias a su amigo,preguntándole después:
—Dime, Ramoncito, ¿crees tú que en este mundo hay hadas?
Ramón abrió tamaños ojos, se puso muy serio, metiose ambas manos en losbolsillos del pantalón, y repuso:
—Yo creo que en este mundo no hay hadas, niña Lita.
Como Ramón iba al colegio, hacía cuentas en su pizarra y leía libros deestudio, Lita creía en su ciencia. Después de su mamá, nadie leinspiraba mayor confianza. Sin embargo, desencantada esta vez por surespuesta, protestó, con cierta reserva de gran dama ofendida:
—Pues yo creo que hay hadas.
Mírola Ramón casi con lástima...
Ella prosiguió, con un vago temblor en la voz:
—Sí creo, sí creo, sí creo... ¿Qué razón tienes tú, malo, para nocreer?
Tímidamente, el chico contestó:
—Yo nunca las he visto...
—¿Y no crees en Dios?
—Sí...
—¿Y has visto alguna vez a Dios?—exclamó Lita triunfalmente,burlándose de la poca lógica de su amigo.
Creyó Ramón mejor no tocar más el punto. ¿Cómo iba a discutirle esachiquilla que nada sabía, a él, que estudiaba historia de Roma ymultiplicaba por sumas de cinco y de seis números?... Pero ellainsistía:
—Dime, malo, remalo, ¿crees o no crees en las hadas?
Ramón hizo una concesión, entre respetuoso e irónico:
—Si me lo manda usted, niña...
Sin contestarle, Lita dijo, en voz baja y misteriosa:
—Pues oye... ¡Oye, que tengo que decirte un secreto muy grande!...Acerca la oreja... ¡Más!... ¿Sabes qué secreto? ¡Mi madrina es una hada!
Creyó Lita que Ramón quedaría deslumbrado con semejante revelación, ysólo parecía perplejo...
—Es una hada que viene a verme todas las noches, en cuanto meduermo—continuó confidencialmente.—Entra en puntillas y se para al piede mi cama. Es todavía más linda que mamá. Tiene una estrella en lafrente y el pelo suelto. Arrastra, como la cola de los vestidos de bailede mamá, un manto de tul bordado de oro, perlas y brillantes. En la manolleva siempre levantada su varita mágica...
Aquí hizo Lita una pausa, para gozar del efecto de su descripción... Ensu entusiasmo no vio que el chico, con sus infantiles ojos negroshúmedos de piedad y de ternura, meneaba incrédulo la cabeza... Y ellaprosiguió, alzando su vocecilla de plata:
—Yo sé que esa hada va a curarme y entonces podré saltar y correr, ycuando seamos grandes, ¡los dos nos casaremos!...
Ahora sí que parecía deslumbrado Ramón, aunque objetó:
—Pero yo soy el hijo de la cocinera, Lita, y usted es la niña de lacasa...
—¿Qué importa?—respondió Lita con generosidad de reina.—
Además, túmismo me lo has dicho... Cuando seas grande, tú trabajarás para tu mamá,y ella no será más cocinera... ¿Qué importa que lo haya sido? ¡Mejor!¡Así nos hará dulces muy ricos!...
—Pero su mamá...
—Yo no soy orgullosa y mi mamá hace todo lo que yo quiero.
Sin darse por vencido, no ocultando su triste escepticismo, Ramón objetótodavía:
—Su mamá hace ahora todo lo que V. quiere, niña, porque V.
estáenfermita; pero cuando V. sane, será otra cosa...
Lita contestó muy seriamente:
—¿Prefieres entonces, para casarte conmigo, que yo siga enferma,clavada en mi silla como los pajaritos embalsamados en los sombreros demamá?
—¡Oh, no, niña, no!—afirmó Ramón con toda su alma.—
Prefiero morirme.Se lo juro.
—No digas tonterías.
Se hizo una pausa, que cortó Ramón, después de suspirar:
—Tengo algo que mostrarle, además del saltaperico, niña Lita...
—¿Qué?
El chico salió corriendo y volvió triunfante con una ratonera, dondeestaba presa una lauchita...
—Mirela, niña, qué preciosa...
—¡Uf, da asco! ¿Qué vas a hacer con eso?
—Mi mama la va a matar... Yo quería que V. la viera antes.
—¡No, que no la mate! ¡Suéltala, suéltala, pobre lauchita!...
¡Si tereprenden, di que yo te lo he mandado, Ramón!...
Ante orden tan perentoria, Ramón comprendió que había hecho mal enmostrar a la niña la pequeña prisionera... Y la soltó, porque sabía quelos deseos de la niña debían siempre respetarse. La laucha corrió aesconderse debajo de un armario...
—¡Es una monada!—exclamó Lita batiendo palmas con alegría.—¡Su mamáva a ponerse muy contenta cuando la laucha vuelva a la cuevita!—Ycambiando repentinamente de tema y de tono, agregó:—Tenía que decirteotra cosa, Ramón... y es que puedes tutearme como mis hermanitos y misprimos.
Luego de pensarlo formalmente, Ramón contestó:
—Eso nunca, niña Lita. Mi mama diría que es una insolencia, y seenojará.
Lita se encogió de hombros:
—Tutéame cuando tu mamá no te oiga.
—Tampoco... Yo no hago nunca escondido de mi mama nada que no puedahacer delante de ella...
—¡Tu mamá es la cocinera y yo soy la niña, y te lo mando!
—No podría, niña, no podría—gimió Ramón con voz tan compungida que lamisma Lita soltó la carcajada, una de esas sonoras carcajadas que sólosabía arrancarle el chico de la cocinera.
—¡Bueno!—dijo, cambiando el giro de la conversación.—Yo te trataré deusted... Cuéntame... o cuénteme usted lo que ha hecho hoy en la escuelaese pícaro de... ¿cómo se llama?... Luis Matheu... Ese que se pelea contodos y está todos los días en penitencia... Ese que en cuanto se pierdeun coscorrón, dices que lo encuentra siempre en su cabeza...
Tuvo que interrumpirse aquí el coloquio, porque se oyó el recio y bienconocido taconeo de miss Mary que se acercaba...
Ramón, cuya únicaantipatía en el mundo era esa miss Mary, se hizo humo...
Lita simuló dormitar y despertarse sobresaltada...
—¿Viene usted a buscarme, miss... «Yes»?—preguntó, no sin altanería.
—«Yes, Lita. Your mother is coming»...
Ante tal argumento, Lita cedió. Hizo una mueca amistosa a Ramón, queasomaba la cabeza por la puerta de la cocina, a espaldas de la niñera yse dejó arrastrar en su sillita al encuentro de su mamá.
Por la noche, durante el sueño, volvió a aparecérsele a Lita su hadamadrina. Pero ahora, en lugar de estarse ahí callada mirándola comootras veces, la habló en un lenguaje que parecía una música decampanillas de oro. Dijole que iba a sanarla con su varita mágica y quedespués se la llevaría a viajar a su país, que era naturalmente el Paísde las Hadas, en un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposasazules. Pero para eso era menester que su ahijada demostrara antes queera buena...
—¿Cómo?—preguntó anhelante Lita, tapándose después la cara con lasábana, llena de vergüenza por su osadía de interrogar a una hada...
El hada le contestó que ser buena es ser hacendosa y caritativa con losniños pobres. Los niños pobres se mueren de frío en las noches deinvierno. Una niña hacendosa y caritativa debía tejerles, así como sumamá tejiera a su papá una colcha de seda el verano pasado, tres colchasde lana: una blanca, otra celeste y otra rosada. Ella vendría abuscarlas una noche, dentro de treinta días justos. Si no estaban listaslas colchas se volvería a su país, donde andaba siempre viajando... ¡Ypara no volver más! Pues como su ahijada no era bastante buena, no laconsideraba digna de curarse y viajar con ella por el País de las Hadas,en un cochecito de marfil arrastrado por dos mariposas azules.
Tanto se asustó la pobre Lita al oír esta amenaza de su querida hadamadrina, que levantó la cabeza y se despertó sobresaltada...
Pero elhada ya había desaparecido, con su estrella sobre la frente, su pelosuelto, su varita mágica siempre levantada y su manto de tul bordado deoro, perlas y brillantes.
II
Una vez despierta, Lita no pudo volverse a dormir. Con los ojos abiertoscomo los de un ratoncillo, esperó que llegase el día.
Esa noche dormíaen su cuarto, con miss Mary. Porque, cuando no sintiera dolores, dormíaen su cuarto, con miss Mary, esa dormilona que roncaba como un fuelle.Cuando los sentía, dormía junto a la cama de su mamá, y esto era unconsuelo. Y
era tan buena Lita que, delirando por dormir junto a sumamá, para no afligirla, nunca exageró sus dolores. A veces hasta losdisimulaba...
Esa mañana se sentía sin embargo dispuesta a usar de toda su energíapara imponer su voluntad. En cuanto se coló la luz por las rendijas dela puerta, llamó a miss Mary. Miss Mary se levantó medio dormida, miróel reloj, dijo que era demasiado temprano y pidió a Lita que durmiese unpoco más... Lita protestó... hizo abrir los postigos... ¡y ordenó a missMary, en el tono más conminativo, que fuese en el mismo momento acomprarle agujas de tejer y lana blanca, celeste y rosada!
Miss Mary se negó, probablemente sin comprender bien.
Todavía no estabanabiertas las tiendas... Esperaría a que se levantase la señora...Insistió Lita... Y entre niña y niñera entablose una tremenda disputa,de la cual resultó llorando la niña... Al oírla, su mamá, que dormía enel cuarto contiguo con el oído siempre despierto, se apareció envueltaen elegantísimo peinador de blondas. Besó a Lita en los cabellos,escuchó estupefacta su petición, y le observó:
—¡Pero si tú no sabes tejer, mi tesoro!
Mimosa y llorosa, contestó la niña:
—No importa, mamá. Tú me enseñarás.
—¡Tejer tu!... ¡No es posible!... Eres muy chica. ¡Y te gastarías esoslindos ojitos míos y esas queridas manitas!... Yo he de tejerte cuántome pidas: una carpeta para tu mesita, un pañolón para tu muñeca... Di,¿qué más quieres?
—¡Por favor, mamá!—rogaba la niña, sollozando casi.—
¡Enséñame a tejera mí, tú que eres tan buena! ¡Ten lástima de mí!
—¿Y qué quieres tejer?
—Tres colchas para los niños pobres. Una blanca, y otra celeste, y otrarosada. ¡Pero quiero tejerlas pronto yo sola, solita!... Después, mamá,¡escucha bien, mamá!... Después Dios me curará y podré correr como losdemás chicos... ¡Mándame comprar ya lo que necesito, mamita querida!
Como miss Mary, la señora no se movía... Parecía enternecida yasombrada... Y Lita, desconsolándose por tales retardos y vacilaciones,comenzó a derramar el más amargo llanto de su vida, de su pequeña vidasiempre llena de lágrimas.
También despertó al papá con su llanto. Y el papá vino a verla, vestidocon una bonita «robe-de-chambre» de seda azul rameada de negro. ¡Parecíaun chino con esa «robe-de-chambre»!... Pero como era también muy bueno,se enteró de lo que quería su hijita inválida, y cambió con su mamáalgunas palabras. Aunque hablaban en voz baja y en el otro extremo de lapieza, Lita les oyó perfectamente...
La voz ronca del padre decía:
—Está demasiado agitada. Es necesario tranquilizarla. ¿No tiene fiebre?
La voz fina de la madre contestaba:
—Parece que no; ahora le pondremos el termómetro... ¡Pobre chica!...¡Tiene demasiada imaginación para su estado!... Ha soñado curarse...Habla de curarse... Yo creo que tejer no le haría mal.
—Habrá que consultar al médico. Tú sabes que no quiere que se fatigue,¡ni que te fatigues tú tampoco!
La señora suspiró... El señor parecía preocupado por la obstinación deLita. Pues Lita no era caprichosa. Le gustaba contradecir a veces; peroera dócil y reposada como una viejita de cien años. Como su capricho detejer era una cosa rara, el padre ordenó a miss Mary que llamase almédico por teléfono.
Oyendo la orden, Lita la desaprobó:
—¿Para qué el médico?... Si los médicos no pueden lo que Dios puede, ¡yyo me curaré sin médico!...—Y luego pensó en voz alta,consolándose:—De todos modos, aunque miss Mary lo llame, él no va a oírni entender, porque ese teléfono es para hablar español y miss Mary nosabe hablar más que en inglés.
Su padre se sonrió y le dijo:
—El teléfono sirve para todos los idiomas, Lita. Además, miss Mary sabehablar español como yo y como tú. Habla inglés con los chicos para quelo aprendan.
Lita se burló a través de sus lágrimas del español de miss Mary... Locual no impidió que ésta volviera pronto trayendo la contestación delmédico: hasta las cuatro de la tarde no podría venir... «¡Hasta lascuatro de la tarde!—pensó Lita.—¡Perderé, entonces, todo el día dehoy, y si no cumplo en los treinta días fijados por mi madrina!...» Y sepuso a llorar otra vez, porque no le traían pronto los útiles pedidos.Su mamá la consolaba. Su papá fue a hablar él mismo por el teléfono, areprender al médico y a mandarle, muy enojado, que viniese en seguida aver a Lita.
Hubo todavía que esperar un buen rato. La mamá hizo rezar a Lita susoraciones de la mañana y le besaba las manitas. Después la hizodesayunarse con una gran taza de chocolate. Y el médico vino al fin.Tenía anteojos de oro y un reloj muy grande, que hacía tic-tac hastacuando estaba en el bolsillo.
Consultado, examinó a Lita y opinó:
—Pienso que no hay inconveniente en que se le dé lo necesario paratejer.—Agregando después, cuando creyó el muy tonto que la enfermita nole oía:—De todos modos, me parece que no llegará a anudar dos puntos detejido. Tratará de aprenderlo, y al ver que no es tan fácil comoimaginara, tirará las agujas. Si aprende a tejer, lo que no me pareceprobable, hará unos cuantos puntos, y en cuanto la labor pierda sunovedad, la dejará de lado... ¡Tengan por seguro que ya mañana no seacordará de su capricho!
—¿Y si por rara eventualidad se empeña en tejer su colcha—
preguntó lamadre—y llega a esforzarse y se fatiga?
—No creo que eso ocurra, señora—aseguró el médico.—
Cuide en todo casode que no se incorpore mucho... ¿Lleva siempre su corsé de yeso?
—Todos los días se le pone al vestirla, y todas las noches se le sacaal acostarla.
—Que siga lo mismo. Y si llegara a excitarse demasiado, dele unacucharadita de la receta calmante que le prescribí la vez pasada.
—¡Eso la postra!...
—Disminuya la dosis.
Y se fue el médico, con sus anteojos y su reloj.
Requerida por Lita, miss Mary salió a comprar las agujas de madera ylana blanca, celeste y rosada. Se hizo esperar mucho, ella también.Pero, mientras volvía, la madre vistió a Lita, la lavó, la peinó, lepuso agua de Colonia y la sentó en su silla rodante.
Poca lana trajo miss Mary... Como no alcanzaba para las tres colchaspedidas por el hada madrina, Lita reclamó el doble más de lana de cadacolor... Su mamá le dijo que aprendiese primero a tejer lo que teníadelante, y comenzó a enseñarle...
Con gran sorpresa de su mamá, en un momento aprendió Lita, toda ojos,los puntos del tejido. Antes de la hora de almorzar ya tejía; bien queimperfectamente, ¡ya tejía!... Como primeros ensayos fabricó unas tiraslargas y desparejas y unos cuadraditos, aunque sucios de dedos y no sinnudos que acusaban tropiezos y equivocaciones.
Inmediatamente quiso comenzar su colcha blanca. Nada pudo detenerla: nilas súplicas de su mamá para que descansase, ni siquiera la severidad deque se armó su padre, todavía vestido con su bonita bata azul rameada denegro.
Rodeada de su padre, su madre, sus hermanitos y miss Mary, ella seguíaen su labor como una brujita, teje que teje, teje que teje, teje queteje... Por su boquita, contraída por la atención, acechaba su lengua amanera de una curiosa que se asoma por la ventana. Sus pequeñas manosparecían dos arañas de cinco patas, apuradísimas en reconstruir una telarota por el viento.
III
Interrumpiose para almorzar, y después, casi a la fuerza, la obligó lamamá a descansar un buen rato. Quísola llevar de paseo en carruaje; perola niña se resistió de tal modo, que también la señora se quedó en casa.Y en cuanto pudo, volvió Lita al trabajo, y lo continuaba, aunque conlos intervalos que su mamá le imponía...
Llevaba ya tejido un buen principio a la hora en que Ramón volvía de laescuela. Deseó verle, mostrárselo y hacerlo su confidente esta vezmás... Por eso pidió ella misma un nuevo descanso para que la llevasenal patio del servicio. La señora accedió, encantada.
Estallando por hablar, en cuanto estuvo cerca de Ramón, le preguntó, coninusitada formalidad:
—¿Tienes honor, Ramón?
Ramón contestó, no muy seguro:
—Creo que sí, niña...
—¿Puedes darme tu palabra de honor?
—Sí, niña, si usted lo manda...
—¡Dame tu palabra de honor de que no dirás nada a nadie de lo que voy adecirte!
—Le doy mi palabra de honor, sí...
—Pues escucha...
Y Lita contó a su modesto amigo todo lo que había pasado desde la nocheanterior: la aparición del hada madrina, su oferta y promesa, cómo habíapuesto ella manos a la obra...
—Ahora tienes que decirme—terminó,—¿cuántos días faltan para lostreinta días?
Ramón, que la escuchara pensativo, rió como un loco a esta pregunta,respondiendo:
—Para los treinta días faltan... ¡treinta días!
Lita se impacientó:
—¡Tonto! Pregunto en qué día de qué mes se cumplirán los treintadías... ¡Parece increíble que un grandulón que multiplica por milnúmeros en su pizarra no sepa sacar esta cuenta!
—Sí sé, sí sé—repuso Ramón vivamente.—Hoy estamos a cinco dejunio... junio debe tener treinta días... Será entonces el cinco dejulio...
—¿El cinco de julio estaré sana?
—Si Dios quiere...
—Pues apunta la fecha para no olvidarla...
Ramón sacó una libreta y un lápiz del bolsillo, y apuntó la fecha...
Lita le dijo, dando un suspiro de satisfacción:
?